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BARCELONA, UNA SOLUCIÓN PARA LOS PROBLEMAS DEL MUNDO
Horacio Capel
Escrito para La Veu del Carrer, Federació d'Associacions de Veins de Barcelona. Barcelona, 2010. <http://www.favb.cat/>.
El éxito del modelo Barcelona en
los años 1990 fue muy grande, especialmente en diferentes países iberoamericanos,
como Brasil, Uruguay y otros. Entre ellos también Argentina, que a comienzos
del año 2000 se encontraba en una fuerte crisis económica, con aumento del
desempleo y de las desigualdades sociales. La crisis golpeó especialmente a
Buenos Aires, obsesionada en convertirse en una ciudad global, y con políticos que
estaban muy confundidos por las ideas que circulaban sobre post-industrialización,
marketing urbano, post-fordismo y otras procedentes del mundo económico o
académico.
España, en general, y Barcelona, en particular, podían aparecer en aquellos momentos como un modelo digno de ser considerado e imitado. En plena crisis muchos argentinos querían salir del país y dirigirse a España, principalmente a Barcelona. Los elogios al “modelo Barcelona” eran muy repetidos. La intervención para renovar el frente marítimo, la concertación público-privada, la recalificación del suelo y las facilidades a la iniciativa privada para actuar en espacios centrales, e incluso proyectos más tardíos, como el 22@, parecían soluciones barcelonesas que valía la pena aplicar también en la capital del Río de la Plata. Y que realmente empezaron a aplicarse, como muestra la operación de reforma de Puerto Madero, en Buenos Aires,
En aquel momento de crisis, un grupo de periodistas porteños se decidieron a fundar en 2002 un periódico que todavía se vende en los kioskos y que no deja de sorprender al turista español que pasea por Buenos Aires. Se titula “Barcelona una solución europea para los problemas de los argentinos”.
Se trata de una publicación quincenal, que hace una feroz parodia de las noticias de la prensa, y que ha llegado al número 186 e imprime, al parecer, unos 20.000 ejemplares. Es una publicación verdaderamente vitriólica, en clave histriónica, satírica, paródica, llena de sarcasmos, mordacidades y dobles sentidos. Publica noticias inventadas, que remiten a los problemas que tiene el país, a la vez que critica el poder y muchos valores generalmente aceptados. En los últimos números ha informado sobre los casos de gatillo fácil de la policía metropolitana y las apuestas que se hacen acerca del barrio que tendrá el honor de aparecer en los periódicos por ese motivo; de las inquietudes de Berlusconi por el avance de la ultraderecha ya que, dice, “estos fanáticos nos van a prohibir importar putas negras”; del fracaso del lanzamiento del iPañ, el muy promocionado “pañal con bluetooth absorbente y touchpad a prueba de irritación”.
También otorga premios a la calidad, como el recientemente concedido a la República Centroafricana por ser el país más avanzado en evitar la contaminación industrial y el uso de gases tóxicos en los procesos fabriles. En otro artículo condenan la violencia juvenil, que es más peligrosa que el mismo glifosato, “el popular pesticida que evita que muera la soja pero logra que muera y se enferme todo lo que la rodea, incluidos los seres humanos”.
Tiene secciones como “El país,”, “El mundo”, “Para entender el conflicto”, “Buzón del Lector” y “Erratas”. Como son muy cuidadosos, en estas últimas corrigen errores advertidos en la edición anterior; así señalan que donde en el número anterior habían escrito “un político (o empresario) deshonesto” querían decir “un hijo de puta”.
Leyendo esa publicación se da uno cuenta, si es que se necesitara todavía, del disparate que supone la información que proporciona la prensa diaria (sin hablar ahora de la televisión). Nada parecido a ese periódico argentino existe en Barcelona, aunque algunas veces se echa de menos. Solo habría que leer críticamente y en clave histriónica las noticias de los periódicos y las opiniones que se difunden: las predicciones de expertos financieros sobre la evolución de la crisis o las noticias sobre la evolución de la Bolsa, las declaraciones altisonantes de los políticos sobre la situación, las doctas secciones de opinión de conocidas periodistas (y periodistos, tendríamos que decir, para ser políticamente correctos), los comentarios del Papa y sus cardenales sobre la pederastia o el sadismo de sacerdotes y frailes, los anuncios disparatados para la promoción de productos diversos, las declaraciones de los futbolistas, entrenadores y candidatos a la presidencia de algún club (para gestionar los trapicheos), la exaltación de acontecimientos históricos que se producen cada tres días, etcétera, etcétera.
Para los barceloneses, iguales carcajadas y sarcasmos merecerían las noticias sobre los gastos injustificables para promocionar selecciones deportivas catalanas y para crear un servicio diplomático exterior, las campañas de consultas, aquí llamadas de participación, los suplementos de información religiosa de algún diario, la corrupción millonaria al servicio de la nacionalidad y la cultura catalana, las valoraciones de libros indigestos y de exposiciones que provocan náuseas, hechas por críticos muy reputados.
Leyendo periódicos como Barcelona, una solución europea para los problemas de los argentinos -o releyendo ahora los artículos que se publicaban en la prensa a finales del siglo XIX sobre la iglesia o sobre la situación política española (por ejemplo, los que publicaba Leopoldo Alas “Clarín”, y que pueden verse en los últimos volúmenes de la edición de sus Obras Completas, que se están publicando)- se da uno cuenta de hasta qué punto el temor (o las complicidades) han difundido la autocensura en Barcelona, en Cataluña y en España en general.
Copyright Horacio Capel, 2011.
Ficha bibliogràfica:
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