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Scripta Vetera 
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
LA ELECTRICIDAD EN CATALUÑA, UNA HISTORIA POR HACER
 
Horacio Capel
 
"La electricidad en Cataluña, una historia por hacer. Conclusiones" de Las Tres Chimeneas. Implantación industrial, cambio tecnológico y transformación de un espacio urbano barcelonés, Barcelona, FECSA, 1994, 3 vols., 226 + 222 + 226 págs. (vol. III, págs. 165-216). Trad. catalana: Les Tres Ximeneies. Implantació industrial, canvi tecnològic i transformació d'un espai urbà barcelonés, Barcelona, FECSA, 1994, 3 vols.
[Depósito legal: B. 23927-1994 y B. 23926-1994]
Copyright: FECSA (Fuerzas Eléctricas de Cataluña, S.A.)


Este libro se concibió como una historia de la central térmica de Mata, pero ha acabado siendo también una historia de las sociedades a las que ha pertenecido dicha central y el espacio en que se construyó. Desde esa nueva dimensión, los autores nos hemos visto asimismo obligados a reflexionar sobre la historia del proceso de electrificación de Cataluña.

Los resultados de esas reflexiones y de los datos reunidos para elaborar esta obra son múltiples. Pero, en el nivel mas general, hay una que se impone por encima de todas, y que puede formularse así: sin la electricidad no habría habido desarrollo económico de Cataluña durante el siglo XX.

En efecto, en un territorio cuya base energética ha estado gravemente afectada por la carencia de carbón, la electricidad proporcionó una energía abasolutamente insustituible para la industria catalana y para la actividad económica en general. El elevado grado de dependencia energética, que algunos autores han estimado en un 70 por ciento durante la segunda mitad del siglo XIX, pudo ser parcialmente mitigado, primero por las centrales térmicas con instalaciones cada vez mas potentes y eficientes, luego, sobre todo, por los aprovechamientos hidraúlicos de los ríos pirenaicos y, finalmente, por las centrales térmicas nucleares.

Las empresas que hemos tenido la ocasión de estudiar, y que están ligadas todas ellas por relaciones de continuidad, han proporcionado una parte importante de esa base energética.

A partir de 1883 la primera gran central instalada en la calle de Mata por la sociedad Española de Electricidad facilitó, con sus 220 kW de potencia, la parte esencial de la electricidad consumida en Barcelona. Mas tarde, los generadores instalados por la Compañía Barcelonesa de Electricidad tras su constitución en 1896 fueron proporcionando una parte creciente de la producción eléctrica catalana; del 12 por ciento hacia 1905 al 30 por ciento un lustro después. La entrada de Barcelona Traction y la construcción de los equipamientos hidroeléctricos supuso un incremento considerable de la potencia, convirtiendo a la empresa en la mayor del sector en toda España: en 1925 generaba casi una tercera parte de la energía eléctrica total producida en España y el 70% de la de Cataluña; la proporción se reduciría en los años siguientes en lo que se refiere a España, pero se mantuvo en lo que se refiere al Principado: en 1933 la producción del grupo de Barcelona Traction, suponía todavía mas del 20% de la total española.

A partir de los años 1950, con la creación de FECSA, se dió un nuevo impulso a las construcciones hidroelécticas, se aumentó la potencia de las centrales térmicas y se instalaron las mas potentes centrales nucleares del país. De todas maneras, como el desarrollo económico español dio lugar a esfuerzos considerables en otras regiones, la participación de la empresa en el mercado eléctrico descendió relativamente: desde un 13% de la producción total española en 1951 a un 10% en 1975 y a un 7% en la actualidad. Aún así, su importancia ha seguido siendo considerable en el mercado eléctrico catalán: a fines de los años 70 suponía aún el 58% del mismo, y hacia mediados de los 80 todavía representaba, a pesar de la venta de una parte de su mercado a ENHER, un 48% del mercado catalán.

Esos simples datos bastan, me parece, para dar una idea clara de la trascendencia que tienen para Cataluña las empresas cuya historia nos ha sido posible contar en esta obra.

Pero, además, el proceso de electrificación ha tenido consecuencias muy profundas para la vida social y para la organización territorial de Cataluña y ha sido un vehículo para la renovación de las actividades económicas, para la llegada de innovaciones técnicas y la transformación de la gestión empresarial. Ha supuesto, en definitiva, un instrumento esencial para la modernización del país y para su integración en un sistema técnico contemporáneo.

El desarrollo de la electricidad en Cataluña sigue desde sus comienzos, con gran aproximación, el mismo modelo que en otros países avanzados. Una primera fase de experiencias aisladas en la que el papel de los pioneros innovadores es muy importante y que da lugar al esfuerzo de algunos de ellos (como Dalmau o Xifra) para organizar una empresa de producción y distribución, empresa que en Cataluña -y es la peculiaridad de un medio técnico dependiente- fracasa y no puede pasar a una fase superior de consolidación y expansión.

Esta fase es seguida por la constitución de empresas viables que por las dificultades en la transmisión de la energía, debe actuar en lugares donde se concentran gran número de consumidores potenciales en un espacio reducido, es decir, en las ciudades. En el caso de Cataluña esta ciudad fue, ante todo, la de Barcelona y luego otras de cierta talla con grupos sociales dinámicos y emprendedores. Se trata de mercados con limitaciones desde el punto de vista de la producción térmica -por los precios elevados del combustible -y del consumo- consumidores diversos con requisitos diferentes: alumbrado público y privado, tracción, usos industriales. De ahí surge la necesidad de pasar a otras fuentes energéticas (la hulla blanca) y a un sistema universal de distribución. Este paso se da en Cataluña con la introducción de la corriente alterna en 1906 y, en lo que se refiere a la nueva fuente energética, tras diversos tanteos de alcance limitado (primeras concesiones hidráulicas en los Pirineos, salto de CBE en el Llobregat), con la puesta en práctica del proyecto de Montañés, gracias al apoyo de Pearson.

El rápido desarrollo de la electricidad en Cataluña fue posible por la existencia de un medio social, económico y técnico acogedor y a una capacidad de movilización de capitales, saber técnico, trabajo y gestión empresarial sin precedentes en España hasta ese momento. Dedicaremos brevemente alguna atención a dichas cuestiones a manera de conclusión de este libro.
 

Un medio acogedor

No cabe duda de que Cataluña constituyó un medio social, económico y técnico acogedor para la recepción de la electricidad. Por un lado, existía un desarrollo industrial y urbano importante y, que tras las desilusiones producidas por la infructuosa búsqueda de carbón en el Principado, era sensible a los nuevos recursos energéticos. Por otro, había también un dinámico ambiente intelectual, preocupado tempranamente por el desarrollo de la ciencia y por la incorporación de los avances técnicos, muy apropiado, por consiguiente, para acoger las innovaciones que en este campo se producían. En el nivel superior hay que citar, desde luego, además de la universidad, la existencia de la Academia de Ciencias, la Escuela de Ingenieros Industriales -que explica la de figuras como Dalmau y Xifre-, y otras instituciones de grado superior y medio. Pero en niveles inferiores no hay que olvidar la gran cantidad de iniciativas mas limitadas y en buena parte desconocidas, de gran importancia para la difusión de los conocimientos eléctricos a un nivel básico, el que hacía posible la existencia de instaladores, montadores y obreros especializados en el campo de la electricidad; como esa "Academia de Telegrafía" fundada por F. Arce e instalada en la calle de Basea, 19, 2§, que estaba orientada especialmente a preparar a los empleados de los ferrocarriles y, de manera mas general, a individuos "que carecen de los conocimientos de física y matemáticas mas indispensables para entrar en las teorías y fórmulas de la electricidad", que acabó publicando diversos libros para sus estudiantes.

Ese ambiente acogedor se refleja tempranamente en la recepción de las innovaciones que se produjeron en el campo de la telegrafía y, luego, de la telefonía, dos sistemas de comunicación a distancia que se basan en el uso de la electricidad y que en su desarrollo interaccionan de forma profunda con las investigaciones sobre la producción de dicha energía.

Desde el principio existió una circulación rápida de ideas en el campo de la electricidad. Se ha dicho que la tecnología de la electricidad tuvo desde el comienzo un carácter internacional, en el sentido de que se formó una verdadera comunidad supranacional de científicos y técnicos que se comunicaban rápidamente las ideas y transmitían sus inventos de unos países a otros -previa inscripción, claro está, en el registro de patentes. Cataluña, y toda España, aunque con un desarrollo técnico mas limitado y en parte dependiente, formaban parte de dicha comunidad científica.

Sorprende ver la rapidez con que se conocían y comunicaban las invenciones que se producían en otros países. En un primer momento, la visita a las exposiciones internacionales permitió conocer las novedades que se producían, y que eran rápidamente difundidas en nuestro país. Pero serían los libros, originales y traducidos, y las revistas especializadas (como El Telegrafista Español, La Electricidad, Anales de Electricidad y otras) las que mas decisivamente contribuyeron a la generalización de los conocimientos eléctricos. En ese sentido, las editoriales e instituciones barcelonesas realizaron, sin duda, un gran esfuerzo, y desde fines del siglo XIX existió una amplia gama de obras dirigidas a niveles de especialización muy diferentes, desde el ingeniero al aprendiz y al público en general y que incluye gran número de libros sobre "la electricidad al alcance de todos", "cartillas" y "catecismos" eléctricos y manuales para el oficial o el montador electricista.

Sin duda es ese ambiente intelectual acogedor, mantenido y acrecentado durante el siglo XX, el que explica que en Cataluña se adoptaran tempranamente las innovaciones mas importantes que se iban produciendo, a veces con pocos meses de diferencia respecto a su aparición. He aquí algunos ejemplos: la aplicación de las máquinas Gramme se hizo poco después de su presentación en la Exposición de Viena en 1873; la celebración en Francia en 1902 del primer congreso sobre la hulla blanca es contemporáneo de las primeras experiencias que se realizan para explotar los recursos hidroeléctricos del Pirineo; la corriente alterna se produce en Cataluña en centrales de pequeño tamaño desde principios de siglo y a gran escala desde 1906; en 1904 se inauguró en Chicago la primera línea de 33.000 voltios a partir de una gran central térmica, y dos años mas tarde se produce en Cataluña la transmisión a 6.000 voltios, desde la central de Mata. Muy poco después la línea a 110.000 V fue la primera línea de esas características en Europa.

Esa capacidad de rápida recepción e incorporación de las innovaciones que se producen se ha mantenido durante todo nuestro siglo, y en el campo de la organización de la industria eléctrica se refleja en aspectos muy diversos que incluyen, entre otros, la construcción de presas, la adopción de nuevos tipos de cemento, la construcción de transformadores elevadores a pie de central, de transformadores reductores en estaciones receptoras, de convertidores de corriente alterna en corriente continua, de sistemas de refrigeración o, mas recientemente, de técnicas para la producción de energía nuclear o para la construcción de centrales reversibles.
 

Las batalla del alumbrado y de la tracción

La aplicación de la electricidad en Cataluña fue muy temprana, tanto en el campo de la iluminación como en el de la tracción eléctrica y la industria.

Durante los años 1880 y hasta mediados de la década final del siglo, período que corresponde, en bloque, al de funcionamiento de la Sociedad Española de Electricidad, la tecnología eléctrica era todavía incierta, con gran número de problemas tanto en lo que se refiere a la producción a gran escala, como a la transmisión -que solo podía hacerse a pequeñas distancia- y a sus usos. La calidad de la iluminación era menor que la que podía obtenerse con otra fuente alternativa como el gas, y el funcionamiento era inseguro, con fluctuaciones o "eclipses" y peligro de averías. Tampoco era clara la ventaja de la electricidad para su utilización en la industria frente a las máquinas autoproductoras que utilizaban el gas, con un coste mas bajo durante muchos años. Como hemos visto, la competencia entre el gas y la electricidad tuvo durante mucho tiempo un resultado indeciso - y las nuevas orientaciones actuales respecto al uso del gas y su transformación energética por los consumidores domésticos o industriales, indica que su derrota ha podido ser solo pasajera.

En los primeros años fue preciso crear la demanda. En este libro hemos reunido abundantes testimonios de las dificultades que hubo que vencer para difundir la electricidad, y la fuerte competencia del gas. Lo que explica las reticencias que podía haber para la inversión de capitales.

La competencia fue especialmente grande en el campo del alumbrado. La electricidad tuvo en sus comienzos el prestigio derivado de su utilización como elemento de lujo, en establecimientos frecuentados por los poderosos. Durante la primera fase de su difusión, la electricidad era efectivamente un producto de lujo, la luz de los ricos se la ha llamado, pero eso no le aseguraba un consumo masivo.

De todas maneras, las ventajas de la electricidad sobre el gas eran grandes: limpieza, ausencia de olores, comodidad de uso, seguridad; aunque sobre este último punto los potenciales consumidores eran repetidamente advertidos por las empresas del gas sobre el peligro de electrocución. Aunque frente a ello, la publicidad sobre las ventajas de esta nueva energía podía tener también impacto entre consumidores que habían conocido por la prensa el riesgo de las explosiones de gas. En cualquier caso, su empleo en teatros, cafeterías y grandes almacenes hizo que su uso se fuera extendiendo entre los grupos de rentas altas, provocando con el tiempo un efecto de mimetismo que si tardó en producirse no fue por ello menos eficaz.

Lo que podemos llamar la batalla de las lámparas tuvo su trascendencia en la difusión del consumo. La luz de gas, mas cálida al principio, tenía ventajas respecto al arco voltaico y a las primeras lámparas eléctricas de incandescencia. Pero vio crecer la competencia con las mejoras que se fueron introduciendo en éstas.

Los arcos voltaicos daban una iluminación muy intensa y molesta a corta distancia. Eran mas apropiados para el alumbrado público, para faros marítimos y para la iluminación del trabajo de construcción nocturno, donde superaban a la luz de gas.

