CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR

A menudo la coincidencia de muchos individuos en un mismo gusto, disminuye notablemente el placer. No sólo porque diluya la sensación de haber descubierto el objeto de deleite, ya sea este un lugar, una actividad, un pasatiempo, etcétera, sino porque nos vemos obligados a disfrutar en medio de un montón de gente. Muchas veces la popularidad de ciertos lugares como la playa, por ejemplo, acaba obligándonos a renunciar por el simple hecho de que ya no cabemos.

Ante estas situaciones, es frecuente sucumbir a la fantasía, a modo de consuelo posiblemente, de otras épocas en que uno podía ir a la playa a solas, e instalarse donde quisiera a escuchar el ruido del mar y a sentir la brisa en la cara. Aquella época, a principios de siglo, en que ya unos pocos individuos habían descubierto las ventajas de esa nueva costumbre y compartían, a una distancia aún razonable, el mismo inédito placer.

Sin embargo, no es menos frecuente que la literatura nos brinde el testimonio de una realidad bastante alejada de lo que nuestra imaginación supone. He aquí un pasaje de “Mario y el mago” de Thomas Mann, donde describe la playa de su época:

“Por todas partes, niños, en traje de baño, que chillan, parlotean y se pelean bajo un ardiente sol que les quema los pelos de la nuca, y sobre un esplendoroso mar azul se balancean unos botes de chillones colores, manejados por otros chiquillos, en tanto las madres, intranquilas, los buscan con inquieta mirada y llenan el aire con sus tonantes nombres. Mientras, entre los cuerpos de las personas tendidas en la arena, transitan los vendedores de ostras, de flores, de corales y de cornetti al burro, voceando su mercancía con el timbre lleno y franco del sur.

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