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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XVII, núm. 438, 10 de mayo de 2013
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

PAISAJES AGRARIOS EN CONFLICTO: EL CASO DE LA FLORICULTURA EN EL BAIX MARESME (BARCELONA)*

Alexis Sancho Reinoso[1]
Grup de Recerca Ambiental Mediterrània
Departament de Geografia Física i Anàlisi Geogràfica Regional – Universitat de Barcelona
sancho.reinoso@gmail.com

Valerià Paül i Carril
Departamento de Xeografía – Universidade de Santiago de Compostela
v.paul.carril@usc.es

Joan Tort i Donada
Grup de Recerca Ambiental Mediterrània
Departament de Geografia Física i Anàlisi Geogràfica Regional - Universitat de Barcelona
jtort@ub.edu

Recibido: 28 de noviembre de 2011. Aceptado: 20 de septiembre de 2012.

Paisajes agrarios en conflicto. El caso de la floricultura en el Baix Maresme (Barcelona) (Resumen)

Actualmente, la comarca catalana del Maresme combina su carácter agrícola y metropolitano de una manera muy desigual. La expansión de los usos urbanos en el sector meridional de la comarca (conocido comunmente como Baix Maresme) ha relegado a la anécdota a casi todos los usos agrícolas, exceptuando la floricultura, cuya tradición en este ámbito se remonta a los años 1920. La clave de su supervivencia ha sido la competitividad que ha adquirido gracias a su intensificación. Los invernaderos son el símbolo del progreso de la floricultura actual pero, al mismo tiempo, no han conseguido erigirse como un elemento representativo de los paisajes agrarios de la zona. El artículo concluye que un futuro viable para la floricultura dependerá, en gran medida, de su ordenación: tanto a nivel de la actividad productiva y comercial en sí mismas, como en relación con su encaje en el entorno metropolitano. Para dicha ordenación, será crucial un cierto reconocimiento social de los invernaderos como una parte consustancial del paisaje agrario de la comarca.

Palabras clave: paisaje agrario, agricultura periurbana, floricultura, Maresme, Cataluña.

Agrarian landscapes in conflict. The example of flower-growing in the Maresme district, Barcelona (Abstract)

The Maresme district in Catalonia belongs to the rural-urban fringe of Barcelona. In the so-called Baix Maresme (the southern sector of the district), the main agricultural activities have been disappearing during the last decades due to the urban sprawl. The only exception is the intensive flower-growing activity, which has a tradition dating back to the 1920s. The key feature to that survival has been the competitiveness that has acquired through its intensification. Greenhouses are the symbol of such story of economic success, but at the same time they have failed to establish themselves as a representative feature of the agricultural landscapes of the district. The paper concludes that a viable future for floriculture depends to a large extent on its adequate internal and external reorganization (regarding productive and commercial activity and also concerning the fit of this activity in the metropolitan region of Barcelona). In this sense, a certain social recognition of the greenhouses as an inherent part of the agricultural landscape of the region seems to be crucial in order to success in such task.

Key words: agrarian landscape, peri-urban agriculture, flower-growing, Maresme district (Catalonia).


La actividad agrícola de carácter periurbano en las grandes ciudades españolas ha sufrido una contracción muy marcada. Se trata de un retroceso que ha sido paralelo a la expansión urbana acaecida desde los años 1960[2]. Más allá de la obviedad de que el contacto entre ciudad y campo se remonta al origen mismo del hecho urbano[3], durante los últimos años ha aparecido un conjunto de trabajos que han permitido conocer en profundidad este fenómeno en las ciudades modernas[4]. En el caso de Barcelona, se ha constatado que la agricultura ha sido progresivamente arrinconada por una ciudad que, al mismo tiempo, se ha desvinculado de las actividades que la aprovisionaban de alimentos, sin que la ordenación del territorio haya sido capaz de proponer una vía alternativa, que apostara por la coexistencia de usos en un modelo de aprovechamiento más racional del espacio[5]. La manifestación más reciente de dicho problema es el proyecto de construcción de un macrocomplejo de ocio y juego, popularmente conocido como “Eurovegas”, en los restos del terreno agrícola del delta del río Llobregat, al sur de la ciudad condal[6]. El problema de fondo, bien conocido, es el propio funcionamiento del mercado del suelo, que propicia –o, como mínimo, permite– que la expansión urbanística (provocada por el auge inmobiliario) haya sido vista, durante las últimas décadas, como una estrategia para obtener beneficios pecuniarios inmediatos[7].


Planteamiento, objetivo y marco epistemológico del artículo

En consonancia con lo expuesto en el párrafo anterior, el presente artículo parte del hecho que los territorios agrarios periurbanos en España siguen disminuyendo en la actualidad[8]. Ello, a pesar de que las circunstancias económicas y financieras han dado un vuelco presuntamente impensable hace unos años; y, también, a pesar de que lo agrícola constituye, en muchos casos, una actividad económica viable. Nuestra hipótesis de trabajo es la siguiente: dicha desaparición del territorio agrario periurbano no solamente se explica por factores ajenos a la propia actividad, sino también como resultado del propio funcionamiento interno. El objetivo último de estas líneas es desvelar la complejidad de dicho funcionamiento a través del estudio en profundidad de un ejemplo concreto: el de la floricultura bajo cubierta en la región metropolitana de Barcelona. Para lograr dicho objetivo, nos apoyamos decididamente en el concepto de paisaje agrario, porque permite plantear la problemática expuesta como un ejemplo de reto de complejidad[9], tal y como se argumentará detalladamente en el apartado teórico.

La estructura del artículo se basa en cinco partes, algunas de las cuales se encuentran divididas en apartados. En la primera parte, además de pleantear los objetivos del artículo y de introducir brevemente la problemática estudiada, se presentan los fundamentos metodológicos y teóricos que sostienen la investigación. En la segunda, se ofrece una presentación del ámbito de estudio, haciendo énfasis en aquellos rasgos que determinan su carácter agrario.

El cuerpo del artículo está compuesto por la tercera y la cuarta parte. La primera analiza a fondo el caso de estudio a partir de dos componentes fundamentales de cualquier paisaje agrario, como son su estructura y su dinámica. En este punto, se estudia el surgimiento y el crecimiento explosivo de los invernaderos en el territorio estudiado, asociándolos a la intensificación de la agricultura. Para ello, nos apoyamos en un análisis cartográfico que se detiene en cuatro momentos históricos diferentes. Finalmente, la cuarta parte se concentra en la imagen del territorio estudiado, interpretando el tratamiento que recibe el ámbito desde dos posiciones claramente diferenciadas (la ordenación del territorio, por un lado, y las representaciones del paisaje, por el otro). Se pone de manifiesto que, tanto desde la perspectiva del planeamiento, como también desde el punto de vista más inmaterial, el paisaje agrario del ámbito estudiado se encuentra afectado por un elevado grado de invisibilidad.

La última parte propone un interrogante final, a partir del cual se elabora una reflexión que sintetiza la información expuesta hasta ese punto y que, al mismo tiempo, pretende plantear los retos futuros del ámbito estudiado y de los territorios con características similares: si la transformación reciente experimentada por los sistemas de producción dedicados a la floricultura intensiva ha permitido que estos continúen siendo viables, pero con unos costes paisajísticos muy evidentes, ¿de qué manera, cara al futuro, pueden hacerse compatibles ambas dimensiones? ¿Puede un territorio fértil, que alberga una agricultura dinámica y competitiva (pero que omite su base edafológica), constituir un paisaje agrario que goce de un reconocimiento público generalizado?


El ámbito de estudio, ¿un paisaje en el límite de lo agrario?

El Maresme, comarca metropolitana por excelencia[10], ha sido (y, en cierta medida, continúa siendo) un territorio con una gran diversidad de tipologías de paisaje agrario. No es casual que un estudio reciente sobre este tema para la región metropolitana de Barcelona[11] distinga hasta siete unidades diferentes dentro de la comarca, entre las cuales se encuentran los “cultivos bajo plástico del Baix Maresme”. En relación con esta unidad, los datos actuales sobre ocupación del suelo[12] muestran de forma inequívoca cómo la extensión de la mancha de invernaderos se concentra, casi exclusivamente, en el llamado Pla del Molí: un sector de la llanura litoral situado entre los núcleos urbanos de Premià de Dalt, Premià de Mar, Vilassar de Dalt y Vilassar de Mar (figura 1). A pesar de que hoy en día represente un caso aislado, este ámbito es un verdadero reducto de un paisaje –el de la horticultura intensiva– que, al menos durante los últimos cien años, ha caracterizado a otras muchas zonas de la mencionada llanura litoral. Por esta razón, es solamente en el contexto comarcal (y, particularmente, en su sector meridional, denominado comúnmente Baix Maresme)[13] donde los invernaderos del Pla del Molí adquieren su verdadera significación geográfica, histórica, económica y social.

 

Figura 1. Ámbito de estudio: localización.
La imagen de satélite muestra la comarca del Maresme con su división municipal. El mapa de detalle de la derecha marca, con un círculo, la localización del Pla del Molí.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir de la imagen de satélite de Google Earth y del mapa a E 1:250.000 del Institut Cartogràfic de Catalunya.

 

En este punto cabe subrayar que el aspecto visual de los territorios dedicados al cultivo floral ha dado un vuelco trascendental en las últimas décadas. Hasta tal punto es así, que una mirada superficial a estos paisajes fácilmente llegaría a la conclusión de que estamos “en el límite” de lo que podemos considerar como paisaje agrario. El desarrollo de los propios cultivos ha conducido a una actividad muy intensiva, que se desarrolla principalmente dentro de invernaderos. Por tal motivo, es lógico que cualquier observador se plantee si lo que se lleva a cabo en el Pla del Molí no es, en realidad, una mezcla de actividad agrícola, industrial y comercial (sin que resulte sencillo establecer qué peso tiene cada sector dentro de dicha combinación). De hecho – tal y como se mostrará más adelante–, entre determinados sectores vinculados a la planificación urbanística y territorial se llegan a adoptar posiciones contrarias a la consideración de los invernaderos como verdaderos paisajes agrícolas.


Metodología

La aproximación a la dinámica del paisaje de la floricultura periurbana en el caso de estudio ha exigido una serie de pasos metodológicos. El primero de ellos ha tenido que ver con la delimitación del propio caso. Delimitación que, en última instancia, hemos basado en los atributos esenciales de un paisaje agrario: usos u ocupaciones del suelo (entendidos en el sentido propio de la tradición de la Geografía agraria)[14], parcelario y poblamiento[15]. Además de ello, los precedentes más inmediatos sobre delimitación de paisajes rurales[16] y, específicamente, agrarios[17] y periurbanos[18], han constituido una referencia fundamental para nosotros, a pesar de que, en este caso, se trate de un ámbito particularmente singular, tanto por su dimensión geográfica como por la actividad estudiada.

