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Las explicaciones sobre el papel del sector primario español en el tránsito del siglo XIX al XX han sufrido un vuelco radical en la última década(1). Frente a las interpretaciones que le atribuían una parte importante de la responsabilidad del atraso económico de la España ochocentista, y que veían en la estrechez del mercado y de la demanda una de las causas importantes del "fracaso" de la industrialización en el XIX(2), otros autores, como Leandro Prados de la Escosura y Pedro Fraile Balbín, han vuelto las tornas afirmando que la agricultura creció durante la pasada centuria por encima del incremento demográfico en tanto que la industria lo hizo poco comparativamente, añadiendo que la responsabilidad de su atraso recae en el mismo sector secundario, "que no supo o no quiso buscar mercados exteriores entrando en competencia con otros países"(3). Las interpretaciones sobre el estancamiento del mercado y el papel de rémora de la agricultura del XIX para la economía española apuntaban el peso de los condicionantes agrarios en la España del cambio de siglo y señalaban los problemas que el fracaso de las transformaciones agrarias del ochocientos dejó pendientes para la sociedad española de la presente centuria, dominada por un sector que aportaba más de la mitad de la producción total de bienes económicos y daba trabajo a dos tercios de su población(4). En el mismo sentido, Nicolás Sánchez-Albornoz escribía que la agricultura de tipo antiguo imperaba todavía a principios del último tercio del siglo XIX sobre la economía española "con idéntico rigor al que venía aplicando desde hacía siglos y siglos"(5). Recientemente, Gabriel Tortella insistía en que la falta de progreso de la agricultura española fue "uno de los principales obstáculos a la modernización económica del país"(6) En la última década, sin embargo, se ha ido modificando la tendencia explicativa anterior. Los trabajos de dos de los más destacados historiadores de la agricultura española de la pasada centuria, Ramón Garrabou y Jesús Sanz, han apuntado que el desarrollo del capitalismo agrario en nuestro país llevó parejo numerosos proyectos tendentes a mejorar el sistema productivo y que, si bien hasta el último tercio del siglo XIX las prácticas tradicionales, el limitado avance de la mecanización y de otras mejoras tecnológicas fueron fenómenos dominantes en la agricultura de la mayor parte de los países europeos, cabe señalar que "desde las décadas centrales del siglo se crean organizaciones de agricultores, ven luz numerosas publicaciones agrícolas, se organizan centros de enseñanza agraria y se ponen las bases para la creación de los servicios agronómicos."(7). Los trabajos más recientes ponen ya claramente en entredicho la hipótesis del papel de freno que se le adjudicaba al aparato productivo de nuestro agro. A las aportaciones desde la historia económica ya anotadas de Prados de la Escosura y Fraile Balbín hay que añadir las de otros historiadores de la agricultura como el Grupo de Estudios de Historia Rural(8), cuyas notas sobre cifras de rompimientos de tierras o sobre el cambio cualitativo en los productos cultivados muestran que no se produjo el pretendido inmovilismo en el sector agrario nacional durante dicho periodo. Eso debe desprenderse, señalan, del hecho de que crecieran considerablemente -no en términos absolutos, sino relativos- los cultivos intensivos destinados a los mercados interiores y extranjeros.
Nuestro estudio pretende analizar en la línea apuntada por Garrabou y Sanz algunos aspectos concretos que nos pueden mostrar si se operan o no cambios, y a qué nivel, en el sector primario de nuestro país. Para ello examinaremos la actuación intervencionista, legislativa, científica y de otros órdenes, en la España de la segunda mitad del ochocientos y principios del novecientos frente a uno de los riesgos naturales que azotaban a su agricultura, catalogado como problema nacional por algunos autores contemporáneos(9), y que desde hace siglos ha venido generando una considerable literatura tanto oficial como privada; nos referimos a las plagas de langosta(10).El interés de las plagas de langosta no reside sólo en su incidencia negativa sobre la economía agrícola. Su carácter endémico, y por tanto estructural, en algunas zonas de nuestra geografía, nos puede permitir analizar, en perspectiva diacrónica, los esfuerzos de todo tipo que se realizaron para modernizar determinadas estructuras de nuestra sociedad; desde los intentos científicos a los técnicos, desde los preventivos a los legislativos, desde los materiales a los humanos, en una lucha esforzada e ilustrada ante semejante calamidad, calificada ya de pública en España desde 1860, junto a las demás plagas, las guerras, las inundaciones, las epidemias, los incendios, los terremotos o las sequías(11) . Las plagas de langosta han generado una abundante literatura, relacionada, sin duda, con su incidencia catastrófica sobre la agricultura peninsular; sin embargo, habiendo sido de los más importantes, es uno más de los riesgos biológicos que afectan a la Península Ibérica(12). Si a éstos añadimos los de origen climático como sequías, inundaciones o pedrisco, de enorme incidencia en nuestro país, nos damos cuenta del interés del estudio de las catástrofes naturales y, sobre todo, la importancia de su control.
Por otra parte, mientras algunos riesgos agrícolas, especialmente las inundaciones, han recibido atención por parte de geógrafos(13), no han gozado del mismo grado de interés los de carácter biológico, en general más huérfanos de estudios, exceptuando la plaga de la filoxera, de enorme incidencia a finales del ochocientos pero ligada a un solo producto, la vid. Las plagas de langosta, sin embargo, manifestadas a lo largo de centurias en nuestro país, no han recibido la suficiente atención aunque el reconocimiento de su importancia se produjera muy tempranamente(14) . Ciñéndonos a la edad Contemporánea, tenemos noticias de las mismas o de las acciones preventivas o legislativas durante todo el siglo XIX, y es significativo que la Ley de 21 de mayo de 1908, de Defensa contra las plagas del campo y protección a los animales útiles a la agricultura, la más importante instancia normativa de cuantas se han elaborado en nuestro país al respecto, concediera igual categoría en cuanto al número de artículos a la filoxera y a la langosta; sin duda, prueba empírica de la trascendencia de este azote para nuestra agricultura.
La razón fundamental que nos lleva a interesarnos por este periodo está relacionada con los nuevos papeles que va asumiendo el Estado europeo del ochocientos y que empiezan a marcar la diferencia entre países como el nuestro, que consolida positivamente ese nivel organizativo, al lado de otras sociedades que permanecen estancadas en lo referente a la intervención colectiva frente a las calamidades(15). En efecto, frente al azote de las plagas y otras calamidades naturales, que habían provocado respuestas escasamente científicas e insuficientes normativas, asistimos a partir de la segunda mitad del siglo XIX a los primeros intentos realmente serios de control de estas situaciones catastróficas por parte de la sociedad española. Ese control será ejercido de diversos modos: mediante la intervención puntual de recursos humanos o materiales, la promulgación de la legislación correspondiente y el fomento de actividades científicas y técnicas concretas. Asimismo, tendremos también ocasión de encontrarnos con fuertes disputas y contradicciones a la hora de la interpretación de las leyes o en la aplicación de unos u otros recursos para hacer frente a las plagas. Esto es consecuencia de la variedad de intereses representados, especialmente los que emanaban de la propiedad privada enfrentada en numerosas ocasiones al interés público. Sin embargo, a pesar de los conflictos surgidos podemos anticipar que se dieron pasos claramente positivos para el control y prevención de dicha calamidad.
Nuestra atención se va a centrar, en primer lugar, en analizar la incidencia de los riesgos naturales en las actividades agrícolas, interesándonos especialmente por el carácter endémico de las plagas de langosta en nuestro país al tiempo que trataremos de hacer un balance del estado de la plaga en la segunda mitad de la pasada centuria. En segundo lugar, estudiaremos la legislación sobre las plagas de langosta y los debates que genera dicha cuestión en la sociedad española desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. La aprobación de las dos leyes generales, la Ley de 10 de Enero de 1879 y la Ley general de plagas de 21 de Mayo de 1908, generan antes y después de su aprobación numerosas normativas (reales órdenes, reglamentos, reales decretos) que intentan ajustarse a la cambiante realidad de intereses de agricultores y ganaderos principalmente. En la última parte, examinaremos la obra divulgadora y publicística del manchego Agustín Salido y Estrada, gobernador civil y diputado en Cortes en repetidas ocasiones, representante del liberalismo ilustrado en la segunda mitad de la pasada centuria si nos atenemos tanto a su obra escrita como a su vida pública. Una y otra fueron utilizadas para llevar a cabo una admirable labor de concienciación frente a lo que él mismo califica como "calamidad pública", la plaga de la langosta.
El estudio de nuestra literatura científica sobre la langosta,
del marco legislativo y de las intervenciones tanto del Estado como de
particulares, nos ha de poner de manifiesto el papel decisivo que ha tenido
para nuestra sociedad la creación de instrumentos de control de
los riesgos agrícolas, y naturales en general, y el papel fundamental
de los organismos de prevención de esos riesgos. Del mismo modo,
el estudio del modelo español puede ayudarnos a entender otras situaciones
históricas, y también presentes, de ese perpetuo forcejeo
que el hombre mantiene con el medio natural.
1. CALAMIDAD NATURAL, RIESGOS AGRICOLAS E INTERVENCION DEL ESTADO.
A menudo los medios de comunicación nos informan cómo la sequía diezma las cosechas de un país, a veces con efectos catastróficos en forma de hambrunas; éstas tienen lugar en países subdesarrollados con claros déficits en sus infraestructuras. Otras veces, las plagas de langosta, como las recientes del norte de Africa(16) añaden más dramatismo, si cabe, a esas situaciones ya crónicas. En otras ocasiones, potentes ciclones provocan en primera instancia considerables pérdidas de vidas humanas y, al mismo tiempo, generan graves inundaciones. Por otra parte, esas situaciones catastróficas, en forma de inundación, sequía, plaga u otra calamidad, son sufridas en territorios de países desarrollados; por regla general, las consecuencias nunca son tan dramáticas y a medio plazo la situación tiende al estado anterior a las mismas.
Para entender estos contrastes, Eric L. Jones ha apuntado que el control de las catástrofes a escala nacional fue una de las más significativas acciones de los gobiernos europeos desde el siglo XVIII(17). Este efecto modernizador de la acción estatal por el control de las calamidades, junto a la "notable hazaña de cercenar el poder arbitrario, eliminando así riesgos e incertidumbres, alentando la inversión productiva y promoviendo el crecimiento"(18) explicarían lo que este autor ha llamado el milagro europeo, resultado tanto de las fuerzas que promovieron el desarrollo como consecuencia de la eliminación de sus impedimentos.
No obstante, como también ha reconocido el mismo Jones, Europa, "en términos geofísicos y climáticos, es más tranquila que la mayoría de las otras partes de la tierra"(19) Por lo que respecta a los riesgos biológicos, y especialmente a las plagas de langosta, sabemos que las especies más peligrosas están en Oriente Medio y en Africa y que todo este continente está expuesto a las mismas(20) En cambio, la mayor parte de Europa está libre de ellas, aunque no así la Península Ibérica. Las plagas de langosta se añaden así a otros elementos, los climáticos y los derivados del relieve, señalados como parte de nuestro "saldo total desfavorable si lo comparamos con el medio europeo"(21) La desgraciada originalidad de estas plagas explica, sin duda, la temprana intervención frente a las mismas en nuestro país(22).
Frente a la actitud racional de la intervención, una parte de la humanidad ha adoptado también posturas fatalistas ante la calamidad natural, convirtiéndola en un acontecimiento separado y desligado de la sociedad; en esas situaciones, las respuestas frente a dichos fenómenos han tendido a ser parciales y cargadas de irracionalidad; los votos religiosos durante las edades Media y Moderna son buena prueba de ello(23). Ahora sabemos que los desastres naturales, también los agrícolas, son frecuentemente resultado de una planificación insuficiente del territorio o de la falta de medidas preventivas. Los peligros de la naturaleza conducen a los desastres cuando una comunidad está mal preparada, no tiene o no utiliza con efectividad los adecuados signos de alarma y no puede movilizar rápida y eficazmente los recursos disponibles para una eficaz recuperación. Como ha indicado el historiador Witold Kula, las plagas elementales, entre las que debemos incluir las de langosta, "constituyen absolutamente un fenómeno social; todo depende del medio social en que se producen"(24) En esta línea, los geógrafos han señalado el interés del papel de las estructuras económicas y sociales para el análisis geográfico de los fenómenos de riesgo natural. La aceptación de las implicaciones sociales en el origen y desarrollo de una calamidad, apunta Francisco Calvo, significa también la consideración de que hay algo variable en la situación de riesgo natural, "puesto que son mutables a lo largo del tiempo y del espacio los niveles de civilización de las distintas sociedades, y lo que para cada una de ellas puede calificarse de riesgo es algo que sufre fuertes variaciones a lo largo del tiempo y de un lugar para otro."(25) Las plagas de langosta constituyen también un fenómeno marcadamente social; sin duda, tanto su origen como su desarrollo dependen del medio social en el que se producen. De este modo, tendrán una incidencia diferente en una sociedad según cuente o no con los adecuados recursos técnicos y científicos, con los medios económicos y humanos, o con los conocimientos geográficos e históricos acumulados que ayuden a su combate. Así, al analizar estos hechos como fenómenos sociales, nos interesará estudiar el nivel de planificación alcanzado por una sociedad, la existencia de medidas preventivas en su seno o el nivel de reparto de las cargas imprevisibles que ha alcanzado ante semejantes sucesos. Estos elementos nos darán los distintos niveles de respuestas alcanzadas.
Por tanto, analizar la historia y la geografía de las plagas de langosta en nuestro país en la pasada centuria, en el momento en el que se está construyendo el Estado en el sentido moderno, nos ha de permitir ver las diferentes respuestas dadas en la sociedad española ante semejante calamidad y, al mismo tiempo, el nivel de intervención alcanzado. Como tendremos oportunidad de ver, muchas de las normativas dictadas fueron rectificadas porque no servían, las instrucciones que acompañaban a las leyes incumplidas en otras ocasiones, los métodos tanto científicos como técnicos para combatir la plaga variados con los años por ineficaces, y se produjeron situaciones de morosidad y dilaciones irreparables por parte de individuos e instituciones; sin embargo, al mismo tiempo los gobiernos tomaron cartas en el asunto, las leyes se discutieron en las Cortes, los ingenieros agrónomos trabajaron denodadamente para controlar las plagas, y algunos individuos escribieron páginas notables sobre las mismas.
Riesgos agrícolas y plagas de langosta.
