LA RELIGIÓN

La cruzada contra la religión emprendida por algunos individuos de sobrada y probada inteligencia, como Christopher Hitchens, es algo desconcertante. Es evidente que la religión tiene aún un poder enorme en la consciencia de millones de individuos y no solo por lo que deja ver el panorama de las naciones gobernadas por los islámicos radicales. Pero también sabemos que es muy poco lo que esta crítica puede producir en la consciencia fanática. Los panfletos como el de Hitchens (Dios no es bueno: Alegato contra la religión. Madrid: Debate, 2008), por virulentos e irreverentes que sean no parecen estar dirigidos contra los lectores religiosos sino que más bien parecen pensados para contentar o consolar a los ateos amenazados por el recrudecimiento de la religión con el propósito de ser jaleados por ellos. Son un ejercicio de crítica ideológica en la época del final de las ideologías. Pero el Dios contra el que se levantan está muerto (y bien muerto). Es un Dios que, como apunta Blumenberg, recuerda al de los mitos:

¿Por qué a este Dios se le enfrían los altares, las víctimas se resisten a ser sacrificadas, dejan de funcionar las pruebas de su existencia, se deja de atender a los rezos y los milagros se vuelven cosa del pasado? Porque, en realidad, este Dios está muerto (Blumenberg, El mito, 46).


En la cruzada antirreligiosa no es la religión lo que se combate sino lo que ella representa como síntoma y desvío de la razón en el sentido del irracionalismo, que fue aplastado en la última gran guerra y derrotado en la Guerra Fría, pero que no ha sido desplazado de la consciencia del hombre moderno y subsiste más o menos escondido en infinidad de discursos que repiten aquella peligrosa desconfianza del Mago del Norte:

Tres cosas […] que no puedo comprender, posiblemente cuatro: un hombre de sano juicio que busque la piedra filosofal, la cuadratura del círculo, la extensión de los mares y un hombre de genio que siga la religión de la sana razón (Hamann, J.G. Sämtliche Werke, II, 294.6)


El retorno de la religión es recibido con actitudes contrastadas. A los racionalistas les preocupa la inesperada pujanza de las fórmulas irracionales que hasta no hace mucho estaban refugiadas en el discurso ideológico y redentorista heredado de la Revolución Francesa. A los románticos y romanticistas el retorno de la religión les sirve como balón de oxígeno cuando estaban a punto de perder definitivamente su hegemonía en la cultura moderna por efecto de la racionalidad técnica. Y a los religiosos, bueno…, para los religiosos, ya se sabe, este retorno les llega como una gran revancha. Nos miran como diciendo: “Ya os lo decía yo, etc.”Pero ni el racionalismo contemporáneo es del todo laicista, ni la religión actual es correlato de la superstición y la ignorancia. Y la crítica, por otra parte, no es tal y tiene mucho de oportunismo.

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