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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVII, núm. 450, 10 de septiembre de 2013
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EXPLORACIÓN Y COLONIALISMO: JOSÉ ÁLVAREZ PÉREZ, CÓNSUL DE ESPAÑA EN MOGADOR EN EL SIGLO XIX

Manuela Marín
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
mmarin67@movistar.es

Recibido: 20 de marzo de 2012. Devuelto para correcciones: 19 de noviembre de 2012. Aceptado: 14 de febrero de 2013.

Exploración y colonialismo: José Álvarez Pérez, cónsul de España en Mogador en el siglo XIX (Resumen)

José Álvarez Pérez fue cónsul de España en Mogador desde 1873 a 1879; desde ese puesto tomó parte en las actividades coloniales españolas en la región pre-sahariana de Marruecos, siendo miembro de expediciones que recorrieron la costa marroquí y estableciendo lazos políticos y comerciales con notables locales. Publicó un interesante informe sobre la región de Mogador y fue asimismo autor de un relato de viajes y de una novela escrita siguiendo el modelo de las obras de aventura y divulgación científica de Jules Verne. En este artículo se presentan y analizan su vida y sus obras, sobre la base de documentos de archivo y de bibliografía decimonónica. Álvarez Pérez fue uno de los muchos agentes de la presión colonial española sobre Marruecos en el último cuarto del siglo XIX; su trayectoria profesional arroja luz sobre las actividades de los actores secundarios, pero no por ello menos importantes que las figuras políticas o militares más conocidas, del colonialismo español de la época.

Palabras clave: colonialismo español, exploración geográfica, Mogador, Sahara, literatura española de viajes, Marruecos.

Exploration and Colonialism: José Álvarez Pérez, Spanish consul at Mogador in the 19th Century (Abstract)

José Álvarez Pérez was the Spanish consul in Mogador from 1873 to 1879, and in this capacity he participated in the Spanish colonial activities in the pre-Saharan Moroccan region, and was a member of expeditions along the Moroccan coast, establishing political and commercial links with local chieftains. He published an interesting account on the Mogador region and was also the author of a travel account to Morocco and of a novel written along the model of Jules Verne’s popular books on adventure and science. In this article, based upon archival sources as well as 19th century publications, his life and works are presented and analyzed. Álvarez Pérez was one of many agents of Spanish colonial pressure over Morocco in the last quarter of the 19th century, and his career sheds light on the activities of the secondary, but not less significants actors of the Spanish colonial drive in this period, much less known that main characters such as politicians or military commanders.

Key words: Spanish colonialism, geographical exploration, Mogador, Sahara, Spanish travel accounts, Morocco.


Los representantes diplomáticos europeos tuvieron un papel determinante en la política marroquí del siglo XIX, un periodo pre-colonial durante el cual intervinieron en el conflicto de intereses de sus países respectivos por acaparar áreas de influencia y dominación en lo que entonces se llamaba en Europa “Imperio de Marruecos”[1]. Desde la capital diplomática marroquí, Tánger, en la que residían las legaciones europeas (a las que muy pronto se añadió la norteamericana), se tejían redes de relación con los altos funcionarios marroquíes y, a veces, con el círculo más cercano al sultán o incluso con él mismo, en un juego complejo y no siempre sutil por adquirir y ampliar posiciones de poder, que terminarían por determinar la redacción y firma de acuerdos diplomáticos, destinados siempre a erosionar la capacidad de acción del majzan y forzarle a aceptar, de forma gradual pero constante, la penetración y dominación europeas.

En el entorno de las legaciones extranjeras actuaban quienes ahora podrían calificarse como “mediadores culturales”: intérpretes, protegidos de las naciones europeas, guías, empleados locales, comerciantes, confidentes, espías más o menos disimulados... ámbito de interacción en el que la minoría judía marroquí tuvo un papel predominante, pero del que también participaron miembros de familias árabes o europeos establecidos de tiempo atrás en ciudades como Tánger u otros puertos marroquíes abiertos al comercio extranjero[2].

En lo que respecta a las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos en el siglo XIX[3], la guerra de 1859-60 y el tratado que señaló su fin[4] abrieron un nuevo periodo para la presencia de agentes coloniales españoles en territorio marroquí, puesto que a partir de ese momento se establecieron cónsules y vicecónsules en Rabat, Casablanca y Mogador (Al-Sawira, Essaouira), cuya función principal era el control de las recaudaciones aduaneras marroquíes destinadas a pagar la acordada indemnización de guerra al Estado español[5].

Fue así como, el 6 de mayo de 1861, José Álvarez Pérez fue nombrado vicecónsul en Casablanca, cargo en el que permanecería hasta el 21 de abril de 1863[6]. A su carrera posterior están destinadas las páginas que siguen, en las que se pretende exponer su participación en la compleja red de intervenciones hispánicas en el espacio suroccidental marroquí al que se incorporaría, como cónsul en Mogador, en 1873.

En ese sentido, la actividad de Álvarez Pérez ha de entenderse en un contexto más amplio, que todavía hoy está por estudiar adecuadamente. Como “agente colonial”, Álvarez Pérez pertenece a un periodo en el que se mezclaron perfiles profesionales bien definidos y al mismo tiempo solapados entre sí: viajeros, observadores a distancia, diplomáticos, militares, cartógrafos, eruditos, naturalistas, periodistas... todos los cuales y otros muchos se lanzaron a escribir sobre Marruecos, constituyendo un corpus literario que a menudo se ha considerado de escasa calidad, pero que no por ello deja de ser un testimonio histórico inapreciable sobre la percepción que del vecino musulmán se tenía en la España de esa época[7].

Hace ya tiempo que V. Morales Lezcano llamó la atención sobre el interés que para la relación hispano-marroquí decimonónica tenía el estudio de las figuras, aparentemente secundarias, de los cónsules españoles en Marruecos, señalando entre ellos tanto a Álvarez Pérez como a Teodoro de Cuevas, que ejerció su cargo en Larache[8]. Habrá de añadirse a estos dos nombres el de Francisco Lozano Muñoz, también cónsul en Mogador y que, como los anteriores, dejó una serie de escritos que nos permiten hoy recomponer un auténtico “mapa” de los conocimientos que interesaba recoger y divulgar sobre el Marruecos contemporáneo. Cónsules como estos tenían para ello las mejores calificaciones: su larga estancia en el país, su participación en embajadas españolas a la corte del sultán (en los casos de Álvarez y Lozano), su especialización profesional y su interés por las “cosas de Marruecos” los convertían en expertos dotados de autoridad en los círculos africanistas de su tiempo.


José Álvarez Pérez: datos biográficos

No he conseguido hasta el momento dar con las fechas de nacimiento y muerte de Álvarez Pérez. Su expediente administrativo contiene escasos pero importantes datos personales. Por él se sabe que en 1853 se había matriculado en el primer curso de la Escuela Especial de Comercio de Madrid, donde estudiaba matemáticas, partida doble y francés[9]; un certificado de estudios de la Universidad Central menciona su origen granadino. Tanto este certificado como el anterior se adjuntan a una instancia de 23 de diciembre de 1859 por la cual Álvarez solicita a la Reina el ingreso en la carrera consular o “en cualquiera dependencia del Ministerio de Estado”; los méritos que aduce para ello son las buenas calificaciones obtenidas en sus estudios, que hasta entonces abarcaban, junto a las materias ya mencionadas, las de Latín, Elementos de Física, Cronología, Geografía, Historia y Botánica. En la misma instancia se hace constar que el padre del pretendiente a cargo consular, llamado Manuel, era “Intendente de Ejército y Provincia de Ultramar”.

Siendo estos datos tan parcos, no dejan de ser reveladores de lo que pudo ser, en pleno hervor de los inicios de la guerra de África, la tentación de un joven universitario de la época para incorporarse al proyecto colonial español sobre Marruecos. Como se desprende de parte de la obra publicada de Álvarez, el impulso de la aventura, la búsqueda de lo desconocido y por ello mismo, dotado de un atractivo especial, estuvieron en la base de su proyecto personal y profesional, del que, no obstante, sabemos muy poco, al carecer de información suficiente sobre su entorno familiar y social. Nacido en Granada, quizá por avatares de la carrera paterna, ¿experimentó, como Pedro Antonio de Alarcón, cierta atracción hacia el mundo árabe-islámico cuyas huellas tan presentes son en la ciudad?[10] No parece que llegara a obtener ninguna licenciatura universitaria, pero el hecho de que, junto a sus estudios en la Central -mayoritariamente centrados en materias humanísticas-, se matriculase en una escuela de comercio, indica por dónde pensaba que podría encarrilar su carrera posterior. Procedía, podemos suponer, de una clase social no especialmente privilegiada, pero había conseguido hacerse con una educación que le capacitaba para optar a un puesto en la carrera consular, o al menos así lo creía; y de hecho, no pasó mucho tiempo sin que, finalmente, se le incorporase a ella.

En 1861, como se ha dicho, José Álvarez Pérez fue nombrado vicecónsul en Casablanca, cargo que ocupó hasta 1863. Su nombramiento, fechado el 3 de noviembre de 1861, establece que entre sus atribuciones está “el cargo de intervenir en la recaudación de los derechos de aquella Aduana Marroquí, destinados a la indemnización de los gastos de la Guerra de Africa y el sueldo anual de doce mil reales [de] vellón”. Integrado en la carrera consular, Álvarez fue nombrado a continuación vicecónsul en Civitavecchia, cargo que ocupó brevemente, desde marzo a noviembre de 1863, para pasar inmediatamente como vicecónsul a Túnez, donde permaneció hasta junio de 1865.

De esta estancia en Túnez quedan dos huellas en su expediente personal. Por una parte, un despacho del entonces cónsul en Túnez y por tanto superior de Álvarez, Eduardo Romea, fechado el 1 de junio de 1864, por el que informa al primer secretario de Estado y del Despacho que ha hecho entrega del Consulado General y Legación al vicecónsul, “no permitiéndome el estado de mi salud esperar, en esta ciudad, los rigores de la próxima estación”[11]. Álvarez quedó al cargo de la representación española en la entonces llamada Regencia de Túnez; no debió de hacerlo del todo mal, porque, según consta en su expediente administrativo, el Bey de Túnez le concedió una condecoración (“Nishan Iftihar” [nishân iftijâr], según el mismo la califica en su petición para utilizarla -suponemos que públicamente-, conservada en su expediente).

El siguiente destino de Álvarez lo llevó a la ciudad portuguesa de Vila Real de Santo António a partir del 2 de junio de 1865. Estaba aún allí cuando, en marzo de 1868, fue ascendido a cónsul.

Eran tiempos convulsos en España: en septiembre la escuadra se sublevó en Cádiz y tras la batalla de Alcolea, Isabel II se exilió en Francia, como es bien sabido. En el expediente administrativo de Álvarez se conserva un oficio de la Junta Provisional de Gobierno de Huelva, fechado el 9 de octubre de 1868 y dirigido al Ministro de Estado, al que se informa de que la Junta ha decidido cesarlo en su cargo “por sus malos antecedentes y peor comportamiento con los emigrados políticos que residieron en el vecino Reyno de Portugal”[12] y sustituirlo por el “empleado cesante D. Casimiro Pérez Estevan, que sirvió anteriormente dicho cargo, e hijo de una persona dignísima y de reconocidas ideas liberales, que murió en el desempeño del mencionado destino”. Es ésta la única indicación que se ha podido encontrar sobre las posiciones ideológicas de Álvarez, quien, por otro lado, pudo muy bien limitarse a cumplir instrucciones llegadas de sus superiores; en todo caso, su salida de Portugal fue, desde luego, conflictiva. Más adelante, entre julio y septiembre de 1870, su mismo expediente testimonia de una reclamación hecha a su sucesor por el pago de los timbres y sellos del consulado, que Álvarez aseguraba haber costeado de su bolsillo[13].

Se inicia, en esa fecha clave para la historia de España de 1868, un periodo oscuro en la trayectoria profesional de José Álvarez Pérez, cuyo expediente da entonces un salto de cinco años hasta registrar su nombramiento, el 27 de noviembre de 1873, como cónsul de segunda clase en Mogador[14]. Con ello se abría un nuevo lustro (cesó en ese cargo el 11 de enero de 1879) que puede calificarse como su etapa más fructífera en tanto que representante diplomático español y como publicista; en ese periodo cabe afirmar que adquirió las calificaciones necesarias para ser considerado un experto africanista, tanto por su actividad propiamente consular como por las diversas publicaciones que se derivaron de su estancia en la ciudad atlántica marroquí. Es precisamente por estos testimonios escritos por lo que Álvarez merece ser incluido en la nómina de autores que conformaron la literatura colonial española del siglo XIX, y por los que todavía hoy su figura reviste interés. Para cuando Álvarez llegó a Mogador, ya había vivido algún tiempo en el ámbito árabe-islámico: como se ha visto, había sido cónsul en Casablanca durante dos años, y en Túnez casi otro tanto. Pero fue en Mogador, al parecer, donde descubrió su verdadera “vocación” de explorador y divulgador de mundos ignotos, que le llevaron, más adelante, a participar en el reconocimiento y apropiación, siquiera simbólica, del espacio sahariano.

El último puesto consular que figura en su expediente administrativo es el de Singapur. Cesado en Mogador a principios de 1879, ese mismo año fue nombrado cónsul de primera clase en la ciudad del sureste asiático, pero nunca llegó a ocupar este cargo. La secuencia cronológica de esta última parte de la carrera consular de Álvarez, tal como figura en su hoja de servicios, es más bien confusa, aunque alguno de los documentos conservados en su expediente permite aclarar que nunca tuvo la intención de tomar posesión de un puesto al que es posible que fuera enviado en contra de su voluntad. Una instancia suya dirigida al Ministro de Estado, fechada el 12 de marzo de 1879, justifica por diversas razones su tardanza en abandonar Mogador y dirigirse a Madrid, y solicita una prórroga para incorporarse al nuevo destino (Singapur). En los márgenes de la instancia se hallan dos anotaciones manuscritas; en la primera se dice que “El conde Toreno, Ministro interino, le hizo saber a la presentación de este escrito y de una manera confidencial su resolución negativa”. Según la segunda, “la dirección reproduce su informe negativo de 2 del actual, pudiendo añadir que por diferentes conductos se sabe que este interesado no piensa ir a Singapore. V.E. resolverá”.

Mientras tanto, Álvarez maniobraba para evitar lo que evidentemente, no era para él sino un destino muy poco deseado. Consiguió, finalmente, ser nombrado Jefe de Administración de cuarta clase en el Ministerio de Ultramar, por Real Orden de 19 de octubre de 1880; un certificado de ese Ministerio, fechado el 24 de noviembre, así lo acredita. Sus servicios a la administración española debieron de terminar en Ultramar, pero todavía en 1883 reclamaba al ministro de Estado que se incluyera su nombre en los escalafones de la carrera consular, que habían sido recientemente publicados[15].

