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En las Etimologías de San Isidoro de Sevilla leemos que la civitas (de la que nuestra palabra "ciudad" se deriva) se llamaba así por sus ciudadanos (cives), mientras que la fábrica de la ciudad se denominaba urbs. Traducir la palabra latina civitas como "ciudad" es. por lo tanto problemático. Pues quien decía civitas pensaba primordialmente en la comunidad de ciudadanos y sólo en segundo lugar en el ámbito físico que es producto y escenario de su actividad, mientras que cuando nosotros decimos "ciudad" pensamos en primer lugar en la estructura física y sólo como segunda acepción en la actividad ciudadana. ¿De dónde nos viene ese hábito mental que otorga prioridad semántica a la imagen física frente a la actividad humana? ¿Cuál es la raíz de esa manía, no ya metafórica sino metonímica (que no se limita por cierto al sustantivo "ciudad"), la cual hace al europeo moderno confundir constantemente la actividad con su resultado? ¿Qué entresijo mental nos hace incapaces de concebir la ciudad como la constante tarea constructora de sus ciudadanos -tarea creadora de edificios, calles, instituciones, relaciones sociales-, para entenderla en cambio como urbe, como escenario e imagen dados a priori? ¿Por qué confundimos los edificios con la arquitectura, como si ésta no fuera primordialmente una actividad de las que los edificios sólo son su resultado y manifestación? ¿Por qué vemos la ciudad masculinamente, como resultado de producción, y no femeninamente, como acto de reproducción? ¿Por qué se piensa la ciudad desde el aspecto espacial y no desde el aspecto temporal?
No voy a desentrañar aquí este misterio gnoseológico al que ya he dedicado otros trabajos. Sólo diré que hay un paradigma histórico de la ciudad que viene a ser sustituído, especialmente a partir del Renacimiento, por un paradigma geométrico, según el cual la ciudad es el producto visible de un acto de ordenación territorial concebido y diseñado por una persona, por un centro de poder o por una élite profesional. Mientras que la ciudad original se hacía a sí misma, la ciudad en la época moderna es obra de unos pocos en pretendido beneficio de todos. Se nos hace difícil de concebir que lo físico y material es creado y transformado por el propio uso, asimilando nuevos sentidos que no borran la huella de los anteriores, e integrando sucesivamente elementos nuevos en un conjunto cambiante y, al propio tiempo, permanente. Como resultado de nuestra incapacidad de conservación creadora o de creación conservadora, surge la polémica entre los que quieren convertir todo en museo, haciéndolo intocable, y los que quieren destruirlo todo para hacer algo radicalmente nuevo. Surgen así políticas protectoras que pretenden proteger los cascos antiguos contra el impacto radicalmente renovador del urbanismo moderno. Cuando los cascos antiguos son precisamente un testimonio de la habilidad de integrar en su "ahora" un "todavía" de épocas anteriores de actividad constructora y transformadora. No faltan hoy los sistemas de normas subsidiarias que, a fuer de defender lo tradicional, generan un manierismo urbanístico uniformador y carente de autenticidad. Hemos olvidado que la imitación no significa tanto un hacer lo mismo como un hacerlo de la misma manera.
El nacimiento de las viejas ciudades estuvo determinado por condiciones naturales y estratégicas que facilitaban y protegían el desarrollo de la vida humana o la continuidad del poder establecido. Cuando los motivos estratégicos eran de carácter estrictamente defensivo (como la propia etimología de la palabra «estrategia» insinúa), la ciudad surgía como un acto decisorio de poder, que unas veces se limitaba a señalar el lugar de ella y a construir en su entorno una muralla protectora, y otras veces regulaba con mayor o menor detalle su red viaria y hasta sus edificaciones, como sucedía en la ciudad romana más avanzada. La intervención urbanística del poder otorga a la vida ciudadana un mayor o menor ámbito de libertad para ir diseñando su propio entorno urbano. Una cosa es planificar carreteras y otra hacer camino al andar como proponía Antonio Machado.
Tras estas reflexiones generales y extemporáneas, vamos a ocuparnos someramente de las razones naturales y estratégicas que hicieron surgir la ciudad de Estocolmo y las casualidades que permitieron a su casco histórico sobrevivir a los reiterados intentos, pretendidamente saneadores, del urbanismo moderno.
