Elogio de la contingencia: Entrevista a Hans Weiser

 
Julie Alleyway

 


 

Nacido en 1941 en una pequeña ciudad de provincias, Wertach, a medio camino entre Munich y Constanza, Hans Weiser es uno de los pensadores contemporáneos más original y versátil de los últimos años. Su recorrido intelectual parece impulsado por una insaciable curiosidad que se remonta a su infancia y se agudiza irreversiblemente en su adolescencia, cuando viajaba varias veces a la semana a Munich para husmear en las librerías y las bibliotecas de la gran ciudad alemana, según cuenta la leyenda. Y sin embargo, la infancia es un periodo de su vida del que se resiste a hablar. En cambio, sí nos ha dejado testimonio de su  periodo de estudiante universitario en París, donde realizó estudios bajo la tutela de Lévi-Strauss, y de su estancia en Flandes, donde se recluyó durante unos años algo decepcionado de la academia, a la que ha calificado de “sepultura del intelecto”, antes de su regreso a Berlín en 1989, tras la unificación de Alemania. Su obra se compone de varios ensayos, entre los cuales Ungebrauchte Augenblicke (Ocasiones perdidas), Kraft und Moral (Fuerza y moral), Und wenn es dort draußen niemand gibt (Y si nadie nos ve) y su autobiografía, Jetzt verde ich von mir sprechen 1(Ahora hablaré de mí). Hans Weiser nos recibe en un pequeño hotel de la capital francesa, situado en la rue de Valence, escondido en un rincón de la cafetería, como si confiara en que, con un poco de suerte, no lo encontremos. Quién sabe en qué mundo hubiéramos desembocado si, en lugar de dar con él, no lo hubiéramos encontrado: sin duda se trata de otra “ocasión perdida” para Weiser y para nosotros, puesto que dimos con él y tuvimos ocasión de entrevistarle.   

Pregunta: En su primer libro, Ungebrauchte Augenblicke, usted analizó algunas posibilidades que la historia no ha realizado nunca a causa de algún acontecimiento azaroso que las truncó. Pero no queda claro si usted se fija en esas posibilidades porque entiende que su realización hubiera contribuido a que el mundo de hoy fuera mejor de lo que es o, por el contrario, bastante peor. O acaso, como ha advertido uno de sus críticos más atentos, Werner Zuideborg, se trate tan sólo de un ejercicio crítico donde imaginar contextos distintos para relativizar el carácter necesario de la historia…
        
Respuesta: La moral no tiene nada que ver. "Mejor" y "peor" no tienen nada que ver. Werner trabaja para su propio interés.

"Mejor" y "peor" sólo complican las cosas. Hay demasiados varemos con los que medir un tipo de sociedad o una civilización. ¿Es el grado de confort inversamente proporcional a la satisfacción? ¿La angustia y la paz progresan en paralelo? ¿La simplicidad que vuelve más vulnerable a un pueblo ante las desorganizaciones que provoca la historia le proporciona una visión más manejable y útil del mundo? Ese tipo de cuestiones son las que ya no tengo tiempo de abordar. He tenido una carrera muy larga, pero quizás debí empezar por aquí.

Mi ámbito de trabajo decididamente no es la moral. Con mi exploración sólo trato de pensar de forma más compleja la humanidad como especie, no sólo lo que es, sino lo que pudo ser, ofrecer otros puntos de definición negativa al resto de posibilidades que sí se han realizado. Y al mismo tiempo trato de arrojar luz sobre la contingencia de lo que confundimos con la historia. La historia es un producto tan intersubjetivo que resulta radicalmente impredecible y si uno es justo termina por justificar cualquier atrocidad en el sentido de que ha contribuido a su presencia aquí, entre los vivos. No hay desgracia lo bastante grande para redimirnos de la inexistencia.

Los cambios significativos, ya sean considerados como avances o retrocesos por los que se ocupan de eso, no pueden preverse. Metes una cosa por el colador y el resultado es completamente inesperado. Piense si no en los pobres románticos dicen "el camino que conduce al intelecto ha de abrirlo el corazón" (Schiller) o "sólo los poetas que no se alejan por completo de la esfera nacional viven en la boca y en el corazón de su nación" (Schlegel) o "La mitología es una creación esencial de la fantasía y debe estar fundamentada en la verdad" (el otro Schlegel) o "el pensamiento y la creación poética son una misma cosa" (Novalis), jugando a no ser Kant y terminan alentando toda esa cutrez [geizig] totalitaria. De la historia no se puede aprender nada, la historia solo sirve para que nazca gente.

