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SOPORTE TERRITORIAL E IDENTIDAD URBANA: EL CASO DE LA COMARCA DE LA RÍA DE BILBAO
Elías Mas Serra
Doctor en Economía Aplicada por
la Universidad del País Vasco
Arquitecto, Director del Gabinete de
Arquitectura del Ayuntamiento de Bilbao (1991-2005)
eliasmas.serra@hotmail.com
Soporte territorial e identidad urbana: el caso de la Ría de Bilbao (Resumen)
La ciudad se asienta y forma parte de un determinado soporte territorial. La realidad física de este hecho establece una serie de relaciones de identidad vinculadas al paisaje y a la imagen urbana o territorial[1]. El seguimiento del proceso de transformación de la Comarca de la Ría de Bilbao, desde su nacimiento hasta la crisis de los 80, y los criterios seguidos para su revitalización ponen en evidencia que determinadas opciones "globalizadoras" no zanjan los débitos entre naturaleza y urbanización.
Palabras clave: soporte territorial, paisaje, transformación del medio, identidad.Territorial support and urban identity: the case of the Bilbao River Region (Abstract)
The city stands on and is part of a certain territorial support. The physical reality of this fact establishes several identity relationships linked to the landscape and to the urban or territorial image. Monitoring of the transformation process of the Bilbao River Region, since its beginning until the 80’s crisis, as well as the criteria used in its revitalization, show that some “globalising” options do not settle the debts between nature and urbanisation.
Key words: territorial support, landscape, transformation of the medium, identity.
En nuestro trabajo sobre: “Ciudad, identidad y rankings”,
nos referíamos a la identidad urbana[2] como un valor positivo en contraste con los esquemas de competitividad ocasionalmente
suscitados. En este contexto expresiones tales como desarrollo territorial o,
más genéricamente, territorio surgían espontáneamente al plantearnos las formas
de expansión de la ciudad y de la colonización, por la misma, de los suelos
circundantes.
Un ejemplo inmediato, que nos puede situar en el núcleo de este planteamiento, lo constituye el caso de Venecia. Nadie cuestionará que la existencia, la apariencia espacial y la materialización formal de la ciudad del Adriático guardan una indisoluble vinculación con la realidad de su contexto territorial.
Un dato: en pleno siglo XVI la Señoría Veneciana sometió a una amplia reordenación las cuestiones de su espacio urbano, el medio de la laguna y la amplia zona de la tierra firme agrícola, lo que se denominaba "Stato da terra" de Venecia. Se trató de una propuesta en la que participaron juntas diferentes disciplinas. El objetivo, entre otros, era el de la recuperación de la “Armonía” original. Se insistió, en aquellos momentos, en la "restitución" del paisaje a sus orígenes, de tal manera que los rasgos sensibles del territorio (paisaje) aparecieran como una forma de Renacimiento, en palabras de Alvise Cornaro[3].
Es éste un buen ejemplo de cómo el cuidado del soporte territorial y su estudiada interpretación, suponen, en buena medida, el reconocimiento del paisaje y, a su vez, de la identidad urbana. Esta concepción cuestiona de manera eficaz, en nuestro tiempo, los objetivos mismos de la “globalización”, tan en boga, y, con ellos, la supuesta “objetividad racional” de la formalización de rankings generalistas y la aparentemente “ciega” adscripción a los mismos de algunas de las más recientes políticas urbanas[4].
En su artículo "Revolución y contrarrevolución en la ciudad global: las expectativas frustradas por la globalización de nuestras ciudades" Jordi Borja[5], distingue dos polos críticos en torno al concepto de la ciudad globalizada. El primer polo enfatiza la adecuación de la ciudad a la globalización. El otro polo es el de la resistencia a la globalización. En cualquier caso, concreta, que no parece posible que un polo elimine al otro.
Sugerimos aquí, más que la existencia de dos polos relativos a la "globalización" o la "no globalización", el discurrir de dos corrientes en planos paralelos (y pudiera ser en distinto sentido) que refieren los “efectos” a posibles dominios globales, en tanto que, las permanencias y reconocimientos geográficos, históricos, culturales, sociales… deberían de tender a encontrar sus equilibrios y referencias en las cuestiones de “identidad” que les son inherentes. Un juego que, de alguna manera, exige, en su comprensión, de una cierta “articulación escalar”[6].