Las lámparas de incandescencia eran mas aptas para el interior y para espacios reducidos. Empleadas en la industria daban también la posibilidad de que el trabajador tuviera su propia luz para iluminar tareas específicas. Especialmente útil para trabajos donde la visión era importante, tales como imprentas, fábricas textiles, o talleres de confección. Por ello hemos visto que bien pronto se aplicó en establecimientos industriales.

Pero en todo caso, en los primeros años la iluminación eléctrica tenía usuarios escasos. Se trataba, sobre todo, de iluminación pública o bien de establecimientos de lujo (teatros, restaurantes, hoteles). No era un consumo de masa. Sin duda su empleo en establecimientos comerciales como El Siglo suponían un paso mas en su difusión, pues el número de personas que se ponían en contacto con esta forma de alumbrado se incrementaba en forma considerable.

Las cifras de iluminación pública y privada en Barcelona aumentaron rápidamente, con un ritmo semejante al de otras grandes ciudades europeas, aunque con cifras totales inferiores y un ligero desfase en el tiempo. En 1896 París tenía 35.000 abonados al gas y 9.250 a la electricidad; a esta última cifra se aproxima la de abonados que tenía doce años mas tarde la Compañía Barcelonesa de Electricidad, una de las dos que actuaban en Barcelona -aunque, mientras tanto, París había doblado su número.

El segundo campo importante de aplicación de la energía eléctrica fue el de la tracción mecánica.

El cambio de los tranvías hipomóviles a los de tracción eléctrica representó, sin duda, un paso destacado en el incremento del consumo de electricidad. Desde la década de 1880 se produjeron en Estados Unidos y en Europa innovaciones importantes en lo que se refiere a la transmisión de corriente y al motor de tracción. En este campo la electricidad no tuvo competidores y su difusión fue relativamente rápida. En 1897 el 88% de las líneas de tranvías de Estados Unidos eran ya eléctricas, facilitando el acceso a las extensas areas suburbanas en rápida expansión; y en Gran Bretaña, donde el cambio del caballo a la electricidad se hizo a partir de 1892, dicho porcentaje se había alcanzado ya en 1905.

Los tranvías solo eran rentables en ciudades de mas de 100.000 habitantes, lo que reduce considerablemente las posibilidades de su difusión en Cataluña. Aún así, no dejaron de existir iniciativas en ese sentido en diversas ciudades catalanas. En lo que se refiere a Barcelona, los trabajos pioneros de Castillo y Riu y los mas recientes de Oyon y Monclús han permitido conocer las etapas de esta transición rápida desde el tranvía hipomóvil al eléctrico, iniciada en Barcelona en 1899. Aunque durante mucho tiempo siguió siendo un medio de transporte caro, las cifras disponibles muestran su rápida difusión.

Los tranvías contaron con plantas productoras propias durante bastante tiempo. En Gran Bretaña en 1907 la mitad de la electricidad usada por los tranvías y el 90% de la usada por el ferrocarril era generada por instalaciones propias, por lo que no tenían que comprar la energía a las compañías eléctricas. También en Barcelona sucedía así en los años iniciales del siglo XX, como hemos visto. No resultaba económico comprar la electricidad al coste en que esta se vendía para iluminación. Solo cuando se aplicaron tarifas diferenciales que favorecían a las compañías de tranvías pudo ser rentable conectar a la red de distribución universal. En lo que respecta al ferrocarril, la reducida electrificación que tuvo durante mucho tiempo en España no permitió aumentar la demanda y supuso una dificultad para las compañías eléctricas.
 

El sistema de distribución universal

En el aumento del consumo de electricidad tuvieron gran incidencia las mejoras técnicas que se realizaron desde finales del siglo XIX. Por un lado, como hemos dicho, mejoras en el campo de la iluminación, que hacían mas agradable el uso del alumbrado eléctrico, y mejoras en la tracción eléctrica, que facilitaron su aplicación a los tranvías y, poco después, a los ferrocarriles. Pero, sobre todo, mejoras técnicas en la producción y distribución que permitieron abaratar considerablemente el coste de esta energía.

Unas de las claves de la difusión de la electricidad estuvo en las turbinas de vapor, inventadas por Parsons en 1889 y desarrolladas técnicamente en sus aspectos básicos ya a fines del siglo XIX. Era un sistema barato y eficiente para convertir la energía calorífica del vapor en energía cinética, transmitida a los generadores de electricidad que producían la corriente eléctrica. Las nuevas turbinas eran mucho mas eficientes que las máquinas hasta entonces existentes. En Estados Unidos a principios de siglo las centrales térmicas necesitaban 5,4 kg de carbón para producir 1 kW, mientras que en 1909 consumían 2,5 kg de carbón. Entre 1907 y 1909 esas mejoras supusieron un descenso del coste de explotación de mas del 50%, y el precio del kW pasó de 1,9 a 0,84 céntimos de dólar.

Pero las turbinas exigían grandes centrales y su uso no se difundiría hasta los primeros años del siglo XX. En Gran Bretaña desde 1903 las turbinas Parsons instaladas en Carville tenían una potencia de 3.000 kW, sin precedentes hasta entonces. A lo largo de nuestro siglo el incremento de la potencia de generación de las máquinas disponibles ha sido espectacular, y ha tenido su reflejo en la central térmica de Mata: los generadores de la SEE a fines de los años 1880 tenían una potencia de 220 kW; la Compañía Barcelonesa instaló en 1896 generadores de 750 kW, y poco después inició la incorporación de turbinas de potencia creciente: 1.000 kW (1906), 3.000 y 3.600 kW (1907) y 5.000 kW (1911). Claro está que estas cifras quedarían cortas con los desarrollos posteriores: la nueva ampliación de la central, realizada ya en 1959, supuso la instalación de grandes generadores de 60.000 kW; desde mediados de los años 1960 la central térmica de Sant Adrià instalaría grupos de 160.000 kW, y en 1975 el tercer grupo montado poseía una potencia de 375.000 kW; en estos mismos años la introducción de la energía nuclear supondría en muy pocos años un nuevo cambio, mucho mas radical: si el generador de la primera central de Vandellós tenía una potencia de 500.000 kW, la de Ascó I alcanzaba los 930.000 y la de Vandellós II los 970.000 kW.

Pero volvamos a comienzos de nuestro siglo. Las sucesivas ampliaciones de la central de Mata de la Compañía Barcelonesa de electricidad no solo produjeron más electricidad, sino también más barata y digna de confianza. Entre 1896 y 1913 la potencia total instalada en la central de Mata pasó de 220 kW a 32.850 y las cifras de producción de 7 millones de kWh en 1905 a 70 millones en la última fecha antes citada. Simultáneamente los precios del kWh suministrado por la empresa fueron descendiendo, en especial para los consumos de mayor volumen. En 1896 la Compañía Barcelonesa estableció una tarifa de 90 ctm para el alumbrado y de 25 para fuerza, incrementados momentáneamente en 1900, tras el acuerdo con la Catalana, a 1 pta y 35 ctm, rspectivamente. Poco despúes la competencia con la compañía rival obligaba a reducir los precios del alumbrado, situándolos en 60 céntimos el kWh. En los años siguientes, si los del alumbrado se mantuvieron sensiblemente en torno a esa cifra, los que se cobraban a los tranvías descendieron entre 1905 y 1909 de 0,18 a 0,14 ctm y, sobre todo, los de la fuerza motriz, de 0,33 a 0,12 ctm.

En las centrales instaladas para aprovechar la fuerza hidráulica la potencia fue aumentando igualmente de forma continua. La puesta en funcionamiento de los embalses de Talarn (1914) y de Camarasa (1920) permitió aumentar la potencia instalada en cerca de 100.000 kW -cifra, por cierto, que es similar a la potencia de cada uno de los cuatro grupos instalalados en los años 1980 en la central recuperadora de Estany Gento-Sallente. La disminución de los gastos de explotación, como resultado de la disponibilidad gratuita del agua, y el aumento de la explotación permitieron disminuir todavía mas los costes del kWh: en 1917 el precio medio del mismo se situó en 10,9 ctm, aunque luego aumentara -hasta 18,8 ctm, como resultado de la inflación y de la existencia de un mercado cautivo- siendo aún mas bajo el de la energía para fuerza motriz: entre 5 y 7 ctm hacia 1918-19.

La introducción de las turbinas de vapor y de la energía producida por los grandes equipamientos hidroeléctricos está ligada a la de la corriente alterna, que contribuyó también de forma decisiva a la difusión del consumo. Fue una batalla en la que se luchó duramente, esgrimiendo argumentos relacionados con la seguridad. Pero la realidad se impuso. Era, sobre todo, mas fácil de transportar. Y el uso de convertidores permitía alimentar redes de continua para alumbrado desde subcentrales a las que llegaba la corriente alterna producida en las grandes centrales.

En Cataluña la batalla entre la corriente alterna y continua empezó a decidirse en 1906. Pero no fue ganada de golpe. Coexistieron uno y otro sistema. De hecho, la distribución de corriente continua persistió todavía durante un siglo. Ferrocarriles y tranvías la siguieron usando, y a comienzos de los años 1930 el 96% de las vías electrificadas en España usaban corriente continua, usualmente a una tensión de 1.500 V y, a veces, a 600/1.200 V, como los Ferrocarriles de Cataluña. Un fecha tan tardía como 1956 fue la última en que se realizó una instalación de este tipo para suministrar energía desde la calle Ramalleras (o Tallers) a la imprenta del diario La Vanguardia.

La difusión y generalización del abastecimiento eléctrico no hubiera sido posible sin el paso a un sistema universal de distribución, lo que permitió la creación de redes a las que se conectan todos los generadores y todos los consumidores de cualquier tipo. Los transformadores que elevaban o reducían la tensión para su transmisión y distribución, y los convertidores que convertían la corriente alterna en continua hicieron posible la unificación de las distintas redes que se habían ido creando. De hecho, la corriente alterna triunfó finalmente porque se pudo demostrar que era posible integrar las redes de continua en las de generación y transmisión de corriente alterna.

Las ventajas del sistema universal de distribución eran muchas. La transmisión se realizaba a alta tensión ya que las pérdidas eran menores por ser inversas a la tensión de la corriente empleada. Con el sistema de corriente alterna el coste de la red disminuye, pues los cables de cobre no necesitan aumentar su diámetro con la distancia. En el de corriente continua el coste de la red era por eso mismo casi tan elevado como la instalación de las máquinas productoras: en las primeras adquisiciones que realizó la Compañía Barcelonesa a partir de 1894 el valor del cobre adquirido a Siemens se elevó a 1,8 millones de marcos, una cifra muy elevada en relación con el coste total de los equipos adquiridos.

El proceso fue lento y con numerosas dificultades, que exigieron imaginativas soluciones técnicas. Hubo que resolver el paso de unos a otros tipos de corrientes y de unas a otras tensiones. A lo largo de nuestro siglo los avances técnicos han permitido transmitir a tensiones cada vez mas elevadas y a distancias cada vez mayores: en la alta tensión, desde los 6 kV de comienzos de siglo, se pasó a los 11, 25, 80, 110, 220, 380, y tal vez en el futuro a los 700 kV, a distancias de varios centenares de km; en la baja tensión hubo que compaginar redes de 110 y de 220 V: en ese sentido, la difusión de los aparatos domésticos bitensión, que permiten pasar de una a otra con el simple movimiento de una clavija ha tenido un papel fundamental.

Conviene tener presente que el sistema universal no era la única alternativa existente. Había otras como, por ejemplo, vender pequeñas generadores y pequeñas centrales que convertían a los consumidores en autoproductores. Teniendo en cuenta que la misma empresa madre de la Compañía Barcelonesa de Electricidad, la AEG, era también constructora de máquinas, esa alternativa estaba también abierta. Por eso la construcción de la central térmica de Mata y de la red de distribución es un acontecimiento que merece atención. Muestra, en definitiva, la ventaja comparativa que tenía ese sistema de producción a gran escala, el mismo que se había seguido en la distribución del gas.
 

La electricidad en la industria

La corriente alterna ganó también la batalla por su uso en la industria. Fue la utilización por los motores eléctricos lo que aumentó su demanda durante los años 1906 a 1911. Los suministros industriales fueron teniendo un papel cada vez mas destacado en la estructura de la demanda de las compañías eléctricas. En la de la Barcelonesa de Electricidad las ventas de energía para fuerza motriz aumentarían considerablamente a partir de la puesta en servicio de la nueva central de corriente alterna: de 1,6 millones de kW suministrados con este destino en 1906 se llegaría a 18 millones cuatro años mas tarde, pasando a representar estas ventas el 70 por ciento del total. Luego triunfaría definitivamente a partir de 1914 cuando, tras la construcción de los equipamientos hidroeléctricos del Pirineo y de las líneas de transmision a 110 kV, pudo llegar esa energía a Barcelona.

El motor eléctrico tuvo que competir con el motor de gas, bastante eficiente y versátil a partir de las mejoras de August Otto. Los motores de gas se aplicaron para la producción de electricidad destinada a la iluminación y para su empleo en la industria. Desde principios del siglo se fabricaron también en Cataluña. Según datos de J. Nadal, la Maquinista Terrestre y Marítima construyó con licencia Winterthur 177 motores de gas entre 1901 y 1910, aunque la demanda cayó rápidamente en los años siguientes, coincidiendo con la difusión de los motores eléctricos: 49 entre 1911 y 1920 y solo 3 entre 1921 y 1930.