P: En esa misma obra usted analiza asimismo estructuras sociales y morales inexploradas, por ejemplo la posibilidad de que el hombre nunca se hubiera concebido a sí mismo como un animal distinto a otros animales: también en este caso, el valor de lo que emerge de la exploración de esta posibilidad en su obra es ambiguo. Usted no es un ecologista al uso, ni un defensor de los derechos de los animales… ¿qué nos enseña, entonces, la exploración esa posibilidad?

R: Me remito a mi respuesta anterior. Me alegra que haya señalado un ejemplo cómico. Sólo puedo respetar al defensor de los derechos de los animales que sobreviviese a un encuentro para debatir sobre deberes con un homólogo caimán.

P: ¿El hecho de que la fuerza preceda a la moral, tal y como usted manifiesta en Kraft und Moral, es otra manera de desmantelar el concepto humanista del hombre?
        
R: No antepongo jerárquicamente el empleo de la fuerza a la moral, sino cronológicamente. Sólo se puede ser moral cuando ya se ha sido fuerte, como sólo se puede roturar una tierra que haya sido previamente desbrozada. Mi libro trata de comprender esos millones de años que median entre el oscuro génesis de la especie y los primeros asentamientos neolíticos que terminan con la vida de la horda.

Aprendimos de los lobos, nos convencimos de que podíamos sobrevivir, dominamos a otros animales y fuimos extendiendo nuestro poder y nuestra presencia en el planeta en una especie de conspiración humana desde cuya perspectiva las generaciones sólo pueden calificarse de heroicas.

La moral es una excrecencia de esta situación de fuerza, espuma espiritual, lujo, y debe quedarse en un segundo plano cuando se trata de supervivencia. Cuando las cosas se ponen serias y no abundan los recursos las sociedades se gobiernan por leyes y ritos estrictos. Un sistema jurídico por rudimentario que sea es un espacio perdido para la deliberación moral.

Creo que esto es así en el drama particular de cada individuo. Sólo sale a cuenta ser moral cuando uno ya se ha hecho con una posición.     

P: En esa misma obra usted afirma que la moralidad es un dispositivo conservador que en caso de triunfar destruiría la vida humana sobre el planeta. Pero tampoco está claro si usted juzga como una tragedia o como una bendición tal posibilidad. Por otra parte, muchos lectores se preguntan porque esa posibilidad, la de la desaparición de los hombres, no figuraba entre las posibilidades exploradas en su Ungebrauchte Augenblicke, si bien está insinuada. ¿Se trata acaso de que el hombre desaparecería en el sentido de que ya no se entendería a sí mismo como criatura distinta a las demás? ¿Es la moral la que nos hace pensarnos como seres distintos y la supresión de esa diferencia una liberación de la moral y de la humanidad?

R: Bueno. Lo que quiero decir bajo esa fórmula un tanto tremenda que ha hecho fortuna por las razones equivocadas es que los valores éticos funcionan siempre que no los llevemos a las últimas consecuencias, en el bien entendido de que no hay que tomárselos demasiado en serio. De que hay fuerzas en tensión, oposiciones y excepciones que deben ser admitidas. Sin ir más lejos el respeto a la vida animal en sentido estricto es incompatible con respirar. También sospecho que la extensión universal de la solidaridad colapsaría las estructuras económicas que sostienen nuestro bienestar. El fundamentalismo de los valores morales (tolerancia, ecologismo...) es un fenómeno peligroso y asistimos tan sólo a la primera etapa pero avanza en competición con su rival y modelo religioso.

Otra forma de verlo es que muchas de nuestras actuales "inquietudes morales" son el resultado de haber solucionado en lo esencial los más acuciantes. La mayoría de nosotros no comprende, sencillamente no comprende, lo que significa vivir en el lado Occidental del mundo durante la segunda mitad del siglo XX, no comprende lo cerca que está de ser una especie de Dios olímpico. Si las complejas y denostadas maquinarias estatales se hundieran... Bueno, creo que la idea de Martin Towsond de adiestrar al 5% de la humanidad en los rudimentos básicos de la civilización para tener una reserva en casos de necesidad es algo más que una broma.

