Una lectura interesada

 
  Antonio Gutiérrez Vara

 


 

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En los textos "Por qué representar", "El impulso poético" y "El personaje Jaime Gil de Biedma", todos ellos publicados con anterioridad, quedaba expuesto, a propósito de distintos autores, un modelo compuesto por dos niveles: uno primero, dado al hombre, independiente a su intervención, que se muestra sin límite alguno, vasto y sin partición, confuso y doliente; y uno segundo, formulado e impuesto por el hombre sobre el primero, limitado, ordenado y, al contrario del primero, soportable. El hombre se considera - sólo en la medida que actúa construyendo un mundo particularmente humano, impostado, donde poder habitar - demiúrgico, es decir, creador de cosmos, de límite, de orden.

En el presente texto, se recurre al Barroco - o al menos a la caracterización de alguna de sus manifestaciones - como ejemplo de expresión del nivel primero; destacando su carácter amorfo, en oposición a la forma del nivel segundo, dotadora de orden, impuesta por el hombre. La definición ensayada para el nivel primero coincide, por su falta de limitación, con la forma barroca. Por otra parte, se recurre a la expresión renacentista para caracterizar el nivel segundo; destacando la determinación de la forma. El renacimiento caracteriza la representación del nivel de la intervención humana, la expresión de un estado formal, determinado y claramente concebido. La función de la forma renacentista es, aplicando nuestra lectura interesada, conseguir evitar lo propio de aquello que es dado al hombre; conseguir, pues, hacer soportable un existir que, primeramente - antes de ser formado, fingido - se muestra grave y agitado.
Dicho esto, en el siguiente apartado, presentamos de manera opuesta, siguiendo la teoría de Heinrich Wölfflin, las características del renacimiento - especialmente del italiano - y del barroco, para hacerlas corresponder con cada uno de los dos niveles que forman el modelo mencionado anteriormente.

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La Florencia de las primeras décadas del siglo XV fue testigo de la creación de un nuevo arte que, reaccionario contra la tradición gótica, encontró seguidores en el resto de Italia y Europa, y se extendió, siendo objeto de cambios, a lo largo del siglo XVI. Este nuevo movimiento, denominado posteriormente "Renacimiento" - volver a nacer o instaurar de nuevo - por su entusiasmo por el mundo antiguo, por buscar sus modelos, sus cánones de belleza, en la antigüedad clásica, encontró su mayor expresión en las artes plásticas.

La primera mitad del siglo XV, siglo en el que predomina el pensamiento acerca del hombre, avanza, no sin dificultades, hacia un mayor realismo en las formas, en un intento de representar la naturaleza tal como se muestra a los ojos. Se estudian las leyes de la perspectiva y la construcción del cuerpo humano. Cuenta con figuras como Brunelleschi, Masaccio, Donatello y Jan van Eyck. La segunda mitad del siglo XV experimenta nuevos efectos artísticos que rompen definitivamente con el arte de la Edad Media, mezcla la tradición gótica y las nuevas formas surgidas durante la primera mitad del siglo, y avanza el arte de la perspectiva y el tratamiento de la luz, en favor del realismo de la escena. Leon Battista Alberti, Lorenzo Ghiberti, Fran Angélico, Paolo Uccello, Andrea Mantegna, Piero della Francesca y  Sandro Botticelli son algunos de sus representantes más relevantes. En el Renacimiento del siglo XVI, en el que el pensamiento abarca el hombre y la naturaleza, los artistas, dominadores de las técnicas, realizan excelentes obras que dejan ver un especial sentido de la belleza. Cuenta con figuras como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Ticiano, Correggio o Giorgione, que fueron, entre otros, los maestros italianos surgidos durante este siglo.

El Renacimiento propuso una expresión precisa en sus formas. La expresión renacentista consigue, gracias a las separaciones claras, que el hombre, a través de la contemplación de la obra, satisfaga su necesidad de separarse del desasosiego en el que se encuentra inmerso y situarse en un mundo delimitado, ordenado, donde poder encontrar reposo. La expresión renacentista, pues, permite al espectador deshacerse de la carga que supone el contacto sin mediación alguna con lo real. El Renacimiento conduce al hombre al estado formal, delimitado, que corresponde al nivel segundo del modelo presentado en el primer apartado. Este nivel encuentra su representación en una forma exactamente definida, diferenciada y con límites precisos. La forma, por tanto, se impone como arreglo, compostura, de aquello previo ilimitado.

