Scripta Vetera EDICIÓN ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
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EL INGENIERO MILITAR FÉLIX DE AZARA Y LA FRONTERA AMERICANA COMO RETO PARA LA CIENCIA ESPAÑOLA
Horacio
Capel
Universidad de Barcelona
Publicado originalmente como CAPEL, Horacio. El ingeniero militar Félix de Azara y la frontera americana como reto para la ciencia española. In Tras las huellas de Félix de Azara (1742-1821). Jornadas sobre la vida y la obra del naturalista español Don Félix de Azara (Madrid: Fundación Biodiversidad, 19-22 de octubre de 2005). Huesca: Diputación de Huesca, 2005, p. 83-132 [ISBN: 84-35005-72-7].
La obra de Félix de Azara es una prueba eminente de la importancia de América para la ciencia española. Al mismo tiempo permite comprobar la buena preparación intelectual y la capacidad de adaptación de un miembro destacado del Cuerpo de Ingenieros Militares. Tras una carrera dedicada a tareas de ingeniería militar, los azares profesionales le condujeron a América meridional, donde se convirtió en geógrafo y naturalista, y fue capaz de realizar, durante los veinte años que permaneció allí, una labor científica de gran valor, comparable en muchos aspectos a la de Alejandro de Humboldt en otras regiones americanas. Para la ciencia europea el descubrimiento americano planteó, como es sabido, retos totalmente inesperados, desde la misma existencia de un nuevo continente, hasta el poblamiento humano y de especies animales y vegetales, todo lo cual fue inicialmente debatido en el contexto de una visión providencialista que dominó hasta el siglo XVIII. En la segunda mitad del Setecientos eran todavía muchas las preguntas que la ciencia europea se hacía y para las que el continente americano seguía siendo esencial. En este trabajo haremos alusión a algunas de las que se refieren a la geografía y a la historia natural, y examinaremos la actitud científica de Azara y sus posibles contribuciones a una línea de reflexión que conduciría a lo que Humboldt llamó la Física del Globo. Teniendo en cuenta el objetivo de estas Jornadas organizadas por la Fundación Biodiversidad, parece oportuno centrar la atención en los aspectos del pensamiento de Azara referentes a geografía física y las concepciones ecológicas, en el camino que conduce al darwinismo, y en el debate de algunas cuestiones de gran relevancia para el pensamiento ilustrado.
Los retos de América al pensamiento europeo
No cabe duda de que el descubrimiento y la colonización del Nuevo continente americano constituyeron todo un reto para la Monarquía Hispana, brillantemente resuelto, y que a través de América España hizo aportaciones decisivas a la ciencia y la cultura mundial.
Desde el mismo comienzo del Descubrimiento dichos retos, y las respuestas que en España se dieron, contribuyeron de forma muy importante a configurar el espíritu de la modernidad europea. Para la ciencia, la irrupción de América planteó, como es sabido, cuestiones totalmente inesperadas: las características del nuevo continente y las dimensiones reales del globo terrestre, el origen del hombre americano y las especies animales y vegetales, la habitabilidad de la zona tórrida, la mejora de los instrumentos de marear para asegurar la navegación en los océanos, la extensión del diluvio, la antigüedad de las civilizaciones azteca e inca y otros muchos. La cartografía y el conocimiento del territorio eran indispensables para el dominio y explotación de los recursos. En la frontera americana durante todos los siglos de la edad moderna se suscitaron cuestiones de importancia crucial para la ciencia y la cultura europea. Con referencia a ello hoy nos hacemos nuevas preguntas, que son vivamente debatidas por los especialistas, como los conflictos entre las tradiciones científicas indígenas y europeas, por ejemplo en medicina, las condiciones para el éxito de las transferencias tecnológicas y la forma como afectan la estructura de la producción, la financiación o las formas de propiedad a la difusión de las ideas, o el funcionamiento de las comunidades de técnicos y científicos americanos durante la edad moderna, entre otras muchas a las que no podemos dedicar atención ahora[1].
En la segunda mitad del siglo XVIII eran todavía muchas las preguntas que la ciencia europea se hacía y para las que el continente americano seguía siendo esencial. Ante todo, preguntas que se refieren a la geografía del globo terrestre. El conocimiento de nuestro planeta había avanzado considerablemente desde la época de los Grandes Descubrimientos del siglo XVI, pero todavía quedaban amplias regiones no conocidas y muchos enigmas. Por ejemplo, era poco lo que se conocía de África, continente que solo en el XIX entró plenamente en la geografía y en la ciencia; y eran muchos los enigmas en mares alejados como el Pacífico, e incluso en otros próximos como el Atlántico, como muestran las dudas sobre la isla de San Borondón. En lo que se refiere a América, quedaban todavía por conocer con precisión las regiones situadas en los bordes australes (Alaska, explorada por los rusos desde Asia, y el norte del actual Canadá) y meridionales (Tierra de Fuego y Patagonia, en realidad solo bien exploradas y conocidas en el XIX). También eran poco conocidas las tierras interiores, de las que a veces se tenían noticias confusas, como ocurría por ejemplo, respecto a la Amazonia o al Pantanal.
No andaban errados los europeos que estimaban que la política de ocultación de noticias sobre América que había adoptado la Corona española era algo que había sido “impuesto por la debilidad, el temor y la necesidad”[2]. El mapa de Juan de la Cruz Cano, impreso en 1775 y recibido inicialmente con grandes alabanzas, fue luego cuidadosamente ocultado debido a las negociaciones con Portugal y a los problemas que planteaba en relación con los límites de Brasil. En 1808 Azara podía escribir que dicho mapa “ha sido desconocido por los sabios hasta hace poco”[3], lo que era cierto, ya que solo en 1802 el gobierno había autorizado su difusión, por motivos que tenían que ver otra vez con el trazado de los límites brasileños: los avances de los portugueses habían sido tan amplios que el mismo mapa que no servía tras el tratado de 1777, se convertía ahora en una prueba de sus usurpaciones[4].
Quedaban también amplias parcelas poco conocidas del mundo natural. El desarrollo de la química y de la metalurgia planteaba igualmente numerosos problemas. Y el conocimiento del medio vegetal y animal americano, así como el de sus poblaciones indígenas, suponía ahora nuevos retos en relación con los problemas que se planteaba la ciencia de la Ilustración. La obra de Félix de Azara hizo contribuciones muy significativas en varias de estas direcciones fundamentales.
El ingeniero militar Félix de Azara ante los retos americanos
Azara estuvo doblemente en la frontera. Se movió a la vez en la frontera europea del continente americano, y en la frontera del imperio español frente al portugués en América. La formación que había recibido le puso en condiciones de dar respuesta a las cuestiones que le habían llevado a esas tierras, y a plantear por sí mismo otras nuevas. Y eso a pesar de que su llegada a América no fue, al parecer, algo querido por él sino simplemente resultado de un azar diplomático. Vale la pena dedicar atención ahora a su formación profesional y a ese azar que le puso en las tierras americanas.
Félix de Azara había realizado de 1757 a 1761 estudios secundarios en la universidad de Huesca, donde vivía un tío suyo que era maestrescuela de la catedral; luego ingresó en el ejército (1764) y estudió en la Academia de Matemáticas de Barcelona, destinada a la formación de los ingenieros militares. Su expediente académico dice lo siguiente: “Aprovechamiento teórico, bueno; aprovechamiento práctico y dibujo, mediocremente”[5] En 1767 al acabar sus estudios se incorporó al Cuerpo de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas como ingeniero delineante y alférez. Hasta marzo de 1768 estuvo destinado en Barcelona, como experto en delinear, y en Figueras, asistiendo a las obras de construcción de la fortaleza de San Fernando. El mes de diciembre por enfermedad pasó al monasterio de San Cugat. Los datos de su hoja de servicios y los estudios existentes nos permiten conocer su actividad en el Principado de Cataluña y las actividades que desarrolló en otras regiones[6].En 1775 tomó parte de la expedición a Argel, donde cayó gravemente herido, y ascendió a ingeniero extraordinario. El 5 de febrero de 1776 fue nombrado ingeniero ordinario. Destinado a Gerona levantó el plano y perfil del curso del arroyo Galligans, firmado el 6 de mayo, y ese mismo año realizó también el plano perfil y elevación de un sector de la muralla de Gerona y de un torreón arruinado. Durante el año siguiente tuvo a su cargo las obras de recalzo de la muralla de la misma ciudad, siendo Capitán General de Cataluña el conde de Ricla; a fines de enero acabó también el plano del río Ter desde la presa de Bascanó hasta su unión con el río Oña, con las obras diseñadas para dirigir la corriente de forma que la ciudad de Gerona quedara libre de inundaciones[7]. En mayo de 1779 estando en Lérida cayó enfermo y fue sustituido por otro ingeniero; pasó a Amer para curarse de su enfermedad y residió allí hasta el 16 de noviembre. Durante 1780 estuvo en Lérida, y el 16 de septiembre fue destinado a Guipúzcoa junto con el ingeniero ayudante Narciso Codina.
Estando en San Sebastián trabajando en la reparación de las fortificaciones, a la edad de 35 años (o tal vez 39)[8], recibió una orden conminatoria, que le llevaría de forma totalmente inesperada a América, donde permanecería veinte años. Él mismo lo ha contado, y su testimonio personal ha sido citado en varias ocasiones.
Vale la pena reproducir sus palabras:
"Encontrándome en 1781 en San Sebastián, ciudad de Guipúzcoa, en calidad de teniente coronel de Ingenieros, recibí por la noche una orden del general para marchar inmediatamente a Lisboa y para presentarme a nuestro embajador. Dejé en la primera ciudad citada mis libros y mi equipaje y partí a la mañana siguiente al romper el día, habiendo tenido la suerte de llegar pronto y por tierra a mi destino. El embajador me dijo únicamente que iba a partir con el capitán de navío don José Varela y Ulloa y otros dos oficiales de Marina; que estábamos todos encargados de una comisión, que el virrey de Buenos Aires nos comunicaría en detalle, y que debíamos marchar inmediatamente a esta ciudad de la América meridional en un buque portugués, porque estábamos en guerra con Inglaterra. Nos embarcamos todos en seguida y llegamos felizmente a Río de Janeiro, que es el puerto principal de los portugueses en Brasil. Por un despacho que se abrió al pasar la Línea, supe que el rey me había nombrado capitán de fragata porque había juzgado conveniente que fuéramos todos oficiales de Marina"9].
El virrey, que era en aquel momento Juan José Vértiz y Salcedo, le comunicó que había sido nombrado miembro de la Comisión de Límites con Portugal en Brasil, y en calidad de tal se reunió con los comisionados portugueses en la provincia brasileña de Río Grande. Posteriormente se instaló en Paraguay durante unos trece años, residiendo principalmente en Asunción y realizando un gran número de viajes por tierras paraguayas[10].
En 1796 pasó a Buenos Aires, y se le dio el mando de la frontera sur del virreinato, en el territorio de los indios pampas, una región muy insegura, de la que habla el mismo Azara al referirse a esta nación de indios, y se le ordenó reconocer el país y hacer avanzar la frontera hacia la Patagonia. Tuvo luego otras comisiones en el Río de la Plata, y se le dio a continuación también el mando de toda la frontera Este del virreinato, es decir la que limita con Brasil[11]. Finalmente se le permitió volver a España en 1801, después de haber pasado veinte años en aquellas tierras. Fue, sin duda una vida dura, aceptada sin vacilaciones. El funcionario del Estado, militar o civil sabía que podía ser enviado a cualquier lugar por orden superior. Las normas eran muy estrictas y el gobierno tenía una máxima que el ministro Floridablanca expresó así: "si en España hubiere dado algún sujeto pruebas de aquellas cualidades en capitanías generales de provincias o gobiernos, se le transferirá, aunque lo rehúse, a los virreinatos y gobiernos de Indias".La lealtad, obediencia, y subordinación era total y llegaba incluso a las limitaciones en la vida privada. Los militares no podían casarse sin permiso superior, que generalmente no se concedía si la futura esposa no poseía una renta que le permitiera vivir en caso de muerte del marido[12].
Como otros oficiales, Azara no pudo casarse y formar una familia en la edad adecuada para ello. No obstante, como pregunta su primer biógrafo, “nacido en un clima cálido, lleno de fuerza, de vigor y de salud, en la edad en que la sangre circula hirviente por las venas, y criado en el campo, ¿podía tener el dominio de sí mismo y la voluntad de vencer este impulso que arrastra a un sexo hacia el otro?”. “No sin duda, responde” el mismo; y a continuación nos informa de que Azara “perfectamente instruido del carácter y de la manera de vivir de las mujeres de aquellas regiones, esquivaba cuanto podía a las indias cristianas y prefería a todas las demás las mulatas un poco claras”[13]. Una declaración que, por innecesaria, no deja de resultar sorprendente. En tierras americanas Azara, se enfrentó a lo desconocido con los sesgos de su formación inicial y de la experiencia que había ido adquiriendo. El ingeniero militar convertido en marino y encargado del levantamiento cartográfico y el establecimiento de los límites con Portugal en Brasil se dedicó con ahínco a su tarea. Una labor a veces peligrosa, ya que él mismo escribe, al hablar de la fiereza de los charrúas, que “cuando yo viajaba por este país para reconocerlo, estos indios atacaron con frecuencia a mis exploradores, que eran en número de cincuenta o ciento, y mataron a varios”[14]. Una buena parte de lo que realizó en el virreinato tiene que ver con la misión encomendada. Pero como era muy capaz y laborioso, y tenía tiempo, pudo dedicarse también a otras tareas. La obra de Félix de Azara representa una valiosa contribución a la geografía, a la etnografía, a la historia natural y al conocimiento general de las regiones del Paraguay y Río de la Plata, y ha recibido gran número de estudios en relación con esas diversas aportaciones[15]. Durante los veinte años que estuvo ocupado en comisiones oficiales tuvo que "hacer muchos y dilatados viajes", realizando también "voluntariamente otros con el objeto de adquirir mayores conocimientos de aquellos vastos países"[16]. Fueron estos viajes y su infatigable dedicación los que le permitieron realizar una vasta obra científica que asoció su nombre al de Humboldt[17]. Hablaremos primero de sus trabajos relacionados con la Expedición de Límites, que le llevaron a la geografía, y luego de sus contribuciones a la historia natural.
La actividad geográfica en relación con sus tareas como miembro de la Expedición de Límites
La obra de Félix de Azara es uno de los ejemplos más acabados de cartografía y descripción territorial realizados por un ingeniero militar. Como miembro de la Expedición de Límites realizó tareas geográficas, de reconocimiento territorial y levantamiento cartográfico, para lo que estaba bien capacitado por los estudios que había realizado en la Academia de Matemáticas de Barcelona. El Curso Matemático que se impartía en el centro barcelonés había sido elaborado a partir de 1739 por su director Pedro de Lucuce, y se basaba en el Compendio Matemático del oratoriano valenciano Vicente Tosca (1ª edición 1707-15, reimpresión 1721 y 1757), el cual a su vez se basaba en el Cursus seu Mundus Mathemáticus del jesuita francés Claude Milliet Deschales (1690). Ese curso se mantuvo sin cambios durante varias décadas, y todavía se impartía cuando él estudió. Era un curso dictado, y los apuntes eran tomados y conservados de forma manuscrita por los alumnos. Gracias a ello, conocemos bien el contenido general del mismo, que incluía estudios de aritmética, trigonometría y geometría práctica, fortificación, artillería, cosmografía, estática y arquitectura civil[18]. En lo que se refiere al tratado de cosmografía, conocemos, además, su contenido exacto a través de un manuscrito de 1776[19]. Es decir, como Azara estudió en los años anteriores a 1767, es evidente que fueron esos los conocimientos que obtuvo sobre Geografía en la Academia de Barcelona, y que incluían nociones matemáticas de la esfera celeste, la geografía, la hidrografía o náutica y la cronología.
Además de ello, en el último año de la Academia los alumnos avanzaban en el conocimiento de la cartografía y en el dibujo y lavado de mapas y planos. Conviene asimismo tener en cuenta que en 1768, cuando Azara acababa de ingresar en el cuerpo, se publicó la nueva Ordenanza de S. M. para el servicio del Cuerpo de Ingenieros en guarnición, y campaña, que daba instrucciones muy precisas sobre la forma en que debían levantarse los mapas y formar los planos, así como las descripciones territoriales que habían de acompañarlos[20]. Podemos, pues saber con exactitud lo que estudió, la concepción que tenía de la ciencia geográfica como ciencia matemática mixta y las normas que aprendió para la descripción de los terrenos que recorría. En todos estos aspectos Azara no hizo más que aplicar cuidadosamente las enseñanzas que como ingeniero militar había recibido.
A las tareas geográficas y cartográficas dedicó lo esencial de sus observaciones, preocupado siempre por fijar, ante todo, correctamente la posición de los lugares: "el principal objeto de mis viajes, tan largos como múltiples, era levantar la carta exacta de aquellas regiones, porque esta era mi profesión y tenía los instrumentos necesarios" afirma en la introducción de sus Viajes por la América meridional[21].
En los reconocimientos y levantamientos cartográficos que efectuó en el virreinato del Río de la Plata el ingeniero Félix de Azara realizó numerosas mediciones usando de un avanzado instrumental científico. "Nunca di un paso –escribe- sin llevar conmigo dos buenos instrumentos de reflexión de Halley y un horizonte artificial. En cualquier parte que me encontraba observaba la latitud, aun en medio del campo, todos los días al mediodía y todas las noches, por medio del Sol y de las estrellas. Tenía una brújula con pínulas, y con frecuencia verificaba la variación comparando su acimut con el que me daban mis cálculos y la observación del Sol"[22].
En el caso de Azara, su contacto forzoso con los marinos miembros de la Comisión de Límites le permitió, seguramente, mejorar su capacidad de observación astronómica, para lo que utilizó "instrumentos marítimos de reflexión, buscando el horizonte en una vasija de agua, que son preferibles a todos los instrumentos y modos de observar en tierra"[23].
La diferencia de longitud entre dos latitudes observadas la establecía fijando con la brújula el rumbo directo de un punto a otro, calculando después la desviación, lo que resultaba facilitado a veces por la llanura del terreno: "jamás omití –escribe- el demarcar los rumbos de mis derrotas y los de los puntos más notables laterales con una brújula, corrigiéndolos de la variación magnética que averiguaba con frecuencia cotejando su azimut con el que calculaba por el Sol"[24]. En los bosques hacía encender grandes hogueras, cuyo humo servía de señal, "y encontraba por este medio la verdadera posición de los lugares cuya latitud había observado previamente"[25]. Por otra parte, para que su carta fuese más exacta y para poder ajustar los meridianos al de París, realizó también observaciones en Montevideo, en Buenos Aires, en Corrientes, y en Asunción de la emersión e inmersión de los satélites de Júpiter, de eclipses de sol y de ocultaciones de estrellas por la Luna, con lo cual pudo establecer la red principal y situar respecto de ella las otras posiciones[26].
Con estos fundamentos, "sin usar jamás de la estima o del poco más o menos", como escribe en varias ocasiones[27], Azara hizo los mapas de sus viajes, situando en ellos todas las ciudades y pueblos, parroquias, principales elevaciones, desembocaduras de los ríos, tolderías, límites y puntos notables habitados e inhabitados, determinándolos con tanto cuidado que se atrevió a afirmar orgullosamente que "ninguno de ellos tiene error"[28]. Así pudo realizar una vasta y preciosa obra cartográfica que junto con la elaborada bajo sus órdenes por otros comisionados hizo avanzar notablemente el conocimiento de aquellos territorios[29].
Durante su estancia en América no se limitó a las tareas cartográficas que eran esenciales en su misión: “No he ceñido mis trabajos a la geografía”, escribe Azara después de enumerar sus trabajos cartográficos[30]. Y añade: “encontrándome en un país inmenso, que me parecía desconocido (…) no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla”. Y ese fue el punto de partida de su conversión en naturalista, y de la lenta elaboración de un proyecto intelectual de gran ambición que incluye la descripción “geográfica, política y civil” de las regiones del Río de la Plata.
Podemos considerar que las descripciones territoriales que realizó eran, en lo esencial, la memoria descriptiva que acompañaba a sus tareas de levantamiento y representación cartográfica, las cuales eran consideradas por Azara como las más propiamente "geográficas". Pero los ingenieros también realizaban descripciones corográficas y topográficas con finalidades militares, lo cual podía incluir desde el análisis cuidadoso de las alturas y de los caminos hasta los recursos naturales y la actividad económica comarcal o regional. Estos aspectos estaban ya especificados en las ordenanzas, puesto que los recursos territoriales eran esenciales para el movimiento de los ejércitos; y, además, los ingenieros militares tenían encomendada desde la misma fundación del Cuerpo la colaboración en tareas de fomento.
Por ello adquirieron el hábito de observar con atención el territorio y de elaborar auténticas descripciones corográficas. Son muchas las que se hicieron con finalidades diversas, y un cierto número están ya publicadas y estudiadas. Por nuestra parte, hemos emprendido un programa de publicación sistemática de ellas en Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, de la Universidad de Barcelona, revista a la que remitimos[31]
A ello se une el interés de las autoridades por los recursos económicos del territorio. En los viajes que realizó hay también desde el primer momento instrucciones precisas para las observaciones de interés económico, por ejemplo, comprobar las noticias sobre minas de azogue, sobre las plantas que producen el añil, y otras. Sin duda, en el caso de Azara la atención a estas cuestiones venía también estimulada por su relación con la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, de la que fue socio fundador.
Para su trabajo Azara no solo observó en el terreno con gran cuidado y tino, sino que utilizó a la vez documentos históricos procedentes de los archivos municipales y gubernamentales, así como datos económicos de los informes oficiales[32]. También se preocupó de leer la bibliografía previamente producida sobre la región, aunque no pudo disponer de toda[33]. Buscó, además, la información que le facilitaban los funcionarios y los mismos habitantes, lo que sin duda era un hábito que en él procedía de su talante personal y de los mandatos de las ordenanzas. Cuando solicitaba a funcionarios y curas datos sobre el territorio de sus jurisdicciones no hacía más que seguir una regla de oro de los ingenieros militares, repetida una y otra vez por las ordenanzas y los manuales, la de que "el medio más oportuno (para conocer un territorio) es informarse y reconocer el terreno con los que le conozcan mejor"[34] La observación del terreno y la encuesta era algo que naturalistas geólogos e ingenieros hacían habitualmente en el Setecientos, al igual que pretendieron realizar muchos viajeros[35]. El XVIII ha sido llamado el Siglo de los Viajes[36]. Y efectivamente es un periodo en que éstos se multiplican en todas las direcciones y a todas las distancias. Desde los que realizan el grand tour hasta los más ambiciosos que se dirigían a regiones alejadas y eran verdaderas expediciones científicas ambulantes, algunas de las cuales se convirtieron en estables y generaron a su vez otros viajes y exploraciones.
La elaboración de los materiales
La importancia del testimonio de primera mano es esencial en esta literatura de viajes. En la obra de Azara es su testimonio personal el que está presente. Es él quien observa y reflexiona, siempre en primera persona. Son también sus fatigas, convirtiendo el viaje en una ascensión al saber. Esa misma es la historia que su primer biógrafo, Charles-Athanase Walckenaer (1771-1852), contribuyó a configurar con la noticia biográfica que redactó para la edición de sus Viajes por la América meridional, que él mismo ayudó a dar al público con su traducción. Como no podía ser de otro modo, la historia que cuenta es hagiográfica, convirtiendo al autor en un verdadero héroe. Desde luego, se trata de unos conocimientos obtenidos con considerables fatigas: “en estas vastas y desiertas comarcas, cortadas por ríos, lagos y bosques, pronto se comprende cuánto le debió costar de fatigas y trabajos el dedicarse a las delicadas operaciones que necesitaba el objeto que se había propuesto alcanzar”. Sin caminos, utilizando exploradores para vigilar la ruta y evitar los ataques indígenas.En conjunto, el relato de las circunstancias de los viajes es impresionante, y los diarios no hacen más que confirmarlo[38]. El trabajo se habría realizado con dificultades de todo género, que procedían incluso de las autoridades virreinales: según su editor, sería Azara quien, al margen de ellas, habría decidido levantar el mapa de todos los territorios, y no solo de la frontera como se le había encargado.
Incluso se afirma que las autoridades virreinales obstaculizaron su trabajo, y que “se vio obligado hasta a ejecutar a espaldas de ellos una parte de sus largos viajes”[39], lo que es difícilmente creíble y, en todo caso, podría haber sucedido con alguno de ellos pero no con todos. Vale la pena recordar que entre los siete virreyes que se sucedieron durante su estancia en aquellas tierras[40] varios fueron gobernantes ilustrados de gran cultura y capacidad, y que con alguno de ellos, como Pedro Melo de Portugal, tuvo relaciones de confianza y, tal vez, de amistad[41]. Entre ellos se encuentran incluso dos ingenieros militares, que tal vez vieron con agrado la labor de su antiguo compañero de cuerpo. Se trata de Juan Olaguer Felíu, algo más joven que él, ya que había sido nombrado ayudante de ingeniero en 1776, y que había tenido una gran actividad constructiva y de gobierno en Chile. En el momento en que Azara fue autorizado a volver a España había sido nombrado virrey Joaquín del Pino y Rozas, que era ingeniero militar desde 1752, que había trabajado en las fortificaciones de la costa de Santander[42], y que durante las décadas de 1770 y 80 había venido actuando en Buenos Aires y otros lugares del Río de la Plata.
En el relato de la actividad científica
la participación personal en las exploraciones adquiere un gran
valor. Azara afirma en alguna ocasión que no tiene tanta instrucción
y talento como otros, pero cree sin embargo que puede dar descripciones
fiables de lo que ha visto. Y escribe: “no gusto de conjeturas, sino de
hechos”[43]. Lo que le
sirve para reafirmar la veracidad de sus datos, ya que ha vivido personalmente
en los territorios que describe y con algunas de las naciones de indios
a que se refiere. Y le permite criticar a los viajeros, geógrafos
e historiadores que falsean o malinterpretan la información, y que,
por ejemplo, multiplican enormemente los grupos de pueblos primitivos.
Si el testimonio de primera mano es esencial, la reelaboración de
los materiales es al mismo tiempo una necesidad, aceptada por los autores.
Tras la publicación de una de las obras de Félix de Azara
un naturalista francés criticó en su obra “el defecto de
atacar varios sistemas de Historia Natural admitidos por los naturalistas”
y que sus reflexiones fueran posteriores a sus viajes. Azara acepta esa
última crítica, aunque señala: “no veo que esto sea
un motivo para privarme de hacerlas y de aumentarlas hasta el momento de
la publicación de la obra”[44].
Eso fue lo que hizo, al igual que otros,
para preparar la publicación de sus materiales, lo que implicaba
la reordenación de las informaciones que había reunido en
los viajes. Vale la pena dedicar atención también a este
tema.
Hasta 1790 Azara había llevado
una anotación diaria de las observaciones. Pero desde ese año
empezó a sistematizarlas a partir de las notas y apuntes tomados
diariamente, lo que significa un cambio importante en la estrategia de
elaboración del relato. Los viajeros tenían, efectivamente,
dos alternativas para la presentación de los resultados del viaje.
O bien conservar esa forma cronológica, que va siguiendo el itinerario,
o bien sistematizar las observaciones y presentarlas ordenadamente de acuerdo
a un plan de conjunto. Cada una de estas estrategias tenía ventajas
e inconvenientes.