Sobre su ingeniosa pregunta le diré que no incluí esa posibilidad por dos razones. En primer lugar porque un escenario sin seres humanos conscientes es el estado natural de lo inerte en el mismo sentido que la vida no es más que una función de lo inerte: el supuesto de un universo sin una forma de existencia consciente donde, por así decirlo, el resto de las cosas se reflejan es casi la definición exacta del universo tal y como lo conocemos. La única excepción es una bolita rocosa protegida por una fina lámina de atmósfera que orbita sin dejar huella en una parcela imperceptible de toda esa extensión.

Pero para responder por una vez en términos de "mejor" y "peor": el espectáculo de la ceguera cósmica, de su despliegue inútil, de su derroche demente, sin una conciencia que de cuenta de tal espectáculo todavía me parece más ciego y más inútil.         

P: Usted considera que la llamada muerte de Dios puede servir para entender el hecho de que, a falta de la idea de alguien que nos vigila constantemente, nos exhibamos en cualquier contexto y oportunidad, que buena parte de la experiencia contemporánea consiste en la exhibición de la propia vida. ¿Pero no cree más bien que se trata de qué ahora, por fin, podemos ocultarnos? Es decir: en un contexto en el que hay un ser omnipresente carece de sentido tanto exhibirse como ocultarse. Pero en un contexto donde nadie vigila, donde nadie nos ve, el exhibirse no es más que una forma de, por fin, gozar de lo que puede ocultarse, es decir, mostrar sólo una parte. ¿No puede ser que la exhibición sea precisamente un indicio de la existencia de un espacio perfectamente privado, oculto, secreto?

R: Nunca me refiero a la muerte de Dios sino al debilitamiento de la "fe firme". Dios sigue rigiendo como principio operativo las conductas y los esquemas mentales de millones de personas que no pueden afrontar la perspectiva de la nada pero que tampoco pueden creer en lo que necesitan creer. Como recordará sostengo que en primer lugar y ante todo tal debilitamiento es el punto de apoyo del repunte del fundamentalismo que se siente amenazado no tanto por el espíritu laico como por su propias vacilaciones internas en cuanto sujetos alienados. Están dispuestos a cualquier cosa antes de que se les note el resquebrajamiento contra el que no pueden hacer nada. Si no fueran unos dementes casi resultarían tiernos, y desde luego me parecen dignos de lástima.

Para el grueso de la población yo diría que incluso durante los siglos en que esa fe fue más firme también existía cierta oscilación. Se entra y se sale de la creencia como de los sueños. Sólo que ahora nos inclinamos más a no creer que a creer. El contexto es el mismo pero la polaridad se ha invertido. Suponiendo que el individuo tiene cierta necesidad de distinguirse y orienta su vida a ser reconocido, hace cien años todavía resultaba estimulante apostar por un Dios amanuense entregado al registro del movimiento más leve del pensamiento. A medida que el debilitamiento de la "fe firme" progresa la gente va sacando más parte del gajo al exterior, plenamente convencida de que será aceptada porque fijan su "valor" en su "irrelevancia ejemplar". De que resultará interesante porque lo que muestra es completamente ordinario.

"Ahora voy a hablar de mí" sustituye a "Dios lo sabrá todo de mí" como lema de la resistencia mundial a pensar. La exhibición banal sustituye a la no menos banal actuación ante Dios. Entre el tipo que se filma y emite por internet y el padre de familia que se arrodilla y reza las diferencias sólo afectan a la corteza exterior. En ese sentido la red es un sustituto admirable de la confesión narcisista. Tener una zona de vida secreta y oculta en este, como usted dice "contexto", es simplemente una declaración de impotencia o de falta de medios. Además de una grosería propia de intelectuales y remilgados.
        
P: ¿Por qué no se habla de la infancia en la primera parte de sus memorias?

Eso es lo que se espera de un escritor, ¿cierto? No importa cuanto tarde pero siempre termina interponiendo el relato de su infancia. Si lo he evitado es porque todavía no puedo contestar a por qué es un tema tan recurrente. Por supuesto, todo ese asunto del paraíso perdido y de la fragua de la vida futura es de lo más insatisfactorio. Me inclino a pensar que la infancia y la ficción convergen en presentar una alternativa a la vida madura y responsable. Toda esa indefensión y dependencia infantil resulta sugestiva, se trata de una irresponsabilidad cuya recreación está al alcance de todos y cada uno de nosotros. Pero ya hay que soportar bastantes sujeciones como para añadir la de la edad. Por desgracia, todavía tengo tiempo para ceder.

 

 

 
 

De Wertach