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Desde 1857, año de fundación del Alpine Club en Londres, no han dejado de proliferar en Europa las sociedades dedicadas al estudio y disfrute de la naturaleza, y en particular la montaña por su espectacularidad. Este fenómeno hay que relacionarlo principalmente con la expansión de la clase media y la difusión del ferrocarril. Efectivamente, la consolidación de la burguesía supone que un amplio grupo cuente con las condiciones básicas para dedicarse con asiduidad al excursionismo: inquietud cultural, capacidad económica y tiempo libre. Pero dado que estos elementos se daban en general de forma más atenuada entre la clase media emergente que entre una aristocracia ya docta en viajes y ascensiones, el burgués precisaba de un medio de transporte rápido que le permitiera ir a visitar nuevos parajes y estar de vuelta el lunes para abrir el negocio. La construcción de la red ferroviaria en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX fue el detonante para pasar de una afición minoritaria al montañismo a una progresiva expansión del alpinismo, o excursionismo en su denominación española.
Los referentes culturales y prácticos con que contaba el nuevo excursionismo eran básicamente los viajeros ingleses y la literatura y pedagogía románticas. No en vano el primer club alpino fue constituido en Londres, capital de un país de orografía suave, y cuya clase dirigente, ansiosa de emociones fuertes, ya durante el siglo XVIII había establecido la moda de visitar Chamonix u otros enclaves turísticos para contemplar las montañas. Durante la primera mitad del XIX, esta admiración y tímidas correrías se convirtieron en ascensiones serias de la mano de guías especializados. El Alpine Club agrupó selectivamente a los montañistas más consumados, que iban coronando las principales cimas alpinas. La constitución del Club Alpin Suisse (CAS) en 1863 se debe entender, en buena medida, como una reacción nacionalista contra lo que se consideraba una colonización en altura. Durante estos años se fundaron también otros clubs alpinos como el C.A. Austríaco (1862), el Italiano (1863) y el Alemán (1869).
Este antecedente directo de los viajeros ingleses, pienso que debe complementarse con alguna referencia al ambiente literario y pedagógico, que sin duda influyó en el gusto entre la sociedad urbana por alejarse del perímetro edificado y adentrarse en un nuevo mundo de sensaciones y vivencias. En este sentido, desde principios del siglo XIX, la literatura romántica desarrolla el tema de la naturaleza y la montaña en particular, marco muy a propósito para subrayar las pasiones humanas en un medio desconocido e imprevisible, con súbitos cambios meteorológicos o de color que acompañan el estado de ánimo de los protagonistas. Este nexo entre romanticismo y naturaleza también se dejó sentir en los nuevos avances en el campo de la pedagogía. Son bien conocidos los antecedentes del ginebrino J.J. Rousseau, por cierto aficionado a la botánica y a las excursiones a pie. Pero quien creó escuela y contó con una amplia influencia fue H. Pestalozzi, según quien la enseñanza intuitiva suponía estimular la capacidad de cada alumno a partir de la observación directa del objeto de estudio. Ello aplicado a materias como la geografía o las ciencias naturales suponía que, inevitablemente, los niños realizaban en grupo excursiones instructivas. El debate y difusión de este método innovador también contribuyó a consolidar el sistema de ideas y valores previo a la consecución de un salto cualitativo consistente en que la clase media urbana incorporó en su vida cotidiana un espacio mucho más amplio.
Tan variadas influencias indican una complejidad considerable del fenómeno excursionista, en el que se suman objetivos y sensibilidades muy diversas. En este artículo se pretende mostrar estos contrastes de contenido y, además, en países distintos. Si inicialmente predominó la actividad propiamente científica en las sociedades excursionistas, centrada en la investigación de las ciencias naturales y la confección de mapas, muy pronto se fueron sumando los aficionados al arte, el folklore, la historia o simplemente la estética del paisaje y el ejercicio al aire libre. En los apartados siguientes se presentarán las realizaciones más significativas a estas disciplinas, pero desde el punto de vista de un aficionado, es fácil entender que la mezcla de los objetivos antes citados resulta atractiva, de ahí que en el desarrollo popular posterior del excursionismo se refleje este sincretismo, de difícil interpretación sin una visión histórica. A tal efecto, se desarrollarán a partir de aquí dos apartados para presentar, en primer lugar, el impulso inicial del alpinismo científico en Europa y, en segundo lugar, las principales realizaciones del excursionismo pionero en España, el catalán, i concretamente el barcelonés a partir de 1876.
