EXILIO

Leo en la traducción inglesa de un breve ensayo de Roberto Bolaño acerca de la vida del exiliado algunas ideas inconexas pero, al mismo tiempo, muy precisas sobre esa extraña condición que es no pertenecer a nadie y a nada, que sólo se llega a conocer cuando se toma la decisión de partir al exilio.

Bolaño habla de la experiencia de un encogimiento – shrink pone la traducción de la NYRB– y yo sé muy bien de qué habla: la vida se te hace más pequeña y más frágil, tan insignificante que se puede contar en unos pocos objetos y en un puñado de relaciones nuevas que ya no son –ya nunca serán– íntimas. Bolaño sostiene que el exilio es siempre voluntario y –lo mismo pensaba Adorno– que es la condición natural del escritor. Adorno iba más lejos, decía que la única patria del escritor es su escritura.

Sin duda, esta es una representación un poco romántica, porque hay muchos tipos de escritores y sólo una minoría de ellos es capaz de alcanzar esta ascética versión de uno mismo y de hacerlo de forma auténtica. La mayoría de los escritores son unos cretinos infatuados. El argumento de Bolaño, por otra parte, parecer servir para elaborar su propia condición inadaptada y marginal haciéndola predicable de la literatura entera; y ya sabemos que toda generalización es siempre peligrosa.

Pero la asociación más sugestiva que hace Bolaño es la que pone en igualdad de condiciones al exiliado voluntario, al escritor y a la puta. En efecto, todos ellos comparten la misma vida estrecha, paradójicamente dedicada a dar cuenta de los grandes problemas del ser humano, todos ellos viven resignados a su propia marginalidad y a una voluntaria Heimatlosigkeit: esa especie de no ser (y no obstante ser algo muy distinto) que traza una ingrata condición que otros humanos, más prudentes que ellos, desconocen: la soledad de uno que no ha sido abandonado.

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