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Scripta Nova |
DE NUEVO LA CUESTIÓN SOCIAL EN EUROPA. UNA VISIÓN ALTERNATIVA A LA DEL PENSAMIENTO CONSERVADOR Y AGENDA PARA LA INVESTIGACIÓN
Juan
Romero
Departamento de Geografía e
Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local
Universidad de Valencia
Juan.Romero@uv.es
De nuevo la Cuestión Social en Europa. Una visión alternativa a la del pensamiento conservador y agenda para la investigación (Resumen)
Durante las tres últimas décadas se ha producido un aumento de las desigualdades en los países de la OCDE que ha situado de nuevo la Cuestión Social en la agenda política y en el centro de atención de la investigación de diversas ciencias sociales. El cambio de época en el que nos encontramos ha provocado impactos muy profundos en la sociedad europea y una de las manifestaciones más dramáticas es el aumento de las fracturas sociales. En este texto el autor analiza las causas, sugiere una visión alternativa a la ofrecida por el pensamiento neoliberal y propone una agenda de investigación para conocer en profundidad la naturaleza y el alcance de los cambios sociales.
Palabras clave: desigualdad social, fracturas sociales, Estado de Bienestar, Europa.Once again the Social Question in Europe. An alternative view to the conservative thought and an agenda for research (Abstract)
During the last three decades it has taken place an increase in inequalities whitin the OECD countries which has placed again the Social Question in the political agenda and has put it back in the spotlight of social science research. The current change of era has prompted a very deep impact on the European society. One of its most dramatic signs has been the deepening of the social divide. In this text the author analyzes the causes, suggests an alternative view to that provided by the neoliberal thinking and proposes a research agenda to know thoroughly the nature and scope of the present-day social changes.
Key words: social inequality, social fractures, Welfare State, Europe.
La forma de
ver el mundo y de estar en él, la necesidad de investigar en profundidad
procesos en curso que afectan a la vida de millones de personas, incluso la
forma de entender el compromiso cívico, deben ser objetivos indisociables de
las ciencias sociales. Y en estos tiempos en los que las desigualdades, la
pobreza y la exclusión social aumentan de forma incontenible en los llamados
países desarrollados, las ciencias sociales no pueden permanecer neutrales. De
hecho, cuando en los primeros años noventa del siglo XX se investigaba sobre
esta cuestión tan relevante[1],
preocupados entonces por lo que ya era evidente, que la brecha social se
empezaba a agrandar en Europa, ni siquiera podíamos imaginar que en realidad
estábamos al inicio de lo que Pierre Rosanvallon ha definido como “el gran
cambio”, esto es, la crisis mecánica y moral de las instituciones de
solidaridad[2].
El resultado, agravado tras el inicio de la Gran Recesión iniciada en 2008 y cuyos efectos son todavía profundos en Europa,
es una nueva geografía de las fracturas sociales que merecen, también desde la Geografía Humana, más atención de la que hasta ahora se le ha prestado. Un simple repaso a
las contribuciones presentadas sobre esta cuestión en el reciente Congreso
Geográfico Internacional celebrado en Colonia muestra hasta qué punto esta
relevante cuestión no ha merecido hasta ahora la atención debida[3].
Como en otros momentos de la historia, vivimos de nuevo un cambio de época. Una nueva era que a decir de muchos deja atrás modelos, relatos e incluso formas de entender el progreso de las sociedades. Un nuevo tiempo marcado por varias rupturas y cambios profundos que se irían gestando desde los años ochenta del siglo XX y que entrarían en una fase de vertiginosa aceleración histórica desde inicios de los años noventa. Estos cambios, además de desplazar el centro de gravedad geopolítico hacia el Pacífico, hacen que fragmentación, segmentación e integración selectiva constituyan los perfiles del nuevo contexto en muchos territorios, muy especialmente en Europa. El resultado es que hoy casi nada es igual que hace treinta años. El mundo ha cambiado, la sociedad ha cambiado y el lugar que hoy ocupa Europa en el mundo es distinto. Y cuando se pregunta a los europeos muchos opinan que el momento presente es peor que el de hace unas décadas y además no tienen buenas sensaciones respecto a lo que les depara el futuro.
En este nuevo contexto, Europa occidental afronta varias crisis superpuestas: moral, de crecimiento, social, financiera, política, institucional y de gobernanza. Algunas son compartidas, otras específicas. Entre las segundas, las más remarcables son sin duda la crisis de crecimiento y nuestra enorme dificultad para crear empleo suficiente y decente, la crisis social y la crisis política. Muy probablemente porque la secuencia elegida para impulsar el proceso de construcción del proyecto político europeo debió haber seguido el camino inverso al seguido por las élites políticas y económicas.
Sea como fuere, vivimos tiempos precarios. Ahora también en el seno de nuestras sociedades opulentas. Contrariamente a lo que se ha defendido durante décadas por el pensamiento económico ortodoxo, crecimiento e igualdad no necesariamente van unidos, sino que pueden evolucionar separadamente. De hecho, uno de los datos más estremecedores que hoy indican todos los estudios sin distinción es que durante las últimas tres décadas en las economías de la OCDE ha habido crecimiento económico, pero las desigualdades han aumentado de forma espectacular en todos y cada uno de los países[4]. Muy especialmente en Europa y de manera muy significativa en la Europa periférica que asiste impotente al desmantelamiento de parte importante de su tejido industrial, en claro contraste con la Europa del norte que ha sabido mantener hasta ahora su base productiva en buenas condiciones.
A la sensación de fin de época en Europa se añade la percepción de fin de ciclo para la socialdemocracia y de incertidumbre para el conjunto de la izquierda europea. La socialdemocracia carece de respuestas propias. Carece de un relato adecuado a este nuevo tiempo. Al tiempo, otras expresiones de izquierda no son percibidas como alternativas de gobierno. Tampoco se abren camino modelos de crecimiento sostenible alternativos. Por eso la izquierda se fragmenta, es más plural, aparecen y se consolidan los llamados single issue parties, pero en conjunto no sólo no alcanzan a consolidar su hegemonía, sino que en la mayor parte de países europeos ni siquiera son capaces de conseguir mayorías parlamentarias. En esa tesitura, el pensamiento neoliberal ha sabido imponer su relato conservador argumentado que “no hay alternativa” y que sus propuestas son el único camino posible.
Desde la geografía, desde la sociología, desde la ciencia política, desde la historia, desde la economía, son ya muchas las voces que se hacen eco de esta nueva realidad. Y uno de los rasgos más destacables es la consolidación de una nueva geografía de los “superfluos”[5] integrada por una parte significativa de conciudadanos que queda extramuros como consecuencia de los procesos globales de integración selectiva de personas y territorios. En nuestro caso, el llamado Cuarto Mundo es la mejor expresión de la existencia de muchas geografías de la supervivencia, de muchos paisajes de injusticia y de otras tantas geografías inmorales. En el seno de nuestras sociedades desarrolladas se ha puesto en marcha un metafórico quinto vagón social, ahora sobrecargado, que circula por una vía de servicio y que de nuevo nos obliga a incluir la Cuestión Social en la agenda académica y en la política, a repensar la pobreza[6] y a evaluar el precio de la desigualdad[7].
Las páginas que siguen pretenden contribuir a este debate académico desde la Geografía Humana con un interés no tanto analítico como propositito y con un enfoque alternativo al pensamiento neoliberal. Parte también por tanto de una determinada visión ideológica de la realidad. Son las ideas las que inspiran las políticas y las ideas conservadoras de inspiración neoliberal, hegemónicas en la mayor parte de centros de pensamiento, son las que inspiran las políticas cuyas consecuencias sociales son hoy evidentes en Europa. La intención es por tanto, en primer lugar, subrayar la idea de cómo los profundos y rápidos cambios globales afectan al Modelo Socioeconómico Europeo (en adelante MSE). Se sostiene la idea de que el programa de reformas que hoy se impulsa desde la Unión Europea y en la mayor parte de Estados miembro no es el adecuado. En segundo lugar, cuestionar la idea sostenida desde el pensamiento neoliberal de que “no hay alternativa” cuando en realidad sus propuestas no son sino ideología revestida de ropaje académico y trasladadas al ámbito de las políticas públicas. Por último, la parte tercera se dedica a sugerir una agenda para investigación y la acción desde un enfoque alternativo sobre aspectos muy relevantes de la realidad política, económica, social y cultural, sobre los todavía disponemos de poca información empírica y sobre los que la Geografía Humana puede hacer notables aportaciones.
