LAISSE TOMBER

La filosofía está llena de alegatos en favor de una relación espontánea con el mundo: precisamente la disposición contraria a la modalidad de pensar que casi todos identificamos como propia de la actitud del filósofo. Ir a las cosas mismas, hacer epojé de lo ya sabido y consabido, negar «lo que enseñan las escuelas» –como decía Descartes refiriéndose a la escolástica aprendida con los jesuitas en el Colegio de La Flèche– mirar lo que nos rodea con ingenuidad, pero al mismo tiempo con toda la atención que uno sea capaz. Ingenuidad y atención, dos disposiciones subjetivas que están entre las más difíciles de lograr si uno se propone ejecutarlas juntas, puesto que si pones atención a lo que haces nunca conseguirás pasar por ingenuo; y a menudo es entonces que te equivocas. (Lacan juega con la pronunciación equívoca de la frase: Les-non-dupes-errent al mismo tiempo que alude a esta imposible coincidencia).

No se puede ser ingenuo a voluntad. La lucidez, como la ortografía, es un aprendizaje en un solo sentido, un proceso irreversible para el que no hay marcha atrás.

¿Por qué se pretende imponer entonces una regla que nadie que presuma de filósofo puede cumplir? Se puede ser un imbécil filosofante, naturalmente, pero no se puede vaciar una mente si no es por medio de alguna askesis o iniciación cuya secreta intención es lograr doblegar el cuerpo que la administra.

(Porque es el cuerpo lo que gobierna el espíritu.)

Así los mantras que repiten los monjes, los largos ayunos, los ejercicios espirituales, las interminables memorizaciones de El Corán en las madrasas y esas impresionantes oraciones leidas que los judíos practican haciendo rocking a un lado del Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. El ejercicio, físico o discursivo, se practica con objeto de domeñar la insoportable presión de la mente, algo que muchas veces sólo se obtiene por medio de la embriaguez o las drogas, o sea, al precio de no poder razonar.

Y ese consejo que suelen escuchar los desesperados: anda ya, déjalo, abandona, laisse tomber…; consejo indigno, porque hay veces en que laisser tomber –corta, drop it, desengancha, pasa página, olvida– más que liberar la mente, lo que hace es proponer una capitulación ante los imperativos de la prudencia.

Sin embargo, algunos no hemos nacido para ser prudentes.

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