Sí, fue exacta tu poética descripción:
los hombres huecos, la tierra baldía, miércoles
de ceniza… Y cuando en agosto se produce esa cíclica estampida vacacional, las diversas mascaradas
que renueva el tiempo producen en mi la desoladora certeza del vértigo:
no hay sistema, ni infra- ni supraestructura… No
hay cárcel social… -acaso la hay, sí… pero
nada encierra ya este lúgubre desierto urbano… En nosotros está la
causa, el olvido, y su consecuencia, el olvido; la culpa del hastío,
catedralicio hastío…
Sí,
bien, mezcla adúltera de
todo… pero ese profundo e incurable hastío,
la miserable soledad del yo que se disuelve en interminables
pesadillas –a su vez precipitadas en otro sinfín
de macilentas agonías… nunca
habrá estación término; este horror
vacui que para ser colma cada cuerpo de
tristeza, teje y desteje la fibra humana – ínfima
calidad del motivo, confieso…
Mas, Dios tiene
rostro... Qué serenidad mientras no cesamos de desmoronarnos. Porque
Dios –cruelmente, quizás , si nosotros no podemos
sino ser cobardes…- tolera ausente nuestra caída
en el sin-fondo. Está ahí, accesible e inmóvil
para quien opta en este terremoto con epicentro inter
nos por la fuga sin fin
(fuga
sin
fin)
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