Suecia carece de ciudades milenarias por la sencilla razón de que gran parte de lo que hoy es su territorio estuvo cubierto por el hielo de la era glacial en épocas en las que ya florecían ciudades en otras zonas de Europa y Asia. Hay que esperar hasta la Era cristiana para que se dé una normalización climática definitiva. La desaparición de las enormes masas de hielo van produciendo una lenta emergencia o levantamiento de tierra que todavía hoy es perceptible. La historia de Suecia no comienza propiamente hasta el siglo VI. Del siglo IX data la primera ciudad, Birka, situada en un lugar protegido del interior a orillas de lo que entonces todavía era un fiordo del Báltico y entre los siglos XI y XIII se había convertido en un lago, el lago Mälar. El Mälar era el eje de comunicación desde el exterior con el incipiente reino de los sveos o suevos y en su entorno fueron surgiendo los núcleos urbanos más antiguos. La ciudad mercado de Birka floreció entre el siglo IX y X, desapareciendo después por completo, sucedida por Sigtuna, que todavía existe, cerca de Uppsala. Antes del siglo XI el Mälar era todavía accesible desde el Báltico por varios entradas (una de ellas por Södertälje, a cierta distancia al sur de Estocolmo) a través de los cuales se realizaba el tráfico mercantil. Esas entradas naturales habían ido desapareciendo por el levantamiento de tierras y en el siglo XIII todo el tránsito había que hacerlo por el paso, cada vez más estrecho, entre la isla de la actual ciudad antigua y el suburbio septentrional que hoy es el centro de la ciudad moderna; existiendo por añadidura en este estrecho otros dos o tres islotes sobre los que hoy se alza el edificio del Parlamento. Ese paso o estrecho se había además ido convirtiendo en corriente (como su nombre actual indica), lo cual dificulta aun más el acceso.
A comienzos del siglo XI toda la zona del norte de Estocolmo y Uppsala, que hoy constituye la provincia de Uppland, era un enorme archipiélago. El viajero que se desplaza desde Uppsala hacia el norte advierte que la carretera se desliza por lo que hace siglos fue fondo marino, percibiéndose claramente en el terreno el contorno costero de lo que otrora fueran pequeñas islas.
La ciudad de Birka fue totalmente abandonada y es hoy lugar de excavaciones arquelógicas. De la ciudad como tal no quedó nada, puesto que carecía de inmuebles. Para entender la ciudad escandinava hay que tener en cuenta que, a diferencia de las ciudades pétreas del sur de Europa, la edificación tradicional sueca no es propiamente un inmueble, sino algo más frágil y perecedero, perfectamente desmontable y transportable. Gran parte de los pueblos y ciudades nórdicos hasta nuestros días, han sido construídos principalmente en madera. A lo tardío del surgimiento de las ciudades en Suecia hay que añadir, pues, ese elemento material que permite, a lo sumo, la conservación de su estructura viaria. El fuego destructor ha sido siempre en Suecia el mejor aliado del poder urbanizador, amante de la regularidad geométrica y enemigo de la tortuosa e incontrolada red viaria de la ciudad medieval. Los críticos del urbanismo sueco afirman que éste no ha hecho sino completar la obra destructora del fuego. Lo que el fuego no ha destruído, dicen, lo han destruído los urbanistas.
La ciudad de Estocolmo se funda a mediados del siglo XIII por decisión del Conde Birger (Birger Jarl), en una isla aparentemente insignificante de la zona en que el Mälar se une al Báltico, en el momento en que Suecia se está constituyendo como estado nacional, iniciando su hegemonía en el Báltico. Finlandia, convertida en provincia de Suecia, seguirá siéndolo hasta comienzos del siglo XIX. Durante el siglo XVII y comienzos del XVIII, Suecia llegó a ser, en pugna con Rusia, la gran potencia del Norte, dominando toda la costa del Báltico desde Finlandia hasta Riga, además de la Pomerania y otras zonas del norte de Alemania. El papel de gran potencia de Suecia queda confirmado por la Paz de Westfalia de 1648. Mas volvamos al nacimiento de Estocolmo.