Desvanecimiento de la Europa social
Europa es el espacio del mundo que fue capaz de construir un Estado de Bienestar que garantiza derechos básicos de ciudadanía como en ninguna otra parte. Es nuestro mejor logro colectivo como europeos. Por sus valores y por sus realizaciones. Permitió avances históricos sin parangón y la justicia social ha llegado más lejos que en ninguna otra parte del planeta. Todavía sigue siendo así. Pero Europa occidental ha tardado demasiado tiempo en comprender los cambios en curso. Cambios que no es seguro que le beneficien y que ya no puede gestionar en solitario y tal vez ni siquiera como actor principal. El Modelo Socioeconómico Europeo se desarrolló en un contexto completamente distinto al actual: a) geopolítico (Guerra Fría, la amenaza y el contrapunto cercano del modelo comunista y el Atlántico como centro de gravedad mundial); b) económico (crecimiento sostenido con pleno empleo y sin inflación durante las tres décadas gloriosas); c) social y cultural (estabilidad laboral, biografías laborales estables, estructura familiar tradicional), y d) un horizonte ascendente y la creencia (en general cierta) de que las generaciones siguientes tendrían mejores oportunidades que la generación anterior.
Hoy la situación es otra muy diferente, cualquiera de los planos antes enumerados que se considere. La Unión Europea no es capaz de actuar como actor geopolítico global y los Estados han visto modificadas sus capacidades tradicionales ante la emergencia de nuevos poderes económicos que no entienden de fronteras y que no concurren a elecciones. La globalización de la economía ha provocado que muchos territorios europeos (y las personas que viven en ellos) se sitúen entre los perdedores de esta nueva fase de desarrollo del capitalismo desregulado que arranca en los ochenta y que ha mostrado su rostro más crudo y falto de ética en la crisis de 2008 y la Gran Recesión posterior de la que Europa es la región del mundo aún más afectada. Muchos ciudadanos europeos manifiestan un creciente sentimiento mezcla de incertidumbre, inseguridad, temor e indignación a la vista de la velocidad de los cambios en curso, de la crisis de algunos sectores productivos, de la precarización salarial, del deterioro de los mercados de trabajo, de las dificultades de incorporación de los jóvenes al mundo laboral, de las consecuencias de los recortes sociales, de la impotencia de sus respectivos parlamentos para resolver sus problemas, de los escenarios demográficos previstos a medio plazo y sus implicaciones en el mapa de pensiones o de la creciente presencia de nuevos inmigrantes. Sentimientos de temor que en ocasiones cristalizan en forma de explosiones sociales, en aumento de la desafección política, en actitudes que expresan rechazo al otro o en expresiones políticas de corte populista. Todas estas cuestiones deben ser hoy temas de investigación preferente desde las ciencias sociales, también desde la Geografía Humana. Porque su objeto de estudio son los procesos que afectan a las personas, los cambios en la estructura social y la evaluación de las políticas que ayudan a mejorar la vida de la gente y contribuyen a hacer una sociedad más decente y más justa.
La globalización ha acelerado procesos en los que aumentan las desigualdades entre países y en el interior de cada uno de ellos. Y que en el caso de Europa los efectos de los acuerdos comerciales y la deslocalización están siendo devastadores para muchos sectores productivos y distritos industriales. Se ha roto la relación tradicional entre ciudadano, territorio, economía y Estado. Se ha alterado dramáticamente la correspondencia entre procesos globales y capacidad de los Estados. Las empresas y los mercados pueden pensar en global pero los Estados, además de asistir impotentes a este proceso de transformación, siguen pensando en clave “local”. La ruptura del vínculo entre empresas y territorio es hoy una de las claves de bóveda y de los grandes desafíos de nuestro futuro inmediato.
La principal dificultad que hoy afronta Europa está en la creación de empleo suficiente, en especial en el conjunto de países que integramos la llamada vieja periferia. Es el fundamento del MSE porque sin empleo suficiente no es sostenible y además no se puede mantener ni financiar a crédito por más tiempo. Sin embargo, el proceso de globalización ha alterado por completo la división del trabajo y la perspectiva para el conjunto de la Unión, aunque hay regiones y ciudades ganadoras, no es favorable. Por cada región o ciudad europea ganadora hay muchas más perdedoras en las que son visibles los efectos negativos de la espiral descendente de pérdida de empleos en la industria, de dificultades para la agricultura, de evolución negativa de empleo estable, de reducción de salarios reales y del incremento del trabajo no declarado, temporal y precario. Todo ello agravado por la aplicación de políticas públicas más centradas en la reducción del déficit y el gasto público que en el fomento de políticas activas de empleo y en el incremento de ingresos.
La Unión Europea afronta ahora una crisis social, política e institucional muy importante que remite tanto al aumento de las desigualdades en el seno de cada país, a dificultades de definición del propio proyecto de construcción “interno” como a la indefinición de su posición hacia el “exterior” como actor geopolítico global, tanto en el continente como en el resto del mundo. Es cierto que también es posible que el proyecto político europeo prosiga sin rupturas el camino hace tiempo trazado, aunque modificando significativamente el rumbo. De hecho, la Unión Europea ha afrontado muchas veces crisis institucionales profundas y siempre ha salido reforzada de ellas incorporando avances significativos en el proceso de construcción de un proyecto tan complejo como original. Pero desde los años treinta del siglo XX no se percibían señales de recesión y crisis social tan agudas, prolongadas y de incierta superación. Precisamente porque las coordenadas geopolíticas y económicas han cambiado, en especial desde que a partir de los primeros años de este siglo distintas economías emergentes (los llamados EAGLEs), con China como primer actor desde su ingreso en la OMC desde 2001, incorporaron más de 1.500 millones de nuevos trabajadores en el mercado de trabajo global.
Existe amplio consenso a la hora de elaborar diagnósticos y objetivos estratégicos. También en señalar la complicada y extensa agenda que aguarda a los diferentes actores políticos y económicos y a los ciudadanos europeos en un contexto tan adverso. Basta con leer el informe Europa 2030. Retos y oportunidades (mucho más sugerente que el informe oficial de la Comisión Europa 2020. Una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador), ambos hechos públicos en 2010, para comprender la dimensión de los retos que la Unión Europea ha de acometer de forma ineludible[8]. Teniendo en cuenta además la dificultad añadida que supone contar con la diversidad de situaciones que ofrecen los Estados de Bienestar en Europa: nórdico, anglosajón, continental, mediterráneo y de los países ex-comunistas. Este nuevo contexto exige liderazgo, voluntad y capacidad política para embridar una situación completamente nueva y distinta de las anteriores en la que Europa parece tener notables dificultades que los ciudadanos europeos perciben con claridad.
En primer lugar, consiguiendo que la Unión Europea se convierta en un actor global con voz propia (y a ser posible única) en el nuevo contexto de creciente multilateralismo e interdependencia, imprescindible para abordar cuestiones globales: desde los retos derivados del cambio climático o la transición hacia nuevos modelos energéticos, hasta el diseño de nuevas formas de gobernanza global, el establecimiento de nuevos instrumentos de regulación y control del sistema financiero o de nuevas reglas globales comerciales, fiscales o laborales a favor del trabajo decente y que limiten el riesgo de dumping social y ecológico, pasando por la obligación de reforzar la cooperación con los países en desarrollo. En este punto esencial coincido con el sugerente enfoque propuesto por Dani Rodrik cuando reclama otra forma de entender y de embridar un proceso de globalización que dejó atrás las reglas de Bretton Woods en favor de un nuevo contexto en el que el capital financiero opera sin reglas y sin control, reduciendo dramáticamente la capacidad de los Estados para diseñar sus propias políticas públicas y jibarizando de forma creciente los sistemas democráticos[9].
En segundo lugar, en relación con el propio modelo socioeconómico europeo y su grado de sostenibilidad en un horizonte demográfico de creciente envejecimiento. El horizonte demográfico europeo supone nuevas necesidades y tensiones sobre el Estado de Bienestar, exige reformas y nuevas políticas e implica crecientes aportes de mano de obra extracomunitaria. En este apartado vuelve a cobrar gran relevancia, si es que alguna vez dejó de tenerla, el debate sobre la importancia de la esfera pública –el “retorno” o la “rehabilitación” del Estado- en el proceso de elaboración, ejecución y evaluación de políticas. De todos los nuevos desafíos colectivos relacionados con este punto uno de los más importantes está relacionado con la gestión de sociedades crecientemente multiculturales. Los europeos necesitaremos decenas de millones de nuevos inmigrantes antes de 2030 para hacer viable nuestro modelo socioeconómico, pero de forma mayoritaria somos contrarios a la inmigración. Sin duda ésta es ya una de las mayores contradicciones a las que se ven abocadas las sociedades europeas a la vista de las reacciones y de las expresiones políticas de corte xenófobo que ya son la norma en la mayor parte de los países europeos. Existe la evidencia de que la identidad se utilice como estrategia de afirmación, de repliegue y como expresión política del resentimiento. Existe la posibilidad de que se ensanchen las brechas que dan lugar a la conformación de sociedades paralelas, federadas diría Amartya Sen, escindidas en definitiva.
