LO OBSCENO

Las reflexiones en torno a lo que se ve (o lo que se puede ver o no, lo que se hace ver, etc.) están cargadas de equívocos. Por ejemplo, consideremos esta observación ocurrente de Jean Baudrillard:

La manera en que la ilusión aparece es la escena, la manera en que lo real aparece es lo obsceno. (Baudrillard, Las estrategias fatales, 71)

Se plantea aquí una dialéctica que traduce la incompatibilidad entre lo que se quiere ver (que siempre es una ilusión, o bien algo que ilusiona) y lo que uno prefiere no ver (lo real) pero cuya negativa –no me lo muestres, no quiero saber nada de eso– uno se niega a reconocer como tal, de tal modo que la reacción ante lo real no se nos aparece como tal negación sino como afirmación: esto que me muestras es obsceno. El tener algo como obsceno expresa el rechazo a ver lo real, al mismo tiempo que es la afirmación de que algo nunca figura en la escena porque está fuera del campo de la mirada; o bien que toda mirada productora de una escena es la ocultación de eso real que, quien mira, no quiere ver. Lo obsceno, así, es el producto de una determinada manera de ver, nunca una entidad en sí misma.

Cuando acusamos a alguien de ser obsceno o de cometer una obscenidad, decimos en efecto dos cosas: que se ha cometido un atentado contra la necesaria ilusión que requerimos para poder sostener nuestra vida en el mundo; y que se nos ha enseñado lo que, cualquiera que sea la condición, ha de permanecer oculto. La rebelión contra la obscenidad es, en el fondo, un rechazo de la verdad.

Ahora bien, en la frase de Baudrillard se afirma que lo real, cuando aparece, es obsceno; o sea que Baudrillard afirma que lo real es lo que queda fuera de la escena. Si esta expresión fuera del todo cierta, toda pintura, en la medida en que hace ver lo que no se ve, lo que no se pone en escena, habría de ser considerada obscena. No habría entonces obra de arte que no fuera obscena. Pero cierto es que llamamos “obsceno” no a un contenido determinable en un objeto sino al sentimiento que nos une a él: como la belleza que, según Hume, no dice nada del objeto bello sino de la relación que entablamos con él. Así pues, en rigor, lo obsceno describe nuestra relación con lo que está siempre fuera de la escena.

(Damos vueltas en torno a un asunto que no podemos ver; y, si lo vemos, lo rechazamos por obsceno.)

La cuestión es aún más difícil puesto que la escena no tiene contenido específico y, en cambio, lo obsceno sí lo tiene: podemos identificarlo en nuestro rechazo aunque –como cabe a lo real, que es enigmático– no podamos explicar por qué lo rechazamos.

No puedo seguir: estoy en un cul-de-sac.

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