La presentación en forma de itinerario
daba mayor verosimilitud y credibilidad al relato. Muchos viajeros prefirieron
ese estilo. El viajero va describiendo a veces tanto el itinerario como
los territorios y las ciudades que visita, poniendo énfasis en los
rasgos que le interesan a él o al lector al que se dirige (costumbres,
monumentos…); aunque no duda en intercalar, si lo estima oportuno, descripciones
específicas de algunos hechos que ha podido conocer en determinado
un lugar.
Si pensamos en los viajeros extranjeros
que recorrieron España durante el siglo XVIII, encontramos que esa
forma itineraria parece ser la preferida por la mayor parte de ellos para
publicar el resultado de su recorrido[45].
Los capítulos pueden llevar títulos como éstos, que
aparecen en el viaje del padre Labat: capítulo 1, “El autor llega
a Cádiz. Recepción que le hacen en el convento de su Orden.
Descripción de ese convento. Costumbres de los españoles
cuando se encuentran en algún peligro”. Capítulo 2, “El autor
toma una casa en la ciudad. Alguna costumbres particulares del país”.
Capítulo 3, “Estado de las misiones religiosas en las Islas Filipinas”.
Capítulo 4, “Descripción de la ciudad de Cádiz, tal
como era en 1706 cuando el autor residió allí”, etc
Las obras de arte apodémica
señalaban la necesidad de una preparación para el viaje,
y daban indicaciones sobre lo que había de observarse y la forma
de hacerlo, e incluso sobre los requisitos para las relaciones sociales[46].
El buen viajero debía tener en cuenta, además, toda una serie
de requisitos antes de emprender el viaje, desde la elección de
criados o compañeros hasta los pasaportes, cartas de presentación
y dinero; e incluso hacer testamento y ponerse en paz con los acreedores,
ya que como advirtió uno de ellos “muchos de los que viajan no regresan”[47].
Los viajeros con preocupaciones científicas
llevaban un diario del mismo tipo, pero reelaboraban ampliamente las informaciones
con vistas a la publicación, de acuerdo con el objetivo que tenía
el viaje. En algunas ocasiones la publicación en forma de itinerario
se debe a que el viajero, por alguna razón, no tuvo tiempo u oportunidad
para realizar la obra sistemática que preparaba. Como ocurrió
con el diario del viaje que hizo a Andalucía Simón de R.
Clemente Rubio entre 1804 y 1809, que recientemente ha sido publicado por
Antonio Gil Albarracín[48].
La reelaboración de los materiales
podía hacerse de acuerdo con un orden geográfico o sistemático.
El primero era el adecuado para la presentación de un territorio,
y el segundo para objetivos específicos que no requerían
situar los objetos según su proximidad, sino según sus relaciones
lógicas, como ocurría al describir los reinos de la naturaleza.
En la reelaboración geográfica el orden del viaje coincidía generalmente con el de las divisiones territoriales (municipios o comarcas), por lo que la reelaboración podía ser más fácil de realizar. Así cuando Antonio José Cavanilles redactó para la publicación sus Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia (1795), pudo fácilmente seguir un orden geográfico, de norte a sur empezando por la tenencia de Benifazá, en la parte más septentrional del reino, y acabando con la descripción del campo de Orihuela, en el límite con el reino de Murcia. A pesar de ello, el recuerdo del itinerario personal no desaparece del todo en la obra, y a veces el científico lo destaca para poner de relieve el esfuerzo, el significado del descubrimiento y el carácter original del mismo. En Cavanilles, por ejemplo, pueden encontrarse en el relato textos como éste:
“Caminando hacia Calp, y casi a la mitad de la distancia entre el peñón y esta villa, hallé los pavimentos de varias piezas que existieron en algún tiempo, y que la pura casualidad me hizo descubrir. Examinaba la costa para observar las plantas que allí crecen, y habiendo llegado a una loma caliza cubierta de arenas sueltas ví entre otras plantas la frankenia lisa de Linneo, y junto a ella una pieza cúbica de mármol blanco… Empecé a quitar la arena del sitio donde ví mayor cantidad de cubos, y muy en breve hallé algunas pulgadas de pavimento… La primera habitación que descubrimos está al principio de la cuesta mirando al poniente…”[49].
En general, a partir de mediados del siglo XVIII la creciente especialización de los viajes conduce cada vez más a separar la parte más propiamente científica, que se destina a las instituciones académicas, y la narración que se dirigía a un público más amplio, y que podía incluir, además de las observaciones y sucesos personales, la descripción geográfica e histórica de los lugares recorridos.[50]
Los escritos que se conservan de
Azara, muchos de ellos publicados póstumamente, son de todos los
tipos señalados anteriormente. Ante todo, escribió relatos
de algunos de los viajes o expediciones de exploración que emprendió,
y de los que realizaron sus subordinados por orden suya y con instrucciones
precisas por escrito. Esos viajes sirvieron de base para la elaboración
de su primera obra sistemática, la Geografía Física
y Esférica del Paraguay y Misiones Guaraníes, finalizada
en 1790, y fueron publicados con ella en la edición que preparó
Rodolfo R. Schuller en 1904[51].
Son textos bien redactados, y que han sufrido ya un primer proceso de elaboración
a partir de las anotaciones iniciales realizadas por el autor y por los
subordinados, y en los que se suprime “lo que ha sido dicho en [los viajes]
antecedentes y omitido la infinidad y fastidiosa multitud de rumbos y distancias
de la navegación”, que eran vertidos en los mapas[52].
En general, esos relatos muestran un estilo claro, terso, preciso y directo.
En los escritos de zoología,
como los de los pájaros y los cuadrúpedos, el plan es necesariamente
sistemático. En cuanto a las descripciones territoriales, optó
también por un plan decididamente sistemático, que parece
irse refinando entre la redacción de la Descripción histórica,
física, política y geográfica de la Provincia del
Paraguay (escrita en 1793) y la Descripción e Historia del
Paraguay y Río de la Plata (finalizada en 1806). De alguna manera,
al adoptar este plan sistemático era heredero del género
de las historias naturales y morales que ya habían iniciado Gonzalo
Fernández de Oviedo y el padre José de Acosta en el siglo
XVI[53].
La elaboración de los materiales realizada para la Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la Plata, sería utilizada luego, a veces de forma muy literal, para los Viajes por la América meridional. En estas obras Azara decidió pasar del itinerario al relato sistemático, ya que la relación del viaje “hubiera sido tan enojosa como los viajes marítimos, que hablan todos los días de vientos, de cambios de rumbo, de peligros y de trabajos: siempre, poco más o menos lo mismo”[54]. En el caso de los Viajes, la obra resultante, de 18 capítulos, se inicia con el medio físico (con cuatro capítulos dedicados al clima y los vientos, la disposición y calidad de los terrenos, las sales y los minerales, y los ríos, puertos y peces), continúa con el mundo vegetal y animal (los vegetales silvestres, lo cultivados, los insectos, los sapos, culebras, víboras y lagartos, los cuadrúpedos y las aves) y dedica los nueve últimos capítulos a los aspectos humanos (desde los indios salvajes y los medios empleados por los conquistadores para reducir y sujetar a los indios, a las gentes de color y los españoles con una noticia de las ciudades, villas y pueblos). Es sin duda, como dice el subtítulo la obra, una descripción geográfica, política y civil, que incluye una parte sistemática de historia natural de los territorios recorridos, los cuales ocupan una extensión de 720 leguas de norte a sur por 200 de anchura. Sobre su grado de conocimiento advierte: “es verdad que yo no lo he recorrido por entero; pero los datos que me he procurado son suficientes para ponerme en estado de dar una idea, excepción hecha de la provincia de Chiquitos, de la que no he de hablar”[55].
La descripción física
que incorpora en los estudios regionales no deja de tener interés.
En el caso de los Viajes por la América meridional es una
descripción muy general en lo que se refiere a clima, topografía,
características de los terrenos, con alusión a las rocas
y minerales, describe el curso de los ríos y realiza cálculos
sobre su caudal. Algunas observaciones sobre la disposición de las
cataratas le llevan a hacer afirmaciones que parecen indicar que acepta
la existencia de rocas primitivas: examinando ciertos bancos de rocas horizontales
y muy duras junto al río Paraguay, estima que “no han sido formadas
por la sucesión del tiempo”[56].
Pero también en alguna ocasión se había atrevido a
conjeturar que “estos países ha pocos siglos que salieron del fondo
de las aguas, y por consiguiente las lluvias no han tenido lugar suficiente
para arrastrar las arenas a los bajíos”[57].
Tenía asimismo un buen conocimiento de la posible utilización
de los estratos para conocer la historia del Globo y estima que quienes
deseen hacer eso “pueden excavar aquí con la seguridad de que la
mano del hombre y las aguas pluviales no han alterado las capas anteriores,
que están como el día que tomaron fijeza”[58].
Aunque su instrucción en este campo parece reducida, y no deja de
advertir que “por desgracia, yo no tengo conocimiento de rocas”, también
es cierto que el medio físico no le ayudaba mucho, ya que era muy
llano y poco variado. Generalmente el terreno que recorría era “exactamente
horizontal” cubierto de vegetación, lo que con frecuencia impedía
observar las rocas, y muchas veces el itinerario transcurría incluso
por “una espantosa espesura”. Las observaciones que fue realizando a lo
largo de sus viajes, y que quedan recogidas en los diarios, y las elaboraciones
posteriores son, en conjunto, bastante elementales. Para aludir a los materiales
las expresiones más repetidas son las de tierra roja, arena, terreno
arenoso, greda de distintos colores, arenisca y otras pocas más.
Tenía, sin duda, una clara percepción de la erosión
fluvial, como cuando alude, por ejemplo al “terreno alomado con algunas
barrancas formadas por los desagües en la arena blanca y tierra idem”.
También observa tierras suavemente alomadas, en las que el piso
es parejo, pero a veces asoma la peña arenisca; y observa: “aunque
en todos mis viajes he hallado bastante de dicha peña que asoma,
rara vez se ve una piedra suelta con que quebrar una nuez, porque como
nadie ha excavado ni revuelto los terrones de las peñas se mantienen
en una sola pieza o se resuelven en arena por los temporales, y todas las
materias se conservan separadas en capas unas sobre otras”[59]
. Realizó también ocasionalmente observaciones precisas sobre
la estratificación, aunque sin elevarse a ninguna consideración
general. En agosto de 1785 navegando el río Pilcomayo divisa desde
el mismo bancos de peñas tajadas a plomo y escribe que
“las
tres varas superiores son de arena; sigue a esto una capa horizontal de
tierra negra mezclada con muchas disoluciones vegetales que se manifiestan
en el color y en las fibras que todavía no están enteramente
reducidas a estiércol. Esta capa no es gredosa, y lo restante hasta
la peña es greda amarilla y roja, la última está debajo,
y después el banco de peña que no sé el grueso que
podrá tener, pero el que se manifiesta es poco. Esta disposición
hace entender que las dos capas superiores son acarreadas”[60].
Azara convertido en naturalista
No sabemos que el ingeniero militar
Félix de Azara se hubiera interesado por la historia natural antes
de su llegada a América, aunque podría haber sucedido puesto
que procede del mismo ambiente regional y social en el que se crió
Ignacio Jordán de Asso (1742-1718), exactamente coetáneo
de él, cofundador asimismo de la Sociedad Económica Aragonesa
de Amigos del País de Zaragoza, e interesado por la orictografía,
la botánica y la zoología de Aragón al menos desde
la década de 1770[65].
En todo caso, a ello tal vez se uniera que, como observó su primer
biógrafo, “un espíritu activo que siente la necesidad de
alimentar el fuego que lo anima se apodera en cierto modo de todo lo que
le rodea”. Puesto ante las ruinas de Grecia –razona Walckenaer- se convertirá
seguramente en arqueólogo o helenista, en Roma se hará latinista
o artista, colocado al pie del Vesubio en vulcanólogo y en los Pirineos
geólogo. De manera similar, si se encuentra “forzado a errar por
las vastas llanuras y espesos bosques de América (...) resultará
botánico o zoólogo”. Y como demostración de esta especie
de determinismo circunstancial pone precisamente el ejemplo de los dos
hermanos Azara, uno de los cuales, Nicolás residente en Roma, como
embajador de España, se convirtió en “filólogo distinguido
y un protector esclarecido de las artes y las letras”, y el otro, Félix
“sin socorros, sin instrucción previa, pero con materiales de observación
que se le ofrecían por todas partes, se llegó a colocar por
sus solos esfuerzos en el primer rango entre los zoólogos”[66]. “Encontrándome
en un país inmenso, que me parecía desconocido, ignorando
casi siempre lo que pasaba en Europa, desprovisto de libros y de conversaciones
agradables e instructivas, no podía apenas ocuparme más que
de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues,
casi forzado a observarla, y veía a cada paso seres que fijaban
mi atención porque me parecían nuevos. Creí conveniente
y hasta necesario tomar nota de mis observaciones, así como de las
reflexiones que me sugerían; pero me contenía la desconfianza
que me inspiraba mi ignorancia, creyendo que los objetos que ella me descubría
como nuevos habían ya sido completamente descritos por los historiadores,
los viajeros y los naturalistas de América (…) No obstante, me determiné
a observar todo lo que me permitieran mi capacidad, el tiempo y las circunstancias,
tomando nota de todo y suspendiendo la publicación de mis observaciones
hasta que me viera desembarazado de mis ocupaciones principales”[67].
No sabemos exactamente cuando comenzó
esa observación. Es posible que tal como indica en los Apuntamientos
para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay fuera
hacia 1782[68]. Los primeros
diarios parecen reflejar mayor interés por la geografía física
y política del territorio, además de por el levantamiento
de los mapas. En todo caso, en 1785 mostraba ya una gran capacidad de identificación
de los animales que veía en los matorrales de las orillas de los
ríos[69]. Pero su
conversión en zoólogo no fue fácil. La dramática
descripción que hizo de ello en el prólogo de los Apuntamientos
para la historia natural de los páxaros permite comprobar los
problemas de un aprendizaje autodidacta realizado al margen de cualquier
apoyo o posibilidad de consejo. Había empezado a acopiar datos históricos
y geográficos:
“Pero
como esto no satisfacía enteramente mis deseos, comencé a
observar, comprar, matar y describir los animales que veía, con
el fin de que mis noticias aprovecharan a la historia natural. No solo
esto, sino que careciendo de dibujante comencé a desollar y rellenar
los pájaros y cuadrúpedos para enviarlos al Real Gabinete;
pero viendo que la polilla y corrupción, a que propende mucho el
clima, lo destruía todo, a veces en el mismo día, desistí
del empeño y metí en aguardiente las especies menores, porque
me persuadieron que así llegarían en buen estado a dicho
Real Gabinete, adonde remití de seis a setecientos individuos”[70].
Cuando tuvo unos tres centenares
de individuos le fue imposible continuar. Tal como él mismo escribe:
“como mis descripciones seguían el orden de adquisición,
cuando lograba un pájaro no podía asegurarme de si era nuevo
o no hasta cotejarlo con todos”. Entonces vio la necesidad de separarlos
en clases y familias, componiendo cada una con los que tenían muchos
caracteres comunes. Los problemas que se le plantearon fueron enormes,
y reproducen el itinerario que conduce de la observación de individuos
singulares a la formación de grupos y a la necesidad de disponer
de esquemas previos de clasificación. Sin duda, durante un tiempo
su trabajo fue un amasijo de observaciones a las que era imposible dar
algún sentido coherente. Walckenaer, que recogió el testimonio
del mismo Azara, alude también a ello de forma sugestiva:
“Pronto
sus descripciones se acumularon hasta tal punto que le fue algunas veces
imposible reconocer si había o no descrito ciertas especies, y en
la duda las describía varias veces. En fin, para descargarse de
este inútil trabajo tuvo la idea de distribuir en grupos los numerosos
individuos que había llegado a conocer.
Dio
a estos grupos los caracteres generales que había observado en todas
las especies que los componían. Las descripciones de estas especies
fueron por ello considerablemente simplificadas; su memoria se encontró
aliviada y adquirió más habilidad en las observaciones y
más claridad en la manera de redactarlas. No se dio cuenta de que
inspirado por la necesidad y por un recto sentido, era el creador de un
método sucesivamente inventado y combatido por dos hombre célebres,
que ambos y cada uno han ilustrado su siglo y su país”[71].
La publicación de las obras
La historia de la publicación
de las obras de Félix de Azara es significativa de los problemas
relacionados con la difusión de la ciencia. Y de las cuestiones
referentes a la preparación de los materiales para la publicación,
que implican, a veces importantes procesos de transformación, e
incluso de manipulación. La primera de las obras de Azara que se
publicó en Francia se hizo, según declaró más
tarde, sin contar con su permiso. Se trata del estudio sobre los cuadrúpedos,
que envió a su hermano Nicolás. La explicación que
dio luego de ese episodio es ésta: “Yo había tomado notas
sobre los cuadrúpedos de estas regiones; pero no sabiendo si merecían
que se les hiciera caso, las mandé a Europa, para someterlas, en
particular, al juicio de algún naturalista”, a pesar de que pensaba
seguir trabajando en ellas; “no obstante se publicó la obra en francés
incompleta como estaba, sin comunicármelo y contra mi voluntad”.
Efectivamente, fue publicada por M. L. E. Moreau de Sanit Méry,
amigo del embajador y por encargo de él, con el título Essais
sur l’histoire naturelle des quadrupèdes de la province du Paraguay
(1801), obra que contribuyó a darle a conocer en los círculos
de naturalistas parisienses e internacionales. Podemos dudar de la interpretación
que más adelante dio de ello Azara, cuando era ya conocido y cuidaba
de su imagen como científico. El episodio es simplemente una prueba
de la influencia de su hermano y de que en aquellos años eran grandes
las demandas de informaciones sobre América, tanto por razones científicas
como políticas. Era mucho lo que estaba en juego en los años
finales del XVIII e inicio del XIX, con el enfrentamiento entre Francia
y Gran Bretaña y la consolidación de la independencia de
los Estados Unidos. La demanda de materiales americanos era muy grande.
Sin duda era una “súbita revolución”
(como la denominó el editor de Azara), lo que se había producido
en lo referente al conocimiento que en Europa se tenía de América.
Era consecuencia de “las grandes sacudidas” que habían agitado a
Europa y al mundo desde el año 1789.
Al volver a España, Azara
pudo publicar en 1802 “la parte de sus trabajos que podía imprimir
sin permiso de la Corte, es decir la historia de los cuadrúpedos
y la de las aves”[96],
en dos obras dedicadas a su hermano Nicolás.
La edición de los
Viajes
por la América meridional de Azara resulta muy interesante.
Hay un estímulo previo de un editor, Dentu, que conocía sin
duda la demanda de noticias sobre el continente americano. Debe señalarse
asimismo la colaboración con el ingeniero y naturalista Charles-Athanase
Walckenaer (1771-1852). Azara hubo de finalizar la redacción y resolver
el problema de las ilustraciones, tanto en cuanto a mapas como a especimenes
naturales, e incluso enviar un retrato, materiales que habían de
ser grabados antes de la impresión. Al autor le había sido
imposible hacer dibujos de las aves y conservar y transportar los animales
que describía. La advertencia preliminar de Charles-Athanase Walckenaer
alude a muchos añadidos suyos, a las noticias que ha reunido, e
incluye una serie de cartas que muestran el interés de Azara por
ser conocido y reconocido por el público científico europeo.
El relato de Azara, que tenía un apellido ilustre en Europa gracias
a la obra de su hermano Nicolás, resultaba, ya antes de la publicación,
muy atractivo, lo que explica el interés del editor. La paz de Basilea
y el tratado de San Ildefonso habían sellado la alianza de España
con la Francia republicana, y Azara se benefició de ello durante
su estancia en París. Pero el libro aparecería en momentos
difíciles, con la Monarquía española sometida a Francia
y coincidiendo con el estallido de la guerra de liberación contra
los franceses. Después de la muerte de Azara la publicación
de sus obras inéditas se inició ya en el mismo siglo, en
especial de las descripciones “geográficas, políticas y civiles"
de aquellas regiones. Tras los Viajes por la América meridional
(traducidos pronto al alemán, italiano en inglés, así
como al español por Bernardino Rivadavia, Montevideo 1845-46, y
solo mucho más tarde por Francisco de las Barras, en 1923) vendrían
las Memorias sobre el estado rural del Río de la Plata en
1801 y otros informes, 1843; la
Descripción e Historia del Paraguay
y del Río de la Plata
(1806), 1847; los Viajes inéditos
de Don Félix de Azara desde Santa Fe a los pueblos de la Asunción,
al interior del Paraguay y a los pueblos de Misiones, 1873; la Geografía
física y esférica de la Provincia del Paraguay y Misiones
Guaraníes
(1790), 1904, y otras[97].
Un esfuerzo editor que todavía debe ser completado con la publicación
de los materiales inéditos o parcialmente publicados, que existen
en los archivos europeos y americanos.
La visión que un europeo contemporáneo
gustaba recibir sobre una labor como la de Azara es que se había
ocupado “en ensanchar los límites de las más interesantes
porciones de los conocimientos humanos, luchando para ello con la Naturaleza,
los animales feroces y el hombre salvaje, más terrible aun”[98].
Hasta que Humboldt no publicó sus relatos del viaje americano, muchos
europeos gustaban de imaginar a los indios americanos como perezosos o
feroces, y algunos se atrevían incluso a cuestionar los relatos
de los cronistas españoles acerca de las civilizaciones azteca e
inca. Esos nativos del Río de la Plata seguirían siendo indómitos
todavía tras la independencia de Argentina, y para someterlos emprendió
el General Roca la llamada Conquista del Desierto en una fecha tan tardía
como 1874[99].
La imagen que se quería dar
de aquellas tierras lejanas podía servir para mostrar que hasta
ellas se extendían los vicios de la civilización. Por eso
en la edición de los Viajes de Azara el editor advierte que
“es necesario aun desengañar a los corazones sensibles y las imaginaciones
ardientes de su última ilusión, mostrándoles que en
los extremos del mundo y hasta en los desiertos se encuentran opresores
envidiosos y pérfidos”[100].
Son los que le impidieron el acceso a los archivos de la ciudad de Asunción,
en donde se conservaban documentos que el ingeniero había empezado
a consultar, y los que por envidia acusaron a Azara de traición
y al parecer quisieron atribuirse el fruto de su trabajo[101].
Habría que conocer en profundidad la veracidad de todo ello, si
fue una interpretación de Azara para entender su larga expatriación
y valorar su propia obra, o si correspondía a una interesada interpretación
de un francés contra las autoridades virreinales, en un momento
(recordemos 1809) en que el dominio español en América era
puesto en cuestión y otros países aspiraban a sustituirlos.
Desde luego, encajan mal esas acusaciones con las delicadas comisiones
que le dieron a Azara, como reconocer la costa de Patagonia y, sobre todo,
el mando de la frontera con Brasil, visitar los puertos del virreinato
y levantar el plan de defensa para el caso de ataque inglés, dirigir
la colonización de las fronteras de Brasil gestionando el levantamiento
de las nuevas villas de San Gabriel de Batovi y de la futura La Esperanza,
en la región del río Ibicuí, para instalar a las poblaciones
que habían llegado en 1778 para poblar Patagonia[102].
Cuando se le permitió volver
finalmente a España en 1801 había pasado dos décadas
en América. El mismo Azara, una vez ya en Europa, valoraba así
esos años, en la dedicatoria que hizo a su hermano de una de sus
obras: “sin haber jamás llegado a ningún empleo notable,
sin haber tenido ocasión de darme a conocer ni de ti ni de otros,
he pasado los veinte mejores años de mi vida en los confines de
la Tierra, olvidado de mis amigos, sin libros, sin ningún escrito
razonable, continuamente ocupado en viajar por desiertos y espantosos bosques,
casi sin ninguna sociedad mas que la de las aves del aire y los animales
salvajes”[103]. Una imagen
que, independientemente de su veracidad, contribuía a valorar todavía
más su obra, a la vez que resultaba muy grata a los europeos de
la época.
Se instaló en Paris en 1802,
hasta que murió su hermano al año siguiente. Luego volvió
a España y tras renunciar al cargo de virrey de México, que
parece se le propuso, fue nombrado miembro de la Junta de Fortificaciones
y Defensa de ambas Indias. En esa función desplegó una gran
actividad realizando informes sobre los asuntos de Paraguay y Río
de la Plata, especialmente acerca del estado rural del virreinato, la formación
de un nuevo pueblo en el punto donde se unen los ríos Diamante y
Atuel, la nueva constitución de tropas propuesta por el virrey,
el gobierno y libertad de los indios guaranís y tapis, la petición
de tropas para contrarrestar a los portugueses, los tabacos del Paraguay,
y sobre la formación de milicias urbanas, todos los cuales han sido
oportunamente publicados por Manuel Lucena y Alberto Barrueco[104].
En ellos, al igual que en los informes que anteriormente había hecho
para varios virreyes, aparece una y otra vez el Azara vinculado al reformismo
ilustrado y a las Sociedades de Amigos del País, preocupado por
las reformas de la administración de Indias, por asegurar la defensa
frente a los portugueses y otros enemigos, por el poblamiento de los campos,
por los métodos para asegurar la reducción de los indígenas
y la necesidad de partir de un conocimiento preciso de su organización
y características. También aparece su pluma crítica
acerca de la ignorancia de algunos funcionarios, de las propuestas que
solo buscaban defender sus intereses, y la preocupación por la conservación
de unos territorios cuya separación de España ya empezaba
a prever y pudo llegar a conocer antes de su muerte, sin duda con gran
dolor[105].
Azara y la disputa del Nuevo Mundo
La íntima frecuentación
de la obra de Buffon permitió a Azara conocer las ideas de aquel
sobre la inferioridad del medio americano. Y le llevó, por tanto,
a participar, de alguna manera, en lo que se ha denominado la disputa del
Nuevo Mundo. La idea de que América tenía una naturaleza
de calidad débil e inferior a la de Europa se difundió ampliamente
a partir de mediados del siglo XVIII, y dio lugar a una apasionada disputa
que ha sido magníficamente documentada por Antonello Gerbi. La tesis
de la debilidad, inmadurez o inferioridad del continente americano encontró
su más clara formulación en Buffon, que centró la
atención en las especies animales; aunque otros muchos autores contribuyeron
también a darle forma, entre los cuales Cornelius De Pauw y el filósofo
G. W. F. Hegel[106].
Pero bien pronto en la misma América
se levantaron voces contra esta interpretación, considerando que
era una difamación, y el mismo Gerbi ha mostrado la amplitud de
dicha reacción. Por el conocimiento del medio americano y por su
relación con intelectuales criollos Azara había de advertir
dichas reacciones. Y sus reservas se perciben cuando se leen cuidadosamente
sus escritos. En varios pasajes Azara parece aceptar la tesis de la mayor
debilidad de los seres vivos americanos, influido por la ideas que existían
al respecto. Por ejemplo, con referencia a las aves de rapiña americanas
observa que “no son tan feroces ni tan carniceras como las otras” del Viejo
Mundo. Pero en seguida se percibe que no considera la tesis de la inferioridad
de la naturaleza americana como la única explicación. Así,
tras las palabras anteriores escribe: “no es fácil saber si obran
así por consecuencia de la flojedad natural que puede producir el
clima de América o porque les sea demasiado trabajoso cazar en país
tan cubierto de vegetación”[107].
En realidad, lo que Azara hace es
convertir la idea de la debilidad del medio americano en una de las hipótesis
de trabajo. En una ocasión, tratando de las aves de rapiña
y tras observar que no son tan carniceras como en Europa, expone, de hecho,
tres hipótesis explicativas diferentes: “sea que participen de la
indolencia común a todos los seres animados del mediodía
de América, sea que tengan el natural más dulce, sea, en
fin que encuentren mayores dificultades para cazar en parajes cubiertos
de bosques y matorrales apretados y espesos”[108].