A partir de comienzos del siglo, en efecto, la lectrificación de la industria se va imponiendo, primero lentamente y luego de forma rápida. Los motores de corriente alterna para uso en la industria son una innovación que se produce en Alemania y Estados Unidos en los años 1890. En estos países su uso se difundió tempranamente. En 1905 la energía eléctrica suministraba el 55% de la energía industrial total de EEUU y estaba difundida en todas las ramas industriales. En otros países el crecimiento fue algo mas tardío y mas lento: hacia finales del primer decenio el porcentaje de la electricidad en el total de la energía empleada por la industria y la minería suponía en los países mas industrializados cifras que oscilaban entre el 25 (Alemania) y el 10% (Gran Bretaña).

En Cataluña el desfase no es muy fuerte. La ciencia y la industria eléctrica estaban ya a principios del siglo suficientemente desarrolladas en España como para merecer un libro con ocasión de la subida al trono de Alfonso XIII en 1902. En ese año existían un total de 2.036 motores eléctricos funcionando, con una potencia de 23.721 caballos de vapor. Unas pocas provincias concentraban la mayor parte de estos motores; dos de ellas con mas de la mitad de la cifra total: Madrid, con 693 motores, y Barcelona, con 654, aunque esta última superaba a la primera en la potencia de los mismos: 8.194 caballos frente a 6.335; las otras con cifras mucho mas bajas: Vizcaya, con 182; Guipúzcoa, con 118, y una potencia total entre las dos de 5.435 caballos. Entre las cuatro provincias el 80% de los motores y el 84% de la potencia.

Desde comienzos del siglo se produjo en Cataluña una clara diversificación industrial, con el desarrollo de las construcciones mecánicas y eléctricas. Lo cual vino favorecido por la política arancelaria proteccionista, y concretamente por los aranceles de 1891 y de 1906, pero también por la devaluación de la peseta, que encarecía las importaciones, así como por el descenso de los precios de la energía eléctrica.

Al principio, una parte de la energía eléctrica usada en la industria era autoproducida con generadores propios en las mismas factorías. La generalización del sistema universal en la industria tardó en producirse. La evolución coincide en ese sentido con la ocurrida en otros países, donde los autoproductores se prolongaron durante cierto tiempo. En Gran Bretaña en 1907 y 1912 todavía el 60% de la electricidad era producida por los mismos utilizadores (compañías de tranvías y de ferrocarril, así como fábricas) y hasta la primera Guerra mundial en ese país la electricidad usada en la industria en cualquier campo era en su mayor parte generada por los usuarios y no por una estación central. Lo mismo parece que sucedió en Cataluña.

El despegue del uso de la electricidad en la industria catalana parece haberse producido lentamente desde mediados de la última década del siglo XIX, en relación con el aumento de los precios del carbón. Hemos visto como en esos años fueron muy fuertes las demandas a la Compañía Barcelonesa para que suministrara motores. A partir de 1903, cuando los precios del carbón se estabilizaron, la presión cedió, aunque la disminución lenta del precio de los motores mantendría la tendencia a su uso. En todo caso, la organización del sistema de distribución universal apoyaría de forma importante este proceso.

Dos fechas clave en la electrificación de la industria catalana pueden ser estas: la primera 1906, cuando se instala la gran central de corriente alterna de Mata; la segunda 1912, cuando se inicia la construcción de los grandes equipamientos hidroeléctricos del Pirineo por Riegos y Fuerza del Ebro y Energía Eléctrica de Cataluña, así como de las líneas de transmisión hacia la aglomeración industrial de Barcelona y los otros grandes centros consumidores. Las fechas son cercanas a las del despegue de la electrificación en países próximos, como Francia, donde se produjo a partir de 1905 aproximadamente. Los datos reunidos en este libro muestran el espectacular efecto de la demanda de fuerza motriz por parte de la industria en la composición de los suministros de la Compañía Barcelonesa de Electricidad: si en 1905 el alumbrado y los tranvías eran la base del negocio de la compañía y representaban entre los dos casi el 80 por ciento de la energía vendida, ocho años mas tarde la situación se había invertido y eran las ventas para fuerza motriz las que habían pasado a representar el anterior porcentaje.

La llegada de la energía de origen hidráulico supuso un considerable abaratamiento del coste de la electricidad. Ha de tenerse en cuenta que, según datos reunidos por F. Sintes y F. Vidal a comienzos de los años 1930 el coste medio de producción del kWh con carbones podía calcularse entre los 10 y los 15 céntimos en centrales que funcionaban con motores Diesel, y en 10 ctm con carbones de buena calidad, aunque podía rebajarse a 5 o 6 en centrales a bocamina; en centrales hidroeléctrica, en cambio se reducía a 5-6 ctm en saltos bajos, a 4-5 en saltos de altura media y a 3-4 ctm en saltos de gran altura. En Cataluña hacia 1918-19 los precios de la electricidad para fuerza motriz se situaron entre los 5 y los 7 ctm; luego probablemente se elevaron algo mas que la inflación y se verían afectados, además, por la cláusula de salvaguardia introducida para compensar el coste del carbón en años de baja hidraulicidad. Pero a partir de los años 1920 la conversión de la industria a la electricidad estaba ya en lo esencial asegurada, y se disponía asi, en cierta manera, de una demanda cautiva.

A partir de los años 1914, con la llegada de la energía pirenaica, y con las dificultades para importar carbón, motivadas por la guerra Europea, las conexiones a la red se fueron haciendo generales ya que eran con mucha frecuencia la única alternativa existente para el mantenimiento de la producción industrial. No tenemos datos sobre el uso de la electricidad en diferente ramas industriales catalanas, pero es posible que las cosas ocurrieran aproximadamente como en Gran Bretaña. En ese país en 1907 las mayores consumidoras de energía eran las minas, textiles y hierro y acero. Pero solo el 5% de la minería y del textil era energía eléctrica, y el 8% del hierro y el acero. Sin embargo en las mismas fechas las industrias basadas en la ingeniería (ingeniería general y eléctrica, marina, construcción de barcos, herramientas y vehículos) funcionaba ya en un 40% con electricidad. En 1924, según datos recogidos por G. K. Roberts, solo el 40% de la minería era eléctrica y el 25% de la energía en el textil, mientras que en la ingeniería había pasado ya a 90%. En Estados Unidos la electrificación de la industria era mayor: en 1907 el 20% de la minería, el 25% del hierro y acero y el 19% en la industria textil.

Está por estudiar porqué unas industrias eligieron la energía eléctrica y otras no. No es seguro que las ventajas de la electricidad fueran las mismas para todas las industrias, y eso explicaría la difusión diferencial. Pero hacen falta mas estudios sobre ello. Algunas cosas, sin embargo parecen claras. Ante todo, en Cataluña el carbón era caro y eso a partir de la disminución de los precios de la electricidad, obligaba a buscar abastecimientos energéticos alternativos. Además, la electricidad permitía una amplia difusión en el interior, lejos de los sectores litorales donde el coste del carbón llegado por mar era relativamente mas barato. También hacía posible la subdivisión y evitaba, por tanto, el uso de poleas y árboles de transmisión de la maquina de vapor. Cada máquina gastaba solamente la energía necesaria para su funcionamiento, en proporción a la fuerza desarrollada. Además, la energía podía emplearse para usos diversos dentro de la fabrica: para los motores, la iluminación e incluso para la tracción. Finalmente, era también mas barato mantener y reparar los pequeños motores eléctricos que las grandes maquinas de vapor, y cuando había que efectuar dichas esas reparaciones, se hacía en unas máquinas concretas, y no era preciso detener toda la producción, como en el caso de la reparación de una maquina de vapor.

El motor eléctrico facilitaba, además, la mecanización a pequeña escala, independiente de la fábrica, y permitía así el desarrollo de la industria artesanal y doméstica (confección etc). También facilitó el uso de energía no humana en industrias que no habían podido usar hasta ese momento la maquina de vapor: carpinterías, confección, imprentas, talleres mecánicos de forja y tornería, joyerías, instrumentos de medicina, astilleros, fábricas de automóviles, hornos eléctricos, hierro y acero.

En el interior de las viejas ciudades industriales, por ejemplo en la Ciutat Vella de Barcelona, donde la Revolución industrial solo había encontrado parcelas suficientes para los establecimientos fabriles dentro de las manzanas y donde el peligro de explosión de las calderas de vapor había sido una amenaza siempre latente, y vigilada con cuidado por los autoridades municipales a través de las ordenanzas, el motor eléctrico permitió, tal vez, dar mayor seguridad a la producción y eliminar los inconvenientes de las poleas y árboles de transmisión. En el espacio periurbano permitía instalar pequeñas fábricas y suprimir las chimeneas de las máquinas de vapor sustituidas por el motor conectado a la red de transmisión eléctrica universal.

La electrificación favoreció la pequeña industria, tan carácterística en la estructura económica catalana. El desarrollo en Cataluña de la industria en ramas nuevas como la maquinaria, transformados metálicos, o la química no habría sido posible sin una energía eléctrica abundante, bien distribuida y barata. Fue la electricidad, en definitiva, la que permitió diversificar la base industrial de Cataluña.

De todas maneras, conviene recordar que la electrificación de los procesos productivos industriales tenía un límite, marcado por el coste del consumo energético en la producción final. Un análisis efectado por F. Sintes y F. Vidal en 1933 concluía que en esos años el precio máximo del kWh que se podían permitir diferentes industrias oscilaba entre los 40 céntimos para las industrias domésticas y calefacción y los 1 a 5 ctm en fundición eléctrica, aceros, aluminio e industrias electrometalúrgicas en general. En medio toda una gama muy diferenciada de costes aceptables: entre 30 y 35 ctm en industrias agrícolas, pinturas y perfumes; entre 20 y 30 ctm en curtidos y fábricas de harinas; entre 10 y 20 ctm en la industria textil, automóviles, construcciones mecánicas y aserraderos; y entre 5 y 10 ctm en industrias electroquímicas, tracción eléctrica, construcciones metálicas, indutrias extractivas y cerámicas.

El aumento de la utilización de la energía eléctrica en la industria estaba, pues, ligado en muchas industrias a una sensible reducción del coste de la misma, a través de tarifas especiales. Pero, también, a la disminución del precio de los motores eléctricos. Lo cual, a su vez, fue posible por el crecimiento de la producción nacional de éstos. Gracias a uno y otro hecho, el uso de la electricidad se fue difundiendo en diversas industrias.

En algunas, como la textil, no era una opción indispensable ya que había sistemas eficientes con fuerza hidráulica o con vapor. Pero ofrecía otras ventajas, como vimos, al compensar el creciente precio del carbón o eliminar las servidumbres de localización. Es por ello por lo que la electricidad se difundió bien pronto en la industria textil catalana. En 1914 había ya fábricas muy electrificadas como la de hilados Espona, de Sant Joan de les Abadeses. Desde la guerra Europea en la industria textil de Sabadell y Terrassa disminuye rápidamente el uso de la maquina de vapor como productora de energía y aumenta el de la electricidad. En los cinco años que van de 1915 a 1920 el uso de la maquina de vapor se reduce drásticamente, mientras se multiplica el de la energía eléctrica, como han mostrado los trabajos de J. Nadal y sus colaboradores.

En la industria metalúrgica barcelonesa los primeros hornos eléctricos instalados lo fueron en 1908. Permitieron producir aceros especiales y facilitaron, durante la segunda y tercera década del siglo, el desarrollo de las industrias mecánicas dedicadas a la fabricación de maquinaria textil y agrícola, automóviles (desde 1904 existía la Hispano-Suiza), motores de aviación, maquinas de escribir y de coser, cocinas y aparatos domésticos.

La electrificación se aprovechó también para desarrollar la industria electroquímica que demandaba gran cantidad de energía. Es el caso de la Electroquímica de Flix, creada por el capital alemán en 1897 para producir cloruro de calcio y otros productos químicos aprovechando la electricidad producida por la corriente del Ebro. No sabemos en qué momento se introdujo en las minas de Súria y Cardona, pero seguramente debió de ocurrir también tempranamente.

La diversificación de la base industrial catalana se vio también favorecida por el mismo desarrollo de las industrias dedicadas a la fabricación de material eléctrico, a una escala que, desde luego, no tiene comparación con lo ocurrido en Alemania, Gran Bretaña o Francia pero no, es sin embargo, despreciable. Aunque cayera bien pronto bajo el dominio de las grandes empresas extranjeras.

Desde fines del siglo XIX van apareciendo fábricas para la producción de maquinaria y de artículos para el equipamiento eléctrico. Dalmau y Xifre, fabricaron desde comienzos de 1880 generadores Gramme, lamparas de incandescencia Maxim y acumuladores con patente Kalbath; y bien pronto otros siguieron su ejemplo e iniciaron la construcción de generadores para pequeñas centrales productoras que se instalaron en toda Cataluña para iluminación y fuerza. Aparecieron así talleres y fábricas para la producción de dinamos y transformadores. Como la empresa Planas y Flaquer, que desde 1888 fabricó en Gerona motores con patente Ganz y, trasladada a Barcelona en 1898, produjo dinamos, alternadores y transformadores; en 1910 se convirtio en la Sociedad Anónima de Construcciones Mecánicas y Electricas, pero no pudo resistir la competencia de las multinacionales que se instalaron en España.

Hay que tener en cuenta que la política proteccionista inaugurada por el arancel de 1891 tenía como consecuencia que el precio de los motores de importación fuera elevado. Lo cual aumentó el número de empresas dedicadas a la producción en España, tanto nacionales como extranjeras, entre las cuales la misma AEG o la General Electric. Es por ello que durante las primeras décadas del siglo se van instalando numerosas empresas dedicadas a la fabricación de material eléctrico, desde motores de diversos tipos hasta cables o aislantes. Baste señalar que, según datos elaborados por Carme Massana, el número de empresas eléctricas creadas entre 1916 y 1920 fue de 87.