En tercer lugar, gestionar el nivel de desconcierto y sensación de vulnerabilidad que ha arraigado en la mayor parte de los ciudadanos europeos. Cualquiera de las consultas y de las encuestas de opinión que se manejen ponen de manifiesto ese nivel de inseguridad, de incertidumbre respecto al futuro y de falta de confianza en los representantes políticos para resolver los verdaderos problemas que los europeos tienen perfectamente identificados. Muchas de las inseguridades y de las incertidumbres tienen que ver con problemas “nuevos”, otras con problemas “viejos”. Algunos guardan relación con cuestiones “exógenas” situadas más allá de las fronteras de su Estado y que el Estado no puede resolver por sí solo, otras con cuestiones “endógenas” para las que el Estado tampoco parece tener respuesta, y en ocasiones ni siquiera instrumentos, para imaginar soluciones diferenciadas en función del contexto específico en cada caso.
Además de los problemas de competitividad y de productividad, de los procesos de intensa desindustrialización y de las notables dificultades de las economías europeas para crear empleo, mucho antes de que estallara la crisis financiera y la recesión, el Modelo Social Europeo había evidenciado otras graves dificultades y tendencias indeseables, en parte consecuencia de lo anterior. En especial una: la nueva geografía de las fracturas sociales, el creciente grado de fragmentación de nuestras sociedades y la llamativa aparición de niveles desigualdad y exclusión social en especial en el seno de determinados grupos sociales (niños, jóvenes, mujeres, mayores o inmigrantes) que reducen dramáticamente el grado de cohesión social.
Hace tiempo que se ha puesto en marcha el “descensor social”[10]. Es un proceso silencioso de adelgazamiento de la clase media junto a la consolidación de una amplia y diversa representación de ciudadanos “invisibles” “inaudibles” “desclasados”[11] que subsisten básicamente en las ciudades, con empleos precarios o parciales y con niveles de protección social reducidos. Una amplia mayoría, irritada y alejada de sus representantes políticos, sobreexpuesta a los procesos de globalización de la economía, que ha desarrollado un notable sentimiento de inseguridad económica, física e identitaria. Una mayoría social que tiene la sensación de que pese a ser el 99% el sistema democrático no les representa de forma adecuada. Una mayoría social empobrecida que vive en los márgenes de un sistema crecientemente desigual e injusto. Una mayoría social electoralmente imprevisible porque devuelve con su comportamiento electoral el mismo trato que percibe de sus representantes políticos tradicionales. Son los olvidados de la democracia[12]. Al menos así lo perciben muchos europeos.
Algunos han llegado a afirmar que, salvando las distancias, en Europa existen tendencias que de forma progresiva nos acercan más al modelo norteamericano que al modelo nórdico. Para muchos, esta “nueva desigualdad” es la expresión más evidente del fracaso del Estado de Bienestar para asegurar mayor nivel de cohesión social y para invertir esta tendencia en el medio plazo. En consecuencia, uno de los mayores retos de futuro, junto a la creación de más empleo de calidad, consiste en reducir la creciente brecha social que se ha abierto en el seno de nuestras sociedades, ensayando nuevas metodologías de estudio, nuevas narrativas, para entender bien que la exclusión social es más difícil de medir que la pobreza[13], identificando bien los sectores más vulnerables e imaginando una nueva generación de políticas[14]. Otros estudiosos se preguntan si tal vez lo que hemos conocido como “el siglo de la redistribución”, en palabras de Rosanvallon, no sea más que un "epifenómeno de la modernidad" que ha dado paso a la “Europa asocial”[15]. Sea como fuere, y más allá del debate acerca de si el gran retroceso en los derechos sociales en Europa será duradero o tal vez irreversible, el efecto combinado de la crisis de crecimiento y las políticas de la austeridad de inspiración neoliberal está modificando de forma dramática nuestras estructuras sociales desde la conocida forma de rombo hacia estructuras en forma de reloj de arena. Dualización social y precariedad constituyen hoy rasgos definidos del presente y el futuro para millones de europeos.
Tal vez ya nada sea igual que antes de la crisis financiera global y la recesión económica, pero una vez embridada la Unión Europea tendrá que ocuparse de sus consecuencias institucionales, políticas, económicas y sociales si no quiere seguir perdiendo posiciones como actor global y quiere mantener los pilares básicos de su Modelo Social. El problema es de velocidad de los cambios en curso y de escalas. El mayor desafío para muchas regiones europeas es cómo gestionar la transición hacia un nuevo modelo productivo sin riesgo de desmantelamiento progresivo del Estado de Bienestar, aumento de la crispación social y de la desafección política, avance de propuestas políticas populistas, brotes de xenofobia, tentaciones de repliegue cultural y de proteccionismo económico y nuevas expresiones de nacionalismo de Estado que pueden incluso poner en riesgo el propio proyecto político europeo.
El debate académico de las ideas. El relato neoliberal
y la paradoja socialdemócrata
La crisis financiera global y sus consecuencias han propiciado en Europa un interesante debate académico y político en torno a una paradoja. Simplificando, podría resumirse del siguiente modo: a los “treinta gloriosos” de la postguerra, donde el protagonismo de la socialdemocracia fue indiscutible en el proceso de construcción del Estado de Bienestar en Europa, siguieron otras tres décadas en las que el mayor protagonismo correspondió al pensamiento conservador que ahora cerraría su ciclo, para muchos con balance negativo porque ha protagonizado la etapa de la “gran polarización”, abriendo mayores posibilidades a propuestas renovadas desde la izquierda plural. Pero ese escenario, traducido al ámbito de las propuestas políticas concretas, de las preferencias electorales y de las mayorías parlamentarias, salvo excepciones, no parece que por ahora se corresponda con la realidad europea, ni en la composición del parlamento europeo, ni en la inmensa mayoría de los parlamentos nacionales, regionales o, en su caso, locales.
El conocido think thank del partido demócrata Center for American Progress lo ha definido como “la paradoja europea”[16]. La gran paradoja a la que la socialdemocracia y el conjunto del centro-izquierda se enfrentan en Europa en este momento: a la vista de los cambios sociales y culturales, de una parte, y de los efectos devastadores de una recesión en parte atribuible a valores y políticas de orientación neoliberal, pareciera que las propuestas de la socialdemocracia debieran suscitar mayor apoyo electoral entre los ciudadanos europeos. Sin embargo, son los partidos conservadores los que obtienen mayorías parlamentarias, aparecen nuevas formaciones políticas de centro-izquierda que disputan el voto a los socialdemócratas y los partidos radicales, en especial de extrema derecha, obtienen creciente apoyo en las urnas.
La socialdemocracia tuvo un papel decisivo, aunque no exclusivo, en el proceso de consolidación del Estado de Bienestar durante su llamada “Edad de Oro” (1945-1975). Contribuyó a crear una poderosa clase media de la mano de las políticas públicas de inspiración keynesiana en un contexto de reconstrucción, de crecimiento económico sostenido y sin riesgos inflacionarios, de reindustrialización y en un mundo bipolar en el que Europa debía ser el contrapeso y la réplica al modelo comunista. Europa mantendría además, no se olvide, incluso hasta los años 60 del siglo XX gran parte de su imperio colonial. Con estos elementos el discurso socialdemócrata cimentó una sólida coalición con las clases trabajadoras y encontró amplio respaldo social y político para dar forma y contenido al Estado de Bienestar. Contaba con recursos porque había empleo suficiente, diseñó un sistema fiscal progresivo ampliamente aceptado y contaba además con el amplio consenso político y social alcanzado en esa época. Es la época histórica del llamado consenso socialdemócrata o consenso keynesiano.
Evidenció serias dificultades para mantener su discurso en la “Edad de Plata” (1975-1990). Pérdida de las colonias, primera gran crisis económica desde la postguerra, emergencia de nuevos países industriales y primeros síntomas de agotamiento del modelo, crisis de viejas regiones industriales, declive urbano, aparición del fenómeno de la nueva pobreza, ruptura de la gran colación obrera, crisis fiscal e implosión del modelo comunista. El discurso neoconservador de la reducción del tamaño del Estado y del capitalismo sin reglas se afianzaba hasta el punto de convertirse en opción de gobierno en EEUU y en Reino Unido desde finales de los ochenta. Es el momento en que se incuba lo que Antón Costas ha llamado la “quiebra moral de la economía de mercado”, Pierre Rosanvallon “el gran cambio” y Paul Krugman “la gran divergencia”. La desaparición del comunismo, el agotamiento del llamado consenso socialdemócrata y el discurso deslegitimador del papel del Estado -y por extensión de deslegitimación moral de la izquierda- fueron clave en la construcción del relato neoconservador. De este cuadro general quedaban fuera Grecia, Portugal y España que inician la construcción de su Estado de Bienestar en la segunda mitad de los ochenta de la mano de su transición a la democracia y de su incorporación al proyecto político europeo. Mientras en la Europa democrática ya se hablaba de crisis del Estado de Bienestar y de inaplazables reformas para hacerlo sostenible, en la joven periferia democrática se sentaban las bases de su construcción. Por esa razón el ciclo político y los debates sobre el Estado de Bienestar en esos países son diferentes y más tardíos que en el resto de democracias maduras. Como también presenta rasgos singulares específicos el bloque de países postcomunistas que ahora integra la nueva periferia europea.
