Descubro la delicia del chill-out, una especie de rumor musicalizado que al repetirse embota los sentidos. Suena vulgar y hasta tonadillero, con sus falsas complicaciones tramadas a partir de series de arreglos electrónicos encabalgados unos sobre otros. Desde el punto de vista musical el chill-out es abominable, pero su finalidad principal, que es suspender la acción de la memoria, resulta efectiva pues consigue que me olvide de casi todo. ¿Cómo lo hace? El chill-out produce un efecto licuante.
(Devenir líquido, como cuando se atraviesa el océano Atlántico durante varios días asomado a la nada, mecido por las olas, rodeado en todas partes por el agua, a todos los lados: la inmensidad del océano. Todo se hace agua. El pensamiento y la memoria se licúan y uno mismo se siente como un recipiente lleno de agua.)
Licuante. Placer licuante se titulaba una novela erótica de Luis Goytisolo: feliz hallazgo; no podía haber encontrado un adjetivo más exacto para definir el grado supremo de la experiencia erótica, cuando todo se hace líquido y asoman los jugos más íntimos del cuerpo junto al esperma, el sudor y la saliva.
Ya ves, el chill-out es mind eraser pero no consigue borrarlo todo. Suena el melotrón de Ulrich Schnauss y enseguida se hace voluptuoso, licuante, como cuando vas a toda velocidad en la motocicleta bajo la lluvia y el agua te cae a chorros por las comisuras del cuerpo.
(Anda ya, memoria, déjame en paz.)