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EN LA CIUDAD Y EN LA HISTORIA DEL ARTE
Conferencia con motivo de la entrega del Premio Internacional Geocrítica 2013
Nota del Consejo de Redacción
El 16 de octubre de 2013 se celebró la entrega del Premio Internacional Geocrítica 2013 al profesor Antonio Bonet Correa. El acto se realizó en la Reial Academia de Belles Artes de Sant Jordi, bajo la presidencia de su presidente Dr. Joan Antonio Solans Huguet y la intervención del Profesor Horacio Capel, que hizo la entrega.
Al publicar este discurso queremos también enlazar con otros textos que pueden completar la imagen del Profesor Bonet Correa, a saber:
Horacio Capel: Entrega del Premio Internacional Geocrítica 2013 al Profesor Antonio Bonet Correa
Acta del Jurado Internacional http://www.ub.edu/geocrit/pig13.htm
La trayectoria académica y las aportaciones científicas del Profesor Antonio Bonet Correa http://www.ub.edu/geocrit/pig13.htm
Antonio Bonet Correa: Ser moderno o el testimonio personal de una educación sentimental bajo el signo paradigmático de la vanguardia, Scripta Vetera. Edición Electrónica de Trabajos Publicados sobre Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, nº 131. http://www.ub.edu/geocrit/sv-131.htm
Antonio Bonet Correa: Discurso con ocasión del Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Santiago de Compostela, el día 15 de julio de 2013. Scripta Vetera. Edición Electrónica de Trabajos Publicados sobre Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, nº 132. http://www.ub.es/geocrit/sv-132.htm
EN LA CIUDAD Y EN LA HISTORIA DEL ARTE
En primer lugar y de la manera más expresiva quiero dar mis más sinceras y rendidas gracias al jurado que generosamente me ha concedido el preciado e importante Premio Internacional Geocrítica 2013. Los prestigiosos nombres de los anteriores galardonados son prueba e índice del alto honor que hoy se me dispensa. Este premio es para mí una infinita distinción que aprecio enormemente. El hecho de que los geógrafos, cuyo saber y conocimientos considero esenciales para comprender la relación que existe entre los seres humanos y la transformación por ellos de la naturaleza, hayan pensado en mi persona y en mis trabajos, me llena de un sano orgullo. En tanto que historiador del arte, considero que la deferencia que tienen conmigo los geógrafos muestra su abierto espíritu respecto a la disciplina intelectual que profeso. Indudablemente las inquietudes de orden cultural que me han llevado a interesarme por la configuración e historia de las ciudades, las mutaciones del territorio y del paisaje tanto urbano como rural, lo mismo que su representación visual, me acercan a la ciencia de los geógrafos. No en vano mi maestro Pierre Lavedan fue autor, en 1936, de un libro sobre la Geografía de las ciudades, cuyos métodos de urbanista eran muy próximos a los del gran geógrafo Vidal de la Blache. En realidad los temas y las materias comunes a la Historia del Arte y a la Geografía pertenecen epistemológicamente al tronco común de la Antropología cultural cuyas ramas, a través del tiempo y del espacio abarcan el conocimiento del total desarrollo de la vida humana. Al fin de cuentas todas las inquietudes comunes a determinados geógrafos e historiadores del arte son un querer ahondar, metafóricamente hablando, en una Arqueología del saber.
En segundo lugar y de manera también expresiva quiero subrayar la gran satisfacción que siento ante el hecho de que la solemne entrega de este premio sea precisamente en este noble Salón de Actos de la Real Academia de Bellas Artes de San Jordi, docta e ilustre Institución de la cual soy miembro correspondiente. El verme aquí acogido por eminentes colegas académicos, a los que me unen lazos de amistad y de admiración, me complace enormemente. También siento igual satisfacción al estar acompañado por mis colegas universitarios de Barcelona que no han querido faltar a este acto para mí tan entrañable. Haré especial mención a mi querido matrimonio Horacio Capel y Mercedes Tatger a los que me unen viejos afectos casi familiares. Nada puede confortarme tanto como esta recepción. Mis raíces mediterráneas, mezcladas a las atlánticas, hacen que me sienta identificado con la cultura catalana. A las afinidades electivas y los afanes comunes de orden académico y universitarios que nos unen, hay que añadir mis sentimientos personales respecto a Cataluña ya que mi mujer Monique Planes Durand es de Perpignan, ciudad en la que, durante muchos años, veraneamos y desde la cual no sólo hice numerosas excursiones por los territorios de las cuatro provincias catalanas sino que pude apreciar de cerca las virtudes y las maneras de entender el arte y la vida a orillas del Mare Nostrum.