Los riesgos naturales pueden clasificarse desde distintos puntos de vista, según las causas, los efectos o las características que presentan. Como señala Calvo García-Tornel, una clasificación muy sencilla pero clara los agrupa en dos grandes conjuntos: aquellos que tienen un origen geofísico y los que lo tienen biológico(26) . Dentro del primer conjunto, es decir, los riesgos de origen geofísico, es posible distinguir de acuerdo con su principal agente causal, entre los que tienen un carácter geológico o geomorfológico y los que tienen un origen climático y meteorológico; entre estos últimos se encuentran las sequías, las heladas, las inundaciones o el pedrisco, todos ellos significativos riesgos agrícolas. En el segundo conjunto, el de los riesgos biológicos, también puede hacerse una distinción atendiendo a la condición de su agente causal, distinguiendo entre los que presentan un origen fitológico de los que tienen una ascendencia fáunica; entre estos últimos se encuentran las plagas de langosta.
El interés del estudio de las plagas de langosta en nuestro país tiene que ver con su ya apuntado carácter endémico, que ha propiciado su persistencia a lo largo de los siglos, hasta bien entrada la presente centuria. De este modo, no es casualidad que fuese ésta la calamidad natural que originara la más temprana disposición especial dentro de nuestro marco legislativo. Pero, ¿qué hace temible a la langosta? ¿cómo podemos entender las noticias apocalípticas que nos dan los autores antiguos sobre dichas plagas? ¿qué le hace decir todavía en 1879 a Balbino Cortés Morales, periodista en temas agronómicos, que "sólo un milagro providencial" podrá evitar la plaga de la langosta?(27). Para entender semejantes cuestiones creemos necesarias unas breves notas sobre la biología y ecología de este insecto, conocimientos con los que no contaba Balbino Cortés y que, por fortuna para nuestra agricultura, desde la tercera década del presente siglo forman parte del acerbo de la ciencia agronómica.
Las langostas son insectos que pertenecen al orden de los Ortópteros, y dentro de éstos se encuadran en la familia de los Locústidos, antes denominados Acrídidos. Una de sus características más notables es la existencia de especies migradoras, causantes de las temibles plagas. La lista de estas especies es muy extensa y afectan a todos los continentes. Entre las más importantes se encuentran las siguientes: la Schistocerca gregaria Forskal, la Locusta migratoria Linnaeus, la Nomadacris septemfasciata Serville y la Dociostaurus maroccanus Thunberg, por citar sólo las más conocidas. Precisamente, esta última especie es la de mayor interés para nosotros pues puede llegar a convertirse en plaga en nuestro país.
Fue el ruso Boris Petrovich Uvarov quien fijó en 1921 la llamada teoría de las fases, confirmada a lo largo de esa década por otros entomólogos, y convertida en paradigma ecobiológico de las plagas de langosta que establecía como punto primordial el polimorfismo de las langostas emigrantes(28). Los estudios empíricos de Uvarov en el norte del Cáucaso con una de las especies endémicas de la zona, la Locusta migratoria, le habían llevado a plantear dicha teoría. Según Uvarov, las especies emigrantes de langosta con instintos gregarios, culpables de las plagas, son transformaciones de otra fase solitaria inofensiva que constituye el estado natural de la especie. El paso de una fase a otra no es repentino sino que dura dos o más años, presentando caracteres intermedios que Uvarov denominó transiens-congregans a la evolución de solitaria a gregaria, y transiens-dissocians a la de gregaria a solitaria. Las fases representan sólo variaciones temporales de la especie y la mutación de sus caracteres puede ser más o menos amplia, según las especies de langosta. Si en algunas de ellas los caracteres externos, coloración principalmente, son muy manifiestos, en otras como nuestra langosta común o marroquí, "no son tan patentes y se hace preciso recurrir a la biometría para establecer relaciones (el índice élitro-femoral, por ejemplo) que resuelvan la cuestión"(29). Estas mutaciones cíclicas obedecen a las circunstancias del medio, especialmente de la temperatura y de la humedad, actuando sobre la vegetación.
La pululación de la forma sedentaria se produce como efecto de circunstancias favorables, por ejemplo, lluvias oportunas y de cuantía conveniente que acrecen el área apropiada a la vida de la langosta, "en coincidencia con una intensidad menor de los factores letales traducida en aumento de la densidad de población, con la consiguiente tendencia al gregarismo"(30) . La transformación consecutiva de los individuos solitarios en gregarios se produce como una reacción del insecto ante factores desfavorables: lluvias primaverales escasas y reducción consecutiva de las superficies apropiadas a la vida de la especie. De este modo, a un año excepcionalmente lluvioso en cantidad y distribución corresponde el pululamiento de la forma solitaria; si a continuación vienen años con lluvias de primavera deficiente, empezarán a formarse las primeras bandadas gregarias y, acentuándose la sequía, se producirán los vuelos de emigración.
Por lo que se refiere a su biología, el ciclo de la langosta empieza cuando las hembras hacen las puestas hincando el abdomen en tierra, donde quedan los huevos envueltos y protegidos por una substancia mucosa, formando el llamado canuto o canutillo; cada hembra pone más de cien huevos, repartidos en varios canutos, dentro de cavidades de varios centímetros de profundidad. Sin duda, es esta increíble capacidad de multiplicación el origen de las situaciones de riesgo para las otras especies, entre ellas el hombre. Tal como señalan los ingenieros agrónomos José del Cañizo y Víctor Moreno, "si la hembra de una pareja de langostas pone 120 huevecillos, para que la población no aumente al año siguiente, 118 de ellos, o de los insectos a que dan lugar, han de perecer antes de la puesta. Pero si en vez de sólo dos langostas adultas sobreviven 4, 6, 8, 10 ó 50, entonces el número de langostas al otro año habrá aumentado 2, 3, 4, 5 ó 25 veces, respectivamente."(31)
Durante el verano las langostas no avivan por falta de humedad y en invierno a falta de calor, por lo que las pequeñas langostas no nacen hasta la primavera. Durante esta estación, si las condiciones atmosféricas y la temperatura es favorable, se desarrollan los huevos puestos en otoño y nacen las larvas. Éstas tienen el tamaño de un grano de centeno y son de color blanquecino pero poco más tarde se tornan oscuras; en esta fase reciben el nombre de mosquito por su semejanza con este insecto, aunque carecen de alas. Después, en sucesivas mudas pasa a los estados de mosca, saltón y langosta verdadera. Desde su primera fase forman rodales o manchas, cada vez más grandes al reunirse con sus inmediatos, y a medida que van devorando la vegetación tienden a concentrarse en la periferia del anillo en busca de alimento. Cuando en algún punto hay un obstáculo, se rompe el anillo y siguen avanzando en forma de cordón, también llamado jabardo, arrasando el terreno, pues devoran toda especie de plantas. En su fase voladora emigran a largas distancias en vuelo planeado y a gran altura, formando enjambres en algunos casos de miles de millones de individuos. En esta última fase de su ciclo la langosta es un animal temible, básicamente por la dificultad de evitar sus invasiones y por la facilidad con que se desplaza. Después de un periodo variable, entre cuarenta y noventa días, durante el cual tiene lugar la fecundación y puesta de los huevos, mueren los individuos adultos; es el momento en que la langosta vuelve a empezar otra vez todo su ciclo biológico.
En resumen, para fortuna de la agricultura y de las actividades humanas, las plagas de langosta se presentan con periodicidad irregular. Su formación depende de determinadas condiciones de clima y vegetación, sobre todo de las lluvias de primavera; en los periodos intermedios permanecen en la fase solitaria. En líneas generales, la langosta sigue sobreviviendo en áreas remotas, a menudo semidesiertas, donde escapa a la detección y el control, y sobre todo a la acción decidida de la sociedad que las sufre. En este sentido vale la pena recordar las recientes plagas que afectaron a gran parte de Africa, originadas en la incapacidad de los organismos de lucha antiacrídida de ese continente para hacer frente a dicha calamidad natural.(32)
Por lo que se refiere a nuestro país, las plagas de langosta han desaparecido como calamidad pero no como riesgo potencial. Como señalaba el ingeniero agrónomo Francisco Domínguez a mitad de la presente centuria, la langosta apenas pasará de ser un inofensivo saltamontes en España "mientras se la tenga a raya con frecuentes inspecciones en los focos gregarígenos y lucha preventiva en ellos, con gasto mínimo"(33) . Las plagas de langosta han dejado de ser hoy un problema; sin embargo, la abundante literatura en el pasado sobre las mismas pone de manifiesto la importancia que tuvo en España dicho fenómeno, y que llevó a algún autor a llamarlo acertadamente problema nacional.(34)
La langosta, problema nacional
La última gran plaga de langosta en España tuvo lugar en 1939, como consecuencia de la paralización de los trabajos agrícolas y de las campañas contra las plagas, además de unas circunstancias climáticas favorables para su desarrollo. Dicha paralización tuvo sus orígenes en la Guerra Civil. De tal manera, el momento álgido de la misma coincidió con el final de la guerra, alcanzando el área infestada de canuto las 159.700 hectáreas(35), afectando a 360 términos municipales. Aquella superficie infestada hubiera devastado, de no haberse extinguido a tiempo, dos millones de hectáreas agrícolas. Durante la presente centuria, otras cuatro grandes plagas tuvieron lugar en nuestro país además de la anterior. Las más importantes fueron las de 1901-1902 y 1922-1923, con alrededor de 250.000 hectáreas infestadas cada una; en cambio, las de 1909-1910 y 1932-1933 tuvieron menor trascendencia, con 80.000 y 25.000 hectáreas invadidas respectivamente.
La plaga de 1939 fue dominada por el Servicio especial de defensa contra la langosta en sólo dos campañas, según apuntaba el ingeniero agrónomo Federico Bajo, el cual afirmaba que la organización de unos eficaces medios de lucha, tanto humanos como científicos, habían de conseguir que la langosta no volviera a la categoría de plaga latente, que precisaría la debida vigilancia pero dejaría "de ser en lo sucesivo una pesadilla para la agricultura nacional"(36). Los medios de lucha empleados para esa campaña eran señalados en las actas del I Congreso Nacional de Ingeniería Agronómica; se establecieron 115 depósitos para material "en lugares estratégicos para que la distancia a los parajes infestados no excediese de 20 km., y con personal técnico auxiliar provisto de medios rápidos de locomoción"(37). La efectividad de los resultados fue notable pues en el invierno de 1940-1941 la superficie infestada de canuto había quedado reducida a 27.500 hectáreas.
Del trabajo de Bajo Mateos nos interesa resaltar dos ideas fundamentales aplicadas a la langosta en España: el concepto de plaga latente y el de problema nacional. El primero nos señala el carácter endémico de la citada plaga en nuestro país, y por tanto, la necesidad de plantear las únicas soluciones posibles, dice este autor, las de tipo preventivo; por el segundo, se reconoce la especificidad geográfica del problema, aunque en realidad afecte también, como sabemos, a los países de nuestro entorno mediterráneo.
El endemismo de las plagas de langosta en España viene determinado por la existencia en nuestro territorio de dos de las especies capaces de convertirse en plaga. La más importante de las dos que afectan a la Península Ibérica es la ya mencionada langosta marroquí o Dociostaurus maroccanus. La otra especie es el Calliptamus italicus, y que afecta en la parte oriental de La Mancha a algunos pueblos de la provincia de Albacete. En cambio, la langosta africana Schistocerca gregaria, la "langosta del desierto", procedente de Marruecos, y que ha logrado algunos años atravesar el Estrecho de Gibraltar, llegando a la Península, es incapaz de reproducirse aquí.
Por otra parte, para apreciar las dimensiones potenciales del problema, necesitamos saber la extensión geográfica de las zonas endémicas; para ello debemos distinguir entre las áreas de invasión, las zonas permanentes o de reserva, y los focos gregarígenos. De las primeras no está salvada prácticamente ninguna región como lo confirman ampliamente las noticias históricas; las invasiones de langosta se han extendido por casi toda la geografía peninsular, aunque con predominio de la España árida. Por zonas permanentes o de reserva debemos entender el espacio físico de aparición de la fase gregaria del insecto, es decir, "los lugares donde la langosta vive con permanencia y desde los que emprende sus emigraciones durante los años de desarrollo en masa"(38) . Al mismo tiempo, dentro de estas zonas permanentes, ciertas fincas, y en ellas, parajes reducidos de modalidades ecológicas especiales, constituyen los focos gregarígenos, donde se genera la fase gregaria de la langosta. Las más importantes de estas zonas están situadas en la comarca de La Serena, provincia de Badajoz, en el Valle de Alcudia, en Ciudad Real, y en la zona de Monegros, en Huesca. También existen otras zonas con similares características pero llamadas de segundo orden, por su menor incidencia. Las características geográficas de estas zonas permanentes incluyen, además de unos elementos físicos concretos unos condicionantes humanos también particulares; en líneas generales, han sido regiones con poca densidad de población, y por tanto, con evidentes desventajas a la hora de "humanizar" su territorio; asimismo, las actividades productivas de tipo extensivo que se han desarrollado no han favorecido los adecuados sistemas de prevención.
Una vez conocidas las dimensiones potenciales del problema convienen apuntar algunos datos empíricos que nos sirvan para conocer el estado de la plaga en España en la segunda mitad de la pasada centuria. A esa tarea dedicamos el siguiente apartado.
El estado de la plaga en la segunda mitad del ochocientos
Las modernas investigaciones estadísticas en el sector primario no se inician hasta finales del siglo XIX. La situación no es privativa de España y "son raros los países cuyas estadísticas agrarias comiencen antes del último tercio del siglo XIX" según señala Leandro Prados(39) . No obstante esto, gozamos para las plagas de la langosta en la España de la segunda mitad de la pasada centuria de memorias oficiales que nos informan sobre provincias y pueblos con superficies infestadas, procedimientos adoptados para su extinción, cantidad de langosta recogida, cantidades gastadas en las campañas contra el insecto, o bien, personal técnico adscrito a las mismas, entre otros conceptos, que nos pueden dar una imagen precisa del problema y, sobre todo, de los esfuerzos que se estaban realizando para combatir la calamidad.