Ello parece demandar una depuración exhaustiva de los diferentes conceptos que concurren en el debate. En este sentido, el dilema del territorio, en su aspecto físico, como soporte de la ciudad, y de la ciudad y sus referencias "identitarias" no puede ser obviado.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX las ciudades se formaron y crecieron de una manera más o menos ordenada y claramente vinculada a su soporte natural y topográfico. Fue con posterioridad -cuando empezaron a cambiar las expectativas sociales en orden a la inmigración, la colonización industrial o las perspectivas económicas en función de la sacralización de las plusvalías- cuando empezó a sufrir diversas e importantes tensiones el marco, anteriormente relativamente equilibrado, de la relación “identitaria” con el territorio.
No pretendemos olvidar, más bien todo lo contrario, que el soporte territorial ha sido, a lo largo del tiempo, el ámbito donde se han forjado, no sin lucha, la experiencia individual y colectiva de la sociedad. En la definición de este soporte territorial subyacen, como experiencia, el debate, el enfrentamiento y la concreción de las diferentes opciones surgidas de la oposición entre las costumbres y el "modo de hacer" de la sociedad instalada en el territorio (en términos semejantes a la noción de género de vida expresada por Vidal de La Blache[7]), y la proyección de los “criterios racionales y organizadores” que, sobre el mismo, imponen las clases hegemónicas. La acción de esta misma experiencia sobre tal soporte territorial ha supuesto una intervención física efectiva que se ha prolongado, sucediéndose y modificándose a sí misma, a lo largo de la historia. Un apunte más: parece claro que, en todo caso, la responsabilidad de las transformaciones habidas en aquel soporte incumbe, de manera especial y aún, posiblemente de forma exclusiva, a la “racionalización” proyectada por el grupo hegemónico. A su vez, la crítica, la participación comunitaria, la acción reivindicativa pertenecen a la sociedad instalada en el territorio[8].
Hoy, además, este soporte territorial, cuya delimitación conceptual podía parecer clara o, hasta cierto punto, vinculable a determinados modelos físico-geográficos y/o sociales, se ha visto desbordado por otras relaciones más complejas, en diferentes niveles, descritas como ciudad-región, SmartLands (territorios inteligentes)[9], territorios urbano-regionales...Todo ello, en general, dentro de estrategias políticas de escala[10], de lo que, diferentes acciones producidas en la Revitalización del Bilbao Metropolitano, son paradigmáticas.
Pero, incluso, en lo referente a los dominios territoriales, la cuestión va más lejos. Así, mientras estamos elaborando este trabajo, un accidente natural: el terremoto y subsiguiente "tsunami" en Japón (11 de marzo de 2011), ha puesto en evidencia cómo la superposición a los efectos naturales de la actividad humana -en este caso la central nuclear de Fukushima- ha potenciado el valor y carácter del desastre.
Lo que en principio parecía una cuestión grave pero limitada a la escala local, se ha puesto en evidencia como un problema que afecta, en la práctica y en una medida importante, a toda la población mundial. Hoy es el día (31 de marzo 2011) en que se han detectado, ya, la llegada de partículas radiactivas procedentes de Japón en diferentes centros de medición de la geografía ibérica (Barcelona, Cáceres, Bilbao y Sevilla).
Estos hechos singulares, a gran escala, reclaman, no sólo explicaciones, sino acciones contundentes para el control de un desarrollo global que muestra ya, a estas alturas breves del siglo XXI, todo el inmenso potencial que se acumula en el conjunto de la actividad humana para incidir en la naturaleza y la vida del planeta. Con ello, además, la cuestión de la escala, en referencia al territorio, exige la extensión de los dominios, pensamos que en general pero, sino, como mínimo, con referencia a posibles temas, disciplinas y propuestas de la acción antropo-geográfica.