Desde esa fecha, que inaugura lo que podríamos definir como su “Edad de Bronce”, la socialdemocracia europea afronta una crisis de identidad y de adaptación muy notables. Se ve abocada a la necesidad de conciliar un imposible: cambio de época y final de ciclo. El contexto ya es otro muy diferente: pérdida de capacidad del Estado frente a mercados, globalización económica y desindustrialización creciente, desplazamiento del centro de gravedad geopolítico hacia el Pacífico, creciente irrelevancia política de la UE, cambios culturales y sociales muy profundos, empobrecimiento y segmentación de la clase media, aumento de las desigualdades y la exclusión social, nuevas corrientes migratorias, crisis de crecimiento y crecientes dificultades para poder mantener un Estado de Bienestar que en su última etapa se ha podido financiar en gran medida recurriendo al incremento de la deuda pública y privada hasta que en 2008 el modelo colapsó.
Un auténtico cambio de época definido como el periodo en el que han producido “grandes desajustes” o “grandes desacoples”: entre economía de mercado y moral; entre crecimiento y desarrollo; entre crecimiento e igualdad; entre sistema financiero y economía real; entre Estados y mercados; entre empresas y territorios; entre sistemas agrícolas locales sostenibles y agroindustria; entre el trabajo como recurso global y los mercados de trabajo que siguen siendo locales; entre estructura familiar y ciclo vital de las personas; entre ciudadanía y democracia; entre ciudadanía y política; entre individuo y sistemas de intermediación de la sociedad... Casi ninguno ha traído buenas noticias para las sociedades europeas y da la impresión de que la socialdemocracia no ha entendido el alcance de esas grandes rupturas. No obstante, en este periodo la socialdemocracia gobernó en seis países centrales de Europa occidental, pero ya carecía de un relato propio. Aquí ya se evidenció lo que desde entonces ha sido y será una constante para los partidos socialdemócratas y para el conjunto de la izquierda europea: la necesaria distinción entre disponer de un relato propio, hoy improbable, y la posibilidad de formar gobierno o gobernar en coalición, en ocasiones posible.
Son muchas las aportaciones que han hecho un buen balance de las distintas fases que ha atravesado la socialdemocracia europea y los hitos fundamentales. Casi todas coinciden en relacionar, acertadamente, el declive de la coalición obrera con el fin de ciclo de la socialdemocracia y de los sindicatos de izquierda en Europa. Pero las dificultades son mayores si se trata de analizar las causas que permitan explicar en toda su complejidad su pérdida de apoyo electoral. Más aún si de lo que se trata es de construir una nueva alternativa adaptada a los formidables cambios geopolíticos, culturales, económicos, sociales, demográficos y ecológicos ocurridos durante las dos últimas décadas y que tan profundamente han afectado a Europa occidental[17].
Desde enfoques alternativos al pensamiento académico neoliberal, desde la socialdemocracia o con la socialdemocracia[18], se ha de proponer un discurso para Europa y desde Europa. Ha de hacerse visible a escala europea. De nada sirve en este nuevo tiempo atrincherarse en cada Estado. Un nuevo proyecto para esta nueva época, distinto de la democracia “tecnocrática”, “apolítica” y “administrada”, incluso “autoritaria”, que hoy se propone, que sea capaz de sacar a Europa de su actual parálisis y de sus tentaciones de repliegue.
La sociedad europea está demasiado atemorizada y la solución no es, a juicio de muchos estudiosos, menos Europa y más Estado -esa sería la mejor noticia para el resto de actores políticos globales y para los mercados, pero la peor opción para los ciudadanos europeos-, sino más Europa económica, social, cultural, fiscal y política. Más Europa federal. Más Europa democrática. Sin imposiciones y sin parlamentos tutelados. La solución no es el camino de la vuelta al Estado-nación. Por esa vía se llega a las propuestas del ultranacionalismo húngaro y ese es el camino a la perdición, como bien denunciaba Paolo Flores d’Arcais[19]. El itinerario alternativo apunta en la dirección de la civilización y la democracia sugerido por Jürgen Habermas[20] y por otros muchos intelectuales en un importantísimo debate publicado por Eurozine desde hace tiempo.
Una propuesta de agenda para la investigación y la
acción en respuesta al relato neoliberal
La Unión Europea atraviesa una crisis de crecimiento y ese es el primero de nuestros desafíos colectivos. Las políticas de ajuste fiscal son condición necesaria si se afrontan de forma gradual, pero no bastan. La agenda que habitualmente se propone desde ámbitos académicos y políticos conservadores no es, a mi juicio, adecuada para estabilizar el MSE y garantizar su futuro. Deben explorarse otros enfoques posibles, en especial en materia de fiscalidad e ingresos y conviene revisar algunas tesis mantenidas desde posiciones económicas convencionales en materia de competitividad y mercado de trabajo[21]. En cuanto a escalas, la realidad sugiere que la de los Estados, pese a su indiscutible protagonismo, no siempre es la más adecuada. La Unión Europea debe asumir mayor protagonismo como actor global y las regiones y las áreas urbanas también. Empezando por el impulso a una verdadera estrategia europea de apoyo a la industria y a sus empresas y garantizando una transición pactada hacia nuevos modelos productivos. En caso contrario, el proceso de segmentación y polarización de nuestras sociedades puede evolucionar hacia escenarios hace tiempo desconocidos en Europa, en los que se acentúen los procesos de polarización social, donde de nuevo la Cuestión Social ocupe un lugar relevante en nuestras sociedades.
Los objetivos estratégicos de la Unión siguen siendo válidos, pero han de fijarse nuevas hojas de ruta, hoy inexistentes, que marquen orientaciones claras y políticas concretas para que las referencias al nuevo modelo productivo sean algo más que una invocación retórica para muchas regiones europeas[22]. Y esa circunstancia es tan urgente como hoy inalcanzable para las Europas que integran las periferias de la Unión, tanto la vieja periferia integrada por Irlanda, Portugal, España y Grecia, como la nueva periferia que componen los países de la Europa Central y Oriental.
Por esa razón, frente a las extensas autovías sin peaje que ha construido el relato ultraliberal acordado desde el llamado Consenso de Washington y que ha ocasionado un aumento de la desigualdad de ingresos sólo equiparable al existente en Europa en el primer tercio del siglo XX, aquí se sostiene la idea se pueden explorar trazados alternativos capaces de proporcionar mayor confianza a los ciudadanos. A partir de nuevos acuerdos básicos sobre el futuro del Modelo Socioeconómico Europeo y en torno a nuevas estrategias de creación de empleo, condición necesaria. Aunque, es cierto, el camino es angosto y las dificultades nada tienen que ver con las que tuvieron que afrontarse para alcanzar los grandes consensos que permitieron desarrollar el Estado de Bienestar en la Europa de los cincuenta y sesenta del siglo XX.
Pero la elaboración de una nueva agenda requiere disponer de más estudios empíricos que proporcionen información sobre la naturaleza de los cambios en curso, una buena evaluación de las reformas y de las políticas ya ensayadas. Existe una amplia y sugerente agenda de cuestiones y de propuestas elaboradas desde enfoques académicos distintos al pensamiento neoliberal[23]. En cuanto a las propuestas de reforma del MSE tampoco sería muy difícil delimitar unos cuantos campos para la discusión en la escala estatal y europea. En casi todos ellos, el nivel de coincidencia es amplio. Pero falta conocimiento empírico del resultado de las mismas. Tanto a la hora de identificar los éxitos en materia de cohesión social y territorial obtenidos en Europa durante las pasadas décadas, como a la hora de definir las zonas de sombra, las fragilidades más remarcables y los ámbitos en los que convendría centrar los esfuerzos en el futuro inmediato.
Con ese ánimo, sin pretender ser exhaustivos, teniendo muy en cuenta las causas profundas que animan los novísimos movimientos sociales[24], así como los cambios notables que se están produciendo en la geografía electoral europea, se sugieren aquí algunos de los ámbitos sobre los que prestar atención en investigaciones académicas en geografía económica o geografía social y los puntos de discusión más relevantes relacionados específicamente con la llamada Cuestión Social.