No deja de llamar la atención el paralelismo que puede establecerse entre esta parte de la carrera de Álvarez y la de su contemporáneo Adolfo Rivadeneyra (1841-1882), más conocido como orientalista (sobre todo a través de sus obras, Viaje de Ceylan a Damasco, Madrid, 1871, y Viaje al interior de Persia, Madrid, 1880). Rivadeneyra había sido cónsul en Beirut, Jerusalén, Colombo, Damasco y Teherán, pero terminó su carrera diplomática en Mogador, donde fue nombrado como sucesor de Álvarez; también le correspondió, poco después, y probablemente ante la fallida toma de posesión de éste en Singapur, acceder al cargo de cónsul en esa ciudad. Como Álvarez, tampoco Rivadeneyra se mostró dispuesto a ocupar ese puesto[16]. Si bien el perfil de Rivadeneyra se inclina más al campo de la erudición orientalista de su tiempo, comparte con Álvarez, no solo esta coincidencia en sus últimos destinos consulares, sino el hecho de haber desarrollado una carrera en el servicio exterior que combinaron ambos con una actividad publicística en la que se reflejan sus intereses por las sociedades en las que vivieron como agentes diplomáticos. Eso sí, mientras que Álvarez, como se verá más adelante, tuvo una activa participación en la empresa colonial española, Rivadeneyra se movió en un ámbito geográfico en el que ese tipo de acción tuvo una escasísima repercusión desde España (salvo casos aislados como la expedición franco-española a Cochinchina en 1859).

En conclusión, el expediente de Álvarez recorre 22 años de servicio a la Administración como vicecónsul, cónsul y, finalmente, jefe de administración en el Ministerio de Ultramar. No consta en él, por otro lado, su fecha de jubilación. Pero sí contiene, junto a los documentos que se han ido presentando, algunos otros que ilustran parte de las actividades a las que se dedicó Álvarez durante su estancia en Mogador, algunas conocidas también por otras fuentes.


Cónsul en Mogador (1873-1879)

Desde su apertura como puerto destinado al comercio exterior de Marruecos en 1764, la ciudad de al-Sawîra, conocida en Europa como Mogador, se había ido convirtiendo en un importante centro económico, en el cual se establecieron tanto comerciantes europeos como judíos marroquíes[17]. A lo largo del siglo XIX, Mogador fue perdiendo su primacía en favor de Casablanca[18], pero da idea de su papel en los intercambios comerciales con el exterior el hecho de que, durante el periodo de intervención española de las aduanas marroquíes (1862-1884), fuera el puerto donde se obtuvo la recaudación más elevada[19].

Cuando Álvarez se hizo cargo del consulado de Mogador, esta intervención estaba por tanto en pleno funcionamiento y fue parte importante de sus funciones administrativas, como lo había sido en su anterior destino marroquí, Casablanca. Para ello le era preciso trabajar mano a mano con los umanâ’, los funcionarios marroquíes a cuyo cargo estaba el control de las tasas aduaneras y, también, dedicar su atención a todos los aspectos relacionados con las transacciones comerciales y la producción de bienes en Marruecos. De todo esto dejó constancia en su Memoria comercial sobre Mogador correspondiente al año 1876.

Es evidente que para llevar a cabo adecuadamente su tarea profesional, es decir, proteger los intereses de los súbditos españoles y establecer relaciones con miembros de la sociedad local para extender la influencia de su país en territorio marroquí, los cónsules se veían necesitados de mantener una red de contactos que dependía mucho de sus capacidades personales: conocimiento de la lengua y de las costumbres locales, habilidad para captar voluntades y amistades, distribución de favores y dones, tanto materiales como simbólicos... todo ello, en un ámbito de dares y tomares establecido sobre delicados equilibrios sociales. En el Marruecos de los años 70 del siglo XIX, y en una ciudad como Mogador, esto quería decir que el cónsul Álvarez tenía que ejercer su labor teniendo en cuenta, en primer lugar, su relación con el gobernador de la ciudad, representante del sultán (para entonces, al-Hasan I, r. 1873-1894) y con el de su propio gobierno, el ministro plenipotenciario con residencia en Tánger. Cuando Álvarez tomó posesión de su consulado, ocupaba este cargo Eduardo Romea, que permanecería en él hasta 1878 y con el que había compartido la representación española en Túnez; desde ese año y hasta 1889, le sustituiría José Diosdado y Castillo, con una amplia experiencia anterior como secretario de la misma Legación[20].

En un plano mucho más inmediato y local, el consulado de Mogador, como otros tantos, se nutría de relaciones con comerciantes locales (musulmanes y judíos), intérpretes, representantes de casas comerciales europeas allí establecidas, miembros prominentes (o no) de familias urbanas, y contactos con integrantes de la sociedad rural y tribal que se hacía presente en la ciudad a través de sus relaciones económicas y de las líneas de transacción que llegaban hasta el Sahara y a zonas que escapaban teórica y prácticamente a la autoridad del majzan. En los años en que Álvarez ocupó su consulado, a todo ello hay que añadir la presión colonial por la ocupación de territorios y la explotación de relaciones comerciales con sus habitantes. Si bien España e Inglaterra tuvieron en esta acción un claro protagonismo, no ha de olvidarse que al mismo tiempo se jugaba una interesante partida entre los poderes locales (tribales o de otro tipo) de la región presaharania de lo que hoy es Marruecos y el gobierno central marroquí por controlar ese espacio[21].

Dentro de ese complejo contexto hay que situar dos actuaciones del cónsul Álvarez que aparecen recogidas por diversas fuentes de información, la primera de ellas, en relación con los “protegidos” marroquíes, y la segunda, a propósito de los españoles cautivos en Wâdî Nûn. Me referiré en primer lugar a la menos conocida, puesto que sólo se tiene noticia de ella, hasta donde yo sé, a través de su expediente administrativo, en el que se conservan los documentos de referencia.

Se trata de una cuestión relacionada con el estatuto de los “protegidos” marroquíes, es decir, de quienes obtenían, de las potencias europeas representadas en Marruecos, la capacidad de ser considerados similares a los naturales extranjeros, de forma que escapaban a la jurisdicción de su propio país y a la fiscalidad correspondiente. Los representantes diplomáticos y consulares de países europeos (y de Estados Unidos) compitieron entre sí para asegurarse un número cualitativa y cuantitativamente importante de “protegidos” en el periodo precolonial, hasta el punto de que no han faltado historiadores que han considerado este fenómeno como una de las causas de la progresiva erosión de la autoridad económica y política del majzan, preludio y anuncio, por tanto, de la plena dominación colonial[22]. Desde luego, la extensión indiscriminada del estatuto de protección dio lugar a una serie de abusos[23] y, finalmente, a la celebración de la Conferencia de Madrid de 1880[24].

El número de protegidos por España, que había crecido enormemente en los meses anteriores a la guerra de 1859-60, disminuyó después del tratado de paz con Marruecos, pero siguieron teniendo un papel no siempre feliz en las relaciones entre los dos países. En 1866 se registra en Mogador un incidente típico entre otros muchos (y que no solo afectaban a protegidos españoles): dos soldados regulares (majaznî), ignorantes de la normativa de la protección, persiguieron a un protegido español hasta el interior del viceconsulado; las excusas del gobernador (bâshâ) de la ciudad y su promesa de castigar a los culpables no fueron suficientes y España envió un barco de guerra, cuya bandera hubo de ser saludada, acompañada de una salva de 21 cañonazos, tras lo cual el bajá presentó excusas oficiales y los soldados fueron azotados en público. Todo ello produjo el lógico resentimiento de la población local, que acusaba al majzan de pasividad ante la presión extranjera[25].

El 22 de noviembre de 1878, no mucho antes de cesar en su puesto, Álvarez Pérez escribió a su superior en Tánger, José Diosdado y Castillo, quejándose de los atropellos sufridos por españoles o protegidos por España en Mogador y de la pasividad del bajá ante estos hechos. Detalla en su escrito lo sucedido:

Hace un año este Bajá prendió a un criado mío y le dio de palos después que sus soldados le desgarraron la ropa; el Bajá me dio satisfacción cumplida rogándome que no diera parte del suceso y ofreció pagar una indemnización a mi criado, pero aún no lo ha hecho a pesar del tiempo transcurrido y de que le dejé en libertad de fijar su importe y a mis repetidos avisos contestó que eso es ya cosa vieja. El 15 de mayo de este año el Almotacén allanó la tienda del intérprete de este Consulado, nacionalizado español, Sadía Cohen y a mis reclamaciones escritas pidiendo el castigo del culpable (...) contesta solo vervalmente [sic] que el Almotacén no quiere obedecerle. En Junio último robaron haciendo un escalo en el techo [de] la tienda de un Español, D. Sebastián Colomar y pocos días después forzaron la puerta de la casa del protegido Español el Morabet Bu la Amani; los ladrones fueron presos pero el Gobernador, a pesar de mis reclamaciones, los puso en libertad y aún se atrevió a contestarme que él no responde de lo que sucede por los techos (...) Me veo precisado a recurrir a V.E. en demanda de apoyo pues si las cuestiones pendientes quedan sin resolución será inútil cuanto en lo sucesivo haga en defensa de los intereses que me están encomendados.[26]

Adjunto al escrito se enviaba también a Tánger la suma de los dineros reclamados al bajá.

La respuesta de Diosdado no se hizo esperar. El 8 de diciembre contesta al cónsul en Mogador en un tono extraordinariamente duro y desmonta punto por punto las reclamaciones de Álvarez. Según Diosdado, El Morabet Bu la Amani no consta como protegido en el registro de protegidos del Consulado y el robo de que se queja no está demostrado. Por otra parte, Sadia Cohen no es español, porque perdió la nacionalidad al volver a Marruecos y su reclamación de dinero es exagerada y sin fundamento. Ordena por consiguiente Diosdado que se le retire la protección que tiene por ser intérprete, “de la que se ha hecho indigno con pretensiones tan fuera de razón y justicia. Debo por último hacer observar a V. que no es posible que pueda V. tener influencia con ese Bajá, influencia a que su cargo le haría acreedor, dirigiéndole reclamaciones exageradas e injustas y que si ese Bajá presenta la fuerza de inercia de que V. se queja y sufre por eso la defensa de los intereses que le están encomendados, yo no puedo menos de hacer presente al Gobierno de S. M. este estado de cosas para que le ponga el correctivo oportuno”.

El 20 de diciembre, Álvarez contesta a Diosdado en un tono a la vez dolido y reivindicativo. Reitera la veracidad de sus asertos y cita para ello la Real Orden que se le envió desde el consulado de Tánger concediendo la protección a El Morabet; Cohen era súbdito inglés, concede, pero por los servicios prestados lo sigue considerando español. Su caso no es único, dice Álvarez: todos los cónsules residentes en Mogador están sufriendo las mismas experiencias. “Duéleme en el alma - termina- la mala opinión en que V.E. me tiene y la dureza de las frases con que censura mi conducta, sobre la cual estoy dispuesto a dar cuantas esplicaciones [sic] se digne pedirme”.

El mismo 20 de diciembre, Álvarez se dirige al Ministro de Estado en Madrid[27], adjuntándole copia de la correspondencia anterior (que es lo que se conserva en su expediente) y quejándose amargamente de que Diosdado le ha tratado muy mal en el fondo y en la forma; sin oírle ni escuchar sus argumentos le ha condenado: “Me extraña y duele mucho porque parece ensañamiento personal, que sin conocer mis antecedentes, sin oírme ni escuchar la defensa de un antiguo y honrado funcionario, lo cual no se niega al último de los criminales, me haya condenado”. Afirma a continuación que es víctima de una conjura del gobierno marroquí en su contra, en cuya trampa ha caído Diosdado: “La prisión del correo Aila Ben Omar que ha durado más de un año, la amenaza de quitar al Hach Dris la protección, el desconocer que tenga derecho a ella el Morabet Bu la Amani, la orden de destituir al intérprete Sadía Cohen y retirarle la protección de que goza como nacional Español; son Excmo. Señor elocuentes pruebas que demuestran bien claro el origen y tendencias de la trama contra mí urdida”.

No parece muy descabellado suponer que el casi inmediato cese de Álvarez Pérez como cónsul en Mogador y su “ascenso” a cónsul de primera clase en Singapur (que, en su expediente, lleva fecha de 19 de diciembre de 1878) fueran consecuencia de su choque con el representante español en Tánger que, a la postre, determinó su salida del servicio consular. Pero, más allá de las vicisitudes personales de Álvarez, todo este episodio es enormemente revelador de la compleja realidad de las relaciones entre Marruecos y las potencias europeas de la época, así como de las vacilaciones y dificultades de la acción diplomática española en el país vecino.

Cabe preguntarse por qué Diosdado reaccionó de forma tan virulenta al informe de su subordinado en Mogador. Su política en Tánger ha sido considerada como la de un acérrimo defensor del statu quo, lo que le llevó a un cierto inmovilismo que no dejó de ser apreciado por el majzan[28]. Puede que a esta postura se refiera quien fue sucesor de Álvarez en Mogador, Francisco Lozano Muñoz[29], cuando afirma que España, por generosidad hacia el sultán, no había querido tener súbditos protegidos, extremando los sentimientos de amistad y consideración hacia el gobierno marroquí para lograr poner coto a los abusos del sistema de protección, “hidalgo proceder” (como así lo califica) que ha supuesto poner en desventaja los intereses españoles[30].

A esta política de carácter general -limitar el número de protegidos y controlar sus actividades como forma de asegurarse una buena relación con el majzan- cabe añadir las circunstancias locales. Desde Mogador, el cónsul Álvarez intervenía muy activamente en los intentos de expansión española por el territorio presahariano y sahariano, donde la autoridad del sultán no siempre era reconocida por las poblaciones tribales. De todo ello se dará cuenta en el siguiente apartado; aquí interesa apuntar este tema para situar adecuadamente las dificultades de Álvarez, no sólo con Diosdado, sino con el bajá de Mogador. Lo que el cónsul español llama “conjura” del gobierno marroquí contra él no es, en realidad, sino una lógica reacción contra su participación en la empresa colonial española sobre esas regiones.

Para volver al tema de los “protegidos”, cabe señalar que junto a los musulmanes mencionados en sus escritos al respecto, Álvarez reivindica la nacionalidad española del intérprete del consulado, Saadia Cohen.

Pues bien, Saadia Cohen era hermano de Levi Cohen, rico comerciante de Tánger con conexiones en Inglaterra, como fue el caso de otras familias judías marroquíes con lazos en Gibraltar[31]; los dos hermanos tuvieron, según la documentación consultada por M. Kenbib, un papel notable en el frustrado intento del rey Leopoldo II de Bélgica por establecer una base colonial en Tarfaya. Levi Cohen también tuvo contactos con el británico Mackenzie, que logró abrir una factoría en la costa sahariana[32].

Asimismo se refiere Kenbib a la utilización, en 1878, de protegidos españoles de Mogador para determinar la localización de Santa Cruz de Mar Pequeña, que se encontraron con la abierta hostilidad de las poblaciones locales y provocaron la protesta de Mawlây Hasan[33]. Como se verá más adelante, alguno de los protegidos musulmanes citados por Álvarez en sus escritos participó en este tipo de acciones hacia el interior de Marruecos.