El primero de los informes de ámbito nacional es la Memoria
sobre los trabajos de extinción de langosta, practicados por orden
de la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio, en
el periodo de 1º de marzo hasta mediados de mayo de 1876, de los
ingenieros agrónomos Casildo de Azcárate y Eduardo Abela
y Sainz de Andino. El primero de ellos es catedrático de Fisiografía
agrícola de la Escuela General de Agricultura; el segundo, catedrático
numerario de Agricultura teórico-práctica y secretario de
la Junta provincial de Agricultura, Industria y Comercio de Madrid(40)
. La memoria señala que la plaga afectaba en 1876 a 18 provincias
y la superficie infectada de canuto era de 364.953 hectáreas, de
las que correspondían cerca de las dos terceras partes a las provincias
de Ciudad Real, Badajoz, Cáceres y Toledo (ver cuadro 1). La mayor
extensión tenía lugar en Ciudad Real con 133.736 hectáreas,
seguida de Badajoz con 92.383. Ello no es de extrañar, pues, como
ya hemos señalado, en éstas se hallan las dos zonas endémicas
más importantes de la Península. Los métodos de extinción
aplicados consistían principalmente en roturaciones, escarificación
del terreno y recolección a mano. Los autores también señalaban
que se habrían conseguido resultados más eficaces "si el
sistema de labrar el terreno con oportunidad, antes del invierno, se hubiera
adoptado con mayor extensión y más generalmente"(41)
. Asimismo, todos los medios conocidos para perseguir y matar el insecto
adulto habían sido puestos en práctica, dominando como más
eficaces "la adopción de corrales de fuego, apertura de zanjas y
empleo de buitrones". Los resultados habían sido "bastante eficaces,
consiguiendo la recolección de más de 9.000 toneladas métricas
de insecto destruido" y sumando 564.580 jornales las peonadas invertidas(42)
de los que una parte habían sido realizados por soldados(43).
En su afán por los métodos estadísticos, añadían
que el término medio que podía recoger un operario al día
era de 10 kilogramos de langosta. Por otra parte, el total de los ingresos
para combatir la langosta ascendió a 1.627.559,59 pesetas, siendo
los gastos de toda la campaña de 1.539.783,92 pesetas.
CUADRO I. Estado de la plaga de la langosta en España en 1876. |
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | |
Albacete | 18.342 | 9.511 | 183 | 2.870.067 | 44.858 | 34.884,93 | 18.584,93 | Zanjas, |
Almería | --- | --- | --- | 20.215 | 8.691 | 11.234,75 | 9.651,25 | Zanjas, |
Badajoz | 92.383 | 22.714 | 1.045 | 1.515.084 | 26.346 | 165.682,21 | 117.382,21 | Buitro- |
Cáceres | 62.725 | --- | --- | 1.018.598 | 47.525 | 23.560 | 13.771,50 | Fuego, |
Canarias | 397 | 397 | --- | 14.000 | 1.510 | 5.000 | 1.887,50 | Fuego, |
C. Real | 133.736 | --- | 12.816 | --- | --- | 70.532,47 | 788.200,38 | --- |
Córdoba | 970 | 501 | --- | 222.333 | 36.110 | 23.262,25 | 18.250,59 | Fuego, |
Huelva | 10.313 | 10.282 | --- | 11.160 | 6.052 | 17.699,76 | 16.219,13 | Zanjas |
Jaén | 6.483 | --- | --- | 1.063.806 | 56.709 | 45.102 | 38.948,30 | --- |
León | --- | --- | --- | 120.269 | 15.466 | 8.312,50 | 6.481 | Buitro- |
Madrid | 4.306 | 626 | 826,62 | 469.757 | 88.820 | 77.656,61 | 72.656,15 | Zanjas |
Murcia | 426 | --- | --- | 100.954 | 14.856 | 18.174,35 | 17.952,10 | Buitro- |
Palencia | --- | --- | --- | 10.750 | 1.987 | 5.250 | 1.820 | Zanjas |
Salamanca | 6.000 | 226 | 12,67 | 82.105 | 52.327 | 34.048,71 | 26.500,96 | Buitro- |
Sevilla | 621 | 396 | --- | 1.134.490 | 39.123 | 212.730,83 | 208.619,19 | Fuego, ganado |
Toledo | 24.310 | 12.032 | 24.795,36 | 1.322.879 | 107.760 | 143.959,72 | 164.774,58 | Zanjas |
Valladolid | 960 | --- | --- | 12.740 | 2.626 | 5.000 | 2.061,95 | Fuego |
Zamora | 2.979 | 535 | 303,80 | 69.472 | 13.814 | 13.468,50 | 16.022,20 | Aves |
TOTAL | 364.953 | 57.222 | 39.983,45 | 9.058.679 | 564.580 | 1.627.559,59 | 1.539.783,92 |
Además de las precisiones estadísticas, la memoria recogía los trabajos de inspección llevados a cabo por Eduardo Abela y Casildo de Azcárate en las distintas provincias. El primero de ellos había recorrido Toledo, Ciudad Real y Badajoz durante los meses de marzo y abril de 1876. Después de recomendar el laboreo de los terrenos infestados, apuntaba que la resistencia de los terratenientes y ganaderos, "los unos por temor a disminución de su renta y los otros porque no les falte esa exigua cantidad de yerba que tan mal aprovechan"(44)
, había sido la causa de la propagación de la plaga. Esta se albergaba y fomentaba en las grandes dehesas, inmensas extensiones de terreno improductivo que formaban, concluía Eduardo Abela, "a su vez una nueva plaga, permanente y por lo mismo más funesta para el desenvolvimiento de la agricultura"(45)
.
Las conclusiones de Casildo de Azcárate, inspector de las provincias de Zamora, Salamanca, Valladolid y León, eran similares a las de Abela. Además del "punible indiferentismo en la propiedad particular", que debía ser, según él, "la vanguardia en este asunto, como en los demás que de una u otra manera se relacionan con la agricultura y la ganadería"(46)
, acusaba también a la "ignorancia en los más", es decir, a las comisiones municipales y a los pueblos, que presentaban tenaz resistencia a las medidas que adoptaban las comisiones provinciales de langosta. Con ser significativas estas aseveraciones de Azcárate, creemos que lo son todavía más las que pedían que la langosta fuese considerada "una calamidad pública, como lo es un incendio, una pérdida de cosechas, una inundación"(47).
Si para la década de los setenta del siglo pasado tenemos la memoria de Azcárate y Abela, para los inicios del presente disponemos de la memoria del Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, titulada Memoria de la campaña contra la langosta en 1900-1901 formada con los datos remitidos por los Ingenieros del Servicio Agronómico del Estado(48), en la que aparecen las normativas (reales órdenes, órdenes, reales decretos) enviadas a los gobernadores civiles y a los ingenieros agrónomos provinciales para que se cumplieran todos los plazos organizativos de la campaña de invierno, se formasen estadísticas de los terrenos acotados con germen de langosta, se manifestase la cantidad de gasolina que necesitaban las juntas de extinción, se organizase la campaña de primavera, o se eximiese del pago de los derechos de consumos a la gasolina destinada a los trabajos de extinción de langosta.
La respuesta de los ingenieros de las provincias invadidas fueron
los informes remitidos al ministerio que sirvieron para confeccionar una
estadística del estado de la plaga. La superficie acotada de infesto
variaba enormemente según hubiese sido denunciada por las juntas
municipales de extinción o bien la hubiese inspeccionado el cuerpo
de ingenieros (ver cuadro II). Un mayor número de
hectáreas significaban una mejor dotación de recursos y medios
para luchar contra la plaga, de ahí el abultamiento de las mismas
por parte de los municipios. La superficie infestada, en cualquier caso,
seguía teniendo unas proporciones enormes.
CUADRO II. Estado de la plaga de langosta en España en 1901 |
(1) | (2) | (3) | (4) |
Albacete | --- | --- | 820 | --- | --- | --- | --- |
Almería | 2.790 | 2.253 | 12.910 | 850 | --- | 200 | --- |
Ávila | 68 | 119 | 900 | 60 | --- | --- | 35 |
Badajoz | 125.589 | 75.976 | 29.099 | 3.960 | 1.600 | --- | 300 |
Cáceres | 90.193 | 57.605 | 29.631 | 4.850 | 500 | --- | 600 |
Canarias | 600 | 2.000 | 180 | --- | 200 | --- | --- |
Ciudad Real | 28.538 | 20.415 | 32.628 | 5.100 | 1.000 | 200 | 800 |
Córdoba | 51.479 | 27.748 | 25.198 | 3.500 | 180 | --- | 600 |
Cuenca | 838 | 619 | 4.224 | 100 | --- | --- | 48 |
Gerona | --- | 750 | 1.470 | 130 | --- | --- | 120 |
Granada | --- | --- | 180 | --- | --- | --- | --- |
Huelva | 2.493 | 2.293 | 1.660 | 160 | --- | --- | --- |
Jaén | 22.197 | 8.740 | 7.298 | 3.000 | --- | 350 | 350 |
León | 1.031 | 720 | 2.454 | 20 | --- | --- | 48 |
Madrid | 1.856 | 1.572 | 5.016 | 280 | --- | --- | 51 |
Málaga | --- | --- | 75 | --- | --- | --- | --- |
Murcia | 400 | 14 | 1.448 | 40 | --- | --- | --- |
Palencia | 642 | 89 | 3.548 | 60 | --- | --- | 48 |
Salamanca | 352 | 3.500 | 3.368 | 200 | --- | --- | 50 |
Sevilla | 113.879 | 8.424 | 23.302 | 1.818 | 500 | 200 | 300 |
Toledo | --- | 651 | 4.714 | 300 | --- | --- | 50 |
Valladolid | --- | --- | 50 | --- | --- | --- | --- |
Zamora | --- | --- | 195 | --- | --- | --- | --- |
Zaragoza | 1.000 | 100 | 390 | 30 | 20 | --- | --- |
TOTALES | 443.945 | 213.588 | 190.878 | 24.458 | 4.000 | 950 | 3.400 |
Superficie denunciada por las Juntas municipales con canuto de langosta; (2) superficie comprobada por el Servicio agronómico; (3) gastos efectuados en pesetas en personal |
Por lo que se refiere a los gastos ocasionados durante la campaña,
por Real Decreto de 22 de Enero de 1901 se había concedido un crédito
de un millón de pesetas para combatir la plaga. A fecha 30 de setiembre
de ese mismo año ya estaba casi todo gastado. Por las cuentas que
aparecen en la memoria (ver cuadro III), la mayor partida correspondía
a los insecticidas con más de 670.000 pesetas, seguido de las indemnizaciones
al personal técnico, ingenieros y peritos con casi 200.000.
CUADRO III. Gastos efectuados con motivo de la campaña de extinción de la langosta (1900-1901) |
Pesetas | |
Importe de las indemnizaciones satisfechas a los ingenieros y ayudantes del Servicio | |
Idem de los haberes e indemnizaciones del personal temporero de ingenieros | |
Idem de los gastos de reconocimiento, de carga, descarga y conducción a los | |
Idem de 3.000 planchas de zinc, 1200 clavos para sostener las barreras metálicas y | |
Idem de los transportes por ferrocarril de los insecticidas, según facturas presentadas hasta la fecha por las Compañías | 37.199,83 |
Total gastado hasta 30 de setiembre de 1901 | 922.339,99 |
Como podemos ver, las plagas de langosta persistieron en España
durante el último cuarto del siglo pasado. Ante esa situación,
¿de qué medios se dotó el Estado para hacer frente
a la calamidad? ¿cuáles fueron las respuestas que se dieron?.
En el siguiente apartado vamos a analizar los aspectos legislativos de
las mismas. Como vamos a tener ocasión de comprobar, se establecieron
normativas precisas para la lucha contra el insecto, se asignaron las responsabilidades
profesionales y, sobre todo, el Estado empezó a asumir la protección
y el fomento de la riqueza agrícola. Además, aunque no se
consiguió erradicar la plaga, sí se sentaron las bases para
su control en la presente centuria.
2. DEFENSA CONTRA LAS PLAGAS, DESASTRE NATURAL Y LEGISLACION EN ESPAÑA.
La España de la segunda mitad del siglo XIX, y especialmente a partir de la Restauración, es un país en profunda transformación en todos los terrenos y ámbitos sociales. Se va a producir un cambio de rumbo en el campo de la política, al imponerse el lema comtiano de "orden y progreso"; en el terreno social, que propicia que grupos renovadores, especialmente liberales, planteen la racionalización y ordenación en un sentido moderno de la sociedad española; y también en el campo económico, que sirve para reafirmar las estructuras de producción capitalista y consolidar la posición dominante de la burguesía. Todo ello da lugar a lo que Diego Núñez ha calificado de "punto de inflexión" en el pensamiento español decimonónico, es decir, el tránsito de la mentalidad idealista y romántica a la mentalidad positiva(50). Asimismo, el terreno jurídico va a seguir los pasos de ese proceso general. Juan José Gil Cremades apunta este hecho cuando señala el punto de inflexión que supone la aparición del positivismo jurídico a partir de la Restauración(51) y que, impregnado de organicismo, va a dominar el pensamiento legislativo español hasta bien entrado el siglo XX.
El estudio de este último terreno, el legislativo, es fundamental si se desea entender el primer entramado que teje cualquier sociedad cuando quiere hacer frente a las calamidades naturales. En nuestro caso, nos permite conocer las respuestas normativas y organizativas del Estado de la Restauración; asimismo, nos hace saber quiénes participan en su redacción, qué intereses defienden, qué modelos de organización propugnan, o bien, cómo resuelven las cuestiones técnicas de la lucha contra las plagas. Presentamos, de este modo, los dos hitos legislativos más importantes que sobre las plagas de langosta han aparecido en España: la Ley de 10 de Enero de 1879 y el Reglamento para su aplicación de 21 de Julio siguiente, y la Ley general de plagas de 21 de Mayo de 1908; como tendremos ocasión de ver, antes y después de estas dos leyes fundamentales, aparecen numerosas normativas en forma de reales órdenes, reglamentos o reales decretos, que intentan ajustarse a una realidad de intereses enfrentados.
Un punto de inflexión legislativo: la Ley de extinción de la langosta de 1879.
La publicación de la primera Ley de extinción de la langosta, a comienzos de 1879(52) , coincide temporalmente con la reglamentación de las bases para la organización del servicio agronómico en España. La aprobación de éstas es del 14 de febrero de ese mismo año y suponen también el primer intento legislativo importante llevado a cabo en ese terreno(53). Dicho servicio pretendía ordenar al personal que desde el Estado venía desempeñando las tareas de organización y fomento de la actividad agrícola en nuestro país, especialmente los ingenieros agrónomos y los encargados de la enseñanza de la agricultura, los primeros como secretarios de las Juntas de Agricultura, Industria y Comercio en las provincias, y los segundos desde los Institutos de enseñanza provinciales.
