TRABAJO,TRABAJO,TRABAJO

Todavía soy capaz de aprender. Y comprobarlo me supone una pequeña recompensa íntima.

Aprendo de un escritor coreano llamado Byung Chul-Han, en un breve ensayo titulado La sociedad del cansancio (Barcelona: Herder, 2012). Que sea coreano es equívoco, porque lo cierto es que enseña en Karlsruhe, o sea que sin duda es más alemán que coreano. Escribe una prosa ágil, con estilo de semiólogo y referencias más o menos explícitas a Peter Handke y a Jean Baudrillard.

Chul-Han se detiene a analizar la pulsión al trabajo como ideal colectivo, multiplicada hasta límites –inconcebibles hace unas décadas– por los ordenadores, una compulsión que produce individuos enajenados que, a la postre, caen víctimas de una nueva forma de esclavitud en la que paradójicamente ya no hay amos y siervos sino que cada fanático trabajador acaba convirtiéndose en el esclavo de sí mismo. Se pervierte así el sentido originario de la libertad. En efecto, no puede haber emancipación cuando el individuo compite contra sí mismo por elevar el registro de su rendimiento, cuando a cada trabajador se le ha impuesto la regla del atleta estúpido, ese que persigue la mejora indefinida de sus marcas. Chul-Han recuerda a Nietzsche en un pasaje memorable de Humano. demasiado humano:

A los activos les falta habitualmente una actividad superior […] en este respecto son holgazanes. […] Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica. (Cit. por Chul-Han, p. 55)

Si la mecánica es estúpida, qué no serán las partes del mecanismo. Pienso en los que creen haberse emancipado porque un buen día deciden hacerse “dueños de sí mismos” y abandonan el trabajo asalariado para convertirse en autónomos y al final, arrojados a la competición anónima, como a una gigantesca maratón, viven virtualmente obligados a sostener la propia carrera en la que la única pobre recompensa que obtienen es haber participado en ella. No pueden detenerse, porque si lo hacen mueren arrollados por la tropa anónima que los rodea.

Pienso en los hiperactivos y los hiperocupados y los hipercomunicados y recuerdo la sorda rebelión del Bartleby de Melville –también lo hace Chul-Han al final del libro– como un ejemplo de santidad que ninguna ética conseguirá llevar a máxima moral.

Y me voy a dormir con una sonrisa en los labios.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.