El levantamiento de tierras que había, como dije, cerrado los accesos alternativos al Mälar, daba a la isla que iba a ser Estocolmo, cuya extensión en esa época era la mitad de la isla actual, una posición estratégica como llave del lago interior. El Conde Birger construye una fortaleza y decide el establecimiento de una ciudad-mercado en esa isla, estableciendo un pacto mercantil con la ciudad de Lübeck, que permitía a los mercaderes alemanes realizar sus actividades en régimen de igualdad con los indígenas, siempre que se atuvieran al llamado Código de Birka. La presencia alemana será tan importante durante toda la Edad Media que el idioma alemán será tan común como el sueco y el Consejo Municipal estaba compuesto en gran parte por alemanes, los cuales gozaban del derecho de ciudadanía. En el centro de la ciudad vieja se alza la bella Iglesia Alemana de planta cuadrada consagrada a Santa Gertrudis, construída a partir de 1580 en el lugar donde se hallaba el centro de reunión de la colonia alemana. Su torre, de 96 metros de alta, fue reconstruída después de un incendio en 1878.
Estocolmo se crea pues a mediados del siglo XIII. Se ha dicho que el motivo era la defensa de la zona del Mälar contra las incursiones enemigas provenientes de Carelia y Novgorod; pero hay pruebas de que se trataba también de intervenir el comercio con las localidades de la costa interior, fortaleciendo un poder real de carácter hereditario y aliado de la iglesia, en lucha contra los que pretendían un régimen de monarquía de elección nobiliaria. El lago Mälar será durante mucho tiempo la vía natural del comercio y Estocolmo será la aduana y el lugar de transbordo de mercancías tanto de importación como de exportación. La evolución política, económica y social de Suecia estará durante siglos íntimamente ligada a la producción de hierro, sin la cual no puede entenderse ni siquera el llamado Modelo Sueco socialdemócrata de los años 1930 a 1970. Para valorar la posición axial del lago Mälar en otras épocas de la historia de Suecia no hay que olvidar tampoco que una amplia zona de la Suecia meridional actual, la región de Escandia, perteneció a Dinamarca hasta entrado el siglo XVII. La Paz de Roskilde de 1658 extendió el dominio territorial de Suecia a expensas de Dinamarca y Noruega. La incorporación de Escandia es un ejemplo extraordinario de colonización cultural y destrucción de la memoria histórica en un país que hoy presume de ser el mayor defensor de la identidad local y dice solidarizarse con los que, en otros países, luchan por su autodeterminación. Los órganos de opinión y los textos escolares hablan p. ej. gustosamente de la lucha de Cataluña y el País Vasco por su autonomía, desviando así la atención que debía ponerse en la propia historia.
En el siglo XIII la extensión de la Isla de la Ciudad o Ciudad Vieja de Estocolmo era aproximadamente la mitad de la de hoy. El aumento de terreno habitable se debe al mencionado levantamiento de tierras pero también a la acumulación de escombros de residuos domésticos sobre los que se van a levantar barriadas extramuros que albergaran la creciente población.
La ciudad que se crea con el nombre de Estocolmo a mediados del siglo XIII incluye también a una isla adyacente más pequeña al oeste, hoy llamada Isla de la Nobleza, en la que en 1270 se estableció un convento de franciscanos llamados "los hermanos grises", y también inmediatamente al Norte, en la corriente que une al Báltico con el Mälar, un par de pequeños islotes que con el tiempo se fusionarán en uno solo denominado Islote del Santo Espíritu, por el hospicio de ese nombre que, junto con su cementerio, existió desde el siglo XIV hasta entrado el XVI.
La construcción de la ciudad se inicia en una elevación de terreno de la parte norte de la isla principal, donde el Conde Birger establece primero una torre de defensa y después, en torno a ella, una fortaleza residencial, en la que el rey habitará temporalmente y sus mandatarios de manera más permanente. Un siglo más adelante se habrá desarrollado la edificación convirtiéndose en el Castillo llamado Tres Coronas, por el ornamento colocado en el extremo de la torre central que es la torre de defensa originaria integrada en el nuevo edificio. El Castillo Tres Coronas (la frialdad de cuyos aposentos se dice que fue la causa de la pulmonía que llevó al sepulcro a René Descartes) quedó destruído por un incendio en 1697. Nicodemus Tessin el joven, arquitecto real, que aprendió arquitectura con Fontana y Bernini en Italia, diseñó el Palacio actual, pero el proyecto se vio demorado y Tessin falleció sin llegar a verlo concluído.