La organización del servicio agronómico a partir de 1879 marca un punto de inflexión fundamental en la reglamentación de la enseñanza agrícola y la organización y atribuciones del personal agronómico, al igual que en la organización del consejo superior y consejos provinciales de Agricultura, Industria y Comercio, en la legislación sobre la estadística y las cámaras agrícolas, en el fomento de la población rural, en las cuestiones ganaderas, y en la reglamentación de las leyes sobre plagas del campo(54) . El Real Decreto de 14 de febrero atribuye a los ingenieros agrónomos las responsabilidades en la organización del servicio a escala provincial. Su objeto es la de ejecutar todos los trabajos de estadística agrícola y pecuaria, de exposiciones, pósitos, y amillaramientos, así como "dirigir e inspeccionar los trabajos de extinción de la filoxera, langosta y demás plagas del campo". Asimismo, los nueve ingenieros más antiguos debían formar una junta consultiva inspectora, con residencia en Madrid, la cual indicaría "los medios y procedimientos más eficaces para prevenir, contener o combatir las plagas".
La influencia institucional de los ingenieros agrónomos es corroborada por la Ley de extinción de la langosta de 10 de enero de 1879. Y, aunque según su artículo cuarto han de formar parte de las juntas provinciales de extinción de la langosta aparentemente en iguales condiciones que los ingenieros jefes de montes, en el reglamento de la ley ya se señala que los agrónomos son los que han de pasar a reconocer el término o términos infestados de langosta e informar a dichas juntas "acerca del estado de desarrollo" en que se encuentre el insecto, y de "la intensidad" con que se presente. La presencia de aquéllos en las tareas técnicas de lucha contra las plagas, que se reforzará con el paso del tiempo, creemos que señala un cambio cualitativo importante en la institucionalización de la idea de calamidad pública en la España de fines del ochocientos. La actuación de este colectivo marca, sin duda, un nuevo modelo de intervención positiva sobre las plagas.
La ley y su reglamento se publican en el año 1879; sin embargo, su origen se fragua en el año anterior y sintetiza el espíritu de la Restauración tanto por sus protagonistas como por sus ideas. Así, durante 1878 había tenido lugar en el Congreso de los Diputados la discusión de dicha ley, para ser aprobada en la sesión del 18 de diciembre de ese mismo año. La discusión de la proposición de ley se llevó a cabo sin dilaciones, y sus artículos aprobados con rapidez, según recoge el Diario de las Sesiones de Cortes. Todo ello ocurre en una cámara con mayoría conservadora. Sin embargo, la comisión responsable de la misma está presidida por un liberal, Francisco de Paula Candau, presidente del Real Consejo de Agricultura del Reino, diputado por Sevilla e importante propietario agrícola en esa provincia. Candau había tomado parte activa en la Revolución de Setiembre de 1868, llegando a ser ministro de la Gobernación en el gobierno del general Malcampo en 1871, y por segunda vez, desempeña la misma cartera en el ministerio del duque de la Torre. Después de la Restauración acepta el nuevo estado de cosas y es uno de los nueve notables designados para redactar la Constitución de 1876. Candau preside en 1878 la mencionada comisión, donde existe mayoría conservadora, y es el diputado conservador por Jaen, Antonio Mariscal, convertido en portavoz de aquélla en la sesión del 6 de diciembre de dicho año el que, después de advertir de la delicada situación en la que se encuentra la provincia de Sevilla, con 22.889 de sus hectáreas infestadas de langosta, sintetiza el espíritu de la proposición de ley que se presenta. En ella se trataba de declarar como calamidad pública, señalaba Mariscal, la invasión de la langosta en aquella provincia, "imponer y establecer el concurso de todos, contribuyentes o no contribuyentes por tributación personal, para su exterminio, y tratar de armonizar los intereses encontrados que pudiera haber entre los propietarios y los cultivadores, entre los dueños de las tierras y los de los sembrados."(55)
Pero no sólo la provincia de Sevilla estaba invadida de langosta ese año. En la sesión del Congreso de 5 de julio, el diputado por el distrito de Almagro, Angel Echalecu, había tomado la palabra para hablar del "estado aflictivo" en que se encontraban algunas provincias por la invasión de la langosta. Echalecu señalaba dos causas de esa situación, a pesar de los sacrificios que se estaban haciendo desde hacía muchos años; una, la oposición que presentaban los propietarios de grandes zonas dedicadas a pastos, los cuales escudados en el derecho de propiedad, ponían inconvenientes para que se hiciesen los trabajos debidos en sus tierras, y la otra, la inoportunidad de la época en que se hacían los trabajos, y el corto tiempo que se podía dedicar a ellos. De ahí su queja de que las tareas de extinción se llevaran a cabo nada más que quince o veinte días, y además "sin método, sin reglas y hasta sin inteligencia, porque unos pueblos trabajan mucho y otros nada"(56) . Estas críticas aparecen también en la proposición de ley, presentada al Congreso el 4 de diciembre, la cual recuerda que los esfuerzos de las autoridades se estrellaron contra la apatía o resistencia de algunos particulares, que habían presentado insuperables obstáculos a la ejecución de las disposiciones de la Instrucción de 27 de Marzo de 1876, en la que se establecían las reglas y disposiciones para la extinción de la langosta. Aquéllos habían acabado impidiendo la aplicación en sus propiedades, "de los procedimientos aconsejados por la ciencia y la práctica para la extinción de tan asoladora plaga, y darnos por resultado la esterilidad de los sacrificios que el Estado se impuso e infructuosas las activas campañas con fe y constancia emprendidas para atajar sus destructores progresos."(57) La esterilidad aludida se refiere al crédito de 500.000 pesetas que las Cortes habían concedido en el año legislativo 1875-76 para la extinción de la langosta y al de 250.000 durante el año 1878 con el mismo destino(58) . Por ello, y porque las estadísticas arrojaban datos preocupantes, pues la extensión de los terrenos infestados se elevaba "a cientos de miles de hectáreas", la comisión recomendaba que se ampliasen las facultades y atribuciones del gobierno y se pudiesen adoptar medidas coercitivas.
Por lo que respecta al contenido de la ley de 1879, sus primeros artículos proponían que la organización de los trabajos de extinción de la langosta empezase en el nivel local. La autoridad municipal era la encargada de dar el parte de la existencia de la plaga al gobernador civil de la provincia, al tiempo que constituía la denominada Junta municipal de extinción de la langosta. Esta la compondrían el alcalde y siete vocales; entre éstos figurarían los tres primeros contribuyentes "por los tres distintos conceptos de territorial, cultivo y ganadería, sean o no vecinos del pueblo". El gobernador civil, asegurado de que existiese la langosta, constituiría una Junta provincial de extinción, dando cuenta a la Dirección general de agricultura y a los gobernadores de las provincias próximas al término municipal donde la aovación o el insecto de la langosta se hubiese producido.
El primer paso que debía dar la junta municipal era exigir a los propietarios de las tierras una relación de las hectáreas que en sus propiedades estuviesen infestadas de langosta. Esta debería remitirse dentro de la primera quincena de agosto, según señalaba el reglamento. La exactitud de estas relaciones y el reconocimiento de los terrenos era obligación asimismo de aquélla. Después de las posibles reclamaciones de los propietarios de las tierras, la junta municipal debía resolver de plano si el terreno en cuestión debía o no clasificarse como infestado. A continuación, el propietario o quien representase sus intereses, había de manifestar si optaba por proceder a la destrucción de la langosta en los términos de eficacia y en los periodos marcados por la junta; y, cuando no se prestase a extinguirla por sí, no podía oponerse bajo ningún pretexto a que aquélla procediese dentro de su finca, señalaba el artículo décimo. En ese caso, si el insecto estuviera en estado de canuto, y el terreno fuera susceptible de ser arado o escarificado, la junta apelaría preferentemente a este último medio; la aplicación del escarificador, menos contundente que el arado, debía hacerse entre octubre y enero, en la época de menos perjuicio a los pastos. En caso de utilización del arado, nunca profundizaría más de ocho centímetros, y si la condición del suelo no permitiera las posibilidades anteriores, la junta ordenaría el uso del azadón y la introducción del ganado de cerda, "si este medio fuera aceptado por los dos propietarios del terreno y del ganado", o la recogida del canuto, pagando la medida al precio más módico posible.
Las operaciones de arada, cuando fueran necesarias, serían dadas por turno "a todos los dueños de animales de tiro", con un máximun de una hectárea de labor cruzada, por cuyo trabajo recibirían la correspondiente indemnización. Para los trabajos que no pudieran realizarse con yuntas, la junta utilizaría la prestación personal, "haciéndola extensiva desde la edad de 16 a 60 años y limitándola a tres jornales"(59) . El presupuesto de los gastos a realizar sería obra de la junta municipal, que lo enviaría a la provincial, y previa aprobación de ésta debería remitirlo a la comisión permanente de la Diputación provincial para que se ordenase "al alcalde la recaudación de la cantidad necesaria". Para cubrir los gastos del presupuesto se gravaría la riqueza imponible que constara en los amillaramientos a cada contribuyente del término municipal, pero ésta no podía "exceder del 2 por 100 del líquido imponible en la riqueza territorial del cultivo y ganadería, ni del 10 por 100 en las cuotas de contribución industrial"(60) . En el caso que la cantidad presupuestada no pudiera cubrirse con la recaudación autorizada, serían los pueblos limítrofes los que se verían gravados en su riqueza imponible, siempre y cuando éstos no se vieran obligados a trabajos análogos. Y, si los recursos anteriores fueran insuficientes, las juntas provinciales acudirían a la Diputación provincial y al Ministerio de Fomento, para que, "o de los fondos de calamidades públicas, o por medio de un crédito extraordinario supletorio" se atendiera a completar lo necesario para ultimar los trabajos. Asimismo, todos los gastos de las juntas provinciales correrían a cargo del fondo que "para calamidades públicas" debían consignar en sus presupuestos las Diputaciones provinciales.
Las negligencias de los propietarios, o de los colonos en su caso, al dar las relaciones del terreno infestado en sus heredades, así como su oposición a que se realizasen los trabajos de extinción, sufrirían "multa de 25 a 250 pesetas". Igual pena soportarían los que habiéndose comprometido a realizar por su cuenta los trabajos de extinción, no los hubiesen hecho en los términos marcados por la junta municipal. También serían multados los alcaldes y vocales que demostrasen lenidad, abandono, o falta de energía en el cumplimiento de la ley.
En síntesis, tanto la ley de 1879 como el reglamento para su aplicación conciben un alto grado organizativo contra las plagas de langosta. Y, aunque podemos mantener una actitud escéptica sobre su praxis, si nos atenemos a la persistencia de las mismas en los años posteriores que llevarían a su revisión y rectificación, la promulgación de aquélla tiene un significado especial al ser la primera ley especial de la materia. Si no sus resultados empíricos, sí el ejemplo hay que valorarlo como significativo de un nuevo modelo de intervención desde el Estado.
Defensa de la producción y la riqueza agrícola nacional: la Ley general de plagas del campo de 1908.
Los inicios del siglo XX en España están caracterizados por una fuerte crisis económica que afecta, entre 1901 y 1905, especialmente a la producción agraria y al campesinado(61) . Este proceso es consecuencia del truncamiento de la línea ascendente de la agricultura española de la segunda mitad del ochocientos, rota en sus dos últimos decenios. Como ha señalado Ramón Garrabou, la formación de un mercado mundial de productos agrícolas "arruinó las bases en que se asentaba el crecimiento de la etapa anterior y el sector agrícola en su totalidad sufrió sus consecuencias"(62). La crisis avivó el interés por las plagas de langosta en el campo de la literatura agrícola(63); ello denota, por una parte, la existencia de problemas específicos derivados de las plagas, pero también corrobora el nuevo clima de preocupación positiva de propietarios, científicos, técnicos y organismos oficiales por la producción agrícola.
En ese sentido, queremos destacar la importancia de obras como la del ya mencionado ingeniero agrónomo Casildo Azcárate, autor de Insectos y criptógamas que invaden los cultivos en España (1893), obra premiada por el Ministerio de Fomento en virtud del concurso abierto el 18 de agosto de 1888(64) . Este trabajo recoge en casi ochocientas páginas los conocimientos de la época sobre la entomología aplicada y sobre las criptógamas que invadían los cultivos españoles; al mismo tiempo, marca un punto de intersección entre la ciencia y la agricultura. Esto último lo señala Azcárate cuando escribe que la ciencia permite al labrador el conocimiento de los insectos y criptógamas que, habitando en la planta que cultiva primero y convirtiéndola enseguida en su alimento, "la hace enfermar o la mata, robándole así el fruto de su trabajo, el interés de los capitales de todo orden que a su obtención había dedicado"(65) . Junto a Azcárate, otros autores publicaron textos sobre las plagas de langosta con el tránsito del siglo. Algunos de ellos eran propietarios de tierras, otros, simplemente curiosos del tema, y los más, profesionales, sobre todo ingenieros agrónomos. No obstante, debemos resaltar las tareas que desde el Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas se llevaron a cabo con el inicio de la presente centuria. En efecto, desde el gabinete presidido por Sagasta, y estando en el mencionado ministerio el liberal Miguel Villanueva y Gómez, se presentó en el Congreso de los Diputados un Proyecto de ley de extinción de la plaga de la langosta, justificado por el mismo en razón de que la ley vigente, es decir, la de 1879, no había sido bien cumplida, por causas muy diversas, entre las que merecía especial mención "la lucha entablada por los intereses contradictorios de los que piden que se combata el mal estimándole como una calamidad pública" con todas sus consecuencias, y "las que anteponen a toda otra consideración el respeto debido al derecho de propiedad"(66). Un inoportuno cambio de legislatura paralizó las discusiones del proyecto y frustró sus posibilidades de convertirse en ley. Asimismo, desde el ministerio se impulsó la ya citada Memoria en que constasen los trabajos realizados por el personal del Servicio Agronómico en las provincias invadidas por la plaga de langosta(67), según señalaba la Real Orden de 10 de Octubre de 1901.