En todo caso, lo que se deduce de este intento de contextualización del conflicto entre Álvarez y Diosdado es que el cónsul español había creado una red de contactos en Mogador que le permitían actuar mucho más allá de sus atribuciones como funcionario encargado de proteger los intereses de los comerciantes españoles en la ciudad y ocuparse de la intervención de las aduanas. No sólo eso: prácticamente desde el inicio de su estancia en Mogador se había implicado muy directamente en la acción colonial española dirigida hacia el sur sahariano de Marruecos. Estas actividades no siempre coincidieron con la política española dictada desde el Ministerio de Estado y su representante en Tánger.


Desde Mogador: los comerciantes españoles cautivos en Wâdî Nûn (1874)

Hay que volver ahora unos años atrás, cuando Álvarez se hace cargo del consulado de Mogador en 1873. Al año siguiente se produce la liberación de los comerciantes españoles cautivos por el jeque al-Habîb b. Bayrûk, en la que Álvarez tuvo una participación de cierta importancia. Esto le permitió, entre otras cosas, tomar un contacto muy directo con la realidad socio-política del sur de Marruecos y establecer lazos de amistad y cooperación -interesada por ambas partes- con alguno de sus dirigentes tribales.

Un suelto sin firma, publicado en la Revista de Geografía Comercial el 30 de junio de 1885, resume la situación desde el punto de vista de los sectores españoles más procoloniales: “Un comerciante español, el Sr. Puyana, estuvo trabajando desde 1860, cerca del xeque Ben-Beiruk, por abrir al comercio las costas del Guad-Nun; y a este efecto, celebró con él un tratado, obligándose a construir varios puertos y fundar en ellos factorías, que estarían sometidos al protectorado español. Nuestro Gobierno reprobó los planes de Puyana, “como contrarios a los intereses políticos y comerciales de España (1869)”; y habiéndole sido imposible cumplir su compromiso, fue retenido cautivo en Glimin, durante muchos años, junto con sus compañeros Sres. Bútler y Silva, hasta que se pagó al xeque la cantidad que exigía como indemnización por el incumplimiento de lo pactado. Uno de los puntos que Puyana se proponía ocupar, era los islotes de Tartaya [sic]; en ellos existe actualmente la única factoría del Guad-Nun, abierta en 1877, pero es inglesa”.

Los antecedentes del cautiverio de Puyana, Butler y Silva caen fuera del alcance de estas páginas, aunque ha de señalarse que las relaciones de Puyana con al-Habîb b. Bayrûk databan en efecto de antiguo: un emisario del jeque magrebí había viajado a Cádiz en 1863, firmando allí un convenio comercial con él y con Guillermo Butler[34]. Dos hermanos de Guillermo Butler, José y Jacobo, ocuparon puestos de vicecónsules de España en, respectivamente, Mazagán (al-Yadîda) y Safi, y todos se dedicaron a negocios comerciales con Marruecos.

Sus intereses coincidían, hasta cierto punto, con los de al-Habîb b. Bayrûk, miembro de una poderosa familia de Wâdî Nûn que controlaba parte de las rutas comerciales que confluían en Mogador, y que mantenía una posición de independencia respecto al majzan[35]. Sus intensas relaciones con comerciantes europeos, españoles o de otras nacionalidades, tenían entre otros objetivos el de construir un puerto local que pudiera ser controlado sin interferencia del gobierno marroquí[36].

En ese contexto de relaciones cruzadas e intereses múltiples, tanto políticos como económicos, se produjo el secuestro de Butler y sus compañeros, retenidos por al-Habîb b. Bayrûk desde 1867 hasta 1874, exigiendo para su liberación una fuerte suma de dinero (25.000 duros), que el gobierno español se mostraba muy reticente a abonar. La documentación utilizada a este respecto por J. L. Miège se presta, como él hace, a sospechar la existencia de motivos no suficientemente aclarados en todo el asunto (llega a preguntarse si los secuestrados y el secuestrador no podrían haberse puesto de acuerdo para repartirse el dinero del rescate)[37]. Durante esos cinco años, se produjeron altibajos en la reacción española ante la situación, que indudablemente requería una intervención apropiada[38] y de la cual se han conservado huellas documentales muy diversas, entre las que constan los esfuerzos de la familia Butler por llamar la atención de la opinión pública y del gobierno español[39].

Álvarez se hizo cargo del consulado de Mogador en la fase final de este largo problema, en el que lo que se discutía, finalmente, era la autoridad del sultán de Marruecos sobre Wâdî Nûn. Si el pago del rescate se hacía directamente a al-Habîb b. Bayrûk, ello querría decir que se admitía que España (a través de su representante diplomático en Mogador) negociaba directamente con los poderes locales, pasando por encima del majzan marroquí, que mientras tanto intentaba establecer, por medios negociadores y militares, su control de un territorio amenazado por las intenciones coloniales europeas.

En su “novela de aventuras” dedicada a Marruecos, Las cacerías en Marruecos, Álvarez intercala un episodio en el que aparece Jacobo Butler, cautivo en Agadir[40]. El protagonista de la novela, un francés llamado Ducor, que parece representar aquí al propio Álvarez, informa a su acompañante español de que allí tiene a un amigo cristiano preso, y le explica cómo ha llegado a esta situación:

¿Te acuerdas de D. José Butler? -¿Que era vice-cónsul de España en Safi? - ¡Oh! Sí me acuerdo. ¿Pero cómo está preso? - No es él el preso sino su hermano D. Jacobo. - ¿Pero cómo cayó en poder de estos cafres? - De un modo muy sencillo: vino aquí a negociar, cuando ya estaba cesante, con un vapor del cual era consignatario, y fiado en lo bien que habla el árabe y en las simpatías que parecía tener entre los moros, bajó a tierra para ultimar un negocio. Al pronto todo fue bien, el negocio se arregló, se embarcaron las mercancías en el vapor y los moros cogieron su dinero, pero cuando quiso despedirse de ellos no lo permitieron si no les daba antes una crecida cantidad, que he oído fijar en veinte y cinco mil duros.[41]

Los dos viajeros visitan a continuación a Jacobo Butler en su lugar de detención. A lo primero, Butler finge no conocer a Ducor y le habla en árabe, pero cuando su guardián se marcha, se echa en sus brazos. Preguntado por su situación, no duda en afirmar que “mi cautiverio es lo más dulce que se puede dar y estoy aquí, aunque prisionero, libre como en mi casa; jamás me han maltratado; mis guardianes son mis criados”, aunque, naturalmente, sufre por haber perdido su libertad durante tanto tiempo. Sin embargo, cuando sus visitantes le proponen que se vaya con ellos, puesto que la vigilancia a que se le somete es mínima, Butler se niega, alegando que su huida pondría en peligro la vida de otros y que, por otra parte, su persona es una garantía del pago del rescate.

Parece claro que en este episodio algo novelado, Álvarez está recuperando al menos parte de su experiencia personal en los tratos que llevaron a la liberación de estos cautivos. Para entonces la diplomacia española ya había puesto en marcha el proceso por el cual Álvarez habría de abonar directamente a al-Habîb b. Bayrûk la suma exigida, lo que se hizo el 16 de septiembre de 1874, pasando por encima de la autoridad del sultán sobre la región, que en España se calificaba reiteradamente de “imaginaria”[42]. Sin embargo, el gobierno español no tuvo reparos -como tampoco lo tuvieron otros gobiernos europeos en similares circunstancias- en reclamar a continuación, con éxito, el abono del rescate al Estado marroquí[43]. El majzan sufría así doblemente, tanto en el plano político (por su pérdida de autoridad sobre la región) como en el económico.

La participación de Álvarez Pérez en este asunto le concedió cierta notoriedad; su nombre aparece, en ese sentido, en alguno de los estudios que se ocupan de las relaciones de España y otros países europeos con Wâdî Nûn[44]. Su expediente personal contiene, a este respecto, algún documento de interés, no sólo para la historia personal del cónsul, sino para la de la administración española. El 17 de junio de 1876, Álvarez dirigió una instancia al Ministro de Estado, Fernando Calderón Collantes[45], solicitándole el cumplimiento de las promesas que se le habían hecho si llevaba a cabo con éxito su misión: ascenso a Cónsul de primera clase y concesión de una encomienda de la Orden del Mérito Naval. En la misma instancia hace constar que el ascenso no ha sido posible por haberse aplicado “rígidamente”, según dice, la normativa que le exigía para ello más años de antigüedad en su cargo, por lo que pide que, al menos, se le conceda la encomienda prometida.

La instancia de Álvarez fue remitida al Ministerio de Estado por su superior, el representante español en Tánger, Eduardo Romea, el 24 de junio de 1876. Romea y Álvarez habían coincidido en el consulado en Túnez diez años antes; sus relaciones personales y profesionales debieron de ser buenas -a diferencia de lo que luego sucedió entre el cónsul en Mogador y Diosdado-, a juzgar por el despacho que Romea envía a Madrid, adjuntando la instancia de Álvarez, en el cual se deshace en elogios hacia su subordinado, alabando especialmente su gestión en el rescate de Butler, Puyana y Silva; baste como ejemplo lo siguiente: “se vio obligado a trasladarse en persona a las playas de Guad-Nun a tratar, con grave riesgo de su libertad y aun de su vida, con el Jefe Ben Beiruk, Jefe de aquella inhospitalaria comarca”[46].

En el despacho de Eduardo Romea aparecen, en notas marginales, las acotaciones de funcionarios del Ministerio de Estado encargados del asunto, reseñando que la concesión de la encomienda se había reclamado ya por dos veces al Ministerio de Marina, al parecer renuente a ello. Y, finalmente, el expediente de Álvarez contiene un oficio de Marina, de 27 julio de 1876, en el que se dice que se han concedido similares condecoraciones al capitán y al contramaestre del barco que trajo a los cautivos liberados desde Marruecos, pero que no es posible hacer lo mismo con Álvarez Pérez porque no es “hombre de mar”.

Las expectativas del cónsul en Mogador para ver recompensada, tanto profesional como económica y simbólicamente, una acción que no carecía desde luego de riesgos no se vieron cumplidas. La Administración aplicó al pie de la letra unas reglas que posiblemente habrían podido ser entendidas en su favor de haber contado Álvarez con los necesarios apoyos en España: el de Eduardo Romea desde Tánger no fue suficiente. No obstante esta frustrada petición, el hecho es que las actividades de Álvarez en el desenlace de este sonado cautiverio de españoles le permitieron entrar en contacto con lo que se ha llamado la “marca sahariana” de Marruecos y abrir sus horizontes hacia un ámbito que sobrepasaba con mucho el espacio de su consulado en Mogador. En 1875, un año después de su intervención en el pago del rescate, seguía en relación con al-Habîb b. Bayrûk, al que reclamaba en una carta, escrita en árabe y fechada el 21 de safar de 1292 [29 de marzo de 1875], el pago de un depósito de al-tâyir Jakûb (“el comerciante Jacobo”, evidentemente Jacobo Butler), lo que indica que seguía siendo intermediario entre ambos en su calidad de cónsul de España[47].

Debió de ser toda esta experiencia, junto a su calidad de representante de España en Mogador, la que le permitió participar en una de las expediciones españolas destinadas a localizar el enigmático y discutido emplazamiento de Santa Cruz de Mar Pequeña en 1877.


Desde Mogador: la expedición del “Blasco de Garay”

Desde que el tratado de paz de 1860 reconociera el derecho español a ocupar el territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña (donde se ubicó una fortaleza fundada por Diego García de Herrera en 1476), la cuestión de localizar el exacto emplazamiento del lugar presidió buena parte de las relaciones hispano-marroquíes del siglo XIX y bien entrado el XX. No es cuestión ahora de detallar el sinuoso recorrido de las negociaciones que, finalmente, llegaron a la conclusión de que había de identificarse a Santa Cruz con Sidi Ifni[48].

Para este fin se enviaron diversas expediciones que, de acuerdo con los términos del tratado de 1860, debían de contar con miembros españoles y marroquíes. La acordada en 1877-78 estaba compuesta, por parte española, por el capitán de navío Cesáreo Fernández Duro (1830-1908), historiador y marino muy comprometido con el africanismo hispano y en ese momento vicepresidente de la Real Sociedad Geográfica de Madrid; el coronel de ingenieros Vicente Climent, José Álvarez Pérez, cónsul en Mogador, y los intérpretes Antonio Orfila y Alberto Regúlez[49]. Los dos primeros embarcaron en Cádiz en el Blasco de Garay, que zarpó de allí el 28 de diciembre de 1877. En Tánger se les unieron los intérpretes, y en Mogador, Álvarez Pérez y los miembros de la comisión marroquí. Mandaba el barco el capitán de fragata Fernando Benjumea[50].

Los resultados de esta expedición, de la que se conservan varios testimonios escritos publicados en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid[51] fueron hace tiempo calificados como más útiles desde el punto de vista geográfico que del político[52], es decir, que poco fue lo que pudieron hacer los comisionados españoles no sólo para identificar el lugar preciso donde había estado, a finales del siglo XV, Santa Cruz de Mar Pequeña, sino que tampoco fueron capaces, a pesar de sus intentos en tal sentido, de trabar relaciones con las tribus locales para asegurarse su lealtad a España.

Aunque no muchas, sí han quedado algunas huellas de la participación de Álvarez Pérez en esta expedición, en la que debió de renovar sus contactos anteriores con el sur sahariano de Marruecos y ampliar sus conocimientos sobre la región costera que tanto interesaba a España como espacio natural de expansión desde las Canarias y zona de penetración en el noroeste africano[53]. Es posible, sin embargo, que como consecuencia de este viaje, iniciara Álvarez, algo después, nuevas gestiones en tal sentido, utilizando para ello su red de relaciones locales en Mogador y en Wâdî Nûn. Como se ha mencionado, una embajada de Mawlây Hasan a Madrid, en junio de 1878, protestó ante el gobierno español por las actividades del cónsul en Mogador, que “envió por tierra gentes, que se dirigieron a un paraje llamado Wad-Ifni, interesaron a sus habitantes, dijéronles que eran enviados de nuestro señor, compraron sus voluntades y les enseñaron lo que habían de declarar (...) cuando se aseguraron las gentes de tierra, que son los Ait Bu-Amran, de que estos que por tierra habían venido eran malhechores, entablaron lucha con los que les habían acogido, resultando por ambas partes, en un solo día, 187 muertos, y no cesando la discordia hasta la presente”[54]. La carta enviada por el sultán continúa reprochando que España utilice semejantes procedimientos, puesto que el tratado de 1860 sólo autorizaba el establecimiento de una pesquería. La respuesta española a esta protesta se extraña sobre las noticias acerca de disensiones, luchas y muertes, “pues todos los datos suministrados al Gobierno español están contestes en que las kabilas desean que se realice la pesquería”[55]; no obstante lo cual, propuso, en la mejor tradición diplomática, aplazar todo el asunto hasta que se nombrara una nueva comisión que estudiara otra vez la cuestión. La intervención de Álvarez Pérez en esta nueva pretensión de establecer directamente tratados con las poblaciones marroquíes de Wâdî Nûn, al margen de la autoridad del majzan, puede considerarse un fracaso, pero no dejó de ser un nuevo paso en los intentos hispanos por penetrar en la región, que se repetirán e intensificarán a partir de esas fechas.