Tras mi cordial y fraternal saludo a todas las personas amigas presentes, quiero deciros que, pese a mis numerosos años, todavía quiero conservar la ilusión de seguir trabajando en las tareas intelectuales que han ocupado la mayor parte de mi existencia. Sin embargo soy consciente de que el tiempo, para alguien de mi edad, tiene un límite. Ahora bien, ello no es óbice para seguir atento a lo que sucede a mi alrededor y el tener la intención de completar o de dar remate a los temas que, a lo largo de los años, han despertado mi curiosidad y han sido objeto de mi afán de saber.
Cuando al cabo del tiempo, se quiere hacer el cómputo y el balance de los aciertos y los errores que marcan el transcurso de una carrera profesional, no queda más remedio que el remontarse al inicio de su vida personal, es decir a su infancia. En un principio, tanto los sueños como las ilusiones de un niño como su formación familiar y escolar son fundamentales para el futuro desarrollo de su capacidad intelectual y comportamiento social. De acuerdo con los análisis de la epistemología genética de Jean Piaget, tan utilizados por el historiador del arte Pierre Francastel para estudiar la realidad figurativa, las construcciones lógicas de las estructuras formales del pensamiento tienen que ver y están estrechamente ligadas a los mecanismos perceptivos cuyas raíces proceden de los primeros pasos de la inteligencia humana a partir de la infancia. Digo todo esto a propósito de la decidida vocación literaria y la curiosidad por la plástica que he tenido desde mis primeros años de uso de la razón. Y también mi interés por la historia en tanto que acontecer determinante de la vida colectiva. Crecí en un ambiente familiar inmerso en las corrientes de la vanguardia artística y la tradición heredada y mis primeros recuerdos imborrables son primero la caída de la monarquía española, en 1931, y la Guerra de Asturias, en 1934, y por último la Guerra Civil en 1936. Desde niño viví rodeado de libros, pintura y preocupación por los movimientos renovadores en todos los órdenes de la vida, que se truncaron en el año 36. Ahora bien, no fue hasta mis años universitarios en Santiago de Compostela que, de manera más o menos libérrima y a la vez controlada, se encauzaron mis energías y mis entusiasmos por el estudio y el trabajo intelectual. Entonces se decidió lo que sería mi posterior trayectoria de investigación y dedicación docente como Historiador del Arte.
De sobra se sabe que las vivencias, con tanto acierto analizadas por Dilthey, a diferencia de la aprehensión propiamente dicha, son una forma de experimentar, de tomar posesión inmediata de lo que está fuera de la conciencia y vivir mentalmente algo. Experiencias afectivas para un sujeto son una manera de comprender la realidad. Para Husserl las vivencias puras constituyen, enriqueciéndose a lo largo de toda una vida, el flujo de la existencia. Los recuerdos de las vivencias infantiles son esenciales. Si ahora me refiero a ellas es para señalar cómo desde niño me hicieron comprender lo vario y multiforme que era el mundo. Unas botas de patinar sobre hielo que estaban colgadas en el vestidor de la casa de mi abuela materna de Lugo, siempre que iba a la vetusta ciudad amurallada del interior de Galicia, me hacían imaginar a mi tío Evaristo, que había sido lector en la Universidad de Bucarest, haciendo cabriolas sobre uno de los lagos que rodeaban la ciudad rumana. Muchos años después, en mi primer viaje a Bucarest para dar una conferencia en el Instituto Cervantes, fue como un homenaje a mi lejana ensoñación infantil. De La Coruña, mi ciudad natal, tengo miles de vivencias de naturaleza marítima, presididas por la romana y neoclásica Torre de Hércules. Una de ellas es la visita de los trasatlánticos en los que mi tío Jesús era médico de emigración. La enorme ciudad flotante era una caja llena de maravillas, sobre todo para el niño que por un momento disfrutaba visitando el lujoso salón de juegos infantiles de la primera clase. También es un recuerdo imborrable la imagen del enorme buque que, con los camarotes encendidos, por la noche resplandecía rivalizando con las luces de la ciudad. En esa misma bahía, desde la terraza del catedrático del Instituto de Geografía, hijo de Antonio Blázquez Delgado Aguilera, el traductor de Vidal de la Blache, vi el aterrizaje del avión Dornier X que mi padre filmó con una cámara de cine. Precisamente gracias a las películas francesas proyectadas en casa con un Pathé-Baby pude imaginar, sin ir a ellas, ciudades como Venecia, Granada o Marrakech, que me fascinaban por su exótica belleza.