Sabemos también de otras actuaciones positivas desde los organismos oficiales; desde la publicación de informes de las juntas provinciales de extinción de plagas(68) a la sanción de funcionarios por falta de diligencia(69) . Todas ellas ponen de manifiesto los esfuerzos que se llevan a cabo desde el citado ministerio por encontrar salidas al desarrollo de la agricultura española y proceder a su modernización. De este modo, la Ley de 21 de mayo de 1908 de Defensa contra las plagas del campo y protección a los animales útiles a la agricultura debemos enmarcarla dentro de ese contexto. La nueva ley marca un hito en los esfuerzos que hasta ese momento se habían realizado para combatir los desastres biológicos y para defender la producción y la riqueza agrícola. En contraste con disposiciones legislativas anteriores, ésta tiene un valor añadido: por primera vez una ley acoge el amplio marco de plagas del campo; no obstante, los artículos referentes a la filoxera y a la langosta ocupan más del 70% del articulado de la ley.
El proyecto de ley había sido remitido por el Senado al Congreso de los Diputados en los inicios de 1908, para ser examinado por una comisión de esta cámara y aprobado, después de numerosas discusiones, el 21 de mayo de ese mismo año. Entre los miembros destacados de la comisión figuran el vizconde de Eza, director de Agricultura, y el marqués de Rafal, aunque el auténtico inspirador de la misma fue el ministro de Fomento del gabinete Maura, Augusto González Besada, inspirador de otras actuaciones encaminadas a promover la producción del sector primario español, entre ellas la creación del Consejo Superior de Producción Nacional, del Instituto Central de Experiencias Técnicoforestales y de las leyes de Colonización y Repoblación interior.
La ley posee cuatro partes bien diferenciadas; en el primer capítulo aparecen las disposiciones de carácter general, encaminadas a la vigilancia de los campos, al tratamiento de los focos que pudieran determinar el origen de la plaga y a la prevención y extinción de la misma, con excepción de la filoxera y la langosta; el segundo trata de las medidas de defensa contra la filoxera; el tercero, de las medidas de extinción de la langosta; y, el cuarto, de las disposiciones finales.
Dentro de las disposiciones generales aparecían las diferentes cuestiones relacionadas con la definición misma de plaga la cual incluía tanto animales como criptógamas, con la organización de los servicios, y con las atribuciones y responsabilidades de los mismos. En el aspecto organizativo se reforzaba la figura del ingeniero agrónomo; así, además de comprobar la existencia de una plaga en una localidad y dictar "los procedimientos más eficaces, rápidos y económicos para su extinción o para su aislamiento",(70) debía llevar a cabo una importante labor de difusión de los medios más convenientes para extinguir las plagas del campo, publicando folletos y hojas divulgadoras, dando a la vez conferencias tendentes a vulgarizar la plaga y sus remedios(71) .
En el capítulo tercero de la ley, dedicado a la langosta, aparecía ésta definida como calamidad pública, y todas las medidas que se adoptasen para su combate como de utilidad pública. A continuación se dictaban las medidas organizativas, que afectaban en primer lugar a las Juntas locales; éstas quedaban obligadas a las visitas de inspección en las zonas municipales afectadas por la aovación de la langosta, durante los meses de julio y agosto. Una vez reconocida, habían de dar conocimiento preciso al jefe provincial de Fomento, quien, de acuerdo con el ingeniero agrónomo, dispondría que éste o algún ayudante salieran a reconocer el terreno.
Durante el mes de agosto, el jefe de Fomento, auxiliado por las juntas locales y el personal agronómico, exigiría a los propietarios de los terrenos afectados una relación de sus hectáreas infestadas, para proceder inmediatamente a su acotamiento. Al mismo tiempo, el personal agronómico de cada provincia comprobaría si efectivamente existía el germen de langosta en los mismos, y a la vez denunciaría cuantos se encontraran invadidos.
Por lo que se refiere a los medios para la extinción de la langosta, si el insecto estaba en estado de canuto, las juntas locales o los propietarios utilizarían los procedimientos del arado o el escarificado, en caso de que el terreno los admitiera; si éstos no hubiesen sido efectivos, la junta acordaría el uso del azadón o la introducción del ganado de cerda. En los terrenos pedregosos o en los que por su gran pendiente no pudieran emplearse los procedimientos anteriores, se ordenaría la recogida del canuto. Todas estas tareas debían realizarse antes de finalizar el mes de enero, momento en el que se acababa la campaña de invierno. Además, los propietarios de los terrenos afectados estaban obligados a cargar con los gastos de extinción; en caso de negarse si contaban con los medios para ello, serían castigados con una multa de 10 a 50 pesetas por hectárea infectada. Por otra parte, para cubrir los gastos con destino a la extinción, se gravaba la riqueza imponible que constase señalada en el amillaramiento, a cada contribuyente del término municipal, vecino o forastero, en rigurosa proporción con la cantidad necesaria, pero sin que pudiera "exceder del 2 por 100 del líquido imponible de riqueza territorial del cultivo y ganadería, ni del 2 por 100 en las cuotas de contribución industrial."(72)
Los terrenos baldíos de propios, veredas, cañadas y cordeles en que apareciera la langosta quedaban bajo la responsabilidad del Estado y los ayuntamientos, a todos los efectos de la ley. Una vez acotado un terreno de esta clase debía ser escarificado o arado, previo informe o reconocimiento de los ingenieros de montes y agrónomos.
Las sanciones por incumplimiento de la ley podían afectar a los propietarios o colonos que faltaran a la verdad en las relaciones de los terrenos invadidos en sus heredades, a los que pusieran obstáculos a los trabajos encaminados a combatir la plaga y también a los que incurrieran en extralimitaciones u omisiones de sus responsabilidades.
Los Consejos provinciales de Agricultura y Ganadería debían confeccionar a la terminación de los trabajos de la campaña de primavera una memoria detallada de cuanto hubiese ocurrido para conocimiento del ministerio, expresando con toda claridad los pueblos que cumplían con la ley y aquellos que no lo hacían, para ulteriores campañas(73) .
Como podemos ver, la ley de plagas de 1908 completa y rectifica la anterior de 1879, aunque sea su continuadora en muchos aspectos. El nivel organizativo alcanzado parece encomiable; la determinación de responsabilidades, bien definida, y el establecimiento de obligaciones y sanciones para los afectados, claramente delimitados. La ley, sin embargo, no consiguió erradicar las plagas de langosta en nuestro país. La explicación de su relativo fracaso nos lleva a interrogarnos sobre su nivel de cumplimiento, pero también a buscar causas exógenas a la misma; desde la insuficiencia de los conocimientos científicos hasta las dificultades organizativas originadas con la Guerra Civil, causante como hemos dicho de alguna de las más importantes plagas del presente siglo.
Prestaremos atención ahora a la figura de Agustín Salido,
un claro inspirador de la política intervencionista ante las plagas
de langosta a lo largo de toda la segunda mitad de la pasada centuria.
Su obra expresa el afán por imponer el interés público
frente al derecho absoluto de la propiedad y de la actuación privada
del primer liberalismo.
3. AGUSTIN SALIDO Y ESTRADA. LA NUEVA ILUSTRACION Y LA LANGOSTA COMO CALAMIDAD PUBLICA.
El siglo XIX español produce una serie de personalidades a las que bien podemos calificar de herederas de la Ilustración. En sus palabras y actitudes podemos reconocer el nuevo espíritu científico, el afán de difusión de las técnicas modernas, o la propagación de las nuevas formas de organización social. El manchego Agustín Salido y Estrada expresa en su obra escrita y en su actuación pública la herencia del setecientos, por su talante difusor de las ciencias, por su voluntad divulgadora de las nuevas técnicas agrícolas, y por su afán propagador de leyes y formas de organización para hacer frente a la langosta.
Agustín Salido no es un personaje aislado de su época. En su mismo campo, el de la recopilación de los conocimientos y divulgación de las nuevas técnicas, encontramos individuos con talantes similares. Su número y relación tienen mucho que ver con el papel ordenador que va adquiriendo el Estado desde los inicios de la segunda mitad del ochocientos. Un coetáneo de Salido, Braulio Antón Ramírez (1829-1892), es una firme expresión de esta clase de personas. Antón Ramírez ocupó, entre otros, los puestos de oficial de la Secretaría del Ministerio de Fomento, y vocal y secretario general del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio; pero sobre todo es autor del monumental Diccionario de Bibliografía Agronómica y de toda clase de escritos relacionados con la agricultura (Madrid, 1865), "la obra más importante en su género de las escritas en castellano", en palabras de Angel García Sanz(74) . Para este historiador actual, con Antón Ramírez nos encontramos ante un "ilustrado", en el sentido genuino e histórico del término, que vivió en el siglo XIX.
No creemos equivocarnos si calificamos a Salido y Estrada en términos parecidos al que se emplea con Antón Ramírez, es decir, el de ilustrado tardío. Algunos afanes comunes como "el fomento" de la agricultura, "la felicidad" de las gentes del campo, o el espíritu difusor de las ciencias, las técnicas o las leyes, son conceptos compartidos entre ambos. Además, es sintomático que nuestro autor elogiara, y hay que decirlo también, en algunas ocasiones plagiara, la importante obra de Antón Ramírez. Asimismo, tanto la obra escrita de Agustín Salido como su actuación como político y técnico en agricultura, dentro de los límites de nuestro conocimiento, responden a esas espectativas. Sus ideas y sus acciones gozan de una gran coherencia. No podemos calificar de otro modo su papel al frente del gobierno civil de Murcia, cuando en 1876 saca a las fuerzas de infantería del Ejército a combatir la plaga de la langosta en Cartagena y en La Unión; previamente, en uno de sus escritos había apuntado tal posibilidad(75) . Igualmente, su actuación como comisario regio especial para la inspección de las provincias invadidas por la langosta en 1875 es digna de reseñar. El mismo cuenta cómo en los meses de mayo, junio, julio y agosto de ese año, recorrió más de mil leguas, sin que le arredrasen, "ni la alta temperatura de la estación, ni el tener que atravesar muchas veces a caballo, ya de día, ya de noche, inmensos y áridos despoblados"(76) .
Por lo que se refiere a su obra escrita, debemos señalar La langosta. Compendio de todo cuanto más notable se ha escrito, sobre la plaga, naturaleza, vida é instintos de este insecto, y de los remedios que se han empleado y ordenado hasta el día para combatirlo, con todas las antiguas y modernas disposiciones dictadas en la materia, para que pueda servir de libro de consulta, á todas las corporaciones y autoridades administrativas del país (Madrid, 1874)(77), obra que marca un hito en el terreno divulgativo sobre dicha calamidad natural. Nadie hasta ese momento había intentado una tarea semejante sobre las plagas de langosta. Así, esta obra será un punto de referencia obligada de los debates de esos años sobre el tema. De ahí las críticas que recibió Salido del prestigioso entomólogo Ignacio Bolívar, autor de una "Nota crítica sobre el libro titulado La Langosta", publicado en las Actas de la Sociedad Española de Historia Natural (1875), o bien los artículos de Balbino Cortés, publicados en El Campo, y recogidos en Observaciones sobre la langosta de la provincia de Madrid, y la destrucción de sus dehesas boyales (1879). En este último trabajo se advierte, por otra parte, contra el abuso de las roturaciones injustificadas en dehesas del Estado para convertirlas "en tierras de pan llevar"(78) .
La obra de Agustín Salido La langosta es en buena parte un trabajo de recopilación; así, varios capítulos de esta voluminosa obra están ocupados por los contenidos de otros autores tanto contemporáneos como pretéritos de su autor. Este carácter recopilatorio, señalado por él mismo, no invalida su interés. Salido está avivando con su trabajo la memoria de la sociedad española del momento; está realizando tareas de historiador y, tal como él mismo señala en el prólogo "al menos habré resumido, como el último que escribo, esa ciencia y esa experiencia de todos, aplicándolas, y modificándolas, con arreglo a los tiempos en que vivimos, a sus adelantos, y al diferente sistema de administración que rige".(79)
Ya hemos señalado que Agustín Salido fue gobernador civil de Murcia y comisario regio especial de agricultura. Además de ocupar esos cargos, fue también diputado por el distrito de Ciudad Real en las legislaturas de 1843 y 1850-51, y por el de Almadén en la de 1857. Sin embargo, no son los cargos políticos que ocupó, en una larga aunque secundaria carrera política, lo que nos ha incitado a considerarlo como heredero de la Ilustración, sino un talante específico que se observa tanto en algunas de sus actuaciones como también en sus palabras. En este sentido, creemos que es significativa la introducción que hace a su obra escrita ya reseñada. Después de denunciar los cinco años de sequía que ha sufrido la provincia de Ciudad Real, a la que se ha añadido la "desoladora plaga de langosta" del año 1871, que ha destruido la cosecha de cereales y los brotes de las vides, escribe que frente a las desgracias y las calamidades, deber y obligación es de los hombres de mayor energía y fuerza de voluntad, alentar a los pusilánimes y afrontar con ánimo sereno las contrariedades de la suerte, dando la voz de alarma al gobierno, "a las Diputaciones Provinciales, a los Ayuntamientos, y por último, a esa benemérita, sufrida y siempre maltratada clase labradora, a fin de que, preocupándose, cual lo merece, de la extinción de la plaga de la langosta, se prevengan para el porvenir, los medios que la ciencia y la experiencia han aconsejado, en las muchas épocas en que se ha sufrido en nuestra España esta calamidad"(80) .
Vida y muerte de la langosta. El cultivo agrícola, capital enemigo de la langosta.
El interés de Agustín Salido por lo que él denomina "el dañino insecto" se remonta a los inicios de la cuarta década del ochocientos(81) . De este modo, cuando publica La langosta, en 1874, lleva más de tres décadas recopilando trabajos de otros autores; al mismo tiempo, como nos recuerda en diversas ocasiones, ha ido realizando trabajos de observación en laboratorio y microscopio con el insecto. En el capítulo que relata estas experiencias empíricas, lo primero que hace es interrogarse sobre el origen de la plaga, concluyendo que el clima meridional "favorece la creación de esa clase de insectos", al tiempo que enumera una serie de causas de la calamidad marcadamente sociales; así, escribe que la plaga viene del mal sistema de población y de riqueza de las provincias meridionales: "viene; de esos inmensos terrenos incultos, montañas, y sierras estériles y fragosas, que no es posible reducir a cultivo: viene; de las grandes dehesas, que conservan el interés particular(...); y viene, por último, de la apatía, de la falta de recursos, y de la sobra de mala administración"(82) .
Por otro lado, los planteamientos científicos de Salido, si bien carecen del rigor de la entomología contemporánea, tienen en cambio un enorme interés cuando plantean las cuestiones referentes a la biología y ecología de la langosta; destacamos su descripción de los cuatro estados o metamorfosis por los que pasa el insecto, la intuición de su gregarismo y la comprobación empírica de la lucha biológica contra la langosta, todas ellas señaladas por nuestro autor.