Contigüa al castillo se construyó la Iglesia de San Nicolás, hoy catedral de Estocolmo. Su estilo originario es gótico, pero en 1740 se transformó totalmente su aspecto exterior para que encajara en el conjunto barroco del nuevo Palacio Real.
Además de la Iglesia de San Nicolás constituían el núcleo más antiguo de la ciudad la Plaza Mayor o del mercado y las barriadas contiguas a ella. En la parte norte de la plaza se encontraba la Casa Consistorial que en 1768 fue sustituida por la actual Bolsa de Estocolmo, que en su piso superior, con entrada por la calle contigüa, alberga la Real Academia de la Lengua y la Institución del Premio Nobel con su biblioteca. Las casas que rodean la plaza actualmente son edificaciones del siglo XVII y XVIII.
A partir de este núcleo inicial elevado, la primitiva ciudad de Estocolmo se extendía hacia el sur, donde se construyó otra torre de defensa que en el siglo XIV desapareció para dar lugar a un convento de dominicos, llamados los hermanos negros, fundación del rey Magnus Eriksson. De ese convento no queda hoy más que el sótano abovedado que, al igual que otros sótanos medievales de Estocolmo, es utilizado como lugar de reunión y restaurante.
La ciudad originaria estuvo protegida por un muro cuyo arrabal constituye hoy las dos calles principales de la Ciudad Vieja, la Calle Larga del Oeste y la Calle Larga del Este, que confluyen en la plaza del Hierro, donde se estableció más tarde la Casa de la Aduana que controlaba la exportación de hierro. El muro encerraba a la ciudad del siglo XIV, pero la superficie de ésta fue ampliándose, como ya he dicho, tanto por la acción geológica como por la acumulación de materias de desecho. En todo el entorno de la muralla vieja, en forma radial, fue surgiendo una serie de callejas tortuosas paralelas entre sí y perpendiculares a la línea costera. Mientras las casas del casco interior, ya desde el siglo XIV, eran de piedra y, sobre todo, de ladrillo, para evitar los incendios, las casas extramuros fueron durante algún tiempo de madera; pero el aumento de población fue imponiendo la construcción de casas de ladrillo de tres y cuatro pisos. En 1625 un poderoso incendio destruyó la zona occidental de la ciudad, lo que fue aprovechado para elaborar un plan llamado de regulación urbana en el que las callejas fueron sustituídas por manzanas normales.
La población de Estocolmo había aumentado considerablemente hasta la segunda mitad del siglo XVII, en que Estocolmo adquiere propiamente la condición de capital del Estado, en su momento de mayor expansión política y militar. En 1600 habitaban la ciudad 9.000 personas, en 1650 30.000 y en 1685 60.000. El crecimiento de población hace que se empiecen a urbanizar las dos grandes zonas al norte y al sur de la isla de Estocolmo, Suburbium Boreale y el Suburbium Australe. En época medieval esas dos zonas se habían mantenido libres de edificación inmueble, para no favorecer los ataques del exterior. En la zona norte, por ejemplo, sólo permitía la ley edificaciones de madera que pudieran destruirse rápidamente en caso de invasión enemiga. Pero los tiempos ya habían cambiado y las zonas suburbanas habían comenzado a utilizarse para tareas agrícolas e industriales al servicio de la ciudad o para establecimiento de residencias de la clase elevada, que huían en verano de la ciudad. La situación de la Isla de la Ciudad era en los siglos XVII al XIX -especialmente en verano- sanitariamente deplorable. El hacinamiento y la falta de higiene eran patentes. Las basuras se arrojaban a la calle y al mar de cualquier manera. La pestilencia y la suciedad acarreaban enfermedades. La peste asoló a Estocolmo en dos ocasiones, haciendo estragos enormes en la población que, por ejemplo, entre 1685 y 1700, disminuyó de 60.000 a 40.000 habitantes y entre 1700 y 1800 no aumentó más que en 35.000 habitantes. La situación de la capital de la gran potencia nórdica era tan deplorable que, con ocasión del entierro del monarca, Gustavo II Adolfo, muerto en el campo de batalla en Lützen, se evitó invitar a las cortes extranjeras, para que no fueran testigos de la precaria situación de la capital de un reino que gozaba de tanto prestigio en Europa.