Azara trata también de explicar
la razón de que las aves no insectívoras sean en Paraguay
más raras que las otras. El motivo sería que “miríadas
de insectos pululan bajo los climas cálidos de América, mientras
que los granos son raros, y de aquí resulta que el fondo general
del alimento de las aves se compone comúnmente de insectos”[110].
Lo que implicaba, sin duda, aceptar
la existencia de una adaptación al ambiente. En varias ocasiones
hace referencia también a la degeneración de plantas, pero
en seguida se ve que esto no lo considera un resultado de la influencia
del medio americano, sino del hecho de que no se renovaran las semillas
que se utilizaban para el cultivo, como en el caso del trigo cultivado
en Paraguay[111].
En algunos pasajes se declara decididamente
contrario a la idea de la degradación de las especies en América.
Así en un pasaje en el que escribe: “parece que algunas personas
creen que el continente americano no solo disminuye el tamaño de
los animales, sino que además es incapaz de producirlos de la talla
de los del antiguo mundo”. Él por su parte, señala que el
jaguarete es el más fuerte de toda la familia de los gatos y no
cede a ninguno otro por el tamaño, que tres de los ciervos que describe
no ceden ni a los ciervos ni a los corzos de Europa, ni el aguará-guazú
al lobo ni al chacal ni a otros animales. Y a continuación escribe:
“si los monos que describo no se aproximan a los africanos, ni los curés
al jabalí, en cambio mis hurones exceden a los de África,
así como las martas y las fuinas; la nutria no es inferior a la
de Europa”, etc. Y concluye con una afirmación que enlaza con las
que autores como el padre Las Casas y otros cronistas de Indias habían
podido hacer ya al comienzo de la Conquista: “Y sobre todo, las razas o
especies de hombres de la más alta talla, de formas y proporciones
más elegantes que haya en el mundo se encuentran en el país
que describo”[112].
Azara y Humboldt. La armonía
de la naturaleza y la Física del Globo
Es indudable que de haber coincidido
en París habrían trabado relación, ya que ambos tenían
mucho que contarse. Humboldt habría estado interesado en conocer
de un observador privilegiado las regiones meridionales que no había
podido visitar, y cuya edición francesa del viaje no dejará
de citar en obras posteriores. Y seguramente Azara habría enriquecido
su perspectiva e introducido nuevas preguntas a los materiales que había
reunido. Por ejemplo, preguntas en relación con las interrelaciones
entre los fenómenos físicos de diverso orden, que constituían
un aspecto esencial del proyecto de Humboldt desde su misma partida, y
que le impulsaban a crear lo que llamó la Física del Globo[115].
Todo eso que Humboldt pretendía
–el estudio de las interrelaciones, el camino que llevaba de la armonía
de la naturaleza a la física del globo- estaba también presente
de una forma o de otra en la ciencia hispana. Pero lo estaba entre los
naturalistas vinculados a las expediciones científicas y al Jardín
Botánico (Mutis, Caldas, Cavanilles, Simón de R. Clemente).
Azara no se había relacionado con ellos antes de partir, y no sabemos
si lo hizo a su vuelta, y tal vez por eso no encontramos en él esas
preocupaciones. Tampoco sabemos si se relacionó con geógrafos
como el Coronel de Caballería Manuel de Aguirre, que había
publicado en 1781 una notable obra geográfica y había desarrollado
una importante tarea crítica pero que, atemorizado por los sucesos
de la Revolución francesa y su reacción en España,
se dedicaba a escribir obras de caballería. O con el geógrafo
Isidoro de Antillón, con el que sin duda le habrían unido
el interés por la geografía y los mismos ideales políticos
liberales.
El camino hacia el darwinismo
Azara hizo numerosas aportaciones
a la historia natural, que han sido ya bien señaladas tras el primer
trabajo de E. Álvarez López en 1934. Dichas aportaciones
se refieren a la distribución espacial de las especies, así
como a las variaciones de los animales en libertad y como animales domésticos.
Reconoce la existencia de un aprendizaje en las especies animales, aunque
también insiste mucho en la importancia de la herencia: en una ocasión
tras anotar unos rasgos de las avispas indica: “este hecho nos induce a
pensar que muchas cosas que observamos en los diferentes seres no son únicamente
efecto de la educación, como podría creerse, sino que están
grabadas en los individuos desde el vientre de sus madres”[116].
Si indagamos en la obra de Félix de Azara podemos observar una actitud
que está avanzando ya decididamente hacia la biología evolucionista
que triunfará a mediados del siglo XIX. Nuestro ingeniero se encuentra
a medio camino en la vía que lleva desde las ideas que dominaban
en 1750 sobre el orden de la naturaleza en términos de armonía
preestablecida por el Creador, y que conducía hacia las ideas evolucionistas
que se formulan claramente en El origen de las especies (1859) de
Darwin. El camino hacia las concepciones evolucionistas no fue fácil,
ya que ponía en cuestión las ideas sobre el orden del mundo
establecido por el Creador. En 1732 Linneo había iniciado su Genera
plantarum con estas palabras: “Hay tantas especies cuantas formas distintas
creó desde el principio el Ser Infinito”. La creación y desaparición
de especies animales y vegetales era inconcebible porque suponía
cuestionar el plan perfecto de la creación. Y cuando los naturalistas
empezaron a reconocer la existencia de relaciones tróficas entre
las diferentes especies, y entre éstas y el medio ambiente, el orden
natural de las interacciones entre las especies no era el resultado de
las relaciones entre ellas, sino el principio añadido por el Creador
para mantener la “economía de la naturaleza”. Era Dios el que había
puesto una proporción que las especies en su interacción
estaban destinadas a mantener[117].
Además, la separación
entre las especies podía verse dificultada por la aceptación
de la gran cadena del ser, es decir, las transiciones insensible por las
que la naturaleza pasa de uno a otro ser, lo que era aceptado por Buffon.
El convertirse en buffoniano seguramente ayudó a Azara para situarse
en una de las vías que conducían al evolucionismo. Desde
hace tiempo se ha llamado la atención sobre el hecho de que la aceptación
de la existencia de grados intermedios y de diferencias imperceptibles
entre las especies implicaba una nueva forma de mirar la naturaleza. A
partir de ahí, como escribió Ernst Cassirer, “no queda otro
remedio sino que el pensamiento persiga todos esos tránsitos finos
y delicados, que se ponga él también en movimiento para representar
el movimiento de las formas naturales”. Animales de un continente inexistentes
en el otro, cambios insensibles en los individuos y en las especies, especies
menos perfectas que pueden desaparecer, todo ello conducía insensiblemente
a aceptar un mundo con mayor movimiento y cambio de lo que hasta entonces
se había aceptado. Como ha escrito el mismo Cassirer, con Buffon
“se prepara el tránsito a una visión de la naturaleza que
tratará no ya de derivar y hacer comprensible el devenir partiendo
del ser, sino el ser partiendo del devenir”[118].
Azara se sitúa también
en esta vía, por su propia capacidad de observación y por
su aceptación de las ideas de Buffon. Es plenamente consciente de
las relaciones entre presa y depredador o entre huésped y parásito,
así como de las relaciones tróficas entre las especies herbívoras
y carnívoras; y a partir de ahí llega al problema del equilibrio
de la naturaleza, y a los mecanismos de adaptación a situaciones
ambientales diversas[119].
De todas maneras, su pensamiento es todavía fragmentario, y a veces
contradictorio. Seguramente es el resultado de que no tenía preguntas
previas, sino que a partir de las observaciones concretas que realizaba
iba haciendo inferencias razonables para cada caso. En lo que se refiere
al clima, aunque seguramente tenía una idea clara de las relaciones
entre éste y las características biogeográficas, a
veces advierte que su influencia es reducida, sin que pase más allá
de esa constatación. Por ejemplo, en alguna ocasión a partir
de la existencia de rasgos similares en ciertas especies animales, como
en el caso del aguarachay, estima que “se puede concluir que el clima no
tiene sino muy poca o ninguna influencia, porque el aguarachay es el mismo
en toda América, desde el estrecho de Magallanes hasta el polo ártico,
aunque en general el zorro varíe mucho en sus colores”[120].
Más importancia parece conceder
a las relaciones tróficas. Observando las aves de rapiña
se da cuenta de que en América se encuentran en la proporción
de 1 a 9 con las otras, mientras que en Europa y en el resto del Globo
estarían, según Buffon, en la relación de 1 a 15.
Es decir, que “en el Paraguay existen, a proporción, muchas más
especies carniceras”. Lo cual plantea un problema ya que debería
conducir a un desequilibrio entre las aves de rapiña y las otras,
lo que no ocurre en aquellas tierras. El equilibrio se conserva “porque
la mayor parte de las aves que la Naturaleza ha destinado a vivir de presas
no se arrojan sobre las otras aves, y se alimentan de sapos, ranas, serpientes
y lagartos, etcétera, y no hay ninguna que no coma insectos”[121].
Así pues, relaciones tróficas
específicas contribuyen a mantener el equilibrio entre las especies,
en un ambiente concreto de gran riqueza alimenticia. Al mismo tiempo, en
otros casos, también reconoce lo que podríamos considerar
adaptaciones de los animales a condiciones ambientales. Así con
referencia a algunos cuadrúpedos, como el mborebi, el ñurumi,
el yaguaré, los fecundos, el cuiy y los tatuejos, estima que “no
tienen ninguna analogía con los del antiguo continente, y no pueden
tenerla porque todos están casi sin defensa y sin recursos contra
las persecuciones del hombre y solo pueden existir en países desiertos”[122].
En algunos momentos acepta plenamente
que hay adaptaciones de las especies a las condiciones naturales, para
asegurar la supervivencia. Hablando de las víboras, por ejemplo,
y tras comparar unas especies y otras escribe que “parece que la actividad
del veneno está en razón inversa de su tamaño, porque
el de la especie mayor no es siempre mortal y el de la más pequeña
lo es siempre”. Y a continuación estima que “parece también
probado que esa actividad está en razón directa de la agilidad
de estas víboras, porque las menos ágiles son más
venenosas que la más ligera”; y concluye: “en efecto, parece natural
que la especie menos ágil tenga un género de defensa más
eficaz”[123].
Es decir, que podríamos interpretar
que de alguna manera, se han producido adaptaciones de las especies en
la lucha por la vida. Como era habitual en su época, Azara aceptaba
que el mundo había sido creado por Dios. Y son muchas las ocasiones
en las que afirma que determinado fenómeno “es tan antiguo como
el mundo y que ha salido tal cual es de la mano del Creador”[124].
En ese contexto el mundo, además, estaba regido por la providencia
divina. Azara no podía cuestionar el providencialismo[125].
Pero da un paso decisivo al convertirlo en una hipótesis entre otras.
Con ello pudo hacer observaciones que se adelantaban a su tiempo, y que
estaban en la vía que seguiría luego Darwin. La cuestión
del origen de los animales le preocupó ampliamente. Y llegó
a formular explícitamente la tesis de la creación simultánea
de ciertas especies en lugares distintos, así como, lo que tenía
mayores implicaciones, la creación sucesiva de algunas de ellas.
Un párrafo en el que discute los problemas de la distribución
de la hormiga cupiy resulta, me parece, muy significativo. El hecho
de que aparezca en lugares muy alejados le lleva a plantear la cuestión
de la difusión en esos territorios. Con referencia a ello observa:
“se
evitarían muy cómodamente todas estas dificultades si se
pudiera creer que todos los insectos, cada uno en su especie, no proceden
originariamente de una sola y única pareja, sino de varios individuos
idénticos que nacieron en lugares alejados unos de otros, donde
se han multiplicado sucesivamente. Así, por ejemplo, las arañas,
los grillos, las hormigas, etc. de Europa, deben su origen a insectos de
su especie que nacieron en esta parte del mundo, y los de la misma especie
que se encuentran en América deben su origen a individuos idénticos
nacidos en el país mismo. Se puede decir otro tanto de los que se
encuentren en cualquier parte del mundo, sea la que sea, en islas o en
regiones tan alejadas las unas de las otras que no se encuentra ninguno
en el intervalo que las separa”[126].
Siguiendo esas ideas, acepta que
algunas especies de insectos, como los
cupiys por ejemplo, “provendrían
de mil individuos idénticos primitivamente, aunque de diferente
origen, y lo mismo sucedería con las otras especies, a proporción”.
El tema de la difusión de las especies le ocupó repetidamente,
especialmente con referencia al paso de un continente a otro de diversas
especies animales que se encuentran en áreas muy alejadas (por ejemplo,
al extremo norte y al extremo sur de América), sin que existan ejemplares
o restos en las áreas intermedias. Azara examinó la tesis
de que todos los cuadrúpedos tienen su origen en el Viejo Mundo,
de donde pasaron a Europa. La mayor parte de los cuadrúpedos que
estudia presentan una serie ininterrumpida de norte a sur, “serie que parece
indicarnos el camino seguido”. El problema de porqué algunos no
se encuentran en el antiguo continente puede recibir una respuesta clara:
“que el hombre los ha exterminado”. A ello hace varias objeciones: que
algunos no han podido hacer un viaje tan largo “vistas su pereza y su poltronería
excesivas”; que la transmigración de alguna especies parece imposible
porque no entran en el agua o no se desplazan mucho, o porque no salen
de sus habitaciones subterráneas bajo la arena y por tanto –pregunta-
“¿dónde encontrarán un camino de arena pura de varios
miles de leguas, que le haría falta?”. También observa que
algunas especies están solo al sur del paralelo 26º de latitud,
lo que parece imposible de armonizar con el paso de un continente a otro,
especialmente porque no hay ningún rastro de ellos en el largo camino
que habrían debido seguir de norte a sur. “Si para resolver esta
dificultad se supone que los continentes estaban unidos por la parte sur
y que es por allí por donde se ha verificado el paso, caemos en
los mismos inconvenientes, porque ninguno de estos animales existe en África”[127].
Estima que podría ser equivocado
creer que los dos continentes hayan tenido nunca comunicación alguna
antes de la llegada de Colón a América. Todos esos argumentos,
y otros que aduce y examina le llevan a pensar “que cada especie de insecto
y de cuadrúpedo no procede de una sola pareja primitiva, sino de
varias idénticas creadas en los diferentes lugares en que hoy los
vemos” De todas maneras, conviene advertir que su pensamiento sobre la
unión de los continentes no parece que fuera muy firme. En otra
ocasión, discutiendo la idea de Buffon de que en América
solo se encontraban los pájaros europeos que podían resistir
los fríos del norte, por donde los continentes estaban próximos,
presenta de forma clara una alternativa diferente. Frente a la tesis del
naturalista francés reflexiona: “pero veremos con frecuencia en
este país [Paraguay] pájaros de Europa, África y Asia
de los que no sufren tal frío, ni han podido atravesar los mares
actuales, ni venir por donde dice [Buffon], sino por otra parte más
meridional, donde antiguamente estarían muy cercanos y tal vez unidos
los continentes”[128].
Son varias las veces que Azara alude
al tema del poligenismo zoológico. Por ejemplo, respecto a los cangrejos
del Paraguay, los encuentra a veces separados por varias leguas, “y como
no se puede concebir que estos animales hayan pasado de un paraje a otro,
se debe más bien presumir que los que habitan en cada llanura diferente
han tenido igualmente un origen distinto, aunque se parecen por sus colores,
su tamaño y su manera de vivir. Con mayor razón debe creerse
que estos cangrejos no descienden de los de Europa”[129].
Los peces de los ríos, no
se encuentran en el mar, y “por consecuencia han sido creados en los ríos”[130].
Eso viene apoyado por otras reflexiones que, a su vez, tienen en cuenta
las relaciones tróficas entre las especies. Escribe en concreto:
“En efecto, si la creación que concierne a la zoología hubiera
sido instantánea y de una sola pareja de cada especie ¿quién
hubiera podido proveer y alimentar a las que no viven más que a
expensas de otras? Se hubieran muerto de hambre o hubieran exterminado
a las que les sirven de alimento”. El problema es grave e irresoluble desde
la perspectiva creacionista, que resultaba muy difícil de transgredir,
y que no es impugnada por Azara. Pero leyendo con atención sus obras
se observa que en realidad reflexionaba científicamente, convirtiendo
esa creencia en una hipótesis. Así, tras varias reflexiones
que siguen a lo anterior, concluye que no parece sin fundamento “en
la hipótesis de una creación instantánea, imaginarse
que cada especie zoológica proviene de varias parejas primitivas
que, aunque perfectamente semejantes y reducidas a una unidad específica,
hubieran sido creadas en diversos parajes, y de este modo todas las especies
creadas podrían haberse conservado a pesar de la destrucción
necesariamente operada por las especies devoradoras”[131].
La hipótesis de que al principio no hubo más que una pareja
de cada especie solo podía aceptarse
“admitiendo
que la creación de las débiles haya sido muy anterior a la
de las otras, a fin de haber tenido tiempo a multiplicarse mucho. Entonces
el hombre, el jaguarete, el león, el tigre, etc., habrían
sido creados posteriormente, después de un lapso de años
y aun de siglos, indispensables para que las especies destinadas a ser
sacrificadas hubieran podido multiplicarse en suficiente número
para alimentar a las otras. Según esas observaciones, la creación
instantánea resulta incompatible con la unidad de una sola pareja
de cada especie; pero esta unidad de una sola pareja no se opondría
a su creación sucesiva, admitiendo siempre que las destructoras
fueran las últimas”.
Y dando un paso más concluye
que: “no se debe tener más repugnancia en combinar una creación
sucesiva con la multiplicidad de tipos o parejas de cada especie”[132].
Considera también que “el
sistema seguido por la Naturaleza” es “que ha puesto límites fijos
e invariables a la fecundidad de cada hembra, de cuyos límites estas
hembras no podrían separarse” y “que en el curso de un año
no producen más que el número de individuos necesarios para
la conservación de la especie”; lo cual le lleva a pensar que la
aparición de grandes cantidades de insectos en algunos momentos
puede ser “producto de una creación reciente”[133].
En otro momento, con referencia a las chinches, y tras observar que van
unidas normalmente a los hombres civilizados, deduce que “parece natural
creer que el mundo estuvo libre de chinches en los tiempos primitivos y
que su creación es muy posterior a la del hombre”[134].
Eso mismo podría ocurrir con especies vegetales, ya que, con referencia
a los bosques del Paraguay escribe: “parecen creados de hoy”[135].
Azara dio todavía un paso
más importante, en relación con sus numerosas observaciones
sobre cambios en caracteres físicos de individuos animales, incluyendo
al hombre entre ellos. Así por ejemplo, “sobre los cambios de color
que se ven algunas veces en los hombres, los cuadrúpedos y las aves”.
Observa que en muchos casos “la causa que las produce es accidental, pasajera,
y que el principio reside en las madres”. También que “sus efectos
se perpetúan y no dependen de los climas”[136].
El célebre ejemplo del toro sin cuernos es en este sentido muy importante:
“En
1770 nació un toro mocho o sin cuernos, cuya raza se ha multiplicado
mucho. Debe observarse que los individuos procedentes de un toro sin cuernos
carecen de ellos aunque la madre los tenga, y que si el padre tiene cuernos
los descendientes los tendrán también aunque la madre no
los tenga. Este hecho prueba no solo que el macho influye más que
la hembra en la generación, sino, además que los cuernos
no son un carácter más esencial para las vacas que para las
cabras y los carneros, y que se ve perpetuarse a los individuos singulares
que la Naturaleza produce a veces por una combinación fortuita.
Se han visto también en el mismo país caballos con cuernos,
y si se hubiera tenido cuidado de hacerlos multiplicarse acaso se tendría
hoy una raza de caballos cornudos”[137].
Darwin trató de estas cuestiones
en El origen de las especies, en donde relacionó las variaciones
introducidas con el hombre en las especies domésticas (tema del
capítulo I) y las variaciones que se producen en la naturaleza,
a las que dedicó el capítulo II. En éste aborda el
problema de las monstruosidades, que pasan naturalmente a las variedades,
y escribe:
“Nadie
supone que todos los individuos de la misma especie estén fundidos
absolutamente en el mismo molde. Estas diferencias individuales son de
la mayor importancia para nosotros, porque frecuentemente, como es muy
conocido de todo el mundo, son hereditarias, y aportan así materiales
para que la selección actúe sobre ellos y las acumule, de
la misma manera que el hombre acumula en una dirección dada las
diferencias individuales de sus producciones domésticas”[138].
Es decir, Azara razonó varios
decenios antes que Darwin de forma similar a como lo haría éste,
y obtuvo conclusiones semejantes, que sin embargo no generalizó,
aunque fue capaz de percibir las implicaciones que tenían. El tema
de la influencia de Azara en Darwin está ya plenamente reconocido,
y sabemos que el naturalista británico utilizó ampliamente
la obra de nuestro ingeniero, que es el autor más citado en las
obras completas de ese autor. Aspectos fundamentales del pensamiento darviniano
son la idea de cambio a través del tiempo, la idea de organización,
la idea de lucha por la vida y selección, y el carácter aleatorio
de las variaciones que se producen en la naturaleza, y que luego pueden
transmitirse a la descendencia[139].
No todos ellos aparecen en Azara. Pero, por lo que hemos dicho, resulta
evidente que se sitúa claramente en la línea que conduce
al darwinismo. En primer lugar, la idea de cambio a través del tiempo
está poco aceptada, ya que Azara sigue siendo creacionista y providencialista;
pero admite plenamente que las especies pueden desaparecer, lo que resultaba
inconcebible para autores que estimaban que eso cuestionaba el plan divino
de la creación. Así con referencia a algunos tunales que
ha encontrado en Paraguay, Azara describe dos especies “tan aislados entre
los otros árboles sin ver ningún otro del mismo género”
y comenta “de suerte que esta especie reducida a esos dos individuos, acaso
únicos en el mundo, desaparecerá a la muerte de los que he
descrito”[140]. La idea
de la lucha por la vida y las adaptaciones que de ello derivan aparece
en varias ocasiones, tal como hemos tenido también ocasión
de señalar. Pero es más bien el último aspecto, es
decir la idea del carácter aleatorio de las modificaciones y su
transmisión a la descendencia, lo que le hace situarse plenamente
en el camino que conduce al darwinismo. Vale la pena resaltar que éste
es precisamente el aspecto más novedoso del pensamiento darviniano,
aquel en el que él mismo no quiso insistir por las graves implicaciones
que tenía la aceptación del azar en el orden del universo.
Animales e indios
Hay otros aspectos que convierten
a Azara también en un precedente de concepciones que serían
dominantes a mediados del siglo XIX. En su obra realizó en varios
momentos comparaciones entre animales y hombres, con lo cual, de alguna
manera, estaba aplicando al estudio social los métodos que había
adquirido con sus estudios de zoología. Ese es también el
camino que conduce hacia el triunfo del método positivista, que
estima que la ciencia es una y que pueden transferirse teorías y
métodos desde las ciencias de la naturaleza a las ciencias de la
sociedad. Son varias las ocasiones en que comparó los animales y
los hombres, en concreto los indígenas americanos. En un momento
dado, hablando de las avispas comenta: “esta república o sociedad
es acaso la cosa del mundo más semejante a todas las naciones de
indios salvajes, como veremos”[141].
Al hablar de las hormigas encuentra en estos insectos “razonamientos y
un lenguaje o signos para la comunicación de ideas”; y añade:
“seguramente las naciones indias que describiré a continuación
no son capaces de más”[142].
En otra ocasión, comentando algunas costumbres entre los pampas,
señala que “ninguna nación salvaje ha abandonado sus antiguos
usos, y en esto se asemejan a los cuadrúpedos salvajes”[143].
En cuanto a los payaguás, después de señalar
que pueden tomar a la vez una gran cantidad de alimento, escribe que en
ello “se asemejan a las aves de rapiña, y a muchos cuadrúpedos
carniceros”[144]. La
comparación entre animales y hombres tenía numerosas implicaciones.
Podía significar que se estaba reflexionando sobre el problema de
si existían especies intermedias entre unos y otros, lo cual podía
ser una consecuencia de la aceptación de la gran cadena del ser,
esa cadena que se extendía desde el más pequeño grano
de arena a la más excelsa de las criaturas, como era el hombre,
y más allá hasta Dios, y desde lo más simple a lo
más complejo[145].
La cadena del ser planteaba a los naturalistas problemas concretos sobre
las relaciones jerárquicas entre los distintos reinos de la naturaleza
y los elementos u organismos intermedios entre unos y otros. La idea de
rocas que crecían y que eran como vegetales resultaba fácil
de aceptar desde esta perspectiva, y fue desde luego admitida e integrada
en las interpretaciones sobre la evolución del relieve terrestre[146]. “En efecto, los indios
se asemejan a los animales por la delicadeza del oído, por la blancura,
limpieza y disposición regular de sus dientes; en que no hacen uso
de la palabra sino rara vez; en que nunca ríen a carcajadas; en
que los dos sexos se unen sin preámbulos ni ceremonias; en que las
mujeres dan a luz fácilmente y sin ninguna consecuencia enojosa;
en que gozan en todo de entera libertad; en que no reconocen ni superioridad
ni autoridad, en que siguen en su conducta ciertas prácticas a que
no están obligados ni sujetos y de las que ignoran el origen y la
razón; en que no conocen ni juegos, ni danzas, ni cantos, ni instrumentos
de música; en que soportan pacientemente la intemperie del cielo
y el hambre; en que no beben más que antes o después de la
comida, pero nunca mientras comen; en que no se sirven más que de
la lengua para quitar las espinas del pescado que comen y las conservan
en los ángulos de la boca; en que no saben lavarse, ni limpiarse,
ni coser; en que no dan instrucción ninguna a sus hijos y algunas
naciones matan a los suyos; en que no se ocupan del pasado ni del porvenir;
en que mueren sin inquietud por la suerte de sus hijos y mujeres y de cuanto
dejan en el mundo; y finalmente, en que no conocen ni religión ni
divinidad de ninguna especie. Todas estas cualidades parecen aproximarlos
a los cuadrúpedos, y parecen tener aún alguna relación
con las aves por la fuerza y finura de su vista”[149].
El texto nos permite comprobar que
para Azara las dimensiones esenciales del proceso de humanización
son éstas: debilitamiento de algunos rasgos físicos, lo que
se refleja en la pérdida de dientes o en la mayor dificultad para
el parto en las mujeres; lenguaje reglado y uso de la palabra; capacidad
para expresar sentimientos, y en especial la alegría a través
de la risa; relaciones sexuales con preámbulos y ceremonias; reconocimiento
de la autoridad y de jerarquías; prácticas sociales que tienen
un origen conocido y que obligan a los miembros del grupo social; conocimiento
y uso de juegos, danzas, cantos e instrumentos de música; impaciencia
ante las inclemencias y el hambre, lo que, sin duda, da lugar a la creación
de la vivienda y el vestido, así como a la provisión regular
de alimentos; el acto de la comida se convierte en una práctica
social, en la que se bebe a la vez que se come; limpieza de la boca durante
la comida; aseo personal, y conocimiento de prácticas para reparar
los vestidos; educación para los hijos y respeto por su vida; conocimiento
del pasado y capacidad de previsión respecto al futuro; preocupación
por la familia en el momento de la muerte; prácticas religiosas
y aceptación de la existencia de un poder divino sobre el mundo
y sobre la vida. Sin duda, se refleja en todo ello el conocimiento de los
debates de la Ilustración acerca de la civilización, pero
se plantean ya implícitamente en relación con el proceso
de separación entre el mundo animal y el propiamente humano. Se
empiezan a plantear problemas que adquirirán una gran trascendencia
cuando se desarrolle la antropología y se llegue reconocer la existencia
de la prehistoria[150].