El ciclo biológico del insecto empieza, señala Salido, en los canutos cilíndricos, depositados por las hembras, generalmente en terrenos incultos, secos, ásperos y duros, "en la instinta previsión natural" de que el arado o el azadón del hombre pueda destruirlos. Los canutos permanecen enterrados desde los meses de julio y agosto, meses de su puesta, hasta abril y mayo, momento en que el germen comienza a avivarse por el calor, y aparece la langosta del tamaño de un pequeño grano de centeno, blanca, sin alas, y de la figura de un mosquito, variándose en negro a la hora de nacer, "como si Dios la vistiese de luto" para mostrar al hombre "los duelos y lágrimas de que es mensajera". Transcurrido el primer periodo de su vida, alrededor de dos semanas, "el insecto entra en la calificación de mosca", y empieza a comer los tallos más tiernos de cuantas plantas encuentra en su camino, reuniéndose en grandes cordones. Estos varían en su anchura y longitud, pudiendo medir leguas; así, Salido relata cómo en 1872 había oído a pastores trashumantes que el cordón que llegaba hasta Moral de Calatrava no lo habían perdido de vista desde Mestanza, pueblo distante a ocho leguas(83). Al observar los cordones de langosta intuye también el gregarismo de este insecto. Así, escribe que existen "guiones o maestras" dentro de los cordones, "que organizan y dirigen la pequeña colonia, como acontece en la sociedad de las abejas con los enjambres, habiéndose notado, muchas veces, que la marcha de estos cordones se ha interrumpido, apenas ha empezado su persecución y matanza, achacándose este accidente (...) a la muerte de las directoras de esta gran masa de animales dañinos."(84)
Después de quince días más el insecto es considerado ya en estado de saltón, así llamado porque en cada salto puede avanzar hasta cinco metros. Y, por último, la langosta alcanza su completo desarrollo, momento aprovechado por Salido para describir una plaga; apunta que las ha visto pasar a grandes alturas, "cuyas bandadas, las más bajas, iban por los espacios en que suelen volar los vencejos o aviones, y que, miradas a favor de los rayos del sol, que interceptan, forman la ilusión óptica, de una nevada de grandes y blancos copos, que flotan en el espacio, y lleva el viento en una dirección dada (...) produciendo en sus vuelos, el ruido sordo y ronco, de un tren que marcha sobre un ferro-carril, y el tinte de luz, de los momentos más críticos de un eclipse de Sol."(85)
Además de esta descripción, Salido nos ofrece el examen de sus observaciones microscópicas(86) . Así, al observar que casi todas las langostas muertas tienen la boca manchada de sangre, un día, al abrir con el mayor cuidado una por la "especie de concha de galápago que sirve de tapa inferior a su pecho", llega a contemplar con el microscopio un embrión, como de un pequeño grano de centeno, en cuyo interior se movía algo. Con gran esmero y precaución, al romper "la sutil película, o túnica", ve salir "un gusanito blanco, brillante, de cinco a seis milímetros de largo"(87). Creyendo encontrar la causa de la muerte de la langosta, llama a ese insecto el Vengador, que señala erróneamente como metamorfosis de la primera. Se trata, sin embargo, del más importante parásito de la langosta, el Díptero Glossista infuscata Meig.
El mérito de Salido en esta parte, más que la precisión científica, pensamos que es el de plantear la observación directa y el trabajo empírico. Y, si a este afán científico le añadimos el anhelo por divulgar la acción protectora del Estado frente a la calamidad, como vamos a ver a continuación, se nos afirma con gran nitidez la imagen del individuo preocupado por el interés público.
Problema colectivo, solución colectiva a una calamidad pública.
Las razones que llevan a Agustín Salido a considerar la plaga de langosta como calamidad pública y, por tanto, a estimar que debe ser el Estado el encargado de "prevenirla, y remediarla, hasta donde alcance su acción administrativa, y protectora", están en el hecho de que, si bien en sus orígenes la plaga puede afectar a una provincia, "conocida es la prodigiosa multiplicación de esos seres dañinos, que al levantar su aterrador vuelo, lo mismo lo dirigen al Sur, que al Oeste, lo mismo al Este, que al Norte, según consta en nuestra historia patria."(88) . Andalucía, La Mancha, Extremadura, Valencia, Aragón, Cataluña, Asturias, La Rioja y Navarra, añade, registran en sus anales páginas de luto, hambre y desolación, escritas ante el espectáculo "de horribles plagas de langosta". La idea de calamidad pública aplicada a las plagas y a otros desastres agrícolas no es original de Salido(89) . Tal como ha investigado Joaquín del Moral Ruiz, éstas y otras calamidades (sequías, pedrisco, parasitismo e incendios) cuentan desde 1856 con liquidaciones de la Hacienda española en concepto de "desastres" y "calamidades", con la finalidad de paliar sus efectos(90) . Investigaciones propias nos han confirmado la existencia tanto de legislación sobre el tema en esos años, por ejemplo, la Real Orden de 29 de febrero de 1860 mandando incluir en los presupuestos provinciales y municipales sumas destinadas al remedio de las calamidades públicas, como de actuaciones económicas de las Cortes; por ejemplo, la inyección de casi medio millón de reales de vellón a diversas provincias españolas, entre ellas Madrid, Sevilla y Murcia, afectadas por la epidemia de cólera-morbo asiático en 1854 y las inundaciones del año siguiente(91) .
La idea expresada por Salido y Estrada aparece así como un eslabón más del clima intervencionista que se manifiesta a partir de la mitad de la centuria ante las calamidades públicas. Salido pregona la necesidad de regular esa intervención, marcando las responsabilidades desde el municipio, la instancia provincial y la ministerial. Y a ello se aplica cuando presenta en 1874 su Articulado para el Proyecto de Ley sobre la extinción de la langosta. El primer punto de éste afirma que la plaga de la langosta será considerada, en lo sucesivo, como una calamidad pública; asimismo, el Estado se debe declarar responsable a cubrir todos los gastos de su extinción con cargo a los capítulos de calamidades e imprevistos del presupuesto general(92) . Salido pregunta si es equitativo y justo que las poblaciones invadidas por la langosta se vean obligadas, en medio de su ruina, a hacer los considerables gastos de la desinfección, cuando entre toda la colectividad nacional, y usando de sus inmensos recursos, podría hacerse la constante persecución del insecto. Pues qué, interroga, "¿la plaga que hoy nos hace llorar a unos pocos, no podrá mañana hacerle llorar a todos? Pues qué, ¿cuándo el hambre, el extranjero, o la guerra civil, amenaza, o invaden una o más provincias, no acudimos todas las demás a protejerlas, con nuestro hombres, y con nuestro dinero?"(93) .
La intervención debía ir acompañada de una ordenación centralizada del combate contra la langosta. Así, cuando apareciera la plaga en alguna provincia, se debía establecer en Madrid una Junta superior de extinción de langosta, en la que figuraría como máximo responsable el mismo presidente del Consejo de Ministros. Asimismo, las Juntas provinciales se debían establecer en las capitales de provincia afectadas por la plaga, y debían ser presididas por el gobernador civil. En el último escalafón de este organigrama organizativo figuraban las Juntas municipales.
Salido pretendía implicar a toda la sociedad en la lucha contra la plaga, incluido el Ejército. Igualmente, su proyecto buscaba sentar en la misma mesa a los propietarios agrícolas territoriales y a los ganaderos, enfrentados por el problema, intentando limar fricciones entre unos y otros. Una tarea realmente compleja, y más si tenemos en cuenta que el artículo 8º de su proyecto ponía límites al derecho de propiedad de la tierra en circunstancias excepcionales. Todo ello es más meritorio, si cabe, en boca de un propietario de tierras. Vale la pena copiar todo su contenido para hacernos una idea del interés colectivo que le anima. Dice así: "En todos los terrenos cultos e incultos, queda limitado el derecho de propiedad, en cuanto pueda afectar directa o indirectamente, a la propagación, o extinción del insecto, con arreglo a las Instrucciones que se dictarán, sin que los dueños puedan impedir, desde los trabajos de investigación y reconocimiento, hasta el de roturación y pisoteo de las tierras infestadas; y desde la abertura de zanjas y enterramientos, hasta el de utilizar arbustos y maleza,-sin perjuicio de los arbolados;- pudiendo usar, así mismo, de sus aguaderos, y pastos indispensables, tanto los cerdos, como los demás ganados que haya necesidad de que se estacionen en las referidas fincas."(94)
El combate de la plaga: útiles, técnicas y aprovechamiento de la langosta.
La obra fundamental de Agustín Salido comprende en su parte final una interesante Descripción por orden alfabético y numérico de cada uno de los instrumentos, útiles y aparatos de que se hace mención en este libro, y que pueden emplearse para combatir a la langosta en todos sus estados, y que describe el utillaje e instrumental que en los inicios del último cuarto del ochocientos se utilizaba para combatir la langosta en sus diferentes estados. Además de confirmarnos el afán divulgativo de su autor, a nosotros nos ayuda a calibrar el precario nivel técnico con el que contaban los agricultores coetáneos de Salido para combatir la plaga. La sencillez de los mismos nos da que pensar más que en los útiles en sí en la fe de sus usuarios. Hemos de tener en cuenta que la aplicación de nuevos sistemas y materiales contra las plagas, especialmente los derivados de la industria química, no empezaron a aplicarse hasta la década siguiente a la publicación de la obra de Salido. Los útiles que aparecen en el trabajo de éste tienen un carácter básicamente manual. Unos sirven para sacar a la superficie la langosta en su estado más primario, el de canuto, que alguien recogerá después, otros almacenan el insecto primero, para destruirlo posteriormente, y en otras ocasiones se busca la aniquilación directa del insecto, utilizando superficies pesadas o el auxilio del fuego.
El primer grupo de útiles que nos presenta es el de los arados, en los que introduce modificaciones para un combate más efectivo, aunque eso sí, todos deben cumplir la función de destrozar al insecto en su primer estado, el de canuto. Las modificaciones en éstos van en dos direcciones, la primera intentando aligerar su peso, y la segunda reduciendo la altura de las rejas o cuchillas a fin de que penetre a la hondura de una a tres centímetros, suficientes para cortar o destruir el canuto de la langosta. El siguiente grupo de instrumentos que nos enseña Agustín Salido es el de los arneros. Con paredes de madera delgada y sin exceder ciento cincuenta milímetros, y un fondo de alambre, hoja de lata o chapa ligera de hierro, se hallan agujereados "como las cribas de garbanzos" para que pueda caer fácilmente la tierra y quede en ellos el canutillo de la langosta. Salido pretende modificarlos por cribones de metro y medio de largo por medio de ancho, para ser manejado por dos hombres.
A los buitrones, formados con un cuadro de lienzo fuerte, de tres o cuatro metros, y en su centro una boca de medio metro, a la cual se cose una manga, o saco, del mismo diámetro, y un metro de larga, se les debe coser un aro de mimbre o una madera ligera y flexible para que los operarios que los manejen puedan pasarlos "con facilidad, comodidad y rapidez, sobre los cordones del insecto". Un sistema con alguna semejanza a los buitrones es el de las garapitas, lienzos de unos cuatro metros de largo, por uno y medio de alto, y que requieren el trabajo hábil de varios hombres. La garapita forma una pared en la que se posa el insecto que viene de los ojeos; después, se juntan las cuatro puntas de la manta cuando se halla bien poblada de langostillos y, para finalizar el trabajo, se van echando éstos en costales o sacos para su destrucción o enterramiento.
También figuran en la obra de Salido otros útiles que no requieren ninguna habilidad especial, en comparación con los buitrones o las garapitas, como son las escobas y las esparteñas langostinas, éstas últimas, especie de alpargata fabricada con cordelillo de esparto, y que deben tener, al menos, ciento cincuenta milímetros de ancho en su piso, con el fin de que, en cada paso, "aplaste el mayor número posible de insectos". Igualmente recomienda los herrajes langostinos, especial para las caballerías que se dediquen al pisoteo de las manchas de tierra aovada de langosta o de cordones de mosquito. Además, el escardillo, especie de azada pequeña, y los matojos langostinos, junto a los zurriagos o látigos, señala, "no dejan de hacer también gran mortandad en el insecto".
Asimismo, aparecen los trillos langostinos para arrastre de un par de caballerías, de la misma forma de los que se emplean en la trilla de las mieses, pero más cortos, anchos y pesados; habían de tener un piso de un metro en cuadro y el cuello o avance de enganche pronunciado hacia arriba "para que tome bien a los insectos". Y, por último los pisones, los rodillos de piedra, de encina u otras maderas duras y pesadas, y el hurgonero langostino, idéntico al que se usaba para remover la lumbre de los hornos, y necesario para los casos en que por lo áspero y pedregoso de los terrenos en que se hallase el insecto no se pudiese emplear contra aquél otro remedio que el fuego, "llevándolo en ojeos hacia aliagas o aulagas, abrojos, rastrojos, granzones, espartos, pasto, broza seca, y demás arbustos y plantas de llama viva, pronta y ligera, en donde se posan con placer estos animalejos, y se queman con facilidad."(95)
Como podemos ver, a la luz de los conocimientos actuales sobre las plagas de langosta y de los sistemas para su combate, asombra y estimula nuestra imaginación la fe que movía a hombres como Agustín Salido. Este no escatima esfuerzos para combatir al terrible enemigo. Así, hacer un balance de los útiles descritos es, en realidad, hacerlo sobre la voluntad humana. Sin duda, tenemos aquí un apasionado canto a la laboriosidad y a los valores ilustrados.
Idéntico sentido encontramos en su proposición para que el gobierno premiase las memorias de Químicos y Mecánicos que den resuelta la cuestión de la manera en que podría aprovecharse el canuto, y el insecto, en todos sus estados. De este modo, él mismo expone algunas de sus observaciones consignadas sobre el particular, "para que puedan servir, de punto de partida, a los hombres de la ciencia". El canuto de la langosta es, según Salido, un cebo apetitoso, nutritivo y saludable para los cerdos y las aves, que lo extraen del seno de la tierra para su alimento, por lo que no se concibe cómo no se ha pensado seriamente en utilizar este producto en su estado natural, como una primera materia de alimento de animales, "en vez de destruirlo con el fuego, mazas, rodillos de piedra, y trillas empedradas, haciendo de sus despojos, grandes, y, tal vez, peligrosos enterramientos."(96)
Al afán científico, intervencionista y divulgador de técnicas y útiles contra la langosta, hasta aquí reseñados, debemos apuntar en la vida pública de Agustín Salido la labor que como delegado del ministerio de Fomento para las provincias invadidas de langosta llevó a cabo durante el año 1875, la cual pasamos seguidamente a estudiar.