Ello parece demandar, de la geografía, las pautas para la valoración y explicación de los hechos y confirma, en todo caso, la necesidad de establecer un modelo disciplinar capaz de abarcar cada territorio y todos los territorios posibles. Todo ello para entender, prevenir y proscribir las acciones que, en definitiva, inciden y transforman de diferentes maneras, positivas o negativas, los equilibrios naturales o, en general, los equilibrios territoriales precedentes. “Ahora el geógrafo se interesará otra vez por conocer la génesis y la evolución de los fenómenos para poder entender realmente el mundo” señala Horacio Capel[11]. Una necesaria actitud para abarcar y encadenar las diferentes perspectivas escalares y explicarlas.
Pero la escala global, que se evidencia en esta reflexión general para centrar la cuestión del territorio, no debe diluir, sino todo lo contrario, la reflexión sobre la “identidad territorial” y el paisaje que constituyen el objetivo del presente artículo. Al contrario, el conocimiento, reconocimiento y protección de la diversidad deben de constituir, en última instancia, una garantía, un objetivo y un límite para el equilibrio humano y ambiental frente a las acciones descontroladas en el contexto de la denominada “globalización”.
Volviendo, pues, a la escala regional parece adecuada la exposición de Jordi Borja: "Los nuevos territorios urbanos ya no se reducen a la ciudad central y su entorno más o menos aglomerado, lo que se llamó el "área metropolitana", es decir el modelo de ciudad de la sociedad industrial. El territorio urbano-regional es discontinuo, mezcla de zonas compactas con otras difusas, de centralidades diversas y áreas marginales, de espacios urbanizados y otros preservados o expectantes. Una ciudad de ciudades en su versión optimista o una combinación perversa entre enclaves globalizados de excelencia y fragmentos urbanos de bajo perfil ciudadano” [12]
Es importante, a su vez, que consideremos los hechos históricos y su evolución en relación a la manera de ocupación del territorio y a los usos impuestos al mismo. En términos de Brunhes hay que “estudiar siempre la acción del hombre sobre la naturaleza sin separarla jamás del estudio de la Geografía natural o física”[13]. No se trata, con ello, de reproducir métodos o conductas para adoptarlos, siquiera de forma crítica, en la consideración de problemas actuales. Se trata de hacer una suerte de “lectura del código genético” de cada urbe en la medida en que resulta determinante de una específica forma e imagen de la ciudad y de la relación de la misma con su entorno físico, geográfico…, y en definitiva del paisaje.
No olvidamos, aquí, la importancia que tiene, en cuestión tan significativa como la “identidad”, el hecho del asentamiento social y su proyección sobre la realidad del propio territorio y la cultura del reconocimiento “identidario”. Lo que ocurre es que el objeto del presente artículo va en la línea de reconocer el hecho diferencial del territorio como componente esencial del conjunto de la “identidad urbana” y valorarlo críticamente como un instrumento de estudio y análisis en su reconocimiento: "... se necesitan aún cartografías más precisas, unidades espaciales más adecuadas y una revisión de las clasificaciones heredadas, para perfilar mejor la nueva geografía económica metropolitana, distinguiendo las tendencias comunes de las singularidades propias de cada lugar"[14].
Nuestro interés profesional, en los últimos años, se ha concretado en los ámbitos de la transformación urbana de Bilbao o, para ser más exactos, en los de la revitalización de la ciudad y de su Área Metropolitana. Se ha tratado, al menos hasta ahora, de un ámbito territorial claramente definido por los accidentes geográficos que en él existen y se producen (Fig. 1) y que, asimismo, se constituyen en los límites efectivos de su materialización física.
Figura 1. Imagen en maqueta del Área Metropolitana
de Bilbao. |
Hoy, sin embargo, se vive una transformación significativa que incumbe a los mismos límites del territorio, en la más amplia extensión de la palabra, y a la materialización de un nuevo soporte territorial definido y proyectado por las actuales clases hegemónicas.
El objetivo del presente artículo es el reconocimiento, en el tiempo, de la evolución del soporte territorial del Área Metropolitana de Bilbao, de los efectos de la crisis de los años ochenta sobre el mismo, y de la apropiación de sus nuevas posibilidades mediante proyectos de oportunidad fijados, por la gestión política, en connivencia con las iniciativas privadas o los entes públicos sectoriales.
En esencia, en último término y como objetivo esencial del artículo, apuntamos a la crítica a una falta de valoración del paisaje, de su carácter natural y de la lógica histórica de la formación urbana en las diferentes acciones para la revitalización de la zona.