Había que observar y clasificar
a los hombres. Pero esa clasificación planteaba problemas específicos,
ya que según la importancia que se diera a unos rasgos o a otros
(por ejemplo, el color del pelo, de la piel, la forma del cráneo
o de la cara, el cabello, etc.) aparecerán agrupaciones diferentes,
lo que tenía gran importancia cuando a veces estaban también
en juego valoraciones sobre los pueblos. Si ya era difícil ponerse
de acuerdo sobre los rasgos físicos relevantes en la descripción
y clasificación de los hombres, más lo era incorporar los
rasgos culturales. Ahí la diversidad de opciones era total. La distinción
entre cuerpo y espíritu y entre rasgos físicos y culturales
permitía incluso aceptar semejanzas biológicas y diferencias
espirituales o culturales, que podían llevar a agrupar ciertas razas
con los animales, a pesar de las semejanzas biológicas. El negro,
por su color y las costumbres que se describían de él, tenía
todos los números para situarse en ese grupo intermedio.
En la protohistoria de la ecología
La actual ecología se configuró
como ciencia definitivamente en los últimos años de la década
de 1860, especialmente con la obra de Haeckel y su definición del
concepto de ecosistema. Pero el camino hacia ella fue complejo y se fue
recorriendo lentamente durante la primera mitad del siglo XIX, en relación
con debates como los que hemos mencionado anteriormente. Azara está
también en ese camino, por las observaciones biogeográficas
que fue capaz de realizar. Es plenamente consciente de las variaciones
que el relieve introduce en la vegetación, ya que escribe que “en
países como el que describo, en llanura, incultos y donde la calidad
del suelo es casi la misma por todas partes, no se puede ofrecer mucha
variedad en las producciones vegetales, porque la sola causa visible que
podría hacer variar la vegetación es la temperatura, que
depende más o menos de la latitud, y la mayor o menor humedad o
facilidad para salida de las aguas”[151].
Señala que constantemente ha observado en las llanuras una gran
igualdad en la vegetación. Anota que siempre ha “visto en los pastos
las mismas plantas de dos o tres pies de alto, y poco variadas en sus especies,
pero tan espesas que no se percibe nunca la tierra más que en los
caminos o en los arroyos o en alguna barranca excavada por las aguas”.
También que “en los parajes bajos y sujetos a inundaciones las plantas
dominantes son más elevadas y se las llama pajonales”. No recorrió,
en cambio, grandes cordilleras que le estimularan a observar los cambios
altitudinales de la vegetación, como harían Mutis, Caldas,
Humboldt o Clemente Rubio[152]. “Los que creen que
la creación de los vegetales ha sido simultánea y, por consecuencia,
que toda planta viene de semilla o renuevo, están persuadidos de
que cuando se ve nacer una planta en un paraje donde no existía
antes se debe a los vientos o a las aves, que han llevado la semilla; pero
yo quisiera que reflexionaran que el gran número de especies parásitas
que no viven más que sobre el tronco de los grandes árboles
es de una formación muy posterior a estos árboles; que suponiendo
al viento la fuerza de una bala de cañón, no podría
evitar la caída al suelo de las semillas antes de haber recorrido
el espacio de dos leguas; que ningún ave come las semillas demasiado
pequeñas; que aunque las comiera no las transportaría a distancias
muy lejanas, y que aunque las transportara, no lo haría precisamente
en el momento en que el hombre hubiera levantado una vivienda y, en fin,
ningún ave come la semilla del abrojo (especie de cardo), y dichos
animales no pueden, en consecuencia, transportarla a ninguna parte”[155].
Ese problema, que Azara deja en ese
pasaje sin respuesta, ha encontrado posteriormente respuestas adecuadas
por parte de los ecólogos, que han mostrado el papel que ha tenido
el hombre en la propagación involuntaria de insectos, semillas y
microorganismos vegetales y animales. Los ecólogos argentinos han
estudiado en las últimas décadas estos procesos de transformación
del paisaje vegetal natural por la acción humana. Eduardo H. Rapoport,
en particular, ha puesto de manifiesto la importancia de esos procesos,
incluso en las áreas más ”alejadas” de la Tierra, como pueden
ser la cordillera andina (en los alrededores de Bariloche) o la Tierra
de Fuego. En esta última hay 430 especies nativas y 128 adventicias,
es decir el 23 por ciento del total, pero son muy activas y van ocupando
la mayor parte del terreno[156].
Repetidamente está presente en la obra de Azara el reconocimiento
del papel del hombre en la transformación del medio natural, y la
degradación del paisaje primitivo. Observa asimismo la existencia
de bosques, y el hecho de que “estos bosques se destruyen a medida que
el país se puebla”[157]. Las naciones indias
El conocimiento de las características
de los pueblos indígenas americanos se había difundido en
Europa desde el mismo siglo XVI a partir de las obras de los cronistas
de Indias traducidas a otras lenguas. A ello se habían unido los
relatos de diferentes viajeros que habían aportado diversos testimonios,
de manera que en el Setecientos no era información lo que faltaba.
Sin embargo esa información podía ser percibida y valorada
sesgadamente, en relación con los intereses ideológicos o
políticos de los autores que la utilizaban o de los debates intelectuales
en la que se incorporaba. En muchas ocasiones se mantenían prejuicios
antiguos y esquemáticos acerca de los distintos pueblos de la Tierra,
los cuales podían ser aceptados incluso por un filósofo como
Kant, a juzgar por los textos que se conservan de su Geografía Física,
el curso que impartió más frecuentemente en la Universidad
de Königsberg entre 1756 y 1796, después de la Lógica
y la Metafísica[159].
En las páginas dedicadas al estudio del hombre y a la descripción
de las naciones encontramos repetidamente los más sorprendentes
prejuicios, en especial acerca de los pueblos no europeos, los cuales pueden
aparecer caracterizados como bandidos, malolientes, mentirosos, holgazanes
y adornados de otros calificativos semejantes. Lo que puede deberse a que
“en los países cálidos los hombres maduran más rápidamente
en todos los aspectos, pero no alcanzan la perfección de las zonas
templadas”, y que “la Humanidad alcanza su mayor perfección en la
raza de los blancos”. De ese grado superior se desciende insensiblemente
en una especie de gran cadena del ser humano: “los indios amarillos tienen
ya menos talento; los negros están situados mucho más abajo,
y totalmente abajo se encuentra una parte de los puebles americanos”[160]. Azara y el poblamiento de América
Una vez finalizada en París
la redacción de los Viajes por la América meridional
(elaborados, como se ha dicho, a partir de la Descripción e Historia
del Paraguay y del Río de la Plata, 1806) Azara volvió
a España y añadió nuevos capítulos que envió
a Charles-Atahanase Walckenaer. El editor de su obra los incluyó
en la traducción que preparaba. Uno de esos capítulos es
el XI, titulado “Algunas reflexiones generales sobre los indios salvajes”.
El mismo Walckenaer en una nota a pie de página indicó que
seguramente esas páginas le habían sido sugeridas a Azara
por la lectura de su propia obra Essai sur l’Histoire del’espèce
humaine, que había aparecido publicada en 1798 y le había
enviado personalmente a España. Es muy probable que sea así,
pero en cualquier caso, en ese capítulo Azara realizó una
contribución de gran alcance , ya que intervino de forma explícita
en los debates que existían desde el momento del Descubrimiento
sobre el poblamiento del nuevo continente, así como –y esto tiene
mayor trascendencia- en los que desde mediados del XVIII se habían
suscitado acerca de las características de los pueblos primitivos
americanos, en relación con lo que se ha denominado la “teoría
de los cuatro estadios”. Hablaremos sucesivamente de estas dos contribuciones,
empezando por la primera, a la que dedica la segunda parte del capítulo.
En lo que se refiere al poblamiento del continente americano, conviene
recordar que desde el mismo Descubrimiento se había suscitado la
cuestión de la llegada no solo de hombres, sino también de
especies animales y vegetales; porque como escribió el padre Acosta,
uno de los que de manera más brillante reflexionó tempranamente
sobre el tema, en cuanto al hombre era fácil imaginar que podía
llegar en una navegación intencionada o accidental, pero “bestias
y alimañas, que cría el nuevo orbe muchas y grandes, no sé
cómo nos demos maña a embarcarlas y llevarlas por mar a América”.
Las mismas palabras de Acosta anuncian ya la solución que dio al
problema, y que otros seguirían: el poblamiento se hizo por tierra
“y ese camino lo hicieron muy sin pensar mudando sitios y tierras poco
a poco”. “Las
solas causas naturales de la emigración de un pueblo parecen ser
el exceso de población, que hace al territorio demasiado pequeño
para el número de habitantes y la mala calidad del suelo y del clima.
Pero las naciones indias que he descrito son tan poco numerosas que ningún
clima ni suelo parecen ser malos para ellas: no se ve, pues, la razón
que hubiera podido hacerlas emigrar, y si no lo han hecho es que su origen
es distinto del nuestro”.
Da la impresión de que Azara
hace suyas las ideas del obispo, y en apoyo de ellas hace valer el dato,
que había destacado en otro capítulo, de que las naciones
indígenas que hay en el sur no aparecen en el norte, y mucho menos
en el viejo continente, lo que parecería demostrar que “no se encuentran
allí llegadas por emigración, pues hubiera quedado una parte
de sus antiguas residencias”. Frente a eso, los que sostuvieron la opinión
contraria defendían que los indios pasaron del viejo al nuevo continente,
y de norte a sur. Tanto si eran hombres los que migraron como si solo eran
animales “se sabe que el diluvio los hizo perecer a todos, excepto un pequeño
número de individuos conservados en el mundo antiguo”. Pero, señala
Azara, “los laicos se imaginan que ese diluvio no fue general más
que en el antiguo continente”, y las aguas del mismo nunca pudieron rebasar
las altas cumbres andinas, por su elevación y por el hecho de que
rebasan la región de las lluvias, y en ellas nunca llueve. Según
eso, “los indios y los animales de América pudieron naturalmente
preservarse de la inundación retirándose a las partes más
elevadas”. Los indios americanos de Azara
y la teoría de los cuatro estadios
Otra parte importante del capítulo
XI, la primera, es como hemos dicho, la que plantea el tema de la posición
de los indígenas americanos en la evolución de las sociedades
humanas. Lo que conduce a la teoría de los cuatro estadios. Esa
teoría tiene toda una serie de precedentes, pero se configuró
a mediados del XVIII en la obra de R. Turgot, A. Dalrymple, Adam Smith,
y otros pensadores franceses y británicos. La teoría afirmaba
que la sociedad iba progresando a través de estadios sucesivos de
desarrollo: las sociedades cazadoras y recolectoras de frutos de la tierra,
la sociedad pastoril, la sociedad agraria y, finalmente, la sociedad comercial.
Cada uno de ellos correspondía a un modo de subsistencia diferente;
a los que algunos añadieron luego también ideas, instituciones,
costumbres sistemas de propiedad, formas de gobierno y normas morales.
Tal como ha señalado Ronald L. Meek en el decisivo estudio que dedicó
a este tema, se trata de una concepción profundamente vinculada
a la aceptación de la idea de progreso, pero cuyo aspecto esencial
era que esos estadios se basan en diferentes modos de subsistencia[175].
En las cuestiones que se refieren al
mundo de los hechos humanos los objetivos de Azara son reelaborados a través
del tamiz de su preocupación de funcionario por su país y
el deseo de mantener sus posesiones, en conflicto con Portugal. Por eso
su mirada es decididamente crítica respecto a lo que representa
el relajamiento del poder, la pérdida de soberanía, la laxitud
ante los engaños de los portugueses. Alude una y otra vez a especies
vegetales y animales que sería interesante adaptar en Europa, para
mejorar la alimentación o por otros usos. Y da consejos sobre el
cultivo de plantas en diversas regiones americanas teniendo en cuenta el
clima y las condiciones ambientales que existen en las áreas que
recorre. Hace críticas duras a la desidia de la población
en relación con la agricultura. Por ejemplo, el cacao y el café
se podrían cultivar, “pero la holgazanería y pereza generales
la carestía de los jornales, el gusto por la destrucción
y el despilfarro, que caracteriza a los habitantes del país; sus
pocas necesidades, su falta de ambición; el espíritu caballeresco,
que desdeña y desprecia toda especie de trabajo; la falta de instrucción,
la nulidad de los gobernadores y la increíble imperfección
de los instrumentos, contribuyen a hacer casi imposible toda especie de
mejora”[186]. Conclusión
La formación adquirida por
el ingeniero militar Félix de Azara en la Academia de Matemáticas
de Barcelona, le permitió realizar un trabajo excelente en el campo
de la geografía, y le dio una gran versatilidad y flexibilidad,
reflejada en sus estudios de historia natural. El pensamiento de Azara
se configuró en una mezcla de hábitos mentales e ideas previas
adquiridas durante su periodo juvenil de formación (universitaria,
militar y corporativa), de prácticas profesionales y contactos corporativos
y civiles en España, de observaciones lúcidas sobre la realidad
americana, de experiencias personales en dicho continente, así como
de las lecturas que realizó aleatoriamente de forma autodidacta
y de las relaciones científicas que pudo establecer tanto en América
como luego en Europa. Azara está plenamente en la línea de
racionalización de la Biblia. Lo cual se refleja en la afirmación
de la tesis de las creaciones sucesivas. No muestra públicamente
ningún descreimiento, pero se atreve a realizar interpretaciones
al relato de la creación. Apoyándose en Buffon podía
atreverse también a ampliar la escala temporal de la creación,
con seis días que se prolongaban en el tiempo, lo que hacía
posible aceptar la idea de creaciones sucesivas. Quedan muchos enigmas sobre Azara.
Es el momento de replantear los estudios sobre este autor y su familia
sobre bases metodológicas nuevas. Ante todo, hay que localizar los
documentos, los escritos y las cartas y hacer ediciones críticas.
Hay que plantear la génesis de su proyecto personal de observación
y estudio del mundo natural y los posibles estímulos previos de
familiares, amigos y miembros de su propia corporación de ingenieros
militares. Hay que investigar sobre las relaciones entre los hermanos y
los apoyos que pudieron dar a la carrera de Félix. Habría
que conocer las razones que pudo tener Azara para pretender dejar el cuerpo
de ingenieros –si es que eso sucedió-, las que tuvo para ocultar
la fecha de su nacimiento, los libros de la biblioteca que, según
su testimonio, tenía en San Sebastián en el momento de partir
para América, y las lecturas posteriores. Así como las relaciones
con los círculos del Gabinete de Historia Natural de Madrid en el
momento en que se quiso convertir en colector de especímenes para
el mismo, y las condiciones en que llegaron los envíos que hizo
a esta institución. Es preciso asimismo examinar las relaciones
de Azara con sus colaboradores en América, tanto españoles
como criollos o indígenas (guías, baqueanos etc.)[208].
Algunos de ellos fueron muy valorados
por Azara, como el caso de Pedro Antonio de Cerviño, nombrado ingeniero
voluntario para la demarcación de límites en 1783 por el
virrey Vértiz, y que en 1812 sería director de la escuela
de Náutica promovida por el Consulado de Buenos Aires en 1799[209],
y mas tarde de la Academia de Matemáticas de la misma ciudad. Hay
que investigar los expurgos que pudo hacer la familia y en especial su
sobrino Agustín, que era carlista y tal vez estuvo interesado en
lavar la imagen del tío de posibles acusaciones de impiedad o liberalismo
excesivo. Hay que ver también qué hay detrás de las
publicaciones de sus obras, a qué estrategias respondían
y qué manipulaciones pudo haber de los materiales personales de
Azara, tanto en España como en Francia y en el Río de la
Plata. Finalmente hay que investigar sobre la influencia de Azara en América.
Los nuevos estados independientes del continente utilizaron frecuentemente
los trabajos del periodo final de la Ilustración española
para desarrollar sus propios proyectos de conocimiento territorial. Al
igual que ocurrió en Nueva España con la utilización
de la herencia de la Expedición Botánica y del Seminario
de Mineralogía, en Colombia con la de los trabajos de Mutis y su
grupo, en Chile con la herencia de Malaspina, también en los países
independientes formados sobre el antiguo virreinato del Río de la
Plata la obra de los nuevos estados se apoyó en trabajos ya realizados,
en este caso, de forma importante en las investigaciones de Félix
de Azara y en las de otros componentes de la Comisión para los Límites
con Brasil. Como en los casos anteriores la ciencia peninsular y la ciencia
criolla se integrarían en una síntesis superior, adaptada
a las nuevas circunstancias científicas. Desde la perspectiva actual
el estudio de la obra de Félix de Azara puede constituir así
un acicate para intensificar los lazos entre científicos españoles
e iberoamericanos en un proyecto científico común.
Notas
[1]
Véase en ese sentido, por ejemplo, las actas del congreso internacional
sobre “Mundialización de la ciencia y cultura nacional”,
editadas por Lafuente, Elena y Ortega 1993.
[2]Así
lo expresó el mismo Walckenaer en su edición de los Viajes
por la América meridional, ed. 1969, p. 16.
[3]Azara,
Viajes
por la América meridional, ed. 1969, p. 16 (en adelante
Viajes);
citaremos en general por esta edición, que es la última editada
y, por tanto, más accesible.
[4]
He dedicado atención a este mapa y sus vicisitudes enCapel 1982,
cap. VII (“El geógrafo Juan de la Cruz Cano y su mapa de América”). [5]
Su expediente académico se conserva en el Archivo de la Corona de
Aragón, fondo de la Comandancia de Ingenieros , sec II, caja 121.
Sobre el Cuerpo de Ingenieros Militares en el siglo XVIII, pueden verse,
entre otros trabajos, Capel, Sánchez y Moncada 1988, Capel 2005
y Casals y Capel 2002.
[6]
Datos biográficos en Capel y otros 1983. Otros datos indican que
trabajó también en Castilla (trabajos en los ríos
Jarama y Henares), en Baleares (fortificación de Palma) y en el
País Vasco. A mediados del siglo XIX Basilio Castellanos de Losada
realizó ya una amplia biografía en dos volúmenes (1852-54).
[7] Álvarez Terán 1980, p. 954.
[8]
Azara siempre afirmó que había nacido en 1746, y así
consta incluso en el retrato que hizo grabar para la edición francesa
de los Viajes por la América meridional; sin embargo, la
partida de nacimiento a su nombre da la fecha de 1742. Es posible que ocultara
la fecha para poder entrar en el ejército.
[9]Azara,Viajes,ed.
1969, p. 43. Ese texto fue escrito para la edición francesa de los Viajes
por la América meridional, y parece indicar que Azara no tuvo
ningún conocimiento previo ni del viaje que realizó ni de
su incorporación al cuerpo de oficiales de marina. Esto último
queda, sin embargo, cuestionado por una carta encontrada por la profesora
Carmen Martínez en el Archivo Histórico Nacional (Estado,
legajo 4554, nº 12), relativa a los “astrónomos” que debían
formar parte de la Comisión. Respecto a uno de ellos se señala
que el ministro estaba de acuerdo con la opinión expresada por un
consejero, según la cual dicho sujeto “era un ignorante, y que no
podríamos sacar ningún partido de él”. Al margen está
la siguiente indicación, que había de servir para preparar
el documento final: “Que está bien, y que en lugar de uno de los
capitanes de fragata que ahora están en la Armada pudiera ir el
teniente Coronel D. Félix de Azara, que pretende pasar a Marina.
Es del Cuerpo de Ingenieros y que con su habilidad puede ser útil
a la división y para levantar los planos”. Agradezco a la profesora
Martínez la información y el permiso para utilizar ese documento.
[10]
Una edición reciente de los diarios de dichos viajes realizados
entre 1785 y 1788, en Azara 1994, I-IX, p. 39-98.
[11]
En Azara 1994 se publican el “Reconocimiento de la frontera de los pampas
hecho por D. Félix de Azara en 1796 con el objeto de adelantar las
guardias para la cría de ganado y proyecto de fortificación
de El Chaco”, el “Infome sobre reducciones del Chaco y facilitar su camino
para el comercio” (1799), y una “Carta al marqués de Avilés,
opinando sobre un proyecto de colonización del Chaco” (1799).
[13]Walckenaer,
ed. 1969 p. 22. Lo que el mismo Azara pensaba de ellas lo escribió en sus Viajes por la América meridional estimando la frescura
y dulzura de su piel: “y no es ésta la única ventaja que
hace que los inteligentes prefieran las mulatas a las mujeres españolas,
pues además pretenden que con dichas mulatas experimentan placeres
especiales que las otras no les proporcionan. Además estas mulatas
no son modelos de castidad ni resistencia, y es raro que conserven su virginidad
hasta la edad de nueve o diez años. Son espirituales, finas y tienen
aptitud para todo; saben escoger; son limpias generosas y hasta magníficas
cuando pueden” (ed. 1969, p. 276).
[14]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 188.
[15] Además
de las primeras biografías sobre Azara, las de Walckenaer 1808 y
Castellanos de Losada 1847, existen datos sobre su vida en trabajos posteriores,
entre los cuales los de González 1943; otras referencias pueden
encontrarse en Baulny 1968, Torrens 1978-79, Capel 1981, p. 301-304, Beddall
y López Piñero 1983, o Fernández Pérez 1992.
[16]
Azara, Descripción e Historia de Paraguay y río de la
Plata, ed. 943, Prólogo.
[17]Así aparece, por ejemplo en palabras del editor de los Viajes a la América
Meridional, (ed. 1969, p. 17), el cual consideraba en 1808 que la revolución
que se había operado en los conocimientos sobre América “colocarán
a la cabeza de este interesante relato los nombres de Humboldt y Azara”.
Esa idea fue compartida por Mitre, que consideró a Azara "el Humboldt
moderno de esta parte de América", en Azara 1943, introducción.
[18]
Capel 1987; Capel, Sánchez y Moncada 1988, cap. X (“Los textos”).
[19]
Hemos transcrito y publicado este manuscrito en Lucuce, ed. 2000.
[20]
Ordenanzas 1768, normas sobre los mapas en tomo IV, tratado II, título
séptimo.
[21]
Azara,Viajes,ed. 1923, p. 61; ed. 1969, p. 45. En los diarios de
sus viajes (por ejemplo, en los que se publican en Azara 1994) puede comprobarse
que, efectivamente, era la observación y cálculo de la latitud
y longitud la tarea primera a que se dedicaba en cada lugar por donde pasaba.
[22]
Azara Viajes por la América meridional, ed. 1923, p. 62.
Lo mismo en la Descripción e historia del Paraguay y Río
de la Plata, prólogo. La compra de instrumentos astronómicas
para las comisiones de demarcación de Portugal y España fue
encargada en Londres a Joâo Jacinto Magalhâes, Martínez
Martín 1998, p. 512-13; y Lucena Giraldo 2005, p. 48.
[23]
Azara Geografía física y esférica de las Provincias
del Paraguay y Misiones Guaraníes, 1790, ed. 1904, Prólogo,
p. 8. Su familiaridad con estos métodos era tal que no duda en hacer
críticas a los propuestos por Magalhâes, 1775-80, Prólogo,
p. 8.
[24]
Azara, Descripción e Historia del Paraguay y Río de la
Plata, ed. 1943, Prólogo.
[25]
Azara, Viajes, ed. 1923, p. 62; en las páginas siguientes
de esta obra explica otros detalles de su trabajo. De todas maneras, la
llanura absoluta del terreno hacía imposible a veces las observaciones.
Con frecuencia, por ejemplo en todo el distrito de Corrientes, no había
“elevación chica ni grande que pueda servir para dirigir los triángulos
de una carta”, Azara ed. 1994, p. 93.
[26]
Azara, Viajes, ed. 1923, p. 66. Lo mismo en Descripción
e Historia del Paraguay, ed. 1943, p. 4.
[27]
Azara Descripción histórica, ed. 1943, p. 3; Viajes 1923, p. 62: "en mis viajes he evitado siempre el juzgar por aproximación".
[28]
Azara, Descripción e historia del Paraguay, Prólogo.
Discusión de esta producción cartográfica en el estudio
introductorio de R. R. Schuller a la Geografía Física
y Esférica del Paraguay, 1904.
[29] Dos ejemplos de la cartografía levantada por Félix de Azara
pueden ser estos: la Carta esférica ó reducida de las
provincias del Paraguay y Misiones guaranís, con el distrito de
Corrientes, Por D. Félix de Azara, 1787, Catálogo de
manuscritos españoles del Museo Británico, Londres, t. II,
p. 457, 503, 527 (Según Fernández Duro, 1900, VII, p. 443,
“En la Biblioteca particular de S. M. el Rey existe otro ejemplar original
dedicado al Sr. D. Pedro Melo de Portugal y firmado en Asunción,
a 30 de Agosto de 1787; esta carta, que había sido solicitada por
el cabildo de Asunción, ha sido estudiada recientemente por Carmen
Martínez Martín 1998);Carta reducida de toda la Provincia
del Paraguay levantada en varios años y concluida en el de 1793
por el capitán de navío Dn Félix de Azara y los geógrafos
a su mando... 1793 (Servicio Histórico Militar, Madrid, nº
6.289, E 16-17). Un excelente estudio de las aportaciones cartográficas
de Azara sobre el virreinato del Río de la Plata es el de Martínez
Martín, 1997, la cual insiste en la importancia de los colaboradores,
y destaca, en especial, a Pedro Cerviño e Ignacio de Pazos. El ingeniero
Cerviño y el piloto Pazos son citados en el “Viaje al Paraná
y Corrientes”, 1785, Azara 1994, p. 39, en el viaje a Curuguaty, p. 64,
p. 66 , Zizur en el viaje a la laguna de Yberá, p. 94, en la Descripción..
de 1793, Azara p. 152.
[30]
Azara Descripción e Historia del Paraguay y Río de la
Plata, Prólogo; y Viajes, Introducción, ed. 1923,
p. 67.
[31]
Pueden verse estos trabajos en la revista Biblio 3W, incluida en
el sitio web de Geocrítica <http://www.ub.es/geocrit/menu.htm>;
el índice de la revista en: <http://www.ub.es/geocrit/bw-ig.htm>
[32]
No solo revisó él mismo los archivos, sino que encargó
de ello a sus subalternos. Asi Pedro Cerviño y Juan Pazos en la
ciudad de Corrientes, Azara 1994, p. 152.
[33]
Las obras editadas y manuscritas existentes sobre Río de la Plata
pueden encontrarse en el Epítome de la Biblioteca Oriental y
Occidental, Náutica y Geográfica, el inventario bibliográfico
que elaboró en 1737 Andrés González de Barcia como
continuación del de León Pinelo, González de Barcia
ed. facsímil 1982, I, p. 662-666, y 918-919. Sobre las lecturas
concretas de Azara acerca de Paraguay y Río de la Plata, Fernández
Pérez 1992, p. 48 y ss (“Los predecesores de Azara”).
[34]
Ferraz, 1801, p. 313 y ss.
[35]
Azara emprendió por iniciativa propia algunos viajes, en la espera
de los comisionados portugueses; por ejemplo, hallándose “impaciente
y aburrido con la ociosidad” resolvió hacer un viaje para tomar
noticias de la laguna Yberá, y adquirir nuevas aves y cuadrúpedos,
en noviembre de 1787. A veces organizaba expediciones simplemente para
dar alguna ocupación útil a sus subalternos, entregándoles
instrucciones precisas sobre lo que habían de observar; así
en el viaje al Río Tiviquaray en 1785 (Azara 1994, p. 85 y 51).
[36]
Capel 1985 (“Geografía y arte apodémica…”).