Una vivencia indeleble y que me abrió nuevas perspectivas acerca de la variedad de lo existente fue cuando toda la familia viajamos, en el otoño de 1932, a Madrid en donde permanecimos dos meses. Salimos de La Coruña en el Expreso de la noche. Al amanecer, el tren se paró en Medina del Campo y al despertarme contemplé la rojiza mole de ladrillo del Castillo de la Mota que se erguía en un paisaje de árida, seca y dorada naturaleza. Para un niño acostumbrado a los pétreos y grises edificios y a las húmedas y verdes praderías y los frondosos bosques de Galicia, nada podía resultar más novedoso. Tampoco podía de repente adivinar entonces que, pocos años después, esta vieja fortaleza vinculada a la Reina Isabel la Católica, se convertiría, con el triunfo del Franquismo, en todo un símbolo del centralismo imperial de Castilla. La visión de Madrid fue para mí enriquecedora y, en gran medida, de ella parten muchas de las reflexiones que luego he hecho acerca de las ciudades capitales o cabezas de un país. En Madrid nos instalamos en una pensión en la Plaza de Santa Ana, cerca de la calle del Gato en donde estaban los espejos deformantes que inspiraron los esperpentos de Valle-Inclán. Por la Calle del Prado descendíamos para ir a visitar el cercano Museo del Prado. Visita obligada fue la del Café Pombo, rindiendo el homenaje literario a Ramón Gómez de la Serna. La calle que más me impresionó fue la entonces casi recién estrenada Gran Vía, con sus altos edificios con parpadeantes anuncios luminosos, su tráfico incesante de automóviles, la multitud de gentes que abarrotaban sus aceras, los grandes almacenes Madrid-París y los bares de diseño moderno que me parecían de cine, como un ensueño. Sin tener que ir al colegio, eran unas verdaderas vacaciones. Madrid, entonces en trance de convertirse en una metrópoli moderna, sin embargo tenía aspectos que hacían que aún fuese una población atrasada y sin un verdadero desarrollo moderno. Recuerdo cómo, detrás del Retiro o en la prolongación del Paseo de la Castellana, de repente el paseante se encontraba en unas afueras o extrarradio de miserable y barojiano aspecto. La ciudad moderna y la ciudad castiza convivían sin encontrar la armonía que un urbanista hubiese deseado. Más tarde, pasados muchos años, conocería la transformación de una ciudad en la que he pasado la mayor parte de mi vida y en la cual, en la actualidad, habito en su parte central.
Es obligado que, con motivo del Premio que hoy recibo, antes de exponer mis ideas acerca de los temas que más me han preocupado a lo largo de mi carrera, cuente cuales fueron las líneas principales de mi formación escolar. A los diez años ingresé en el Instituto de Segunda Enseñanza de Lugo, justo en el momento en que iba a estallar la Guerra Civil. A pesar de los tiempos revueltos y de la poca regularidad de las clases durante los tres años de la contienda, pude recibir las lecciones de los profesores que formaban el claustro de una ciudad pequeña pero con un elenco de gran calidad intelectual. Mi catedrático de Lengua y Literatura fue el pontevedrés José Filgueira Valverde, sabio polígrafo que aunque galleguista pudo dar sus clases al no ser depuesto y depurado de la enseñanza. En lo que se refiere a la Geografía, tengo que recordar que el catedrático de la asignatura era el Orensano Don Primitivo Rodríguez Sanjurjo, escritor y poeta que, en los años veinte, había participado en los movimientos de la vanguardia simbolista, se había interesado por las ciencias ocultas y, en los años treinta, había sido profesor de Universidad en los Estados Unidos. En la época, los catedráticos de Instituto editaban un programa impreso con las lecciones que iban a impartir a lo largo del año escolar. Don Primitivo, temeroso de ser molestado por las autoridades, redactó un programa en el que había todos los países excepto Rusia, a la que cándidamente eliminó para no ser acusado de partidario de un país comunista. Lo que he de decir es que tanto Filgueira Valverde gran investigador de la Literatura, del Arte y de la Cultura gallega, como Primitivo Rodríguez Sanjurjo influyeron poderosamente en mi formación humanística lo mismo que mi tío Evaristo Correa Calderón quien, por encontrarse de vacaciones en Lugo en el verano de 1936, fue uno de los mentores de mi ya entonces vocación literaria y artística.