Entre el numeroso grupo de empresas que se fueron fundando en Cataluña pueden destacarse algunas. Empresas dedicadas a la fabricación de motores eléctricos como La Industria Eléctrica, fundada por el ingeniero Luis Muntadas y Rovira y absorbida luego por la multinacional Siemens- Schuckert, con una importante fábrica en Cornellá; o, a una escala totalmente distinta, la Electra Industrial S.A., con fábrica en Terrassa, La Electricidad, S.A., con fábrica en Sabadell, o Magnetos Bosch, instalada en la calle de Aragón, 254 y que fabricaba magnetos para motores de todo tipo y ofrecía instlaciones de alumbrado por dinamo y batería; empresas para cables eléctricos, como la Pirelli instalada en Vilanova; industrias para la fabricación de lámparas, como la famosa Lámparas Z; y fábricas de porcelanas eléctricas, dedicadas también a la producción de aisladores, como la de Luis Berenguer, instalada en la calle Consell de Cent, 205 de Barcelona.

El desarrollo de la industria eléctrica en Cataluña fue lo suficientemente amplio como para que desde 1913 los industriales y políticos catalanes pensaran en organizar una Exposición Internacional de Industrias Eléctricas, el primer salón monográfico especializado planeado en nuestro país. Aunque no llegó a realizarse, por el estallido de la Gran Guerra, sería el germen de proyectos posteriores que culminarían en la Exposición Internacional de 1929.

En aquel ambiente no extraña que surgieran también iniciativas como la creación del Instituto de Electricidad y Mecánica Aplicada, creado por la Diputación de Barcelona en el marco de los esfuerzos de renovación emprendidos por la Mancomunitat de Catalunya. Las gestiones se iniciaron en 1915, con el proyecto de fundar una cátedra de Perfeccionamiento de Electrotécnica para el profesor Esteban Terradas, y culminaron con la creación del citado instituto en 1917, el cual sería dirigido por este eminente físico. El Instituto era a la vez un laboratorio y un centro de enseñanza; este último llevó el significativo nombre de Escuela de Directores de Industrias Eléctricas, lo que es prueba suficiente de la importancia alcanzada por esta rama de la industria en Cataluña. Más adelante, la Asociación de Directores de Industrias Eléctricas y Mecánicas agrupó a los egresados de este centro, los cuales, aunque no poseían título oficial, tuvieron amplia acogida en la industria eléctrica y, en especial, en las empresas productoras. Los contactos con estas debieron ser especialmente fáciles dada la presencia de Pomerol y Mäeder entre los profesores del centro. Otras asociaciones de los años 1920 y 1930, como la Asociación de Industriales Electricistas y Anexos de Cataluña, o la Asociación Electrotécnica Ibérica, indican igualmente el dinamismo del sector.

Todos estos datos muestran la importancia de las relaciones entre la industria eléctrica y el desarrollo científico en Cataluña. A ello podríamos añadir que en las fábricas de material eléctrico instaladas constituyeron también un laboratorio donde pudieron adquirir conocimientos prácticos en ese campo personas que luego serían científicos y técnicos de alto nivel. Como el ingeniero Francisco Planell Riera, que trabajó en la fábrica Siemens de Cornellá -así como en la Brown Boveri de Suiza- antes de ser nombrado profesor, y mas tarde director, del Instituto de Electricidad ya citado, y que sería luego catedrático de la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona.

La electrificación permitió avanzar en el proceso de intensificación y racionalización productiva ligado a lo que se conoce como taylorización. Este proceso está por estudiar en Cataluña, aunque los datos disponibles nos hacen sospechar que la iluminación eléctrica fue utilizada a principios de siglo, como en otros países, para ampliar el horario de trabajo en las fábricas y para realizar trabajos nocturnos en obras públicas y minería. En todo caso, impresiona observar en la documentación gráfica disponible sobre el interior de las fábricas catalanas desde principios del siglo XX la creciente presencia de lámparas eléctricas situadas justamente encima de los lugares de trabajo.

La electrificación es responsable de un cambio esencial que ha permitido aumentar la parte de la mecanización en el proceso productivo, reduciendo las horas de trabajo humano, en una evolución que se ha prolongado hasta nuestros días y que conduce, en último término, a la robotización de la industria.
 

La extensión de la demanda

El fuerte crecimiento de la producción de energía eléctrica en Cataluña desde finales del siglo XIX nos muestra la existencia de una fuerte demanda y de unos niveles de desarrollo económico que se encuentran entre los mas elevados del planeta. La comparación entre las cifras globales españolas y las de otros países enmascara un dato de especial importancia, a saber: que el consumo de electricidad en Cataluña era ya a mediados de 1930 superior al del conjunto de Francia o Italia y no muy alejado del de Gran Bretaña o Alemania. Esa posición fue el resultado de un fuerte crecimiento de la demanda a partir de los primeros años del siglo.

La expansión de la demanda significó, ante todo, aumentar el número de abonados a las compañías eléctricas, pero también ampliar el consumo de electricidad durante todas las horas del día. La energía eléctrica no se podía almacenar, al contrario de lo que ocurría con el gas. Por eso era preciso construir grandes instalaciones productoras para atender las horas punta de consumo máximo (normalmente dos, una por la mañana y hacia el medio día y otra por la noche hasta las 21 o 22 horas), aunque el resto del día pudieran estar subutilizadas. El hecho de que los equipos productores no fueran utilizados mas que durante las escasas hora punta aumentaba el coste de financiación del equipamiento productivo y repercutía sobre el coste de explotación.

De ahí que cualquier extensión horaria de la demanda implicara un beneficio económico evidente sobre el coste de producción, el cual descendía a medida que la central aumentaba de potencia y diversificaba su carga eléctrica, distribuyendo los picos de consumo. Para alcanzar dicho objetivo las compañías no dudaron en ajustar las tarifas de manera que alentaran el consumo fuera de dichas horas punta y diversificaran la clientela. Durante el día, las fábricas y los tranvías; durante la tarde y la noche, al acabar el trabajo, las tiendas, los teatros, los restaurantes nocturnos, la iluminación pública y doméstica; y a cualquier hora, en una distribución aleatoria de la demanda, los aparatos domésticos o los ascensores.

En este libro hemos dado suficientes ejemplos de la lucha de la Barcelonesa de Electricidad, de Riegos y Fuerza del Ebro o de FECSA para extender el consumo horario y aprovechar al máximo la capacidad productiva de sus centrales, y el paso desde una utilización nocturna para iluminación a otra que, con los tranvías, se amplía a todo el día y que, con los motores industriales y el consumo doméstico, extiende todavía mas su uso y hace aparecer puntas diferentes a las iniciales. El uso de las tarifas diferenciales ha tenido claramente ese objetivo. Lentamente los ciudadanos fueron conquistando la noche, en un proceso que ha continuado hasta nuestros días y se ha consolidado con los hábitos nocturnos de los jóvenes, a la vez que implicaba una extensión de la demanda eléctrica. Ese proceso tendría, finalmente, una evolución que superaría incluso los mas ambiciosos deseos de los primeros promotores: la puesta a punto por FECSA del sistema de Estany Gento, en los años 1980, abrió la posibilidad de utilizar la energía producida en horas de poco consumo para elevar el agua que produce nuevamente energía. Se llegaba así al máximo deseable, e impensable a principios de siglo: la utilización integral de la potencia instalada durante las 24 horas del día.

En el aumento de la producción eléctrica la propaganda y la comercialización han desempeñado un papel de gran trascendencia. Desde el primer momento las empresas se lanzaron a realizar una activa propaganda tratando de aumentar el número de consumidores y, con ello, disminuir el precio de venta de la energía. Las vías seguidas fueron numerosas. Una, la utilización de la prensa, con artículos y anuncios y que llega, incluso, a la creación de revistas, como hizo la Sociedad Española con la fundación de La Electricidad. Otra, la instalación de salas de exposiciones, bien pronto llamadas, al estilo norteamericano, Ashow rooms; tanto la Barcelonesa de Electricidad como la Catalana instalaron en Barcelona desde la última década del XIX salas de este tipo, en las cuales competían tratando de mostrar las excelencias de la nueva energía a la vez que la superioridad de los servicios ofrecidos.

Desde muy pronto, también, se iniciaron campañas de información personalizada, con distribución de folletos de propaganda. E incluso los recibos de la luz podían actuar como vehículos para la presentación de nuevos usos de la electricidad.

En este esfuerzo por difundir el consumo de la nueva energía tuvieron un papel destacado las grandes exposiciones que se celebraron en Barcelona, la Universal de 1888, y la Internacional de 1929, Las dos tuvieron en la iluminación eléctrica uno de sus mayores atractivos para el gran público, y contribuyeron a difundir la fama de su excelencia y su uso, primero entre los grupos sociales con mayores rentas y, mas tarde, entre el gran público.

La presencia destacada de la electricidad en esos eventos espectaculares de dimensión internacional, y en otros mas limitados de dimensión nacional o regional, asociaba a dicha energía con la modernidad. De la misma manera que su utilización por escritores y artistas plásticos como elemento estético innovador, de lo que la revista Arc Voltaic, fundada en Barcelona en 1919 por Salvat Papasseit, no es sino una de las mas conocidas y significativas expresiones.

Pero esa asociación con la modernidad adquiría otras dimensiones, y se extendía también a su uso en la vida doméstica. La publicidad sobre la casa eléctrica, la vinculación entre el uso de la electricidad y la nueva forma de vida familiar y, en especial, femenina, así como la difusión de mensajes sobre las ventajas de esta nueva forma de energía le dieron un atractivo que aumentó su consumo. Cuales fueron las etapas de dicha difusión en Cataluña y en toda España está todavía por estudiar y requiere la atención conjunta de investigadores de historia social y de la ciencia.

En todo caso, es evidente que la importancia de estos aspectos no podía pasar desapercibida a las empresas, y que debía afectar a la misma organización interna. Y, en efecto, las cuestiones referentes a la comercialización y a la obtención de nuevos consumidores se convirtieron bien pronto en fundamentales para la rentabilidad de la explotación eléctrica. La aparición de departamentos comerciales es un reflejo de ello. Y en ese sentido ha de interpretarse el que con ese nombre se creó en Riegos y Fuerza del Ebro, el cual en muy poco tiempo adquirió casi tanta importancia como el de producción, tal como reflejan los organigramas que hemos analizado en esta obra.

Hemos de tener en cuenta que, una vez asegurado el consumo industrial, la demanda doméstica se convirtió en la gran reserva para la expansión del mercado eléctrico. Por eso en los años 1920 y, sobre todo, 1930 se observa un importante esfuerzo de propaganda en esa dirección, con anuncios en la prensa, en los teatros y cines, charlas radiofónicas y una amplia panoplia de recursos publicitarios. cuidadosamente inventariados en 1933 por F. Sintes y F. Vidal, dos personas ligadas, por cierto, a la estructura empresarial de Riegos y Fuerza del Ebro y que, por ello mismo, muestran en su libro un excelente conocimiento de las prácticas que seguía la empresa. Ese momento coincide precisamente, aquí como en otros lugares, con la comercialización de nuevos aparatos domésticos, a veces patentados varios años antes, pero que precisamente ahora, y no por casualidad, se difunden; si durante los años 1920 había sido el ventilador o la plancha eléctrica, desde comienzos de los 30 se comercializará la radio y el secador de pelo y desde la mitad de dicho decenio comenzarán a introducirse el aspirador y, sobre todo, el frigorífico.

El aumento de la clientela -junto a la incorporación de grandes equipos productivos- hizo posible la disminución de los precios de la electricidad; pero este descenso, a su vez contribuyó de forma destacada a la difusión del consumo, en un proceso circular y acumulativo que ha conducido a crecimientos exponenciales de la producción eléctrica.

El consumo de electricidad fue aumentando así en Cataluña de forma espectacular. La Compañía Barcelonesa de Electricidad pasó de 5.700 abonados en 1905 a unos 30.000 en 1912, localizados todos ellos en la aglomeración de Barcelona. Diferente fue seguramente lo ocurrido en el resto de Cataluña, aunque las ciudades tuvieron un comportamiento próximo al de Barcelona, pero con un cierto desfase temporal. Las cifras, por supuesto, seguirían aumentando con el transcurso del siglo: en 1924 Riegos y Fuerza del Ebro había alcanzado los 154.000 abonados, que al año siguiente, tras la absorción de Energía Eléctrica de Cataluña que aportó otros 80.000, se habían convertido en 260.00; diez años mas tarde la cifra había vuelto a aumentar considerablemente, situándose en 435.000. Después de la guerra civil y del difícil periodo de la postguerra, en los años 1950 se reanudó el ritmo de crecimiento espectacular: en 1985 FECSA alcanzaba los 1.898.000 abonados en Cataluña.

Ese incremento de consumidores se hizo en una situación de fuerte competencia entre las diversas compañías competidoras para atraer a la clientela. La cual llevó, como hemos visto, a prácticas que afectaron, y en ocasiones de forma importante, a la rentabilidad de las inversiones realizadas e, incluso, a la misma viabilidad de las empresas.

En la pugna con las otras compañías eléctricas -y con el gas- el problema de la confianza era importante. Por eso es tan significativo el episodio de los contadores de la Compañía Barcelonesa de Electricidad, aprovechado por la competencia para atraer a la clientela descontenta. Si los posibles usuarios perdían la confianza en la empresa toda posibilidad de consolidación se venía abajo.

La situación de feroz competencia que se conoció a principios del siglo dio lugar, como también hemos visto, a negociaciones para llegar a acuerdos que permitieran limitar las ofertas de disminución de las tarifas. Pero hemos visto asimismo que, con frecuencia, dichos acuerdos no se cumplieron: a pesar de ellos, la Barcelonesa siguió ofreciendo reducciones de precios en secreto, rompiendo incluso los pactos alcanzados con la Catalana.

