LA DECEPCIÓN

Mira con cuidado esta foto de un payaso de las Ramblas de Barcelona.

bcn 2 015

Se dan dos reacciones espontáneas ante este truco espectacular. La primera es la credulidad: pocas cosas hay que sean tan fascinantes como la levitación, que se sobrepone nada menos que a una de las cuatro fuerzas primordiales de la naturaleza. La segunda es exactamente su opuesta y se orienta por la mirada que, mientras desconfía, busca desentrañar con ahínco el ardid, empeñada en revelar en qué consiste la patraña. No sólo presupone que ha sido engañada sino que no quiere serlo.

Las dos reacciones son equívocas, pese a que se reflejan la una en la otra. El crédulo exclama: no necesito de la verdad y sobre todo no quiero que me estropeen el encanto de esta maravilla. El escéptico, en cambio, se descompone entre lo que ve y el principio de lo que ve y sólo ofrece una pobre evidencia como compensación por el fraude. Lo que una se da a sí misma, la otra se lo quita; pero ambas participan del mismo espectáculo de la magia. Son hijas del principio de placer y del principio de realidad.

Pero como no hay saber sin un tercero, de lo que se trata es de aprender del auténtico fundamento de ambas y que está ya presente aquí como experiencia de la decepción –o sea, como constancia de un necesario engaño–, algo que ya estaba formulado en la antiquísima sentencia de Heráclito que reza “en el mismo río no nos bañamos dos veces”; y en todo cuanto experimentamos del mundo.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.