SOBRE THE ASSISTANT

Una de las mayores decepciones que, a nivel cinematográfico, me he llevado en los últimos meses ha sido quizás la película The Assistant (Kitty Green, 2019). Aunque la primera mitad del largometraje me entusiasmó, mi emoción y atención fueron disminuyendo a medida que el arco argumental iba trazando progresivamente paralelismos con lo que coloquialmente se ha venido a denominar el «caso Harvey Weinstein».

Si la primera porción de la película constituye un retrato brutal de las violencias que una asistente empleada de una productora ha de soportar, por su condición de asistente, de recién llegada, de persona joven y de mujer, la segunda parecería un intento de dar una explicación plausible a toda esa violencia estructural y cultural (que se expande por todos los departamentos de la firma, infectando y haciendo cómplices a todos los individuos del cuerpo social empresarial), a partir de la presencia ausente de un personaje tiránico, caprichoso y agresivo que, inevitablemente, nos hace pensar en Weinstein.

Esa violencia que el «jefe» irradia, y que el resto de los personajes propalan, hubiese reverberado aún más intensamente si en vez de intentar ilustrar un caso tan mediático e infame como lo fue el de Weinstein, el filme se hubiese limitado a mostrar (como hace durante los primeros minutos del metraje) un caso cualquiera, donde una empleada cualquiera, de una empresa cualquiera, ha de soportar las agresiones de unos compañeros y jefes cualquiera. Y no porque las violencias no puedan acumularse y superponerse (ni tampoco porque unas no lleven inevitablemente a las otras), sino porque la supuesta apelación al anonimato (e impersonalidad) del depredador no funciona del todo ya que el caso Weinstein todavía está muy presente en nuestras consciencias.

Cambiando el foco de atención de «Weinstein» a las más generales formas en que nuestras sociedades, bajo determinados sistemas económicos, organizan las relaciones (laborales), es decir, haciendo al jefe realmente anónimo, se habría hecho más justicia a todas aquellas personas (principalmente mujeres) que, trabajen o no en la industria cinematográfica, han de madrugar para ir a un sitio de trabajo deprimente durante gran parte de la jornada y sufrir las pequeñas (y no tan pequeñas) violencias que el sistema les aplica: sueldo bajo, jornadas infinitas, acosos de todo tipo, etc.

Todo apuntaría a que la película ahonda en algunos de los vicios que han lastrado de manera proverbial el cine de Hollywood (y no nos referimos aquí a la escasa representación que las clases populares han tenido en este), a saber, la desmesura con la que se han tratado determinados temas complejos, y que tendrían una clara resonancia en, por ejemplo, los célebres biopics de personajes infames (o artistas, literatos y genios varios) en los que siempre se recurre a la locura, al pecado original o, en último término, a lo inexplicable e irrepresentable, según la conocida tesis de Jean-François Lyotard.

Representaciones del «mal» (o de la genialidad) que, en muchos casos, constituirían el reverso de lo que Hannah Arendt habría ensayado en Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil (1963). Si en su retrato de Eichmann la figura del oficial de las SS se va diluyendo, conforme va ganando entidad el entramado de recursos materiales, relaciones internacionales, complicidades, silencios y abusos que posibilitaron la Shoah, en The Assistant la figura del «monstruo» es cada vez más presente, aunque no lo veamos ni oigamos apenas. De manera que este último acaba ejerciendo las funciones de una suerte de demiurgo que propiciaría y explicaría muchas de las dinámicas que se han asentado en su productora (y de las que, al final, participan incluso sus víctimas).

Sin embargo, no pude dejar de pensar durante los últimos minutos de la película lo pertinente que hubiese sido que The Assistant se hubiese limitado a ilustrar un pedazo de la vida de esa asistente que ha de enfrentarse al verdadero irrepresentable del cine norteamericano: el capitalismo salvaje y sin ambages. Esa otra película no hubiese resultado muy diferente de la que tiene a Harvey Weinstein como excusa. Aunque claro, como digo, esa sería ya otra película.