Cheril Linett
Cheril creció entre la casa de sus abuelos en La Pincoya y la casa de sus padres en La Florida. Cuando niña iba a un colegio en La Legua llamado “Espíritu Santo”, según cuenta entre risas, el que tenía una capilla adentro. Todos esos escenarios fueron su objeto de observación durante años. “El principal referente que he tenido es la realidad misma”, precisa.
Cuando adolescente desaparecía días enteros conociendo a gente en casas o espacios habitados por drogaditos. Necesitaba experimentar y observarlo todo, algo que parecía imposible sin ver “esa crudeza de la vida que queda más relegada a lo marginal”. Todo lo hacía sin permiso, aunque no por mera rebeldía: “Sentía que en algún momento igual iba a hacer algo con esto, pero necesitaba observar. En las performances siempre estoy plasmando estos distintos lugares”.
Sus intervenciones comenzaron en 2015. Tenía 18 años la primera vez que presenció una y estudiaba Licenciatura en Artes en el Pedagógico. Nunca había experimentado algo igual: “Me llamó la atención cómo ella ocupaba su cuerpo, veía en sus ojos un estado en el que se notaba muy afectada por la acción”, recuerda. Más tarde estudió Teatro y durante su carrera descubrió el legado de Antonin Artaud y el Teatro de la Crueldad. Entonces supo que por ahí iba.