Así, tras una reflexión previa sobre conceptos tales como naturaleza y paisaje, con el fin de centrar conceptualmente las consideraciones que dan contenido al artículo, incidiremos en el desarrollo evolutivo de la Comarca de la Ría de Bilbao y, en particular, en la crisis en que desembocó tal evolución en el último cuarto del pasado siglo XX.
Una crisis que, por sus consecuencias y extensión, exigía abordar un examen profundo sobre las acciones que, para su regeneración, demandaba el Área Metropolitana.
El éxito, entendemos, de la transformación urbana de Bilbao a nivel internacional[15] ni justifica, ni zanja, las deudas históricas en relación con el territorio de su Área Metropolitana, con el soporte físico de ésta, ni con el paisaje constituido en testimonio del ámbito natural y de la legítima, en la medida que lo haya sido, acción antropomórfica sobre el mismo.
Naturaleza
y paisaje
Si nos atuviéramos a una definición literario-académica del concepto de paisaje, ésta, aunque esclarecedora en cierta medida, nos podría producir una paradójica sensación de vaga superficialidad: “Porción de terreno considerada en su aspecto artístico”[16]. Hoy es difícil admitir una definición tan somera, insuficientemente completa, para las necesidades de la ciencia, la técnica y el arte vigentes[17].
Pero, si no nos paramos ahí, podemos observar, en la propia definición del término, el asomo de unas invariantes fundamentales sobre las que cabe cimentar una formulación actual más exigente. Dados los objetivos y el alcance del presente texto nos parece suficiente destacar dos hipótesis contenidas en la definición y las consecuentes actitudes que de ellas se desprenden.
Por una parte “la porción de terreno” nos remite a un ámbito geográfico natural resaltando, en palabras de Humboldt: “el carácter individual del paisaje” o, en otras palabras “la configuración de la superficie del globo en una región determinada”[18]. Por otra la “consideración en su aspecto artístico” nos supone el ejercicio de una conciencia ética para medir una bondad estética que lo cualifique.
Sobre estas dos bases del concepto se generan, además, cuestiones no menos importantes:
a) El supuesto juicio, interpretación o discernimiento que sitúa al paisaje en una observación subjetiva utilizable, en términos actuales, tanto en el plano de la crítica científica como en el del pragmatismo político, abarcando, en medio, multitud de escalas y apriorismos;
b) Y con ello la licitud o no, según las justificaciones al uso, de la transformación antropomórfica del mismo en cualquiera de los distintos estadios que se han sucedido sobre la naturaleza comprendida a lo largo del tiempo. Es, precisamente Ritter[19] quien, en su momento, observa que el interés debe centrarse “en el hombre”, y “la Tierra pasa a ser objeto de una atención secundaria que, sobre todo, aparece en cuanto que es el “teatro” de la vida humana”[20].
Pero en la base de estas consideraciones subyace un punto esencial para la interpretación del concepto de paisaje. Este punto clave es la imagen y el entorno natural definido en clave geológica y taxonómica, es decir lo que conocemos como naturaleza. La dicotomía entre naturaleza y paisaje es, precisamente, la clave de muchas de las actitudes que la “moda ecológica”[21] ha introducido en el debate medioambiental.
Es, en estos términos, que el paisaje puede considerarse como un concepto surgido de dos partes o aspectos inseparables el uno del otro: la realidad objetual formada por la naturaleza y la aportación o la huella del hombre sobre esta naturaleza, y un hecho subjetivo derivado de la observación de la misma y, con ello, derivado de la posición, de todas las posiciones posibles, del observador respecto al objeto observado (estado de ánimo), la cuestión psicológica incluida. Para Humboldt, por ejemplo: “el sentimiento de la naturaleza nace y se desarrolla no tanto con respecto a la contemplación como a la capacidad de observar”[22]. Hecho físico, pues, y estrategia posicional determinarán una específica forma, distinta según los casos, de describir o entender el paisaje.
Por ello la intención y el sentido del término “paisaje” han sido varios a lo largo de la historia. Lo han sido siempre en la medida en que, el propio devenir, ha resultado determinante de la posición de observación del agente activo en la transformación o explicación crítica de la naturaleza y el ámbito contextual del paisaje[23].