Otro aspecto notable de la participación de Álvarez en la expedición del Blasco de Garay fue su relación con Césareo Fernández Duro. Pocos meses antes del inicio de la expedición, el 8 de septiembre de 1877, Fernández Duro había publicado un artículo en La Ilustración Española y Americana dando cuenta de la existencia de cuatro pescadores canarios cautivos en Cabo Blanco (actual Nouadhibou) y señalando cómo “el cónsul de España en Mogador, D. José Álvarez Pérez, ha procedido con la mayor actividad, interesando al Jeque de Uad-Nun para el envío de emisarios al Sahara y enviándolos directamente”, a pesar de lo cual tanto éstas como otras gestiones habían resultado infructuosas hasta el momento[56]. De la documentación consultada para este estudio no se puede deducir si Fernández Duro y Álvarez se conocían personalmente antes de la expedición del Blasco de Garay, pero por ese artículo se ve claramente que el primero estaba al tanto de las actividades profesionales del segundo (que para entonces ya había publicado alguna de sus obras sobre Marruecos) y que su convivencia a bordo del barco explorador de la costa noroccidental africana debió de facilitar la posterior integración de Álvarez en los círculos africanistas españoles.

En la conferencia que pronunció Fernández Duro sobre la expedición, publicada en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, se hace alguna breve alusión a la presencia de Álvarez y se cita su relato de viajes El país del misterio[57]. Pero es en su diario de la expedición donde se perfila algo más la intervención en ella del cónsul de Mogador, a quien Fernández Duro confió las 100.000 pesetas que se le habían entregado en la Legación de España en Tánger para los gastos del viaje[58]. La conducta de Álvarez Pérez durante la expedición mereció los elogios de Fernández Duro en otro documento, esta vez de carácter oficial y dirigido al ministro de Marina, en el que reconoce su “actividad y acierto”, así como su excelente gestión económica: “sólo me toca consignar que en el empleo de fondos para que estaba autorizado, y que se me mandó intervenir, ha observado gran parsimonia, volviendo en el buque casi la totalidad del dinero que se embarcó en Tánger y en Mogador”[59].

Se conservan asimismo dos cartas de Álvarez Pérez dirigidas a Fernández Duro en junio y julio de 1878 en las que se aprecia hasta qué punto se había desarrollado entre ambos una relación amistosa y personal, con intercambio de noticias familiares, publicaciones, e informaciones sobre la situación en Marruecos y las actividades del cónsul[60]. Todo ello contribuye a encajar la figura de Álvarez en el contexto de las actividades “africanistas” promocionadas desde la Sociedad Geográfica de Madrid, con cuyos miembros más señalados -tanto el propio Fernández Duro como su presidente Francisco Coello, al que se refiere en una de sus cartas- mantenía relaciones y contactos directos.   

El periodo de mayor actividad de Álvarez Pérez como cónsul en Mogador del que se tiene noticia en las fuentes consultadas está por tanto marcado por su intervención en la liberación de los comerciantes españoles cautivos (1874), su participación en la expedición del Blasco de Garay (1877-78) y su acción en favor de establecer relaciones directas con las poblaciones de Wâdî Nûn (1878). Poco después, sin embargo, se vería obligado a abandonar Mogador tras su conflicto con José Diosdado y, finalmente, dejar la carrera consular. Como se verá a continuación, ello no impidió que continuara implicándose en la acción colonial española en el sur de Marruecos.


La expedición de Álvarez al Sahara en 1886

Tras su paso al Ministerio de Ultramar, en 1880, Álvarez participó en la primera sesión del Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, celebrado en Madrid a primeros de noviembre de 1883 por iniciativa de Joaquín Costa. En la relación de participantes aparece, junto a Francisco Lozano, como publicista y cónsul; intervino además como ponente en la primera sesión del congreso, celebrada el 5 de noviembre y dedicada al tema de “Costas septentrionales de África, Costa occidental de Marruecos y pesquerías canario-africanas”[61]. No mucho después, su nombre aparece como vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas, nombrada el día de su constitución, el 26 de diciembre de 1883[62]. En poco tiempo, y gracias a una potente campaña publicitaria, la Sociedad consiguió, a través de una suscripción nacional, financiar dos viajes de exploración a África, uno de ellos encargado a Emilio Bonelli en 1884 con el objeto de ocupar posiciones en los territorios costeros comprendidos entre Cabo Bojador (Ra’s Buyâdûr) y Cabo Blanco[63].

En junio de 1885, la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas acordó transformarse en un nuevo ente, la Sociedad de Geografía Comercial, que pretendía potenciar la actividad exploradora y las relaciones comerciales de España con el resto del mundo[64]. Su órgano de expresión, la Revista de Geografía Comercial (que habría de publicarse hasta 1896), se unía así al creciente movimiento europeo en pro de una expansión económica hacia Asia y África - no hace falta recordar que ese mismo año de 1885 se celebró el Congreso de Berlín, hito fundamental en la historia del colonialismo occidental. La efervescencia nacional europea en favor de la apropiación y explotación de territorios “no civilizados” tuvo su adecuado eco en el ámbito hispánico. Otra cosa fue, lógicamente, la capacidad de adaptación y respuesta del país a la tentación colonial.

Mucho de todo esto confluye en 1886. Por una parte, el presupuesto del Estado español para ese año adjudicó una partida de 100.000 pesetas para viajes y exploraciones, lo que ha sido considerado como el mayor esfuerzo económico estatal a este respecto hasta finales del siglo[65] y gracias al cual viajó al Sahara, en primer lugar, el oficial del ejército Lorenzo Rubio[66]. El 11 de marzo de 1886, Rubio pronunció una conferencia en el Círculo de la Unión Mercantil, dando cuenta de las observaciones realizadas durante su viaje y señalando las oportunidades que en Río de Oro existían para los comerciantes españoles[67].

A finales de ese mismo mes de marzo de 1886, la Revista de Geografía Comercial anunciaba a sus lectores que Álvarez Pérez, “delegado de la Sociedad española de Geografía Comercial”, había debido ya salir para “Canarias y costa de África en un vapor fletado por aquella Sociedad y con mercancías de cambio destinadas al logro de una empresa importante. De ella esperamos que no tardará en tenerse noticias muy gratas para la nación y de las cuales tendremos altísima complacencia en informar a nuestros abonados”[68].

No tardaron en aparecer esas noticias, aunque de forma sucinta, como su propio autor admite[69]. La brevedad de esta estancia suya en el Sahara y de lo escrito sobre ella no ha impedido, sin embargo, que Álvarez Pérez se haya incorporado a la nómina de exploradores españoles de la región, debidamente recordado por la práctica totalidad de quienes se han ocupado del tema; llama la atención, no obstante, que se suela omitir el interés comercial del viaje (tan bien resaltado en el suelto publicado por la Revista de Geografía Comercial que se acaba de citar), para insistir en su calidad de reconocimiento geográfico[70].

En general, todos quienes han tratado sobre la expedición de Álvarez Pérez (que iba acompañado de otro miembro de la Sociedad de Geografía Comercial, José Campos Moles, comandante retirado de Infanteria), lo han hecho de forma breve, pero destacando el interés de su reconocimiento de la región de Sâqiyat al-Hamrâ’ (Río de Oro) y, sobre todo, su acción política, que le permitió establecer un acuerdo de protección española con algunos jefes locales de la región. El texto de este “tratado o contrato” fue publicado en la Revista de Geografía Comercial por Felipe Rizzo[71].

No son pocos quienes, entre los que se han ocupado de esta expedición, se lamentan a continuación de que el “tratado” no fuera oficialmente reconocido por el gobierno español, “perdiéndose de ese modo los frutos de tan afortunada empresa y con ello la posibilidad de ser española la totalidad de la costa comprendida entre el Nun y el Senegal francés”[72], por citar una frase que resume el sentir de todos ellos, siempre, naturalmente, que sean españoles y se vean afectados por una cierta “nostalgia colonial”. Hay, por supuesto, excepciones a esta línea de pensamiento, que coinciden con las aproximaciones más recientes al colonialismo hispano en el Sahara occidental.

Volviendo, en todo caso, al texto del “tratado” firmado en Arrecife por Álvarez Pérez, Campos Moles y Muhammad b. `Alî, se trata evidentemente de un acuerdo establecido entre un representante tribal y dos españoles miembros de una sociedad geográfica con ambiciones comerciales. No es cuestión de dilucidar aquí hasta qué punto esa clase de actividades podía o no encajarse en la política exterior del gobierno español de la época; lo que sí queda claro es que la expedición de Álvarez y sus proyectos comerciales y políticos se enmarcaban en una histórica tradición europea de penetración colonial, como la que había hecho que la británica East Indian Company se instalase en la India, beneficiándose del patrocinio estatal, desde mediados del siglo XVII. Con todas las distancias, temporales y económicas, entre ambos casos, eso es lo que, a su modo, pretendía el excónsul Álvarez en su expedición al Sahara de 1886.

Muy poco después de este viaje, entre abril y mayo de 1886, la Sociedad de Geografía Comercial organizó una nueva expedición, llevada a cabo por Julio Cervera Baviera, Francisco Quiroga y Felipe Rizzo, que por su duración y mayor ambición geográfica y científica, eclipsó desde muy pronto la de Álvarez y Campos en la narración de la presencia colonial española en el Sahara[73].

En un mismo año, por tanto, se habían financiado, con fondos públicos y privados, tres viajes de exploración hacia el territorio sahariano, la frontera sur de Marruecos en la que la autoridad del sultán se prestaba a discusión. Como consecuencia, se firmaron acuerdos privados con jefes locales que se adherían a la “protección” española con el objeto de obtener beneficios mutuos, de orden económico y/o político. Se estaba entonces intentando muy activamente, desde los ámbitos sociopolíticos más implicados en el africanismo español, expandir la apertura colonial hacia el Sahara, aprovechando para ello la existencia de contactos locales (como podía ser Álvarez en su calidad de excónsul en Mogador y negociador con los jeques de Wâdî Nûn) y los intereses comerciales y pesqueros canarios en la región[74].

Es esta expedición de 1886 la última actividad públicamente registrada de José Álvarez Pérez como miembro del aparato político, administrativo y económico que pretendía abrir un nuevo espacio de penetración española en el sur de Marruecos, en paralelo a otras acciones similares en el norte de África y en Guinea. De su acumulada experiencia en ese ámbito queda, junto a los datos que se han ido presentando hasta aquí, la huella de sus escritos publicados, que se examinará a continuación.


Álvarez Pérez, publicista

En uno de los primeros balances publicados sobre la literatura africanista española, Robert Ricard hacía constar cómo ese tipo de textos se multiplicaron entre 1872 y 1884. En el inicio de esta creciente producción, cita Ricard, en primer lugar, los Rudimentos del padre Lerchundi[75] y, poco después, El país del misterio de José Álvarez Pérez[76].

Esta obra de Álvarez, que ya se ha citado aquí, es quizá el más interesante de todos sus escritos, aunque no tuviera una repercusión muy notable en otros autores posteriores. Castellanos, cuya Descripción histórica de Marruecos apareció por vez primera en 1878, cita unos “Apuntes de un viaje” de Álvarez Pérez que deben de corresponder al mismo texto[77]. También Emilio Bonelli se hace eco del libro de Álvarez, citándolo junto a la Descripción y mapas de Marruecos (1859) de Gómez de Arteche y Coello[78]; a finales del s. XIX, Felipe Pérez del Toro lo incluye en una lista de obras sobre Marruecos que constituye una especie de canon “africanista”, en el que figuran, de nuevo, Arteche y Coello, junto a Cánovas del Castillo, Murga, González Llana y Rodrigáñez, Óvilo, Urrestarazu, Bonelli, Galindo y de Vera, Joaquín Costa y algún otro[79].

En el siglo XX, la memoria de la obra de Álvarez, sin embargo, se perdió por completo. La literatura africanista siguió creciendo hasta límites insospechados con anterioridad y ampliando sus horizontes al paso de la cada vez más intensa implicación colonial de España en Marruecos, pero sólo escasos textos escritos en el siglo XIX mantuvieron su vigencia o su capacidad de convertirse en puntos referenciales[80]: las circunstancias habían cambiado de forma radical, sobre todo a partir del establecimiento del Protectorado en 1912.

Hoy día, la relectura de los trabajos de Álvarez no deja, sin embargo, de tener su interés. En efecto, nos trasladan a un tiempo histórico muy concreto, el de la exploración de regiones desconocidas unida al intento de su dominio colonial. Baste recordar que Álvarez era cónsul en Mogador en los mismos años en que Stanley viajaba al Congo, contratado por el rey Leopoldo de Bélgica. Y aun manteniendo todas las distancias necesarias entre ambas y otras similares empresas, la más modesta de Álvarez pertenece sin duda al mismo ámbito de la exploración decimonónica, protagonizada por individuos audaces que se constituyen en referencias del progreso occidental y son por ello capaces de actuar como agentes de la conquista del mundo “no civilizado”[81].

La lista de los trabajos publicados por Álvarez permite dividir su legado escrito en dos apartados bien diferenciados: por una parte, textos relativos a su labor como observador de la realidad marroquí desde su trabajo consular, así como a sus exploraciones por el territorio; por otra, recreaciones literarias de esa realidad, con las que pretendía dirigirse a un público amplio.

En el primer apartado se incluyen los siguientes textos:

  1. “Mogador”, Memorias comerciales redactadas por el cuerpo consular de España en el extranjero, I (1876), 248-256; “Memoria geográfico-comercial de la demarcación del consulado de Mogador”, Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, II (1877), 499-518. Parte de este texto se reprodujo en la Revista de Geografía Comercial, II, núms. 12-15 (1886, 30 enero), 181-183, dentro de un artículo titulado “Comercio del Noroeste de África”[82].
  2. “Apuntes sobre el Argán de Mogador”, Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, 6 (1877), 5-9, más una lámina.
  3. Discurso publicado en las Actas del Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil, Madrid, 1884, 150-159.
  4. En el Seguia-el-Hamra”, Revista de Geografía Comercial, II, nº 24 (15 y 30 de junio de 1886), 6-8.

A esto hay que añadir la serie de dibujos realizados por Álvarez Pérez durante la expedición del Blasco de Garay, que se publicaron en una lámina en La Ilustración Española y Americana junto a una nota explicativa titulada “Exploración de la costa de África”, debida a la redacción de la revista[83].

La memoria sobre Mogador responde al patrón habitual en las publicaciones de esa índole por los cónsules de España. Con gran minuciosidad, Álvarez Pérez procede a hacer una descripción geográfica de su demarcación, razas y tribus que la poblaban, ciudades más importantes (con atención especial a Mogador), exportaciones, importaciones y estado de las relaciones comerciales de España a través de Mogador, con sugerencias para su mejora.

