MEMORADUM (I)

El uso de la memoria como un elemento que otorga mayor inteligencia, conciencia social, comprensión de los hechos o capacidad para relativizar daños, ha sido motivo de propaganda por varios dispositivos intelectuales, políticos y educativos. Los ríos de tinta que la alegórica filosofía de la historia de Walter. Benjamin ha arrastrado tras ella, o la necesidad de expiar –vaya a saber uno qué ansiedad o remordimiento– por parte de clases sociales resentidas con su pasado más reciente, presentan un abanico de las ventajas humanas (humanistas) de la memoria.

La memoria como un instrumento de piedad que, poseído por la mayoría, sería exportado a todo el globo, convertido finalmente en un planeta habitado por una piedad solidaria. Sí, sí, lo entiendo: la memoria como una nueva forma del precepto sé bueno, con una buena campaña de marketing detrás, a saber, que aquéllos con buenos sentimientos pero que gustan de jugar a la carta nietzscheana de estar más allá del bien y el mal tengan su ideología.

Si de memoria se trata, yo recuerdo otros usos:

  • Los bajorrelieves del antiguo oriente medio que llenaban las puertas de los palacios persas, asirios, babilónicos etcétera. y representan a cada imperio doblegando a sus enemigos en épicas batallas atemporales: Tú, imperio vecino que me visitas, ten presente lo que puede pasarte buscas pelea.
  • Los pequeños detalles de fechas, lugares, personas que intervienen en una mentira justificada con muchas explicaciones: Si al ofrecerlos de nuevo no los recuerdas con exactitud, descubrirán el engaño.
  • Las fichas públicas, colgadas en la sala de reunión de un mismo grupo de trabajadores, indicando los mejores del mes: los diez que han conseguido las mayores ventas, los tres que han recibido mayor nota en el test de satisfacción del cliente, etcétera. Recuerda que puedes hacerlo mejor, que no haces todo lo que se espera, que eres el último mono. Más aún, recuerda que los otros lo saben.

Además, entre mis ejercicios de memoria, yo sólo recuerdo anécdotas, como apuntar en un papel la cadena de causas que había de memorizar para montar una historia creíble que me librara de un castigo merecido, la mano al alza de mi madre cuando me ponía negligente –mi madre, ese gran relieve asirio– o el recuerdo automático de las últimas peleas familiares, cuando en una cena el primer invitado entraba por la puerta del mismo modo que en las anteriores. Además de estas formas de recuerdo, que memorice éstas y no otras habla también de cómo es la memoria.

También de lo repugnantes que podemos llegar a ser yo y mi vida (el burrito delante, para que no se espante).

Recordar a las víctimas porque el verdugo siempre está ahí, recordar a las víctimas porque es la manera de hacerles justicia. Sí, como quieras, pero cabe recordar que en el discurso de la memoria, tú también pasas a convertirte en víctima.

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