Década de la oveja

 
Enrique Díaz Álvarez

 

 

 

Hizo, pues, Yavé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: -Esto sí que ya es hueso de mis huesos y carne de mi carne.
            Génesis 2:22

 

Una oveja, dos ovejas…

El 27 de febrero de 1997, la revista científica Nature publicó un artículo con un título seco y críptico: “Vástagos viables de células fetales y adultas de mamíferos.” A la mayoría de nosotros poco nos hubieran importado esas tres cuartillas, a no ser por el hecho de que dicha publicación contenía una frase como esta: “el cordero nacido tras una transferencia nuclear de una célula de la glándula mamaria es, que sepamos, el primer mamífero desarrollado a partir de una célula obtenida de un tejido adulto.” 1

Hoy ése “es, que sepamos…” resulta estremecedor, y es que sus autores - Ian Wilmut y sus colegas del Instituto Roslin de Escocia- sabían que esa oveja, idéntica a todas las que habíamos visto antes, era un hito monumental. El escándalo se produjo inmediatamente, los principales periódicos y revistas del mundo dedicaban sus portadas a un animal que, entre otras cosas, nunca ha destacado por su inteligencia. Esta oveja no había viajado al espacio, ni había rescatado a un niño de una avalancha. El mundo entero saludaba a Dolly, su sola presencia implicaba la posibilidad de clonar a un ser humano.

Frente a la pantalla, millones de telespectadores contemplábamos a este animal con nombre de artista, un ejemplar del tipo “Finn Dorset” nos repetían los presentadores de noticias,  como si el dato realmente nos importara. En mi inconsciente mórbido esperaba ver que a esa oveja escocesa se le ocurriera sonreír, atacar despiadadamente al camarógrafo o convulsionarse mientras nos amenazaba de muerte, pero no, la más igual de todas las ovejas no saciaría el morbo alimentado desde mi niñez por la ciencia ficción. Detrás del telón, sólo apareció una oveja.    

A diferencia del método de Bokanovsky, aplicado en la sala de fecundación que imaginó Aldous Huxley, la transferencia nuclear con que Dolly fue clonada parece tan sencilla que incluso puede sonar a receta: obtenga un óvulo de una primera oveja, elimínele su núcleo, sustitúyalo por el núcleo de una célula mamaria de una segunda oveja adulta e implántelo en una tercera oveja que servirá como madre de alquiler para llevar a fin el embarazo.

El terror a lo idéntico

Aun cuando la clonación se produce abundantemente en muchas especies asexuadas de la naturaleza como los protozoos, las algas, las plantas e incluso en algunos gusanos, entre mamíferos, los gemelos idénticos -clones naturales- se dan esporádicamente. Eso explica que nunca pasen desapercibidos y los trillizos sean ya una noticia sensacionalista. Entre humanos lo idéntico inquieta y produce sospecha.

La fascinación, el miedo y la consecuente incertidumbre de vernos algún día reflejados idénticamente, ha sido una constante en el inconsciente colectivo universal. La duplicación humana es una idea que nos ha seducido y conmovido a lo largo de la historia. Prueba de ello es la reacción y temor originario ante la fotografía y el invento de los hermanos Lumière. Ejemplos de esta perturbación están patentes en la historia de la literatura y el cine; mitos como Narciso, obras como La comedia de las equivocaciones de Shakespeare o Anfitrión de Plauto, novelas como El hombre duplicado de José Saramago y películas como La doble vida de Verónica de Kieslowsky, se regodean ante esta hipotética posibilidad de encontrarnos un día con nuestro sosias.

La mitología y la ciencia ficción han sido una respuesta para canalizar el delirio que implicaría desdoblarnos y enfrentarnos, algún día, a nuestra réplica exacta. A partir de Dolly, la duplicación tomó un realismo insoportable: ¿puede haber otro yo? o lo que es peor ¿de haberlo, yo seguiría siendo un yo, o el mismo concepto yo niega toda posibilidad de duplicación? Es decir: ¿puede existir otro uno mismo? Es claro que el simple hecho de plantear la clonación humana interfiere con uno de los dilemasmás profundamente arraigados en nuestra conciencia individual y colectiva: la identidad

Hay que dejarlo claro, nunca habrá otro uno mismo porque somos gen y entorno, mapa y sorpresa, infranqueable interacción. Cuando nazca el primer hijo clónico -supongo que inevitable, por más polémico que sea- el mito del determinismo genético será por fin desterrado, y se hará, aún más patente, lo condicionados que estamos por nuestro entorno y su chispa de azar.2 Como todo mapa, el genético resulta insuficiente, impreciso, ingenuo. Y es que somos también lo que la naturaleza desdeña y omite. Al parecer, no nos ha bastado el hecho de ver que dos gemelos siempre han desarrollado personalidades, preferencias, y habilidades distintas por más que sus padres se empeñen en vestirlos igual.