Analizar
las consecuencias sociales de una economía financiera desregulada y defender
una nueva economía moral asentada en la defensa de derechos sociales y
políticos
Lo ha explicado Antón Costas de forma magistral: las causas que explican la profunda crisis de 2008 tienen sus raíces en la “quiebra moral” de la nueva versión de un capitalismo “liberado de sus fundamentos éticos” que se afianzó en los años noventa del siglo pasado. Un modelo que “…acabó por dar carta de naturaleza al `nuevo héroe´ del capitalismo. Un personaje amoral, desacomplejado, libre de cualquier tipo de cortapisas, que lo quiere todo y ahora, que busca maximizar el valor de la acción y su rentabilidad inmediata, y no a la creación de valor económico a largo plazo. Además, se beneficia del paraguas del llamado `riesgo moral´: sabe que las consecuencias negativas de sus acciones no las pagará él, sino la sociedad que vendrá a su rescate”[25]. Y éste ha sido el guión hasta ahora seguido. Una opulenta minoría amoral que ha conducido a la sociedad al abismo reclamó una cantidad inimaginable de recursos públicos y una vez garantizado el rescate de las entidades que ellos mismos habían llevado a la quiebra exigieron a los mismos poderes públicos ajustes fiscales y recortes de derechos. En el fondo del proceso están los valores ultraliberales que han proporcionado apariencia de conocimiento científico a su arrogante discurso y que propiciaron el modelo de economía financiera desregulada.
Es donde con mayor claridad los ciudadanos pueden comprobar la diferencia de las opciones políticas e incluso de relato moral; donde la capacidad de los Estados y la autonomía de la política es puesta a prueba; donde se debe demostrar que hay otras versiones posibles de la economía de mercado conciliables con el mantenimiento del Estado de Bienestar, y donde se puede demostrar que sus políticas se ponen del lado de los ciudadanos y de sus derechos sociales en detrimento de las demandas de las instituciones financieras.
Como bien ha explicado Wolfgang Streeck, la crisis actual del capitalismo democrático, de carácter sistémico, sitúa a los gobiernos de las sociedades capitalistas avanzadas ante una encrucijada histórica: satisfacer las necesidades de las instituciones financieras o las demandas de derechos sociales y políticos de sus ciudadanos. Hasta el momento, la mayoría de los ciudadanos perciben que sus gobiernos se han inclinado por las peticiones de los mercados, incluso forzando más allá del límite los sistemas de representación democrática de muchos Estados donde la democracia ha estado “suspendida” y la soberanía “limitada”. Pero en las democracias maduras no es tan sencillo “convencer a la gente de que abandone sus creencias `irracionales’ en derechos sociales y políticos” (…). Los ciudadanos tozudamente han rechazado abandonar la noción de una economía moral en la que tiene derechos que prevalecen sobre los resultados de los intercambios mercantiles”. El riesgo de que se ensanche el foso de la desconfianza entre ciudadanos e instituciones democráticas (y esto ocurre cuando los ciudadanos perciben que no tienen capacidad efectiva de elegir o que las elecciones son “falsas”) puede hacer que muchas sociedades se adentren por la senda devastadora del “desorden político”: desde el aumento de la abstención hasta revueltas en la calle, pasando por el creciente apoyo a partidos populistas[26]. Es necesario contribuir a la construcción de un discurso moral que devuelva a los ciudadanos la esperanza de que la política se ocupará de ellos - del 99% - y la confianza de que los gobiernos y las instituciones democráticas son sus agentes. Que hay un camino distinto al de la “justicia del mercado”.
Proseguir
los estudios sobre el papel insustituible del Estado en la formulación de
políticas públicas y subrayar la importancia de la autonomía de la política
sobre los mercados
El Estado ha de ser capaz de volver a encerrar en la botella al genio del capitalismo financiero. Cuando los parlamentos son rehenes de los mercados, cuando el contexto es el de una “democracia intervenida”[27] se deteriora la confianza ciudadana en la política, retrocede la “ciudadanía social” y es el propio sistema democrático el que se tambalea[28]. Es fundamental contribuir al debate académico sobre el papel del Estado en el actual contexto. El Estado sigue siendo y será en el futuro instrumento esencial para asegurar mejores condiciones de vida de las gentes. Es cierto que en menos de dos décadas el Estado ha dejado atrás su perfil tradicional porque estamos asistiendo a un hecho realmente nuevo y de consecuencias tan desconocidas como imprevisibles: ni más ni menos que un proceso de nuevo reparto del poder, una nueva e inestable relación entre soberanía, poder, política y ciudadanía.
Pero el Estado nunca se fue, ni siquiera en Occidente. De nuevo va ganando terreno la idea de que es necesario reforzar sensiblemente las capacidades del Estado para afrontar en este contexto globalizado e interdependiente los nuevos riesgos y los nuevos retos, para acometer de forma coordinada a escala regional y global políticas que favorezcan el crecimiento económico y supongan avances en la cohesión social y en la gestión sostenible de los recursos. Hoy son más evidentes las razones desde hace tiempo aducidas por los premios Nobel Amartya Sen, Joseph Stiglitz o Paul Krugman, que siempre fueron críticos con la forma de conducir un proceso de globalización sin contar con el contrapeso de un Estado capaz de reforzar su autonomía y sus capacidades y de ejercer de forma coordinada un control democrático, denunciando la equivocación de transitar por el camino de la desregulación, la liberalización sin controles democráticos, el adelgazamiento de la esfera pública, la regresividad fiscal y la mercantilización de las políticas sociales. Situados ante el “trilema” de tener que optar[29], el Estado y la democracia siempre han de prevalecer sobre esta forma de entender y de (des)regular el proceso de hiperglobalización.
Investigar
procesos, evaluar políticas y proponer un programa creíble de reformas del
Estado de Bienestar para hacerlo sostenible
Sería difícil no defender un programa de reformas del Estado de Bienestar para un nuevo tiempo, un nuevo contexto y una nueva sociedad. Un programa ambicioso y profundo de reformas que ayuden a conocer realmente los niveles de eficacia y eficiencia de las políticas, que permitan delimitar colectivos beneficiarios para evitar los efectos indeseables del “efecto Mateo” y para que las políticas beneficien realmente a quienes más lo necesiten.
Reformar para garantizar su viabilidad futura partiendo de los profundos cambios ocurridos. Cambios en la economía y en los mercados de trabajo que afectan a las características y a la calidad del empleo. Cambios que afectan a la individuación de las trayectorias vitales y que dificultan la relación tradicional de políticas de bienestar y estabilidad laboral. Cambios innegables por los que atraviesa la familia tradicional y los derivados del alargamiento de la esperanza de vida. Cambios derivados de las nuevas necesidades ocasionadas por los nuevos inmigrantes.
Cambios profundos que obligan a los poderes públicos a proponer nuevos consensos básicos que legitimen apoyos sociales, a establecer nuevas prioridades y a (re)pensar muchas políticas de bienestar tradicionales que hoy no son sostenibles ni defendibles. Estos cambios obligan más, si cabe, en países periféricos porque han de atender déficit históricos no compensados y nuevos procesos y demandas sociales. Obligan también a imaginar una nueva generación de políticas públicas que sin renunciar al papel insustituible de la esfera pública explore nuevos caminos de provisión de servicios. Probablemente más participadas, más personalizadas y más atentas a necesidades específicas de grupos concretos, más próximas, más transversales y conciliando mejor autonomía personal, igualdad, solidaridad, cohesión social y cohesión territorial.
Sobre todas estas cuestiones el campo de investigación para las ciencias sociales es todavía muy amplio. Sobre las grandes áreas y ámbitos de estudio en los que centrar la atención ya existe un grado apreciable de coincidencia, pero todo este extenso campo para las reformas se aborda desde visiones ideológicas muy distintas. Por eso requiere estudios e información contrastada. Además, en muchos países todavía disponemos de escasa información, de análisis comparados y de estudios de casos: a) diseño de nuevas políticas activas de creación de empleo, con derechos y obligaciones individuales, en detrimento de las políticas incentivadoras de la cultura del subsidio y la subvención; b) estudios comparados de la importancia de las políticas orientadas a “equipar” a las personas, situando la educación y la formación en el centro de las políticas públicas, resultados de aquellas que dedican especial atención a las edades más tempranas y estudios que evalúen el impacto de los recortes de gasto público y las inversiones en educación, enseñanza superior, enseñanza de adultos y formación profesional y sus implicaciones para el futuro inmediato ; c) estudios de casos a escala urbana y regional de los fenómenos de nueva pobreza y desigualdad centrando la atención de forma preferente en los grupos más vulnerables; d) evaluación de las medidas concretas para reducir el riesgo de pobreza de ingresos y exclusión social, sobre todo favoreciendo la existencia de dos salarios por hogar; e) análisis de políticas públicas que incentiven la natalidad, en especial medidas que impulsen la conciliación de vida familiar y laboral e incentiven las tasas de actividad femeninas; f) estudios de los sistemas de seguridad social para atender de forma adecuada tanto los viejos como los nuevos riesgos sociales; g) estudio en toda su complejidad y magnitud de los riesgos derivados del envejecimiento de la sociedad europea y de las nuevas políticas públicas en favor del envejecimiento activo; h) estudios en detalle de los niveles de eficiencia, eficacia de la gestión pública y privada de servicios públicos, así como el estudio comparado de buenas prácticas en materia de transparencia, control, evaluación, rendición de cuentas y derechos y deberes i) investigaciones sobre modelos de gestión de la multiculturalidad, en especial en las ciudades, y sus consecuencias políticas, económicas, sociales, culturales, y j) estudios sobre cuestiones relacionadas con la seguridad de las personas y el orden público.