Santiago de Compostela fue la ciudad que fijó mi vocación por el estudio, haciendo caer la balanza de mi atención hacia las artes plásticas más que hacia las literarias. Desde 1941 hasta 1955 mi familia vivía en la casa número 16 de la calle de la Azabachería, la antigua vía que, dentro del casco urbano, desde la Edad Media conducía a los peregrinos hasta la Catedral para postrarse ante la tumba del Apóstol. En la Facultad de Filosofía y Letras de Santiago hice mi licenciatura en Historia. Compostela era entonces una ciudad levítica y universitaria, con una vida anclada en el pasado. Sin embargo todavía en ella se conservaban ciertos círculos intelectuales en los que aún latía el espíritu heredado de la Institución Libre de Enseñanza y una soterrada nostalgia de la República y del Galleguismo. Además de mi paso por las aulas, de alumno por libre, colaboré en el periódico vespertino La Noche con crónicas en las que contaba los acontecimientos literarios y artísticos que sucedían en París, ciudad que todavía no conocía….También pertenecí, pese a mi juventud, a la tertulia del Café Derby, en la cual uno de los asistentes más ilustre era Don Ramón Otero Pedrayo, catedrático de Geografía y patriarca de los escritores gallegos. De aquellos años no voy a hacer mención pormenorizada. Únicamente lo que quiero señalar que en 1948, la llegada a Santiago de Compostela, como catedrático de Historia del Arte de José María de Azcárate Ristori, fue decisiva para mi carrera futura. No sólo me nombró profesor auxiliar de la asignatura sino también dirigió mi tesis doctoral sobre La Arquitectura en Galicia durante el siglo XVII,que en 1957 recibió el Premio Nacional Marcelino Menéndez Pelayo y que fue publicada en 1965 y reimpresa en 1984.
Para ser un perfecto Historiador del Arte hay que ser un empedernido viajero. El mejor ejemplo es el del joven Burckhardt, que de sus innumerables andanzas y recorridos por Italia publicó su célebre Cicerone (1855), libro fundamental de la literatura periegética. Animoso como el esforzado alemán, al acabar mi carrera emprendí numerosos viajes por León, las dos Castillas y Madrid. Un curso de verano en Oviedo fue esencial lo mismo que mi primer viaje al norte de Portugal. Ahora bien, el hecho decisivo de mi vida viajera fue el obtener una beca para ir a París, la ciudad que desde mi adolescencia era como el norte y guía de mis afanes intelectuales. Por fin, a principios del año 1951 llegué a la ciudad-luz, en la cual residí hasta septiembre del año 1957 en que regresé a España. En la capital francesa fui primero alumno del Institut d´Histoire de l´Art de la Sorbona, y después ayudante del hispanista Élie Lambert y discípulo de Pierre Lavedan. A la vez pertenecí al Centre Nacional de la Recherche Scientifique. Pero lo más importante de mi estancia de siete años en Francia fue, en 1953, mi boda con Monique –a la que conocí en La Sorbona–, mi compañera, colaboradora y madre de mis hijos. Sesenta años de nuestra vida en común avalan mi aserto.