En cuanto a las técnicas empleadas, debemos mencionar la cartografía y el trabajo de campo. El material cartográfico utilizado está formado por fotografías aéreas y ortofotografías. Las primeras se encuentran disponibles en formato papel[19]. Esta circunstancia ha hecho necesaria su digitalización para poder utilizarlas como base cartográfica en los mapas de evolución de la superficie cubierta por invernaderos, realizados mediante un SIG[20]. Por su parte, el material utilizado más reciente (compuesto por ortofotografías cuya digitalización no ha sido necesaria, al estar disponibles en formato digital)[21] nos ha servido para analizar el momento actual. Para los otros tres momentos históricos, hemos dispuesto de fotogramas procedentes de tres vuelos fotogramétricos diferentes. La fotografía más antigua, de 1956, pertenece al primer vuelo fotogramétrico realizado de forma sistemática en todo el territorio del Estado (conocido como “vuelo americano” por su autoría estadounidense). Los otros dos vuelos de los cuales hemos obtenido el material fotográfico fueron realizados en 1977 y 1984, y abarcan exclusivamente el ámbito catalán. Al contrario que en el caso de las ortofotografías, la escala de las fotografías es muy pequeña para la tan reducida dimensión espacial del ámbito cartografiado (apenas 500 ha)[22]. Ello ha exigido su digitalización a una resolución relativamente elevada (600 puntos por pulgada –PPP).

Por su parte, el trabajo de campo se ha concretado en la observación in situ y en entrevistas y conversaciones con los protagonistas del territorio estudiado, además de la verificación cartográfica. En este sentido, hemos combinado encuentros espontáneos con entrevistas en profundidad, en las cuales se ha seleccionado una determinada persona con un papel relevante en la actividad agraria desarrollada en el territorio estudiado. La selección de los cuatro entrevistados[23] ha respondido al método de muestreo denominado “bola de nieve”[24]. Se trata de una modalidad de muestreo “opinático” (es decir, discrecional y no aleatorio) a través del cual el investigador compone la muestra sobre la base de las personas entrevistadas previamente (y, particularmente, teniendo en cuenta sus consejos y recomendaciones). En lo referente a los aspectos menos tangibles del paisaje, hemos llevado a cabo una búsqueda de las representaciones paisajísticas existentes. En algunos casos, como en la literatura, dicha observación ha sido sistemática; es decir, se ha analizado un importante volumen de obras, tanto de autores locales como de autores de referencia a nivel nacional. En otros casos, en cambio, la observación se ha limitado a las visitas al ámbito de estudio (cuatro en total), durante las cuales hemos detectado una serie de elementos relevantes para el estudio de la componente intangible del paisaje (como algunos hitos, señales, etc.) que no han sido objeto de un estudio en profundidad en sí mismos.


Un apunte teórico sobre la significación del paisaje agrario periurbano

El estudio de las relaciones entre la agricultura y el fenómeno urbano goza de una tradición que arranca a inicios del s. XIX con el conocido modelo teórico de Von Thünen[25]. Este modelo ha sido recogido tanto por la tradición anglosajona[26] como francesa[27], y durante las décadas de 1960, 1970 y 1980 gozó de la condición de paradigma aceptado en este campo de estudio[28]. Anteriormente, las primeras aportaciones que analizaron estudios de caso[29] habían hecho énfasis en las particularidades de este tipo de agricultura, pero sin aspirar a una explicación sistemática. Durante los últimos veinte años, se ha puesto de manifiesto que las visiones más fieles al modelo de Von Thünen han pecado de excesivamente pesimistas en relación a las posibilidades de la agricultura periurbana en el mundo actual. La era del transporte a bajo coste ha alterado completamente los postulados originales de la propuesta del teórico alemán. El resultado es que la supervivencia de la actividad agraria bajo influencia urbana parece depender exclusivamente de la voluntad pública, que debe actuar en contra de la lógica económica (incluida la expansión urbana). Sin embargo, también es cierto que algunos asuntos vinculados con la calidad y la seguridad alimentaria están ganando protagonismo en todo el mundo, por lo que la agricultura de proximidad parece volver a adquirir protagonismo[30].

Del párrafo anterior se deduce que el estudio de la agricultura bajo influencia urbana se basa en unos supuestos que solo pueden ser entendidos si se contempla la actividad agraria en su conjunto y su incidencia en el territorio, más allá de la separación entre lo urbano y lo rural. Por eso, este artículo atiende a la idea de paisaje agrario, un término que se presta a una cierta divergencia de puntos de vista, pero que, si se define de forma precisa, constituye un sólido punto de apoyo teórico para los argumentos que exponemos en estas páginas. Por este motivo, este apartado trata de clarificar, en la medida posible, el significado de la expresión; describe cómo ésta ha sido adoptada por la geografía; y, finalmente, expone cómo la propia geografía ha desarrollado el conocimiento de los paisajes marcados por las actividades agrarias. Los párrafos siguientes son una síntesis de las bases teóricas expuestas por los autores de este artículo en una publicación reciente[31].

Una manera de aclarar el sentido de la palabra paisaje es acudiendo a su etimología. Esta palabra tiene su origen en la voz latina pagus, cuyo significado se asocia a “campo” o “tierra” (este último concepto en su acepción más material)[32]. La evolución posterior de dicho vocablo dio lugar a otros términos, como pagensis, “aquél que vive en la tierra”. Esta palabra ha pervivido en lenguas románicas como el catalán, en la que su evolución ha dado lugar a pagès. En esta lengua, el pagès es el “habitante del pagus”, el actor principal que le da forma y, por lo tanto (y citando las palabras del escritor Josep Pla), “construye paisajes”[33]. Otro concepto derivado de la misma raíz es el de país. Antes de ser asociada a una idea política, esta palabra designaba “lo propio de la tierra o el campo”: de hecho, este significado se sigue conservando en lenguas emparentadas con el castellano, como el francés o, de nuevo, el catalán. Por su parte, el vocablo paisaje es una construcción moderna, adoptada por el castellano en un momento tan tardío como el siglo XVIII, momento en que se asumió la adaptación francesa del concepto holandés landschap, utilizado para significar las escenas que ambientaban la acción principal de una obra pictórica.

Esta dimensión emparentada con el arte ha sido fundamental para comprender las connotaciones que la palabra “paisaje” ha ido adquiriendo a lo largo de los últimos siglos. Así, el arquitecto francés Alain Roger propone observar este “salto” del país al paisaje en términos de un doble proceso de artealización: una directa (o in situ), que alude a la transformación material (humana y, por tanto, cultural), de un territorio; y otra indirecta (o in visu), a través de la mirada[34]. Dicho “salto” es, en realidad, un proceso complejo, hasta el punto que interpretaciones recientes hablan de una sucesión gradual de etapas de construcción, percepción, identificación, representación o recreación y simbolización de un paisaje[35]. En dicho proceso juega un papel transcendental el arte, pero, al mismo tiempo, también aquellas expresiones más primarias que despierta un paisaje en un individuo o una colectividad. Por ejemplo, las poblaciones locales “payesas” (es decir, protagonistas en la creación cultural de un paisaje) se suelen identificar con un paisaje a través de vínculos que aparentemente poseen un carácter meramente utilitario. En esta identificación es igualmente fundamental tener en cuenta el sistema de valores sociales, culturales y sentimentales vigente. En este sentido, es obvio que dichos sistemas de valores serán diferentes según la sociedad en que se desarrollen[36].

Así pues, existe una relación trascendental del paisaje con la intervención humana en el territorio. De hecho, a nadie se le escapa que históricamente uno de los fenómenos con un mayor impacto dentro de dicha intervención es la agricultura (o, si se quiere, las actividades agrarias). De aquí que no resulte especialmente complicado justificar que uno de los aspectos más interesantes del estudio del paisaje puedan ser sus raíces agrarias. De hecho, esta es una de las bases del desarrollo de la geografía rural y de la geografía agraria, al menos en la tradición francesa[37] (y, por ende, española), tal y como hemos indicado en el apartado de la metodología.

En este artículo, adoptamos la visión del paisaje de la geografía agraria como una manera de afrontar el conocimiento del territorio. Dicha adopción implica necesariamente aceptar los retos de una realidad crecientemente compleja, donde los límites entre lo urbano y lo agrario dejan de tener relevancia. La versión más material del paisaje solo se puede abordar globalmente si se tiene en cuenta su vertiente no material, antes aludida. Con ello, la complejidad de la cuestión se presenta en toda su magnitud: un paisaje con una presencia mínima de la actividad agrícola puede llegar a ser conceptuado, por diferentes razones, como paisaje agrario canónico; o al contrario, un territorio con un marcado carácter agrario puede ser construido como paisaje sin haberse tenido en cuenta dicho rasgo (y este podría ser el caso de nuestro estudio). Tal inexactitud en las correspondencias abre un escenario marcado por un sinfín de posibilidades en el cual el geógrafo, gracias a la tradición que le precede, puede convertirse en un intérprete privilegiado, algo así como un mediador en el “diálogo” entre naturaleza y cultura, por un lado, y entre materialidad territorial e imagen o representación, por el otro.


El Maresme, una comarca metropolitana con una perseverante vocación agrícola

La comarca del Maresme se identifica con la estrecha franja que se extiende entre la línea de la costa de levante barcelonesa y la Cordillera Litoral catalana –que, en este sector, se dispone de SW a NE y queda delimitada por los cursos fluviales del Besòs y del Tordera. Desde el punto de vista litológico, el bloque elevado está conformado por materiales cristalinos, cuyo desgaste desde el plioceno ha permitido una suave sucesión de formas desde las laderas de la vertiente marítima hasta las llanuras aluviales y coluviales. En estas se han ido acumulando depósitos arcillosos procedentes de la transformación del batolito granítico, cuya descomposición –localmente conocida como sauló– es característica en toda la comarca[38]. La red fluvial del Maresme está formada por un conjunto de numerosos cursos modestos (cortos, pero que salvan un desnivel considerable en pocos kilómetros), que discurren paralelos, y que la mayor parte del año presentan un cauce seco: son las rieres o rials. La climatología local está condicionada por la disposición del relieve, que favorece la condensación del aire húmedo procedente del mar; un hecho que compensa notablemente la habitual irregularidad pluviométrica de la cuenca mediterránea[39].

Probablemente, unos rasgos biofísicos tan singulares incidieron en la temprana  presencia humana en la zona: los asentamientos iberos ya estaban consolidados mucho antes de la romanización; y, durante la etapa de dominación romana, el actual Maresme era el territorio de influencia de Iluro y Baetulo (cuyas localizaciones se corresponden, respectivamente, a las ciudades actuales de Mataró y Badalona)[40]. Estos precedentes han permitido que la agricultura haya jugado, desde un inicio, un papel fundamental en la construcción de la fisonomía humana de la comarca. La historia agraria del Maresme ha sido estudiada profusamente, destacando la serie de artículos de Salvador Llobet[41], pero también monografías como la de Pomés i Vives[42]. Ello hace que carezca de sentido un repaso exhaustivo de la cuestión en estas líneas; sin embargo, es importante resaltar los hitos más importantes de este recorrido histórico con el fin de contextualizar de forma adecuada el caso de estudio.

Aunque es cierto que las bases del desarrollo agrícola de la comarca en clave intensiva se deben situar en el contexto de los cambios que experimenta el agro catalán desde finales del siglo XVI y durante todo el XVII[43], es hacia el último tercio del siglo XVIII cuando se producirán intensas y continuas transformaciones en el territorio, en buena medida ligadas al crecimiento de Barcelona tras la Guerra de Sucesión (1701-1713/15). Más cerca de nuestra época, el episodio clave en todo este proceso en nuestra comarca fue, sin duda, la generalización del regadío, a partir de la década de los años 1910, impulsado por la difusión de la bomba eléctrica de agua[44]. Esta actividad fue posible por la presencia abundante de depósitos freáticos en numerosos lugares de la franja litoral; otra faceta que entrecruza la historia humana con los rasgos físicos del territorio.