La Barcelonesa de Electricidad y la Catalana se comprometieron desde finales del siglo a una lucha feroz para atraer clientes mediante la realización de instalaciones gratuitas y tarifas preferenciales. Se trataba de una batalla con varios frentes, ya que, en efecto, se luchaba a la vez: 1) contra las otras compañías eléctricas competidoras, 2) contra la competencia del gas, y 3) finalmente, para familiarizar a los posibles usuarios con una nueva energía poco conocida aún y que provocaba suspicacias y temores.

En un primer momento había que luchar sobre todo con el gas. "Agua y gas en todos los pisos" había sido la consigna de los higienistas y urbanistas durante las dos últimas décadas del siglo XIX. Es la leyenda que aparece en muchas casas de ciudades europeas y que se ha tomado como título de una interesante exposición -"Eau & Gaz à tous les étages"- que se celebra precisamente estos días en el Pavillon de l'Arsenal en París. En esa situación, instalar la electricidad suponía costes suplementarios. En la vivienda el gas podía facilitar los mismos servicios que la electricidad: no solo luz y calor sino incluso un cierto número de aparatos domésticos podían funcionar con gas, desde ventiladores hasta ascensores.

Debido a eso, la conversión de las viviendas a la electricidad era problemática, y su consumo tal vez mas costoso que el de gas o carbón. Hubo que realizar por ello gratis, como sabemos, muchas acometidas e instalaciones, en una competencia que durante algunos años casi llegó a ser ruinosa para las compañías.

En Cataluña las primeras viviendas construídas con todas las instalaciones eléctricas incorporadas aparecen en los años 1910 y 1920. El examen de algunos proyectos conservados en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona muestra que es en esos años cuando empiezan a diseñarse con todas instalaciones de este tipo. De hecho, solo en la década de los años 1930 empezaría a generalizarse la construcción de las casas con todas las instalaciones eléctricas incorporadas; en un texto dirigido a los propietarios urbanos, y escrito en 1934 por Carlos Cardelús, se reconocía que "en la mayoría de los edificios nuevos la instalación es completa", lo que indica que no lo era en todos. En algunas regiones sería solo después de la guerra civil cuando su uso se haría general.

La instalación eléctrica en la vivienda permitiría, en una primera fase, instalar la iluminación, facilitada y abaratada a partir de 1911 con la invención de la lámpara de filamento de tungsteno. Al mismo tiempo -o mas tarde, según los casos- posibilitaría el aumento del número de aparatos que usaban esta energía para otros usos domésticos.

Era una nueva forma de vida y una nueva concepción del papel de la mujer. En Cataluña, y sobre todo en Barcelona aumentó rápidamente el uso de aparatos eléctricos, ya que el nivel de rentas era relativamente alto y, además, era muy elevado el índice de actividad, con salarios bastante similares a los de los hombres. Tenemos constancia de que en los años 1930 aparecieron ya en Cataluña libros sobre la electrificación del hogar y se dieron charlas radiadas sobre la electrificación en la casa. De todas maneras la difusión de los electrodomésticos fue muy lenta, ya que no solo aumentaban el consumo de fluido eléctrico, sino que previamente era preciso realizar una inversión adquiriendo los aparatos.

Esos aparatos eran caros y escasos. En la década de los 30 la reducida demanda determinaba que las fábricas de material eléctrico para uso doméstico fueran muy limitadas en España. Luego, la guerra civil y la penuria de los años 40 retardó un proceso de producción industrial que tuvo un mas temprano desarrollo en otros países. Para que se tenga una idea precisa de la lentitud del desarrollo en este sentido y de la escasa demanda existente, vale la pena señalar que todavía en 1958 el número de aparatos de uso doméstico fabricados en España era el siguiente: 262.305 receptores de radio; 67.099 lavadoras; 21.325 frigoríficos; y 3.993 televisores. Unos quince años mas tarde la cifra de frigoríficos o lavadoras fabricados en España se situaba en torno al millón, para cada tipo de estos aparatos. En estas últimas fechas, es decir a comienzos de los años 1970, el mercado para los aparatos domésticos era todavía muy amplio: si el 90% de los hogares disponían ya de frigorífico eléctrico o televisor, y en torno al 60 por ciento disponían de batidora, aproximadamente un 40% tenían tocadiscos, un 20% aspirador, y un 4% lavaplatos.

El aumento del uso doméstico de la electricidad fue esencial para la expansión de esta energía. Hizo posible el paso al consumo de masa. Además, se conjugaba bien con la industria, ya que su consumo aumentaba cuando dejaba de ser alto el de ésta. La importancia del consumo doméstico en la estructura de ventas de las empresas fue aumentando, por ello, lentamente a partir de los años 1930, una vez asegurada la demanda industrial.En Gran Bretaña, por ejemplo el consumo doméstico pasó del 8% del total en 1920 al 26% veinte años mas tarde y al 32 en 1950. En Cataluña, según los datos disponibles sobre Riegos y Fuerza del Ebro la parte de las ventas destinada a alumbrado y calefacción (dentro de las cuales está incluido, el consumo doméstico osciló entre el 14 y el 16% del total en la primera mitad de los años 1930; en lo que se refiere a FECSA, las cifras de que disponemos sobre consumo doméstico nos sitúan éste en un 21% en 1975, aunque luego descendiera levemente en los años siguientes, situándose en 18% en 1990. Paralemente, se mantenían las fuertes cifras de ventas para la industria: la energía vendida por FECSA para usos industriales de alta y baja tensión se ha mantenido entre 1975 y 1990 entre un 74 y un 77%, lo que representa, naturalmente una pérdida creciente de la posición de los abastecimientos para tracción: entre 2,5 y 2,1% en esos años. No hay que decir que el extraordinario peso de los suministros industriales en la estructura de las ventas de esta compañía la hace muy vulnerable ante las posibles crisis industriales que puedan producirse.

En cualquier caso, el resultado de todo el esfuerzo realizado para popularizar el uso de la electricidad en el ámbito doméstico fue un espectacular aumento del consumo de esta energía, similar en líneas generales al que se produjo en otros países europeos, aunque no alcanzara los ritmos de Estados Unidos o Alemania. Naturalmente, se trata de un proceso que se dio sobre todo en Barcelona y en las áreas urbanas. Mas lenta fue la electrificación rural. En España está bien documentada la preocupación desde los años 1930 por el tema. Pero después de la guerra civil seguiría siendo "un problema nacional", como reza el título de una conocida obra publicada en 1942.
 

La gestión empresarial

En todo este proceso hay que valorar también los aspectos referentes a las mejoras en la gestión empresarial, la puesta a a punto de sistemas que se fueron ensayando en esta rama de la industria y aplicándose simultáneamente o posteriormente en otros campos de la actividad.

Los esfuerzos de racionalización de la gestión empresarial constituyen un punto de gran trascendencia, que merece una atención mayor de la que aquí hemos podido dedicarle. Vale la pena, de todas formas, aludir a la importancia de la puesta a punto de sistemas de organización y racionalización en las empresas que hemos estudiado.

La puesta a punto de sistemas productivos, la elaboración de previsiones para ajustar la producción a un consumo creciente, el diseño de estrategias empresariales, la construcción de las redes de distribución, o la utilización de la propaganda y la publicidad son aspectos que aparecen nítidamente desde fines del siglo XIX en la actuación de las empresas del sector. A partir de 1911 los trabajos que se realizaron por Riegos y Fuerza del Ebro para la construcción de los equipamientos hidroeléctricos y las redes de transmisión son una hazaña de gran importancia desde el punto de vista de la organización empresarial. Sobre todo, teniendo en cuenta el corto período en que se realizaron y las enormes dificultades que hubo que vencer simultáneamente: montañas poco accesibles, y sin vías de comunicación; condiciones climatológicas difíciles; necesidades logísticas para movilizar a miles de trabajadores procedentes de toda España y a los que había que alojar, alimentar y equipar; comprobación legal de las concesiones; negociaciones con agentes sociales diversos - y de intereses contrapuestos- para realizar las compras de terrenos y las expropiaciones necesarias; suministro de cemento para las presas, con la construcción de una fábrica a pie de obra y experimentación con diferentes tipos de hormigón; selección del personal técnico; organización de la red de distribución.

La gestión empresarial ha sido decisiva en cada momento. Para obtener capitales y, en su caso, para conseguir créditos con los que refinanciar las deudas. Para elegir las tecnologías adecuadas para las centrales térmicas o hidroeléctricas. Para tomar decisiones sobre los tipos de corriente. Para los materiales de las líneas de transmisión. Para decidir los modelos de transformadores. Para el diseño y extensión de las redes. Para la negociación de los permisos legales, concesiones hidráulicas, servidumbre de paso de las líneas, negociaciones con los ayuntamiento sobre los tendidos aéreos y subterráneos. Para la gestión de las redes. Para las relaciones con los técnicos y con el personal obrero en general. Para el diario funcionamiento de la empresa, lo que exigía previamente la elaboración de organigramas complejos con departamentos diversos y especialización de funciones.

En todos estos aspectos las empresas que han actuado en Cataluña desde el siglo pasado han desempeñado un papel fundamental, de gran repercusión en otras ramas de la economía, dentro y fuera del Principado. Figuras clave a escala mundial en el desarrollo de la industria eléctrica, como Rathenau, Maeder, o Pearson valoraron el potencial de desarrollo existente en Cataluña y tuvieron confianza en la rentabilidad de sus inversiones. Y al hacerlo aportaron no solo capitales, sino también un saber técnico y formas de gestión innovadoras, que tuvieron efectos multiplicadores en la vida económica catalana. Hemos de tener en cuenta que el medio científico del país era desarrollado y con capacidad para incorporar las innovaciones, pero carecía de la capacidad para producir esas innovaciones y que, por tanto, estaba a principios de siglo, en cierta manera, en una situación de dependencia en los aspectos tecnológicos y de gestión emprearial.

La incorporación de técnicos extranjeros fue, sin duda, positiva. Es una característica de la internacionalización temprana de la industria eléctrica y que no solo afectaba a países centrales menos desarrollados tecnológicamente, como España, sino también a las mismas metrópolis industriales; vale la pena recordar, en ese sentido, que la construcción del metro de Londres en 1900-1902 se hizo con capital, material y técnicos norteamericanos. En Cataluña trabajaron y se formaron en contacto con los problemas de creación de las infraestructuras eléctricas catalanas algunos de los mejores técnicos del mundo, los capitanes de la industria alemana, francesa, belga, inglesa o norteamericana, técnicos en construcción de centrales térmicas de corriente continua y alterna, en construcción de redes y de líneas de alta tensión, en construcción de presas, expertos mundiales en la producción de cemento etc. Aquí se realizaron obras que en su día fueron hitos mundiales en sus campos respectivos, presas que eran las mayores de Europa y se contaban entre las mas grandes del mundo, las primeras líneas de alta tensión del continente, innovaciones en el campo del cemento y el hormigón, los primeros tendidos urbanos subterráneos a tensiones muy elevadas. Mas adelante, a partir de los años 1950, los técnicos españoles han podido desarrollar toda una amplia experiencia, internacionalmente reconocida en el campo de la producción hidroeléctrica o en el de la puesta a punto de equipamientos nucleares.

Desde la perspectiva social, se trata también de empresas en las que se han puesto a punto formas nuevas de organización obrera y en las que la lucha sindical ha obtenido algunos de sus mas resonantes logros. Y en la que se han producido reivindicaciones laborales y duras negociaciones para obtener aumentos de salarios y mejoras de las condiciones laborales. Todo lo cual ha dado lugar a una historia apasionante como todas aquellas que se desarrollan en un conflicto creador.

Pero además, a través de la Compañía Barcelonesa de Electricidad, primero, y de Riegos y Fuerza del Ebro, mas tarde, se difundieron asimismo métodos de financiación de sociedades y formas de control indirecto típicas de la actuación del capitalismo europeo y norteamericano en los años inmediatamente anteriores a la primera guerra mundial y que se generalizarían ampliamente en los años veinte y treinta. Lo cual nos conduce a un nuevo tema, el de los capitales.
 

Los capitales

Como es sabido, la participación del capital catalán en la electrificación de Cataluña fue muy escasa. Al contrario de lo que ocurrió en otras regiones de España, en Cataluña el capital no fue capaz de tomar la iniciativa en el campo de la generación y distribución de electricidad. Cual fue la causa de ello es una de las mas intrigantes cuestiones de la historia económica de Cataluña y debe de estar de alguna manera en relación con el fracaso para crear una gran banca catalana. Quizás la respuesta sea simple. La industria catalana y la actividad económica del Principado, muy fragmentada, generaba beneficios en empresas de reducidas dimensiones, pero no los volúmenes de capitales necesarios para realizar las cuantiosas inversiones que requería la moderna generación y distribución de electricidad. Quizás no existieran en Cataluña los cuantiosos capitales disponibles para ser invertidos e inmovilizados durante largo tiempo en la construcción de los equipamientos para producir y distribuir energía. Y los problemas que había atravesado la Sociedad Española de Electricidad, así como los que, posteriormente, experimentaría la Compañía Barcelonesa de Electricidad, con muchos años de dificultades y baja rentabilidad -problemas conocidos, sin duda, a través de la vinculación con el negocio de financieros como Arnús o Robert- tal vez eran suficientes para desalentar a los que podrían haber estado tentados de tomar iniciativas en ese sentido.