Se trata, por tanto, de un texto eminentemente práctico, aunque escrito con soltura y hasta con cierta elegancia de expresión. Se ve que Álvarez se había tomado en serio la encomienda hecha desde el gobierno de Madrid para la redacción de esta clase de documentos y que vertió allí su experiencia del trabajo diario en Mogador, donde ya llevaba varios años de residencia. Destaca su esfuerzo por hacer un “mapa” de la población de la región, plasmado en un estadillo cuyas columnas dan cuenta de los nombres de las tribus, las de las “kábilas” que las componen, la clase de terrenos que ocupan, las razas a que pertenecen (árabes o bereberes), el número de sus habitantes y el de los que pueden considerarse como combatientes (diferenciando entre infantes y jinetes), y los productos del país. Sobre este cuadro afirma que lo ha “hecho con cuanta exactitud he podido, sin que a pesar de mis esfuerzos pueda lisongearme (sic) de haber citado la verdadera cifra, pues siendo la estadística desconocida en este país, cuyas autoridades ignoran el censo de la población, solo por contradictorios informes y teniendo en cuenta el número de tiendas, he podido fijarla”.

Muchos otros detalles contiene esta memoria que merecerían ser estudiados, como sería sin duda el caso de las publicadas, en la misma serie, por cónsules como Francisco Lozano y Teodoro de Cuevas, tan interesados como Álvarez en hacer acopio de noticias y datos relativos, no sólo al comercio, sino a cualquier otro aspecto de la sociedad marroquí en la que vivían.

Examinar con detalle el material reunido por Álvarez excede del propósito de estas páginas, por lo que se estudiará únicamente una cuestión sobre la que vuelve en otra de sus publicaciones: la naturaleza y cultivo del árbol del argán (Argania spinosa [L.]). La descripción que hace de esta planta es notable, por el cuidado y atención con que recupera tanto su imagen física como su entorno pastoral y humano y las actividades socioeconómicas a que da lugar su explotación.

Al año siguiente de la publicación de su Memoria, Álvarez Pérez retornó sobre este tema en sus “Apuntes sobre el argán de Mogador”, recuperando en parte su primer texto, al que dotó de un mayor contenido científico; no en balde apareció en los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural. La descripción de la planta es, por tanto, mucho más detallada, y se acompaña de una cuidada lámina tomada del natural y firmada por el propio Álvarez. El árbol se identifica como perteneciente a la familia de las Sapotáceas, “y siguiendo la nomenclatura adoptada por Linneo en su Sistema, le llamaré Rhamnus siculus ó Sideroxylon spinosum, que también lo designa así en su herbario”[84]. Añade a esta suprema autoridad botánica la de otros autores con sus variantes en la denominación del argán; desde el inicio de su trabajo, Álvarez está vinculando sus observaciones a las de la tradición europea sobre la taxonomía botánica, y dejando así claro que su texto encaja adecuadamente en el órgano de expresión de una sociedad científica.

Ahora bien, junto a este aspecto de su trabajo incluye Álvarez otro no menos importante y en el que, como en muchos otros textos similares, la descripción científica del objeto va de la mano de su utilización -o propuesta de utilización- con fines económicos beneficiosos para Occidente. Reclama, por tanto, su introducción y cultivo en tierras españolas y muy concretamente en la isla de Lanzarote, cuya aridez y falta de masa forestal podrían remediarse fácilmente, afirma, “poblando las calvas vertientes de sus colinas con los frondosos y productivos Arganes, que tan pocos cuidados reclaman (...) y que, en pago de un poco de trabajo, les daría pingües cosechas y un beneficioso cambio en las condiciones de la localidad”[85].

También se refiere Álvarez al argán en su relato novelado El país del misterio, en un sentido muy similar, al afirmar que su aclimatación en España no debería ofrecer dificultades, “pues aún debe existir en el Jardín Botánico de Madrid algún ejemplar de los que plantó en 1804 el director de aquel establecimiento don Claudio Boutelon (sic), y supongo que habrá otros en Sevilla, en las Canarias y en una propiedad que el señor duque de la Torre tiene en Andalucía y cuyo nombre en este momento no puedo recordar”[86].

No es éste el lugar de hacer una historia de la presencia del argán en España, pero sí conviene mencionar algunos de sus datos, para mejor valorar el interés del cónsul en Mogador por este árbol y su posible explotación económica en suelos peninsulares e insulares. El argán se introdujo en los jardines de Aranjuez en el siglo XVIII, como una más de tantas plantas exóticas que ornamentaban ese espacio cortesano, a cargo de la dinastía de jardineros de origen suizo encabezados por Esteban Boutelou[87]. Pero el afán de la Ilustración por añadir, a la búsqueda de nuevos conocimientos, aplicaciones eminentemente prácticas, surge en uno de sus epígonos, Domingo Badía (Ali Bey), que se pregunta, respecto a esas plantas si “¿no sería posible aclimatarlas en los países meridionales de Europa? Entiendo que bien equivaldría esto a la adquisición de una provincia”[88]. Según una de sus “Memorias”, Badía adquirió semillas del árbol del argán “que me dicen se ha puesto en el jardín de Sanlúcar de Barrameda, y desearíamos se sembrase en la Sierra Morena”[89]. Por esas mismas fechas, como indicaba Álvarez Pérez, se introducía el árbol en el Jardín Botánico de Madrid, del que era jardinero mayor Claudio Boutelou (1774-1842)[90].

Del interés puramente botánico y paisajístico se pasó a las potencialidades agrícolas y económicas (producción de aceite) de un árbol que se consideraba apto para ser importado a España. Poco después de la publicación del artículo de Álvarez Pérez, el padre Castellanos se deshacía en alabanzas del argán, recordaba la idea de Ali Bey de aclimatarlo en el sur de Europa y mencionaba sus propios envíos de semillas del árbol a Canarias, donde ya estaban prendiendo las plantas. “No sabemos -terminaba- que se haya intentado aclimatar en alguna otra parte; pero abrigamos la convicción de que esta sería una nueva fuente de riqueza para la nación que lograse poseer y propagar en sus campos este precioso y utilísimo árbol”[91].

No fue así; el argán no llegó a implantarse como cultivo fuera de su hábitat natural marroquí[92]. Los textos de Álvarez sobre esa planta encajan, no obstante, en el proyecto de dominio colonial que, sobre la base ilustrada de la historia natural universal, organizaría su propio sistema de explotación económica de los territorios extraeuropeos.

El discurso pronunciado por Álvarez Pérez en la primera sesión del Congreso de Geografía Colonial y Mercantil, celebrado en noviembre de 1883 y al que ya se ha aludido, tiene un marcado carácter político, como la sesión en la que se inscribió y, por supuesto, todo el congreso. Comparte con otras intervenciones en la misma ocasión una serie de lamentos sobre la falta de eficacia de la acción comercial española hacia Marruecos, cuyas causas - y en esto también se une a otros miembros del congreso - residen, según él, en “la igualdad de los productos que se obtienen en ambas costas del Estrecho, la incuria de los árabes, el escaso genio comercial de los españoles, y el ningún cuidado que se ha puesto en fomentar el tráfico entre uno y otro país”[93]. De este último punto se ocupa en varias ocasiones posteriores, en las que se refiere muy directamente a la acción de la Legación española en Tánger como una de las trabas más importantes para la actividad económica española en Marruecos, dando algunos ejemplos concretos de ello. Es difícil no ver en estas apreciaciones uno de los resultados de su brusca salida del cuerpo consular, a la que alude más adelante en términos inequívocos: así, al referirse al territorio de Ifni, anota que “éste no nos pertenece aún y es para mí terreno vedado”[94].

Las ideas más importantes de su discurso, resumidas por Álvarez en su conclusión, son las siguientes: potenciar el comercio con Marruecos y reformar para ello el tratado vigente con ese país; transformar los presidios (Ceuta y Melilla) en puertos francos comerciales y suprimir la aduana de Melilla; encargar de la política con Marruecos al Ministerio de Ultramar. Junto a todo esto, que eran propuestas que circulaban ampliamente en la literatura africanista del momento, lo que parece ser su aportación más personal consiste en un requerimiento para que se cultiven “las buenas relaciones de amistad y comercio con los puertos y kabilas que estén sujetos al Sultán conforme a los tratados que con el mismo se hagan, y tratar libremente con las kabilas que de hecho sean independientes sin ocuparnos para nada de los derechos que sobre ellas alegue el Sultán, mientras no pueda hacerlos efectivos”[95]. Esta última propuesta responde claramente a su experiencia como cónsul en Mogador, pero también se podía aplicar - y así lo hace - a las relaciones españolas con el Rif. A este propósito, alguna de sus reflexiones no carece de agudeza y hasta de premonición de futuro. En efecto, al considerar el papel de los presidios y especialmente el de Melilla, se plantea que sus jefes militares, carentes de instrucciones definidas desde el gobierno de la nación, “se han creído siempre al frente del enemigo, y arrastrados por el natural ardimiento y turbulencia de nuestra sangre, animados quizás por el deseo de distinguirse no sólo no han evitado, sino que en más de una ocasión han provocado conflictos con las tribus fronterizas, con las cuales, dada su enemistad con el Sultán tan fácil les hubiera sido negociar y conseguir su alianza”[96].

El artículo que publicó Álvarez en la Revista de Geografía Comercial sobre su expedición al Sahara es, desgraciadamente, un texto muy breve, de lo cual se excusa su autor aludiendo a “mis ocupaciones y mis achaques”, que le han impedido “terminar la relación del viaje y de los estudios hechos (...) aunque espero poder presentársela [a la Junta Directiva de la Sociedad] dentro del corriente mes”. No parece que esto se hiciera, y por tanto hay que conformarse con la sucinta nota que publicó Álvarez en junio de 1886. En ella se observa, principalmente, su interés por identificar posibles lugares de establecimiento de puertos y fondeaderos, así como de la existencia de manantiales y las características de la fauna y flora de las regiones costeras exploradas. Las posibilidades de explotación agrícola también fueron tenidas en cuenta por Álvarez, que contó para ello con la asistencia de “algunos canarios, jornaleros del campo, que formaban parte de la expedición”[97] y que le informaron que en el entorno del fondeadero La Uina/Méano había terrenos donde se podían cultivar cereales, huerta, viña, arbolado y pastos.

El segundo apartado de las publicaciones de Álvarez tiene como denominador común su carácter literario (o pretendidamente literario). Ya se ha citado anteriormente el más conocido de estos títulos, el relato de viajes El país del misterio.

La obra se publicó, sin fecha expresa, en Madrid, aunque está escrita en forma de cartas dirigidas a su amigo Eduardo de Medina, datadas a partir del 12 de julio de 1875[98]. No hace falta subrayar que el título elegido responde al muy extendido topos, en la literatura colonial, de Marruecos como espacio ignoto, cuyos arcanos esperaban la penetrante mirada occidental, ávida de lo desconocido. A pesar de que los relatos de viajes por Marruecos ya contaban con una buena tradición en España, tanto Álvarez como otros autores contemporáneos o posteriores a él, no dejan de recurrir a esta fórmula, que juega también con la oposición cercanía geográfica / lejanía temporal y cultural entre las dos orillas del Estrecho.

Así lo hace Álvarez, ya desde el título, pero también en las páginas iniciales de su relato: “mi objeto es dar a usted noticias de un país del que tan poco sabemos, por más que sus costas se vean desde las de España”[99]. Poco después, tras poner pie en el continente africano, afirma que Marruecos, desde los tiempos más remotos “se ha cubierto del tupido velo del misterio. Celoso de sus bellezas, ha opuesto siempre a la curiosidad de los hombres lo maravilloso, lo sobrenatural, lo terrible”[100].

Recurso destinado a azuzar la curiosidad del lector, el tema del misterio desaparece sin embargo en la práctica totalidad del relato posterior, que reconstruye el itinerario de Álvarez desde Tánger a Alcazarquivir, Arcila, Larache, Rabat, Casablanca, Mazagán, Safi y finalmente Mogador, su residencia habitual, donde llega el 18 de agosto de 1875, en un viaje de algo más de un mes de duración.

La narración del viaje abunda en digresiones históricas, no siempre acertadas, y en consideraciones sobre el gobierno y la sociedad marroquíes, que pertenecen en su mayoría al repertorio habitual de esta clase de textos: despotismo oriental, resonancias bíblicas de la vida nómada, atraso social y económico, opresión de las mujeres, etc. Pero Álvarez era un observador curioso, y junto a estos y otros tópicos de la literatura orientalista del XIX, aparecen también anotaciones de gran realismo, perplejidades del viajero y apuntes del natural nada despreciables. Pueden citarse, como ejemplo, algunas ocasiones en las que Álvarez compara usos y costumbres españolas con marroquíes, no siempre saliendo estas malparadas. Así, tras hacer notar la falta de formalidad de los “moros”, añade: “para falta de formalidad y poca exactitud, los españoles nos pintamos solos; por lo cual colijo que si adolecemos del mismo defecto, debe ser heredado de esta gente y fruto de la semilla que ellos dejaron durante los siete siglos que estuvieron en la Península”[101]. Como a otros viajeros, le sorprende el carácter pacífico de las aglomeraciones públicas en Marruecos, y a la descripción de un mercado público le sigue este comentario: “Semejan tanto [los zocos] a nuestra popular romería de San Isidro, cuanto difieren en concurrencia, en idioma, en trajes y moral. Aquí no hay puñaladas, borracheras, escándalos, ni se necesita para sostener el orden el lujo de tropas que tienen que desplegar todos los años las autoridades de Madrid”[102]. Vuelve sobre este tema al pasar por Mazagán, y reflexiona sobre las razones de esta diferencia: “los moros no tienen ni mujeres ni vino. Se divierten inocentemente, sin perder la razón y sin que la cruel serpiente de los celos les muerda el corazón y arme su brazo con el hierro homicida”[103].

Sin que sea uno de los ejemplos más notables de viajes por Marruecos escritos por españoles en el siglo XIX, el relato de Álvarez merece que se le conceda más atención de la que hasta ahora ha atraído, siquiera porque, despojado de sus digresiones históricas (de escasa calidad), no carece de observaciones interesantes sobre los territorios que recorre, que no se alejan mucho de las de otros autores que siguieron rutas similares. Comparar su texto con los mucho más conocidos de sus contemporáneos Murga y Gatell podría ser un ejercicio interesante del que sólo apunto aquí alguna posibilidad. Con ambos comparte los estereotipos culturales de su tiempo respecto a Marruecos, pero contiene asimismo una cierta pretensión de objetividad, no siempre expresa y quizá derivada de su larga estancia en Marruecos que se diferencia de la de Gatell, más etnógrafo (por tanto, más útil documentalmente a nuestros ojos) y al tiempo, menos empático con la realidad que le circunda.