En el mes de septiembre del año 1957 volví a España. Nombrado profesor ayudante de Historia del Arte de la Universidad Complutense y miembro del Instituto Diego Velázquez del Consejo de Investigaciones Científicas de Madrid, se inició una nueva etapa de mi vida docente y de autor de una serie de trabajos eruditos sobre todo sobre arquitectura barroca y urbanismo en España. A la vez publiqué en revistas y catálogos textos sobre crítica de arte contemporáneo. Dedicado por entero a la enseñanza universitaria y a la investigación por designio de Don Diego Angulo, adquirí los conocimientos necesarios para especializarme en Arte Hispanoamericano. En octubre del año 1963 partí con una beca de la Fundación Juan March a México de donde regresé al cabo de un año de viajes por México y Guatemala. A los trabajos sobre el arte español hay que añadir entonces los que escribí acerca del arte colonial y republicano en ambos países. Más tarde, tras primero ser Catedrático de Historia General del Arte en la Universidad de Murcia y luego de Historia del Arte Hispanoamericano en la Universidad de Sevilla, simultaneé los estudios de los dos continentes. Mis frecuentes viajes a Centroamérica y Sudamérica hicieron que mi atención se fijase en el análisis de los monumentos y de las ciudades creadas por los españoles en el Nuevo Mundo. Para alguien que, como yo, considera que el arte barroco fue la primera expresión arquitectónica y plástica de carácter universal en la Edad Moderna, el análisis de sus distintas y peculiares formas según las áreas culturales en las que se produjeron, es fundamental para el conocimiento de la expansión del poder moral y material de Occidente. La ingente obra de urbanismo llevada a cabo por los españoles durante más de tres siglos y la prolongación posterior después de la independencia sólo tiene parangón con la acción y el legado de Roma en la Antigüedad.
Resulta difícil resumir cómo conduje y realicé mis deberes profesionales, entendiendo éstos en el sentido ciceroniano expresado en el célebre libro De Officiis. Cuando en 1957 me incorporé al claustro universitario madrileño, dominaban entre los profesores de la Historia del Arte las teorías positivistas. Mi formación intelectual en París en el momento del Estructuralismo y mi tendencia a integrar el arte dentro de las ideologías y los movimientos culturales chocaba un tanto con las clases que daban mis compañeros de la Facultad. Aunque siempre fui partidario del rigor documental y del análisis concreto de las obras estudiadas, en mis investigaciones y aportaciones como historiador del arte quería ahondar más profundamente en su significado. De ahí que mi método fuese partidario de la hermenéutica para así poder tener la mejor comprensión del sujeto estudiado. No sólo me interesaba el conocimiento formal y semántico de la obra sino también su correlato con la sensibilidad de la época y las teorías expresadas en los tratados y textos de carácter estético, además de las condiciones sociales y materiales en que se produjo. Respecto a la hermenéutica, me remito a José Ferrater Mora que, en su Diccionario de Filosofía abreviado (1970), escribe que “la hermenéutica permite comprender a un autor mejor de lo que él se comprendía a sí mismo y a una época histórica mejor de lo que pudieran comprenderla quienes vivieron en ella”. Respecto a las condiciones materiales – incluidas las técnicas junto a las teóricas – he de confesar que, en gran medida, los análisis de la cultura por Marx, fueron tomados en cuenta por mí sin caer en un primario materialismo histórico.
Mi curiosidad por temas a veces considerados secundarios o marginales de las obras de arte me llevó a investigar sobre creaciones anónimas o producto de varios autores o de una colectividad. Frente a una historia de artistas desde Plinio hasta nuestros días pasando por Vasari, entendidos éstos como genios individuales, opongo la idea de la configuración temporal y seriada de las obras de arte según Georges Kubler, que son resumen del paso del tiempo o de una civilización. Las calles, las plazas, el caserío urbano, los edificios utilitarios y las obras de infraestructuras se convirtieron en focos de mi curiosidad. También el contenido de mis indagaciones acerca del pensamiento sobre el arte y la estética de la arquitectura, la ingeniería, la escultura, la pintura y demás artes figurativas como el grabado, en tanto que instrumentos del conocimiento. A todo ello, mi interés por la historiografía y la bibliografía como ciencias heurísticas. Y como actividad complementaria a mis clases y conferencias acerca de mi concepción de la historia del arte hay que añadir mi intervención en el mundo de las editoriales, en especial en las publicaciones de la Editorial Cátedra, haciendo traducir al castellano libros esenciales de las últimas tendencias y a la vez encargando textos a nuevos autores españoles que, con sus novedosas ideas, renovaron el hasta entonces átono panorama de nuestra producción historiográfica.