No habrá nunca un equipo de fútbol con once Maradonas delgados, no podremos recuperar a Audrey Hepburn, ni Mozart acabará su sinfonía inconclusa, y es que, aunque llegue el día en que podamos clonar a un ser humano, este será distinto -es decir, otro- por más idéntico que sea genéticamente al original. Nosotros, ya lo sentenció Ortega y Gasset, también somos nuestras circunstancias.  Mezcla de ADN y desilusiones, de esperma y tragedia, de sangre y nuevas oportunidades. Hablamos en primera persona porque nadie puede ocupar nuestro espacio al mismo tiempo, son esas coordenadas las que imposibilitan hablar de otro sí mismo.

Han pasado cuatro años desde que Dolly fue sacrificada y embalsamada en el Museo Real de Escocia, en Edimburgo. Paulatinamente se ha ido superando la condena impulsiva que acompañó a su nacimiento. Hoy en día gobiernos como el Reino Unido han aceptado la clonación de embriones humanos con fines terapéuticos, y filósofos como Hans Jonas ya abogan por el derecho del futuro clon a tener -como todo individuo- la incertidumbre con respecto a su futuro y a no saberse copia de otro.3 Y es que todo clon, por más que etimológicamente signifique rama o brote de un previo u original, sería un individuo nuevo, único e irrepetible por más duplicable que sea.

Nuestro poder creativo nos ha asustado siempre. El estereotipo del científico incluye, además del pelo despeinado y el poco gusto para vestir, un cierto desquiciamiento que perturba: atrás de un Dr. Jekyll siempre existe un Mr. Hyde. Más que escandalizarse ante los frenéticos avances de la biología molecular, habría que tratar de poner la ética a su altura. Es esa brecha la que siembra el pánico. Simplemente pensemos que en 1978 también hubo un estremecimiento similar de la opinión pública mundial con el nacimiento en Inglaterra del primer bebé in vitro. En este sentido, ¿qué no es nuestra cultura -la mayoría de las veces en relación inversamente proporcional con lo natural en sentido estricto- lo que nos aleja de la animalidad y nos da nuestro carácter verdaderamente humano? Habría que preguntarse si el crear un gemelo vertical es más antinatural que los submarinos nucleares, el Camp nou, una lata de atún, o el Número 5 de Jackson Pollock.

Es evidente que, mientras los riesgos de intentar la clonación de seres humanos sigan resultando inadmisibles, debemos prever todos los escenarios, deseos y posibles abusos de algún ginecólogo disparatado, por más irreales o absurdos que nos parezcan: desde la maquiavélica idea de tener un gemelo de repuesto para transplantes -Kant se retorcería al siquiera imaginar a un humano creado explícitamente como medio-, hasta la posibilidad de que, en determinadas circunstancias, podría ser parte del derecho de alguna pareja el poder encargar un hijo clon después de haber fracasado con todos los demás medios y técnicas de fertilización disponibles.

Habría que ampliar el debate sin miedos. Imaginar, desmitificar, sin olvidar que la posibilidad de clonar un ser humano afecta a filósofos, juristas, médicos, ministros de culto, científicos, políticos, pero también -y esto no puede ser pasado por alto- al taxista que sueña con resucitar a su hijo. Sospecho que la literatura nos puede iluminar y darnos -otra vez más- algunas respuestas útiles por adelantado. En un ejercicio rortiano abogaría por reivindicar la enseñanza moral de la ficción. Por mi parte, secundo a Huxley, creo en la ciencia, me interesa la verdad, pero no podemos sucumbir acríticamente a la embriaguez de sus éxitos. Después de todo, es la vulnerabilidad, los ciclos y la espontaneidad lo que hacen del nuestro un mundo impredecible, raro, y también feliz.

 

NOTAS

1 Ian Wilmut et al “Vástagos viables de células fetales y adultas de mamíferos” en Clones y clones, p.34.

2 Véase el documento “Ciencia y aplicación de la clonación” de la National Bioethics Advisory Commision (NBAC), en Clones y clones, compilación de Martha Nussbaum y Cass R Sunstein, p. 48

3 Véase Hans Jonas, Técnica, medicina y ética, Cap. VIII sección 6. pp. 119-129.

Bibliografía

Jonas Hans. Técnica, medicina y ética. Barcelona: Paidós, 1997.

Nussbaum Martha y Cass R Sunstein (Comp)., Clones y Clones. Hechos y fantasías sobre la clonación humana. Madrid: Cátedra, 2000.

 

 

 

Dolly