El país del misterio mantiene una constante pretensión de verosimilitud: describe un itinerario real, con una voz narradora perfectamente identificada, y presenta hechos y observaciones que se quieren auténticos. A pesar de no conseguirlo siempre, su autor aspiraba a redactar un texto ameno y ágil, destinado a atraer a un público amplio, al que se ofrecían, junto al relato en sí, informaciones y datos que habrían de contribuir a su cultura general.

Esa doble pretensión (“enseñar deleitando”) es la que preside la colección en la que Álvarez publicó su relato de viajes, la “Biblioteca de Instrucción y Recreo”, uno de cuyos editores, Eduardo de Medina, es el amigo a quien se dirigen las cartas que componen la obra.

En la misma colección publicó Álvarez otras tres obras, éstas ya claramente de carácter ficcional. Sólo una de las tres tiene relación con Marruecos, por lo que me referiré especialmente a ella: Las cacerías en Marruecos. Aventuras auténticas de un español[104].

Como los volúmenes de la colección no tienen fecha de edición, es difícil saber el orden en que Álvarez redactó y/o publicó sus libros en la “Biblioteca de Instrucción y Recreo”. Al final de las Aventuras de tres voluntarios, la casa editorial incluye una hoja en la que se refiere a la aparición anterior de Las cacerías en Marruecos, añadiendo un texto muy ilustrativo sobre las intenciones de autor y editores: “Es un libro (Cacerías) de gran interés porque da a conocer de una manera perfecta y detallada un país tan original como generalmente desconocido, del cual, a pesar de su proximidad a España, apenas se ha escrito nada entre nosotros. La parte amena es a veces dramática, a veces entretenida, pero siempre levantada e interesante, y se halla tan bien combinada con la parte científica y descriptiva que forma un notable conjunto lleno de verdad e instrucción. Los editores de esta Biblioteca han tenido ocasión de recibir felicitaciones por la publicación de este libro, y tienen el placer de haber sido los que, al darle a luz, han presentado por primera vez en el campo literario al Sr. D. José Álvarez Pérez, joven escritor, estudioso y concienzudo, uno de los iniciadores en nuestro país del género científico-recreativo a que hemos consagrado esta colección”.

Este género “científico-recreativo” estaba entonces naturalmente dominado por la figura de Jules Verne (1828-1905), cuya primera novela, Cinco semanas en globo (1863), se tradujo rápidamente al español, como lo sería después el resto de su producción. Una de estas primeras traducciones apareció, precisamente, en la “Biblioteca de Instrucción y Recreo”, donde también habría de publicarse De la tierra a la luna[105].

Al rebufo de la popularidad de Verne, surgieron por doquier imitadores de un género que conectaba espléndidamente con las aspiraciones de su época al progreso científico y la expansión colonial. Uno de los seguidores de Verne en España mantiene alguna conexión con Álvarez Pérez: el también granadino Torcuato Tárrago y Mateos (1822-1889), autor sobre todo de novelas históricas, publicó un relato de sus experiencias en el norte de África, como soldado destinado a la guarnición del Peñón de Vélez[106]. Alguna de las obras de Tárrago inspiradas por Verne, como A doce mil pies de altura (Madrid, 1878) ha sido reeditada no hace mucho (Granada, 1998).

En esa misma línea hay que situar las novelas de “aventuras” de Álvarez Pérez y, entre ellas, las Cacerías en Marruecos. Aunque a la ambición del intento no se correspondieran los resultados literarios obtenidos[107], permanece como testimonio de un género muy ligado a la visión del mundo de su tiempo, si bien su lectura resulta hoy día farragosa[108].

El argumento puede escasamente calificarse de tal: la narración se limita a seguir a dos amigos europeos que viajan por Marruecos. Uno es un español anónimo; el otro, Ducor, un comerciante francés afincado en Rabat; ambos aparecen como trasuntos alternativos de la personalidad de Álvarez. Ducor es una especie de enciclopedia ambulante que responde a todas las preguntas de su amigo con amplias disertaciones sobre cualquier tema imaginable. Habla árabe como un nativo y se hace pasar por tal en ocasiones. Los dos amigos, de cacería en cacería y de un lugar a otro, recorren toda la geografía magrebí, incluidos el Sûs y Wâdî Nûn. Los episodios novelescos que jalonan este periplo son generalmente inverosímiles y mal resueltos literariamente, pero el texto abunda en toda clase de informaciones sobre la sociedad marroquí, con especial atención a cuestiones científicas (descripciones de la fauna y la flora), comerciales, agrícolas, aspectos de la vida en el desierto, etc. El tono general es el de un texto destinado a la educación de niños y adolescentes (no hay prácticamente presencia de mujeres), es decir, se trata, sin más, de una novela de “aventuras”.

Hay, naturalmente, toda una presentación del mundo marroquí como territorio “colonizable”, capturado por la imaginación, el saber y la superior jerarquía civilizadora de los viajeros. Mucho tiempo después, un miembro notable del aparato colonial español en Marruecos no vacilaría en calificar a Verne de precursor de la literatura propiamente “colonial” por haber contribuido a crear en Francia un espíritu favorable al colonialismo, al propagar el gusto por las geografías exóticas[109].

Uno de los símbolos de la apropiación simbólica del territorio exótico es la presencia en él de cazadores occidentales, que persiguen y matan a las fieras salvajes, en una clara trasposición del deseo de dominio sobre las poblaciones humanas. Para Marruecos, el libro clásico de esta temática es el del cónsul británico John Drummond Hay, Western Barbary. Its Wild Tribes and Savage Animals (London, 1844)[110]. El francés Albert Kaempfen (1826-1907), periodista e inspector de Bellas Artes, escribió, entre otras, una novela que se tradujo al español con el título Las cacerías en Marruecos (Madrid, s.f.).

En especial los alrededores de Tánger se convirtieron, como se ha visto antes a propósito de los protegidos, en terreno de caza para los diplomáticos extranjeros y sus visitantes europeos[111]. Pero las cacerías descritas por Álvarez Pérez en su novela de aventuras no corresponden a este estereotipo de la caza como deporte aristocrático o, en todo caso, de grupos sociales privilegiados para los que es una señal de distinción social: se trata, más bien, de un elemento imprescindible en la caracterización del héroe protagonista de la novela de aventuras, que se enfrenta y supera toda clase de peligros. En sus Cacerías en Marruecos Álvarez describe cacerías de puercoespines en Rabat; de jabalíes, hienas y gacelas en los alrededores de Marrakech, de leones en diferentes regiones desérticas... Cuantitativamente, el tema de la caza no es con mucho el más importante del relato, pero funciona como su hilo conductor y como una potente metáfora del ansia colonial.

No puede decirse de Álvarez que fuera un buen novelista, ni siquiera, en realidad, un novelista. No construye personajes, sus tramas son prácticamente inexistentes y muchos episodios, carentes de todo fundamento. Sus pretensiones eran otras, como ya se ha visto: transmitir información de manera amena y agradable. Ahí es donde todavía resulta vigente, pues mucho de lo cuenta tiene ecos de observación personal (aunque no siempre fuera así). Por otro lado, constituye un ejemplo excelente de la íntima relación entre la expansión europea y la construcción de un corpus literario destinado a un consumo popular que justificase esa expansión y presentase sus ventajas para las potencias occidentales, tanto en términos políticos como económicos[112].


Marroquíes en el entorno del consulado español en Mogador

Antes de abandonar el periplo del cónsul Álvarez en Marruecos y el Sahara, puede ser de interés examinar sus contactos con los marroquíes que colaboraron con su actividad diplomática, alguno de los cuales ya se han mencionado.

En general, los textos hispánicos sobre Marruecos en este periodo cronológico se refieren muy raramente a los marroquíes como individuos: la población que describen se divide en tipos definidos por su pertenencia a grupos “raciales” (moros, árabes, bereberes, judíos...), que comparten características generales de conducta y valores sociales, usualmente descritos de forma peyorativa[113]. La aparición de perfiles individuales y de relaciones personales entre españoles y marroquíes es escasa y suele presentarse en términos muy definidos de jerarquía social y cultural.

A un ámbito restringido y marginal (por lo que respecta a la sociedad marroquí) corresponde en general la aparición de marroquíes en la literatura española sobre Marruecos: criados, guías, intérpretes, escribas, espías, judíos, renegados, etc. Todos ellos son intermediarios del “extranjero” ante su propio país, de quienes éste no puede prescindir aunque desconfíe de ellos, porque sin su intervención se encuentra a menudo (o siempre) sin capacidad de acción propia.

En el conflicto que le enfrentó al ministro español en Tánger, Álvarez menciona a algunos marroquíes relacionados con el consulado en Mogador: el intérprete Saadia Cohen, los protegidos el Morabet y el Hach Dris y el correo Aila ben Omar.

Del primero ya se ha tratado. De los dos protegidos, hay otras noticias que contribuyen a un mejor conocimiento de su actividad durante el tiempo en que Álvarez ejerció su cargo en Mogador.

Estas noticias proceden de Cesáreo Fernández Duro, quien tuvo ocasión de tratar a ambos durante la expedición del Blasco de Garay (1877-78). En su Diario, hace constar Fernández Duro que Álvarez había enviado por tierra a al-Morabet (al-Murâbit) “para ganar los ánimos”, añadiendo que “ha prestado buen servicio en la kabila Misti a que pertenece, pero es hombre de trapisonda y pedigüeño. Parece que por negativa de depósito de algún valor que hizo a un individuo de la kabila Ait-Bu-Beker, lo mató y así como en Sidi Uorzek se encontraba muy bien, en el límite y habiendo de venir a Ifni los Ait-Bu-Beker, no se considera seguro y se ha refugiado abordo. Quería embarcar también una esclava que ha comprado aquí y no se le consintió”[114]. A estas notas, fechadas el 18 de enero de 1878, sigue, el día siguiente, otra consideración no muy favorable para al-Murâbit: “El Morabet presentó al Cónsul la cuenta de sus gastos en la comisión a las kabilas, cuenta notable semejante a las del Gran Capitán, por más que fuera pequeña su importancia, porque incluía el sacrificio de una res a un santón, regalo de unas babuchas a un jefe, una chilaba a otro y cosas por el estilo”[115].

Los comentarios de Fernández Duro respecto a quien parece haber sido un eficaz agente del cónsul Álvarez son un ejemplo palmario de estulticia colonial: descalifica olímpicamente el trabajo de compra de voluntades realizado por al-Murâbit en favor de España (llevado a cabo cumpliendo con las normas culturales de la sociedad marroquí: sacrificios, obsequios, dones; compra de esclavas, etc.) y lo considera obra de un “trapisondista y pedigüeño”. Es notable, por otro lado, que reconozca que las cantidades gastadas por al-Murâbit eran pequeñas, es decir, que podían haber sido perfectamente reembolsadas con la elevada suma que le había sido entregada en la Legación de Tánger y que gestionaba Álvarez. Pero de lo que se trataba era de demostrar que en el contacto colonial, el actor europeo era capaz de detectar las capacidades de engaño y astucia del actor colonizable, una de las escasas armas que se les reconocía y ante cuyo constante peligro se había de estar en guardia permanente.

Los escasos datos recogidos sobre al-Murâbit no permiten hacer conclusiones detalladas sobre su papel en el entorno del consulado de Mogador. Es evidente que era hombre de confianza de Álvarez Pérez, aunque no se sepa cómo llegaron a establecer esa relación, que llevó al cónsul a reclamar vigorosamente su cualidad de “protegido” ante Diosdado, unos meses más tarde. Recién llegado de España, al frente de una expedición de reconocimiento e identificación del territorio atlántico marroquí, el africanista capitán de navío Fernández Duro fue totalmente incapaz de comprender lo que para un hombre “sobre el terreno”, cual era Álvarez, era una necesidad cotidiana si pretendía ejercer adecuadamente su misión como agente colonial: adaptarse a los usos y costumbres de la sociedad circundante y explotar las fisuras que en ella se estaban abriendo a través de la presión colonial europea. En sentido contrario, no hay duda de que figuras como la de al-Murâbit utilizaron esas mismas áreas de contacto para su propio interés, aprovechando las posibilidades que ofrecía la presencia de representantes diplomáticos europeos, comerciantes y aventureros dispuestos a pagar para obtener sus servicios como intermediarios.

Un papel semejante, aunque de otro orden, era el que representaban, en legaciones y consulados, los llamados “taleb” (tâlib), es decir, escribas, pero también intérpretes, a cuyo cargo estaba la redacción de documentos en árabe, mediante los cuales se comunicaban los cónsules con las autoridades o con los miembros más prominentes de la sociedad marroquí. Se ha mencionado antes la existencia de una carta dirigida por Álvarez Pérez a al-Habîb b. Bayrûk escrita en árabe y firmada por él tanto en esa grafía como en la española: es muy posible que su redacción se debiera al taleb del consulado en Mogador, al-Hâchch Idrîs b. Muhammad.

También de este personaje (cuya cualidad de protegido español reivindicaba Álvarez en sus escritos a Diosdado) hay más noticias procedentes de Fernández Duro, que tenía de él una mejor opinión que la que le merecía al-Murâbit, o al menos así parece de la descripción que incluye en uno de sus artículos: “El Hache Idris es hombre de hermosa presencia, alto, blanco y rubio: viste ordinariamente bien y lleva con mucha elegancia el traje marroquí”[116]. La apariencia externa de Idrîs b. Muhammad, tal como se describe en estas frases, desprende una consecuencia inevitable. Alguien alto, blanco, rubio y elegante está mucho más cerca de los arquetipos europeos de civilización que su contrario, por más que la mayoría de los españoles de la época no fueran ni altos ni rubios. Pero el aspecto del taleb induce al posible lector una empatía instantánea y lleva a pensar que a tal apariencia debe de corresponder la virtud interior - en claro desmentido de “el hábito no hace al monje”.

Idrîs b. Muhammad había embarcado en el Blasco de Garay en Mogador, el 4 de enero de 1878, como “Taleb del Consulado”, junto a Álvarez Pérez y otros marroquíes, entre ellos los miembros de la comisión que representaba a su país en la búsqueda e identificación del lugar de Santa Cruz de Mar Pequeña[117]. Debió de establecer una buena relación con Fernández Duro; como resultado de ella, puso por escrito -en árabe- el relato de sus experiencias en 1874, cuando participó de forma activa en el rescate de Butler y Puyana. Fernández Duro hizo que el texto fuera traducido al español por el intérprete Antonio Orfila, y lo publicó como apéndice a su artículo sobre la expedición[118].

El texto, que Fernández Duro califica de “relación ingenua e interesante”[119] es mucho más lo segundo que lo primero, porque rara vez se tiene ocasión de escuchar la voz y experiencia del “colonizable” (en ese periodo, o del “colonizado” en el posterior). Su ingenuidad reside, por otro lado, en un estilo narrativo despojado de toda ornamentación y que recupera un viaje difícil y preñado de peligros sin que en ningún momento se plantee, por parte del narrador, la ambigüedad de su propia posición como instrumento de una potencia colonial.