[38]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 20-21. Cuando se leen los diarios se
comprueban las muchas penalidades que sufrió. En 1785 durante cuatro
meses estuvo enfermo de tercianas, lo que no le impidió hacer el
viaje al Pilcomayo; y en el que realizó a Curuguatay en 1787 tuvo
dolores cólicos y pujos, es decir ulceraciones en la vesícula
biliar o en la vejiga urinaria, que a veces le impidieron incluso llevar
su diario, y con frecuencia estaban “molestadísimos de moscas, tábanos,
mosquitos y muchas castas, y de pequeñas abejas de tres especies
que melean en los bosques y apetecen mucho nuestro sudor, que chupaban
molestando en ello lo mismo que los mosquitos”. En muchos casos, especialmente
en la travesía de pantanos, “la ropa estaba casi podrida, pero siempre
se preservaron los instrumentos”, y la comida no siempre era buena: “cominos
parcamente, porque no había qué”, “la gente tenía
hambre y no había qué comer”, teniendo que andar horas enteras
bajo la lluvia. Véanse los testimonios en Azara 1994, p. 47, 64,
66, 79, 80, 84 y 91.
[39]
Walckenaer, ed. 1969, p. 19.
[40]
Se trata de los siguientes: Juan José Vértiz y Salcedo (1778-83),
Cristóbal del Campo, marqués de Loreto (1783-89), Nicolás
de Arredondo (1789-94), Pedro de Melo de Portugal y Villena (1794-97),
Antonio Olaguer Felíu (1797-99), Gabriel de Avilés y del
Fierro (1799-1801) y Joaquín del Pino y Rozas (1801-04).
[41]
Azara coincidió con Melo de Portugal cuando éste era gobernador
de Paraguay, e hizo varios viajes con él; en alguna ocasión
alude a “la amistad que me profesa y las continuas distinciones que le
debo” Azara 1994, p. 61.
[42]
Véase sobre dicha actuación el estudio de Rafael Palacio
Ramos 2005, en especial p. 77 y ss., y de manera más general Horcas
Díez 1998.
[43]
Azara,Viajes,ed. 1969, p. 186.
[44]
Carta de Azara aWalckenaer, fechada el 2 de julio de 1806,Viajes,ed
1969, p. 40.
[45]
Así aparece, por ejemplo, en la mayor parte de los viajes publicados
por José García Mercadal (ed. 1962, vol. III), y concretamente
en los viajes de Aubry de la Motraye (1697 y 1718, edición 1727),
J. B. Labat (1705-06), E. de Silhuette (1729-1730), el Señor de
la Melonniere (1720-1726), L. de Rouvray, duque de Saint Simon (1721-1722),
G. Manier (comienzos siglo XVIII), J. Casanova de Seingalt (1767-1768),
V. Alfieri (1669-71), W. Dalrymple (1774), J. F. Peyron (1772-73), Baron
de Bourgoing (1777-1795), E. F. Lantier (fines s. XVIII), J. M. Fleuriot,
marqués de Langle (1784), J. Townsend (1786-1787), A. Young (1787).
[46]
Capel 1985 (“Geografía y arte apodémica…”).
[47]
Freixa 1993, cap. III “La preparación del viaje”.
[49]
Cavanilles, 1795, ed. 1991, p. 228-29.
[50]
La forma como A. de Humboldt abordó esos problemas en varias de
sus obras ha sido analizada por Nöelle Bourguet 2003.
[51]
En esa obra, editada por Rodolfo R. Schuller en 1904 a partir de un manuscrito
conservado en el Archivo Nacional de Uruguay, se incluyen los once grandes
viajes que realizó directamente y con sus ayudantes y otros menores.
Los tres primeros viajes han sido publicados luego también en Azara
1990 , ed. de Andrés Galera, y los restantes en Azara 1994, ed.
de M. Lucena y A. Barrueco, a partir de otro manuscrito conservado en la
Academia de la Historia en Madrid.
[52]
Así lo dice en el relato del “Viaje al Paraná y Corrientes” (1785), en Azara, ed. 1994, p. 39.
[53]
Capel 1994 (“América en el nacimiento…”).
[54]
Carta de Azara de fecha 1 de diciembre de 1805, carta nº 6 de la edición
de Walckenaer,Viajes,1969, p. 38.
[55]
Azara,Viajes,ed. 1969, p. 53.
[56]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 74.
[57]
Azara 1904, “La calidad del terreno”; ed. 1990, p. 49. Añade que
“los que creen que las aguas han dado la figura exterior al mundo se figuran
que estos países acaban de salir del fondo del mar. La poca profundidad
de los ríos, la multitud de esteros y la poca población les
persuadirán lo mismo, aunque no se hallan conchas marinas, y creerán
que las aguas sobre estos países tuvieron un movimiento de noroeste
a sureste”.
[58]
Azara 1904, “La calidad del terreno”; ed. 1990, p. 51.
[59]Diversos
testimonios en Azara, ed. 1994, p. 77, 42, 48, 58, 66, 69, 72. En el “Viaje
a la Cordillera” observando una laguna anota que “su suelo es arena acarreada
de las laderas, y no tardará en llenar o cegarse por los depósitos
de sus aguas que no tienen salida”, Azara, ed. 1990, p. 227.
[60]Viaje
al Río Pilcomayo, Azara 1994, p. 49.
[61]Azara
1994, “Viaje a Iberá”, p. 91; asimismo hace alusión a las
piedras magnéticas que halló en el patio de un pueblo (p.
129).
[62]
Azara 1904; ed. 1990, p. 58.
[63]
Un ejemplar de esa edición, en cuya contracubierta figura en dos
líneas y con tinta y letra diferentes “Félix de Azara. Este
libro es de Dª Mónica Azara” está en la biblioteca personal
de Jaime Jossa, y ha sido documentado en Gomis, Josa, Fernández
y Pelayo 1988.
[64]
Esa edición de la obra de Bowles aparece también citada en
su prólogo por el traductor español de la Historia Natural de Bufon, que utilizó Azara; véase Clavijo ed. 2001, p. 77.
[65]
Orictografía y orictognosia eran términos utilizados en el
siglo XVIII para el estudio de los materiales excavados del subsuelo, es
decir pueden considerarse términos precedentes de la geología.
Ignacio de Asso realizó estudios sobre cuestiones de historia natural
desde la década de 1770 y en 1784 publicó una Oryctographiam
et Zoologiam Aragoniae Introductio; véase la introducción
de J. M. Casas Torres a la edición de Asso 1947, y Mora 1972, p.
261 y ss. Asso era amigo de José Nicolás de Azara, al que
le pidió libros en alguna ocasión (Mora 1972, p. 43), pero
su obra difícilmente pudo ser utilizada por Félix, ya que
es claramente linneana; en 1776 había traducido del sueco las cartas
de Loefling sobre historia natural de España y las Indias que habían
sido publicadas por Linneo (y que serían publicadas en los Anales
de Ciencias Naturales en 1801), Mora p. 271.
[66]
Weckelaer, ed. 1969, p. 22 y 23.
[68]
Cit. por Fernández Pérez 1992, p. 39.
[69]
En el “Viaje al río Pilcomayo” (1785) identifica claramente”capibaras,
lobos de río, y muchos yacú caraguatá o pavitas”,
en Azara 1994, p. 48.
[70]
Azara 1802-1805, ed. 1992, p. 79; he modernizado la ortografía.
En 1786 estaba ya realizando observaciones ornitológicas (“Viaje
a Carepegua”, Azara 1994, p. 57). También empezó a cazar
los cuadrúpedos, conservando las pieles, lo cual hizo ya desde los
primeros viajes, como sabemos por sus diarios; pero éstas “se alteraban
y corrompían”, por lo cual “tomó entonces el partido de describir
minuciosamente cada individuo cuando se le presentaba”.
[71]
Walckenaer ed. 1969, p. 23.
[72]
Por Michel Foucault en su libro sobre Las palabras y las cosas,
ed. 1971, cap.V, “Clasificar”.
[73]
He hablado más ampliamente de ello en Capel 1995 (1997), p. 72 y
ss (“Matemáticas y descripción de la naturaleza”).
[74] Para todo lo referente
a las ediciones de Buffon que utilizó Azara debe consultarse Fernández
Pérez 1992, p. 42-43.
[75]
Capel 1994 (“América en el nacimiento de la geografía moderna”),
Carrillo Castillo 2004.
[76]
Serrailh, ed. 1974, p. 460-611. También fue admirador de Buffon
el ministro Jovellanos, Capel 1995 (1997).
[77]
Sobre la obra y los gustos de José Nicolás de Azara existe
una extensa bibliografía, que no podemos citar aquí. Habla
también del tema Sarrailh, ed. 1974, p. 366-374, que le califica
como “uno de los hombres más inteligentes, cultos e ingeniosos”
del siglo XVIII, además de cómo diplomático muy hábil.
Su correspondencia con el ministro Manuel de Roda ha sido publicada y es
de un gran interés.
[78]
La Tesis doctoral de Jaime Jossa permite conocer la difusión en
España de la obra del naturalista francés.
[79]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 131.
[81]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 79.
[82]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 96.
[83]
Walckenaer 1809, ed. 1969, p. 23 y 24.
[85]
Walckenaer, ed. 1969, p. 17.
[86]
Walckenaer ed. 1969, p. 25. Las cifras son realmente menores, como han
puesto de manifiesto varios estudiosos, ya que a veces describió
separadamente machos y hembras o adultos y jóvenes, véase,
por ejemplo, Fernández Pérez 1992.
[87]Walckenaer,
ed. 1969, p. 24.
[88]Walckenaer
ed. 1969, p. 25.
[89]
Véase sobre ello las referencias citadas en nota 18, y Capel y Casals
2002, Capel 2005.
[90]
Sobre la relación de Azara con Pineda, Fernández Pérez
1992.
[91]
Carta de Azara a ckenaer, fechada el 1 de diciembre de 1805, ed 1969, p.
38; pero véase también el estudio de Cabrera 1934.
[92]
Las citas en Azara, Viajes, ed. 1969, p. 146, 152, 158 y 168.
[93]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 147; otras referencias críticas
a Buffon, siempre sobre cuadrúpedos, en p. 158, 163, 165.
[94]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 166.
[95]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 100.
[96]Walckenaer,
ed 1969, p. 28. Sobre el significado y la influencia de los estudios de
Azara sobre las aves véase Contreras 2003.
[97]
Bibliografía y manuscritos en Azara 1904, por R. R. Schuller, p.
XXIII y ss. La Geografía física y esférica del
Paraguay fue publicada por R. R. Schuller en 1904, y parcialmente por
A. Galera, que incluyó la descripción general y tres de los
once viajes.
[98]Walckenaer,
ed 1969, p. 26. Sobre el eco de Azara en la ciencia europea y española
del XIX puede verse Baulny 1968, IV, p. 67 y ss.
[99]
Vázquez Rial 1991 y 1999.
[100]Walckenaer,
ed 1969, p. 26.
[101]Walckenaer,
ed 1969, p. 26-27.Los datos sobre el carácter pérfido de
los gobernantes españoles fueron, lógicamente, aceptados
por los historiadores rioplatenses del XIX y comienzos del XX, por ejemplo
Rodolfo R. Schuller, en Azara 1904, p. XVII y ss.
[102]
Sobre la configuración de todas estas fronteras en el siglo XVIII
véase Zusman 2000.
[103]Dedicatoria
a su hermano Nicolás de Azara, cit. por Walckenaer, ed 1969, p.
29.
[104]
Azara 1994, tercera parte, p. 197-225; en las páginas 179-195 se
reproducen asimismo varios informes a los virreyes del Río de la
Plata.
[105]
Especialmente tras el fracaso de las políticas conciliatorias con
los insurrectos americanos que habían puesto en marcha algunos ministros
en 1817 (y de las que participó José María Lanz),
y que fueron abortadas por Fernando VII al año siguiente, Lucena
2005 p. 154 ss.
[106]
Véase Gerbi, ed. 1982, cap. 1 (“Buffon: la inferioridad de las especies
animales en América”) y ss.
[107]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 179.
[108]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 182.
[109]Azara,
Viajes, ed. 1969, p. 185.
[110]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 185.
[111]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 94.
[112]
Azara,Viajes, ed. 1969, p. 171. Sobre la concepción del padre
Las Casas sobre este tema, Capel 1993.
[113]Capel,
1981, cap. 1 (“Humboldt y la teoría de la Tierra”) y 2000.
[114]
Minguet, 1968, ed. 1985, I, p. 10 y ss.
[116]
Azara, Viajes, ed. 1969, p.107. Sobre la historia de las ideas que
condujeron al concepto de evolución biológica puede verse
Young 1992
[117]
Sobre ello Capel 1995 (1997) p. 82 y ss.
[118]
Cassirer 1932, p. 98-100.
[119]
El trabajo de E. Alvarez Lopez 1934 fue esencial para el reconocimiento
de la obra de Azara en la biología; un resumen en Beddall y López
Piñero 1983. El tema de la influencia de Azara en Darwin ha sido
planteado por J. Templado 1958, E. Álvarez López 1961, por
B. A. Beddall 1975, por Glick 1975. Véase también la introducción
de Jaime Jossa a la edición de El origen de las especies,
1988, p. 17. Sobre la herencia biológica de los caracteres véase
asimismo la introducción de Andrés Galera a la edición
de la Descripción del Paraguay, Azara 1990. p. 31 y ss.
[120]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 150.
[121]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 182.
[122]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 171.
[123]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 125.
[124]
Con referencia a un depósito de mineral de hierro, Azara, ed. 1969,
p. 65.
[125]
Recordemos, además, que el virrey marqués de Avilés
le calificó en una ocasión de “sujeto en quien había
advertido un modo de pensar muy puro y cristiano”, cit. en Albiac 2000,
p. 6.
[126]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 113.
[127]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 172-173.
[128]
Azara Apuntamientos para la Historia Natural de los páxaros,
ed. 1992, p. 83.
[129]
Azara,Viajes,ed. 1969, p. 76.
[130]
Azara,Viajes,ed. 1969, p. 78.
[131]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 174, cursivas añadidas.
[132]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 174-175.
[133]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 113; lo que dio lugar a una oportuna nota crítica por
parte de C. A. Walckenaer.
[134]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 117.
[135]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 82.
[136]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 176.
[137]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 177),
[138]
Darwin, ed. 1988, p. 95.
[140]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 85.
[141]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 104.
[142]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 109.
[143]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 201.
[144]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 230.
[145]
Lovejoy, ed. 1983; ya hemos visto que esta gran cadena del ser era aceptada
por Buffon.
[147]
A ello ha dedicado atención Urs Bitterli, ed. 1982, p. 400 y ss.
[148]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 248.
[149]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 249. Se había ocupado también
del tema en la Descripción e Historia del Paraguay y del Río
de la Plata (1806, ed. 1847) donde presenta en lo esencial esos mismos
rasgos, pero con un énfasis y orden algo diferente, véase
Azara 1994, p. 158.
[150]
Véase en relación con ello Bouza Vila 2002.
[151]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 79.
[152]
Tanto en el En el “Viaje al río Tiviquary” (1785) subió “hasta
lo más áspero de la cordillera”, y aunque narra las diversas
penalidades que sufrieron no hay la menor alusión a los cambios
en el paisaje biogeográfico, Azara, ed. 1994, IIIª parte, en
particular, p. 51. Tampoco los hay en el “Viaje a la cordillera”, editado
por Andrés Galera, Azara 1990, p. 224-227.
[153]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 80.
[154]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 78; la observación mereció
una nota de Walckenaer señalando que “este es un error muy antiguo
quelas obrevaciones modernas han hecho desaparecer”. Otra afirmación
semejante de Azara sobre gusanos que parecen producto de la generación
espontánea, en p. 149.
[155]Azara,
Viajes,
ed. 1969, p. 80-81.
[157]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 81.
[158]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 171.
[159]
El curso de Geografía Física fue editado por un antiguo alumno
de Kant, Th Rink en 1802; utilizamos la edición francesa, Kant 1999.
[160]
Kant ed. 1999, p. 223. El filósofo dedicó toda la primera
sección de la 2ª parte al estudio del hombre (p. 218-227) y
trató también del tema en la 3ª parte (“Observaciones
sumarias sobre las principales curiosidades naturales de todos los países,
según un orden geográfico”).
[161]
Bitterli, ed. 1982, p. 246.
[162]
Así en los relatos de La Perouse o de La Condamine (Minguet II,
p. 33. De manera similar en Cornelius De Pauw, que en relación con
sus ideas sobre la inferioridad del medio americano, estimaba que los indios
americanos eran bestias que abominaban de las leyes y de los frenos de
la educación..
[163]Rousseau,
Discours
sur l’originalité de l’inegalité parmi les hommes, 1954.
Para Rousseu la desigualdad social va unida a la renión del hombre
en sociedad, en los vínculos familiares, la agricultura y la propiedad
de la tierra. Con todo eso el hombre pierde libertad y se convierte en
esclavo de la necesidad, con lo que produce en un estadio de degradación
progresiva. Visión de gran pesimismo cultural.Examen de ello en
Bitterli, ed. 2982.
[164]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 186.
[165]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 233.
[166]Por
ejemplo, Azara 1994, p. 43, con referencia a los garzas. También
valora en muchas ocasiones su libertad como algo positivo. En Tobati encuentra
una comunidad que es de las más pobres, “pero no por ello lo son
los indios, de quienes suele decirse que son los mejor vestidos y acomodados
porque sin duda tienen libertad” Azara Descripción Histórica..
1793, en Azara 1994, p. 126.
[167]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 222.
[168]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 223.
[169]
Véanse los testimonios sobre ello en Minguet, ed. 1985, II, IV “Humboldt
y el indio americano”.
[170]
Capel 1985, cap. 4 (“El poblamiento de América y la idea de cambio
en la superficie terrestre”), y Capel 1989.
[171]
El debate sobre el tema del origen europeo o no de los cuadrúpedos(y
de las aves) lo hace Azara en el capítulo IX de los Viajes,
ed. 1969, p. 171-180.
[172]
Buffon Histoire génerale des animaux et de l’homme, ed. Berna
1792, t. III, p. 162, cit por Bitterli, ed. 1982, p. 394.
[173]
Sobre todo ello véase Bitterli, ed. 1982, p. 396 y ss.
[174]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 249.
[175]
Meek, 1976, ed. 1981. El autor estudia sucesivamente los antecedentes de
la teoría en la antigüedad, las ideas de Locke y de otros que
afirmaron que al principio todo el mundo era América, los autores
franceses y escoceses que configuraron definitivamente la teoría
en la década de 1750 y la evolución posterior de la misma.
[176]
Cit por Meek, ed. 1981, p. 89.
[177]
Ronald L. Meek ha llegado a escribir que “en cierto sentido, sin duda,
los grandes sistemas de la economía política ‘clásica’
del siglo XVIII surgieron de la teoría de los cuatro estadios”,
(ed. 1981, p. 217). En España se encuentran ecos de dicha teoría
en los Rudimentos de Economía Política de Eudaldo
Jaumandreu, redactados para sus cursos en la Lonja de Barcelona, el cual
habría adoptado esas ideas a partir de obras del economista suizo
alemán Jean Herreschwand, publicadas en Londres y París entre
1786 y 1796 (Lluch 1973, cap. XII, en particular p. 315). Sobre el eco
de la teoría de los cuatro estadios y de los conceptos de ‘salvaje’,
‘bárbaro’ y civilizado’ en los textos de geografía españoles
de la primera mitad del XIX véase Nadal 1983.
[178]
Cit. por Meek, ed. 1981, p. 140.
[179]
Cito por la edición parcial en Azara 1994, XII, p. 157.
[180]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 238.
[181]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 285.
[182]
No solo en Gran Bretaña y Francia, también en Alemania se
avanzaba en ese estudio y clasificación de los hombres, por ejemplo,
con la obra de Johan Fredrich Blumenbach sobre las diferencias naturales
en el género humano (Göttingen, 1775). A fines del XVIII se
elaboraron, asimismo cuestionarios para el estudio de los pueblos salvajes
(como el de J. M. Degérando Considerations sur les divers méthodes
à suivre dans l’observation des peuples sauvages, Paris, 1796),
que Azara no tuvo ocasión de aplicar en sus estudios sobre los indígenas
americanos.
[184]Ordenanza de 1718, I parte, artº 7; en Portugués 1764, p. 753-770.
[185]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 186.
[186]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 99.
[187]
A la que alude en sus Viajes (p. 292).
[188]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 252.
[189]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 254.
[190]
Azara, Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata,
ed. 1943, p. 6; se trata de la Memoria escrita en Batovi el 9 de mayo de
1801.
[191]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 204. Críticas a la esclavitud
también en otros textos, por ejemplo en Azara 1990, p. 213.
[192]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 260.
[193]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 282.
[194]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 281. El texto original puede leerse
en la Descripción en Hitoria del Paraguay y del Río de
la Plata (1806), en Azara 1994, XII, p. 172.
[195]
Al que se han dedicado numerosos trabajos, entre los que podemos señalar
los de José Luis Peset (por ejemplo, 1993).
[197]Descripción
Histórica, Física, Política y Geográfica de
la Provincia del Paraguay, 1793, en Azara 1994, XI, p. 149 y 150.
[198]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 281. Puede compararse ese texto con
el de la Descripción e Historia del Paraguay y Río de
la Plata (1806, ed. 1847) , en Azara 1994, XII, p. 172.
[199]
Azara Memoria, sobre el estado rural del Río de la Plata,
ed. 1943, p. 6; a continuación de esta afirmación realiza
interesantes cálculos sobre los rendimientos agrícolas en
el Río de la Plata.
[200]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 265.
[201]
Véase en particular el “Informe sobre el gobierno y libertad de
los indios guaranís y tapis de la Provincia del Paraguay” 1806,
Azara 1994, p. 205-212. Tal vez sea oportuno recordar que también
tenía ideas fisiocráticas y liberales el aragonés
Ignacio de Asso, ya citado.
[202]
Algunas referencias en Capel (“América en el nacimiento de la geografía
moderna”, y “Ambientalismo e historia”).
[203]
Azara, Viajes, ed. 1969, p. 275 y 277.
[204]
Foucault, ed. 1971, p. 145. Sobre el trabajo de Cuvier véase también
Young, ed. 1998, p. 80 y ss.
[205]
Sobre el romanticismo en la ciencia véase el volumen editado por
Montesinos, Ordóñez y Toledo, 2003, y en especial, acerca
de Humboldt, el trabajo de Nöelle Bourguet 2003.
[206]
. Así en el viaje a la laguna Yberá, encontró que
el cura de San Ignacio le arregló la escopeta, y “como conociese
en él capacidad e inclinación, determiné hacerlo mi
continuador y correspondiente” Azara 1994, p. 86.
[207]
En Martínez Martín, 1997, p. 171; el escrito lleva fecha
de fines 1781.
[208]
Relación de colaboradores de Azara para la cartografía en
Martínez Martín 1998, p. 514 y ss. Los miembros de la comisión
para el reconocimiento de la frontera de los pampas en 1796 en Azara 1994,
documento X, p. 99-100.
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de. Voyages dans l’Amérique meridionale…depuis 1781 jusqu’en
1801. Publiées d’après les manuscrits de l’auteur avec une
notice sur sa vie et se écrits, par C. A. Wackenaer; enrichies de
notes par G.Cuvier… Suivis de L’histoire naturelle des oiseaux du Paraguay
et de La Plata par le même auteur, traduite, dápres lórigina
espagnol, et augmentée d’un grand nombre de notes, par M. Sonnini;
accompagnés d’un atlas de vingt-cinc planches… Paris: Dentu,
Imprimeur Libraire, 1809, 4 vols. + 1 atlas.
AZARA, Félix
de. Viajes por la América meridional.. Traducidos del francés
por Francisco de las Barras de Aragón. Madrid: Espasa-Calpe. 1923.
2 vols..
AZARA, Félix
de. Viajes por la América meridional. Contienen la Descripción
Geográfica, Política y Civil del Paraguay y del Río
de la Plata; la Historia del Descubrimiento y conquista de estas Regiones;
detalles numerosos sobre su Historia Natural y sobre los pueblos salvajes
que la habitan; el relato de los medios empleados por los jesuitas para
someter y civilizar a los indígenas, etc. Por ... Comisario
y Comandante de los límites Españoles en el Paraguay desde
1781 hasta 1801. Traducidos del francés por Francisco de las Barras
de Aragón. Edición revisada por J. Dantín Cereceda.
Madrid: Espasa-Calpe. 1923, 2 vols. Nueva edición 1941, 2 vols.
Edición en un volumen, 1969. 326 p.
AZARA, Félix
de. Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la
Plata. Obra póstuma de Don…, la publica su sobrino y heredero
del Señor Don Agustín de Azara bajo la dirección de
Don Basilio Sebastián Castellanos de Losada. Madrid, 1847. 2 vols.
AZARA, Félix
de. Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata en 1801:
demarcación de límites entre el Brasil y el Paraguay á
últimos del siglo XVIII, é informes sobre varios particulares
de la América Meridional española. Escritos póstumos
de D. Félix de Azara.. los publica su sobrino D. Agustín
Azara, marqué de Nibbiano… bajo la dirección de D. Basilio
Sebastián Castellanos de Losada. Madrid: Imprenta de Sanchiz, 1847.
VIII + 232 p. AZARA, Félix
de.
Viajes inéditos de D. Félix de Azara desde Santa Fe
a la Asunción, al interior del Paraguay, y a los pueblos de Misiones.
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)
En un paisaje eminentemente fluvial,
prestaba mucha atención a la dirección de las aguas: “la
frecuencia de arroyos y sus direcciones opuestas manifiestan claramente
que el piso es de los más elevados de por acá”, lo que se
confirma luego por la rápida pendiente del terreno. Anota que “las
poblaciones están en los intermedios de los esteros y lagunas que
ocupan la mitad del país”. Todo parece indicar que no tenía
grandes conocimientos de mineralogía y geognosia. Muestra sin embargo
que conocía alguna obra de E. Halley y que apoyándose en
ella pudo realizar cálculos y experiencias sobre la evaporación[61].
También pudo utilizar una obra del padre Riccioli, ya que con ocasión
de unas estimaciones que realizó sobre el caudal del río
Paraguay citó los datos de este jesuita sobre el Po[62].
Sabemos también que en algún momento poseyó un ejemplar
de la primera edición de la Introducción a la Historia
natural y a la Geografía Física de España dede
Guillermo Bowles, que se había publicado en Madrid en 1775[63].
Entra dentro de lo posible que tuviera noticias de la segundaedición,
que había sido editada en 1782 con una revisión de su hermano
José Nicolás, el cual comentó también la edición
italiana impresa en Roma al año siguiente[64].
Aunque Félix había visto a José Nicolás solo
una vez, cuando lo visitó en Barcelona en 1765 de paso para su misión
romana, es posible que recibiera noticias de ella y que la consultara al
menos cuando preparaba la versión final del Viaje por la América
meridional.
En la introducción de los Viajes por la América meridional
el mismo Azara alude retóricamente a la génesis americana
de su conversión en naturalista, en un texto que vale la pena citar
ahora extensamente:
Efectivamente, Azara se enfrentaba directamente
y, al parecer, sin conocimientos previos a un problema de ordenar esa parcela
que observaba del reino de la naturaleza. Lo que le conducía a la
necesidad previa de métodos de clasificación. El esfuerzo
por conocer la naturaleza significaba determinar el número de especies
animales y vegetales identificados y clasificarlos de forma unívoca.
Este esfuerzo venía de lejos y avanzaría de forma decisiva
durante el siglo XVIII, que ha sido considerado por ello el siglo de las
taxonomías y de “la denominación de lo visible”[72].