En cuanto a las propuestas de reforma del Modelo Socioeconómico Europeo tampoco es difícil delimitar unos cuantos campos para el estudio: a) discutir sobre la conveniencia de apostar más por iniciativas o políticas preventivas que por las correctivas o paliativas; b) definir, con información empírica a partir de estudios de casos y a la vista del resultado de las reformas acometidas en distintos países durante la pasada década, qué elementos del Estado de Bienestar deben permanecer como pilares fundamentales y como responsabilidad de la esfera pública y cuáles deben ser reformados o suprimidos, cofinanciados o privatizados; c) establecer qué aspectos pueden ser financiados por el Estado y proporcionados de forma indistinta por la esfera pública, la privada o el tercer sector; d) disponer de buenos estudios de caso sobre formas de gestión más flexibles, eficaces y eficientes; e) encarar el capítulo de derechos, deberes y responsabilidades colectivas e individuales en la prestación de servicios públicos, y f) acometer estudios sobre el impacto del principal enemigo del Estado de Bienestar: el fraude, la picaresca y el parasitismo. En casi todos estos campos, las democracias maduras que hace tiempo emprendieron reformas ambiciosas ofrecen interesantes ejemplos.
Evaluar
el verdadero impacto social de la “gran divergencia” en Europa, en especial en
las ciudades y en las regiones urbanas y metropolitanas
Es fundamental contribuir a la investigación de las consecuencias sociales de la doctrina económica de la austeridad. En primer lugar, la Unión Europea ha de cobrar mayor protagonismo porque hay cuestiones que trascienden la escala estatal. Avanzando propuestas que apuesten por introducir impuestos sobre las transacciones financieras. Procurando como actor global una mejor conciliación entre justicia social y justicia global[30]. Contribuyendo a reformar o a crear ex-novo nuevas reglas globales negociadas que detengan la “carrera hasta el fondo” de las condiciones de vida de millones de trabajadores europeos motivadas por la multilocalización y la competencia global.
Pero además de contribuir al debate académico sobre justicia global y el papel de la Unión Europea en el proceso de elaboración de reglas justas, se puede contribuir a impulsar el debate sobre la justicia social en cada país. Es el ámbito en el que muchos ciudadanos se identifican con los elementos básicos de la Europa social. Es el terreno en el que hay más argumentos y más diferencias entre quienes justifican intelectualmente los planteamientos neoconservadores y los enfoques académicos keynesianos y es el contexto en el que los efectos de las políticas conservadoras, mayoritarias en Europa, evidencian lo que Antonio Ariño ha definido acertadamente como “la secesión de los ricos”[31] con las secuelas, bien conocidas, de concentración obscena de la riqueza en un número de hogares cada vez menor.
El actual contexto es propicio para discutir sobre fiscalidad progresiva y sobre la necesidad de gravar las rentas de capital. El discurso sobre la solidaridad, vía fiscalidad, sigue encontrando resistencias en sociedades crecientemente heterogéneas, pero ahora encuentra menos resistencias entre las clases medias que en el pasado y menos aún entre los asalariados de bajos ingresos. Esta cuestión va indisolublemente unida al debate sobre calidad de la democracia, eficacia, eficiencia, transparencia y ausencia de corrupción. Sobre esa base se afianzan los niveles de confianza interpersonal y esa es condición imprescindible para eliminar el fraude, la “picaresca” y para que los ciudadanos apoyen políticas fiscales aunque el nivel impositivo sea alto. El ejemplo de los países nórdicos demuestra que los ciudadanos, que tienen niveles de confianza interpersonal muy elevados, están dispuestos a pagar impuestos elevados porque hay transparencia, porque no hay fraude y porque los servicios públicos son eficientes y eficaces[32]. Es decir, del mismo modo que el declive de la clase media en Occidente constituye la mayor amenaza para la estabilidad del sistema democrático, el Estado de Bienestar encuentra en la calidad de la democracia su mejor ecosistema natural. Porque sólo desde ahí puede construirse un discurso creíble sobre derechos, solidaridad e igualdad de oportunidades.
Los estudios sobre la trasformación de las llamadas clases medias, sobre la corrupción política y sobre la transparencia son por tanto fundamentales, en especial en países de menor tradición democrática. Allí donde prosperan con más facilidad episodios de “captura” de políticas, se consolidan redes clientelares, emergen casos de corrupción o existe riesgo de descontrol de gasto público, es imprescindible disponer de estudios solventes que aconsejen introducir reformas que lo impidan. Y la actual situación, además de aconsejarlo con urgencia, es particularmente propicia dado que los ciudadanos desean saber cuál es el destino de sus impuestos. España es un buen ejemplo: con la excusa de introducir en las administraciones públicas sistemas de gasto más flexibles se han eludido sistemas de control previo que han alimentado procesos de descontrol, ineficiencia y mala utilización de recursos públicos. Sin distinción de ideología, en especial en la escala regional y local, se han generalizado episodios de corrupción[33], han proliferado todo tipo de nuevos modelos de gestión (fundaciones, empresas públicas con modelos de gestión privada, empresas semipúblicas, empresas con participación mayoritaria de capital público…) que han sido letales para garantizar la evolución sostenible de las cuentas públicas. De otra parte, la eliminación, flexibilización o modificación de sistemas de intervención y control del gasto con carácter previo, ha contribuido sin duda a la crítica situación en la que hoy se encuentran gran número de administraciones regionales y locales.
El estudio sobre el aumento de los privilegios económicos y fiscales en nuestras sociedades y sus consecuencias debe ser igualmente objeto de estudio. Las causas que explican lo que Paul Krugman ha llamado “la gran divergencia” son de naturaleza política y responde a una estrategia que se remonta a los años setenta del siglo XX. La desproporcionada distribución de ingresos en las sociedades desarrolladas, aquella que hace que realmente haya sido una exigua minoría la que se beneficia en detrimento de la mayoría, obedece a cambios operados en “las normas, las instituciones y el poder político”[34]. Con un enfoque coincidente, lo ha explicado muy bien Josep Fontana, en un texto que también merece ser leído con atención: “ (…) necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamos viviendo en términos de una mera crisis económica –esto es, como un problema que obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a la normalidad, cuando se superen las circunstancias actuales-, ya que esto conduce a que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que se corre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales que después resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nada para lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuencia de la gran divergencia”[35].
En la discusión sobre las reglas de juego social, en los estudios sobre niveles de distribución de la renta o de niveles de exclusión social la agenda para la investigación y la acción es muy amplia. Son mayoría quienes piensan que “el sistema no funciona igual para todos; que hay grupos que tienen un poder económico y político desmesurado y que influyen demasiado en decisiones colectivas que acaba orientándose a los intereses particulares y no a los generales. Se trata de una coalición de intereses, formada por las grandes corporaciones, los bancos y las grandes fortunas, que reciben un trato de favor frente al ciudadano común. Es esta coalición la que se ha aprovechado mayormente de las oportunidades de la globalización económica y financiera”[36].
Estudiar la evolución de los niveles de desigualdad y contraponer a este reducido bloque privilegiado que concentra poder, riqueza y control de la información, a la gran mayoría social de los ciudadanos comunes es fundamental, en especial en las ciudades. Condición necesaria, y obligación de las ciencias sociales, es proporcionar sólidas investigaciones que permitan conocer en toda su dimensión el verdadero alcance de esas fracturas sociales. La recesión ha ocasionado un aumento sin precedentes del desempleo, de la pobreza urbana y la exclusión social. La crisis del sector inmobiliario nos ha afectado de modo más intenso a aquellas regiones en las que el avance del proceso urbanizador había generado mayor actividad y empleo asociado a la construcción y, en consecuencia, estaban más expuestas a las consecuencias de una crisis del sector: áreas metropolitanas y espacios litorales. Estos procesos de declive afectan tanto a la ciudad central y a sus centros históricos como a cinturones industriales metropolitanos. Ahí se agudizan los procesos de segregación social, de envejecimiento de la población, de escasa dotación de infraestructuras y equipamientos sociales y de obsolescencia del parque inmobiliario. Procesos de segregación social donde el llamado quinto vagón que emerge en nuestras sociedades opulentas va más cargado. Ámbitos de exclusión social y precariedad, particularmente intensas en regiones metropolitanas[37]. Espacios multiculturales con todos sus problemas, sus tensiones y los temores de vivir con extranjeros[38].