Con el regadío se inicia la época dorada de la comarca, marcada por dos fases diferenciadas. La primera, protagonizada por la patata temprana (concretamente, la variedad Royal Kidney), que durante las primeras cuatro décadas del s. XX se convirtió en el cultivo básico del Maresme[45]. Las denominadas “Mataró’s  Potatoes” conquistaron el mercado francés y el londinense durante las décadas de 1920 y 1930 merced a la iniciativa local (y particularmente payesa), la cual luchó por la obtención de las plusvalías frente a la clase comerciante[46]. La segunda etapa fue protagonizada por la floricultura, con un origen muy bien localizado, tanto en el tiempo (a partir de 1922) como en el espacio (el Pla del Molí) e, incluso, con un referente muy claro (el floricultor italiano Beniamino Farina). La evolución histórica y reciente de esta actividad será presentada en la tercera parte del presente artículo.

En los casos de los municipios de Premià de Mar y, especialmente, de Vilassar de Mar, las consecuencias territoriales y paisajísticas de la introducción del regadío han sido observadas a través del estudio de los usos del suelo mediante cartografía[47]. De dichos estudios se concluye que, del predominio de los cultivos de secano (cereal o viña combinada con cereal) a mediados del s. XIX, se pasa, cien años después, al dominio absoluto de la huerta. En la actualidad se ha producido una drástica reducción del espacio agrícola en favor de la superficie urbana. En Premià de Mar, la superficie agraria prácticamente ha desaparecido; en relación con Vilassar de Mar, los únicos espacios agrarios que quedan en el término municipal han pasado, en su mayoría, a estar cubiertos por invernaderos. La reducción de la tierra de cultivo en la comarca se aceleró a partir de la década de 1960, de forma paralela a la fase de expansión demográfica y urbanística. Es en esta etapa cuando los pueblos del litoral, que desde su origen hasta bien entrado el s. XIX habían sido solo modestas agrupaciones dependientes de los núcleos primitivos (situados en el interior), establecen las bases de su posterior consolidación como los centros más dinámicos y más populosos. Dos ejemplos notables de esta tendencia son los actuales núcleos de Vilassar de Mar y, en particular, Premià de Mar, que a finales del s. XVIII se habían segregado de sus respectivos núcleos matrices[48], y que, con la entrada del s. XX, se imponen –en términos demográficos– a las antiguas cabeceras municipales (figura 2).

 

Figura 2. La evolución histórica de la población en los cuatro municipios donde se sitúa el caso de estudio.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir de los datos de los recuentos de población (censos y padrones) disponibles en www.idescat.cat.

 

El Pla del Molí: un oasis de plástico inmerso en el continuo urbano

Antes de abordar el contenido de este apartado, es conveniente traer a colación un apunte en relación con la denominación Pla del Molí. Este topónimo ha generado no pocos interrogantes acerca de su uso social y de su extensión territorial; dudas que, no obstante, han quedado resueltas durante el trabajo de campo realizado. La información que hemos obtenido de fuentes orales[49] nos permite concluir que el nombre hace alusión a un molino que históricamente existía en este llano y que, dada su singularidad, era conocido, simplemente, como “el molí del Pla” (en alusión al “Pla de Vilassar”[50], denominación genérica de toda la llanura perteneciente al término histórico de Vilassar)[51]. En este sentido, y pese a que ahora no parezca ser un topónimo de uso habitual por parte de la población local, esta denominación aparece en obras de referencia en este ámbito, como la monografía de Guardiola sobre Vilassar de Mar[52]. Según los testimonios recogidos, la partida conocida como “Pla del Molí” se extendería a poniente del actual núcleo de Vilassar de Mar, abarcando, además, sectores de los municipios de Vilassar de Dalt, Premià de Dalt y Premià de Mar. Su perímetro es el que, de forma aproximada, hemos establecido como referencia para los mapas de las figuras 5, 6 y 7.


Estructura del paisaje: sénies, minifundismo parcelario e invernaderos

En general, la llanura litoral está marcada por un patrón de poblamiento concentrado. La morfología de la trama viaria y parcelaria de los núcleos compactos del litoral es un reflejo fidedigno de las raíces rurales del Maresme, donde la rápida transición de la montaña a la costa ha favorecido que el territorio quedase organizado de acuerdo con una malla ortogonal, según la cual las líneas “verticales” (de montaña a mar; fundamentalmente, los cursos de rieras y torrentes) se cruzan perpendicularmente con las “horizontales” (paralelas a la línea de costa; se trataría de los caminos que siguen la dirección del litoral). Hasta cierto punto, se trata de la adaptación a un fenómeno que se repite en otros ambientes mediterráneos con rasgos semejantes, como el Pla de Barcelona[53]: los cursos intermitentes de agua combinan su función natural (o sea, hidrológica) con la de vías de circulación humana (es decir, caminos). Pero dicho modelo reticular no se comprende sin tener en cuenta la presencia de numerosos elementos de poblamiento disperso. En relación con este hecho, Llobet dio cuenta de la extraordinaria densidad que este tipo de edificaciones alcanza en el caso del Pla del Molí[54]. Se trata de unidades de explotación agraria que vertebran la llanura litoral y que se denominan sénia (y no masia o mas, denominaciones que se corresponden con un concepto diferente de edificación rural)[55]. Si recordamos que el significado habitual en catalán de “sénia” es el equivalente al de “noria” en castellano (es decir, un mecanismo de obtención de agua subterránea), se pone explícitamente en evidencia la trascendencia social y cultural (reflejada en la microtoponimia) del aprovechamiento de los recursos hídricos del subsuelo en el desarrollo agrícola de la comarca, incluso antes de la revolución del regadío, cuando cada casa disponía de un pequeño huerto para el autoabastecimiento[56].

La puesta en marcha del aprovechamiento a gran escala de los recursos hídricos en el Pla del Molí significó una verdadera mutación para el territorio. De hecho, dio lugar a un paisaje agrario nuevo, donde casi todas las pautas que prevalecían en el modelo anterior fueron alteradas. La estructura de la propiedad consolidó su tendencia histórica hacia la atomización de los predios, gracias a la posibilidad de acceso a la tierra por parte de los payeses, muchos de los cuales solían vivir, hasta ese momento, de contratos de aparcería[57]. Pero las parcelas no solo vieron reducido su tamaño, sino que también modificaron su aspecto: fruto del esfuerzo de los agricultores por adaptar sus propiedades a las exigencias del riego, fueron apareciendo pequeños muros que eliminaron la ya de por sí suave pendiente de la llanura cuaternaria[58]. El origen subterráneo de las aguas obligó a la construcción de una densa trama de norias movidas por tracción de sangre –que en este lugar reciben el nombre de vogi[59]. A causa de las particulares características de la irrigación en el Pla del Molí, las conducciones de agua se limitaban al abastecimiento de cada propiedad; por consiguiente, este paisaje se caracteriza por la profusión de pequeñas edificaciones para el bombeo del agua más que por la presencia de una tupida red de canales de riego[60].

Hoy día, el elemento clave del paisaje agrario del Pla del Molí es el invernadero. Este tipo de construcción tiene en la llanura un protagonismo destacado, y simboliza la fase póstuma del desarrollo de la actividad en este sector. Actualmente se observan diversas formas y tipologías de estructuras de recubrimiento; de este modo, en un espacio muy reducido conviven los primeros invernaderos (muchos ya en desuso, hechos de cristal o de simples estructuras de vigas de madera que sostienen una fina lona) con los más modernos (en los cuales el plástico y, últimamente, el acero galvanizado ganan el protagonismo absoluto). Pero la diferencia entre los invernaderos más recientes y los más antiguos va más allá de lo meramente formal. En un primer momento, las funciones de los invernaderos “se centraban, sobre todo, en la regulación de la luz, la temperatura, la humedad del aire, la ventilación y la humedad del suelo, mediante el riego. Los invernaderos no disponían de medios para generar su propio clima, y se limitaban a atenuar los excesos del ambiente. Evitaban el rocío y las heladas, así como la insolación excesiva”[61]. En cambio, las instalaciones actuales están pensadas para otro tipo de producto: en este sentido, el cambio de mayor impacto ha afectado a la superficie de cultivo. En la actualidad, solamente se planta directamente en el suelo en aquellas explotaciones dedicadas a la producción de semillas. En el resto de casos se omite el componente edáfico, ya sea mediante la modalidad hidropónica (caso de la flor “cortada”)[62] o bien en maceta (caso de la planta ornamental –figura 3). La maceta facilita las fases posteriores (trasplante, transporte), de cara a la fase de venta. Cabe hacer notar que este modo de proceder exige una mayor flexibilidad de la instalación, que a menudo está preparada para su eventual retirada durante algunos periodos del año.

 

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Figura 3. Dos modalidades contrapuestas de cultivo bajo plástico.
Fotografía izquierda: pensamientos (Viola x wittrockiana) para producir semilla, plantados directamente en el suelo. Fotografía derecha: ejemplares de flor “cortada” del género Gerbera, cultivados en modalidad hidropónica y dispuestos en carros para su transporte.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho (junio y mayo de 2011, respectivamente).

 

De hecho, el funcionamiento de las explotaciones ha cambiado de forma drástica en los últimos años. Los ciclos productivos, que tendían a ser cerrados hasta hace pocas décadas (es decir, cada explotación se encargaba de plantar, cultivar, cosechar y ofrecer el producto acabado al mercado), actualmente se han fragmentado. Prácticamente todas las explotaciones se han especializado en “fases” concretas del proceso productivo de una planta: las que ofrecen semillas, las que poseen los viveros, las que compran el esqueje, lo desarrollan y posteriormente lo venden, y las que realizan la venta final. Por esta razón, numerosos invernaderos presentan hoy una superficie pavimentada, para facilitar los procesos de circulación de carros en su interior.

A pesar del predominio de la cobertura de plástico, las superficies al aire tienen todavía una importancia que no hay que menospreciar. Nos referimos, especialmente, a aquellos terrenos de las explotaciones de planta ornamental en las que se cultivan especies de exterior, que no exigen ningún tipo de protección frente a las condiciones climáticas y/o fitosanitarias existentes. A estos espacios hay que añadir los reductos de una actividad hortícola que actualmente ha quedado relegada a la anécdota en este ámbito territorial (figura 4).

 

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Figura 4. Cultivos al aire libre.
Fotografía izquierda: planta ornamental de exterior en Premià de Dalt. Fotografía derecha: cultivo de huerta en Vilassar de Mar.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho (mayo de 2011).

 

Respecto a la cuestión del regadío, es importante poner de manifiesto los condicionantes que afectan a las explotaciones de la zona. Se trata de unos problemas que ya existen desde hace décadas y que deben ser integrados en la compleja cuestión de la gestión del agua en toda la región metropolitana de Barcelona. Ya desde finales de los años 1970, algunos autores alertaron sobre la escasez de caudales, los problemas de salinización y la contaminación de los acuíferos de donde se obtenían los recursos hídricos para uso agrario (en aquel momento, dicho uso representaba un volumen que se correspondía con la demanda urbana e industrial)[63]. Informes técnicos más recientes señalan que las oscilaciones del nivel piezométrico durante las últimas décadas han sido destacables; sin embargo, los problemas más importantes no han provenido del agotamiento de las reservas sino, especialmente, de la intrusión salina y de la aportación excesiva de fertilizantes que resulta de las actividades agrícolas[64]. Según los propios productores consultados, este problema se plantea como un reto de presente y de futuro. Las técnicas de gestión del agua de riego han cambiado mucho desde los años 1970 y 1980, y han permitido un ahorro de agua que no debe ser menospreciado. Al tradicional reaprovechamiento de agua de lluvia a través de su almacenaje en balsa se ha unido, últimamente, el riego por goteo y microaspersión. Por su parte, la lucha contra la salinización parece haberse convertido en una batalla perdida; prueba de ello es que prácticamente todas las instalaciones cuentan con un mecanismo de ósmosis para corregir este contratiempo de forma individual.