Así, el término “paisaje”, en contraste con el término “naturaleza”, se sitúa en un estadio cultural en el que incluso el hecho científico del contexto natural es, hasta un cierto punto, fruto de una previa concepción e interpretación codificada en su percepción como paisaje.
La misma observación de la naturaleza como paisaje se hace desde las secuencias de un itinerario[24] o desde la ubicación estática del punto de observación. Ambos supuestos apuntan a una actitud ocasionalmente cuantificable, describible o codificable.
De todo ello queremos concretar que existe realmente una “conciencia paisajística” con la que nos enfrentamos a la hora de interpretar el lenguaje de lo natural y, lógicamente, de la acción antropomórfica sobre la realidad del espacio o escenario geográfico contemplado. La “sustentabilidad ambiental” no se plantea, hoy, sólo en relación a la protección de la naturaleza sino que incorpora las cuestiones sociales y culturales, lo que amplia su horizonte crítico al orden social general[25].
En nuestros días, por otra parte, la acción humana sobre la naturaleza ha llegado a constituir un problema ambiental. El término paisaje, por ello, se convierte en una cuestión ineludible al abordar cualquier propuesta de política territorial.
“La búsqueda de la naturaleza, el amplio crecimiento de una conciencia ambientalista en la sociedad madura, deriva de la relativamente nueva oposición, o irreconciabilidad, entre las exigencias ecológicas y económicas. Una irreconciabilidad no buscada, pero consecuente al venir a menos algunos de los mecanismos de regulación que al final del siglo pasado [XIX] permitían una relación equilibrada entre hombre y ambiente. Una irreconciabilidad de la cual el paisaje, ampliamente degradado, de la sociedad industrializada representa el más difundido y reconocible indicador”[26].
La problemática estriba, en buena medida, en el hecho de que la generalidad -o al menos un amplio sector- de la que podríamos denominar la “conciencia paisajística” atribuye un significado implícitamente positivo al hecho de la naturalidad del paisaje. Pero hoy en nuestra civilización europea, y salvo en determinados reductos, es difícil, por no decir casi imposible, la existencia de un paisaje "natural”. La cuestión estriba, pues, en indagar en que medida es o ha sido impuesto, pensado o “diseñado” un paisaje.
En general, la conciencia y subsiguientes objetivos del interés público, suelen ser escasos y sencillos: no sentir ni ver toda cosa que se coincida en calificar de detestable y salvaguardar lo que se considera espléndido por todos o tener más árboles y verde.
La simplicidad de la cuestión no oculta, sin embargo, el hecho de que, aún conceptualmente, el paisaje es algo reconsiderado, reelaborado y rediseñado constantemente -como un palimpsesto- en la mente más sencilla. El propio término "paisaje" es difícilmente sinónimo de "naturaleza" y, aún si se diera una aproximación definitiva entre ambos términos, sería imposible desligar de la imagen "natural" la interpretación "culta" de la misma en cada momento de la historia. [27]
El soporte territorial incluye el estado natural y la acción del hombre sobre el mismo y, de manera correspondiente, las sucesivas racionalizaciones o aprensiones que las clases hegemónicas han actuado sobre los estadios originales. La observación del paisaje, la crítica sobre su evolución, permitirán depurar una supuesta racionalidad objetiva en el devenir de dicho soporte territorial.
La descripción del paisaje entraña, por otra parte, la descripción y el reconocimiento del soporte territorial en lo que a la imagen y a la “identidad” del mismo hace referencia. “El paisaje sigue estando también asociado a la región, como expresión de ella y como reflejo de la diferenciación del espacio en la superficie terrestre” expone Capel[28] en un comentario más amplio. En esa imagen de “identidad”, en fin, se incluye también, cómo no podía ser de otra manera, el hecho urbano y en él, consecuentemente, la ciudad y sus formas, sus espacios y la referencia-decorado del lugar en que viven sus usuarios.
La Comarca de la Ría de Bilbao
Al escoger deliberadamente la denominación de "Comarca de la Ría de Bilbao" intentamos sustraer al lector el concepto de Área Metropolitana (al menos momentáneamente) para reconducir al estadio original del paisaje y territorio natural al ámbito urbanizado que podemos reconocer físicamente en la actualidad[29].