Comisario Regio para la inspección de las provincias invadidas por la plaga.
Ya hemos señalado que la agricultura española de la octava década del ochocientos está marcada por la invasión de plagas de langosta. Desde sus inicios tenemos noticias de su existencia y no se pierden en todo el decenio. El momento álgido de las mismas se encuentra en los años centrales cuando hay hasta dieciocho provincias infestadas. Así, la Ley de 10 de enero de 1879 constituye la culminación de ese periodo, marcado por la necesidad de combatir una plaga que "amenazaba acabar con todos los productos de nuestra agricultura", según palabras del ministro de Fomento, conde de Toreno, pronunciadas en la sesión de las Cortes de 19 de abril de 1876. En esa misma sesión, y en clara manifestación de la preocupación que engendraba dicha cuestión, el ministro añade que todos los días se entendía por telégrafo con los gobernadores civiles "para excitar su celo" y para que duplicasen sus esfuerzos en combatir la langosta. Asimismo informa que además de 46.000 duros que se han girado a distintas provincias, se encuentran trabajando en las tareas de extinción unos 12.000 hombres del ejército y, "están en marcha un batallón para Córdoba y otro para Badajoz, y se ha preguntado a otras provincias que hasta ahora no tenían fuerzas del ejército, si las necesitan, para enviárselas inmediatamente."(97)
El nombramiento en 1875 de Agustín Salido como Comisario Regio especial para inspeccionar las provincias invadidas por la langosta, coincide con los momentos de auge de la plaga. Podemos creer que la publicación de su obra ya reseñada, el año anterior, influyera para que se le encomendara tal función. Con su cargo de comisario, Agustín Salido recorrió durante varios meses de 1875 las provincias españolas invadidas por la langosta, elaborando dos memorias para el ministro de Fomento, una de las cuales él mismo publicó más tarde, cuando ocupaba el cargo de gobernador civil de Murcia. Lleva por título Noticias de las provincias y pueblos invadidos por la langosta (y memoria) sobre el estado general de la plaga en 31 de diciembre de 1875(98) . En ella expone sus trabajos de inspección, consejos y amonestaciones que deja en cada una de las provincias y pueblos que visita; asimismo, realiza un extracto de cuanto se relaciona "con el estado y extensión de la invisible plaga de la langosta", y de los medios y recursos que considera necesarios "para combatir la calamidad". La memoria de Salido nos sirve para hacer una evaluación del estado general de la plaga durante ese año; extracta noticias sobre la langosta, provincia a provincia, localidad a localidad; desgrana hectáreas infestadas, fanegas de canuto y arrobas de dicho mosquito recogidas; o bien, dinero consignado por las Diputaciones para la calamidad. Toda esta información nos ofrece un bosquejo de los enormes esfuerzos realizados, pero también de la "morosidad, apatía, y negligencia", que en palabras de su autor, a menudo manifiestan también los municipios y las provincias. Una de las primeras tareas que realiza en su puesto de comisario es llevar, por conducto de los gobernadores civiles, las debidas instrucciones a los pueblos invadidos, "a fin de que, durante el verano y otoño, formasen los necesarios expedientes de reconocimiento, denuncia, y deslinde de los terrenos en que el insecto había hecho sus posadas y mansiones durante el periodo de aovación, como base y fundamento, de los trabajos que debían inaugurarse en 1º de noviembre."(99)
Sin embargo, no siempre la colaboración de los pueblos con el comisario fue la deseable, manifiesta amargamente. Según señala, algunas provincias sufrían una auténtica "apatía y poco celo". Las provincias en las que Agustín Salido recogió información son las de Albacete, Badajoz, Ciudad Real, Córdoba, Jaen, León, Madrid, Murcia, Salamanca, Sevilla, Toledo, Valladolid y Zamora. De todas ellas, las que más sufrían las consecuencias de la plaga eran las de Ciudad Real y Badajoz. En la primera habían aparecido sesenta y tres poblaciones infestadas de langosta, que habían acordado la prestación personal para su combate. Asimismo, su Diputación contaba con 210.000 pesetas consignadas para las tareas de extinción. Salido añade que Ciudad Real seguía siendo el blanco y foco de la plaga de la langosta, y que sin la inmensa destrucción de insectos hecha en las campañas del último año, "que consta en documentos oficiales ascendió a la enorme suma de 28.125 fanegas de canuto, y de 372.317 arrobas de mosquito, que representan la fabulosa destrucción de seiscientos catorce mil setecientos veinte y cinco millones de insectos, yo no sé hasta donde se habría extendido la plaga, que después ha infestado en gran parte, a las provincias de Albacete, Toledo y Madrid, aun ha dejado hecha su aovación en 200.978 fanegas de tierra"(100) .
La provincia de Badajoz era la otra gran afectada. Así, la visita que realiza a la Diputación, el 3 de diciembre de 1875, la aprovecha para lograr de ella que "acordase adicionar su capítulo de calamidades públicas", con una cantidad de 135.000 pesetas para gastos de extinción de la plaga. Esta estaba afectando a un total de cuarenta y nueve pueblos, con 79.716 fanegas infestadas de canuto. Las otras provincias más afectadas eran las de Toledo, con 63.136 fanegas de tierra infestadas, en 31 pueblos, y Madrid, con 4.165 hectáreas de terrenos denunciados en 14 poblaciones. Los comentarios sobre esta última le sirven a Salido para proponer la necesidad de una ley general, pues en esos momentos cada gobernador y junta provincial y municipal dicta sus disposiciones bajo su particular criterio, resultando de ahí "una lamentable confusión, a la que sólo puede dar término el Gobierno, con una medida general"(101) . Para sintetizar, el mismo Salido nos resume los datos globales sobre la plaga en toda España. Así, en cuanto a su extensión resultan "trece provincias invadidas por la plaga, con 372.570 fanegas, y 5.012 hectáreas de tierra, denunciadas en doscientos veintidos pueblos, siendo el total de lo consignado por las Diputaciones para calamidades públicas 592.000 pesetas."(102)
De las fanegas y hectáreas denunciadas como zona de plaga hay que deducir las destinadas al cultivo; 157.612 fanegas y 155 hectáreas, en las cuales la extinción se haría sin gasto público, pues los mismos cultivadores darían cuenta de ella. Pero restadas de las anteriores, quedaban todavía un total de 223.000 fanegas de terreno inculto e infestado. Por tanto, a cada fanega le correspondían 10 reales y medio del presupuesto de calamidades públicas, cifra que Salido considera absolutamente insuficiente. Después de mostrar esta deficiencia, pide directamente al ministro de Fomento un crédito extraordinario de 9 millones de reales. Sin embargo, sus deseos parece que sufrieron algún quebranto y, en la misma memoria reconoce lo infructuoso de sus trabajos. Culpable de tal situación era, señala, por una parte la guerra civil, que absorbía "por completo toda la atención y los recursos del gobierno", y por otra, "esa proverbial apatía y morosidad que vengo lamentando y denunciando en las provincias y pueblos infestados de langosta". Por contra, en Murcia, donde él estaba ejerciendo en esos momentos de gobernador civil, la plaga estaba siendo si no extinguida sí muy limitada en los términos de Cartagena y La Unión. Para ello, se había combatido al insecto en una campaña militar por fuerzas de infantería del ejército, en número de 600 a 800 hombres, en cuadrillas de diez y veinte, con un cabo o sargento y un delegado de la autoridad local, inspeccionando los trabajos. Concluye que la campaña de tres semanas ha dado excelentes resultados, "exterminando muchos cordones y manchas, y dejando sólo algunos pequeños jabardos, que hoy se están extinguiendo, en una campaña civil, que se ha inaugurado pagándose la arroba de insecto a dos pesetas, y ocupando en esta faena el paisanaje de la zona infestada." (103)
Concluye su exposición llamando la atención del gobierno, y de las provincias y pueblos infestados, en la importante campaña del verano siguiente, en la que se debían consignar las mansiones y posadas de los bandos de langosta, que bien pronto levantarían vuelo en las provincias meridionales para ir a depositar sus gérmenes "en los terrenos más incultos, ásperos y pedregosos".
CONCLUSION
Los riesgos de la naturaleza conducen a los desastres, con o sin incidencia agrícola, cuando una comunidad está mal preparada, no tiene o no utiliza con efectividad los adecuados signos de alarma y no puede movilizar eficazmente los recursos disponibles para su recuperación. De este modo, puede decirse que los desastres agrícolas, entre ellos las plagas de langosta, son el resultado de una insuficiente planificación del territorio o de la falta de medidas preventivas. Las plagas de langosta pasan a constituir, por tanto, un fenómeno marcadamente social; su origen y su desarrollo dependen de la sociedad en la que tienen lugar. Su incidencia será diferente en una u otra, dependiendo de si cuenta o no con los adecuados recursos humanos y materiales para su combate.
En ese sentido, la respuesta de la sociedad española a partir de la segunda mitad de la pasada centuria frente al "pernicioso insecto llamado langosta", según lo califica Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico, fue en general de positivo interés, como lo demuestra la abundante literatura sobre el tema. Dicho interés respondía, lógicamente, a la necesidad de proteger la propiedad y la producción agrícola, que veía mermada su riqueza de manera casi cíclica por culpa de las plagas, provocando además graves problemas de alimentación. Por ello, al mismo tiempo se dejan sentir con fuerza las voces de aquellos que yendo más allá de la protección a la propiedad privada defienden sobre todo los intereses de la colectividad.
De este modo, a partir de la segunda mitad del siglo pasado asistimos a los primeros intentos realmente serios de control de estas situaciones catastróficas. Para ello se establece un claro consenso entre las fuerzas políticas más representativas, calificando aquellas situaciones de calamidad pública. Este hecho tuvo una especial importancia al establecer un, cada vez más, preciso marco de obligaciones y sanciones para todos los afectados por las plagas, propietarios de tierras infestadas, cargos públicos con responsabilidad en el tema e ingenieros agrónomos, responsables técnicos de su control.
La culminación de ese proceso organizativo y legislativo por parte del Estado tuvo lugar con la Ley de plagas del campo de 1908. Ésta, dedicada especialmente a la filoxera y la langosta, vino a rectificar otras normativas anteriores; entre ellas, la Ley de extinción de la langosta de 1879. Artífice de esas transformaciones es el nuevo clima intervencionista que aparece en el último cuarto del siglo XIX el cual marca el paso de las pretensiones del liberalismo más puro al de otro, que sin renunciar a lo esencial, ha de armonizar la enorme conflictividad de una sociedad en constante transformación económica e ideológica. De ahí la creciente intervención de los poderes públicos en cuestiones legislativas y organizativas.
La precisión legislativa no se vio acompañada, sin embargo, de soluciones radicales. Las plagas de langosta persistieron a lo largo de casi toda la primera mitad del presente siglo. Como ya hemos señalado, cinco grandes plagas tuvieron lugar en España durante este periodo; las más importantes fueron las de 1901-1902, 1922-1923 y 1939-1940; las dos primeras con más de 250.000 hectáreas infestadas y la tercera con más de 150.000.
Las causas debemos buscarlas, en primer lugar, en el incumplimiento de las leyes dictadas. Estas se encontraron muchas veces con intereses enfrentados. Por una parte, los propietarios de las tierras agrícolas que exigían actuaciones precisas, pero acusados de realizar roturaciones indiscriminadas; por otra, los propietarios de las dehesas ganaderas, en régimen de latifundio, con zonas incultas o deficientemente cultivadas, que veían afectadas sus propiedades si se aplicaban algunos de los métodos de lucha contra la langosta, especialmente el arado. En el último caso, hemos de tener en cuenta la situación de desorganización de los sistemas de prevención provocados por la Guerra Civil, directamente relacionada con las plagas de esos años. Asimismo, debemos considerar también la insuficiencia de los conocimientos científicos que sobre la langosta se tuvo hasta la tercera década de la presente centuria, y por tanto, la dificultad de aplicar métodos de control más efectivos.
En este contexto merece especial atención Agustín Salido y Estrada. Su obra señala el camino intervencionista del Estado a partir del último tercio del siglo XIX frente a las plagas de langosta y que se reforzará con el paso de la centuria. Sus afanes por el "fomento" de la agricultura, la "felicidad" de las gentes del campo, o su espíritu difusor de las ciencias, las técnicas o las leyes relacionadas con las plagas de langosta, nos señala que nos encontramos, además de un ante un filántropo, en presencia de un personaje claramente ilustrado.
Notas
1. Este artículo resume una parte, y amplía otra, de mi Trabajo de Investigación presentado al Departamento de Geografía Humana de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona (setiembre 1991, 130 págs.) bajo la dirección del profesor Horacio Capel.
2. Las comillas son de Gabriel Tortella en el prólogo a L. PRADOS DE LA ESCOSURA, 1991, pág. 14, refiriéndose a la tesis de Jordi Nadal expuesta en El fracaso de la Revolución industrial en España, 1814-1913, 1975.
3. Ibidem, pág. 15. La nueva interpretación en L. PRADOS DE LA ESCOSURA, 1991 y P. FRAILE BALBIN, 1991. El primero de ellos aporta también una exposición de la historiografía sobre el papel de la agricultura en la economía española del siglo XIX, en págs. 97-102. Recientemente, Albert Carreras en "La producción industrial en el muy largo plazo: una comparación entre España e Italia de 1861 a 1980", dentro de L. PRADOS DE LA ESCOSURA y V. ZAMAGNI (eds.), 1992, escribe que la "valoración de Leandro Prados -crecimiento, pero con un creciente atraso- es parecida, en realidad, a la de Jordi Nadal: el "fracaso" entendido en relación al objetivo de acortar las distancias", en pág. 177.
4. J. FONTANA, 1975, págs. 191-192; M. MARTINEZ CUADRADO, 1978, pág. 88.
5. N. SANCHEZ-ALBORNOZ, 1968, pág. 7.
6. G. Tortella en "La historia económica de España en el siglo XIX: un ensayo comparativo con los casos de Italia y Portugal", dentro de L. PRADOS DE LA ESCOSURA y V. ZAMAGNI (eds.), 1992, pág. 67.
7. R. GARRABOU y J. SANZ, 1985, pág. 12.
8. Grupo de Estudios de Historia Rural: "3. El sector agrario hasta 1935", en A. CARRERAS, 1989, pág. 97.
9. Ver F. BAJO MATEOS, 1942. Dos décadas antes, con motivo de la invasión de langosta de 1922-23, que invadió 250.000 hectáreas, la revista semanal de Madrid El Progreso Agrícola y Pecuario recogía colaboraciones de los ingenieros del Servicio Agronómico de las distintas provincias afectadas por la plaga, tituladas todas ellas: "La langosta, problema nacional".
10. Una relación de la literatura sobre la langosta hasta la mitad de la pasada centuria en B. ANTON RAMIREZ, 1865.
11. Así lo recoge la R.O. de 29 de febrero de 1860 Mandando incluir en los presupuestos provinciales y municipales sumas destinadas al remedio de las calamidades públicas; ver extracto en la voz "calamidades públicas", en M. MARTINEZ ALCUBILLA: Diccionario de la Administración Española, Tomo II, Madrid, Imprenta del Asilo del Huérfano, 1914.
12. Una extensa relación de su número aparece en J. del CAÑIZO, 1947, en págs. 341-341, quien concluye que "las pérdidas originadas por las plagas de insectos a la agricultura española exceden de dos mil quinientos millones de pesetas anuales, sin contar con las pérdidas (también ingentes) que ocasionan las plagas de los bosques y los insectos perjudiciales a la ganadería".
13. Su desgraciada persistencia lo ha hecho posible. Por ejemplo, las inundaciones de octubre de 1982 en la cuenca mediterránea provocaron la publicación de numerosos artículos de geógrafos españoles. Ver el monográfico: "La riada del Júcar", en Cuadernos de Geografía, nº 32/33, octubre 1982; también sobre el mismo tema, Estudios Geográficos, tomo XLIV, nº 170-171, febrero-mayo 1983.
14. Baste citar la Ley V de la Novísima Recopilación de las Leyes de España, de 1593, cuyo título XXXI se denomina: "De la extinción de animales nocivos y langosta", Madrid, Por Don Julian Viana Razola, 1829, Tomo III, Libro VII.
15. En opinión de E. L. JONES, 1990, pág. 282, ya "desde el siglo X Europa había reaccionado con presteza a los desastres" y el control de las catástrofes se convirtió en una característica casi determinante de los gobiernos europeos desde el final de la edad Moderna.
16. M. LAUNOIS, 1986; M. LAUNOIS y T. RACHADI, 1987; C. NURIDSANY y M. PERENNOU, 1990; también la prensa diaria se hizo eco de las mismas; El País, 1/2 abril de 1988.
17. E. L. JONES, 1990, pág. 17.
20. Ver MANUEL ANTIACRIDIEN, 1967; E. MORALES AGACINO, 1944.
21. A. CABO, 1978, pág. 39. Gabriel Tortella apuntaba en fechas recientes que para España "el peso de los factores climáticos y edafológicos es muy considerable" y explicarían, junto a factores culturales, la falta de progreso agrario en nuestro país; ver G. Tortella en "La historia económica de España en el siglo XIX: un ensayo comparativo con los casos de Italia y Portugal", en L. PRADOS DE LA ESCOSURA y V. ZAMAGNI (Eds.), 1992, pág. 67. Para un análisis de la visión pesimista sobre el medio ambiente de la Península, encarnada en la obra de Lucas Mallada Los males de la patria y la futura revolución española (1890), enfrentada a la optimista de Francisco Coello y Federico de Botella, ver L. URTEAGA, 1984.
22. A la ya citada Ley V de la Novísima Recopilación de las Leyes de España, de 1593 (ver nota 14), cabe señalar la Ley V de la Recopilación de las leyes de los Reynos de las Indias (1619), o las sucesivas adiciones a la primera de 1723, 1755, 1783 y 1804.
23. Las relaciones entre las plagas de langosta y los votos religiosos durante las edades Media y Moderna son estudiadas en W. A. CHRISTIAN Jr., 1991.
27. B. CORTES Y MORALES, 1879, pág. 14 (b). Unas notas biográficas sobre este autor aparecen en B. ANTON RAMIREZ, 1865, pág. 876.
28. Está expuesta en B. P. UVAROV, 1921.
29. J. DEL CANIZO y V. MORENO, 1940, pág. 9.
32. M. LAUNOIS, 1986, pág. 1032.
33. F. DOMINGUEZ GARCIA-TEJERO, 1957, pág. 183. Muy recientemente, el Director General de la Producción Agraria del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Julio Blanco, señalaba que la langosta obliga "a realizar tratamientos anuales de unas 85.000 hectáreas, con una inversión anual, de 150 millones de pesetas"; ver en "Actas de la 5ª Reunión Internacional de la Sociedad de Ortopterólogos. Proceedings of the 5th International Meeting of the Orthopterists' Society", 1990, pág. XXV.
35. F. BAJO MATEOS, 1942, pág. 4.
37. ASOCIACION NACIONAL DE INGENIEROS AGRONOMOS, 1950, pág. 387.
38. J. DEL CAÑIZO y V. MORENO, 1940, pág. 14.
39. L. PRADOS DE LA ESCOSURA, 1991, pág. 96. Otros autores han apuntado las mismas dificultades; ver el prólogo de Josep Fontana a A. CARRERAS (Coord.), 1989, indicando que, por ejemplo, sobre el volumen de las cosechas españolas no hubo estimaciones fiables hasta la última década del siglo XIX, o bien, la obra del GRUPO DE ESTUDIOS DE HISTORIA RURAL, 1991, señalando idénticas deficiencias.
40. Un año antes, en 1875, Casildo de Azcárate participa junto a Antonio Montenegro en la elaboración de una Memoria presentada a la Comisión Provincial para la extinción de la langosta (Madrid, 1875), en la que se da cuenta de la situación de la plaga en la provincia de Madrid. La memoria recoge los pueblos y las fincas infestadas, así como la langosta recogida y los gastos originados.
41. C. de AZCARATE y E. ABELA Y SAINZ DE ANDINO, 1877, pág. 131.
43. El empleo de la prestación personal y de las fuerzas del ejército en los trabajos contra la plaga de la langosta habían sido dictados por Reales Ordenes de 1 de setiembre de 1875 y 27 de marzo de 1876.
44. C. de AZCARATE y E. ABELA Y SAINZ DE ANDINO, 1877, pág. 19.
47. Ibidem, pág. 57. Al año siguiente, el domingo 24 de marzo de 1878, Azcárate dio una conferencia titulada "Langosta", dentro de las Conferencias Agrícolas de la Provincia de Madrid (Madrid, 1879), en la que volvía a insistir en "el carácter de una calamidad pública" aplicada a la langosta. Era preciso, señalaba, "que ya que el mal envolvía tal carácter de generalidad, todos tomaran parte en su destrucción: lo mismo los pueblos, que las provincias, que el Estado", en pág. 425.
48. El título completo es: Memoria de la campaña contra la langosta en 1900-1901 formada con los datos remitidos por los Ingenieros del Servicio Agronómico del Estado y procedimientos de extinción empleados en la República Argentina y en Argelia, Madrid, Imprenta de los Hijos de M.G. Hernández, 1901, 180 págs. + 10 láminas.
49. En realidad son los mismos que recomendaba la Ley VII de la Novísima Recopilación de las Leyes de España (1755), cuando señalaba que para el canuto se dictaban tres modos de extinción: el primero, romper y arar los sitios donde estuviera "con las orejeras del rastrillo"; el segundo, la aplicación de los ganados de cerda a los sitios plagados desde el otoño, "los quales, hozando y revolviendo la tierra, se comen el canuto, por ser aficionados a él, y les engorda mucho por lo xugoso y mantecoso que es"; y tercero, "el uso del azadón, azada, azadillla, barra, pala de hierro y madera, y qualquiera otro instrumento con que se levanta aquella porción de tierra que sea precisa para sacar el canuto"; y por último, la recogida a jornal del mismo.
52. MINISTERIO DE FOMENTO, 1900, 16 págs.
53. El contenido del Real Decreto de 14 de febrero de 1879 aprobando las bases para la organización del servicio agronómico en España puede verse en R. VALLEDOR, 1891.
54. Una exposición de la numerosa legislación sobre estas materias puede verse en R. VALLEDOR, 1891.
55. Diario de las Sesiones de Cortes, 6 de diciembre de 1878, pág. 3915.
56. Diario de las Sesiones de Cortes, 5 de julio de 1878, pág. 2746.
57. Diario de las Sesiones de Cortes, Apéndice duodécimo al nº 141, de 4 diciembre de 1878.
58. Ver en Diario de las Sesiones de Cortes, Apéndice al nº 59, de 10 de mayo de 1878. Las partidas con la misma finalidad no desaparecieron en los años siguientes. Así, en el presupuesto del Ministerio de Fomento de 1878-79 aparece otra partida de 500.000 pesetas con el mismo fin, la extinción de la langosta.
59.MINISTERIO DE FOMENTO, 1900, pág. 4.
61. M. MARTINEZ CUADRADO, 1978, pág. 374.
62. R. Garrabou: "Las transformaciones agrarias durante los siglos XIX y XX", en J. NADAL y G. TORTELLA, 1974, pág. 227.
63. Incluso los manuales de temas agrícolas de la época hacen referencia a las mismas. Ver, entre otros, los siguientes; A. BOTIJA: Resumen de un curso de agricultura elemental, Madrid, I. Moralela, 1878, 2ª edición, 596 págs.; E. ABELA y SAINZ DE ANDINO: Agricultura elemental, Madrid, G. Hernández, 1878, 2ª edición, XIII + 648 págs.; M. TORTOSA y PICON: Nociones de agricultura, Barcelona, Imprenta de Pedro Ortega, 1891, 7ª edición, XXIII + 424 págs. En realidad, la langosta es un tema recurrente durante todo el XIX en los textos sobre agricultura; ver también los diccionarios agrícolas, por ejemplo, los de J. ALVAREZ GUERRA: Nuevo diccionario de agricultura, teórico-práctica y económica, y de medicina doméstica y veterinaria, del abate Rozier, tomo VIII, Madrid, Imprenta y Librería de D. Ignacio Boix, editor, 1844; A. ESTEBAN COLLANTES y A. ALFARO: Diccionario de agricultura práctica y economía rural, tomo IV, Madrid, Imprenta a cargo de D. Antonio Pérez Dubrull, 1855; M. LOPEZ MARTINEZ, J. HIDALGO TABLADA y M. PRIETO y PRIETO: Diccionario enciclopédico de agricultura, ganadería e industrias rurales, tomo VI, Madrid, Hijos de D. J. Cuesta, editores, 1888.
64. C. AZCARATE y FERNANDEZ, 1893, 780 págs.
66. Diario de las Sesiones de Cortes, 19 de octubre de 1901.
68. Por ejemplo la publicación de la Junta provincial de extinción de langosta de Toledo titulada Instrucciones a los Alcaldes de la provincia y Juntas locales de extinción para que puedan realizar en el presente verano y próximo otoño una activa, enérgica y eficaz campaña por medio de las roturaciones o escarificaciones de todos los terrenos que resulten invadidos de gérmenes o canutos de langosta, Madrid, Imprenta Alemana, 1903, 14 págs.
69. Un ejemplo de ello es la sanción de empleo y sueldo al ingeniero agrónomo de la provincia de Toledo a principios de 1902. Su nombre, sin embargo, no aparece en el ruego del diputado Novales al entonces ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, Villanueva Gómez. Según el diputado que dirige su ruego al ministro, se ha "procedido contra ese ingeniero con un rigor verdaderamente inusitado". El ministro Villanueva expone las razones de la sanción; según éste, el ingeniero no realizó las necesarias inspecciones contra las langostas en un pueblo de la provincia, Alcolea del Tajo, a consecuencia de lo cual la plaga se propagó enormemente. La discusión puede seguirse en Diario de las Sesiones de Cortes del 19 de enero de 1902.
70. MINISTERIO DE FOMENTO, 1908, pág. 2.
71. La publicación de tales folletos, hojas divulgativas o conferencias sobre plagas del campo, y en concreto sobre plagas de langosta, estuvieron vinculadas a las actividades más o menos intensas de los ingenieros agrónomos. Queremos destacar aquí la labor desarrollada por el ingeniero José Cruz Lapazarán en el Consejo Provincial de Fomento de Zaragoza, que en el segundo y tercer decenio del presente siglo llevó a cabo un intenso trabajo de divulgación de los medios para combatir la langosta.
72. MINISTERIO DE FOMENTO, 1908, pág. 9.
74. Angel García Sanz en la presentación de la reedición en facsímil de la obra de B. ANTON RAMIREZ, 1988, pág. VI.
75. Ver A. SALIDO y ESTRADA, s/d., pág. 36. En realidad, Salido está haciendo uso de las prerrogativas de la ya mencionada real orden de 1876; ver nota nº 43.
78. El trabajo de Ignacio Bolívar, "Nota crítica sobre el libro titulado La langosta" apareció en Actas de la Sociedad Española de Historia Natural, nº 4, 1875, págs. 61-63. Los artículos de Balbino Cortés y Morales están recogidos en Observaciones sobre la langosta de la provincia de Madrid, y la destrucción de sus dehesas boyales, publicadas en el periódico El Campo, Madrid, Imprenta y Estereotipia de Aribau y Compañía, 1879, 16 págs.
79. A. SALIDO y ESTRADA, 1874, págs. X-XI.
86. Un estudio sobre las dificultades de la introducción de las técnicas microscópicas en la España ochocentista puede verse en V. CASALS, "La microscopia moderna en España", Mundo Científico, nº 103, junio 1990, págs. 670-676.
89. Sin embargo, la institucionalización a nivel de Estado de la idea de calamidad pública aplicada a las plagas, que tiene lugar con la ley de 1908, se produce gracias al trabajo de individuos como Agustín Salido o Casildo de Azcárate. Para este último ver nota nº 47. Por su parte, Salido, cuando en 1885 critica la ley de extinción de 1879, señala que la langosta debe tratarse con los mismos criterios que la filoxera y que "obligación debe ser del Estado, prevenirla, y remediarla hasta donde alcance su acción administrativa y protectora"; en A. SALIDO, 1885, pág. 8.
90. J. MORAL RUIZ, 1979, pág. 75.
91. Diario de las Sesiones de Cortes, 6 marzo de 1856.
92. A. SALIDO y ESTRADA, 1874, pág. 342.
97. Diario de las Sesiones de Cortes, 19 de abril de 1876.
98. A. SALIDO y ESTRADA, s/d, 40 págs.
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