Como abreviado índice bibliográfico de mis trabajos, aparte de mis libros monográficos sobre un tema o de carácter general, señalaré cómo, en distintos volúmenes misceláneos, he ido reuniendo artículos y trabajos dispersos en diferentes publicaciones. Tales son los libros Morfología y Ciudad. Urbanismo y Arquitectura durante el Antiguo Régimen en España, editado por Gustavo Gili en 1978; Fiesta, Poder y Arquitectura. Aproximaciones al Barroco español (Akal, 1990); El Urbanismo en España e Hispanoamérica (Cátedra, 1991) o Arquitecturas singulares. Ingeniería y Arqueología Industrial (Biblioteca Nueva, 2013). De carácter especializado son mis publicaciones de carácter bibliográfico como Figuras, Modelos e Imágenes en los tratadistas españoles (Alianza Forma, 1993) o el ensayo La historiografía urbana en España (Universidad de Cáceres, 1987). También y por su carácter de tema cultural y urbano de un interés universal no quiero dejar de citar mi libro Los Cafés Históricos (Cátedra, 2012), en el cual se resumen parte de mis métodos y el interés por la iconografía artística como fuente histórica.
Respecto al urbanismo entendido como disciplina desde las razones estéticas, remito al lector a mi pequeño libro, no sé si calificarlo de epítome, opúsculo o texto sucinto, titulado Las claves del Urbanismo. Como identificarlo (Barcelona, 1989). En sus páginas trato del tema de forma general y abstracta, de las teorías y los métodos, de la situación actual de los estudios urbanísticos, de si el urbanismo es una ciencia o un arte, de la Ciudad Ideal, de los “modelos urbanos”, la geografía y el diseño urbano, la historia y la sociología, la ecología y el urbanismo ecológico, el derecho urbano y la legislación, todo ello escrito con la óptica o más bien desde los conceptos más comprensibles de un historiador del arte. También, con un sentido más descriptivo y concreto, en el mismo volumen consagro una parte al tiempo, lugar y función de la ciudad, el sitio y su emplazamiento, los lugares sagrados, las ciudades según su categoría y función, su desarrollo y tamaño, los diferentes tramos urbanos, las zonas y los ensanches, el tamaño óptimo, la decadencia y muerte de las ciudades. Por último cierro mi texto con el gran capítulo de la Morfología Urbana, visto desde una perspectiva epistemológica, es decir la relación dialéctica existente entre las tipologías edificatorias y los espacios urbanos: el trazado como estructura fundamental, con su trama y organización y el tejido de la red reflejado en el plano. A este propósito y como elemento esencial de lo urbano, la persistencia del plano primitivo y todos sus cambios o metamorfosis, la ciudad entendida como cambio y continuidad, debido a la constante acción humana, a la construcción de las tipologías arquitectónicas y monumentales, representativas y simbólicas de cada época. Y todo ello considerando que el espacio urbano es el vacío que existe entre dos o varios edificios, formando las calles, las plazas y los espacios libres y verdes de los jardines y los parques. Y todo ello ligado a la composición del trazado y al paisaje urbano, sin olvidar la percepción de la representación de la ciudad, ya de forma literaria y poética o ya de manera gráfica en los planos y las vistas topográficas, los cuadros de los vedutisti.