No era fácil la tarea, ya que, para empezar, había que ponerse
de acuerdo sobre los criterios para una clasificación y descripción
que fuera aceptada por todos. A mediados del siglo, la mirada a la naturaleza
había cristalizado en dos perspectivas bien diferentes, que ponían
énfasis, respectivamente, en la posibilidad de matematizar la naturaleza,
y en la dificultad de hacerlo, por la complejidad de la misma. Ello llevaba
también a dos formas de clasificación, una más abstracta
y lógica, que conducía a un sistema de la naturaleza, y otra
que tenía en cuenta la complejidad y ponía énfasis
en la descripción. La primera fue la aproximación de Carl
von Linné, en la que se destacaban los órganos de la reproducción
como criterio clasificador. La segunda, que era la de Buffon, insistía
en la necesidad de hacer “la descripción exacta y la historia fiel
de cada cosa” y, por tanto, exigía tener en cuenta los rasgos completos
que permitían caracterizar a un individuo animal, vegetal o mineral[73].
En todo caso, estando ya en América, “una feliz circunstancia” hizo
a Azara poseedor de la traducción española de las obras de
Buffon. Eso ocurrió bastante tardíamente, en 1796, gracias
a los ejemplares que le facilitó su ayudante Pedro Cerviño[74].
Se dedicó con avidez a su lectura y comprobó que muchos de
los especimenes que estaba observando y describiendo no aparecían
en la obra del naturalista francés. También encontró
muchos errores, y concretamente, que “buena parte de lo que es histórico
se componía de noticias vulgares, falsas o equivocadas; que en lo
general no se daba idea exacta de las magnitudes, ni de las proporciones;
que se reunían a veces bestias diferentes, embrollándolas;
que en ocasiones se multiplicaban las especies”. En ese momento su actitud
repitió lo que ya antes había sucedido en América,
empezando por uno de los primeros observadores de su naturaleza, Gonzalo
Fernández de Oviedo. Enfrentado éste a la naturaleza americana,
fue la obra de Plinio la que le permitió poner orden a las observaciones,
aunque inmediatamente reconoció que lo que él observaba no
aparecía en el naturalista de la época romana, lo que le
llevó a completar y perfeccionar su obra, a la vez que le permitía
tomar conciencia de su superioridad de él, Gonzalo Fernández
de Oviedo (y con él los modernos), frente a un romano como Plinio,
(y con él los antiguos)[75].
La obra de Buffon, de la que en 1751 los diputados de la Facultad de Teología
de París habían condenado 14 proposiciones, había
circulado subrepticiamente en España desde mediados de siglo; pero
en 1773 se hizo ya un extracto por la Sociedad Vascongada de Amigos del
País (que podría haber conocido Azara, ya que trabajó,
como vimos, en el País Vasco y estaba vinculado con la Sociedad
Económica Aragonesa de Amigos del País de Zaragoza), y a
partir de entonces fue más utilizada y citada, de manera que a fines
de esa década la figura de este naturalista era muy alabada en España,
a la vez que ampliamente utilizada por los naturalistas españoles[76].
Debe añadirse que en Roma el embajador José Nicolás
de Azara era gran admirador del naturalista francés, a la vez que
lector del Sisteme de la Nature del Barón de Holbach, al
tiempo que buen conocedor y admirador de Voltaire[77].
En 1785 la Historia Natural de Buffon fue traducida al español por
José Clavijo y Fajardo[78].
Azara confiesa que se dedicó con ahínco a estudiar dicha
obra. En una ocasión afirma que “como yo no he leído otra
obra que la de este último autor, en treinta y un volúmenes,
con doce de suplemento, también de él sacaré las citas”[79].
En España el sistema linneano había empezado a difundirse
ampliamente en la década de 1770 entre los naturalistas del Jardín
Botánico y sería definitivamente adoptado en las expediciones
científicas organizadas por el gobierno español en la década
siguiente[80]. La trayectoria
formativa y profesional de Azara actuó en ese momento. Si nuestro
hombre hubiera estudiado en Madrid y hubiera estado ligado a los círculos
del Jardín Botánico, es indudable que habría abordado
la descripción de la naturaleza con el método de Linneo.
Pero como no era naturalista, y se hizo tal primero de forma autodidacta
y luego leyendo a Buffon, es natural que siguiera el método de éste;
el azar desempeñó un papel importante en su opción.
Frente a la clasificación como un fin en si mismo, Buffon insiste
en la importancia de la descripción completa de los animales. Lo
que Azara había ido realizando al parecer de forma excelente, después
de los primeros ensayos. Azara, desde luego, no se consideraba botánico
y por ello advierte que “no hay que pedirme caracteres de los vegetales,
sino solo algunas noticias someras, tales como un viajero puede darlas”[81].
En algunos casos reconoce sus insuficiencias. Tampoco da por ello, más
que ocasionalmente, los nombres botánicos de las plantas que describe,
y muestra a veces dificultades para distinguir las especies y las variedades;
por ejemplo, con referencia al maíz señala “yo no me acuerdo
del nombre que se da a la cuarta especie”, que antes había descrito[82].Se
nota, en cambio, su gran interés por los animales, y en especial
los cuadrúpedos, de los que hace detalladas descripciones. Azara
envió precisamente al traductor español de Buffon, sus primeras
observaciones. Pero, “sea por ignorancia, sea indolencia”, escribe Walckenaer,
Clavijo no hizo uso alguno de las comunicaciones de Azara, “y ni siquiera
le contestó”. Ello no desanimó a nuestro ingeniero, que continuó
con sus observaciones “procurando que sus descripciones se aproximaran
a las de la Historia Natural de Buffon, único libro de que disponía”.
Respecto a las descripciones de este autor, solo contaba con ellas y las
láminas que acompañan a la obra, y no con el conocimiento
directo de los especimenes, que solo se podía obtener con acceso
a las colecciones de un gabinete de historia natural. Como dice el autor
de esas líneas, “dadas las circunstancias que presidieron a la composición
de las obras de Azara sobre Historia Natural, es fácil apreciar
las cualidades y defectos que tienen”[83].
Las cualidades resultan evidentes: la frescura de sus observaciones, unido
a la falta de prejuicios y al rigor de las mismas: “no puede desearse nada
más exacto para las descripciones de forma, de más curioso
y de más cierto en las costumbres y es imposible mostrar a la vez
más sagacidad y paciencia, cualidades que son esenciales a un gran
observador”[84]. Pero también
los defectos, que se derivan del relativo aislamiento de Azara y, especialmente,
del hecho de que inicialmente no estaba integrado en ninguna comunidad
científica de naturalistas, ni siquiera con la española,
como muestra la reacción de Clavijo. Por ello, advierte su biógrafo
francés y editor de comienzos del XIX, “no habiendo tenido nunca
comunicación con ningún naturalista ni visitado ninguna gran
colección; no conociendo ni aun los animales de su país natal,
pues solo se había dedicado a este estudio mientras que estuvo en
América, le ocurre a veces hacer agrupaciones que no están
en la Naturaleza y separar en géneros distintos especies que debían
estar reunidas en el mismo género”.
El objetivo de Azara a partir de cierto momento había pasado a ser
completar la obra de Buffon, al que pensaba enviar las notas que iba reuniendo.
Sin duda es cierto que, como dice su primer biógrafo, Charles-Athanase
Walckenaer, Azara “olvidado en los desiertos, extraño a los progresos
rápidos de las ciencias naturales, sin ninguna comunicación
con el mundo civilizado”[85],
había realizado importantes observaciones naturales en una situación
difícil, añadiendo trabajo personal a su tarea de realizar
los levantamientos cartográficos en un territorio muy vasto. El
editor de sus Viajes no deja de aludir a ese hecho al señalar
que “que él solo, sin ayuda observaciones, colecciones ni libros
había hecho progresar inmensamente a las dos partes más importantes
de la Historia Natural de los animales, la de los cuadrúpedos y
las de las aves, y esto sin que se sospechara siquiera en Europa de su
existencia”; y concluía, valorando encomiásticamente a su
personaje: “aun se está muy lejos de darse cuenta de todo lo que
las ciencias le deben” Lo que las ciencias le debían a comienzos
del XIX era una gran cantidad de observaciones de animales de los que no
se tenía noticias, y que él publicó en sus historias
de los cuadrúpedos y de las aves, y retomó luego en su Viajes
por la América meridional. En lo que se refiere a las aves,
de las 448 especies que describe unas 200 eran totalmente nuevas y un gran
número de las otras eran más exactas que las existentes o
dando noticias y detalles sobre las costumbres no obtenidas antes por nadie[86].
De hecho, en muchos aspectos, Azara iba recorriendo personalmente el itinerario
que la ciencia natural había tardado décadas en recorrer.
En efecto, como observó su editor, “la dificultad de explicar ciertos
hechos de que sus propias observaciones no le daban la solución
le condujo a veces a sistemas parecidos a los imaginados en la infancia
de la ciencia, y que nuevas luces, después de mucho tiempo, han
hecho desaparecer”[87].
Su mismo relativo aislamiento y ausencia de integración en la comunidad
científica de los naturalistas, le permitía echar una mirada
nueva sobre lo que observaba, prescindiendo de las ideas dominantes en
el momento. No tenía prejuicios científicos, y la observación
personal dominaba. Eso explica “la rudeza de su estilo, ya por sí
extraño a las formas que la costumbre social europea considera como
indispensables”[88].
De todas maneras, ese aislamiento científico ha de relativizarse.
Ante todo, Félix de Azara pertenecía al Cuerpo de Ingenieros
Militares, una corporación técnica de alto nivel, que hizo
aportaciones científicas relevantes[89];
y había sido integrado en el cuerpo de oficiales de marina, que
tuvo también una alta formación científica. Por otra
parte, si Asunción quedaba muy alejada en el interior del continente
americano, Buenos Aires era desde 1776 una capital virreinal y a ella llegaban
muchas noticias. Por eso no ha de sorprender que Azara pudiera hacerse
en dicha ciudad con la edición española de Buffon y con la
francesa, con sus suplementos. Por otra parte, por allí pasaban
viajeros, entre otros, los de la expedición Malaspina; y entre ellos
el naturalista Antonio de Pineda, que conoció las observaciones
de Azara, y le animó a continuar[90].
Para valorar y matizar el pretendido aislamiento de Félix hay que
recordar, finalmente, que familiarmente estaba muy bien relacionado: su
hermano mayor era embajador en Roma y confidente del ministro Manuel de
Roda, y otro hermano, benedictino, había sido nombrado en 1788 obispo
de Ibiza y en 1794 de Barcelona, donde lo fue hasta su muerte en 1797.
De alguna manera, Azara pretendió también integrarse en la
red de recolectores de especímenes para las colecciones reales en
Madrid. Hemos visto que reunió especimenes que envíó
a la Corte, con la pretensión de que pudieran se útiles al
Gabinete de Historia Natural, aunque sin que al parecer sirvieran de mucho,
ya que en una ocasión afirma que “no ha aprovechado para nada lo
que he enviado”[91].
No sabemos si eso sucedió por animadversión de los naturalistas
madrileños, como a veces se pretende, o simplemente por el hecho
de que los envíos estaban mal realizados, sin tener en cuenta las
normas de conservación que se habían dado para ello. Fue
a su vuelta de América, y especialmente durante su estancia en París
cuando anudó relaciones estrechas con ilustres naturalistas como
Georges Cuvier, Étienne Geoffroy Saint-Hilaire, Charles-Athanase
Walckenaer, apoyado sin duda para ello por su vínculo fraternal
con el embajador de España en la capital francesa. El examen de
especimenes de las ricas colecciones del Museo de Historia Natural le permitió
completar y matizar sus observaciones, rectificando errores que antes había
podido cometer, y que no duda en reconocer, “yo veo ahora que me equivoqué
en el juicio que había formado a este respecto, y en la crítica
que puede verse en mi obra española sobre los cuadrúpedos”,
escribe en una ocasión; “muchas razones me llevan a dudar de mi
aserto”, dice en otra; como asimismo afirma: “pero debo confesar con franqueza
que actualmente creo lo contrario”. Es cierto que en otros muchos casos
se reafirma en su opinión anterior[92],
y que al mismo tiempo señaló abiertamente los errores que
pensaba había cometido Buffon, aunque comprendiéndolos: “no
me sorprende nada que un naturalista tan hábil y exacto haya podido
caer en semejante error”[93].
Tampoco duda a veces en disentir de Linneo[94].
El lenguaje en que se expresa Azara es el de la precisión. Su presentación,
ya lo hemos visto, tiene siempre las pretensiones de la objetividad. En
esas declaraciones enfáticas sobre la exactitud de sus observaciones
aparece una y otra vez lo que Pimentel ha llamado la “retórica de
la objetividad y la verdad”. Una retórica que aparece confirmada
por las declaraciones sobre su desconocimiento de otros hechos, para los
que confiesa no tener preparación. Son muchas las ocasiones en que
se excusa de sus posibles errores y carencias. Así con referencia
a los insectos estima que no le es posible dar una descripción exacta
y completa por el elevado número de especies y lo pequeños
que son, pero que, además, eso sería más difícil
para él porque “no he leído nada de lo que los demás
han escrito sobre esta materia”; por ello, “no he de hacer más que
lo que pueda, es decir, daré observaciones sobre algunas especie,
me contentaré con nombrar otras, y olvidaré, en cierto modo,
la mayor parte”[95]; con
referencia a las abejas afirma: “yo no tengo bastantes conocimientos para
establecer una buena división entre ellas, y me limitaré
a decir lo que sé”.
En realidad, como en otros casos, podemos preguntarnos hasta qué
punto era verdaderamente objetivo. En realidad, miraba lo que había
de mirar como Comisionado, y como funcionario del gobierno preocupado por
introducir mejoras en el gobierno de aquellas tierras. En general, se observa
lo que se busca, y se interpreta de acuerdo con los esquemas con los que
se sale. Azara fue sin duda un geógrafo y un naturalista, pero miró
el territorio con las enseñanzas que había recibido en la
Academia de Barcelona; y en cuanto al mundo natural lo miró a partir
de cierto momento con ojos buffonianos, lo que significa en ambos casos
unos sesgos muy concretos. Son también los ojos de la erudición
histórica, a través de sus investigaciones en los archivos,
de los que recogió materiales de gran valor. Y por su capacidad
para pasar de las descripciones territoriales y naturales a las de los
grupos sociales, se convirtió asimismo en un etnógrafo, y
por eso los antropólogos lo reconocen igualmente como uno de los
suyos.
Los años finales del XVIII
y principios del XIX fueron testigos de las profundas convulsiones generadas
por la Revolución Francesa y el acceso al poder de Napoleón.
El imperio español se veía amenazado, y durante algunos años
las provincias americanas estuvieron prácticamente aisladas de la
metrópoli por el bloqueo británico. América interesaba
por muchas razones, especialmente en Francia, que había aumentado
su influencia sobre España y podía pensar en nuevos proyectos
americanos. En ese contexto la información sobre América
era muy bien recibida en París. Lo que explica los apoyos y el interés
por las publicaciones de los trabajos de Azara y, más tarde, de
Humboldt.
También observa que “un natural
pacífico, dulce e inocente parece haber sido la herencia de las
aves de los países poco poblados, como el Paraguay, donde gozan
de una libertad plena”; la mayor parte de ellas “carece de la previsión
y medios necesarios para evitar las trampas de los hombres”. A pesar de
lo cual “las hay, no obstante, que conservan la misma desconfianza que
sus semejantes de Europa: nueva prueba de que estas disposiciones dependen
más de un sentimiento que del clima o de toda otra circunstancia
local. A esta misma causa moral atribuyo yo –concluye- las cualidades sociales
de las aves”[109].
La peculiaridad del trabajo que Azara
realizó respecto al que efectuó Humboldt era que mientras
este último estaba plenamente integrado en la comunidad científica
internacional y había diseñado su proyecto en relación
con problemas relevantes de la ciencia europea del momento, Azara hizo
sus observaciones de historia natural de forma absolutamente personal y
desconectado al principio del mundo científico europeo. Hay muchas
cuestiones que no aparecen entre sus preocupaciones y que en otro contexto
y con otras bases científicas habría sin duda observado.
Por ejemplo, la armonía de la naturaleza. Por ello no recorrió
el camino que conducía a la física del globo, y que siguió
Humboldt, al igual que Mutis y otros que partían de la ciencia de
su época. El viaje americano de Humboldt fue un paradigma de la
expedición personal con objetivo previo, financiada por un particular,
pero que solo fue posible por las facilidades que le dieron las autoridades
españolas metropolitanas y virreinales. El de Azara en cambio es
otra modalidad, y responde a un encargo específico del gobierno,
que cumplió estrictamente, pero al que añadió diferentes
intereses y preocupaciones personales, que finalmente llegaron a constituir
un programa científico. Humboldt tenía una excelente formación
científica como naturalista, había preparado con gran cuidado
su expedición, y fue a América con un proyecto científico
bien definido, que trataba de encontrar las interrelaciones entre fenómenos
diversos: “mis ojos deben estar siempre fijados sobre la acción
combinada de las fuerzas, la influencia de la creación inanimada
sobre el mundo animal y vegetal, sobre esta armonía”, escribió
el mismo día que se embarcaba en la Coruña para iniciar su
viaje americano, el 5 de junio de 1799[113].
Azara, en cambio, fue definiendo su proyecto científico una vez
en América, poco a poco; primero a partir de las instrucciones que
recibió como comisionado, y que le conducía a la geografía.
Luego a partir de sus intereses personales, confirmados y potenciados por
la lectura de Buffon. También en la relación con otros estudiosos,
como Pineda. Finalmente, ese proyecto intelectual acabó de perfilarlo
en Madrid y en Francia en relación ya con el mundo científico
español y francés. Azara estuvo en París desde 1802,
y abandonó la ciudad en 1804. Por muy poco no coincidió con
Alejandro de Humboldt en París. El naturalista alemán había
abandonado la América española el 29 de abril de 1804, dirigiéndose
a Filadelfia, donde permaneció tres meses y tuvo ocasión
de entrevistarse con el presidente Jefferson y altos funcionarios gubernamentales
norteamericanos a los que suministró deslealmente una valiosísima
información que la liberalidad de las autoridades virreinales españolas
le habían permitido acopiar. El 9 de julio partió rumbo a
Europa, y el 27 de agosto se instaló en París, en la calle
de los Agustinos en el Fauburg Saint Germain, dedicándose a la elaboración
de sus materiales y a preparar la edición de sus obras americanas.
En 1807 y 1808 la casa Shoell, Dufour, Maze y Gide de París empezó
a publicar la edición monumental del Voyage aux régions
equinocciales du Nouveau Continent, cuyos treinta volúmenes
irían siendo elaborados y publicados durante las tres décadas
siguientes[114].
También podía ser objeto de especulación la distancia
entre los animales y el hombre, que tal vez tendrían asimismo eslabones
intermedios. La cuestión de esos eslabones o criaturas intermedias
se convertía así en una cierta preocupación de algunos
naturalistas[147]. En
un capítulo dedicado a reflexionar de forma general sobre los indios
americanos (el capítulo XI, del que luego hablaremos), Azara aborda
también el problema del origen de las lenguas. Para ello retoma
los datos que había podido reunir acerca de las características
de los lenguajes de las diferentes naciones de indios que había
conocido. Estima que las lenguas de los americanos “parecen dictadas por
la Naturaleza misma cuando enseñó a los perros a emitir sonidos;
es decir, muy pobres en expresiones, casi todas nasales y guturales, empleando
poco la lengua y semejantes en esto al lenguaje de los animales”[148].
Por si quedara duda de su opinión acerca del origen de esas lenguas
añade que “la unidad del lenguaje entre los guaraníes, que
ocupan una tan vasta extensión, ventaja que ninguna de las naciones
civilizadas del mundo ha podido obtener, indica aún que estos salvajes
han tenido el mismo maestro de lenguaje que enseñó a los
perros a ladrar del mismo modo en todos los países”. Azara se muestra
por ello comprensivo con los que en el pasado “tomaron a los indios por
simples animales”. Cree que “los compararon recíprocamente y que
encontraron aún entre ellos otras semejanzas, sea en lo físico,
sea en lo moral”. Y a continuación un párrafo importante
que resume de forma clara todos los rasgos que él había ido
destacando y reiterando en las descripciones pormenorizadas que había
hecho de las naciones de indios; y que al mismo tiempo, muestra, en negativo,
cuales son los caracteres que Azara atribuye a la humanización.
Vale la pena reproducirlo por extenso;
Azara es consciente de los efectos que tiene la actividad humana sobre
la transformación de los paisajes naturales, y en particular sobre
la disminución del número de especies tras los incendios
repetidos. Señala que “cuando las plantas se han hecho fuertes y
duras se incendian para que retoñen de nuevo y proporcionen al ganado
un pasto más tierno”. Pero en esta operación, realizada en
los campos en que no hay hombres o ganado, o son escasos, “acaso disminuye
el número de especies, porque las semillas se queman y es natural
que el fuego haga perecer las plantas delicadas”. Advierte que sería
necesario tomar precauciones para hacer esos incendios porque el viento
y la falta de obstáculos los propaga más de doscientas leguas.
Solo los detienen los bosques “porque son tan cerrados y verdes que no
arden”, al menos la primera vez; aunque “los bordes de estos bosques se
secan y se tuestan, de modo que pueden inflamarse fácilmente por
un nuevo incendio”. Todo ello “hace perecer una inmensa cantidad de insectos,
reptiles y pequeños cuadrúpedos, y hasta caballos, porque
no tienen tanto valor como los toros para pasar a través del fuego”[153].
En las áreas de pastos poblados o frecuentados desde hace tiempo
por pastores y rebaños “he observado constantemente que esos pajonales,
o lugares llenos de grandes hierbas, disminuyen día por día
y sus plantas son reemplazadas por césped y por una especie de cardo
rastrero, muy espeso y de muy pequeña hoja; de suerte que si el
ganado se multiplica o pasa un tiempo algo considerable, las grandes hierbas
que el terreno producía naturalmente desaparecerán del todo”.
También nota que “si este ganado es lanar la destrucción
de las grandes hierbas es más pronta y el césped crece más
deprisa, etc.” Hizo asimismo numerosas observaciones que mostraban que
“alrededor de las casas o de todo paraje donde el hombre se establece se
ven nacer al instante malvas, cardos, hortigas y otras muchas plantas,
cuyos nombre ignoro, pero que nunca había encontrado en los lugares
desiertos y a veces a más de treinta leguas a la redonda”. Su punto
de vista es que “basta que el hombre frecuente, aun a caballo, un camino
cualquiera, para que nazcan en sus orillas algunas de estas plantas, que
no existían antes y que no se encuentran en los campos vecinos,
y basta cultivar un jardín para que en él crezca verdolaga”.
Y concluye: “parece, pues, que la presencia del hombre y de los cuadrúpedos
ocasiona un cambio en el reino vegetal, destruye las plantas que crecían
naturalmente y hace nacer otras nuevas”. Sus observaciones eran atinadas,
pero carecía de la formación que le permitiera interpretar
adecuadamente las causas. En alguna ocasión acepta ideas claramente
equivocadas, como las de la generación espontánea; por ejemplo,
cuando estima que la anguila “es un producto de la generación espontánea,
pues se encuentra en estanques hechos por las manos de los hombres y hasta
en los pozos, y jamás se le hallan huevos ni hijos en el vientre”[154].
No sabemos si es a dicha generación espontánea a lo que alude
o si más bien insinúa la tesis de la creación sucesiva
de especies cuando escribe lo siguiente:
También percibe la estrecha relación entre la actividad humana
y la disminución o crecimiento de las especies. Así, con
referencia a los cuadrúpedos que se encuentran en América
cree lógico que se multipliquen y extiendan en todas las direcciones,
ya que “estando casi desierta la América, los cuadrúpedos
han podido extenderse fácilmente en todos los sentidos, lo que no
puede verificarse en Europa, donde una gran población persigue y
extermina los cuadrúpedos, excepto el pequeño número
de ellos que se encuentra relegado en cierto modo a lugares determinados
e inaccesibles”[158].
Esos pueblos americanos que menospreciaba Kant habían dado lugar
a grandes civilizaciones, algunas de las cuales, como la azteca y la inca,
estaban vivas a la llegada de los españoles, y habían dado
lugar a excelentes descripciones por parte de los cronistas Indias. Pero
podía ocurrir que la información existente no se conociera,
que se pusiera en duda o, incluso, que esas civilizaciones se despreciaran
a pesar de los relatos existentes. Por ejemplo, autores como el holandés
Cornelius de Pauw (en Recherches philosophiques sur les Américains,
Berlín 1768-69) y el escocés William Robertson (en su History
of America, Londres, 1777) cuestionaban la veracidad de los relatos
de los cronistas españoles sobre incas y aztecas, y entre ellos,
por ejemplo, los testimonios del Inca Gracilaso. De manera similar sucedía
con otras obras muy críticas contra el gobierno español,
como la Histoire philosophique et politique des établissements
et du comerce des Européens dans les deux Indes del abate G.
Raynal (Amsterdam 1770, y traducida al español por el duque de Almodóvar
expurgada de todas las críticas, 1784-86), que justificaba los comportamientos
coloniales de los ingleses y criticaba duramente a los españoles,
dando también imágenes distorsionadas de las poblaciones
indias indígenas, desde luego, sin haber viajado nunca a América.
El interés por América era grande en Europa durante el siglo
XVIII y –al igual que el conocimiento de China o de otros países
exóticos- servía para alimentar los debates sobre el buen
gobierno, la organización de la sociedad o la historia de las naciones.
Por otra parte, el mito del buen salvaje podía afectar asimismo
a las percepciones de los pueblos indígenas. Esa idea era cultivada
especialmente desde Europa por
philosophes que no habían
viajado a América y utilizada en razonamientos filosóficos
que cuestionaban la vida civilizada, la ciudad o el orden político
de las monarquías absolutas. Los relatos de viajes, los estudios
de poblaciones indígenas de otras regiones y de la vida social en
ellas permitían comparar con lo que sucedía en Europa y ponían
en cuestión las formas de vida y de gobierno existentes. “El hombre
arcaico, hasta la fecha una curiosidad aparte y al margen del diálogo
intelectual, salió de su aislamiento y, estimulante e inquietantemente,
empezó a destruir la seguridad de las ideas que el europeo tenía
de sí mismo”[161].
De todas maneras, durante la segunda mitad del Setecientos, con los descubrimientos
y frecuentación de las islas del Pacífico, el buen salvaje
se desplazó desde América hacia ellas. Y algunos viajeros
que recorrieron regiones americanas o hicieron escala en el continente,
realizaron descripciones en las que aparecen los indígenas como
“bárbaros, malvados y bribones”[162].
Azara está lejos de las especulaciones de J. J. Rousseau sobre el
hombre natural primitivo en estado de libertad anterior al proceso de desigualdad
y degradación[163].
Tenía un sentido muy agudo de la observación, desarrollado
en las caracterizaciones de las especies animales, y lo aplicó a
las descripciones etnográficas. El haberse convertido en buffoniano
por el azar de sus lecturas americanas llevaba a nuestro ingeniero a poner
énfasis no en la clasificación sino en la descripción
de los individuos y de los grupos formados con ellos, o especies. En lo
cual adquirió una gran maestría que luego aplicó a
los grupos indígenas, y su relación con el mundo circundante,
otro rasgo procedente asimismo de Buffon. Las descripciones que realizó
son de una gran precisión y modernidad, aunque estén afectadas
también por los estereotipos que existían en su época
sobre los pueblos “primitivos”. En sus descripciones Azara está
lejos del mito del buen salvaje, y no hay en sus relatos ni estado de felicidad
ni utilización de ese pretendido estado dichoso para hacer críticas
oportunistas contra la civilización o contra la ciudad –que sin
embargo no están ausentes en su obra, aunque por otras razones,
como veremos. No aparece tampoco nunca en él la idea de decadencia
o degeneración, de debilidad o de falta de valor y de virilidad
de los pueblos indígenas, que en cambio puede encontrarse en otros
viajeros, y en los philosophes. Tampoco hay generalizaciones, sino
más bien una cuidadosa distinción entre las características
de unos grupos y otros. Describió con gran detalle una treintena
de “naciones indias”. Advierte que llama nación “a toda reunión
de indios que se consideren ellos mismos como formando una sola y misma
nación y que tienen el mismo espíritu, las mismas formas,
las mismas costumbres y la misma lengua”; y añade: “poco importará
que se componga de pocos o muchos individuos, porque esto no es carácter
nacional”[164].
