El único contexto en que la palabra dignidad (y su misteriosa referencia) tiene sentido es en el momento de morir.
(¿Pero hay semejante momento?)
Se puede soñar o fantasear con la propia muerte y, de hecho, cuando uno es joven piensa siempre en la muerte como lo imposible o como anhelada ocasión heroica (lo que viene a ser lo mismo). Pero a medida que nos hacemos mayores, la imaginada forma de la muerte propia se va haciendo cada vez más modesta y, al final, se limita a la dignidad del héroe. A menudo, la sola entereza, el morir con resignación y sobre todo sin miedo; cuando menos aún, uno concibe la propia dignidad como la última frase.
Quién pudiera despedirse como Descartes, hablándole serenamente a su propia alma:
Ça mon âme, il faut partir.
Quiero para mí ese privilegio; pero no tendrás tanta suerte, no.