Así pues, el Renacimiento es un fenómeno activo. La expresión del renacimiento es una liberación de la situación violenta y caótica en la que se encuentra el hombre. En la limitación renacentista, en el orden armonioso, no se encuentra inquietud o agitación alguna. El mundo expresado por el Renacimiento, aunque aspirante al realismo, resulta ser un mundo habitable, resguardado.

El Renacimiento, llegada la segunda mitad del siglo XVI, inicia su decadencia. La expresión renacentista cae en un rígido formalismo, y tras el punto muerto del manierismo, donde la figura del autor se antepone al proyecto teórico clásico, llega, finalmente, el Barroco.

El Barroco es un estilo desarrollado principalmente en los siglos XVII y XVIII. Destacamos la pintura realista y sin complejos de Caravaggio, para quien la verdad, tal como la veía, aunque pudiera parecer fea e incluso horrible, debía ser representada; para quien la supuesta belleza ideal - una belleza no pocas veces engañosa y alejada de lo evidente - no era objeto de respeto. Caravaggio fue, pues, un artista que dejó arbitrariamente de lado toda idealidad que tuviera como fin imponerse a la realidad. Contrariamente a esta posición, encontramos en la línea de la impostura renacentista, al pintor barroco Carracci y a su seguidor Guido Reni, quien investigó formas más perfectas e ideales que la realidad. Ambos pretendieron, según criterios establecidos, una idealización, un embellecimiento de la naturaleza, una expresión encantadora, una visión de apacible reposo.

El Barroco, sin embargo, ofrece una expresión distinta a la renacentista, debido a que el efecto perseguido es contrario. La expresión barroca no junta partes separadas unas de otras para formar un cuerpo, sino que presenta una sola parte que deviene la totalidad del cuerpo. Si bien el Renacimiento tendía a dividir el todo en pequeñas partes, separándolas claramente, el Barroco, en cambio, tiende a la uniformidad, a la unión.

Renuncia, además, a la ordenación y disloca las formas con el fin de hacer dominar el caos. Busca el desconcierto y el consecuente abatimiento de lo determinado, de lo fingido necesariamente por el hombre.

El Barroco conduce al hombre al estado amorfo, confuso y patológico que corresponde al nivel primero. Este nivel encuentra su representación en una forma no diferenciada ni definida con exactitud, sin claridad ni precisión de sus perfiles o contornos, es decir, con unos límites desdibujados, con un comienzo vacilante y una conclusión imposible. La forma, por tanto, se presenta aparentemente sin haber sido objeto de composturas, es decir, sin arreglo alguno de aquello que es dado al hombre de manera descompuesta e ilimitada. El barroco no ofrece en ninguna parte terminación, sosiego o quietud del ser, sino que introduce la inquietud del devenir, la tensión de la inestabilidad.

Podría decirse que el Barroco es un fenómeno pasivo, porque recibe con paciencia y resignación la carga de lo real. No añade liberación alguna, sino que constata la sensación del acontecimiento súbito, lo real que acomete repentinamente contra el hombre. No pretende un estado de bienestar en el espectador, sino una acción momentánea que lo abandone en una incomodidad indefinible.
Si bien la expresión renacentista intenta, como se ha dicho, traer a la imaginación una plenitud del ser, una estabilidad, una permanencia e inmovilidad propia del nivel segundo - en definitiva, una suerte de fingimiento con apariencia de verdad -, la expresión barroca, por el contrario, da constancia del devenir, de la inestabilidad. De esta manera, ante la obra barroca, ante la forma alejada de la dimensión humana, el espectador se ve empujado al estado de hostilidad propio del nivel primero, es decir, anterior a toda determinación impuesta por el hombre.

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En resumen, el Barroco dirige su mirada al estado amorfo, al estado libre de la forma, del límite que pueda imponer el hombre, es decir, a un estado previo al estado formal, al estado resultante de la tendencia del hombre a la forma, al límite, al orden. No obstante, en tanto que creación humana y, por tanto, perteneciente a un estado formal, se sirve de una serie de recursos para que la forma misma parezca abolida. Se busca de manera intencionada la falta de conformidad o proporción. La expresión barroca, pues, en función de nuestra lectura interesada, representa una realidad primigenia e indeterminada, es decir, previa a la acción demiúrgica que, cometida por el hombre, da por efecto una impostura.

 


Barcelona, 24 de septiembre de 2006