El aumento de la desigualdad social y el creciente malestar urbano ha de ser motivo de atención prioritaria para la Geografía Humana. Se necesita mejor información sobre la naturaleza y dimensión de los procesos de segregación social y la etiología de los procesos de creación silenciosa de sociedades “paralelas”, escindidas, rotas en realidad. Algo que es más complejo de lo que parece, pero que es esencial a la hora de imaginar nuevas políticas como bien demuestran los estudios recientes y la diferencia de opiniones sobre cómo enfrentarse a ello. Para responder a las consecuencias sociales de la recesión se precisa una nueva agenda de investigación que ayude a entender el proceso de resiliencia urbana, a encontrar propuestas para invertir los procesos de destrucción de empleo, en especial entre los grupos más vulnerables y atajar el aumento de problemas sociales en tiempos de restricciones presupuestarias[39]. Para combatir la segregación urbana y apostar por hacer más ciudad y más sostenible. Recuperando el verdadero significado y el equilibrio entre polis, civitas y urbs (por este orden), como desde hace tiempo ha defendido Horacio Capel[40] y el mismo equilibrio entre los cuatro pilares que garantizan la sostenibilidad de la ciudad y la región metropolitana: a) diversificación de la actividad económica; b) dotación de las infraestructuras e infoestructuras necesarias; c) incorporación de forma decidida de prácticas ambientalmente sostenibles y saludables, y d) mejora de las condiciones de vida y del grado de cohesión social en un contexto en el que las tendencias de fondo parecen caminar en otra dirección. Tal vez sea éste el reto más difícil de afrontar (atención a los procesos de segmentación y reproducción segregada, gestión de la diversidad, atención a los grupos sociales de riesgo…). Pero esa es la asignatura que más nos identifica a los europeos con el sentido más noble de ciudad, ciudadano y ciudadanía en la sociedad del (re)conocimiento[41] y a las ciencias sociales con nuestro trabajo y nuestra función social. Algunas buenas experiencias nos indican que hay que empezar por el barrio, la escuela y los servicios socio-sanitarios[42].
Ampliar
las investigaciones sobre sociedades multiculturales y evaluar los resultados
de los distintos modelos existentes
Sin duda es uno de los grandes desafíos para las ciencias sociales. La sociedades multiculturales son fuente de tensiones y de malestar creciente y más allá de las políticas tradicionales de control de flujos y de control de poblaciones en fronteras, lo cierto es que los europeos hemos de afrontar una gran contradicción: necesitaremos una gran cantidad de población foránea de aquí a mitad del siglo XXI, puesto que de otra forma el proceso de envejecimiento de la población europea haría insostenible nuestro modelo social, y a la vez nos resistimos a recibir esos aportes necesarios. Con la dificultad añadida de que muchas veces las propuestas sobre la gestión de la multiculturalidad no son bien recibidas por amplios sectores de ciudadanos que ven en los inmigrantes a competidores que disputan empleos y servicios sociales y que a su juicio debilitan la cohesión, la homogeneidad social y cultural y socavan las bases de la identidad nacional. En todos los casos el punto de mayor fricción se produce con la comunidad musulmana, sean estos inmigrantes o europeos.
Un gran reto sobre el que sin duda tiene más que decir la antropología que otras ciencias sociales, pero que en todo caso constituye uno de los grandes desafíos para el conjunto de las sociedades europeas. Sobre todo porque nos sitúan ante nuestro propio espejo, el de la Europa ilustrada de los derechos, al tener que afrontar un debate complejo centrado sobre grandes campos: democracia y pluriculturalidad, inmigración y derechos de ciudadanía, inmigración e integración, inmigración y discriminación e inmigración e identidad(es) –puesto que caben distintos grados de lealtad identitaria-. Porque nos obliga a dar contenido al discurso sobre derechos de ciudadanía evitando cualquier tentación de crear una nueva categoría de “ciudadanos de segunda”. Porque obliga a conjugar derechos individuales y colectivos en un debate cultural que va mucho más allá del “debate sobre el velo”. Porque obliga a imaginar políticas públicas que eviten cualquier forma de segregación social, económica y territorial, Y finalmente, porque obliga a afrontar los procesos de reafirmación o reconstrucción identitaria.
Los distintos modelos de integración y de gestión de la multiculturalidad hasta ahora ensayados en Europa han sido insatisfactorios a decir de sus responsables gubernamentales. Tanto el interculturalismo de tradición francesa -la tradición liberal de reconocimiento de los derechos individuales, poner el acento en lo que nos hace iguales, prioridad a derechos universales que deben ser asumidos y respetados por todos-, como el comunitarismo de tradición anglosajona -respeto a los derechos culturales de grupo, políticas centradas en la libertad de los grupos y en el respeto al reconocimiento de las comunidades- manifiestan que han “fracasado” en sus resultados. En distintos países de ambas tradiciones afloran tensiones y los riesgos de fracturas sociales y formación de “sociedades paralelas”, de “monoculturalismo plural” o “federalismo cultural” son ya evidentes. De otra parte, la identidad se ha convertido en estrategia de autoafirmación, de repliegue o se utiliza como expresión política del resentimiento. Una deriva especialmente significativa entre jóvenes que ya han nacido en un país europeo y que son descendientes en segunda o tercera generación de antiguos inmigrantes.
En ese contexto las propuestas de gestión de la multiculturalidad encuentran difícil acomodo. La emergencia de nuevos populismos y la pérdida de parte de su electorado tradicional que reclama, como en otros momentos de la historia de Europa, “los trabajadores nacionales primero”, remiten a esa difícil conciliación de valores, concepción de la democracia, cohesión social y geografía electoral. Y en este punto, más allá de “buenismos” estériles, lo que los estudios indican es que no existen soluciones fáciles ni mágicas, como ha demostrado el debate sobre la cuestión en el llamado Amsterdam Process[43], que es un nuevo desafío para las democracias europeas y que los modelos de gestión responderán en esencia a estos dos hasta ahora ensayados según tradiciones de cada país. Hasta el momento, el estado del arte sobre esta importante cuestión puede resumirse del siguiente modo: a) el pluralismo democrático exige mucho más que el reconocimiento de los derechos individuales[44]; b) la solución a los inevitables conflictos difícilmente se encontrará fuera del respeto a la diversidad, de la tolerancia recíproca y del trato igual como elemento básico de las políticas de integración; c) la contribución de los trabajadores inmigrantes al crecimiento y al mantenimiento del modelo socioeconómico europeo ha sido y será muy importante en los países de la OCDE. El horizonte de creciente envejecimiento de la población europea obligará a la incorporación de importantes contingentes de nuevos inmigrantes extracomunitarios. Los europeos hemos de ser capaces de explicar(nos) la gran paradoja que ha expresado Javier de Lucas: “dejamos a quienes más queremos, nuestros hijos, nuestros padres y las personas enfermas, en manos de personas a las que queremos expulsar”; d) la crisis económica puede afectar muy negativamente a los mercados de trabajo y eso significa que afectará más intensamente al colectivo de población inmigrante en los países de la OCDE. Los inmigrantes son más vulnerables, están más representados en sectores más sensibles al ciclo económico, tienen contratos de trabajo más precarios, ocupan profesiones menos cualificadas, tienen más riesgo de ser discriminados en casos de despidos masivos, corren el riesgo de ser excluidos durante mucho tiempo de los mercados de trabajo; e) el impulso de políticas públicas de integración social será esencial para evitar tensiones entre grupos de población distintos pero igualmente damnificados por la recesión; f) los gobiernos de la OCDE deben mantener programas de integración y evitar la discriminación, pueden favorecer retornos voluntarios con ayudas y compensaciones y deben intensificar políticas de ayuda al desarrollo en los lugares de origen, y g) los gobiernos han de ser contundentes con la inmigración ilegal.
Estudiar
la emergencia de los nuevos movimientos populistas y las causas que los
explican
La nueva geografía de los populismos europeos debe ser otra de las cuestiones que concite mayor atención. Los episodios espasmódicos de repliegue, la emergencia de nuevos populismos que ya cuentan con amplio respaldo electoral (Noruega, Suecia, Austria, Holanda, Francia, Suiza, Italia, Finlandia, Dinamarca, Reino Unido...) y las tentaciones proteccionistas o de desandar parte del camino recuperando incluso las fronteras nacionales, obliga a hacer nuevos análisis.
En opinión del profesor Xavier Casals, que aquí se comparte, el fenómeno emergente de los nuevos populismos puede alcanzar notable extensión y duración en nuestras sociedades. Coincido con ese punto de vista. Subraya que estos movimientos, que ya cuentan en muchos países con amplio respaldo electoral, no tienen nada que ver con los movimientos de los años treinta del siglo XX. Son movimientos transversales que expresan el rechazo a los efectos de la globalización económica, la pérdida de identidad nacional, el rechazo al multiculturalismo, la oposición al Islam, la denuncia de la pérdida de legitimidad del sistema tradicional de partidos y la denuncia de la corrupción. Cimentan su discurso apelando a unos cuantos valores: ultranacionalismo, proteccionismo, islamofobia y rechazo al diferente, separatismo cultural y desconfianza en la política (y en los políticos) tradicionales. Pero mantienen una posición ambivalente, y en parte contradictoria, respecto al papel de la esfera pública: Estado mínimo en el ámbito económico, pero defensa del Estado de Bienestar y del papel del Estado en políticas de seguridad, soberanía nacional y control de la inmigración[45].
