DE DIGNITATIBUS

Así se titula el libro XII del Codex Iustinianus; y es que muchos de los conceptos que poseen cierto espíritu honorífico (ahí va otro con tintes jurídicos) en la vida privada al final resulta que se extraen del derecho (en este caso del derecho romano).

En De Dignitatibus, se advierte que la dignidad, lejos de ser aquello que alguien cree merecer por derecho natural, nos habla del lugar o del cargo público ocupado; así, la dignitas latina se refiere en un sentido bastante claro a determinada posición pública, un lugar meritorio concreto, lo que podría estar relacionado con la manera en que se ha llegado a ella. Situémonos en el momento histórico en que la guerra de las Galias acaba de finalizar y justo antes de que estalle el conflicto interno más grande que tendrá la República y que supondrá el final de Julio César, el momento en que éste escribe a Pompeyo que para él la dignidad ha sido siempre lo primero y más cara que la vida (BG 1,9,2).

Si nos dejamos llevar por la concepción que hoy en día se tiene sobre la dignidad elevaremos el comentario de César al de una cierta calidad humana, cuando en realidad lo que ese comentario señala es que el cargo se antepone a la propia vida y que sin honores la vida no tiene sentido, y que difícilmente se puede vivir cuando uno se ha visto privado de los méritos obtenidos a lo largo de su vida.

Quizá estemos gravemente afectados por la conocida sentencia del oráculo de Delfos y la interpretación dañina que se ha hecho de ésta durante siglos:

Gnôthi seautón (conócete a ti mismo).

Igual que a la dignidad, se han atribuido a este oráculo valores que no le corresponden, como si ambas sentencias tuvieran mucho en común y aludieran al conocimiento interior del sujeto. Así, no es de extrañar que uno deba agradecerle a Defradas su contribución en este ámbito y que nos recuerde que la sentencia del Oráculo no era más que un precepto de caución (de nuevo otra norma) junto a otros muchos, como por ejemplo meden agan (nada en exceso) con objeto de velar por el buen funcionamiento de Delfos como lugar de peregrinación.

¿Se imaginan que en los santuarios que hay repartidos por el mundo no hubiera alguien que aligerase las colas de fieles que transitan para ver al ídolo que se expone en ellos?

“Conócete a ti mismo”, es decir, sé consciente del lugar que ocupas en el mundo. No tanto que llegues a saber quien eres. “Conócete a ti mismo”, de manera que puedas preguntar al dios sin entretenerte en demasía.

La única dignidad, en el sentido a la que nos referimos hoy en día, la encuentro en Nietzsche. Nadie mejor que él para quitar todo misticismo al precepto délfico:

“¡Quiere ser tú mismo!”.— Los temperamentos activos y llenos de éxitos no obran según el axioma “conócete a ti mismo”, sino como si viesen dibujarse ante ellos el mandato: Quiere ser tú mismo y serás tú mismo”. El destino parece haberles dejado siempre la facultad de elección; mientras que los inactivos y los contemplativos reflexionan, para saber cómo han hecho para elegir una vez, el día en que entraron en el mundo. (Miscelánea de opiniones y sentencias, 366).

De manera que, mon cher ami, ¡permíteme decirte que tú, te has ganado a pulso ese privilegio!

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