Algunos de los que describe no pasaban de treinta hombres adultos, como
los guatos; la nación entera de los guasarapo reunía
apenas sesenta guerreros; los aguitequedichagas eran unos cincuenta
guerreros, y los guanás no superaban las 8.300 personas.
La nación de los lenguas, por su parte, en 1794 “no estaba
compuesta más que de catorce hombres y ocho mujeres de todas las
edades, lo que da un total de veintidós individuos”. De los guaicurús,
“una de las naciones más famosas en las historias y en las relaciones
de estas regiones”, a la vez que “la más fiera, la más fuerte,
la más guerrera, y la de más talla”, solo quedaba en aquel
momento “más que un solo hombre”, debido a la guerra constante con
todos los demás y “a las costumbre bárbara adoptada por sus
mujeres, que se hacían abortar y solo conservaban a su último
hijo”[165].
Habla en ciertos casos, ya lo hemos visto, de la belleza de los rasgos
físicos, y de la superioridad de algunos de ellos sobre los españoles
(en la dentadura, la conservación del pelo...). Son muchas las ocasiones
en que alude a la bella talla, fuerza, robustez y altivez de los indígenas[166]La
insistencia de Azara en la belleza de una parte de los indios que estudiaba
contrasta con las observaciones de otros viajeros que los encontraban feos,
sarnosos, salvajes, Señala que, en general, se trata de naciones
“errantes” o nómadas, y que es muy raro que pasen al territorio
de otras tribus, ya que generalmente están separadas por un desierto,
a veces de gran extensión. En cuanto a las lenguas, en ningún
caso da referencias más que al tono y los sonidos de las mismas,
afirmando que son muy difíciles y que solo ha encontrado un español
que hablaba el idioma mbayá, después de haber pasado
veinte años entre ellos. Algunos de los rasgos que destaca Azara
habían sido también observados y resaltados por otros viajeros,
como la embriaguez, la poligamia, la indolencia o pereza, el poco espíritu,
el ser nómadas, vestir con cueros o a caballo, morir con indiferencia,
o la falta de previsión. Bougainville, que había conocido
a los indios del Río de la Plata en 1767-68, había destacado
también que eran “tan amantes de la pereza como de su libertad”.
Azara alude repetidamente y con admiración, como buen militar, al
valor y fiereza de los indios. En varias ocasiones repite que “son muy
valientes” y señala las dificultades que tenían los españoles
para asegurar el dominio del territorio. Los charrúas, que
hacían una feroz guerra, no pasaban, según él de unos
cuatrocientos guerreros, y los pampas eran otros cuatrocientos guerreros.
A pesar de ello unos y otros ponían en serio aprieto a los españoles,
al igual que los mbayás, que en los años 1730 y 40
estuvieron a punto de exterminar a todos los del Paraguay. En otra ocasión,
describiendo las tácticas guerreras de los mbayás
observa que “en cada expedición se contentan con obtener una sola
ventaja”, y comenta: “sin esto no quedaría ya hoy un español
en el Paraguay ni un portugués en Cuyabá”[167].
Y respecto a los payaguás, tras señalar que son “los
enemigos más constantes, crueles y astutos de los españoles,
de los portugueses y de todos los otros indios, sin excepción” recuerda
que “han matado a muchos millares de españoles y que con frecuencia
ha faltado poco para que exterminaran a todos los de Paraguay”. Lo que
planteaba Azara en esos párrafos no era una pura especulación
intelectual. Sin duda el ingeniero militar estaba muy preocupado por el
tema y había pensado mucho en él, ya que en las tierras de
Chile los araucanos eran indomables y peligrosos, y en el también
cercano Perú la rebelión de Tupac Amaru había planteado
en la década de 1780 graves problemas a las autoridades virreinales.
Algo que también había quitado fuerza, sin duda, a las reivindicaciones
territoriales frente a Portugal, en un espacio muy sensible por su proximidad
al área de la rebelión. Observa cuidadosamente la relación
de hombres y mujeres, las costumbres y la edad del matrimonio, la existencia
o no de poligamia y la aceptación de la separación matrimonial
y del adulterio. La fecundidad indígena era generalmente inferior
a la de los españoles, y Azara señala la existencia de prácticas
de aborto y control de la población entre numerosas naciones de
indios.
Por ejemplo en los mbayás, que tenían la costumbre
de no criar más de un hijo o hija y matar a todos los demás.
Entre las explicaciones que le dieron las mujeres de ese grupo se encuentra
que “nada más engorroso para nosotras que criar los niños
y llevarlos en nuestras diferentes marchas, en las que con frecuencia nos
faltan los víveres”[168].
En varias ocasiones afirma que no tienen religión, y que están
“en un estadio más atrasado que el del primer hombre descrito por
algunos sabios”. Da también datos sobre la forma como construyen
las tiendas y habitaciones, sobre las relaciones comerciales entre unos
y otros y con los españoles, su gran amor a los caballos y al ganado,
y las prácticas agrícolas que eventualmente realizan. Humboldt
estudió también las sociedades indígenas americanas,
pero sobre todo las más desarrolladas de los Andes y del altiplano
mexicano, aunque prestó atención a las menos desarrolladas
de Venezuela, el Magdalena y los indios bravos de las selvas del alto Orinoco.
Unas veces a partir de la observación directa y otras, las más,
a través de lo que habían escrito los cronistas de Indias
y los misioneros de la época y otros viajeros. En esto se diferencia
de Azara, que solo incluye observaciones propias. Aunque coincide con él,
en cambio, por su insistencia en la dificultad de generalizar debido a
las grandes diferencias que existían entre unos grupos y otros,
así como en el cuestionamiento de la idea del indio débil
y degenerado[169].
Esa hipótesis dio lugar a debates de gran importancia para la constitución
de la geología, a los que hemos prestado atención en otro
lugar[170]. Si todos
los hombres habían sido generados a partir de una pareja primitiva
(Adán y Eva) y eso había ocurrido, como parecía razonable
suponer, en el continente euroasiático, la cuestión de cómo
se realizó el poblamiento americano adquiría gran importancia,
no solo científica sino también teológica. En 1665
dos obras del francés Isaac de La Perèyre lanzaron la tesis
de la existencia de hombres anteriores a Adán, apoyándose
para ello en unos versículos de la epístola de San Pablo
a los Romanos. La tesis de los preadamitas tenía implicaciones teológicas
todavía más importantes y provocó una inmediata reacción
de la iglesia, con el encarcelamiento del autor, dando lugar a un amplio
debate que se mantuvo en los años siguientes. A estos problemas
se añadieron otros dos: el de la posible llegada a América
de las tribus perdidas de Israel, tesis que tenía apoyos biblicos
y que podía esgrimir supuestas semejanzas culturales entre los judíos
y los indios, y el de la posible predicación del apóstol
Santo Tomás en tierras americanas. A todas estas cuestiones alude
explícitamente Azara en el capítulo XI, redactado sin duda
para dar su opinión personal sobre ellas. Una opinión muy
comprometida todavía en la España de aquellos años,
lo que explica la prudencia que tuvo, e incluso las contradicciones en
que cayó. Ante todo, Azara recuerda que en el capítulo IX
había escrito que “algunas personas se imaginaban que los cuadrúpedos
habían sido creados en este país unos después de otros
y que cada especie no procedía de una pareja primitiva sola, sino
de varias de la misma naturaleza”.
La frase es sorprendente, ya que leyendo con atención el texto de
ese capítulo, se tiene la impresión de que es Azara mismo
el que tiene esa opinión, o la comparte[171].
Es posible que sea así, y que precisamente ahora cuando vuelve a
plantear el tema lo haga precisamente para distanciarse de aquella opinión,
sin tener que modificar todo lo que había escrito anteriormente.
Sea como sea, la referencia a aquella tesis va seguida inmediatamente de
la idea de que tal vez los que la proponían podrían pretender
explicar del mismo modo sus observaciones sobre los indios, expuestas en
el capítulo X y reelaborado también mientras estaba en París.
Esas personas “se figuran que ninguna de estas naciones ha existido en
el antiguo continente, que no han viajado tanto como se imagina y que han
sido creadas en la región misma que ocupan con independencia del
continente antiguo, las unas más pronto y las otras más tarde”.
No habría ningún problema para admitir esta idea si se aceptara
que los americanos son de especies diferentes –Azara escribe “razas”, pero
el editor advierte que quiere decir especies. Tampoco piensa que habría
problemas si se supusiera que “cada una de las naciones menos numerosas
puede deber su origen a un solo hombre y una sola mujer, y puede ser que
imaginen que los guaraníes proceden de una multitud de parejas de
la misma naturaleza y que estas primeras parejas existían con anterioridad
a las que han producido las otras naciones”. Es decir, si hubiera una situación
de poligenismo, como también advierte el editor. Pero Azara afirma
explícitamente que no participa de esa opinión. El hombre
era uno a pesar de la variedad de razas. Buffon lo había aceptado
claramente y también que hubo una sola especie originaria (podía
aceptarse que era procedente de Adan y Eva) “la cual al multiplicarse y
esparcirse por toda la superficie de la Tierra se vio expuesta a diversos
cambios”[172].
Conocer ese proceso de difusión era una cuestión importante.
Según Buffon los indios no se diferenciaban por su origen de los
europeos, independientemente de las posiciones teológicas sobre
ese tema. Todos caminaban erectos, se servían del lenguaje, organizaban
su vida, tenían razón y la perfeccionaban y sabían
adaptarse a ambientes diversos. Frente al monogenismo, el poligenismo,
formulado explícitamente con la tesis de los preadamitas, aceptaba
orígenes diversos. Esa doctrina teológica fue de gran interés
para los británicos de Gran Bretaña y Estados Unidos interesados
en el comercio de esclavos, ya que la hipótesis de que había
orígenes diversos para el hombre, y que el indio americano y, con
más razón, el negro, no procedían de la misma estirpe
que el europeo permitía justificar su esclavitud. Como había
hecho Juan Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI leyendo a Aristóteles,
los esclavistas ingleses del siglo XVIII a partir de razones científicas
relacionadas con las especies humanas podían justificar que indios
y negros no habían nacido para la libertad sino para la esclavitud[173].
En relación con este debate sobre poligenismo y monogenismo y sobre
blancos y otras razas, se encuentra el que se refiere a la posible existencia
de unas criaturas intermedias entre hombres y animales, lo que podía
ser postulado también desde la gran cadena del ser, y a lo que ya
nos hemos referido. Azara deja el tema del posible poligenismo a la reflexión
de otros autores, pero estima que debe plantear una cuestión importante
acerca de los americanos, “tan antigua –afirma- como el descubrimiento
de América”. Esa cuestión se refiere al debate que hubo desde
el comienzo de la conquista sobre si los indios americanos eran hombres
o no, o si eran –como dice que algunos consideraron- “una especie intermedia
entre el hombre y los animales, que aunque con formas semejantes difería
de nosotros en otros aspectos, y que no era susceptible de la inteligencia,
de la capacidad ni del talento para entender y practicar nuestra religión”.
Azara alude, efectivamente, aunque de forma simplificada, a debates que
existieron en España en los siglos XVI y XVII y que tenían
numerosas implicaciones religiosas y políticas. Dedica unas páginas
a las posiciones de laicos y eclesiásticos que debatieron si los
indios eran seres estúpidos “y tan incapaces como los animales de
comprender nuestra religión y de observar sus preceptos”. Parece
estar muy interesado en las razones que se daban sobre el carácter
humano o no de los indígenas americanos, y sin duda era precisamente
el debate sobre la posibilidad de que constituyeran una especie intermedia
entre el hombre y los animales lo que, como naturalista, le interesaba;
además de las implicaciones políticas relacionadas con el
tema de la acción misionera en América y las críticas
que luego hace a las estrategias jesuíticas. Ante todo, expone la
opinión de Francisco Tomás Ortiz, obispo de Santa Marta y
autor de una memoria al Consejo de Indias contraria a los indígenas.
Según el obispo, los indios no podían tener el mismo origen
que los europeos, ya que ello implicaba que habían recorrido grandes
distancias, sin que se comprenda bien la razón: “ellos no hubieran
podido ser determinados a esta marcha más que por una necesidad
extrema, pues el hombre se une al país donde ha nacido y no lo abandona
nunca voluntariamente”; y Azara añade de su cuenta: “ejemplo de
ello son las naciones indias, que no han hecho emigración alguna
en el espacio de tres siglos, así como las naciones civilizadas,
que nunca cambian de lugar”. Azara introduce otras ideas personales en
la argumentación que habría hecho el obispo de Santa Marta.
Son éstas:
Las consecuencias de esa idea son muy importantes, ya que “pues toda la
raza humana pereció en el diluvio del antiguo continente, las especies
existentes en América no deben ser consideradas como formando parte
de ella”. Estamos así ante una importante presentación de
la autonomía de América respecto al viejo mundo, incluso
con especies humanas diferentes al viejo continente, restos, además,
de la humanidad más primitiva. A continuación Azara plantea
el problema del origen de las lenguas. Recuerda que de los datos que él
mismo ha proporcionado se comprueba que hay 35 lenguajes diferentes en
las regiones que recorrió. Si se añaden otras que puede presumir
que existen en las proximidades, la cifra se eleva a 55 idiomas muy diferentes,
y estima que no es aventurado “el creer que en toda la extensión
de América habrá mil lenguas diferentes; es decir, acaso
más que en toda Europa y en toda Asia”. Azara da esos datos para
mostrar la dificultad de aceptar el paso de toda esa multitud de pueblos
de un continente a otro “por el norte o por cualquier otro paraje que sea”.
El ingeniero recuerda que no se trata del paso de unos pocos hombres en
canoas, sino de un brazo de mar “atravesado por una multitud de naciones
enteras, de las que no ha quedado un solo individuo en su antigua patria;
naciones muy diferentes en talla, en vigor, en proporciones, y que hablaban
mil lenguas que no tenían absolutamente ninguna relación”.
A continuación alude al problema del origen de las lenguas, de lo
que ya hemos hablado, y a las ideas de los que tras el Descubrimiento,
tomaron a los indios por simples animales, y se muestra comprensivo con
ellos, como hemos visto también. Azara sigue razonando y tratando
de entender a los que encontraban diferencias entre los salvajes de América
y los europeos. Estima que “independientemente de las relaciones que podían
encontrar entre esos salvajes y los cuadrúpedos” debieron notar
gran número de diferencias importantes con los habitantes del viejo
continente. La enumeración que hace de ellas nos permite entender
la concepción que tenía Azara de los europeos, tanto en lo
que se refiere a su vigor físico, de lo que no posee una notable
opinión, como de otros rasgos morales. Vale la pena reproducir también
sus argumentos. Los observadores debieron notar, escribe:
Pasa luego a examinar detenidamente los argumentos que se habían
dado para pensar que los americanos descendían de Adán, que
habían venido del antiguo continente y que, por tanto, “se debía
trabajar en su conversión”. Las razones para defender que los americanos
procedían del antiguo continente eran éstas: “que su cuerpo
era casi enteramente semejante al nuestro y que estaba compuesto de las
mismas partes; que aprendían todas las artes que se les enseñaba;
que aprendían igualmente nuestra lengua e imitaban todas nuestras
acciones, que discurrían y razonaban como nosotros, y que en Méjico
y en el Perú tenían ídolos y adoraban al Sol”, por
lo cual podían ser capaces de adorar un espíritu creador.
Añade que esa idea se confirmó”viendo que de la unión
de los europeos con las americanas resultaron hijos que tenían la
facultad de propagarse”, lo cual ratificaría que pertenecían
a la misma especie, de acuerdo con las ideas que sobre este punto tenían
Buffon y la mayoría de los naturalistas. Aunque sin embargo él
afirma que no había adoptado esa opinión en la historia natural
de los mamíferos del Paraguay. De esta forma inesperada, y sin tomar
claramente una posición personal ante los dilemas planteados, finaliza
Azara la exposición de estas cuestiones. Pero la alusión
que antes había hecho a la opinión de que el mal venéreo
parecía haber nacido de la unión de los europeos con los
americanos, y que ese mal desconocido antes en uno y otro continente podía
ser “debido a una mezcla que no era conforme a la Naturaleza” (es decir,
podemos interpretar, entre especies distintas) hace sospechar que tenía
dudas sobre el tema.
En todo caso, el debate en el que Azara se compromete, y que hemos resumido
en este apartado, muestra la continuidad de cuestiones que ya habían
sido planteadas en el siglo XVI y que seguían estando vigentes en
el mismo umbral de la contemporaneidad. Si la lectura del Génesis
podía ser todavía un obstáculo para el desarrollo
de la geología en el siglo XIX, como ha mostrado Gillespie, no extraña
que los temas que discutía seriamente Azara enlazaran con problemas
que ya se habían planteado desde la misma llegada de los europeos
a América. No cabe duda de que esos debates debían ser suscitados
y resueltos racionalmente, como Azara y otros muchos contribuían
a hacer. Abrían el camino hacia nuevas direcciones. Pero hacía
falta una nueva visión, nuevas preguntas y marcos teóricos
diferentes. Ese sería el mérito de los que, como Cuvier,
Lyell o Darwin, permitieron un salto decisivo al pensamiento científico,
que Azara no fue capaz de realizar.
Las implicaciones de la teoría de los cuatro estadios eran grandes.
En el relato de la evolución histórica narrado por el Génesis,
pastoreo y agricultura aparecen coexistiendo desde el primer momento, ya
que Abel era pastor y Caín agricultor. En la nueva interpretación
ambas actividades fueron sucesivas y suponían una secuencia ordenada
de progreso. El relato bíblico se reinterpretó para justificar
el origen tardío de la agricultura afirmando que si bien tanto Caín
como Noé fueron labradores, luego olvidaron esa actividad, que fue
preciso reinventar tras el diluvio. La teoría de los cuatro estadios
pudo ponerse también en relación con las ideas que ya existían
sobre salvajes, bárbaros y civilizados, lo que aparece claramente
en la obra de Rousseau Essai sur l’origine des langues (escrito
hacia 1760, aunque publicado más tarde): “el salvaje es cazador,
el bárbaro es pastor y el hombre civilizado es labrador”[176].
Se oponía, por otro lado, a la idea de degeneración de los
pueblos americanos desde un estadio anterior que hubiera constituido una
especie de edad de oro para ellos. Al mismo tiempo, sustituía a
otros marcos evolutivos anteriores, de carácter organicista, como
el de niñez, juventud, madurez y vejez, que procedía de la
época clásica. Por incompleta que hoy pueda parecernos, la
teoría de los cuatro estadios, vino a constituir un marco de gran
importancia para los estudios sociales y tuvo una influencia grande en
el desarrollo de diversas ciencias sociales, y en particular en la economía,
la sociología, la antropología y la historiografía[177].
Lo esencial de la teoría de los cuatro estadios se elaboró
con referencia a los indios americanos. La idea defendida por Locke de
que “en los tiempos primitivos todo el mundo era una especie de América”
daba un valor especial a las observaciones que se hacían en ese
continente para conocer los estadios sucesivos de la evolución de
la humanidad. Los primeros formuladores de la teoría de los cuatro
estadios, como Turgot y Adam Smith consideraron en la década de
1750 que el estadio de los pueblos cazadores se encontraba todavía
en los indios americanos. Y todavía en 1777, en su influyente
History
of America, Robertson había considerado que “en América
el hombre aparece en la forma más rudimentaria en que podemos concebir
que subsista”[178]
El conocimiento de los pueblos americanos era, así, esencial para
establecer el primer estadio de desarrollo ya que los africanos y otros
pueblos no podían ser estudiados en sus regiones originales por
la escasa penetración europea en aquellas regiones, que solo se
llegarían a conocer bien en el siglo XIX. Por eso la opinión
de Azara tenía gran importancia, ya que había observado personalmente
a unos grupos destacados de esos indígenas americanos y podía
aportar testimonios de primera mano. Y además, porque al haberse
convertido en naturalista, podía aplicar a su estudio métodos
científicos de observación, comparando a los grupos indios
con los animales, tal como hemos visto que hizo. Azara trató el
tema en la Descripción e Historia del Paraguay y del Río
de la Plata, obra redactada en 1806 y que sería publicada por
su sobrino Agustín en 1847. En un capítulo dedicado a hacer
“algunas reflexiones sobre mis indios silvestres” alude al modo de subsistencia
y adopta una posición que prefigura las tesis de la ecología
social del siglo XX: debido a que distintas naciones “son sumamente diminutas
en número de individuos”, “no han padecido las alteraciones que
engendra la muchedumbre en todas las sociedades”[179].
Las ideas esenciales expuestas en esa obra son retomadas en el capítulo
citado de los Viajes por la América meridional, obra que
utilizaremos aquí. Azara interviene en el debate, tratando de situar
a los pueblos que ha estudiado en las fases de la evolución, aprovechando
los conocimientos que ha adquirido de ellos. Comienza el capítulo
aludiendo a la opinión de los autores que habían defendido
que “las primeras sociedades de hombres salvajes no comían más
que frutos espontáneos de la tierra, y que pasó un largísimo
periodo antes de que el hombre salvaje se acostumbrara a vivir de la caza,
de la pesca y de la agricultura”. Él por su parte cuestiona esta
idea preguntando “¿dónde está el país que produce
frutos espontáneos en todas las estaciones del año, y con
tanta abundancia que haya podido ser suficiente para alimentar a muchas
sociedades de hombres salvajes?”, y afirma que los países que él
conoce y ha estudiado de América del Sur no están en esa
situación.
Por otra parte, cree que “habrá sido tan nuevo y tan difícil
a los primeros salvajes comer un fruto o una raíz espontánea
como la carne de un cuadrúpedo”; opinión que no es compartida
por Walckenaer que (en una nota) estima que “siempre es más fácil
y menos peligroso proporcionarse un fruto o una raíz que un animal,
que tiene vida y movimiento y sabe huir o combatir”. A partir de sus estudios
Azara está en condiciones de afirmar que “todas las naciones indias
salvajes que he descrito estaban a la llegada de los españoles,
como hoy, compuestas de individuos que vivían de la caza, de la
pesca o de la agricultura, y ninguna llevaba la vida pastoril, porque los
cuadrúpedos y aves domésticas les eran del todo desconocidas”.
Esa idea de que a la llegada de los españoles los indios americanos
habían alcanzado la etapa agrícola, pero no habían
conocido la vida pastoril no suponía, sin embargo, un cuestionamiento
de los cuatro estadios, que así se limitarían a dos, sino
solo una reformulación. Para Azara la vida pastoril es tardía
y -podemos interpretar- es también un hecho cultural de una complejidad
semejante a la agricultura. Estima que la vida pastoril agrada menos que
la caza “acaso porque las sorpresas que ésta ocasiona y las victorias
que procura producen un vivo placer y desarrollan la vanidad”. Lo que en
todo caso le parece seguro es que los pueblos indígenas que él
estudió “prefieren hoy la caza a la vida pastoril y a la agricultura”.
Aunque pueden obtener animales domésticos no los cuidan, excepto
el caballo. Una de las razones que se esgrimían para defender que
el pastoreo era una fase anterior a la agricultura argumentaba con la necesidad
que ésta tenía de animales para las tareas de cultivo, y
en especial para llevar el arado. Esa idea no podía quedar sin crítica
a un espíritu observador como Azara, que había podido observar
el uso del palo cavador por pueblos indígenas que practicaban la
agricultura itinerante. Así, al describir a los
guentusé,
que vivían de la agricultura y de la caza, advierte, de pasada,
pero de forma explícita: “pero no se crea que estos indios emplean
animales ni arados para sus ocupaciones de los campos, porque no hacen
uso de otros instrumentos que palos puntiagudos que les sirven para hacer
agujeros donde meten el grano o semilla”[180].
A partir de todas esas observaciones se atreve a formular una tesis que
supone una reformulación del orden de la teoría de los cuatro
estadios. Ante todo, parece que “la primera ocupación del hombre
libre fue la caza”, en cuanto a la pesca, “depende menos de la elección
que del azar, que motiva el estar colocado al borde del agua”. La agricultura
y la ganadería “solo vienen después”, escribe. Finalmente,
destaca que en el país “había muchas naciones agrícolas,
pero ninguna llevaba la vida pastoril: lo que prueba que esta vida es bastante
posterior a la del hombre salvaje y que éste es el último
de los medios de subsistir que adopta”. Ninguno de los autores que habían
formulado o utilizado la teoría de los cuatro estadios, ni siquiera
aquellos a los que Meek ha calificado como ‘revisionistas’ de ella a fines
del siglo XVIII, se había atrevido a hacer una propuesta de cambio
radical en las fases de desarrollo, como la que formuló Félix
de Azara. Aunque solo sea por eso, su nombre debe incluirse de forma destacada
en la historia del pensamiento social europeo. Todas las tribus que él
describe y que viven de la caza son errantes y guerreras, y las que viven
de la pesca son más estables y activas, pero también fuertes,
guerreras y feroces. Frente a ello, las naciones agrícolas “son
todas ellas dulces y pacíficas y no hacen, a lo sumo, más
que defenderse, aunque su talla y sus fuerzas sean muy superiores a las
de las otras”. A continuación realiza un estudio de las prácticas
agrícolas de los diferentes grupos indígenas, plateándose
problemas acerca de la procedencia de las plantas que cultivan (algodón,
maní, maíz, etc) ya que “ninguno de estos vegetales crecen
espontáneamente en el país”. Y preguntándose la razón
de que la nación guaraní “siendo agrícola y, por consecuencia,
poco viajera” se extendió más que todas las otras, que en
su mayor parte tenían mayor movilidad.
Los estudios que Azara realizó de la vida de los pastores o ganaderos
del virreinato del Río de la Plata le plantearon, de todas maneras,
algunos problemas. Al describir a esos grupos sociales reitera que “ese
genero de vida no ha sido conocido por el hombre más que con posterioridad
a la caza, a la pesca o a la agricultura”. Y argumenta de nuevo que “ha
sido necesario que así suceda, pues que los hombres han debido de
vivir del producto de su caza, de su pesca o de su agricultura antes de
domar, domesticar y multiplicar sus rebaños”. Pero a continuación
se encuentra enfrentado con la difícil situación de los ganaderos
de Paraguay y Río de la Plata y observa: “como esta vida pastoril
es la última que el hombre ha abrazado, parece que también
debería formar su más alto punto de civilización;
pero como vamos a ver que los ganaderos de estas regiones son los menos
civilizados de todos los habitantes, y que este género de vida casi
ha reducido al estado de indios bravos a los españoles que lo han
adoptado, es verosímil que la vida pastoril no es compatible con
la civilización”. En una nota a esta afirmación, el editor
del libro, Charles-Athanase Walckenaer, reafirmó –frente a Azara-
la idea clásica de la precedencia de la ganadería sobre la
agricultura, ya que estima que el domar los animales y reunirlos en rebaños
“es mucho más sencillo, mucho menos penoso y supone menos industria
que el de cultivar la tierra”; por otra parte, añade, “la historia
nos muestra por todas partes pueblos pastores que se convierten en agricultores,
y acaso nunca ha sucedido que un pueblo agricultor se convierta en pastor”[181].
