DESVALIMIENTO Y DESCONTENTO

El desvalimiento y el descontento del género humano son irremediables.
(S. Freud. El porvenir de una ilusión. Trad. José L. Etcheverry. OC. tomo XXI.Buenos Aires: Amorrortu, 1990, p. 18.)

El término “desvalimiento” significa desamparo, abandono, falta de ayuda o favor. El sentimiento de desvalimiento se origina tempranamente en la infancia cuando falta la presencia aseguradora del adulto que protege al niño. El término “descontento” significa, en una primera acepción, sentirse insatisfecho con algo o con alguien y en una segunda, disgusto o desagrado. El desvalimiento tiene relación con la impotencia de las propias fuerzas para asegurarse la vida o proporcionarse los recursos para protegerse de algún objeto hostil o agresivo; el descontento tiene que ver con la insatisfacción de algún deseo. Tanto el desvalimiento como el descontento, afirma Freud, no se pueden evitar ni remediar.

Ahora bien, ¿es posible superar el desvalimiento? Si entendemos el término “superar” en el sentido de vencer obstáculos o dificultades, la respuesta es que sí, un adulto puede superarlos, aunque no todos. El desvalimiento que cabe esperar que pueda ser superado, –afirma Freud– es el desvalimiento infantil:

El hombre no puede permanecer enteramente niño; tiene que lanzarse fuera, a la “vida hostil”. Puede llamarse a esto “educación para la realidad”, necesaria para vivir en sociedad (p. 48).

Para el sujeto que tiene la fuerza para hacer ese pasaje del espacio familiar, protector, al espacio social, que implica sostenerse a veces en la intemperie, se le hace necesario un aprendizaje: tiene que contar con sus propias fuerzas y debe aprender a usarlas correctamente porque no son ilimitadas. Ahora bien, cabe preguntarse si realmente podemos hablar del desvalimiento infantil en términos de superación. ¿Qué criterios utilizaríamos para determinar que se ha superado o no? ¿Qué nos garantizaría, en el caso de determinarlos, que en una circunstancia particular no aparecerá de nuevo ese sentimiento de desvalimiento infantil? Al mismo Freud no se le escapó pensar el deseo de superación del mismo como una ilusión, ya que en Malestar en la cultura, sostiene la tesis contraria:

La conservación del pasado en la vida anímica es más bien la regla que no una rara excepción. (p. 72)

Un ejemplo, lo aporta el mismo Freud, al juzgar que nunca estamos menos protegidos contra la desdicha que cuando amamos; nunca más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor (p. 82). Si es propio de lo humano espera amar y ser amado como arquetipo para la aspiración a la dicha, la frustración amorosa o la pérdida del objeto amoroso actualiza de nuevo el sentimiento de desamparo. ¿Es posible salir de ese estado?

Forma parte de nuestra experiencia comprobar que no podemos alcanzar todo lo que anhelamos, y esa falta de satisfacción hace de motor para que el deseo se vuelva a relanzar. Cada uno debe buscar por sí mismo lo que puede hacer con esa insatisfacción. Si estamos dispuestos a renunciar a la satisfacción de determinados deseos, podremos soportar que algunos de ellos no se cumplan y se manifiesten como ilusiones. Las ilusiones –sostiene Freud– son deseos que se quiere cumplir. Una ilusión no es lo mismo que un error. La ilusión, no es una idea delirante que entra en contradicción con la realidad efectiva; la ilusión no necesariamente es falsa, es decir, irrealizable o contradictoria con la realidad. Si unas ilusiones no se cumplen, es posible que puedan ser sustituidas por otras, que, por el contrario, pueden encontrar una realización posible del deseo en la realidad. Discernir lo que es posible de lo que no lo es, es fundamental para protegerse de la desdicha y para poder alcanzar una dicha real, limitada. Pero de nuevo, –advierte Freud– “la primacía de la inteligencia sobre la vida pulsional es, sin duda, una ilusión”. De nuevo chocamos con la dificultad de regular la vida pulsional, lo que permitiría conquistar la moderación de los deseos; ya que para ello es necesaria la posibilidad de “desplazamientos libidinales”, –así los llama Freud– y el problema es que no a todo el mundo le es posible una sublimación de las pulsiones.

Pese a la dificultad, pienso que no uno no se de instalar de forma permanente ni en la posición de desvalimiento infantil, ni en la posición de descontento porque eso sería como refugiarse en la neurosis. El antídoto puede ser construir un posible arte de vivir; tarea nada fácil, pero se puede intentar.

La sabiduría de la vida aconseja no esperar toda satisfacción de una aspiración única. El éxito nunca es seguro.
(S. Freud. Malestar en la cultura. Trad. José L. Etcheverry. OC. tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu, 1990 p. 83).

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