Se trata de una respuesta defensiva contra lo que muchos ciudadanos perciben como efectos del proceso de globalización. Son movimientos sociales de la sociedad postindustrial. Y como ya se ha comentado a propósito de las causas del malestar urbano y de la “carrera hacia el fondo”, las claves no tienen que ver con el pasado sino con el crédito insuficiente que la política tradicional, también la izquierda, ofrece para ocuparse del presente y del futuro. No son movimientos que hay que relacionar con la “vieja” extrema derecha europea, tal y como la describiera Stefan Zweig en su obra magistral[46] sino con la nueva geografía del malestar y el resentimiento y con la sensación de incertidumbre y de indefensión que hoy existe. Son una respuesta de las clases trabajadoras y de parte de la vieja clase media contra los partidos políticos tradicionales y contra la impotencia de los parlamentos para ocuparse de los “problemas reales de la gente”. Pero también rechazan la tutela o el “secuestro” de la democracia por los mercados y por los tecnócratas o los recortes del Estado de Bienestar.
Por tanto, su discurso integra muchos más elementos que el rechazo a la inmigración masiva. Por eso es transversal y su discurso intenta superar, en muchos casos con éxito notable, la tradicional división izquierda-derecha. Por eso no son movimientos efímeros. Por eso obtiene amplio apoyo electoral entre el electorado tradicional de la izquierda. René Cuperus ofrece un excelente análisis a propósito del caso holandés[47], pero no menos significativos son los ejemplos de Austria, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suiza o Francia. Los partidos populistas obtienen porcentajes de voto en las últimas elecciones respectivas que oscilan entre el 12% del Partido Popular Danés, hasta el 22% del Partido del Progreso de Noruega, o el 29% en Suiza. Después de ellos, la relación de partidos populistas emergentes en democracias maduras es mucho más amplia. El Front National de Marine Le Pen, sintetiza muy bien los cambios programáticos de estas formaciones y los apoyos electorales. Un amplio sector de ciudadanos se identifica ahora con su discurso renovado y menos áspero, que combina muy bien la apelación al demos y al ethnos, centrado en tres principios: seguridad, identidad y menos inmigración. Pero también en la defensa de la República, el laicismo, el proteccionismo de Estado, el antieuropeísmo y la voluntad de erigirse en la defensora del pueblo frente a las élites políticas. Un discurso que encuentra sus más sólidos apoyos entre votantes obreros y en las zonas rurales.
Uno de los rasgos más significativos e inquietantes es que estos nuevos movimientos y partidos cuentan con un muy elevado grado de simpatía entre los jóvenes europeos de menos de 30 años. Vale la pena detenerse a reflexionar, siquiera un momento, en este punto porque tal vez aquí se esté dirimiendo buena parte del futuro de los partidos tradicionales de la izquierda europea. Y por ahora, no parece que las estrategias ensayadas por los partidos tradicionales de izquierda para contar con el apoyo de los jóvenes estén dando buenos resultados.
Tres trabajos recientes ilustran esta relevante cuestión: el interesante trabajo de investigación sobre El nuevo rostro del populismo digital, de la Fundación Demos[48], la gran Encuesta sobre la juventud mundial, promovida por la Fondation pour l’Innovation Politique[49] y la encuesta reciente de Le Monde a propósito de las elecciones presidenciales francesas (enero de 2012) ¿Qué puede colegirse en esencia? Quienes manifiestan simpatía entre los jóvenes por partidos populistas en Europa, temen que la inmigración y el multiculturalismo estén socavando la identidad cultural y nacional, expresan un nivel de confianza en las instituciones políticas europeas y nacionales inferiores a la media, evidencian bajos niveles de confianza en la justicia y están descontentos con el sistema democrático.
Conclusiones
Estamos ante un cambio de época. Esta sensación, hoy extendida entre amplios sectores de ciudadanos, no es nueva. En otros momentos de nuestra historia se han producido rupturas históricas de magnitud equiparable a la que ahora vivimos. El nuevo contexto ha producido cambios muy profundos en Europa sea cual fuere el plano que se considere: geopolítico, institucional, económico, social, cultural o electoral. Y casi todos los cambios son percibidos con incertidumbre por amplias capas de la población europea. El mundo ha cambiado y el centro de gravedad geoeconómico se ha desplazado hacia el Pacífico, un nuevo grupo de economías ya “emergidas” son las que crean dos terceras partes del empleo mundial.
Estos y otros cambios afectan a Europa. Uno de los más importantes tiene que ver con las consecuencias geopolíticas derivadas de la caída del comunismo que modificó radicalmente en Europa occidental lo que Rosanvallon ha definido como “el reformismo del miedo”. Este hecho ha sido esencial para entender muchos de los procesos hoy en curso en el contexto globalizado. El otro punto de inflexión, relacionado con éste, tiene que ver con decisiones políticas e institucionales gestadas hace casi cuatro décadas, que Krugman ha definido como el inicio de la “gran divergencia” y cuya manifestación más visible es el aumento de las desigualdades en el seno de las democracias maduras. La aplicación sistemática de las directrices emanadas del llamado Consenso de Washington ha roto los grandes consensos de postguerra, el “equilibrio homeostático” de nuestras sociedades. La retirada del Estado y las crecientes dificultades para mantener un Estado de Bienestar en una parte del mundo que tiene más dificultades para crear empleo, completan un panorama incierto para el conjunto de países europeos. A ello se añade lo que bien podemos definir como nuevos retos derivados del cambio de modelo en el que el mundo hoy se encuentra y que tantas dificultades ofrece para la mayor parte de regiones económicas Europa occidental.
Hay que proponer una nueva generación de reformas. Sin atrincherarse en posiciones ortodoxas y sin dejarse llevar por inercias y por una cómoda pero ficticia complacencia. Priorizando los grandes retos colectivos. Situando a los ciudadanos, no a los mercados, en el centro de las políticas. Sin pretextos ni demoras con ocasión de la crisis financiera o la recesión, porque sería un error que puede resultar fatal. Aspirando a convertirse en parte esencial de una alternativa global, hoy inexistente, asentada en referentes morales claros y movilizadores. Afirma Zygmunt Bauman que “hubo un tiempo en que esto parecía un pronóstico realista”[50]. Hoy, sin embargo, no es esa la sensación ampliamente extendida entre unos ciudadanos europeos que aguardan el futuro con temor y sin esperanza.
Todos estos procesos y sus consecuencias sociales, en especial en la escala urbana y regional, ofrecen un amplio campo para la investigación a las ciencias sociales. En el caso de la Geografía Humana, para especialidades tan consolidadas como la geografía económica, la geografía de la población, la geografía urbana, la geografía social y cultural, la geografía política o la geografía electoral. Una nueva agenda si tenemos en cuenta que se trata de un nuevo tiempo y que junto a problemas “viejos” otros muchos son “nuevos” porque se manifiestan por vez primera. Abarcando desde el estudio detallado de procesos, hasta el análisis de políticas y la evaluación de las mismas.
La Cuestión Social ha vuelto a la agenda en Europa y merece toda la atención, porque en afirmación de Tony Judt, que comparto, “como sabían muy bien los grandes reformadores del siglo XIX, la Cuestión Social, si no se aborda, no desaparece. Por el contrario, va en busca de respuestas más radicales”[51]. El aumento de las desigualdades y la negación del pleno ejercicio de ciudadanía impiden construir una sociedad decente. Debemos hacer de la decencia un concepto social, como diría Avishai Margalit[52], y la Geografía, como el resto de las ciencias sociales, debe contribuir a ello de forma decidida y más activa.
Notas
[2] Rosanvallon 2012, p.253-307.
[3] Véase Bending et. al (Eds.) 2012, p. 360-368.
[4] OECD 2011 y The Economist 2012.
[5] Beck 2005.
[6] Banerjee y Duflo 2012.
[7] Stiglitz 2012.
[8] VVAA 2010 y Comisión Europea 2010.
[9] Rodrik 2012.
[10] Guibert y Mergier 2006.
[11] Beaud et. al. 2006.
[12] Miquet-Marty 2011.
[13] Subirats 2006.
[14] Subirats 2004.
[15] Moreno 2013.
[16] Brown, Halpin y Teixeira 2009.
[17] Véase, por todos, Merkel y Petring 2008; Stetter et al. 2009; Paramio et al. 2010; Jeanbart, Ferrand y Prudent 2011; Sevilla 2011; Azagra yRomero 2012.
[18] Ramoneda 2012.
[19] Flores d´Arcais 2012.
[20] Habermas 2011.
[21] Véase Petrini 2010; Estrada 2011.
[22] Romero 2011a.
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Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.
Ficha bibliográfica: