Por Álvaro Rodríguez Carballeira.
Desde los comienzos de las relaciones humanas, y antes ya en el reino animal, imperó la ley del más fuerte. El paulatino desarrollo de la civilización, con momentos tan significativos como la creación de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tras haber experimentado los efectos de las dos guerras mundiales, viene marcando un progreso importante en el mayor respeto hacia el otro, por el hecho de compartir lo esencial, la naturaleza humana.
Sin embargo, esta evolución general en sentido positivo está llena de vaivenes, y en las últimas décadas hemos continuado siendo testigos de conflictos bélicos, invasiones de países, intentos de genocidio o torturas como las de Guantánamo o Abu Ghraib. Además, la profunda crisis económica actual está empobreciendo y poniendo contra las cuerdas a amplios sectores de la población. El sueño del fin de la violencia parece estar todavía lejano.
Por otro lado, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que tanto han contribuido a la actual globalización, han facilitado también una mayor percepción de proximidad y similitud entre los humanos. En paralelo ha crecido la conciencia ecológica de que la vida en nuestra aldea planetaria, y el conjunto de seres que la habitamos, merece un cuidado y un respeto, porque es deteriorable y destructible por la acción humana agresiva.
Es cierto que, aún siendo un pequeño planeta, tenemos grandes diferencias socioculturales y de desarrollo económico entre los distintos pueblos que lo conformamos. Pero en lo que se refiere al respeto por la dignidad humana, el progreso general ha sido significativo y se puede afirmar coloquialmente que cualquier tiempo pasado fue peor.
Con todo lo que falta por hacer, hasta conseguir la plena igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, nunca antes habíamos estado tan cerca de conseguirla. Como nunca antes habíamos mostrado tanta consideración, cariño y cuidado por la infancia. Viéndolo así desde una perspectiva global, nunca antes las relaciones humanas habían sido menos agresivas. Estas reconfortantes constataciones ponen el acento en el camino, en el itinerario que globalmente venimos recorriendo y lo califican positivamente.
Si miramos de nuevo a la realidad cotidiana, más allá de las grandes cifras, nos preocupan, nos conmueven y nos seguirán concerniendo inevitablemente las mil y una formas de agresión y violencia con las que hemos de convivir en nuestro día a día. Es cierto que de la mayoría de ellas nos enteramos por los mass media, pero nuestra cotidianeidad no está exenta de violencia.
La tendencia general de las últimas décadas marca un descenso de la violencia física en el entorno más cercano (en el seno de la familia, entre escolares, en el trabajo…). Parte de esa violencia física no ejercida, debido a la paulatina transformación de las pautas educativas y de relación, es muy probable que se esté canalizando de forma más sutil a través del que denominamos abuso o violencia psicológica. Estos tipos de violencia como la humillación, el desprecio, la amenaza, el aislamiento o el control de la vida personal, ya sea en un entorno de pareja, laboral, escolar o grupal, constituyen una forma de dominación sobre el otro que ataca núcleos fundamentales de la persona como la propia dignidad, identidad y autoestima.
Por eso en los últimos tiempos la violencia psicológica ha merecido una mayor consideración y relevancia social, iniciándose así el estudio de la misma y constatando también su relevancia científica, sobre todo para las disciplinas interesadas en el comportamiento humano y social.
La evolución de acontecimientos que acabamos de exponer nos lleva a preguntarnos si este siglo XXI será de verdad el del reconocimiento de la dignidad humana en su plenitud. Estamos en esa ruta y para contribuir a conseguirlo, nuestro grupo de investigación va a seguir investigando a fondo todo lo relativo a la violencia, y más en concreto en nuestro caso, la que tiene un carácter psicológico, por ser la gran olvidada de la investigación hasta tiempos muy recientes. Y por ser también la que va a ofrecer una medida más fina del verdadero respeto por la dignidad humana.