Por último, en cuanto a la ocupación del suelo, las estadísticas disponibles más recientes permiten un análisis detallado de la significación territorial de cada modalidad de cultivo y, de este modo, nos llevan a constatar las importantes diferencias existentes entre los cuatro municipios que convergen en el Pla del Molí. Según las estadísticas del del Departament d'Agricultura, Ramaderia, Pesca, Alimentació i Medi Natural de la Generalitat de Catalunya (relativas a 2010), solamente en Vilassar de Mar el porcentaje de territorio ocupado por cultivos (tanto al aire libre como en invernadero) es verdaderamente significativo (un 23%). En el resto, estas ocupaciones son claramente minoritarias (menos del 5%) o –en el caso de los invernaderos– prácticamente inexistentes. Las causas de dicha desigualdad son diversas: Vilassar de Dalt y Premià de Dalt son municipios que se extienden por la vertiente sur de la Serra de Marina, donde domina la cobertura boscosa (junto con la urbanización dispersa). Por su parte, Premià de Mar posee un término municipal de muy reducida extensión que, como ya hemos mencionado, se ha ido colmatando gradualmente por la urbanización.


Dinámica reciente: del clavel a la planta ornamental, la explosión de los invernaderos y la pérdida de superficie cultivada

Para comprender cómo se ha configurado el paisaje actual, concentramos el análisis en la etapa que arranca justo antes del período conocido como Desarrollismo y que se prolonga hasta la actualidad. El primer hito de este recorrido histórico es la imagen aérea de 1956 (figura 5). De las referencias bibliográficas consultadas deducimos que, en aquel momento, la patata ya había desaparecido de los predios en tanto que monocultivo, quedando tal condición reservada al clavel, la producción del cual se generalizó, en muchas partes de la comarca, a partir de esa década[65]. En la figura 5 no aparece ningún invernadero, porque su aparición no se producirá hasta 1959[66] y su consolidación aún más tarde, tras la histórica nevada de 1962. Este episodio meteorológico causó verdaderos estragos en el entorno de Barcelona. En nuestro caso, además de destruir prácticamente todas las primeras estructuras de vidrio y metal existentes hasta aquel momento[67], la nevada probablemente provocó un retraso generalizado de las nuevas instalaciones, toda vez que los propietarios comprobaron los riesgos asociados a su fragilidad. En todo caso, lo que sí se produjo en aquellos años fue un resurgimiento de las iniciativas que buscaban garantizar la defensa de los intereses comerciales de los productores, tal y como había sucedido antes de la Guerra Civil con el cultivo de la patata. La institución más relevante en esta línea fue “Florimar”, un ente cooperativo creado en 1949 y que, además de poseer una orientación comercial, ofrecía crédito y facilidades de acceso a las novedades técnicas. En aquel momento, su huella trascendió lo estrictamente económico, y penetró en el ámbito social a nivel local[68].

 

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Figura 5. El Pla del Molí, según la fotografía aérea de 1956.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir del fotograma nº59113 (pasada 421) del conocido como “vuelo americano”.

 

Dando un salto en el tiempo, las fotografías aéreas de la figura 6 sitúan el intervalo de años en que los invernaderos pasan de ser un elemento minoritario a consolidarse como la pauta dominante en el Pla del Molí (así como en otros lugares del Baix Maresme). En siete años, de 1977 a 1984, estas construcciones incrementaron su extensión de unas 20 a casi 50 ha en el ámbito cartografiado (cuadro 1). Es el momento en que casi todos los productores, de forma mimética (como ya sucediera con la introducción del clavel en los años 1920), deciden dar el paso e instalar una infraestructura que, en el contexto de la época, es sin duda una decisión arriesgada. Entre otras cosas, porque los costes derivados de la inversión (incremento de los inputs –como productos fitosanitarios o de lucha contra enfermedades– o necesidad de mano de obra) no debieron ser precisamente insignificantes. A este hecho hay que añadir que la coyuntura económica mundial (y, particularmente, española) de aquel momento no resultaba demasiado favorable para grandes inversiones. Sin embargo, otras dinámicas importantes en la comarca, como la presión de la urbanización, provocaron que la intensificación productiva fuera la única posibilidad que garantizaba la viabilidad económica de la explotación. Además, la inversión en un invernadero incluso ha sido interpretada como un modo de afrontar la importante escalada inflacionista que afectaba a España en aquellos momentos[69].

 

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pm_1984

Figura 6. El Pla del Molí a caballo de los años 1970 y 1980.
Fotografía aérea superior: extensión de los invernaderos en 1977 (fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir del fotograma nº13 de la pasada 421 del vuelo de 1977). Fotografía aérea inferior: extensión de los invernaderos en 1984 (fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir del fotograma nº00916 de la pasada 396 del vuelo de 1984).

 

Más allá del conjunto de decisiones individuales, el factor que se postula como causa principal de la aparición masiva de invernaderos en el Pla del Molí fue la creación del Mercat de Flor i Planta Ornamental de Catalunya (MFPOC, de aquí en adelante). Después de una primera tentativa en 1953 (frustrada por determinados sectores locales contrarios a la iniciativa)[70], el mercado nació en 1982 y empezó a funcionar en un invernadero provisional (localizado en la fotografía de la figura 6) en 1983. Posteriormente, la recién restaurada Generalitat de Catalunya cedió una finca (la misma donde Farina inició su negocio en 1922) para la construcción de un edificio definitivo, inaugurado en 1988. Sin duda alguna, la creación del MFPOC permitió la consolidación, en el Pla del Molí, del gran centro de actividad de la flor y la planta ornamental de la comarca, de Cataluña y de todo el Estado.

Del mismo modo, es relevante que las fotografías aéreas de la figura 6 muestren la otra cara de las transformaciones territoriales registradas en esas décadas. En ellas se observan los cambios en los usos del suelo provocados por la explosión urbanística en el área metropolitana barcelonesa: a la autopista A-19 (que fragmentó la llanura de un modo irreversible) hay que añadir el importante crecimiento de los núcleos litorales, que se observa nítidamente en relación con la imagen de 1956.

 

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Figura 7. Extensión de los invernaderos en el Pla del Molí en 2011.
Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir de la ortofotografia del Institut Cartogràfic de Catalunya a escala 1:25.000.

 

Finalmente, la figura 7 muestra que el gran incremento de invernaderos observado entre los años 1970 y 1980 se ha mantenido, e incluso se ha sobrepasado. De este modo, actualmente se han superado las 80 ha de cultivos bajo cubierta; una cifra que representa la mayor parte del territorio cultivado. En este sentido, no hay que perder de vista que el ámbito de estudio ha seguido experimentando una reducción gradual de superficie agraria por sus márgenes, a causa de la urbanización de muchos sectores (como puede apreciarse en la sucesión de fotografías aéreas). Del mismo modo, la figura permite identificar también la extensión actual de las instalaciones del MFPOC, después de la citada ampliación. Los datos relativos a la superficie ocupada (cuadro 1) ponen de manifiesto que, desde una visión de conjunto, el crecimiento del número de invernaderos debe ser calificado de exponencial.

 

Cuadro 1.
Evolución de la superficie ocupada por los invernaderos en el Pla del Molí

Año

Superficie (en has)

% sobre la superficie
total (476 ha)

Índice de incremento
(1977-2011) (1977=100)

1956

0

0

-

1977

20,2

4,3

100

1984

48,9

10,3

242

2011

83,7

17,6

414

Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir de las fotografías aéreas de las figuras 5, 6 y 7.

 

En cuanto a la etapa más reciente, los cambios acaecidos tienen que ver con un fenómeno que, más que en las fotografías aéreas, ha de ser observado in situ. El contenido de la tabla del cuadro 2 muestra cómo, durante el último lustro, la reducción drástica del cultivo de flor “cortada” ha venido acompañada de un incremento simultáneo de la superficie dedicada a la planta ornamental. Esta sustitución, que ha tenido lugar en los cuatro municipios del ámbito de estudio, es clave para comprender la excepción que representa la supervivencia de este paisaje agrario en el contexto metropolitano de hoy.

 

Cuadro 2.
Distribución municipal de la superficie (en has) dedicada a flores y a planta ornamental, en 2005 y en 2010

 

Premià de Dalt

Premià de Mar

Vilassar de Dalt

Vilassar de Mar

 

2005

2010

2005

2010

2005

2010

2005

2010

Flor

9

1

6

0

10

3

56

17

Planta ornamental

22

17,5

10

2,3

20

26

41

75

Fuente: Elaboración de Alexis Sancho a partir de los datos facilitados por el Departamento de Estadística del Departament d'Agricultura, Ramaderia, Pesca, Alimentació i Medi Natural de la Generalitat de Catalunya.

 

Según los productores consultados, tal cuestión se explica, en gran medida, mediante argumentos relacionados con la actividad logística: en concreto, a partir de la diferencia entre el volumen ocupado por el producto y su coste de transporte. En este caso, el cociente resulta muy rentable en relación con la flor “cortada” y, en cambio, es difícilmente asumible para la planta ornamental. Si se aplica dicho cociente a nuestro caso, se obtiene que, en las condiciones actuales, es más ventajoso comprar flor procedente de otros continentes que producirla en el Maresme. Por contra, las necesidades de espacio de una planta (que necesita tierra y, por tanto, un soporte estable y una posición vertical) son el factor que determina que deba cultivarse lo más cerca posible de los mercados de venta final (en nuestro caso, en los invernaderos del Pla del Molí) para que los desplazamientos no supongan el deterioro del producto ni den lugar a un precio demasiado elevado.

Sin embargo, este factor no es suficiente para explicar las dificultades actuales del negocio de la floricultura en el Pla del Molí. Además, debemos tener en cuenta que las diferencias entre ambas modalidades de cultivo se extienden a otros dos aspectos trascendentales, íntimamente ligados entre sí: los canales de venta y la organización cooperativa. Por un lado, observamos que la institución comercial por excelencia, el MFPOC, se ha ido progresivamente convirtiendo en un punto de encuentro presencial entre vendedores y compradores, y se ha renunciado, de esta manera, a las demás formas de venta (por subasta y por intermediación) que inicialmente también estaban presentes en el mercado[71]. Aunque este modelo de venta exclusiva en parada es el que, en última instancia, los productores han decidido llevar a cabo –de hecho, responde a la reivindicación histórica y es el motivo último de la creación del mercado–, lo cierto es que el declive de los últimos años ha hecho que algunos actores se planteen si realmente se trata de la mejor estrategia comercial posible[72].

Estas críticas nos llevan a prestar atención a un caso concreto cuyas particularidades dan solidez a sus argumentos. Nos referimos a la cooperativa “Corma SCCL”, que agrupa a 35 productores de planta ornamental (la mayoría en el Pla del Molí; lugar donde también está situada la sede de la propia cooperativa) y que, pese al retroceso experimentado en los últimos cuatro años[73], continúa siendo la primera entidad en producción y comercialización de planta ornamental a nivel estatal. El éxito empresarial de Corma, que fue fundada en 1980 como cooperativa de primer grado, pone sobre la mesa el debate sobre las formas de cooperativismo agrario en este sector; un hecho que en absoluto supone una novedad en la historia agraria de la comarca[74]. Al contrario que otras pequeñas cooperativas todavía existentes en el Pla del Molí, Corma no solo se encarga de garantizar suministros a los productores, sino que canaliza toda su producción para su venta unitaria (preferentemente en el mercado estatal)[75]. Curiosamente, las pequeñas cooperativas de suministros suelen ser las predilectas de los productores de flor “cortada”, la mayoría de los cuales optan por dar una salida comercial individual a su producción (mediante la venta desde su(s) parada(s) en el MFPOC). Corma, en cambio, realiza la mayor parte de sus ventas por métodos no presenciales (especialmente la vía telefónica) y, si opta por la vía presencial, normalmente antepone la venta en sus instalaciones a los puestos que posee en el MFPOC[76].


Sobre la “ausencia de identidad” del paisaje actual

De forma paralela al crecimiento de los invernaderos han surgido determinadas opiniones que ponen en cuestión que lo que se realiza en el Pla del Molí sea actividad agraria. De lo expuesto hasta este punto se concluye, sin embargo, que, pese a la existencia de negocios dedicados exclusivamente a la compraventa, la gran mayoría de explotaciones siguen acogiendo cultivos (y, por consiguiente, tienen un carácter agrícola). Sea como fuere, la “sospecha” está constantemente presente en algunas visiones, algunas de las cuales influyen de un modo determinante en asuntos como el planeamiento urbanístico y territorial. Como resultado de ello, parece haberse instalado, en muchos estratos sociales, la sensación de que en este territorio ya no se realiza ninguna actividad agraria. Dicha sensación parece transmitirse al analizar algunos de los elementos que configuran la imagen social del paisaje de este ámbito, y nos hace llegar a la conclusión de que éste adolece, en cierto modo, de un problema de identidad.


Un reconocimiento social e institucional del paisaje agrario insuficiente

Una perspectiva global (en términos temporales y espaciales) de la situación jurídica de nuestro ámbito de estudio desde el punto de vista de la ordenación territorial nos lleva a constatar lo apuntado al inicio del artículo: que, a pesar de su trascendencia histórica, económica y social, la floricultura bajo cubierta en el Baix Maresme ha sido una víctima del proceso de crecimiento de Barcelona y de su área de influencia[77]. Un repaso de los instrumentos de planeamiento, tanto a nivel estrictamente urbanístico como territorial, permite identificar una historia que arranca con los primeros planes urbanísticos de la democracia, que datan de mediados de la década de 1980[78]. En su origen, dichos instrumentos solían ser muy poco restrictivos con la urbanización, y van perfeccionándose lentamente, a medida que se consolida la práctica del planeamiento urbanístico en España. Al respecto, existen interesantes testimonios que muestran cómo estos primeros planes fueron criticados por los agricultores locales (especialmente en Vilassar de Mar)[79].

Por otra parte, la presencia masiva de invernaderos en este terreno ha despertado los recelos de algunos sectores de profesionales encargados de redactar los instrumentos de planeamiento. En general, parece que cuesta admitir que un invernadero sea una construcción de carácter agrícola y, por ende, un elemento más del paisaje agrario. Sin duda, su impacto visual ha provocado que las áreas donde domina la cobertura de plástico se hayan asociado más a actividades periurbanas de difícil clasificación que a lo que realmente son. Una muestra significativa de ello es el tratamiento que realizó el equipo redactor del Pla Territorial Metropolità de Barcelona (PTMB)[80] sobre esta cuestión. En un informe previo, asociaba explícitamente estas construcciones a “ocupaciones periurbanas” (equiparándolas a infraestructuras tan alejadas del mundo agrario como los campos de golf, las canteras o el propio aeropuerto de El Prat)[81]. Lo más curioso es que, en la categoría de “espacios agrarios”, sí se incluía la floricultura, pero solo aquella que se desarrollaba exclusivamente al aire libre. Se puede alegar que a esta percepción tan negativa ha contribuido mucho el propio desarrollo de los invernaderos, espontáneo y anárquico. Incluso hay estudios locales que se hacen eco del hecho que la aparición de invernaderos en el Maresme ha sido calificada de “auténtico barraquismo”[82]. En cualquier caso, esta “ausencia de orden” –que es formalmente evidente y representa un problema no resuelto– no puede ser utilizada para negar la realidad intrínseca de estos espacios.

Con independencia de la consideración anterior, la realidad actual muestra que esta negación convive con el reconocimiento, a nivel oficial, del estatus de territorio agrario para el Pla del Molí. Actualmente, los planes urbanísticos y territoriales que afectan directamente a dicho ámbito zonifican este territorio como una pieza más del mosaico de espacios libres (y, específicamente, de suelo agrario) de la región metropolitana de Barcelona. Los planes urbanísticos municipales de Vilassar de Mar, Vilassar de Dalt y Premià de Dalt clasifican estos ámbitos dentro de la categoría de suelo no urbanizable (SNU), aunque con diferencias de matiz que pueden llegar a ser significativas: mientras que en los dos primeros municipios aparece la calificación de SNU “rústico”, el sector perteneciente a Premià de Dalt es calificado como SNU “protegido”[83]. A este reconocimiento a escala estrictamente local, hay que sumar el refuerzo reciente –y, por consiguiente, sin prácticamente impacto a día de hoy– de dos instrumentos de naturaleza supramunicipal de los últimos años: el Pla Director Urbanístic del Sistema Costaner (PDUSC)[84], aprobado en 2004, y el mencionado PTMB, aprobado en mayo de 2010. Sea como fuere, este segundo instrumento vuelve a sembrar dudas sobre la cuestión, al dejar en una situación ambigua a los invernaderos, que no son citados cuando se establecen las normas relativas a las edificaciones que pueden ser construidas en los sectores clasificados como “espacios abiertos”[85].

Ya fuera de la planificación vinculante, vale la pena mencionar el plan estratégico “Maresme 2015”, fruto del trabajo de una plataforma que busca identificar los asuntos clave de la comarca y las estrategias de gestión, y fomentar un debate amplio sobre el futuro de este territorio. Los contenidos de la página web del plan son muy diversos y heterogéneos, tanto a nivel temático como de puntos de vista. En relación al asunto que nos ocupa, la cuestión relativa a los espacios agrarios queda siempre relegada a un elemento más dentro del análisis de la estructura económica, o bien de los problemas de índole medioambiental. En cualquier caso, la documentación disponible nos permite evaluar el resultado de algunos debates celebrados en el seno de esta iniciativa; debates en los cuales aparecen algunos resultados en forma de enunciados que afectan directamente a la ordenación de las actividades agrarias[86]. En este sentido, uno de los documentos más significativos pertenece a un debate celebrado en 2006, en el cual un conjunto de expertos apostillaba que, para 2015, la actividad agrícola intensiva bajo plástico del Pla del Molí se habría desplazado al sector septentrional de la comarca, y habría asumido la consecución de objetivos vinculados con la agricultura de calidad y de proximidad[87].

Este apartado se completa con algunas reflexiones relativas al plano social (es decir, alusivas a la actividad de aquellos sectores más alejados del mundo institucional). En la mayoría de los municipios de la comarca, la vida asociativa, muy implicada en los llamados “conflictos territoriales”[88], goza de un peso importante. En dichos conflictos, uno de los focos de la crítica tiene que ver con los procesos de desaparición de espacios agrarios periurbanos[89]. En nuestro caso de estudio, sin embargo, no resulta sencillo esclarecer si los actores existentes ofrecen propuestas alternativas claras para la cuestión agraria y, específicamente, para la floricultura y la ordenación de los paisajes bajo plástico. El ejemplo más claro en este sentido lo constituye la coordinadora “Preservem el Maresme”[90], una agrupación que canaliza las reivindicaciones de 87 entidades de la comarca con el objetivo de oponerse al modelo vigente de gestión de infraestructuras de comunicación, y de generar alternativas futuras en ese sentido. En relación con la agricultura intensiva, las posturas de estas entidades suelen ser muy diversas, dependiendo del interlocutor con quien se trate. Si bien es cierto que existen opiniones que denuncian que los invernaderos también están siendo víctimas del proceso de desaparición de los espacios agrarios[91], tenemos dudas sobre si pueden ser consideradas como una posición colectiva. Algunos modos de expresar las reivindicaciones de este movimiento[92] nos inclinan a pensar que, en realidad, domina en él cierto tipo de actitud melancólica, que echa de menos una agricultura un tanto idealizada, de viñedos y campos de cereal más que de explotaciones intensivas. Ello coinciría con la visión de algunas voces autorizadas en la comarca[93]. En cualquier caso, se trata de un aspecto que merecería ser investigado con mayor detalle.


Un paisaje progresivamente invisible en las representaciones culturales

El territorio agrario del Baix Maresme también ha sufrido una importante metamorfosis a nivel simbólico: en concreto, la significación de los discursos creadores de paisaje ha cambiado, sobre todo a lo largo del último siglo, de forma drástica. Dicho cambio se ha producido de un modo paralelo a dos procesos: por un lado, la urbanización y los cambios de estilo de vida registrados; por el otro, la propia mutación de la actividad agraria (que ya ha sido descrita en profundidad en los epígrafes precedentes). Concretamente, se observa que los discursos creadores de la imagen de este territorio han ido progresivamente dejando de lado la presencia de las actividades agrícolas intensivas, hasta el punto que, en algunos casos, se han ignorado por completo. De un modo especial, esta tendencia ha coincidido con la aparición de los invernaderos.

De acuerdo con su importante tradición agrícola, el Maresme ha sido un territorio observado, descrito y, por lo tanto, connotado por numerosas miradas que tendían a ensalzarlo como un vergel agrícola. Las primeras nos trasladan de lleno a los siglos XVIII y XIX, con narraciones que subrayan la feracidad de la llanura de “la Maresma” (nombre usual antes de la normalización del topónimo): desde las descripciones de viajeros ilustrados (Arthur Young, Francisco de Zamora) hasta las aportaciones de personajes vinculados al poder político (Pascual Madoz). También existen testimonios directos de dos representantes del renacer intelectual y político catalán de finales del siglo XIX. Tanto Víctor Balaguer como Mossèn Cinto Verdaguer contribuyeron, a través de sus narraciones, a la artealización in visu del paisaje del Maresme. Del segundo destacamos las visiones que expone durante una excursión, en 1901, al santuario de la Mare de Déu de la Cisa (en el término municipal de Premià de Dalt)[94]; visiones que dejan entrever una escasa atención hacia el paisaje agrario en detrimento de todo lo que tiene que ver con el mar. En cambio, en las narraciones de Balaguer sí se aprecian observaciones acerca de los elementos constitutivos de la agricultura del llano[95]. Ya en el siglo XX, escritores como Salvador Espriu y Luis Goytisolo contribuyeron, también, a construir la “imagen agraria” del paisaje de la comarca[96].

La metamorfosis más reciente del paisaje agrario del Maresme, con la urbanización como actividad de mayor impacto, no ha pasado desapercibida en la literatura, ya sea a escala local o general. Quizá la mejor muestra de ello sean las descripciones de Josep Pla sobre la llanura del Maresme en su Viaje en autobús. En esta obra, Pla contrapone, en dos pasajes sucesivos, una reflexión emocionada de la llanura agrícola y de sus protagonistas, los payeses…

“…qué no produce en grandes cantidades la Maresma? La tierra está admirablemente cultivada. ¡Qué gusto da formar parte de un país en que la gente sabe cultivar la tierra! El regadío –admirable obra del individualismo– es perfecto. Al atardecer, andando por estos huertos se oye el glu-glu voluptuoso del agua que la tierra aspira. ¡Y qué admirable diligencia!”[97]

…con el destino que, ya en los años 1940, este escritor auguraba de forma asombrosamente precisa para este paisaje:

“Esta Maresma, tan bella, dulce y fértil, tiene, a mi entender, un solo defecto: el de ser prácticamente un suburbio de una inmensa ciudad. (…) Estos pueblos han perdido el carácter. Debieron tenerlo cuando eran pueblos de marineros y pescadores. Ahora, su uniformidad suburbial es absoluta. Están condenados, en su incesante crecimiento, a parecerse cada día más a Badalona.”[98]

Los autores locales han descrito de manera igualmente perseverante estos cambios; en algunos casos, el lamento se convierte en dura crítica. Son muy ilustrativas las reflexiones personales de Xavier Mas i Gibert, cargadas de resignación[99]; o las impresiones de Lluís Soldevila tras su ascenso a la Cisa, precisamente para conmemorar el centenario de la anteriormente citada excursión de Verdaguer. En ella llama la atención cómo los invernaderos parecen hacerse invisibles… o, quizás, son considerados implícitamente como un elemento más de las “barreras (...) que nos alejan del mar y de la montaña en estado natural”… 

“Fosqueja i emprenc el camí de tornada. He passat per Vilassar de Dalt i de Mar. Per tot, escampadisses de cases, conglomerats de blocs. En definitiva, penso estar immers en un dels ravals de la Barcelona suburbial del s. XXI. Els tentacles de la gran metròpoli ho engoleixen tot sense aturall. I, és clar, corrues de cotxes pertot, remor de motors amb insistència aclaparadora. Barreres de tot tipus que ens allunyen del mar i la muntanya en estat natural. Tot està civilitzat, urbanitzat, arbitrat. Potser d’aquí a poc temps, més que parlar del Maresme, ho haurem de fer de l’Urbaresme [sic].

(...) Som cada vegada més una comunitat despersonalitzada i desconnectada entre nosaltres, incomunicada. Al capdavall, en cent anys ens hem «suïcidat» com ni remotament havien fet els nostres avantpassats des dels primers ibers que s’instal·laren als faldars de Cabrera”.[100]

Esta tendencia a ignorar la presencia de los invernaderos en la construcción discursiva de los paisajes actuales parece una norma de la cual se escapan muy pocas excepciones. Solamente encontramos alusiones a estas construcciones en algunas obras de la literatura local, como en algunos pasajes de “Pòquer d’avis”, un cuento en que el autor de Vilassar Francesc Xavier Ramon i Pera retrata las peripecias de la sociedad local durante la Guerra Civil, la posguerra y los años 1950. Pese a la fugacidad de las conversaciones, se intuye el papel que estos elementos estaban jugando en la transformación agraria (y, por lo tanto, social) de la comarca. El primer extracto sitúa la acción en 1954…

“– I de l’hivernacle, què? Si volem fer clavellines, necessitarem l’hivernacle. És a dir, si volem fer flor de qualitat.

L’avi es va aixecar, va apagar el cigarret al cendrer, va posar-se la mà a l’espatlla fent una ganyota de dolor, va tornar a agafar el Correo Catalán i va deixar-se caure al sofà.

– L’hivernacle el farem l’any que ve. Tampoc s’ha de córrer tant.”[101]

… mientras que el segundo hace lo propio en 1959:

“– I tu què, eh? I tu què? Tu de quina manera vas fer els calés? No, no cal que diguis res, que tothom ho sap, que durant la guerra et vas enriquir amb la fam dels teus veïns. (…) I és clar, vas comprar les quarteres del “Moreno”, les quarteres d’en Peratallada, el tros de Can Riubó; vas construir hivernacles.”[102]

Más allá de la presencia y el tratamiento de estas construcciones de plástico en la literatura, la floricultura actual, que ya hemos descrito como una actividad agrícola con un potencial económico remarcable, tampoco ha conseguido erigirse como un elemento clave con transcendencia paisajística a nivel social. A través del análisis de la bibliografía, del trabajo de campo en el ámbito de estudio y de las conversaciones con algunos actores locales, deducimos que, en realidad, la floricultura parece estar siendo víctima de la desvinculación de la población local con el paisaje agrario. De este modo, en este sector la agricultura está fosilizándose en el paisaje actual, sin adquirir por lo general ninguna relevancia colectiva e, incluso, banalizándose. La agricultura se convierte así en un mero elemento patrimonial, de carácter puntual, conservado de forma deficiente y descontextualizada (figura 8, fotografía derecha). Excepcionalmente, puede encontrarse bien integrada en el entorno actual pero resultar invisible para el público en general (figura 8, fotografía izquierda). Ni siquiera el arte pictórico, tradicionalmente sensible a la escenografía agrícola (nosotros mismos hemos contemplado escenas de la huerta del Pla del Molí en colecciones privadas), parece salvarse: al menos es lo que deducimos de nuestra visita a una conocida asociación de artistas locales en Vilassar de Mar[103].

 

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Figura 8. Elementos supervivientes del paisaje agrario tradicional.
Fotografía izquierda: una típica barraca de vinya que se conserva en su lugar original, dentro de las instalaciones de “Corma” (fuente: Elaboración de Alexis Sancho, mayo de 2011). Fotografía derecha: un vogi conservado en el término municipal de Premià de Dalt, que ha pasado a formar parte del mobiliario urbano, pero sin ningún reconocimiento explícito y en un estado de conservación deficiente (fuente: Elaboración de Alexis Sancho, mayo de 2011).

 

Por todo ello, creemos que, hoy por hoy, la simbolización, a nivel institucional, de las flores como uno de los referentes de la identidad de municipios como Vilassar de Mar o Premià de Dalt (figura 9) se acerca más a la “fosilización” aludida que no a su reconocimiento como un activo de la población y de su paisaje. Este cambio de concepción, que a simple vista podría interpretarse como algo secundario, define en la práctica todo un estado de cosas: una situación que debería superarse, cara al futuro, si lo que se pretende es vincular una actividad productiva al paisaje actual. En esta línea hay que destacar, una vez más, al municipio de Vilassar de Mar, que históricamente ha sido el más vinculado a la floricultura, y que celebra con carácter bienal su fiesta “Vilassar, un mar de flors”, con motivo de la cual se adornan las calles del casco urbano con mosaicos florales. Precisamente este municipio, junto con Premià de Dalt, ha decidido sumarse a una iniciativa innovadora, el concurso “Viles Florides”, promovido por la Confederació d’Horticultura Ornamental de Catalunya (cuya sede se sitúa en el propio MFPOC) y patrocinado por la Generalitat de Catalunya. Esta convocatoria, que persigue crear un sello de calidad para premiar a aquellos municipios que apuesten por unos espacios verdes de calidad, podría representar un cambio de tendencia; sin embargo, solo el tiempo dirá si puede constituir el impulso que permita ir más allá de la coyuntura específica del momento[104].

 

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Figura 9. ¿Simbolización de la floricultura como un elemento del pasado?
Fotografía izquierda: figuras florales que decoran una rotonda en el término municipal de Premià de Dalt. (Fuente: elaboración de Alexis Sancho, mayo de 2011). Fotografía derecha: placa en la Av. Beniamino Farina, en Vilassar de Mar (Fuente: elaboración de Alexis Sancho, mayo de 2011).

 

Discusión: ¿puede lo competitivo y lo dinámico constituir la base de un paisaje agrario?

Para abordar el interrogante final, esbozado al inicio del artículo, creemos necesario preguntarnos, en primer lugar, qué aporta a la sociedad un paisaje como el del Pla del Molí. Según nuestra opinión, su valor se proyecta más allá de su contribución a la economía comarcal, y debe ser interpretado como un ejemplo simbólico (porque es el último que queda) de los paisajes de la floricultura del Maresme. Nos parece importante, en estos momentos, tratar de suscitar un estado de conciencia colectivo que asuma los valores generales de este paisaje agrario y la necesidad de su defensa y de su promoción (sobre la base de su carácter dinámico y de su interés social). Conviene reconocer que, pese a las alteraciones visuales, la actividad de los invernaderos no ha cambiado tanto en términos de “fondo” como de “forma”. Dicho de otro modo: la construcción del paisaje rural actual del Maresme no puede basarse exclusivamente en la reproducción una imagen nostálgica, mitificada y extemporánea. Creemos que es hora de que sean reconocidos, al menos a nivel institucional, aquellos paisajes agrícolas económicamente viables, aunque desde el punto de vista estético no sean los más apreciados. Paisajes, en definitiva, como los que ejemplifican los invernaderos del Pla del Molí.

¿Cómo relativizar el argumento de que los invernaderos son un elemento “demasiado artificial” para constituir un paisaje agrario? Simplemente, acudiendo a la realidad del territorio y de su historia. Interpretar, en la práctica, un territorio rurizado (según la terminología de Cerdà)[105] y, por lo tanto, artificial[106], en la medida en que registra una convergencia entre lo natural, lo antrópico y lo agrario, puede ser un ejercicio mucho más complicado de lo que aparenta. Es más: tal ejercicio puede fácilmente inducir a equívocos e interpretaciones reduccionistas. Para mostrar cuán complejo se antoja dicho problema, detengámonos en uno de los aspectos que más controversia causa en relación a los invernaderos: el hecho de que las condiciones de crecimiento de las plantas hayan conducido al establecimiento de superficies completamente artificiales, donde la tierra ha sido reemplazada por el cemento. Partiendo del reconocimiento del cambio radical que el hecho supone, y de todas las consecuencias negativas de orden ecológico que acarrea, no es menos cierta otra circunstancia que, a priori, puede parecer alejada del problema: la historia del desarrollo agrícola del Maresme deja meridianamente claro que los fértiles suelos que permitían las producciones de patata temprana más importantes de Europa durante los años 1920 y 1930 fueron, al menos en parte, una creación humana. La bibliografía consultada a lo largo del trabajo hace referencia explícita a este proceso de fertilización inducida, de origen antrópico:

a) Por un lado, en su visión objetivista de los hechos, Llobet se apresta a afirmar que la puesta en marcha del regadío ha provocado incluso una fertilización antrópica del suelo. Según este autor, “cuando la humedad es constante debido a la facilidad de riego y cuando el abono orgánico intensivo de las tierras aumenta el humus existente, es evidente que recibe un enriquecimiento que (…) se observa a simple vista. Así se fertilizan las tierras y, si bien conservan su carácter suelto, correspondiente a la disgregación química del granito, aumenta su transformación terrosa y las tierras van siendo cada vez más feraces”[107].

b) Por otro lado, este mismo fenómeno es explicado desde una relación de proximidad y de empatía (es decir, en clave de lectura emocionada del paisaje) por Lluís Guardiola para Vilassar de Mar. Este autor relata cómo “fue necesario aportar tierra de las vertientes para poder hacer productivos los arenales que invadían el llano de Vilassar, limpiar las marismas que algunos recuerdan, todavía, próximas a la carretera general por el costado de Barcelona y que han dejado, de recuerdo, el nombre de La Mar Xica en las parcelas de aquel lugar. (…) Esta tarea gigantesca es la que ha realizado el agricultor de Vilassar para poder dominar la aspereza, aridez, esterilidad y rebeldía del campo primitivo”[108].