No obstante, la Ciudad Vieja durante los siglos XVI al XVIII había renovado prácticamente todos sus edificios. Para encontrar vestigios medievales hay que descender a los sótanos o estudiar detalles ocultos bajo las renovaciones posteriores. La condición de gran potencia de Suecia y la confirmación de la capitalidad de Estocolmo en 1634, convirtiéndose en residencia oficial de la corte y de la administración del Estado, hizo que una serie de derribos dieran paso a palacios y edificaciones más suntuosas. La mayor parte de ellas se conservan bien. Los palacios se construyen preferentemente en la zona norte de la isla, no lejos del Palacio Real, mientras que a lo largo del litoral oriental se van edificando casas destinadas a los negocios o a vivienda de la burguesía. Pero esas alteraciones no transforman la estructura medieval de la ciudad. Un paseo por la Ciudad Vieja sigue transmitiendo el sentimiento del pasado medieval de ésta.
Será en época moderna, después de la ordenación municipal de 1850, cuando las entidades públicas y los profesionales del urbanismo comenzarán a discutir el estado físico de la capital y a poner en tela de juicio el mantenimiento de lo que llamarán "barbarie urbanística medieval". El debate público ve surgir toda una serie de planes de regulación urbana encaminados a derribar la ciudad antigua y sustituirla por una red viaria de forma perfectamente reticular y con edificaciones totalmente de nueva planta. Se aspira a que Estocolmo llegue a ser un centro administrativo y comercial digno de una ciudad moderna que ya está elaborando su ensanche al norte y al sur. Una preocupación fundamental es regular el tráfico entre la zona norte y la zona sur de la ciudad, a través de su isla central, mediante una vía amplia y recta. Otra ambición de los arquitectos e ingenieros, que han visitado países del sur de Europa y quieren imitar sus soluciones urbanísticas, es la de crear avenidas amplias y proporcionar a la capital de Suecia de un eje central que, arrancando del Palacio Real, atraviese la ciudad hasta su extremo Norte. Ya el arquitecto Jan de la Vallée, en el siglo XVIII, había venido de Italia promoviendo esa idea. Como si Estocolmo no fuera una ciudad rodeada de agua, lo cual condiciona y facilita un diseño urbano que ni puede ni necesita recurrir a los modelos vigentes en otras capitales del continente.
La segunda mitad del siglo XIX supone el comienzo de la era industrial y de la emigración masiva del campo a la ciudad. En tan sólo 50 años, entre 1850 y 1900 la población de Estocolmo creció de 93.000 a 300.000 habitantes. Esto supone que los dos suburbios de la ciudad, de una amplitud varias veces mayor que la Isla de la Ciudad Vieja, también llamada Ciudad entre los Puentes, pasan a ser las dos zonas de ensanche. En el Suburbio o Ensanche Norte se establece la burguesía, lo que se echa de ver en sus edificaciones, mientras que el Ensanche Sur es el asentamiento de la clase trabajadora. En esa época se inicia un debate en toda Europa que recuerda bastante nuestras discusiones actuales sobre el Medio Ambiente, aunque ese término no se use. La preocupación por combatir el hacinamiento humano y mejorar la calidad del aire y el agua son los tópicos del momento, cuyo paradigma se encuentra en la evolución de la sociedad industrial en Inglaterra. En Estocolmo los obreros inmigrados viven en zonas elevadas y aireadas del Ensanche meridional y si algo abunda en esos momentos es el espacio. La necesidad de sostener un debate que se haga eco de los temas actuales del continente no encuentra otro chivo expiatorio que la Ciudad Vieja. Es ahí donde las críticas encuentran un objeto adecuado. El resultado es una serie reiterada de planes que pretenden deshacerse de la Ciudad Vieja, con excepción claro está del Palacio Real y los dos o tres palacios principales, para dar paso a un casco administrativo y comercial de calles bien trazadas y manzanas de planta cuadrada y con casas nuevas de cinco pisos. Se trata, dicen, de dar a Estocolmo un centro comercial, adminitrativo y político digno de su capital. La construcción de un nuevo Ayuntamiento y de un Parlamento eran dos de los proyectos más acuciantes. Las propuestas al Concejo Municipal, los debates en el seno de éste y en la prensa, los planes presentados por ingenieros y arquitectos municipales se suceden durante toda la mitad del XIX y comienzos del X. Alguno de esos planes originó 10 años de debate municipal.