Las iniciativas financieras del siglo XIX habían sucumbido ante las tres grandes crisis de la bolsa de Barcelona en la segunda mitad del siglo. Si la crisis financiera de los 80 y comienzos de los 90 acabó con la Sociedad Española de Electricidad, la implantación y el desarrollo de la Compañía Barcelonesa de Electricidad coincide con el fin de esa situación de depresión y el comienzo de una nueva fase expansiva europea, que, con alguna oscilaciones llega hasta la primera guerra europea y que en España, por su neutralidad, se prolongará unos años mas hasta el fin de la misma. De todas formas, la economía catalana se vio afectada por la crisis de la filoxera y por la depresión agrícola de los años 1880, con caída de las rentas y del ahorro privado. Seguramente ello generó dificultades a la banca en los primeros decenios del siglo XX, paralelamente a la pérdida de los mercados americanos y a la inmovilización de capitales en la construcción del Ensanche. Tal vez todo ello contribuya a explicar que no hubiera excedentes disponibles para las elevadas inversiones que eran necesarias en la industria eléctrica.

En todo caso, los datos muestran de forma clara la respuesta negativa de los banqueros barceloneses ante las propuestas realizadas por Emilio Riu, Carlos E. Montañés y otros promotores de la construcción de saltos. En el caso de este último, él mismo ha contado como propuso su proyecto de electrificación de Cataluña a los banqueros Arnús y Marsans, uno de los cuales, al menos, tenía una experiencia directa del negocio eléctrico, y el rechazo obtenido. Según él, "en 1908 los financieros de Barcelona limitaban sus actividades a pequeñas operaciones de crédito y descuento, bolsa etc. pero eran incapaces de entender la posibilidad de financiar algún proyecto de esa clase; eran bancas caseras, que aplicaban una técnicas financieras muy poco elaboradas, muy simplistas y debían asegurar toda operación con amplia garantía como si el objetivo y el fin inexorable de ella fuera el de embargar y subastar los bienes tangibles del que proponía la operación". Aunque se trata del testimonio de una persona despechada por el rechazo, y que no hace justicia a toda la complejidad del negocio bancario barcelonés en la primera década del siglo, sus palabras sirven, sin embargo, para tener una aproximación a los problemas que encontraba la financiación de empresas ambiciosas como la propuesta por este ingeniero.

Ni siquiera en los años 1920, cuando estaba ya bien asegurado el éxito de la electricidad y de las realizaciones emprendidas por el capital extranjero se producirían intentos serios de participación del capital catalán. La financiación de la iniciativa de Riu para crear la sociedad Productora de Fuerzas Motrices tuvo que venir de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao. La de la Cooperativa de Fluido eléctrico contó parcialmente con el apoyo del Banco de Cataluña, pero, sobre todo, fue impulsada por industriales catalanes ligados en lo esencial al sector textil (Güell, Sedó, Bertrand y Serra, y otros). Mas adelante, cuando en 1946 la Catalana de Gas y Electricidad se convierta en Hidroeléctrica de Cataluña serán también bancos no catalanes (el Hispano Americano y el Urquijo) los que apoyen la operación.

A partir de los años 1950, con la creación de FECSA, se entra en una nueva fase en la que el capital español de fuera de Cataluña contribuye de manera decisiva a la financiación del desarrollo eléctrico de Cataluña. Tal como refleja la misma composición del consejo de administración de la sociedad, diversos grupos bancarios españoles estuvieron comprometidos en la creación y desarrollo de esta empresa que tan decisivamente ha contribuido en los últimos cuarenta años al equipamiento energético en Cataluña.

Pero durante algo mas de medio siglo, desde 1890 en que la compañía inglesa adquirió el control de la Sociedad Española de Electricidad, el capital que financió ese conglomerado de empresas que luego se convertiría en FECSA procedió, en lo esencial, del extranjero, aunque contara parcialmente con el apoyo de banqueros autóctonos para sus operaciones.

En todos los países fueron grandes los problemas para obtener los enormes capitales que debían financiar la industria eléctrica. En cierta manera, no es extraño que ocurriera lo mismo en Cataluña. Por ello, hemos de valorar muy positivamente la confianza del capital exterior en Cataluña y la inyección de capitales extranjeros en empresas de beneficio a veces incierto y con peligro probable de fracaso, que acabaron, efectivamente, en algún caso con brillantes iniciativas. Hubo que convencer a lejanos capitalistas para que invirtieran en una país en decadencia que, tras la crisis de 1898, había perdido los restos de su imperio y que conoció situaciones sociales conflictivas y de incierto desarrollo.

La llegada de los extranjeros permitió ampliar el mercado de capitales, demasiado reducido en Cataluña para abordar los gigantescos proyectos del equipamiento eléctrico.

Como en otros países, fueron las empresas productoras de electricidad las que tuvieron que buscar los capitales. La asociación con la banca (AEG) y la constitución de sociedades holdings constituyó el mecanismo que se fue poniendo a punto y refinando progresivamente desde finales del siglo XIX hasta los años 1920. La penetración del capital extranjero en Cataluña ha de verse en el contexto de las estrategias expansivas del capital internacional. Por un lado, la asociación de empresas industriales y de grandes bancos; como en Alemania, donde contó con el apoyo de bancos que, en parte, son creación de las mismas industrias para la expansión exterior. La creación de sociedades holdings y grupos como Sofina constituyeron intentos para resolver el problema de obtener los grandes capitales que habían de inmovilizarse.

La Compañía Barcelonesa de Electricidad forma parte de la estrategia expansiva de AEG que desde 1895 vende instalaciones para generar electricidad controlando las compañías productoras que se crean. Al mismo tiempo, penetra también en la tracción eléctrica, a través de Sofina. Y finalmente, a través de otras empresas que funda para ese fin, vende los motores que diseña en sus laboratorios y produce en sus fábricas. En todo caso, intenta siempre diversificar las opciones para que ninguna compañía controle todo el proceso. Por eso intenta evitar una y otra vez que la CBE venda ella misma los generadores, recordando a sus directivos que el objetivo es "producir energía y no vender motores".

Vista en su conjunto, la financiación de la industria eléctrica catalana utilizó, esencialmente cuatro vías: acciones, obligaciones, créditos y beneficios.

En primer lugar, los capitales para la creación de compañías a través de acciones iniciales y las ampliaciones posteriores.

Se trata en todos los casos de cifras realmente importantes, y de volumen creciente, y que han requerido, además sucesivas ampliaciones con la emisión de nuevas acciones. El capital inicial de la Sociedad Española de Electricidad fue en 1881 de 3 millones de pesetas, ampliado al año siguiente a 20 milones. En 1896 la Compañía Barcelonesa de Electricidad se fundó con un capital de 4 millones de pesetas, cifra que fue objeto de repetidos aumentos en años siguientes: a 5 millones en 1897, 10 millones en 1900, 14 millones en 19 y, finalmente 18 millones en 1910. La fundación de Barcelona Traction requirió volúmenes más importantes: el capital inicial se fijó en 40 millones de dólares.

En 1920 la Cooperativa de Fluido Eléctrico nació con un capital inicial de 25,3 millones de pesetas y mas adelante FECSA fijaría su capital en 1955 en 2.300 millones de pesetas, realizando posteriormente otras ampliaciones.

Estos capitales han podido estar inmovilizados durante algunos años años sin obtener dividendos, ya que, como hemos visto, la construcción de los equipamientos productivos y de las redes llevaba frecuentemente un largo período de inmovilización antes de que empezaran a ser rentables. Claro está que eso es solo una parte de la historia, y pueden existir otras ventajas que no aparecen a primera vista. En el caso de sociedades como la CBE las compras de tecnología la sociedad a la casa matriz AEG suponía para ésta ganancias obtenidas por otro camino. Pero en todo caso, queda ese dato esencial de que, en muchas ocasiones, los capitales invertidos en acciones no produjeron beneficios - o los produjeron escasos- durante mucho mas tiempo del que se consideraba habitual en medios financieros como rentabilidad de una inversión.

La segunda vía de financiación de las empresas eléctricas fue las obligaciones, lo que suponía, en realidad, la obtención de empréstitos adquiridos en forma de obligaciones a través de una emisión. Entre 1900 y 1940 la emisión de obligaciones ha tenido un papel importante en la industria eléctrica. Tanto Barcelonesa de Electricidad como Barcelona Traction hicieron uso repetidamente de esta fuente de financiación, y las dificultades para pagar a los obligacionistas fue la causa de la quiebra de la última. Se trata, en su conjunto, de cifras importantes, que no hemos tratado de cuantificar, pero de las que hemos dado algunos datos repecto a la Barcelonesa de Electricidad y de las que, en lo que se refiere a Barcelona Traction, se tiene una idea a través de la documentación reunida por los expertos del gobierno español.

La tercera vía de financiación de las empresas eléctrica han sido los créditos obtenidos de bancos y grupos financieros. En este libro hemos encontrado muchos ejemplos de ello. Hemos visto a la Compañía Barcelonesa de Electricidad obteniendo créditos de los bancos de Zurich y realizando duras negociaciones para reembolsarlos, a pesar de la vinculación que unían a dichos bancos con la casa matriz. Esas negociaciones, y las que mas tarde realizó igualmente Barcelona Traction, nos ponen ante la enredada madeja de relaciones financieras y de bancos constituidos por las empresas promotoras.

Finalmente, en tercer lugar, hemos de citar los beneficios obtenidos de la propia explotación como fuente de financiación del negocio.

Estos beneficios han sido a lo largo del tiempo variables, en función de los costes de la explotación; los cuales, a su vez, variaban en función de: 1) el precio del combustible en las térmicas, alto en algunos casos, y bajo en otros. 2) los costes de personal 3) la adquisición de tecnología, y 4) los costes financieros para la amortizacíon de los créditos obtenidos y para hacer frente a la retribución del capital invertido.

Los beneficios obtenidos por las empresas eléctricas que han actuado en Cataluña han sido variables, altos en algunos períodos y bajos en otros. En las empresas que hemos estudiado los costes de explotación han sido altos en la mayor parte de los casos, y se han visto afectados por todos los factores antes señalados, así como por la política de tarifas, fijadas por el Estado. Las coyunturas de crisis económica o de reestructuración industrial han afectado, así, muy intensamente a esa partida, como hemos visto en el ajuste instantáneo de los beneficios de FECSA con ocasión del Plan de Estabilización de 1959 o en la crisis provocada por el aumento de los precios del petróleo a partir de 1973.

Hemos de tener en cuenta, por otra parte, que la investigación y las innovaciones técnicas esenciales en el campo eléctrico se han realizado en gran medida por las empresas eléctricas, y ellas, por tanto, han debido cargar con todo el coste de dichos trabajos, que ha sido muy elevados. A ello se ha de añadir el coste creciente de la construcción de centrales térmicas e hidroeléctricas, la adquisición de maquinaria, la construcción de las líneas de transmisión y redes de distribución, la adapatación del personal técnico, y el coste de la gestión y de la explotación, lo que da lugar a cifras muy elevadas que han exigido la asociación con el capital financiero y han puesto con frecuencia en graves situaciones a las empresas.

Vistos en su conjunto, puede afirmarse que los resultados obtenidos por la actuación de la empresa privada han sido satisfactorios. Cataluña, y el conjunto de España, es un ejemplo de la resolución de graves problemas energéticos gracias a la actuación de la empresa privada. La Sociedad Española de Electricidad tenía una potencia instalada de 220 kW. Su sucesora la Compañía Barcelonesa de electricidad instaló una amplia red urbana y suburbana y elevó la potencia instalada desde la cifra anterior, en 1896, a la de 32.850 kW en 1912. Riegos y Fuerza del Ebro, por su parte, alcanzaba los 123.000 kW de potencia en 1920, tras la entrada en funcionamiento de los dos primeros grandes instalaciones hidroeléctricas de Talarn y Camarasa; en 1925, después de la absorción de Energía Eléctrica de Cataluña y la construcción de nuevos equipamientos hidroeléctricos, su potencia pasó a ser de 226.000 kW, la cual se había convertido en 346.630 kW diez años mas tarde, en un crecimiento que solo se vería interrumpido por la anormal coyuntura de la guerra civil y la dificultades de la posguerra. La otra empresa privada que le sucedió, FECSA, volvió a invertir grandes capitales en infraestructuras y elevó la potencia instalada hasta 2.599.000 kW en 1975 a 4.079.000 en 1990; debido a las características de una parte de estos equipamientos, la producción se ha elevado de forma mucho mas importante: las cifras han ascendido desde los 1.304 GW en 1952 a 4.885 en 1970, a 8.369 en 1975 y a 10.568 GW en 1990.

En ese panorama positivo hay también, desde luego, algunas sombras. Sin repetir datos que hemos expuesto ampliamente en esta obra nos limitaremos a citar aquí solamente dos.

El primero, relacionado con el carácter crecientemente dependiente de la economía catalana, se refiere a la exportación de beneficios. Podría haber ocurrido que una parte de los obtenidos de la explotación eléctrica en Cataluña por empresas extranjeras como la Barcelonesa de Electricidad o Barcelona Traction se hayan exportado fuera del país, dirigiéndose a financiar grandes equipamientos emprendidos por la misma empresa en otras lugares; es muy probable que los beneficios obtenidos por Riegos y Fuerza del Ebro o por Ferrocarriles de Cataluña hayan servido, finalmente, para construir los grandes equipamientos hidroeléctricos emprendidos por la empresa matriz en Brasil o en otros puntos de Iberoamérica.

Por otro lado, en el caso de la inversión del capital extranjero en la industria eléctrica catalana, la construcción de equipos y redes y la explotación ha absorbido lo esencial del esfuerzo inversor. Como el control final escapaba a Cataluña, no se produjo aquí ningún esfuerzo de investigación. Previsiblemente, los afanes en ese sentido se canalizarían hacia los lugares de origen de las sociedades, acentuando aún mas la dependencia tecnológica.
 

Instituciones públicas y empresa privada

En el panorama que acabamos de presentar está ausente hasta ahora uno de los grandes protagonistas del desarrollo de la energía eléctrica en Cataluña. Nos referimos al Estado y a las instituciones públicas que actúan a diferentes niveles, desde el estatal al municipal. No podemos acabar esta obra sin aludir también a este aspecto.

En España el Estado no intervino para nada al principio en el desarrollo de la generación de electricidad, al contrario de lo que sucedió con otras aplicaciones de esta energía como el telégrafo. Se dejó completamente a la iniciativa privada. Pero a lo largo de nuestro siglo se ha ido produciendo una intervención creciente.

La intervención del Estado y de las instituciones públicas se ha realizado, esencialmente, por dos vías: por un lado, estableciendo el marco legal en el cual debía realizarse la construcción de las instalaciones y de las redes de distribución y adoptando medidas sobre normalización; por otro interviniendo directamente en el desarrollo del negocio eléctrico. Empezaremos por el segundo de estos aspectos.

Una vez introducida la electricidad y convencidos los usuarios domésticos e industriales de las ventajas de esta energía, el desarrollo fue imparable y la demanda anduvo siempre por delante de la oferta. Eso aseguraba el dinamismo del sector y lo convertía en atractivo. En esas circunstancias los capitales privados no debían faltar y, como hemos visto, acudieron efectivamente. Pero, la guerra Europea produjo cambios importantes en la situación.

La crisis de los años 1930, la guerra civil y, más tarde, la guerra mundial vendrían a agravar las cosas, haciendo receloso al capital privado ante lo incierto de la evolución o dirigiendo una parte de los recursos hacia el esfuerzo bélico o, luego, hacia la reconstrucción. En el caso español, a todo ello se añade que, por la posición política del Régimen, en los años de penuria de la década de los 40 fue difícil importar materiales y emprender la necesaria renovación y expansión del equipamiento.

En esas circunstancias, fue el capital público el que, siguiendo la dirección ya señalada en los años 30 sobre explotación de los recursos hidráulicos de la cuenca del Ebro, intervendría para resolver los problemas de abastecimiento energético a Cataluña. La creación de ENHER en 1946 y las iniciativas de equipamiento energético emprendidas tanto en el campo de la producción térmica como hidroeléctrica tendría un papel decisivo en ese sentido.

En los años 1950 a 1990 el desarrollo del equipamiento eléctrico ha requerido otra vez cuantiosos capitales, primero para acabar las instalaciones hidroeléctricas del Pirineo, luego para las centrales térmicas, con equipos importados, y finalmente para las centrales nucleares. Una buena parte de esos capitales han sido privados, pero otros han sido de origen público.

Las inversiones exigidas por todo esto, y en especial por las nucleares, y el nivel de endeudamiento de las empresas han sido responsables de las dificultades por las que han atravesado y atraviesan. Eso ha conducido a que el Estado, a través de la empresa pública, se convirtiera también en accionista de FECSA a partir de 1987, para intentar resolver algunos de los problemas existentes. En esos años también la adquisición de empresas por el sector público ya sido una forma de apoyar el saneamiento de las empresas privadas.

Por otro lado, es indudable que las necesidades crecientes de interconexiones y las derivadas de la gestión integrada de redes pueden apoyar asimismo la conveniencia de una intervención pública. La creación de un equipamiento productivo y de una red exige negociaciones con intereses conflictivos, aprovechamiento de recursos hídricos de titularidad pública, gestión de los residuos (sólidos, líquidos o gaseosos), permisos para canalizaciones y pasos de líneas, todo lo cual puede hacer necesario algún tipo de regulación pública.

La intervención del Estado se ha producido también a través del control y regularización de las concesiones hidráulicas. A principios de nuestro siglo la Ley de Aguas de 1879 había quedado obsoleta, ya que no preveía los desarrollos de la hidroelectricidad. Desde 1900 se realizaron sucesivos intentos de reforma con retoques diversos que culminarían en el real decreto de 1921, que en parte recogía las ideas defendidas por Cambó en 1918. Si en los primeros momentos el agua pertenecía a los ribereños, lo que daba un gran papel a los municipios en las concesiones, a partir de 1921 el agua se convierte en un bien público general cuyo uso ha de ser controlado. Se intenta con ello ordenar el sector, nacionalizarlo y evitar el gran número de concesiones que se habían obtenido entre 1900 y 1920 con finalidad meramente especulativa, solo para adelantarse a otros posibles interesados, vendiéndolas y revendiéndolas.

Naturalmente, la intervención del Estado se ha realizado asimismo por otros mecanismos, entre los cuales la determinación de las tarifas adquiere un papel especialmente relevante, tal como hemos tenido ocasión de ver en esta obra. Progresivamente se fue afirmando la idea de que, dado el carácter estratégico de este servicio para el desarrollo de toda la economía, los suministros de energía habían de hacerse de acuerdo con las tarifas aprobadas pro la administración pública, las cuales, por otra parte, se habían empezado a establecer en los acuerdos legales sobre las concesiones.

En la bibliografía especializada el tema de la intervención del Estado ha sido recientemente objeto de amplia atención, defendiendo algunos autores la opinión de que ha constituido un obstáculo en el desarrollo de la electricidad. Es el punto de vista mantenido, entre otros, por L. Hannah y I. C. R. Byatt para Gran Bretaña, y por M. Levy Levoyeur para Francia. Según ellos, a través de reglamentaciones y tarifas aumenta el precio y se hace cara la electricidad, disminuyendo la demanda -y desincentivando a las empresas eléctricas. Al mismo tiempo, si la intervención se realiza para mantener el precio bajo, el resultado sería semejante, produciéndose igualmente una disminución de las inversiones privadas porque, en este caso, no hay ganancia. Lo mejor según eso, sería que el Estado no interviniera. Pero la historia muestra que la competencia entre empresas llega a ser feroz, que se ahogan las alternativas, y que las empresas si tienen el monopolio se convierten en entidades sin piedad que no dudan en chantajear a las colectividades. Son cuestiones de gran interés que el estudio detallado de la historia de empresas concretas, como las que se analizan en esta obra, tal vez podría permitir aclarar en el futuro.

Sin entrar aquí en el análisis de estas cuestiones, nos limitaremos a considerar otra importante vía de apoyo público al desarrollo de la electricidad, de la que también se ha hablado ampliamente en este libro Se trata del apoyo institucional vía contratos. En este sentido es indispensable una alusión siquiera sea somera al papel del consumo municipal y la alternativa de la municipalización de los servicios de producción y distribución de energía eléctrica.

Desde el primer momento, lo hemos visto en este libro, se entabló una abierta lucha para obtener los contratos municipales y gubernamentales de alumbrado, y de establecimientos públicos (casas consistoriales y otros edificios oficiales, sedes de instituciones diversas). Los contratos gubernamentales y municipales eran a veces el gran activo de las sociedades, y el abastecimiento del alumbrado público una fuente de ingresos esencial en la primera fase del establecimiento de las compañías eléctricas, desde los años 1880 hasta la primera década de nuestro siglo. En esos años, y en situación de fuerte competencia entre las empresas productoras, el papel del municipio pudo ser, de alguna manera, el de árbitro, con capacidad para negociar y decidir entre ofertas diferenciadas. Pero en situaciones de monopolio o de oligopolio de la oferta la situación cambia radicalmente, y entonces las compañías suministradoras pueden negociar en condiciones de superioridad, con el peligro de que presionen para imponer tarifas o plazos que les son ventajosos. Es lo que ocurrió, lo hemos visto también, cuando la sociedad Les Tranways de Barcelona llegó a tener casi el control total de las líneas de Barcelona. Y lo que con referencia al suministro eléctrico, pensaban muchos barceloneses que ocurría en los años 1920 con la fijación de tarifas excesivas por parte de las compañías suministradoras.

En esa situación, y con los ejemplos de otros países próximos como Gran Bretaña o Alemania, es lógico que surgieran proyectos de la municipalización de la generación y distribución de la energía electrica. Así ocurrió en Cataluña, donde desde comienzos del segundo decenio de nuestro siglo, esas ideas empiezan a difundirse y debatirse, aunque el fuerte endeudamiento de los ayuntamientos impidiera en ningún caso superar la pura discusión teórica.

Mas adelante, a mediados de los años 1920 se pasó ya a propuestas concretas. En 1928, por ejemplo, el ayuntamiento de Barcelona por la mano de Rafael del Rio del Val, marqués de Casa-Pinzón, teniente de alcalde y presidente de la Comisión Especial de Ensanche de la ciudad no dudaba en plantear abiertamente la conveniencia de la municipalización del servicio público de alumbrado, de forma directa o indirecta, considerando que la compañía suministradora cobraba un precio excesivo, 0,28 pta el kWh en lugar de los 0,15 en que debía fijarse "según el parecer de los peritos en esta materia". Los datos que manejaba parecían concluyentes. Según Del Rio el municipio consumía un total escriturado de 10 millones de kWh, lo que suponía un gasto anual de 2,8 millones de pesetas, a lo que había que añadir el gasto de conservación y mantenimiento de tal servicio, que ascendía a una cifra similar a la anterior, lo que daba un total de 5 millones al año. Según él, con 4 millones de pesetas sería posible construir una central productora de energía, equipada con una turbina de vapor o un motor Diesel, y con otros 10 millones una red de suministro urbano. Esta cifra de 15 millones equivalía al gasto de tres años y podría ser totalmente amortizada en seis años. "¨Es utópica esta idea?, se preguntaba el teniente de alcalde; y concluía: "nosotros la ofrecemos, con toda nuestra buena voluntad y después de madurado estudio, a aquellos que hayan de substituirnos si no somos los que la realicemos".

La idea, como es sabido, no se llevó a la práctica. Y desde la perspectiva actual no sabemos si lamentarnos o alegrarnos de ello. Los estudios históricos hoy existentes nos hacen vacilar respecto al juicio sobre la conveniencia de aquella iniciativa.

En efecto, algunos autores no han dudado en atribuir a la excesiva intervención municipal en el campo de la energía eléctrica el retraso británico en ese campo. Influida por el "municipal trade movement", la ley británica de 1882 atribuía a las autoridades municipales la capacidad para producir y distribuir electricidad o de realizar para ello concesiones a las empresas privadas, aunque estas concesiones podían ser reasumidas al cabo de 21 años. Se ha sostenido que esta ley había ahogado antes de nacer a la industria privada de la electricidad, desalentando a los inversores por la brevedad de los plazos, aunque su duración de elevó a 42 años en 1888. En 1889 por primera vez un municipio, Bradford, se convirtió en productor de electricidad y a partir de ahí en el cambio de siglo tomaron una importante iniciativa en este sentido, incluyendo los tranvías. Como resultado de ese movimiento, en 1903 las colectividades locales aseguraban los 2/3 de la producción de electricidad vendida al público y transportaba los 4/5 de los viajeros de los tranvías.

Pues bien, el juicio sobre esa experiencia no ha podido ser mas negativo: desde 1905 esa parcelación de la producción eléctrica, ha escrito I. C. R. Byatt, fue un obstáculo para la incorporación de nuevas tecnologías y para una producción a gran escala que habría permitido precios mas baratos. Además de ello puede discutirse si esa municipalización que favorecía las pequeñas iniciativas locales pudo retrasar la extensión de un sistema universal con grandes centrales ya que los municipios se mostraban celosos de las suyas propias y adoptaban una actitud reticente hacia las interconexiones, tanto con las redes privadas como con las de otros municipios.

Claro está que frente al caso inglés podría esgrimirse otro ejemplo totalmente contrario, como el alemán. En los años anteriores a la guerra Europea la influencia de la economía comunitaria y del llamado "socialismo municipal" fue muy fuerte en Alemania, heredando una larga tradición histórica de intervención de los municipios en la organización y gestión de los servicios públicos, extendía desde fines del XIX a la creación de empresas industriales para los servicios de agua gas y, mas tarde, electricidad. Desde comienzos de nuestro siglo la ideología municipalizadora alcanzó una gran influencia y condujo a la creación de empresas municipales y de sociedades de economía mixta. En 1913 casi el 45% de las fábricas productoras de electricidad dependían enteramente de colectividades locales y casi otro 30% eran fábricas explotadas según el sistema de economía mixta. Esas experiencias, sin embargo no parecen haber afectado negativamente al desarrollo de la industria eléctrica. Con lo cual queremos simplemente concluir no solamente que el debate permanece abierto sino, además, que el estudio del desarrollo de la industria eléctrica no puede hacerse prescindiendo de las situaciones legales y políticas en que se produjo en los distintos países. Es posible que este debate no pueda tener nunca una conclusión, ya que en él están en juego no solo argumentos de eficiencia económica, sino también opciones políticas e ideológicas. En todo caso, supone un interesante debate que debería realizarse a partir de comparaciones internacionales y teniendo siempre en cuenta el análisis de las alternativas existentes. Análisis que deberían extenderse igualmente a la intervención pública en otras escalas y en concreto a la intervención de los organismos de ámbito estatal.

Pero además de la eventual intervención directa como productores y distribuidores, los municipios podían intervenir, y de hecho intervinieron activamente, en el desarrollo de la electricidad a través de otras vías. La negociación de las empresas con los poderes públicos merece, en este sentido, una especial atención.

Tanto el Estado como los ayuntamientos intentaron en todo momento tener algún control sobre lo que sucedía en el campo de la producción y distribución de electricidad. Los impuestos sobre la producción eléctrica y el consumo, la reglamentación de contadores, la fijación de tarifas, las normas sobre concesiones de servicio o establecimiento de líneas, son algunos delos muchos mecanismos puestos a punto para asegurar alguún control público sobre la producción y distribución eléctrica. Sin olvidar la creación de múltiples organismos oficiales que han tratado de regular la industria eléctrica en España; como la Comisión Permanente Española de Electricidad, creada en 1912, el Consejo Ordenador de Economía Nacional, en 1932, el Consejo de Obras Públicas, 1932, las Mancomunidades Hidrográficas, 1926 y 1931, UNESA, 1944, ENDESA, y tantos otros que es innecesario citar aquí.

Los ayuntamientos, y de manera especial el de Barcelona, intentará siempre controlar de alguna manera la implantación de esta energía en el espacio de su competencia. En este libro hemos dado suficientes ejemplos de conflictos surgidos en relación con temas diversos. Por ejemplo en relación con los contratos, entre las sociedades que los deseaban largos y el ayuntamiento que los quería cortos. El ayuntamiento presionaba con la posibilidad de rescindir los contratos o crear otras sociedades, pero estaba, en realidad, maniatado por la limitación de sus recursos y las deudas acumuladas con las compañías. El tema se complica porque el ayuntamiento de Barcelona tenía una tradición de intervención directa en la producción y distribución del gas, a través de su participación en la empresa. Por eso podía ocurrir que no viera con buenos ojos la electricidad, campo en el que no podía intervenir.

Sea cual sea las respuesta a las cuestiones sobre las ventajas relativas de la intervención pública en el campo de la producción de electricidad, hay algo sobre lo que no cabe duda: en España, y en Cataluña en concreto, las compañías de electricidad vieron en todo momento dicha intevención como un grave peligro a sus beneficios y a su existencia, intentando por todos los medios que no se produjera. Las fuentes consultadas para esta obra muestran también este hecho de forma incontrovertible. En particular, los documentos reunidos por el gobierno español en relación con el pleito de la Barcelona Traction muestran la preocupación de los directivos de Riegos y Fuerza del Ebro para evitar cualquier posibilidad de que se desarrollaran las cooperativas y, en especial, que pudieran caer bajo el control de las autoridades municipales. Los datos sobre las tácticas seguidas, procedentes de la documentación incautada a la empresa por el comisario de la quiebra, constituyen uno de los mas impresionantes testimonios de los procedimientos seguidos por la empresa capitalista para ahogar el desarrollo de posibles competidores. Nunca podremos saber lo que habría podido ocurrir en el caso de que estas formas alternativas se hubieran podido desarrollar.
 

Redes y planeamiento regional

La concentración capitalista en el campo de la industria eléctrica ha sido creciente desde fines del siglo pasado y ha dado lugar a empresas cada vez mas grandes y que actúan a mayor escala para la producción y distribución de energía. En esta obra hemos podido percibir las etapas de dicho crecimiento desde comienzos del siglo XX, con la evolución de las sucesivas compañías que se han sucedido desde 1880 hasta hoy.

Se trata de una ampliación del tamaño y del área de intervención espacial. La cual se ha producido por medio de estrategias espaciales y empresariales bien diseñadas desde comienzos de siglo: la adquisición de empresas locales que poseían redes y facilitaban abonados.

La evolución de las sucesivas compañías estudiadas nos proporciona el ejemplo de una empresa productora y distribuidora de electricidad de ámbito, primero, local - en el caso de la Sociedad Española de Electricidad y de la Compañía Barcelonesa de Electricidad- y, luego, regional - en los de Riegos y Fuerza del Ebro y FECSA-; pero desde 1944, tras la creación de UNESA y la aprobación del Plan de Conjugación de Sistemas Regionales de Energía Eléctrica, con interconexión e integración creciente en una red nacional e internacional.

Desde el punto de vista de la organización espacial de las redes, en esta evolución pueden distinguirse varias etapas: 1880-1906, 1906-1912, 1912-1944, 1944-1955, y desde esta última fecha hasta hoy.

La primera etapa se desarrolla entre 1883 y 1906. En el primero de dichos años con la construcción de la central de la Sociedad Española de Electricidad se dio un paso decisivo: la sustitución de los generadores que producían electricidad en el punto de consumo por una generación central a gran escala y su distribución a los consumidores a través de una red. Las redes en esta primera etapa eran puramente locales, desde la central de la SEE y, mas tarde, de la CBE hasta pocos centenares de metros. servían un mercado compacto y próximo a la central, con dificultades de transmisión por pérdidas de energía. A principios de siglo la red de distribución de la Compañía Barcelonesa de Electricidad se extendía solamente por Ciutat Vella, Poble Sec y Ensanche.

La segunda etapa se inaugura en 1906, con la instalación de la corriente alterna y del sistema universal de distribución. La corriente alterna era distribuida a 6.000 voltios hasta subcentrales y puntos de alimentación. La red pudo alcanzar en unos dos años mayor extensión llegando hacia el noreste hasta Poble Nou, Sant Andreu y Badalona, hacia el interior hasta las laderas del Tibidabo y por el sur hasta Sants. Total, no mucho mas del actual municipio de Barcelona, con 100 km2. Unos años mas tarde, los aumentos de potencia de la central térmica de Mata permitieron en los cuatro años siguientes alimentar una red de distribribución que se dirigía decididamente por la costa hacia Mataró, que llegaba por el sur hasta Santa Coloma de Cervelló, donde se localizaba la colonia Güell, y que tras rebasar la sierra de Collserola se extendía por el Vallés hasta Sabadell, Terrassa y Martorell. Es decir, unos 600 km2.

Durante esta fase y la anterior se instalan gran número de pequeñas centrales que organizan redes locales de distribución. Un tema que está esperando la urgente colaboración de historiadores locales en toda Cataluña, sobre todo, en un primer momento, para la urgente recopilación de los recuerdos de sus protagonistas.

La tercera etapa se inicia en 1914 con la llegada a Barcelona de la energía producida en los saltos pirenaicos a través de las líneas de alta tensión de 110.000 voltios. Supone el paso a una escala regional. Durante un tiempo se mantienen dos redes diferenciadas de RFE y EEC; luego, a partir, de 1924 se produciría la integración de ambas redes.

Se constituye así una red integrada que cubre toda el área catalana y ha convertido en subestaciones las antiguas centrales locales independientes. Los mapas de los años 1930 que reproducimos en esta obra muestran ya la existencia de un verdadero sistema regional eléctrico integrado de Barcelona Traction. Un sistema con nodos productores (centrales térmicas en la costa y centrales hidráulicas en el Pirineo y a lo largo de los cursos del Segre y Ebro), nodos secundarios (subestaciones y transformadores) y lineas de transmisión y distribución principales, asi como otras secundarias pertenecientes a los revendedores. A comienzos de los años 1930 el área servida por dicha red alcanzaba con sus 26.500 km2 una dimensión verdaderamente regional, mucho mas extensa que la de la gran competidora, la Catalana de Gas y Electricidad. En esos años avanza el proceso hacia la electrificación integral del espacio.

En esa situación, su actuación fue la típica de empresas que aspiran a obtener la posición de fuerza que da el monopolio o el oligopolio: como hemos dicho, trataron de arruinar las alternativas que suponían las pequeñas cooperativas locales y los intentos de municipalización o de intervención pública.

La cuarta etapa supone el comienzo de la integración a escala nacional. En otros países se alcanza ya desde años 1930; en Gran Bretaña, por ejemplo la interconexión nacional se construye entre 1927 y 1933 y pudo entrar en funcionamiento comercial en 1935. En España las primeras propuestas gubernamentales proceden de 1918, y fueron seguidas poco después por otras procedentes de las empresas productoras y distribuidoras (como la de la Asociación de Productores y Distribuidores de Electricidad, en 1927) Pero de hecho se avanzó poco en esa dirección, y a mediados de los años 1930 las redes eléctricas españolas eran todavía redes de carácter regional. La de Cataluña, por ejemplo solo conectaba con la aragonesa, y mas específicamente, con la de Zaragoza y el Pirineo oscense, hasta Sabiñánigo; pero por el sur las líneas de transmisión llegaban solo hasta Tortosa, sin conectar con la red valenciano-murciana.

La situación se prolongó por las circunstancias de la guerra civil, aunque por razones de urgencia al final del conflicto bélico se realizaron conexiones provisionales entre las centrales pirenaicas y la zona vasca, para abastecer a Bilbao. Pero realmente el plan de interconexiones solo empezó a llevarse a la práctica a partir de 1944 con la creación de Unesa y la aprobacion del Plan de Conjugación de Redes. En los años siguientes se trabajó en la construcción de diversas líneas de interconexión a 110.000 V, en un programa acelerado que trataba de paliar las restricciones energéticas que tan duramente afectaban a la productividad de las regiones industriales. Con la realización de estas conexiones se pudieron iniciar intercambios energéticos que compensaran los déficits y excedentes en la demanda.

En los años 50 con la relativa normalización de las condiciones económicas se pudo avanzar mas decididamente en ese programa, pasandose a la construcción de líneas a mayor tensión. Así, desde 1956 se iniciaron nuevas conexiones entre las zonas catalana y centro-norte para intercambiar potencia de hasta 200.000 kW a la tensión de 220.00 V; en 1959 pudo inaugurarse esa línea que conectaba la red de Iberdueron con las de las distintas compañías que actuaban en Cataluña. Previamente se había tenido que hacer un gran esfuerzo para establecer y ampliar las conexiones intra regionales: en 1958 se estableció en Lérida la conexión de la red de FECSA con la de ENHER, y en años siguientes se interconectaron a 220.000 V las redes de todas las compañías catalanas de electricidad.

La última etapa que podemos considerar desde la perspectiva de la organización de las redes es la de integración internacional. Esta etapa se inicia en lo que se refiere a la red catalana en 1955, fecha en la que se realizó la interconexión con la red francesa. A partir de ese momento fue posible iniciar intercambios entre las redes de un lado y otro de los Pirineos, compensando los excedentes y déficits en unas y otras.

La organización de las redes eléctricas a lo largo de nuestro siglo se ha convertido en una tarea de organización espacial. Tanto a escala regional como a escala local.

Hemos visto que al diseñar el proyecto de electrificación de Cataluña Carlos E. Montañés se vio conducido a diseñar, al mismo tiempo, un esquema de organización territorial de la aglomeración barcelonesa, con localización de funciones comerciales, residenciales e industriales y el diseño de vías de comunicación entre el centro y la periferia de la metrópolis barcelonesa. Ese proyecto fue, de hecho, el adoptado por Pearson y Riegos y Fuerza del Ebro y llevado a la práctica a través de la apertura del túnel de Vallvidrera y la construcción de la vía férrea con Sabadell, la integración de la compañía de Tranvías, la adquisición de tierras para urbanizar (Catalonian Land). Mas adelante la integración de las redes de transmisión y distribución de los conglomerados de RFE y EEC, mas la adopción de decisiones sobre localización de industrias electroquímicas altamente consumidoras de electricidad.

Por otro lado, la construcción de los equipamientos hidroeléctricos supuso la inundación de sectores de regadío en el Noguera Pallaresa y en el Segre, así como la construcción de nuevos canales y de nuevos areas regadas. Solamente en el Pallars se construyeron 4.000 ha , según muestra el trabajo de F. Xavier Tarraubella. Las mismas obras dieron también lugar a la construcción de fabricas de cemento, y a nuevos caminos y puentes.

La electricidad permitió reducir las servidumbres geográficas de localización por razones energéticas (junto a los puertos por donde llegaba el carbón o junto a los ríos que facilitaban la energía hidráulica) y ampliar las localizaciones. La aplicación de los motores eléctricos permitió difundir la industria en el espacio. También en este sentido están por ver las características y la cronología precisa de esa difusión. Hace falta un inventario detallado de la adquisición de motores y de los debates sobre la dispersión industrial en Cataluña. Teniendo en cuenta que a pesar de las posibilidades que abrió la electricidad en orden a la dispersión industrial, la realidad es que la industria de hecho se ha difundido de forma limitada y ha quedado, en lo esencial concentrada en las grandes áreas de ese tipo ya existentes.

Por otra parte, a la escala local o específicamente urbana, la electrificación ha supuesto también problemas de reordenación espacial. Sin entrar ahora a considerar las posibilidades abiertas por la tracción eléctrica, o de las redes de comunicaciones basadas en la electricidad, nos limitaremos a recordar, ante todo, que al extender la red de distribución de energía eléctrica, se extendía también la urbanización y se dio un paso decisivo para convertir a los campesinos en ciudadanos, sometidos a las pautas de comportamiento urbano.

Finalmente, hay que recordar la adaptación del espacio de localización de los equipamientos productivos y transformadores.La localización de una central térmica urbana implica toda una serie de exigencias y de impactos locacionales, que inciden en el planeamiento. Debe recordarse, por ejemplo, que el consumo de carbón o fuel por las térmicas dio lugar a sistemas de canalización para refrigeración, oleoductos, e instalaciones para el abastecimiento y alamacenamiento de carbón. Por su parte, la extensión de las redes de suministro eléctrico fuera de la ciudad ha permitido extender la urbanización, tanto físicamente, en el sentido de la construcción de viviendas y fábricas en la periferia debido a la ampliación de los tranvías y ferrocarril, como en lo que se refiere a la extensión de las pautas de vida urbana.

La historia de la electrificación de Cataluña aparece así como un campo que necesita de nuevas investigaciones y de una perspectiva interdisciplinaria. Es mucho lo que hasta ahora se ha hecho, en especial en el campo de la historia de la economía. Pero es también mucho loque falta, y para ello se precisan de nuevos esfuerzos desde diferentes especializades. Además de los historiadores de la economía y de los geógrafos, el estudio de este tema debería abordarse también desde la perspectiva de la historia de la ciencia y de la tecnología, desde la historia social y desde y desde la histoira de la empresa. Y es urgente, ante todo, conservar los archivos e iniciar cuanto antes un esfuerzo para recoger los testimonios orales de todos aquellos que han participado en el desarrollo de la electricidad en Cataluña, desde el personal técnico a los obreros. Mucho nos alegraría que este libro, y la investigación en que se inserta, pudiera contribuir a estimular nuevos proyectos en esa dirección.

Información sobre la obra:

FECSA (Fuerzas Eléctricas de Cataluña, S.A.)
Avinguda del Paral.lel, 51
08004 Barcelona, España



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