Si se logra una actividad moderna en los invernaderos que mantenga un equilibrio ecológico, económico y social en el territorio, el único argumento en su contra sería de orden perceptivo y, en última instancia, psicológico. Sin restar peso a este factor, una línea de trabajo que permitiera avanzar en esta dirección podría basarse en un esfuerzo colectivo por reconocer la realidad existente: un ejercicio mutuo entre productores que viven (y miran) “dentro” de los invernaderos, y el resto de actores sociales, que hacen lo propio “fuera” de ellos. Mirar qué ocurre dentro de estas estructuras sería un ejercicio de “pedagogía del territorio”[109] para todos nosotros; alejarse de su entorno inmediato y observar la mancha de plásticos desde, por ejemplo, un mirador de los que abundan en la comarca, comportaría efectos similares para los payeses (es decir, los floricultores). Este reconocimiento recíproco supondría un paso previo –pero de gran significación– para poder afrontar el reto de ordenar la actividad de los invernaderos: tanto a nivel interno (formulando y aplicando la normativa ambiental, paisajística y urbanística que venga al caso), como externo (a través del reconocimiento de la presencia, la función y la importancia de este tipo de agricultura en el continuo urbano del Baix Maresme, en pleno siglo XXI).

Concluimos el artículo con una última reflexión. Tal y como hemos tratado de mostrar a lo largo de estas páginas, la característica principal de los paisajes agrarios del Maresme es su extraordinario dinamismo, ligado a la realidad urbana barcelonesa. Esta continua capacidad de transformación ha caracterizado a todas y cada una de las modalidades de cultivo que se han practicado aquí desde mucho antes de la generalización del regadío. Este rasgo común (que se traduce en una extraordinaria capacidad de adaptación a las circunstancias del mercado en cada momento) es el verdadero hilo conductor que une a todas y cada una de las actividades que se han desarrollado en este territorio. Y ello, con independencia de la huella física y de las connotaciones de orden paisajístico que se hayan podido generar. A nuestro juicio, es precisamente este “dinamismo periurbano” el rasgo identificativo más acusado del paisaje de los cultivos bajo plástico del Baix Maresme, y el principal argumento que los diferentes sectores sociales de la comarca tienen en su mano a la hora de proponer un modelo de territorio coherente para el futuro.

 

Notas

* Este artículo se enmarca dentro del proyecto de I+D+I, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, titulado “Las unidades básicas de paisaje agrario de España: identificación, delimitación, caracterización y valoración. La España mediterránea cálida, insular y Valle del Ebro” (ref. CSO2009-12225-C05-03, IP Joan Tort Donada).

[1] Este autor desea agradecer a Inmaculada Reinoso el apoyo incondicional prestado durante la fase de trabajo de campo. Asimismo, desea expresar su gratitud a todas las personas entrevistadas y con las cuales ha establecido contacto durante el trabajo de campo; y, de un modo particular, a Alexis Serrano y Toni Lloveras.

[2] Nel·lo, 2001b y Lois, 2010.

[3] Paül y Araújo, 2012.

[4] Algunos trabajos recientes en el contexto internacional son el de Thomas y Howell (2003) para las áreas metropolitanas estadounidenses, el de Ioffe y Nefedova (2001) para Moscú, el de Barros (2005) para Buenos Aires, el de Chaléard y Charvet (2004) para París y Argel, o el de Araki (2005) para Busan (Corea del Sur) y Osaka.

[5] Paül y Tonts, 2005 y Paül, 2006.

[6] Véase, al respecto, la publicación “Salvem el Delta del Llobregat”, disponible en el siguiente enlace: http://xa.yimg.com/kq/groups/259494/666371405/name/Aturem_Eurovegas.pdf [consulta el 31 de julio de 2012].

[7] Mata, 2007 y López y Rodríguez, 2010.

[8] En el conjunto estatal, Mata (2007) estima que la urbanización ha aumentado un 35%. De esta urbanización, se estima que un 70% ha afectado a suelos agrarios (Paül y Araújo, 2012). Para el entorno metropolitano barcelonés, recomendamos las reflexiones recientes de J. Montasell sobre los resultados del censo agrario de 2009 en la Región Metropolitana de Barcelona (Montasell, 2011).

[9] Morin, 2000.

[10] Nel·lo, 2001a.

[11] Paül et al, 2006.

[12] Nos referimos a la Classificació d’Usos del Sòl de Catalunya, proporcionada por el Departament de Territori i Sostenibilitat de la Generalitat de Catalunya.

[13] Pese a no existir un consenso generalizado acerca de sus límites precisos, el Baix Maresme se asocia al sector de la comarca que comprende los municipios entre Mataró y el límite con la comarca del Barcelonès. Su carácter diferencial dentro del conjunto comarcal viene marcado por su proximidad a Barcelona, que ha determinado que los municipios del ámbito hayan adquirido un carácter claramente residencial; factor que, a su vez, ha originado el predominio de la movilidad pendular. La industria, que históricamente también ha adquirido una gran importancia en este sector, se suma a la elevadísima competencia por el suelo. Ha sido, precisamente, esta competencia la que ha causado que, en la mayor parte de los casos, la actividad agrícola haya sucumbido progresivamente ante la fulgurante “onda expansiva” de carácter urbano.

[14] Paül et al, 2006.

[15] López Ontiveros, 2003.

[16] Pérez Chacón, 2002 y Mata y Sanz, 2003.

[17] Mata, 2006.

[18] En particular, el ya mencionado artículo de Paül et al, 2006.

[19] Las fotografías se encuentran disponibles en la cartoteca de la Facultad de Geología de la Universitat de Barcelona (para mayor información, el lector interesado puede consultar el siguiente enlace: http://www.bib.ub.edu/biblioteques/geologia/cartoteca-geologia/com-cercar-els-mapes-i-les-fotos-aeries/#c5295 [consulta el 31 de julio de 2012]).

[20] El programa utilizado ha sido ArcMap (ESRI), en su versión 9.2.

[21] Este material se encuentra disponible en el sitio web del Institut Cartogràfic de Catalunya http://www.icc.cat/vissir3/.

[22] A excepción del vuelo de 1977, cuyos fotogramas tienen una escala aproximada de 1:18.000, las fotografías se encuentran a escala 1:30.000. Por su parte, las ortografías utilizadas corresponden a la serie a E 1:5.000.

[23] Se trata de Josep Montasell, ingeniero técnico agrícola (nacido en Mataró) y actual director del Parc Agrari del Baix Llobregat; Ramon Estrada, productor de flor cortada de Vilassar de Mar; Joan Ribó, gerente de la cooperativa Corma SCCL; y Ramon Badosa, exjefe de la oficina comarcal del Maresme del Departament d’Agricultura, Ramaderia, Pesca, Alimentació i Medi Natural de la Generalitat de Catalunya.

[24] Ruiz Olabuénaga, 2003.

[25] Paül, 2010.

[26] Robinson, 2004.

[27] Chaléard y Charvet, 2004.

[28] Paül y Araújo, 2012.

[29] Por ejemplo, los trabajos de Wehrwein (1942) en Nueva York, de Deffontaines (1949) en Barcelona o de Philipponneau (1956) en París.

[30] Paül y McKenzie (2011).

[31] Paül et al, 2011.

[32] Coromines, 1979-1991. El vocablo castellano pago es derivado directo de PAGUS, pero ha perdido el primitivo sentido del latín y subsiste sólo como fósil lingüístico (en la expresión “por estos pagos”, o como topónimo).

[33] El Diccionario de la lengua española de la RAE también incluye la voz payés, pero en los siguientes términos: “Campesino de Cataluña o de las Islas Baleares” (DRAE. Vigésima edición, 1984, p. 1029).

[34] Roger, 1997.

[35] García García et al. 2007.

[36] Berque (2008) desarrolla esta idea en términos de “sociedades paisajeras” y “culturas paisajísticas”.

[37] Meynier, 1959.

[38] Llobet, 1969.

[39] Martín Vide, 1992.

[40] Llobet, 1969.

[41] Llobet, 1955a y 1955b.

[42] Pomés i Vives, 1991.

[43] García Espuche, 1998.

[44] Llobet, 1955b.

[45] Montasell, 1991.

[46] Pomés i Vives, 1991, y Vila, 1962.

[47] Giménez i Molina, 1997, y Parcerisas, 2010.

[48] Llobet, 1969.

[49] Agradecemos, en este sentido, las explicaciones de Pepeta Serra, más conocida como “la Pepeta del Molí”, personaje muy popular en la comarca (Vilà, 2004).

[50] La denominación “Pla de Vilassar” aparece documentada en un conocido mapa catastral de 1777 (Samon, 2004).

[51] Cuando hablamos de “término histórico de Vilassar” aludimos a la circunscripción unitaria que englobó, hasta finales del siglo XVIII, los términos actuales de Vilassar de Dalt y de Vilassar de Mar, bajo el nombre único de Vilassar. Su segregación formal, en 1785, motivó la aparición de un nombre diferenciado para cada uno de los núcleos, el del interior (de Dalt) y el adyacente a la costa, primitivo barrio de pescadores (de Mar).

[52] Guardiola, 1955.

[53] En el caso del Llano de Barcelona, sin embargo, la estructura reticular procede de una centuriación romana (Paül & Tort, 2009).

[54] Concretamente, calculaba que, a mediados del siglo XX, se daba una media de 23,5 casas por cada 100 ha en el término de Premià de Mar, y de 20,8 en el de Vilassar de Mar (Llobet, 1955b, p. 277).

[55] “Simplificando mucho, arquitectónicamente las sénies se podrían definir como edificios robustos de planta y primer piso, generalmente con puerta central y dos cuerpos laterales que raramente poseen balcón y que a menudo se coronan con una cornisa. (…) Esta tipología proliferó a medida que el campo se electrificaba. (…) Cada sénia tenía su pozo, que llenaba la balsa y que servía para colmatar de agua las zanjas excavadas en la tierra e inundar toda la finca” (VV.AA., 2007, p. 604-605). Traducción propia.

[56] Llobet, 1955b.

[57] En contraste con la heterogeneidad que ha presentado históricamente el territorio del Maresme en este aspecto, Llobet (1955b) observa que la tendencia generalizada en los municipios litorales que disponen de tierras en la llanura y que existen jurídicamente desde el s.XVIII (como Premià y Vilassar de Mar), la propiedad siempre ha estado atomizada y con un número importante de propietarios. El mismo autor ponía de manifiesto que, en el Vilassar de Mar de los años 1950, el 80% de la propiedad estaba en manos de los propios payeses (Llobet, 1955b, p. 265).

[58] Llobet, 1955a.

[59] VA.AA., 2007.

[60] Guardiola (1955, p. 394) comenta que “en Vilassar, [hay] tantas perforaciones como huertas o regadíos hay en su término”. Traducción propia.