Un problema fundamental en la reconstrucción de la Isla de la Ciudad eran los gastos que ello supondría. Hay que recordar que muchas casas se habían levantado sobre terreno creado a base de restos orgánicos y escombros. El cimiento de muchos edificios se hallaba apoyado en pilares de madera que habían quedado, con el tiempo, en parte por encima del nivel del agua, estando en estado de deterioro. El subsuelo de la Ciudad Vieja es inseguro y se halla afectado por desplazamientos que afectan tanto a las casas como a las calzadas de las calles. Esos movimientos subterráneos, casi imperceptibles, son hoy controlados por aparatos de precisión instalados en la Isla del Barco, en frente de la Ciudad Vieja.
Una renovación de la Ciudad entre los Puentes de Estocolmo implicaba en cualquier caso, tanto si se renovaba lo antiguo como si se construía de nuevo, enormes gastos. Una condición sine qua non era la expropiación de fincas. Varios proyectos pretendían dar manos libres a las empresas privadas con mayor o menor participación del ayuntamiento. Un nivel de 5 pisos sería necesario para compensar los gastos de renovación.
La realidad cambia, a menudo, más rápidamente que las ideas. Mientras se discutía el futuro de la Ciudad Vieja, se iba poniendo de manifiesto que el verdadero centro administrativo y comercial de Estocolmo ya no gravitaba sobre esa isla, sino sobre la gran zona de expansión del Norte. La decisión a comienzos de siglo de construir un nuevo y suntuoso Ayuntamiento en el Ensanche Norte, a orillas del Mälar y enfrente de la Ciudad Vieja, marcó un cambio de dirección en el debate acerca de la transformación de ésta. Ya no era preciso seguir considerando a la Ciudad entre los Puentes como el Centro Urbano. Mientras esto sucedía, el debate por la conservación de la ciudad antigua, mejorando sus condiciones sin destruir su historia, se había empezado a dejar oir con autoridad, también inspirándose en ideas procedentres del continente.
Peor suerte le cupo a la pequeña Isla del Santo Espíritu. Esta Isla siempre había sido una preocupación, porque creaba un ambiente caótico y poco ajustado a la estética del poder en las inmediaciones del Palacio Real. El viejo hospicio y su cementerio se habían trasladado al viejo monasterio de los franciscanos y después al Ensanche Meridional. Ya en el siglo XVII se había construido un puente entre la Ciudad Vieja y el Ensanche Norte que pasaba por el Isla del Santo Espíritu y contribuía a la fusión de los dos islotes anteriores. Este puente sería modernizado más tarde y era a comienzos del siglo XIX un lugar preferente de paseo. En 1837 se construyó sobre él un bazar. A finales de siglo se decidió derribar todo y convertir el Islote del Santo Espíritu (que por lo menos ha conservado su antiguo nombre) en el lugar de edificación del nuevo Palacio del Parlamento bicameral y del Banco Nacional. Este proyecto que ha transformado la utilización de esta zona del viejo Estocolmo, se llevó a cabo no sin protestas de los que habían deseado que la destrucción de los viejos edificios, cosa que no se puso en tela de juicio con la suficiente fuerza, dejaran paso a un parque sin edificación alguna. Todavía en los años 60, cuando el parlamento unicameral se había trasladado provisionalmente a otro lugar, se alzaron voces en pro de derribar el edificio del Parlamento y hacer un parque. Pero lo que se hizo fue renovarlo y ampliarlo para sevir de parlamento bicameral. Esto conllevaba la necesidad de aparcamientos subterráneos, lo cual implicó la excavación del gran patio de entrada. Como suele suceder en estos casos, la excavación puso al descubierto restos arqueológicos, entre otras cosas la base de la muralla medieval construída en este islote, y el compromiso "a la sueca" resultó en que la mitad de lo que iba a haber sido aparcamiento, se ha convertido en Museo Medieval subterráneo.