Una cuestión que siempre me preocupó lo mismo que a Giulio Carlo Argan, es la cuestión del origen y del desarrollo de la ciudad en tanto que fenómeno artístico sin autor. Aparte de las ciudades ideales creadas ex-novo en su totalidad, una ciudad es casi siempre un puzzle nacido de manera espontánea, sujeta a una lógica que muchas veces resulta el producto anónimo o plural de distintas intervenciones, sucesivas y contradictorias. Al contrario de lo que sucede con una arquitectura, una escultura o una pintura obra de un artista, una ciudad es un conjunto que, fruto del paso del tiempo, adquiere una belleza o un carácter que la definen o hacen que sea valorada como una obra de arte. El Padre Feijóo, en el siglo XVIII, siguiendo el criterio del misterio que encierra siempre una obra de arte, decía que sólo se podía entender desde el criterio del “no sé qué”. Lo mismo ocurre con las ciudades, sean concéntricas, en cuadrícula, de trazado irregular o estricta perfección formal. La historicidad profunda de las ciudades cargadas de pasado y de cultura nos atrae y admira a veces de manera apasionada. Tanto los geógrafos como los historiadores del arte, los arquitectos e ingenieros, los filósofos, literatos y poetas se dejan seducir por el resultado de un seguro azar, en el cual la mano y la mente de los humanos ha ido modelando en el tiempo y que por desgracia está sometido a la degradación, a la herida del paso de los años y a la extinción de la muerte. Como todo lo creado, es un bien perecedero. Hoy hay ciudades muertas y desaparecidas, hoy sólo conocidas por las excavaciones arqueológicas. Ahora bien, las poblaciones que todavía están vivas y pletóricas de actividad y dinamismo, como es el caso de Barcelona, son focos de atención y el mejor regalo para aquellos que aman el esplendor y la belleza que siempre entraña una metrópoli. Para el interesado por el urbanismo, conocer a fondo una ciudad es una fuente de goce infinito. La poética de las ciudades y su irresistible atracción no cesará mientras los humanos habiten el planeta Tierra.
ENTREGA DEL PREMIO INTERNACIONAL GEOCRÍTICA 2013 AL
PROFESOR ANTONIO BONET CORREA
Horacio Capel
Universidad de Barcelona
Los Premios Internacionales Geocrítica se iniciaron en 2002 para premiar a científicos vinculados a nuestro ámbito cultural iberoamericano, por nacionalidad o por dedicación.
Hemos premiado sobre todo a geógrafos, pero también a historiadores de la ciencia, sociólogos, economistas y urbanistas de Brasil, España, Estados Unidos, Venezuela, Portugal, Chile, Francia y Colombia.
Tienen en común todos el ser investigadores reputados en sus campos de especialización, actitud abierta hacia otros campos disciplinarios, una vida de dedicación al trabajo, maestros universitarios muy conocidos,
Todos estos rasgos los posee el profesor Antonio Bonet Correa.
Su magisterio es indudable. Es maestro de maestros, ya que se reconocen como discípulos suyos decenas de profesores universitarios e investigadores que son maestros apreciados internacionalmente.
Posee además una capacidad de organización y de gestión de instituciones culturales y científicas de alto nivel, como ha mostrado en la dirección del Museo de Bellas Artes de Sevilla, hace años, y hoy, en la dirección de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, por citar solo dos de los muchos cargos que ha tenido.
Pero sobre todo, su labor científica es de gran valor, ampliamente conocida y muy influyente.
El jurado internacional que le concedió el premio el día 8 de enero de 2013, lo hizo “por sus aportaciones a la historia de la ciudad y del urbanismo, así como por su actitud abierta que le ha permitido explorar campos disciplinarios diversos, integrados con la historia del arte” La justificación del jurado sobre “La trayectoria académica y las aportaciones científicas del profesor Antonio Bonet Correa” (que puede leerse en el sitio web de Geocrítica <http://www.ub.edu/geocrit/pig13.htm>) analiza detalladamente sus contribuciones a la historia del arte y del urbanismo, a problemas de gran relieve de Europa e Iberoamérica.
Esa increíble tarea intelectual y social, que asombra a quien la conoce, se ha apoyado en una salud de hierro, y una capacidad inagotable de trabajo.
Se ha dicho muchas veces que al lado de un gran hombre hay siempre una mujer, y en este caso se confirma. Seguramente no hubiera podido hacer todo lo que ha hecho sin su mujer Monique que ha sido siempre una colaboradora eficaz, y un estímulo permanente para su trabajo.
Profesor Antonio Bonet Correa: al entregarle el Premio Internacional Geocrítica 2013, queremos expresarle la admiración de todos los que colaboramos en Geocrítica por su magisterio y por su valiosa labor científica en el campo de la historia del arte y del urbanismo.
© Copyright Antonio Bonet Correa, 2013.
© Copyright Scripta Nova, 2013.
Ficha bibliográfica:
BONET CORREA. Antonio. En la ciudad y en la Historia del Arte. Conferencia con motivo de la entrega del Premio Internacional Geocrítica 2013. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de diciembre de 2013, vol. XVII, nº 461. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-461.htm>. [ISSN: 1138-9788].