[61] Lleonart et al, 1981, p. 51. Traducción propia.

[62] Se trata de flor destinada a corte, denominada de este modo en el gremio de floricultores.

[63] Lleonart et al, 1981.

[64] Acebillo y Folch, 2000; Martínez y Murillo, 2003.

[65] Tobaruela y Tort, 2002. En todo caso, hay que tener en cuenta las importantes servidumbres que se asociaban a este cultivo; servidumbres que obligaban a establecer prolongados periodos de barbecho, durante los cuales se plantaban numerosas variedades de plantas de huerta (Llobet, 1955b).

[66] VA.AA., 2007.

[67] Lleonart et al., 1981.

[68] Serrano Méndez, 2010.

[69] Lleonart, 1981.

[70] Serrano Méndez, 2010.

[71] La sala de subastas del mercado se encuentra normalmente cerrada y no se utiliza. Respecto a la modalidad por intermediación, toda la actividad ha acabado por desvincularse del mercado, desplazando su centro de operaciones al municipio de Cabrera de Mar, después de unos primeros años conflictivos. Toda esta información la hemos obtenido a través de las entrevistas realizadas.

[72] En una entrevista concedida para el rotativo que publica el MFPOC, “La Gaseta”, el propio Ramon Badosa afirmaba que “el actual sistema de venta por parada lo deja [al mercado] fuera del proceso comercial. Es poco comprensible que haya vendedores horas y horas esperando pacientemente a los compradores, que no vienen. (…) Sería necesario (…) actuar de acuerdo con los intereses de los compradores” (Mercat de Flor i Planta Ornamental de Catalunya, 2011, p. 7). Traducción propia. Opiniones en la misma línea fueron expuestas por los productores entrevistados.

[73] Según los datos que nos han sido facilitados en el propio centro, el volumen total de ventas de esta cooperativa ha ido incrementándose ininterrumpidamente desde 1981 hasta 2007, aunque las últimas cuatro campañas han hecho retroceder la facturación a niveles de 2004. Especialmente negativa fue la de 2008, en la que coincidió un importante episodio de sequía en Cataluña con el inicio de la crisis financiera y económica en España y en Europa.

[74] La cuestión ya se situaba en el centro de los debates durante la etapa del cultivo de la patata temprana, tal y como aclara Pomés i Vives (1991). Este autor afirma que, en determinados momentos, este cooperativismo “se parece más a un cooperativismo patronal que a uno obrero, que siempre tiene mayor interés por ofrecer a sus socios el mayor número de servicios posible” (Pomés i Vives, 1991, p. 68) [traducción propia]. En cierta medida, se pueden trazar paralelismos con la situación de las últimas décadas, marcada por la presencia de pequeñas cooperativas de suministros, herederas de las existentes a principios de siglo. El caso más ilustrativo es el de la denominada Cooperativa Agrícola de Vilassar de Mar (el popularmente conocido como “Sindicat”, constituido en 1918 –Novell y Portillo, 1998).

[75] Los datos de la temporada de 2010 muestran que esta cooperativa realizó el 37% de sus ventas en Cataluña, el 43% en el resto de España, y solo el 20% lo dedicó a la exportación (que prácticamente se dirige, en su totalidad, a Francia).

[76] En 2010, el 57% de las ventas de Corma se realizaron a los denominados garden centers, muy por encima de los mayoristas y de los negocios minoristas de floristería y de jardinería.

[77] VV.AA., 1980.

[78] Cabe destacar, sin embargo, que el primer plan de ordenación territorial de la zona se remonta a la década de 1960: se trata del “Plan general de ordenación del sector meridional de la comarca del Maresme” (Delegación Provincial del Ministerio de la Vivienda, s.f.), aprobado el 4 de abril de 1963.

[79] Novell y Portillo, 1998.

[80] Este plan se deriva de la ley de política territorial de 1983 y se inicia a partir de las leyes metropolitanas de 1987. Su ámbito se fija de forma definitiva en la ley que aprueba el Pla Terrritorial General de Catalunya, en 1995. En lo fundamental, este plan se encarga de ordenar el territorio metropolitano del ámbito de Barcelona, actualmente con una población de más de cinco millones de habitantes. Desde finales de la década de 1980 y hasta 1999 un equipo redactor dirigido por Albert Serratosa trabajó en su elaboración (Tort & Català, 2011). A pesar de que existía una versión ultimada por aquellas fechas, no llegó a aprobarse y el equipo redactor fue destituido en la última legislatura de gobierno de Jordi Pujol. Durante las dos legislaturas del gobierno tripartito conformado a finales de 2003 se elaboró, partiendo teóricamente de cero, el plan. Después de numerosas vicisitudes, el PTMB ha sido finalmente aprobado, en un documento que omite el trabajo previo y parte de presupuestos y análisis propios, en abril de 2010.

[81] Equip Redactor del Pla Territorial Metropolità de Barcelona, 1999.

[82] Novell y Portillo, 1998, p. 83.

[83] En concreto, la Memoria Descriptiva y Justificativa del POUM de Premià de Dalt identifica el sector del sureste del TM como suelo agrícola y lo define como “un territorio unitario y compacto que se extiende (…) en un continuo de apoyo a la actividad agraria intensiva tanto desde el punto de vista histórico como en la evolución actual de la agricultura avanzada.” (fuente: http://ptop.gencat.cat/rpucportal/AppJava/cercaExpedient.do?reqCode=veureDocument&codintExp= 205525&fromPage=  [consultado el 29/07/2011]).Traducción propia.

[84] Como todos los planes directores urbanísticos (PDU) en Cataluña, este plan tiene como objetivo fijar unos criterios normativos que vayan más allá de las disposiciones que cada municipio aplica de forma individual y que permitan una ordenación coherente con la continuidad física del territorio. En concreto, el PDUSC clasifica la franja costera, en una amplitud de 500 m, como SNU “costero” (en tres categorías distintas, según el grado de protección). Se trata de un instrumento que busca proteger los espacios no urbanizados que aún existen en este territorio, que suelen tener ciertas características que los hacen especialmente vulnerables (desde el punto de vista ecológico y territorial).

[85] El artículo 2.11 de las Normas de ordenación territorial y Directivas del paisaje distingue tres tipos de intervenciones, en función de sus objetivos y de sus efectos en el entorno: las que aportan calidad y valor añadido al medio natural, agrario y paisajístico; las que no aportan dichos elementos; y las que son de interés público (de acuerdo con la legislación vigente). De la lectura del contenido de cada una de las tres categorías no queda claro en cuál de ellas encaja mejor un invernadero, aunque, ciertamente, las tipologías y funcionalidades de estos elementos pueden llegar a ser muy heterogéneas.

[86] Es el caso del “debate sobre objetivos y proyectos estratégicos de calidad territorial en el Maresme”, celebrado el 1 de marzo de 2007. En el acta de dicho debate aparecen enunciados relativos a la ordenación de la actividad agraria en la comarca. En concreto, se expone que es necesario “consolidar y ordenar la actividad agraria” mediante la creación de parques agrarios “abiertos a toda la ciudadanía, que tanto payeses como no payeses vivan como un patrimonio ciudadano estructurador del territorio y clave para mantener su calidad de vida”. Asimismo, se afirma que, dada la heterogeneidad de prácticas agrícolas de la comarca, la apuesta debe encaminarse a “un modelo mixto con Planes Especiales que ordenen la superficie agraria y una normativa que fije la tipología y la densidad de los invernaderos”. Finalmente, el documento reconoce que “la propiedad del suelo es clave para permitir la continuidad de la actividad agraria”, pero que, pese a ello, “es impensable un programa de adquisición de suelo que compre todos los suelos agrarios que no pertenezcan a agricultores”. Concluye, pues, que “es necesaria una planificación supramunicipal del SNU comarcal con valor agrario y conector” (fuente: http://www.maresme2015.net/documents/m2015_conclusions_de_mediambient.pdf [consulta 10/08/2011]). Traducción propia.

[87] Fuente: http://www.maresme2015.net/documents/M2015_notesreunio_dsambient.pdf [consulta el 10/08/2011]. En relación con este hecho, existen casos de productores que han desplazado su actividad al norte de la comarca. El más significativo es el del empresario J. Aldrufeu, que en 1978 se trasladó al municipio de Palafolls para seguir desarrollando el negocio de la planta de geranio (fuente: http://www.maresme2015.net/entrevistes/e_joanaldrufeu.htm [consulta 28/07/2011]).

[88] Nel·lo, 2003.

[89] Paül, 2007.

[90] http://www.coordinadoramaresme.cat/index.html [consulta 17/07/2012].

[91] Dichas opiniones aparecen entre los entrevistados con motivo de la tesis doctoral de Paül (2006).

[92] Como por ejemplo la canción “Tot això eren vinyes”, disponible en el misma página web de la Coordinadora (http://www.coordinadoramaresme.cat/Totaixoerenvinyes.pdf [consulta el 16/08/2011]). De la letra de dicha canción se desprende una crítica feroz a la urbanización dispersa, que comporta la desaparición de un paisaje que, no obstante, no incluye la agricultura intensiva y, ni mucho menos, los invernaderos.

[93] Nos referimos al empresario Jaume Boter de Palau que, en una entrevista realizada en 2001, expresaba  que “siempre se ha reivindicado más la agricultura tradicional que la agricultura concebida como una actividad empresarial” (Tobaruela y Tort, 2002, p. 34). Traducción propia.

[94] Llanas y Soldevila, 2002.

[95] Hay que tener en cuenta que unas observaciones similares ya fueron hechas durante los años 30 del pasado siglo por el geógrafo Pau Vila (Vila, 1962).

[96] Tobaruela y Tort, 2002. Tort, 2010.

[97] Pla, 2006[1942]: 141.

[98] Pla, 2006[1942]: 142.

[99] Mas i Gibert, 1998.

[100] Llanas y Soldevila, 2002, p. 118-119.

[101] Ramon i Pera, 2001, p. 41.

[102] Ramon i Pera, 2001, p. 55.

[103] Se trata de la Agrupació d’Artistes i Amics de les Arts de Vilassar de Mar, más conocida como “Vilassart” (http://vilassart.blogspot.co.at/). Los responsables que encontramos durante nuestra visita a la sede de la asociación, en julio de 2011, nos comentaron que no tenían constancia de ninguna obra local en la que aparecieran hivernaderos.

[104] El concurso se ha creado el 2011 y, a fecha de julio de 2012, hasta 17 municipios han confirmado su participación (fuente: http://www.vilesflorides.cat/_/PARTICIPANTS.html [consulta el 09/07/2012]).

[105] Soria y Puig, 1999.

[106] Soria y Puig, 1989.

[107] Llobet, 1955a, p. 68.

[108] Guardiola, 1955, p. 396. Traducción propia.

[109] Tort, 2004.

 

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© Copyright Alexis Sancho Reinoso, Valerià Paül i Carril y Joan Tort i Donada, 2013. 
© Copyright Scripta Nova, 2013.

 

Edición electrónica del texto realizada por Jenniffer Thiers.

 

Ficha bibliográfica:

SANCHO REINOSO, Alexis; Valerià PAÜL I CARRIL; Joan TORT I DONADA. Paisajes agrarios en conflicto. El caso de la floricultura en el Baix Maresme (Barcelona). Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 10 de mayo de 2013, vol. XVII, nº 438. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-438.htm>. [ISSN: 1138-9788].

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