El alpinismo científico.
Las primeras asociaciones de alpinismo en Europa irrumpieron con fuerza en el campo del estudio sistemático de la naturaleza, sin embargo, los ambiciosos objetivos trazados en un principio se vieron paulatinamente sustituidos por la concepción lúdica y deportiva de la exploración en grupo de la montaña. Este proceso adoptó diversas formas según el país que estudiemos. En este sentido, parecen ser los más significativos, por una parte, el pionero Alpine Club británico, donde las veleidades naturalistas fueron bien pronto eliminadas. Un caso muy distinto es el del Club Alpin Français (CAF), que promovió como veremos con éxito el estudio de la montaña hasta la I Guerra Mundial. Finalmente presentaremos la evolución y resultados de los proyectos de investigación en el seno del Club Alpin Suisse (CAS), también con características propias.
Como sabemos, la primera sociedad organizada de alpinistas fue el Alpine Club londinense, constituido a partir de la idea de un grupo de alpinistas ingleses que, en Agosto de 1857, decidieron ampliar su círculo de amigos y organizar un club selecto de montañistas consumados. En 1859 se contaban 134 socios que habían podido ingresar en la sociedad después de esgrimir su curriculum alpino. Su primer presidente fue el naturalista John Ball, y bajo su inspiración, en el primer volumen del anuario del Club se trazan los objetivos iniciales de la sociedad:
"... a principios de 1858 se decidió satisfacer el deseo generalizado entre los que exploraban las altas regiones montañesas con la formación del Alpine Club. Es sabido que muchos de los que se han comprometido en esta labor aprovecharán con gusto la oportunidad, al reunirse de vez en cuando, para comunicar información sobre anteriores excursiones y preparar nuevas proezas; y con la esperanza que la asociación contribuya indirectamente al progreso general del conocimiento, dirigiendo la atención de los no profesionales de la ciencia hacia cuestiones a las que puedan contribuir con resultados valiosos".
En estas líneas se expresa la voluntad recurrente en las sociedades alpinistas de colaboración con la actividad investigadora puntera. Y es que entre las filas de sus fundadores se encuentran naturalistas profesionales interesados en promover un "ejército de científicos" que, debidamente instruidos, iban a aportar una ingente cantidad de datos empíricos. A esta estrategia cientifista, se opusieron antes o después los portadores del estandarte lúdico, estético y deportivo, como una forma no utilitarista de concebir la afición montañera.
Efectivamente, en el caso del Alpine Club, los esfuerzos de John Ball no tuvieron continuidad en el club ya que, en general, los botánicos no eran buenos alpinistas, y los alpinistas no eran buenos botánicos, cualidades que sólo Ball reunía. Pero, de hecho, la razón principal estribó en que existían en el Club dos tendencias contrapuestas entre los que pretendían profundizar en el papel científico y los que concebían al alpinismo como una aventura. Las tensiones entre ambos grupos estallaron en 1861, cuando Leslie Stephen criticó, después de una comida en principio de confraternización, la actividad investigadora de los clubistas, tendencia ya minoritaria. El científico John Tyndall se ofendió y abandonó estrepitosamente la sala así como sus contribuciones al anuario del Club, en el que fue ganando terreno la crónica de sus intrépidos escaladores. Probablemente, en el alpinismo inglés se estaba dirimiendo una batalla por no ser absorbidos y utilizados por parte de las potentes instituciones científicas de aquel país, algunos de cuyos naturalistas pretendían conducir el movimiento alpinista por la senda de la colaboración empírica. De hecho, ya se contaba con un antecedente en esta línea, con la proliferación en los distintos condados de sociedades arqueológicas que unían los esfuerzos de los aficionados a la historia, los monumentos y los hallazgos arqueológicos; pero en este caso contaban con el estímulo y dirección de la Asociación Arqueológica Británica, donde se reunía y aprovechaba toda la información que por esta vía les llegaba. Este es el modelo que probablemente los alpinistas rechazaron.
El alpinismo francés, por el contrario, muestra una actividad científica común, llevada a buen puerto por un grupo homogéneo que asumió la dirección. Probablemente su carácter descentralizado, no elitista y con numerosas sedes regionales, permitieron a cada socio profundizar en la línea más a su acomodo dentro del alpinismo. Pero, en todo caso, la línea oficial diseñada desde un principio hizo hincapié en la investigación. Así lo afirmó Adolphe Joanne, fundador del CAF y de sus publicaciones, en el prefacio del segundo anuario del Club; según él, no se trataba de una revista literaria, sino de "una síntesis geográfica, científica y estadística, donde los hechos, las observaciones y las cifras contarán con la debida preferencia".
Efectivamente, el CAF llevó a cabo una densa actividad científica hasta la I Guerra Mundial sin discrepancias intestinas que entorpecieran su labor. Se pueden distinguir dos periodos. En el primero, entre 1874-1902, la actividad investigadora no estuvo dirigida por consignas del Comité central o amplios proyectos coordinados. El Club dirigió sus esfuerzos en las dos líneas también predilectas en el Club Alpin Suisse, como veremos más adelante. Se trata de la topografía y la glaciología (véase Mundo Científico nº 69). El segundo periodo (1903-1914) se caracterizó por la instauración de la Comisión de Topografía y Toponimia, animada por militares deseosos de impulsar la cartografía de las zonas de montaña. Sin embargo, esta Comisión languideció a causa del debate entre pirineistas y alpinistas, que propugnaban escalas pequeñas (1:100.000 y 1:50.000) y grandes (1:20.000) respectivamente. A pesar de todo, desde el ámbito oficial, la Commission des Travaux Publics perseveró en esta línea de trabajos y se impulsaron cartas sobre el Pirineo que comprendían la vertiente española. En este caso se constató la escasez de mapas y sólo se pudieron utilizar los datos de F. Coello y de C. Ibáñez de Íbero. En concreto, el Estado Mayor Francés encargó al coronel Prudent la confección de un mapa a 1:500.000 que incluía todo el Pirineo y que fue publicando entre 1874 y 1881. Con la ayuda de algunos colaboradores, Prudent se basó en 910 lecturas barométricas, publicadas en el Anuario del CAF. Asimismo, entre 1882 y 1901, F. Schrader publicó seis hojas de todo el Pirineo Central, con lo cual, globalmente, la cartografía pirenaica de la época fue realizada principalmente por franceses ligados al CAF.
Para terminar con esta serie de relatos sobre el planteamiento científico inicial del alpinismo europeo y su éxito desigual, acabaré refiriéndome al Club Alpin Suisse, cuya primera propuesta de creación fue presentada por R. Th. Simler, profesor de geología y química en la Universidad de Berna. El 20 de Octubre de 1862 envió una circular a personajes significativos de los distintos cantones suizos, científicos en su mayor parte, para que informaran sobre las personas posiblemente interesadas en la fundación de un club alpino para fomentar el conocimiento de la montaña patria y contrarrestar así el liderazgo científico y deportivo del Alpine Club en Suiza. La iniciativa de Simler partió de su convencimiento de que el alpinismo helvético se estaba desarrollando, pero de forma dispersa, y creyó llegado el momento de aunar esfuerzos. En su circular, afirma que "los tiempos han canviado y empieza a ser necesario que todos los amigos de las montañas se agrupen en una gran asociación con la finalidad de explorar metódicamente nuestros Alpes, hasta los últimos valles y ganar las cimas aún vírgenes. Además, las descripciones vigorosas e instructivas transmitirán al público las informaciones recogidas".
Este fragmento de la misiva resume el espíritu y sentido inicial del CAS. Se trataba de fundar una asociación de amplia base social entre todos los amantes de las montañas del país. Simler integra hábilmente el objetivo deportivo -ganar cimas-, el literario -descripciones de excursiones- i el científico. Este último actúa como eje central, ya que "la exploración metódica" parece ser el objetivo básico desde estos inicios, del qual se derivarán los otros dos. Durante los primeros años, el esfuerzo del CAS se centrará en la promoción del estudio de los Alpes de forma directa e indirecta. Directa a partir de proyectos concretos de investigación, e indirecta a través de la financiación de estudios, construcción de cabañas utilizadas por especialistas, y el establecimiento de itinerarios. De manera que el CAS contribuyó al conocimiento de los altos Alpes, región aún poco conocida y de difícil acceso.
El CAS se presentó pues como una sociedad para la popularización de la investigación científica. Fueron principalmente naturalistas los impulsores del movimiento, al que se sumaron rápidamente amplios sectores de la burguesía. En 1875 contaba ya con 1.915 miembros. Pero la ampliación del cuerpo social suponía integrar distintas sensibilidades y puntos de vista, donde la actividad investigadora era sólo uno de ellos. El CAS, como el resto de clubs alpinos, mantenía una idiosincrasia de acuerdo con las características del país. En el caso de Suiza, reciente aún en la memoria la guerra civil que enfrentó a los cantones católicos con los protestantes, el CAS cumplió la misión de estrechar las relaciones entre unos y otros y contribuir al conocimiento entre las distintas culturas del país: la germana, la francesa y la italiana. En cuanto a las realizaciones estrictamente científicas, se pasó de pretender realizar cartografía a estimular y subvencionar su publicación, mérito éste considerable. En el campo de la glaciología sí cumplió un papel central de coordinador de algunas actividades y difusor de los resultados, no sólo en la observación de los glaciares sino en la localización de los bloques erráticos, estas masas de piedra que muestran la amplitud anterior de las glaciaciones. En este sentido, Alphonse Favre realizó desde las páginas del boletín de las secciones de los cantones franceses, el "Echo des Alpes", una exitosa labor de estímulo para aportar datos en esta línea, muy útiles para el auténtico director de la investigación, una vez más una institución especializada: la Oficina Topográfica Federal.
En el caso español, la personalidad del movimiento no obedece solamente al cambio de denominación de esta actividad, el excursionismo, sino que se refiere a una cuestión de fondo: la investigación no se centra tanto en la cartografía y, a partir de ahí, el estudio de las ciencias naturales de la montaña, sino en la historia y el arte del país. La segunda gran diferencia deriva de la primera en cuanto que el ámbito de estudio necesariamente varía, al no interesarles a nuestros excursionistas únicamente la montaña, sino el país en su conjunto en cuanto que teatro de la historia o exponente de bellezas artísticas.
Principios y realizaciones del excursionismo catalán.
Las dos primeras sociedades excursionistas en España fueron constituidas en Barcelona en 1876 y 1878. Se trata de l'Associació Catalanista d'Excursions Científiques (ACEC) y de l'Associació d'Excursions Catalana (AEC), que en 1891 se fusionaron para crear el Centre Excursionista de Catalunya (CEC). Esta última es aún hoy la principal asociación en su ámbito, a pesar de la proliferación de pequeños grupos a partir de principios del siglo XX.
En apoyo de la idea de que el excursionismo es un movimiento urbano, el otro gran centro español se sitúa en Madrid, donde estos grupos estuvieron muy ligados a los promotores de la renovación pedagógica y el montañismo tuvo inicialmente un desarrollo distinto. Así, la Sociedad para el estudio del Guadarrama, fundada por naturalistas en 1886, adoptó como canal de difusión de su ideario el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, donde ya se venían estimulando las excursiones en grupo para conocer los alrededores de Madrid y recabar datos de interés. A partir de aquí nos centramos en el caso catalán, aunque lo que aquí se desarrolla quizá pueda ser utilizado para una interpretación más general del excursionismo.
Para entender los resultados y la orientación de la actividad excursionista en Cataluña es básico conocer las ideas dominantes sobre la ciencia en cada momento. El excursionismo catalán ha sido influido principalmente por el romanticismo, el sistema de ideas predominante en Cataluña durante el siglo XIX, aunque existió un claro paréntesis durante los años sesenta y setenta, coincidiendo con la gestación y alumbramiento de las dos primeras sociedades excursionistas, la ACEC y la AEC. Sus jóvenes fundadores fueron influidos por las ideas positivistas de Auguste Comte en relación a la metodología de investigación en ciencias naturales y sociales. Sin embargo, pronto se impondría nuevamente el historicismo, que marcó la actividad excursionista. Positivismo e historicismo, dos formas bien distintas de entender la investigación científica (Capel, 1981), encontraron un objetivo común en la Renaixença catalana. Este movimiento agrupó todos los esfuerzos para recuperar la cultura propia de Cataluña, su lengua, sus tradiciones e incluso estimuló el conocimiento de la naturaleza del país. Tal programa podía realizarse sin embargo a partir de métodos distintos, y es en el ámbito positivista donde las dos primeras asociaciones dieron sus primeros pasos. El artículo primero de la ACEC señala esta opción, donde la información sistemática prevalece sobre la opción romántica de proyectar los sentimientos del estudioso en el objeto de investigación. Este artículo primero reza así:
"La Asociación Catalanista de Excursiones Científicas, con sede en Barcelona, se propone recorrer el territorio catalán para conocer, estudiar y conservar todo lo que ofrezcan de notable la naturaleza, la historia, el arte y la literatura en todas sus manifestaciones, así como las costumbres características y las tradiciones populares del país; propagar estos conocimientos y fomentar las excursiones por nuestra tierra para conseguir que sea debidamente conocida y amada".
Vale la pena detenerse en este texto, que orientará la actividad de los excursionistas y marcará la redacción de los sucesivos estatutos de los excursionistas. Se constata que es desde la ciudad de Barcelona de donde se recorrerá el país, con una voluntad de estudio, no como diversión. La ACEC, así como la AEC, fueron sociedades de estudiosos; la pretensión de disfrutar la estética del paisaje y practicar los deportes de montaña, se desarrollarán más tarde. La primera inquietud es el conocimiento, y se pretende conocerlo todo en conjunto, recuperando así el método de catalogación tan caro a los ilustrados, antecesores de los positivistas. A continuación se especifican los objetos de estudio: la naturaleza, la historia del arte, la literatura y la etnografia. La sociedad pretende estimular estos estudios para conocer y amar Cataluña, he aquí un elemento patriótico de acuerdo con el ambiente de la Renaixença cultural catalana. Esta declaración de amor marca claramente la distancia en relación a los ilustrados. Tanto éstos como los positivistas pretendían estudiar el país para mostrar sus cualidades y paliar sus defectos. Sin embargo los ilustrados eran en general más críticos, mientras que los primeros excursionistas catalogaban sistemáticamente una realidad que amaban, es decir que se identificaban más con su objeto de estudio, y es que el romanticismo entre ambos no había pasado en balde.
Las sociedades posteriores tendrán en cuenta este histórico artículo primero, pero cambiarán sus objetivos, como iremos comprobando. En primer lugar, hay que subrayar el significado de los objetivos expuestos por las sociedades excursionistas decimonónicas. En este sentido, hay que tener en cuenta que, en el campo de la historia natural, no existía una institución propiamente catalana, ya que la Institució Catalana d'Història Natural no se constituyó hasta 1899. Por otra parte, estaban la Universidad, el Museo Martorell y el Seminario Conciliar con un importante museo, pero estas instituciones, por distintos motivos, se encontraban fuera del reconocimiento y el ámbito de acción de las sociedades excursionistas. Quizá por cuestiones corporativistas, los excursionistas, muy ambiciosos como corresponde a la edad de sus fundadores, entre 17 y 18 años, pretendían rehacerlo todo. A pesar de que existían diversos grupos que en Barcelona llevaban a cabo un trabajo coherente en distintos campos de las ciencias naturales, las sociedades excursionistas se mantuvieron al margen de los citados centros oficiales, lo cual provocó una falta de coordinación con las líneas de investigación en marcha. Los contados artículos publicados en los boletines de la ACEC y de la AEC a propósito de excursiones naturalistas son, en realidad, pequeños resúmenes sobre aspectos muy diversos y en conjunto poco relevantes.
Por otra parte, el ámbito de la geografia, como conocimiento sintético del territorio y sus divisiones, obtuvo un desarrollo más notable, pero de igual forma, los grandes proyectos no fueron totalmente acabados. En este campo, hay que relacionar el esfuerzo para conseguir un mapa moderno de Cataluña con el estudio sistemático de las comarcas, ambos aspectos ligados al catalanismo político que impulsó lógicamente el conocimiento y división administrativa más adecuada del territorio patrio. Ya en las primeras reuniones de la ACEC, Antoni Massó propuso la elaboración de un mapa de Cataluña, reclamo este constante en los centros excursionistas de Barcelona y en el que se empezará a trabajar a finales de siglo. En primer lugar se requerían estudios de detalle del territorio, útiles para guiar al excursionista pero también como material de base para el futuro mapa. En esta línea había que instruir a los socios y así lo hizo el director de la Escuela de Náutica, Josep Ricart i Giralt en una conferencia pronunciada en la AEC en 1880. Además esta Asociación decidió contribuir a la medición de alturas, escogiendo el macizo del Montseny, y entre 1880 y 1881 se publicaron en el Boletín de la AEC numerosas mediciones y noticias sobre los avances en cartografía.
Como culminación de esta línea, más adelante, ya fundado el CEC, en 1898 se decidió impulsar una labor sistemática de estudio semestral de cada una de las comarcas naturales catalanas, reuniendo todos los trabajos desde la geología hasta el folklore, para así determinar el carácter propio de cada una de ellas. Esta síntesis debía incluir un mapa comarcal que, a su vez y debidamente conjugado, debía dar lugar al ansiado mapa de Cataluña. Pronto se dieron cuenta de lo excesivamente ambicioso del proyecto, pero los esfuerzos para conseguir el mapa persistieron. En el I Congreso Excursionista celebrado en Lérida en 1911 así quedó patente; en su ponencia, Pere Domènech propuso a los centros excursionistas para acometer el mapa, como lo habían hecho el Club Alpino Francés o el aotomóvil-club de este país, y expuso además la metodología de trabajo. Tres años más tarde, la Diputación de Barcelona organizó un servició para realizar un mapa de Cataluña siguiendo el modelo de Domènech (Montaner, 1995). A partir de este momento, con la referencia de un organismo oficial, la contribución de los excursionistas resultó más cómoda: se dedicaron a la difusión de las técnicas y la orientación para que los excursionistas pudieran aportar mapas de zonas puntuales así como itinerarios. Resulta significativo que en 1919 organizaron una exposición cartográfica, en clara relación con la campaña del partido de la Lliga Regionalista para reclamar un estatuto de autonomía. En definitiva, los centros excursionistas actuaron como eficaces plataformas de reivindicación del mapa de Cataluña. Su labor como impulsoras y difusoras de la actividad investigadora debe ser valorada, pero nunca sustituyeron lo que sólo puede ser acometido por un centro especializado. Cuando lo intentaron confundiendo sus objetivos, fracasaron.
En definitiva, inicialmente, el objetivo de las primeras sociedades excursionistas fue el estudio y catalogación sistemática de la riqueza natural, arquitectónica, etnológica e histórica de Cataluña. El resultado fueron breves e informativos resúmenes de excursión en sus boletines, ilustrados con dibujos y donde se señala el itinerario seguido y la descripción de todo lo observado, lo cual está de acuerdo con la literatura naturalista de la época. A esta primera generación de excursionistas los motivaba la misión de trabajar para Cataluña más que disfrutar de sus bellezas. En armonia con el positivismo dominante durante los años setenta, su función era mostrar el camino para un trabajo empírico muy ambicioso. El objetivo de los promotores fue el de obtener la colaboración de un número importante de catalanes ilustrados para conseguir catalogar la información ofrecida por los castillos en ruinas, los tesoros de las parroquias y los documentos polvorientos. Si bien es evidente que el sentimiento patriótico los impulsaba en esta dirección, ello no se explicitaba en sus artículos, que patentizan una reacción contra la historiografia romántica. Los resultados del excursionismo catalán en este ámbito fueron mucho más productivos que en el de las ciencias naturales. En todo caso, esta línea de trabajo, que aportó sobrios artículos de investigación, pronto se tornó minoritaria. Desde 1878 en la ACEC y un año después en la AEC, se manifiestó primero para imponerse después un nuevo género de artículo, con un contenido y un estilo parecido al de los clubs alpinos europeos y al de la literatura catalana romántica. Esta nueva tendencia se interesó por los paisajes impresionantes y el espectáculo de la naturaleza, de forma que el excursionismo se centrará paulatinamente en la alta montaña y estimulará así el deporte del montañismo. Evidentemente, una vez que el excursionismo concibe la montaña como objetivo prioritario, entra en contradicción con su primitivo objetivo de estudio. El nuevo estilo de excursiones y de artículos se fue imponiendo poco a poco, pero no sin tensiones entre los que pretendían mantener los principios iniciales y los que valoraban los nuevos elementos morales, estéticos, deportivos y patrióticos del movimiento. En todo caso, queda fuera de duda la riqueza y variedad del movimiento excursionista, lo cual posibilita que su estudio histórico esté inspirado por diversos puntos de vista y aproximaciones que sin duda complementarán lo aquí expuesto.
Para más información:
CAPEL SÁEZ, Horacio Filosofía y ciencia en la geografía contemporánea. Una introducción a la geografía, Barcelona, Barcanova, 1981.
MARTÍ-HENNEBERG, Jordi L'excursionisme científic, Barcelona, Alta-Fulla, 1994.
MARTÍ-HENNEBERG, Jordi - MARTÍNEZ, Rª M. - VALVERDE, M.C. L'excursionisme a Lleida (1884-1936), Lleida, Ajuntament de Lleida, 1995.
MONTANER GARCÍA, M. Carme La cartografía topogràfica realitzada a Catalunya: de les iniciatives d'arrel privada a les propostes de l'Administració catalana (1833-1941), Tesis Doctoral, Departamento de Geografía Humana, Universitat de Barcelona, 1995.