No hemos dicho demasiado de la evolución del otro islote, el occidental, en el que los monjes franciscanos se asentaron en 1270. Después de la introducción del protestantismo, el convento desapareció, pero no su iglesia que hoy es uno de los puntos más visibles de la ciudad y ya no realiza funciones de culto sino que es panteón de reyes. En la isla se conserva una de las torres de defensa del siglo XIII, incorporada a uno de los palacios de la aristocracia, que fue residencia real después del incendio del viejo castillo y hoy se ha convertido en Tribunal. El resto de la isla fue convertido en zona residencial de familias pertenecientes a la nobleza durante el siglo XVII, de ahí el nombre de la Isla como Isla de la Nobleza. En la zona Norte de la Isla de la Ciudad se encuentra el magnífico palacio de los nobles, que recuerda la época de los tres estados, precedente al parlamentarismo de partidos.
El espacio que separa la Isla de la Nobleza de la Isla de la Ciudad Vieja está hoy ocupado por una vía de tráfico tanto para autos como para el Metro y el Ferrocarril, que comunica el Ensanche Norte, donde se halla la Estación Central, con la zona sur de Estocolmo y de su región. Pero lo que nunca se llevó a cabo fue el proyecto de una avenida que uniera el Ensanche Septentrional con el Meridional, pasando junto al Palacio Real y destruyendo la estructura del casco antiguo.
Mientras la conservación de la Ciudad Vieja fue convirtiéndose en la nueva ideología, creándose centros de estudio, asociaciones y proyctos de renovación cuidadosa de las viejas calles, la atención del urbanismo se concentró en la "ordenación" del Ensanche Norte. La planificación de este ensanche está unida al nombre de Alberto Lindhagen, miembro de la junta municipal de Estocolmo, diputado al parlamento y alto funcionario del Ministerio del Interior. Lindhagen introdujo en Suecia las ideas urbanísticas de Haussman que tuvo ocasión de estudiar en París y llevó a la práctica, con ciertas modificaciones, la idea de Jean de la Vallée de crear una vía monumental, la avenida de Svea, que atravesara la ciudad de Norte a Sur. Fue esta idea la que volvió a debatirse a partir de 1923, afortunadamente sin éxito. Hay un plan especulativo para la ordenación de Estocolmo hecho por Le Corbusier en época posterior, pero esto pertenece al artículo de curiosidades sin conexión con la realidad.
El deseo de aplicar las nuevas filosofías del urbanismo moderno y racional que no habían logrado destruir la Ciudad Vieja de Estocolmo, se ensañaron en cambio con una zona amplia del Ensanche Septentrional, el barrio de Santa Clara y otros adyacentes, en el que hoy se asienta el Centro comercial y de negocios de Estocolmo. Esta remodelación traumática de uno de los barrios que tenían más arraigo en el alma popular, se llevó a cabo con mano firme en los años 60. Sobre este tema se ha debatido y se sigue debatiendo mucho. El optimismo urbanista destructor de la historia fue frenado en 1967 por la confrontación entre los grupos activistas y los obreros municipales que, armados de sierras eléctricas estaban a punto de deshacerse de los álamos que adornan el llamado Jardín del Rey, lugar de asueto y festejo del pueblo de Estocolmo.
Aquí termino yo también mi rápida y rapsódica presentación de la evolución del Estocolmo histórico. Termino cuando en realidad debía empezar.
La evolución de la Ciudad de Estocolmo muestra cómo la naturaleza y la causalidad a veces hacen más por la bondad y la belleza que la planificación basada en las ideas y las obras del hombre. Estocolmo es, según muchos, una de las ciudades más atractivas del mundo. Yo llevo 35 años aquí y cada vez me gusta más. El entorno natural que envuelve a Estocolmo y la devoción que la cultura sueca, a pesar de todo, ha mantenido en torno a la naturaleza intocada (el concepto de parque en Escandinavia y en el Sur de Europa son cosas totalmente distintas) han creado una ciudad rebosante de armonía y belleza y ha sabido encajar sus obras de ingeniería como un juego en medio de lo natural. En su tesis del factum verum distinguía Giambattista Vico entre dos tipos de hechos, los hechos de la naturaleza o de Dios y los hechos del hombre. La naturaleza nos asombra por su belleza porque no la comprendemos. Vico decía que los hombres sólo entienden lo que ellos han hecho, lo demás sólo lo entiende Dios. Yo añadiría que muchas de las obras del hombre moderno no las entiende ni Dios.