En todo caso, el relato de Idrîs b. Muhammad viene también a precisar la específica participación de Álvarez Pérez en el rescate de los cautivos Butler y Puyana. Como ya se ha visto, fue éste uno de los momentos clave de su actividad en Mogador, que mereció, si no reconocimientos oficiales en forma de condecoraciones y ascensos, sí, al menos, el aplauso de su superior diplomático en Tánger, que encareció los riesgos a los que se expuso para llevar a cabo su misión.

El texto de Idrîs b. Muhammad, en su “ingenuidad” narrativa, deja claro, sin embargo, que fue él quien se expuso a graves peligros hasta conseguir llevar a los cautivos a las playas de Wâdî Nun, mientras Álvarez esperaba el resultado de sus gestiones en un barco fondeado en La Uina. No hay constancia, en la documentación consultada, de que Idrîs recibiera ninguna recompensa especial por su actuación; debemos, sin embargo, agradecer al capitán de navío Fernández Duro que le instara a poner por escrito su experiencia, y al intérprete Orfila que la vertiese al castellano. De ese modo se nos ha conservado una de las escasas visiones desde “el otro lado” de la intervención colonial en esa época que implican a sus actores más secundarios pero no por ello menos importantes.

Finalmente, el diario de Fernández Duro menciona, entre los embarcados en el Blasco de Garay en Mogador, a “Ahmed Ben-Malék, criado, y El Jeláli Ben-Soliman (renegado), correo”[120]. Del primero de ellos no vuelve a dar noticia alguna, pero sí del segundo. Se trataba de un cubano, llamado José Garcés, que llevaba veinte años en Mogador después de haberse escapado del presidio de Ceuta, donde purgaba pena de prisión por haber disparado contra tropas españolas mientras protegía el desembarco de un buque negrero[121]. Su fuga de Ceuta tuvo que producirse antes de la “guerra de África” (1859-60), porque ya entonces vivía en Mogador y se ocupó de los intereses de casas comerciales europeas durante el conflicto[122]. Con estrechas relaciones con los consulados de España e Inglaterra en la ciudad, Garcés se había casado con una marroquí y tenía dos hijas, a las que había enseñado su lengua materna[123]. Como era usual en casos similares, Garcés se había convertido al islam para evitar ser entregado por las autoridades marroquíes a las españolas, y se había incorporado a la sociedad marroquí mediante su inserción familiar y su incorporación a redes económicas y de servicio que, en su caso, estaban muy ligadas a la presencia de representantes diplomáticos europeos en su lugar de residencia (de hecho, Fernández Duro señala que no sabía mucho árabe). Se trata, por tanto, de un marroquí sui generis, pero no por ello menos significativo de las áreas de contacto y trasvase cultural entre España y Marruecos en ese periodo[124]. A ello hay que añadir, naturalmente, su condición de cubano.

La presencia de cubanos (condenados por insurrección o por otros delitos) en los presidios norteafricanos españoles es bien conocida[125], pero ha de resaltarse como muestra de la vinculación entre las áreas tradicionales de la expansión imperial hispánica, en un momento en el que todavía parecía lejana la emancipación de las últimas colonias caribeñas. Pocos años antes de la expedición del Blasco de Garay en la que participó José Garcés/al-Yilâlî b. Sulaymân, el viajero José de Murga (“el Moro Vizcaíno”), él mismo un converso al islam más o menos ficticio, recogía en su catálogo de renegados que vivían en Marruecos a algunos cubanos, entre ellos “un Pepe, de Matanzas, que desde hace muy cerca de veinte años sirve con una fidelidad no desmentida a un negociante inglés de Mogador” u otro, negro, que fue vendido como esclavo en Fez[126].

Del cubano/marroquí Garcés hay probablemente un trasunto literario en Las cacerías en Marruecos de Álvarez Pérez, bajo el nombre de un personaje de ficción llamado Bernardo Betancour, que acompaña a los dos protagonistas desde Marrakech (donde lo compran como esclavo) hasta su salida de Marruecos. Habiendo supuestamente participado en una conspiración antiespañola en Cuba, Betancour fue “condenado a presidio, yendo a Ceuta a cumplir su condena. Se escapó de Ceuta y los moros lo cogieron; pero aun cuando se hizo musulmán para escapar mejor, el moro que lo cogió lo hizo su esclavo, después lo vendió y de año en año fue a parar a poder del caíd de ciento, en cuya casa paramos. Allí le oí cantar una habanera, le pregunté dónde la había aprendido y me contó su historia. Sin decirle nada se lo pedí a su amo, que me lo vendió de buena voluntad, y una vez fuera de Marruecos le declaré quienes éramos, asegurándole que tan pronto llegáramos a Europa sería libre de irse donde quisiera. El pobre negro se volvió loco de contento”[127]. La figura de Bernardo jalona el itinerario de los protagonistas con un tono jocoso y a veces cómico, pero al mismo tiempo es él quien a menudo consigue salvarlos de los muchos peligros a que se exponen, cual si fuera uno de los muchos “graciosos” que en el teatro clásico español ejercen esa clase de papel.


Conclusiones

La reconstrucción, siquiera parcial, de la biografía de José Álvarez Pérez permite sacar a la luz la actividad de uno de los muchos agentes coloniales españoles en Marruecos que, desde posiciones secundarias en el marco general en el que se insertaron, contribuyeron eficazmente a la penetración hispana, en competencia con otras potencias europeas. En ese sentido podría incluso considerarse la biografía de Álvarez como un caso “ejemplar”, en el que confluyen tanto su acción diplomática como la publicística y, en no menor medida, la del explorador de territorios desconocidos, todo lo cual se acompaña, como en cualquier empresa colonial, de la búsqueda de recursos económicos que beneficien a su propia nación.

En esa tarea de exploración, reconocimiento e identificación de territorios susceptibles de conquista y explotación, Álvarez representó un papel menor, y sus diversas empresas tuvieron, en realidad, muy escaso éxito. Pero ello no impide que su examen se revele como extraordinariamente representativo de los intentos de toda clase llevados a cabo en su tiempo para alcanzar una posición de privilegio para los intereses españoles en Marruecos, en los que participaban tanto el Estado como la “sociedad civil”, a través de los grupos de presión africanistas, plasmados en las sociedades geográficas y mercantiles. Es sin duda notable la proliferación de esos intentos en la región presahariana y sahariana de Marruecos, cuyos protagonistas –no sólo Álvarez- los vinculaban con la explotación de los ricos bancos pesqueros de la región y con la cercanía de las Islas Canarias. Para ello se utilizó hasta la saciedad el argumento de la falta real de autoridad del majzan sobre esas comarcas, tratando de lograr acuerdos económicos y políticos con los poderes locales. La actividad de Álvarez en todo este complejo juego de intervenciones extranjeras en el sur marroquí pone de relieve la importancia de agentes locales capaces de crear vínculos de relación con su entorno y ejercer influencia sobre los grupos sociales afectados por la penetración extranjera. Pero lo que distingue su trayectoria entre otras muchas similares es su voluntad de recrear sus experiencias e integrarlas en una “literatura de aventuras” con vocación de divulgación científica. Seguía así una bien identificada corriente de producción literaria europea en la que la exploración de territorios desconocidos se ofrecía como la imprescindible primera etapa de su apropiación colonial, y cuyos protagonistas se adornan con las cualidades del héroe occidental, intrépido y audaz descubridor de nuevos mundos, que se enfrenta sin temor a toda clase de peligros. Cabe así imaginar al cónsul Álvarez distrayendo sus ocios en Mogador con la redacción de sus novelas, tarea que le permitía trascender la rutina diaria de su empleo para transformarse en intrépido cazador del país del misterio.

 

Notas

[1] De la abundante bibliografía sobre este tema, señalo tres obras clásicas: Miège, 1961-62; Burke, 1976 y Laroui, 1977. Más recientemente, Ben-Srhir 2005.

[2] Un excelente “mapa” de esta compleja realidad social, en Laredo, 1935. Véase también Kenbib, 1994.

[3] Becker, 1903.

[4] El texto, en Cagigas, 1952.

[5] Miège 1961-62, vol. 2: 384. Sobre las consecuencias del pago de esta indemnización para la economía marroquí, Ayache, 1958 y Rodríguez Esteller, 2001.

[6] Datos procedentes de su hoja de servicios, conservada en su expediente administrativo, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, AMAEC, Personal, PP 0001, expediente 00005 (signatura antigua: Legajo 1, núm. 5). Al mismo tiempo se nombró a Ramón Fernández de la Reguera en Rabat y a Eduardo Verdegay en Mogador (Miège, 1961-62, vol. 2, p. 384).

[7] Una acertada visión de conjunto, que sobrepasa los límites cronológicos aquí señalados, en Moga Romero, 2008. Para la época del Protectorado, Madariaga, 2009.

[8] Morales Lezcano, 1988, p. 302.

[9] La “partida doble” es el método de contabilidad por el cual “se llevan a la par el cargo y la data” (DRAE, vigésima segunda edición, www.rae.es).

[10] González Alcantud, 2004.

[11] Como ministro de España en Tánger, Eduardo Romea encabezó más adelante la embajada de 1877, de la que fue relator el cónsul Francisco Lozano (Lozano Muñoz, 1877), y en la que también participó Álvarez Pérez.

[12] En este oficio se le llama Manuel en lugar de José.

[13] En el expediente figura una carta autógrafa de Álvarez amenazando a su sucesor con acudir al Ministerio de Estado para que le abonasen esos gastos.

[14] Es por tanto errónea la afirmación de Miège (Miège, 1961-62, vol. I, p. 60) de que Álvarez había sido vicecónsul en Mogador desde 1863; ya se ha visto que, según su expediente, en esa fecha estaba destinado en Civitavecchia y, a partir de noviembre del mismo año, en Túnez.

[15] Reitera esta petición en otra instancia posterior, de 27 de octubre de 1883, en la que se da como residente en Madrid, calle de San Nicolás nº 11. Sobre las circunstancias de su salida de Mogador, v. infra.

[16] Escribano, 2006.

[17] Schroeter, 1988 y Harrak, 1992.

[18] Rodriguez Esteller, 2001, p. 41-44.

[19] Rodriguez Esteller, 2001, p. 27.

[20] Había sido secretario de ella desde 1860 hasta 1866 (Becker, 1903, p.182).

[21] Sobre lo cual, Bûmzgû, 1999. Bûmzgû maneja, en este trabajo, el archivo de la casa de Îlîg, que conserva, entre otros documentos, la correspondencia enviada por el sultán y sus representantes a los notables de la región de Wâdî Nûn.

[22] Sobre la evolución de este fenómeno, Miège, 1961-62, vol. II, p. 401-7 y 549-60 y, sobre todo, Kenbib, 1996. Para la actitud británica, Ben-Srhir, 2005, p.151-205.

[23] Véase, por ejemplo, Becker, 1903, p. 247, nota 1: “Como prueba del extremo al que se había llegado, merece citarse el caso siguiente: en 1886, habiendo ordenado el Sultán que pagasen un impuesto los habitantes de una aldea no lejana de Tánger y famosa por las cacerías de jabalíes que cerca de ella tenían lugar, rehusaron aquéllos cumplir la orden, alegando que constituían una colonia de cierta nación. El bajá preguntó sobre el particular al ministro del país aludido, y éste contestó que los aldeanos, en número de unos trescientos, hacían oficio de ojeadores en las cacerías que organizaba el consulado; que eran, por tanto, empleados de éste, y que, en su consecuencia, debían hallarse exentos de tributos, como protegidos por la indicada nación”. Sin duda Becker se refería al ministro de Gran Bretaña, John Drummond Hay, que ejerció su cargo desde 1845 hasta 1886; v. Miège, 1961-62, vol. II, p. 553-54 y Ben Srhir, 2005, p. 136.

[24] Kenbib, 1996, p. 57-66.

[25] Kenbib, 1996, p. 53, citando como fuente un despacho de J. D. Hay.

[26] AMAEC, Personal, PP 0001, expediente 00005.

[27] Francisco Queipo de Llano, conde de Toreno (hhtp://humanidades.cchs.csic.es/ih/paginas/jrug/diccionario, consulta 11.11.10).

[28] Fernández Rodríguez, 1985, p. 58-59 y Zarrouk, 2009, p. 75. Sobre la política española del statu quo y su relación con la penetración en el Sahara, Salom, 2003.

[29] Ejerció el cargo hasta 1882 (“Spanish Consuls in Morocco, 1799-1912", http://historicaltextarchive.com, consulta 11.11.10).

[30] Lozano Muñoz, 1883, p. 260-61. Agradezco a uno de los evaluadores anónimos de este trabajo el haberme señalado que en el desencuentro entre Álvarez Pérez y Diosdado tuvo un papel relevante la renovación del equipo diplomático español en Marruecos (en la que se incluyeron los nombramientos de Romea en Tánger y de Álvarez en Mogador), renovación con la que Diosdado no habría estado de acuerdo y que se propuso terminar al ser nombrado como sucesor de Merry y Colom, con el cual había trabajado durante muchos años en la Legación española.

[31] Levi Cohen, criado en Mogador, era ciudadano británico (Serels, 1991, p. 272 y Garzón, 2008, p. 450).

[32] Kenbib, 1996, p. 104. Sobre Mackenzie, Martín Hernández, 1988 y Pedraz, 2000, p. 96-101. Para los intentos de Leopoldo II de penetrar en el Sahara, Portillo Pascual del Riquelme, 1991, p. 465 y ss.

[33] Kenbib, 1996, p. 103 (fuente: el archivo documental de Muhammad Bargâsh, representante del sultán en Tánger, conservado en la Biblioteca General de Rabat). La protesta del sultán se hizo llegar al gobierno de España a través del embajador Sîdî Brîsha en junio de 1878, haciendo expresa mención de la intervención del cónsul en Mogador (Becker, 1903, p. 171-72).

[34] Los Butler, de origen católico irlandés, se establecieron en Cádiz a mediados del siglo XVIII, manteniendo una activa red de relaciones comerciales con Marruecos (Miège, 1961-62, vol. II, p. 48; vol. III, p. 322; COLLEY, 2004, p. 121), Sobre los contactos entre Puyana y al-Habîb b. Bayrûk, v. Colección de documentos, p. 9 (carta de Guillermo Butler al ministro Lorenzana, 2 de junio de 1869). Un detallado relato de todo el asunto, en García Figueras, 1941, p. 78-83. Ricard, 1930, se refiere también a ello, no dudando en calificar a al-Habîb b. Bayrûk de “espèce de pirate qui échappait complètement à la lointaine autorité du sultan”.

[35] López Bargados, 2003, p. 268. Joaquín Gatell había entrado ya en contacto con al-Habîb b. Bayrûk durante su viaje al Sûs en 1864-65. En la edición de sus viajes de la Real Sociedad Geográfica de Madrid (Madrid, 1880 ?), se da cuenta, en la introducción (p. 11) de cómo llegó a “Auguilmin, Gúlimin o Glimin, capital del Uad-Nun; se hospedó en casa de uno de los jefes más influentes del territorio llamado El-Habib-Ben-Beiruk, hombre original que le demostró amistad y afecto, y por cuyo medio pudo recoger datos muy importantes sobre el país”.