La teoría de los cuatro estadios suponía también rechazar
la idea de que las semejanzas culturales demostraban una relación
genética. Frente a ello se afirma que causas similares de carácter
ambiental producen efectos similares. Esta tesis ambientalista constituye
un intento importante para reflexionar científicamente sobre las
diferencias que se observaban entre los pueblos, a pesar de la unidad profunda
de la raza humana. Igualmente implica que los modos de subsistencia están
en relación con el clima y naturaleza del terreno. Una idea que
se había ido formulando poco a poco y que aparece asimismo de forma
clara en Azara. El tema de la vivienda es también de gran importancia
en esos debates, ya que el alojamiento estable va vinculado de forma esencial
al origen de la agricultura. Azara prestó atención a los
alojamientos de las naciones indígenas americanas, e insistió
frecuentemente en el carácter somero de los mismos. Pero también
señaló el carácter más estable de las viviendas
de los guaraníes, que practicaban la agricultura. En todo caso,
no sacó consecuencias ni trató de generalizar estas observaciones
al pasar a las reflexiones generales que realizó en el capítulo
XI. Azara seguramente no tuvo conocimiento de los debates iniciales sobre
los pueblos primitivos y la teoría de los cuatro estadios mientras
estuvo en América. Allí, conocedor de los escritos de Buffon
y en contacto con los medios criollos, rechazó, como hemos visto,
la idea de decadencia de la naturaleza americana, lo que implicaba rechazar
también cualquier idea de decadencia o degradación de los
pueblos indígenas americanos desde un estadio anterior superior.
No sabemos que conociera los escritos de los autores franceses y británicos
que hemos citado, y otros que le habrían sido de gran utilidad en
sus reflexiones sobre los indios americanos[182].
Seguramente solo tuvo conocimiento de dichas ideas durante su estancia
en París, y no es difícil suponer que en ello tuvo un papel
decisivo la lectura del Essai de Walckenaer, antes citado. La cadena
del ser postulaba transiciones insensibles entre todos los seres, incluso
desde Dios al hombre, lo que exigía la existencia intermedia de
los ángeles para salvar el abismo entre uno y otro. Podía
pensarse igualmente que también en los hombres podía progresar
esa cadena del ser, desde los más primitivos hasta los más
civilizados. En ese caso, se trataría de una cadena de fases diferentes
de desarrollo, que se podían percibir en los distintos pueblos de
la Tierra, y una cadena evolutiva desde estadios más simples a los
más complejos; por ejemplo, desde la caza a la agricultura y a las
sociedades comerciales. No cabe duda de que todo esto no era aún
la evolución, pero que preparaba esa concepción, y tal vez
que era una fase indispensable para llegar a ella. Al igual que sucedía
con las analogías orgánicas y la aceptación de que
los organismos vivos tienen fases de juventud, madurez y vejez. Muchos
eran los caminos que conducían hacia el evolucionismo, incluyendo
la misma conciencia de los avances de la civilización, y el progreso
de la humanidad, una idea cara al pensamiento ilustrado, que percibía
de forma clara esos avances precisamente en Europa.
Ciencia y política
Durante el siglo XVIII se intensifican la expansión europea
y la América hispana, que era ya Europa desde el XVI, es reconquistada
por la metrópoli y mirada con ojos más penetrantes. El viaje
de Azara, como antes los de Jorge Juan y Antonio Ulloa o los de otros ilustrados
del Setecientos, contribuyó a ello, en la fase final del imperio.
No llegó a ser un proyecto consciente y planificado de estudio científico-político
como el que diseñó Malaspina[183],
ya que era más bien un subproducto de otras tareas, pero contiene
observaciones de interés que luego pudo utilizar en su función
como miembro de la Junta Consultiva de Fortificación y Defensa de
las Indias. Azara reunió documentos sobre aspectos económicos
y sociales de los grupos que estudiaba, e hizo atinadas observaciones sobre
ello. Era algo que formaba también parte de su formación
como ingeniero militar. Las Ordenanzas de 1718, en efecto, establecían
claramente que al describir una región o territorio debían
informarse del cura o del escribano del lugar, el cual debería darle
por escrito los datos “para mayor seguridad de la justificación,
y notará el número de familias de cada ciudad, villa o lugar,
como también el número de personas de que conste cada una,
con distinción de hombres, mujeres, mozos desde la edad de dieciocho
años en adelante, y gente de ambos sexos que no llegaren a los diez
y ocho años, haciendo distinción también de las familias
que se compusieran de jornaleros y asimismo las casas que hubiere en cada
población”, además de otros datos económicos sobre
abadías, conventos, parroquias y rentas[184].
En Azara hay ciencia y política. Algunas veces es ciencia natural
y ciencia política yuxtapuestas, sin pretensiones de relación
entre ellas. Pero otras es ciencia natural al servicio de la reflexión
política. Considera que la descripción de los grupos humanos
“es la parte principal y más interesante en la descripción
de un país”[185].
Tiene constantemente una preocupación por la posible aplicación
de las especies vegetales que va describiendo. Y se preocupa de proponer
medidas para mejorar la explotación de las especies naturales y
de las plantas cultivadas. En ese sentido son ejemplares los capítulos
V y VI de sus Viajes por la América meridional, donde esas
observaciones son muy repetidas. Azara era un ingeniero militar. Lo que
observaba lo había aprendido en la Academia de Matemáticas
de Barcelona y en su trabajo en España. En Américatuvo, además,
unos objetivos muy precisos. Por eso están presentes en su obra
las cuestiones de la defensa del territorio frente a los enemigos interiores
o exteriores, la preocupación por la expansión portuguesa,
la crítica de los jesuitas, el problema del control territorial
en general.
Desde su misma llegada se preocupó de los problemas económicos
del Paraguay. Así en la Geografía Física y Esférica
alude a cuestiones tan importantes como la vida económica, la renta
del tabaco y los conflictos que planteó su introducción,
el contrabando, la venalidad de los funcionarios. En alguna ocasión
pide que no se tome su opinión como algo demostrado, sino que sirva
para animar a otros a hacer observaciones más detalladas sobre cuestiones
políticas que estima de gran interés. Azara como buen funcionario
dedicó atención al gobierno de las provincias que visitaba,
y redactó para el Ministerio de Estado una Memoria sobre
la parte política de América del Sur[187].
Pero también dedicó atención al tema en sus Viajes.
Escribió páginas sobre los medios empleados por los conquistadores
para reducir a los indios y al modo como se los había gobernado
(capítulo XII), y resaltó las diferencias a este respecto
entre los portugueses y los españoles, alabando el método
seguido por éstos. Estimó especialmente la iniciativa que
se dio a los particulares en las conquistas y las leyes que existían
en defensa de los indios que se sometían por capitulación;
a su modo de ver, “era imposible combinar mejor el engrandecimiento de
las conquistas y la civilización y la libertad de los indios con
la recompensa debida a los particulares, que lo hacían todo a sus
expensas”[188]. También
valoró muy positivamente que los conquistadores tomaran mujeres
indias como esposas legítimas o como concubinas y que los hijos
mestizos que resultaban fueran considerados como españoles.
No dejó de criticar el comportamiento de algunos encomenderos, y
la situación de los indios sometidos en guerra, y que se convertían
de hecho en esclavos (los llamados yanaconas) por ser “culpables
de insultos o injusticias con los españoles” –aunque sin decir si
esos ‘insultos’ eran en defensa de su libertad. Respecto a los portugueses,
tiene una actitud ambivalente. Por un lado admira su capacidad expansiva,
al citar que en el siglo XVII no se contentaban con dar a los indios en
encomienda a particulares sino que les permitían venderlos como
esclavos a perpetuidad, por lo que “buscaron salvajes por todas partes,
incluso en los más escondidos rincones del país; se apoderaron,
además usurpándonoslo, de la mayor parte del territorio que
ocupaban los indios, aumentaron la población y descubrieron las
minas”[189]. También
alaba la capacidad de trabajo de los portugueses e incluso propone en una
ocasión repoblar con ellos el norte del Río de la Plata:
“sería –escribe- un medio de introducir la decencia, admitir a muchos
portugueses; porque siendo notoriamente más aseados y económicos,
su ejemplo serviría de mucho”[190].
Pero, al mismo tiempo, critica el comportamiento de los lusitanos con los
guaraníes, y señala que la conducta de los españoles
es bien diferente: “no han vendido un solo guaraní y conservan aún
millares, no solo en los poblados jesuíticos y no jesuíticos,
sino en el estado de completa libertad”[191].
Contrapone en varias ocasiones el método laico de gobierno con el
de los jesuitas, y declara la superioridad del primero. Las críticas
son especialmente duras en el capítulo dedicado al examen de los
medios de que se valieron los jesuitas para reducir, sujetar y gobernar
a los indios. No dejó de reconocer su capacidad de persuasión,
moderación y prudencia, así como su habilidad y astucia.
Pero critica el que trataran a los indios como niños o como incapaces,
y que durante el siglo y medio que duró el régimen de reducciones
jesuíticas no se hubiera experimentado ningún avance en la
situación de los indígenas; de donde estima que debía
concluirse una de estas dos consecuencias: “o que la administración
de los jesuitas era contraria a la civilización de los indios, o
que estos pueblos eran esencialmente incapaces de salir de este estado
de infancia”, lo que estima inaceptable por los datos históricos
y etnográficos que proporciona.
Valoró en especial los beneficios de la libertad de los indios y
de la comunicación con los españoles como factor de aculturación.
Y en conjunto aprobó de forma decidida la expulsión de la
Compañía y la desaparición de las reducciones jesuíticas.
Todo lo cual no es de extrañar en el hermano de un embajador culto
e ilustrado que consiguió arrancar de Clemente XIV la orden de supresión
y extinción de la Compañía, firmada el 21 julio de
1773 y que era un buen representante del jurisdiccionalismo anticurial
de la época de Carlos III. Pero Azara fustigó también
duramente el mal gobierno, hizo acusaciones de corrupción a determinados
gobernantes, y críticas veladas incluso a algunos virreyes del Río
de la Plata. Según él “el gobernador del Paraguay y el virrey
de Buenos Aires, cada uno en su departamento, son los dueños absolutos
de todos los bienes de las comunidades de pueblos, es decir de todo el
trabajo de los indios”; y lamentó: “es sorprendente que el Gobierno
supremo permita todo esto y sufra que los pueblos indios no hayan dado
un cuarto al Tesoro real desde su fundación hasta el día,
pues además de que no pagan ningún tributo, ni diezmos ni
primicias, todos sus productos están exentos de impuestos y derechos.
Es verdad –añade- que no son cargas para el Estado, pues que pagan
sus curas y sus administradores y aún sus maestros de escuela, cuya
utilidad no veo”[192].
Escribe que si se compara la situación de los indios con la de los
pueblos de Europa están muy atrasados, pero que si se compara con
la de los españoles pobres de América, están casi
igual. También critica la falta de información que existía
por parte del gobierno español de las provincias americanas. Por
ejemplo, afirma que a pesar de todas las reformas administrativas que había
supuesto la creación del virreinato del Río de la Plata en
1776, y de la organización de la gobernación de Paraguay,
“es imposible al ministro, y a quienquiera que sea saber si este virreinato
produce o no algo al Tesoro público, porque en toda su extensión
apenas hay una caja o una administración que no haya hecho bancarrota;
un gran número no ha rendido[193].
Fustiga también duramente a los criollos, especialmente en el capítulo
XV dedicado a “los españoles”. Y da datos sobre la aversión
que en las ciudades tienen los criollos “por los europeos y por el gobierno
español”. Según él, los que se distinguen principalmente
por esta aversión son los abogados, los comerciantes quebrados,
los que se han arruinado y todos aquellos que tienen más pereza,
más incapacidad y más vicios”[194].
También afirma que los que van a Europa “regresan siempre a América
maldiciendo de lo que han visto”. Sin duda está describiendo un
estado de insatisfacción que precede a la independencia respecto
a España y que, paradójicamente, tiene que ver con el éxito
del proceso de reconquista que la Corona había realizado en América
durante la segunda mitad del siglo XVIII, el cual puso en cuestión
las estructuras de poder económico, social y político de
las elites criollas, que se habían acostumbrado a vivir de forma
prácticamente independiente de la metrópoli. Son numerosos
los estudios que han mostrado la amplitud de ese resentimiento de las elites
criollas respecto a los peninsulares, que se extiende incluso a intelectuales
que vieron su prestigio puesto en cuestión por la llegada de las
expediciones científicas mandadas por el gobierno a Indias.
El caso más paradigmático en ese sentido sería seguramente
el de Alzate[195]. Sin
duda hacía falta un proceso de modernización administrativa
y económica, como el que impulsaron durante la segunda mitad del
XVIII los gobiernos ilustrados de Carlos III y Carlos IV. Pero también
puede ser el momento de examinar la validez de la interpretación
de ese proceso de reconquista hispana como ruptura de un pacto colonial
que se había establecido durante el siglo XVI y que se vio bruscamente
alterado en el XVIII por las reformas que impulsó la Corona, tal
como ha propuesto Manuel Lucena en un reciente y estimulante trabajo[196].
Azara se daba cuenta de la necesidad de integrar mejor los diversos reinos
americanos de la monarquía. Era muy consciente de la importancia
de la comunicación del Paraguay con la provincia de Chiquitos y
Santa Cruz de la Sierra, combinando la navegación fluvial y terrestre,
e hizo sobre ello repetidas propuestas. Por otra parte, defendió
que la estrategia colonizadora debía apoyarse en el establecimiento
de poblaciones de españoles, “despreciando la reducción de
los bárbaros, que es consiguiente al engrandecimiento de los españoles,
sin lo cual es simplicidad pensar que han de subsistir obedientes, ni admitir
la fe las naciones bárbaras”. Se trata de una afirmación
realizada en 1786 y que defendió durante toda su vida, siendo esa
también la opinión que mantuvo como miembro de la Junta de
Fortificaciones. En relación con ello, en numerosas ocasiones criticó
la estrategia clerical de reducción de los indios; tiene claro que
“para conseguir la reducción de los bárbaros es preciso conocerlos”
y propone en relación a sus características estrategias que
estima oportunas[197].
Resaltó siempre la importancia de la integración en la cultura
hispana y, por consiguiente, la existencia de maestros de primeras letras;
explícitamente señaló que donde los hay, tanto los
indios como los españoles eran más pacíficos y menos
belicosos. Examinó atentamente la forma de los pueblos, si estaban
tirados a cordel o si carecían de calles, si “están como
sembrados sin formar calles”. En algunas villas, como Curuguatay, observa
que ni el cabildo ni los otros habitantes residían en ellas, “sino
para fiestas, manteniéndose todos esparcidos en sus chácaras”.
Azara tiene una actitud contraria a la ciudad y favorable al campo, como
fuente principal de riqueza. Su vituperio de la ciudad es en alguna ocasión
muy explícito, y se relaciona, ante todo, con sus preocupaciones
políticas: “es cosa clara que son las ciudades las que engendran
y propagan todos los vicios, la corrupción de costumbres y esta
especie de alejamiento, o, por mejor decir, aversión decidida que
los criollos o hijos de españoles nacidos en América tienen
por los europeos”. Pero eso va unido a una crítica más general
a la ciudad, que “roba al campo los brazos de que tiene una extrema necesidad
y que son la verdadera riqueza del país”[198].
Su pensamiento era decididamente fisiocrático, ya que en diversas
ocasiones manifiesta de forma clara que “el manantial más abundante
de riqueza para cualquier provincia es el cultivo de las producciones más
análogas a su terreno, y a las inclinaciones o caprichos de sus
habitantes”[199]. En
algunos pasajes Azara muestra que estaba imbuido de ideas económicas
típicas del liberalismo. No solo en su valoración de la iniciativa
particular en las tareas de conquista, de que ya hemos hablado, sino también
en la crítica a las ideas de igualdad absoluta que los jesuitas
habían impuesto en sus reducciones, donde “todos los indios eran
iguales, sin distinción y sin que pudieran poseer propiedad ninguna
particular”. Ante lo que comenta: “ningún motivo de emulación
podía conducirlos a ejercer su talento ni su razón, porque
ni el más hábil, ni el más virtuoso, ni el más
activo estaba mejor alimentado ni mejor vestido que los otros, ni podía
disfrutar otras satisfacciones”[200].
En diversas ocasiones se declaró partidario del reparto de las tierras
de los ejidos y de las comunidades indígenas. Para él la
riqueza de las naciones se basaba en el trabajo de los campesinos como
cultivadores del campo. Si la desigualdad, los derechos de propiedad y
la acumulación de capital eran aspectos esenciales en la nueva economía
del capitalismo, y aparece ya en las formulaciones más tempranas
como la de Adam Smith, ese énfasis en la importancia de la desigualdad
y la emulación es desde luego representativa de la difusión
de las nuevas ideas económicas en el pensamiento español
e hispanoamericano. Critica la permanencia del “espíritu de comunidad”
y el que no se distinga entre el trabajo de unos y otros según la
calidad. También censuró el lujo y el despilfarro en que
vivían algunos a costa del trabajo de otros. En sus últimos
informes sobre Indias, realizados como vocal de la Junta de Fortificaciones,
volvería a insistir una y otra vez en sus ideas, defendiendo repetidamente
la capacidad de los indígenas para el trabajo, la conveniencia de
suprimir las comunidades indígenas para repartirles las tierras,
los ganados y todos los bienes de las mismas[201].
Azara no llega a la crítica social a través de la teoría
del buen salvaje, pero no duda en aprovechar sus descripciones de las naciones
indias para hacer comparaciones y fustigar algunos rasgos de los europeos.
Por ejemplo, en el trato que se da a los esclavos negros, tan diferente
al que unos indios primitivos dan a los suyos; al señalar que los
mbayás
quieren mucho a sus esclavos , que jamás les riñen ni los
castigan, ni los venden comenta: “¡qué contraste con el trato
que los europeos dan a los africanos”. Sin duda estaba lejos de las ideas
roussonianas sobre el buen salvaje. Pero tampoco cree que los indios que
estudia sean prototipos de lo que, como contraposición, podríamos
denominar “el mal salvaje”. Más bien trata de ser objetivo y mostrar
virtudes y defectos. Desde luego hace, como ya hemos visto, críticas
de la pereza, desaseo, falta de previsión y otros defectos de los
indígenas. Pero exalta su valor, su capacidad para la guerra, sus
condiciones físicas, su belleza. En todo lo cual es heredero de
algunas tradiciones intelectuales hispanas que se remontan al siglo XVI[202].
Es también plenamente consciente de las ventajas de los cruces biológicos.
Valora de forma explícita el mestizaje entre españoles e
indias, y estima que sus descendientes, considerados siempre como españoles
“tienen sobre los españoles de Europa alguna superioridad, por su
talla, la elegancia de sus formas y aun por la blancura de su piel”. También
estima que los habitantes del Paraguay, resultado de una antigua mezcla
de españoles e indias, poseen más finura, sagacidad y luces
que los criollos, es decir, que los hijos nacidos en el país de
padre y madre españoles, y también los cree “de más
actividad”. Y añade “estos hechos me hicieron sospechar no solo
que la mezcla de razas las mejora, sino que la raza europea mejora a la
larga unida a la americana, o al menos el sexo masculino sobre el femenino”.
Similares ventajas encuentra en los mulatos sobre sus padres. En cuanto
a la suerte de éstos, cree que “no difiere nada de la de los blancos
de la clase pobre y es hasta mejor”[203].
Que Azara aceptara que las razas humanas podían mezclarse y que
eso era incluso beneficioso tenía que ver, ante todo, con la simple
constatación de lo que había ocurrido en América con
el mestizaje, y con el reconocimiento de que todas las razas formaban parte
de la especie humana. Pero implicaba, además, que no compartía
ninguna idea sobre el carácter abyecto de la raza negra como heredera
de Caín, el maldito por asesinar a su hermano, o de Cam, uno de
los hijos de Noé aquíen la maldición de su padre había
rebajado a la condición de ‘siervo de todos los siervos’. Unas ideas
que habían podido ser utilizadas por los esclavistas para justificar
la trata de negros. También en ello Azara muestra un pensamiento
abierto, que tal vez coincidía con el de otro geógrafo español
contemporáneo suyo, Isidoro de Antillón.
La historia del infortunio de Azara tal vez debería matizarse. Es
posible que en realidad tuviera suerte al pasar fuera de España
los dramáticos sucesos del impacto inmediato de la Revolución
Francesa y la Guerra con la Convención. Seguramente habría
sido movilizado en relación con este conflicto bélico, como
lo fueron otros compañeros del cuerpo de ingenieros, algunos de
los cuales resultaron heridos o murieron. A pesar de los crecientes deseos
de volver a España, y a pesar del relativo aislamiento, probablemente
estuvo mejor en Paraguay estudiando los cuadrúpedos y los pájaros
que en España interviniendo en obras de fortificación y defensa
de las regiones fronterizas. Cuando volvió a España y pudo
ir a París tuvo el privilegio de tener allí a su hermano
José Nicolás como embajador. Gracias a ello le fue relativamente
fácil entrar en contacto con un cierto número de naturalistas
vinculados al Gabinete de Historia Natural, que recibieron con gran interés
sus observaciones y le trataron muy bien, aunque con algunos de ellos en
realidad no podía coincidir científicamente, ya que él
estaba todavía situado en las concepciones buffonianas y otros las
habían superado ya claramente. Es por, ejemplo, el caso de Georges
Cuvier, entonces un joven de 34 años, pero de una prometedora carrera.
Foucault ha señalado precisamente con referencia al trabajo de este
naturalista la diferencia entre la episteme que llama clásica y
la moderna.
La primera, que queda muy bien ejemplificada en la obra de Buffon, es la
que observa y clasifica a partir de rasgos exteriores. El mismo Buffon
los identifica cuando señala los aspectos fundamentales de la descripción,
la cual debe reflejar “la forma, el tamaño, el peso, los colores,
las situaciones de reposo y movimiento, la posición de las partes,
sus relaciones, su figura, su acción y todas las funciones externas”.
En el caso de Cuvier es ya la estructura interior la que interesa, los
esqueletos, los órganos: “las leyes internas del organismo se convertirán
–ha escrito Foucault-, ocupando el lugar de los caracteres diferenciales,
en el objeto de las ciencias de la naturaleza”[204].
Aunque Cuvier trató bien a Azara y valoró sus descripciones,
eran otras las cuestiones que atraían su interés, y para
ellas nuestro ingeniero no podía aportar datos, ya que en ningún
caso había realizado exámenes de los órganos interiores
de los animales que describíó. Más fácil era
la relación con Humboldt, al que Azara podría haberle facilitado
datos que habrían sido de gran interés para su trabajo americanista.
Pero le faltaba la preocupación por las interrelaciones, que había
sido el aspecto esencial de la obra de Humboldt. Además, Humboldt
tenía una excelente formación geológica, aceptaba
la existencia de una larga historia de la Tierra, y estaba preocupado por
los debates entre neptunismo y plutonismo, cuestiones sobre las que Azara
no tenía ninguna información que aportar, como se ve leyendo
las observaciones que hizo acerca de los materiales terrestres, las cuales
fueron, en general, bastante elementales. Otras cosas también les
separaban. Nacido en 1769 y, por tanto, un cuarto de siglo más joven
que Azara, Alejandro de Humboldt era ya un hombre de otra época.
Aunque de mentalidad científica ilustrada, se relacionó en
su juventud con los círculos prerrománticos más activos
de Alemania y escribió una parte esencial de su obra en pleno romanticismo.
Por eso su actitud ante la naturaleza y el paisaje está ya llena
de un sentimiento que Azara casi nunca sintió o se atrevió
a expresar. Por eso también los escritos de uno y otro son tan distintos,
con la distancia que va desde la Ilustración plena al Romanticismo,
del esfuerzo por mirar la naturaleza con las solas luces de la razón,
a la capacidad de unir lo científico y lo literario, el dato empírico
y el sentimiento subjetivo o el “aliento de la imaginación”, que
aparece en Humboldt[205].
El estudio de la obra de Azara plantea otras muchas cuestiones. Es preciso
examinar las condiciones en que se produjo la innovación científica
en un periodo especialmente fértil en la ciencia hispana como fueron
las últimas décadas del siglo XVIII y la primera del XIX.
No podemos seguir considerando a Azara como una figura científica
aislada, sino que hemos de analizar en profundidad las condiciones que
hicieron posible el desarrollo de su proyecto científico, además
de la genialidad individual y el gusto por el trabajo y por los problemas
a los que dedicó su atención. Han de examinarse en detalle
los círculos con los que se relacionó, las trayectorias profesionales
de las personas con las que estuvo en contacto, empezando por las de los
otros miembros de la Expedición de Límites, los colaboradores
que tuvo en su trabajo, los funcionarios y el conjunto de las redes intelectuales
y sociales en las que se integró, tanto peninsulares como criollas.
Los miembros de algunas de éstas últimas compartieron con
él sus ideas liberales y de reforma política y administrativa,
y tuvieron luego un papel importante en la independencia de los países
del Río de la Plata.
Es interesante notar que Azara estableció redes propias para sus
observaciones científicas[206],
y sería relevante reconstruirlas para conocer con exactitud la evolución
de su pensamiento. Es importante asimismo analizar la influencia que la
actividad intelectual y científica de Azara pudo tener en ellos
y la forma como su obra fue luego utilizada en la Argentina y en el Paraguay
independiente. Finalmente es necesario considerar el proceso de elaboración
personal de su obra después del regreso a Europa, el papel exacto
de las redes científicas españolas y francesas, y la elaboración
de los Viajes por América meridional, como un proceso retórico
de integración en las redes de la ciencia europea. Una parte de
los conflictos de Azara con las autoridades se han interpretado como choques
personales, animadversiones, envidias, etc. Es muy probable que todo eso
pudiera existir. Pero hay que echar una mirada más amplia. Vale
la pena considerar otras perspectivas, al menos como hipótesis de
trabajo. Ante todo, hay que estudiar los conflictos entre cuerpos, entre
ingenieros y otros militares, entre militares y autoridades civiles. Ante
todo, posibles conflictos con los oficiales del cuerpo de marina, al que
se integró desde el de ingenieros. Como puede comprenderse, esas
integraciones no siempre son fáciles, porque afectan a las carreras
y a los escalafones, y porque, además, implican unificar tradiciones,
formaciones intelectuales, preparaciones científicas, talantes y
actitudes diferentes. En todo caso, da la impresión de que era consciente
de la insuficiente formación astronómica que tenían
los ingenieros, lo que tal vez le hiciera valorar positivamente la preparación
que tenían los oficiales de Marina. En una ocasión, con referencia
a un mapa levantado por el portugués José Custodio de Sa
y Faria reconoce que pasó tiempo en aquellas regiones americanas,
“pero como no era más que ingeniero y no astrónomo, no le
concedo una entera confianza”, aunque estima su obra más que todas
las otras publicadas”[207].
ASSO, Ignacio de.
Historia
de la Economía política de Aragón (Zaragoza: Francisco
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AZARA, Félix de. Geografía Física
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Compuesta por Don…, Capitán de Navío de la Real Armada en
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y Anotaciones por Rodolfo R. Schuller. Montevideo: Anales del Museo Nacional
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YOUNG, David. The
Discovery of Evolution. London and Cambridge: The Natural History Museum
and The Press Syndicate of Cambridge Universty, 1992.Trad. al español
coordinada por F. Vaquero Rodríguez, El descubrimiento de la
evolución. Barcelona: Ediciones del Serbal (Colección
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