[36] Schroeter, 1988, p. 180-81. El más completo estudio aparecido hasta la fecha sobre los Bayrûk es el de Mohamed, 2012.

[37] Miège, 1961-62, vol. III, p. 323. Según Francisco Lozano, ésta había sido la práctica habitual de al-Habîb b. Bayrûk en años anteriores y en casos de pescadores canarios que frecuentaban la zona, aunque las cantidades exigidas eran mucho menores (Lozano Muñoz, 1909, p. 163-64).

[38] Becker, 1903, p. 146-49, da cuenta de los esfuerzos diplomáticos en ese sentido, como el envío del intérprete Anibal Rinaldy a Mequinez, en 1870, para entregar al sultán una carta reclamando, entre otras cosas, la libertad de los cautivos, así como las gestiones del representante de España en Tánger, Merry y Colom, ante Muhammad Bargâsh. Sobre la actividad diplomática de Rinaldy, Zarrouk, 2009, p. 39-46 y 65-93.

[39] Además de la Colección de documentos citada en nota 34, v. López Botas, 1873.

[40] Es curioso que se sitúe en esta ciudad costera el lugar de cautiverio de Butler, cuando los prisioneros españoles estuvieron retenidos en Glîmîn/Agelmîn, sede del poder de la familia Bayrûk (Meakin, 1901, p. 386). Álvarez Pérez también se refiere a su participación en el rescate en su obra El país del misterio (Álvarez Pérez, 1876, p. 166).

[41] Álvarez Pérez, 1873, p. 199.

[42] Por ejemplo, Vargas, 1884, p. 54. El propio Álvarez se refiere, en una de sus obras, a que, en el “vasto territorio de Tekna, más vulgarmente conocido con el nombre de Sus y Guad Nun, la autoridad del Sultan es nula, por más que los geógrafos se empeñan en hacerlo figurar en los mapas como formando parte integrante del Imperio Marroquí” (Álvarez Pérez, 1876, p. 95). Sobre la fijación de los límites meridionales del Imperio marroquí y sus repercusiones en la política colonial española, Salom, 2003.

[43] Lozano Muñoz, 1909b; García Figueras, 1941, p. 83.

[44] A los ya citados, añádase la breve referencia de Barbier, 1985, p. 233-39.

[45] hhtp://humanidades.cchs.csic.es/ih/paginas/jrug/diccionario, consulta 16.11.10.

[46] AMAE, Personal, PP 0001, expediente 00005.

[47] Reproducción de esta carta en Bûmzgû, 1999, p. 74; en ella se observa, muy difuminado, el sello del consulado español en Mogador. La firma de Álvarez aparece tanto en grafía castellana como árabe.

[48] García Figueras, 1941; Miège, 1961-62, vol. III, p. 321 y ss; Pedraz, 2000, p. 108-121; Pérez García, 2003; Urteaga, 2006, p. 69-77.

[49] Sobre Orfila, Zarrouk, 2009, p. 70, 93 y 102.

[50] Becker, 1903, p. 169-70; Fernández Rodríguez, 1985, sigue de cerca a Becker.

[51] Fernández Duro, 1878, 1879, 1882; Jiménez de la Espada, 1880.

[52] Becker, 1903, p. 170. Estudios recientes han subrayado, por otro lado, la ausencia de trabajos topográficos de la expedición y el error cometido al identificar Santa Cruz de Mar Pequeña con Sidi Ifni (Urteaga, 2006, p. 71).

[53] En su expedición al Sûs, Wâdî Nûn y Takna, realizada en 1864-65, el viajero catalán Joaquín Gatell ya abogaba por comenzar la conquista de Marruecos por esta región, que consideraba la mejor de todo el imperio; de no ser así, recomendaba que España se apoderase al menos de Agadir, para controlar el comercio con el Sahara y con el ámbito subsahariano (Gatell, 1923). Aunque estaba prevista la participación de Gatell en la expedición del Blasco de Garay, no llegó a incorporarse definitivamente a ella, según consta en Fernández Duro, 1877-78, f. 14r.

[54] Becker, 1903, p. 171-72.

[55] Becker, 1903, p. 173.

[56] Fernández Duro DURO, 1877, p. 155.

[57] Fernández  Duro, 1878c, p. 199 y 204.

[58] Fernández Duro, 1877-78, f. 16r.

[59] Fernández  Duro, 1878 a, f. 66r.

[60] Las dos cartas, en Fernández Duro, 1877-78, f. 107-109. Por ellas se sabe que Álvarez vivía en Mogador con su esposa, Eugenia; alude también a sus hijos, sin dar más detalles sobre ellos.

[61] Álvarez Pérez, 1884. En la misma sesión participaron otros conocidos africanistas, como Emilio Bonelli, Felipe Óvilo, Cesáreo Fernández Duro y Felipe Pérez del Toro (Martínez Milán, 1990; Martín Corrales y Martínez Milán, 2010).

[62] Pedraz, 2000: 397. Sobre el nacimiento, constitución y actuación de la Sociedad, Rodríguez Esteban, 1996, p. 85-93 y Villanova Valero, 1999.

[63] El 7 de diciembre de 1884 una Real Orden proclamaba el “protectorado” español sobre esa región. Sobre todo ello, Martínez Milán, 2003, p. 76 (con una biografía de E. Bonelli).

[64] Rodríguez Esteban, 1996, p. 93-94; Nogué y Villanova, 1999; Nogué y Villanova, 2002; Villanova, 2002; Villanova, 2008.

[65] Rodríguez Esteban, 1996, p. 96. Recuérdese, no obstante, que esa misma cantidad fue la que se concedió a la expedición del Blasco de Garay en 1877. Véase Ferrera Cuesta, 2011, p. 69.

[66] Lucini, 1892, p. 101.

[67] Rubio, 1886. Véase Rodríguez Esteban, 1996, p. 96. Un resumen de la conferencia se publicó en el diario madrileño El Liberal, 12 de marzo de 1886.

[68] Factorías hispano-africanas, 1886, p. 283.

[69] Álvarez Pérez, 1886.

[70] Sin ánimo de exhaustividad y por orden cronológico, Irabien Larrañaga, 1903, p. 12; D’Almonte, 1914, p. 158; Guarner, 2009 (reedición de Toledo, 1931), p. 35-36; García Figueras, 1941, p. 129; García Figueras, 1946, p. 24; Vilar, 1970, p. 111-12; Vilar, 1977, p. 66-67; Hodges 1982, p. 332; Barbier, 1985, p. 233-39; Diego Aguirre, 1988, p. 170-76; Porotillo Pascual del Riquelme, 1991, p. 411;Rodríguez Esteban, 1996, p. 96-97; Fernández-Aceytuno, 2001, p. 260-61; González Bueno y Gomis Blanco, 2001, p. 37-28 y 2007, p. 151-152; Viñez Taberna, 2003, p. 95; Julivert, 2003, p. 383; Alonso Baquer, 2008, p. 79.

[71] Rizzo, 1886, p. 53. El acuerdo se firmó ante el notario de Arrecife de Lanzarote el 10 de mayo de 1886.

[72] Vilar, 1970, p. 112.

[73] Rodríguez Esteban, 2008.

[74] López Bargados y Martínez Milán, 2010. Sobre las razones que llevaron, en último término, al gobierno español a descartar los acuerdos firmados por las sucesivas expediciones de 1886, en beneficio de su relación con Francia y sus intereses en el golfo de Guinea, Portillo Pascual del Riquelme, 1991, p. 448-50.

[75] Lerchundi, 1999.

[76] Ricard, 1956, p. 193.

[77] Castellanos, 1878, p. 39, nota 2 y p. 49, nota 1. Sobre las fuentes de Castellanos, Lourido, 1998.

[78] Bonelli, 1882, p. 210 (donde, por errata hasta cierto punto cómica, aparece como “El país del ministerio”).

[79] Pérez del Toro, 1892, p. XVIII.

[80] Un ejemplo notable es el de Murga, que sigue formando parte del “panteón” de viajeros españoles a Marruecos en el siglo XIX y cuyos Recuerdos marroquíes se han seguido reeditando hasta hoy.

[81] Pratt, 2010.

[82] Aunque Rodríguez Esteban, 1996, p. 96, nota 53, lo cita como un artículo independiente, titulado “El comercio de exportación en Mogador”.

[83] La Ilustración Española y Americana, 15 de abril de 1878, p. 235 y 237.

[84] Álvarez Pérez, 1877, p. 7.

[85] Álvarez Pérez, 1877, p. 7. Álvarez atribuye a la “indolencia” de los lanzaroteños su falta de interés por remediar, a través del sencillo método que sugiere (la plantación de arganes) sus difíciles condiciones de vida, es decir, el mismo defecto que atribuye a los “indígenas” marroquíes que sí cultivan ese árbol pero son incapaces de mejorar su explotación.

[86] Álvarez Pérez, 1876, p. 154.

[87] López Lillo, 2001-2002, p. 570 y 579.

[88] Ali Bey, 1984, p. 296.

[89] Almarcegui, 2007, p. 51. En el Jardín Botánico de Sanlúcar de Barrameda, patrocinado por Godoy, se hicieron plantaciones de argán en 1804, con motivo de los festejos para celebrar la capitalidad de la ciudad de una nueva provincia andaluza (Climent Buzón, 2009, p. 92).

[90] Colmeiro, 1858, p. 190 y Guillot Ortiz, 2006. Esteban Boutelou y Soldevilla (1823-1883), hijo y sobrino de los anteriores, publicó un artículo en el que, tras describir el argán, aconseja su introducción en la Península para repoblar montes de Andalucía, Murcia y Valencia (Boutelou y Soldevilla, 1868).

[91] Castellanos, 1878, p. 124, nota 2. También indica Castellanos que Merry y Colom, siendo ministro de España en Tánger, había enviado semillas de argán al Ministerio de Fomento.

[92] Aunque se hayan encontrado ejemplares en alguna región española (Rivera Núñez y Ruiz Limiñana, 1987).

[93] Álvarez Pérez, 1884, p. 151.

[94] Álvarez Pérez, 1884, p. 159.

[95] Álvarez Pérez, 1884, p. 159.

[96] Álvarez Pérez, 1884, p. 158.

[97] Álvarez Pérez, 1886, p. 7.

[98] Una nota editorial, en la p. 10, prueba que la publicación se hizo en 1876.

[99] Álvarez Pérez, 1876, p. 6.

[100] Álvarez Pérez, 1876, p. 12. Véase un análisis de la literatura de viajes a Marruecos en Albert y Cerarols, 2008.

[101] Álvarez Pérez, 1876, p. 42.

[102] Álvarez Pérez, 1876, p. 105.

[103] Álvarez Pérez, 1876, p. 114.

[104] Las otras dos son Los compañeros de Vasco de Gama. Aventuras de un pintor, Madrid [1870?] y Aventuras de tres voluntarios. Episodios de la guerra en la Isla de Cuba, Madrid [1873]. La “Biblioteca de Instrucción y Recreo” publicó, desde los años 60 y hasta 1885 (según el catálogo de la Biblioteca Nacional) un total de 17 obras, varias de ellas traducciones al español. Hay otros dos títulos relacionados con Marruecos: José Navarrete, Desde Vad-Ras a Sevilla. Acuarelas de la campaña de África, Madrid [1870] y Manuel Seco y Shelly, Los tres peligros. Excursiones por el África septentrional, Madrid [1876].

[105] Sobre las traducciones de Verne al español, Solà, 2009.

[106] Tárrago, 1859, dedicado a su amigo y paisano Pedro Antonio de Alarcón. Sobre Tárrago, Cazottes, 1985 y Asenjo Sedano, 1995.

[107] Como ha señalado González Alcantud, que admite que Álvarez conocía bien los ambientes que describe, pero que no trasciende en el plano literario y está muy lejos de alcanzar la calidad de autores como Verne o Salgari (González Alcantud, 2010, p. 247). No muy diferente es la opinión de Carrasco González, 2000, p. 36.

[108] A pesar de lo cual, se ha reeditado no hace mucho (Sabadell, 1989), dentro de una colección llamada “Los inenarrables”, destinada a rescatar del olvido a autores de temas mágicos, fantásticos o terroríficos. El anónimo autor del texto de solapa de esta edición afirma sobre Álvarez Pérez que de él no se sabe nada, pero a continuación encadena lo siguiente: “lo poco que se sabe es que tradujo a Verne; lo poco que se intuye es que era liberal y puede que republicano; que tal vez fuera catalanoparlante y que si no estuvo en el África, al menos se documentó”. Todas estas intuiciones y suposiciones, como se puede comprobar por lo aquí escrito, carecen de fundamento.

[109] Martín de la Escalera, 1928.

[110] Sobre este tema, Miller, 1991. Una traducción de la obra de Drummond Hay se publicó en Madrid, 1859.

[111] Lozano Muñoz, 1909.

[112] No deja de llamar la atención, a este respecto, que entre los documentos conservados en el expediente de Álvarez Pérez se encuentre un recorte de prensa, sin indicación del nombre de la publicación y fechado en agosto de 1878, titulado “Los imitadores de Julio Verne. D. José Álvarez Pérez, cónsul de España en Mogador”, firmado por Juan Francisco Janer. Se trata de una crítica demoledora de Un drama en el desierto, obra de Álvarez de la que no he encontrado otras referencias y que posiblemente sea Las cacerías en Marruecos.

[113] Marín, 1996; Marín, 2007.

[114] Fernández Duro, 1877-78, f. 36v.-37r.

[115] Fernández Duro, 1877-78, f. 38v.

[116] Fernández Duro, 1878: 215, nota 2.

[117] Fernández Duro, 1877-78, f. 16r.

[118] Fernández Duro, 1878, p. 212-218 (“Viaje que hizo al Guad-Nun sid el-Hache Idrís-el-Jorichi-el-Fasi, taleb del consulado de España en Mogador, en el mes rayeb de 1391 (agosto de 1874), para gestionar el rescate de los cautivos don Jacobo Butler y don Francisco Puyana: traducido del árabe por d. Antonio María Orfila”).

[119] Fernández Duro, 1878, p. 181.

[120] Fernández Duro, 1877-78: f. 16r.

[121] Fernández Duro, 1878b: f. 155r.

[122] Fernández Duro, 1877-78: f. 39v.

[123] Fernández Duro, 1878b: f. 155r.

[124] Marín, 2010.

[125] Un testimonio contemporáneo, en Relosillas, 1866. Existe un censo de los cubanos fallecidos en el presidio de Ceuta, debido a Emilio Barranco (www.cubagenweb.org, consulta 11.01.11).

[126] Murga, 1906, p. 66 y 231-32. Parece verosímil suponer que este “Pepe de Matanzas” sea el mismo José Garcés.

[127] Álvarez Pérez, 1873, p. 76-77.

 

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Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

MARÍN, Manuela. Exploración y colonialismo: José Álvarez Pérez, cónsul de España en Mogador en el siglo XIX. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de septiembre de 2013, vol. XVII, nº 450. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-450.htm>. [ISSN: 1138-9788]

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