Este estadio original de paisaje natural ha cristalizado, a través de la actividad humana, una secuencia de imágenes y contextos reconocidos históricamente por la sociedad en general a través de diversas interpretaciones culturales, políticas, económicas.
Figura 2. El paisaje de la Comarca de la Ría de Bilbao en el siglo XVI. |
Figura 3. Imagen de la Ría de Bilbao en 1961. |
Una aproximación de lo que fue el paisaje natural de la Comarca de la Ría de Bilbao nos lo puede proporcionar el dibujo “Bilvao” de Johannes Muflin, grabado por Frans Hogenberg en1575[30] (fig. 2). El contraste de esta imagen con la de la Comarca de la Ría de Bilbao en 1961 (fig.3), es decir en pleno proceso “desarrollista”, resume de manera evidente lo que queremos exponer en los próximos párrafos y que no es otra cosa que la historia de una apropiación del espacio natural y su desarrollo urbano ¿”racionalizado"? según los criterios de la clase hegemónica y las características del nuevo paisaje construido.
En todo caso nada apuntaba, originalmente, al entorno metropolitano que, apoyado en el eje de la Ría, constituye ahora la importante conurbación que ha llegado a denominarse, en tiempos recientes, del Gran Bilbao[31]. Y sin embargo las condiciones geoeconómicas del Área, latentes en el propio contexto natural de la región, serían, con el tiempo, el desencadenante de la realidad metropolitana que hoy por hoy nos es dado contemplar.
No es difícil, además, seguir las vicisitudes de la evolución del espacio rural-urbano de la Comarca de la Ría de Bilbao a través de las huellas dejadas por los diversos agentes que han actuado en el conjunto del territorio y los distintos trazados que han generado y se han generado de la realidad de la Metrópoli.
Se trata de un espacio natural en el que la acción del hombre ha encadenado, a lo largo de los siglos, los diversos paisajes que, a modo de secuencias fotográficas, han ido formalizando, en cada instante, una imagen única de un espacio natural único, transformado por la sociedad que, en cada una de sus fases, lo poseyó e incluso lo explotó en busca de sus mejores rendimientos.
En este sentido, las ciencias sociales, la economía y la geografía se convierten en un instrumento de percepción de primera magnitud sin el cual las tesis urbanísticas y arquitectónicas o, por otro lado, las estrictas motivaciones ecológicas, carecen del suficiente sentido para abordar una explicación tan compleja como la que requiere este entorno territorial.
Diferentes estudios han abordado la cuestión de los orígenes y la formación de la ciudad industrial, del despegue urbano de Bilbao o, incluso, incipientes consideraciones relativas a la formación del paisaje metropolitano[32] que es lo que, en esencia, es la materia o el sustrato de las cuestiones que pretendemos abordar en este artículo.
Destaca, en este sentido, el número dedicado a Bilbao de la Revista Común, editada por el Instituto de Arte y Humanidades de la Fundación Faustino Orbegozo, en el que, en diferentes trabajos pluridisciplinares, se abordaban el devenir y la situación del Área Metropolitana[33]. De la misma manera las "Jornadas sobre Vizcaya ante el siglo XXI", promovidas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, trataban, de manera parcial, la problemática que se había convocado en el entorno de la Villa en orden a su revisión y corrección.
Más importantes son, en el sentido que nos concierne, los trabajos de los geógrafos Andrés Precedo Ledo y Luís Vicente García Merino y los del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco dirigido por González Portilla.
Andrés Precedo Ledo analizó, en 1977, el proceso de formación metropolitana del bajo Nervión y ha proseguido interesándose de manera especial por temas tales como la identidad territorial y el desarrollo local[34].
El también geógrafo Luís Vicente García Merino llevó a cabo, en 1987, un importante trabajo relativo a la formación de la ciudad industrial y del despegue urbano de la Villa que constituye un buen medio para reconocer el contexto en el que la capital vizcaína ha ido evolucionando a lo largo del tiempo[35].
Pero, sobre todo, cabe destacar la importante labor de estudio y reflexión sobre los orígenes de la metrópoli industrial surgida en el entorno de la Ría, a partir de la industrialización de la misma, que viene desarrollando, desde los años finales del siglo XX, el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco bajo la dirección del catedrático del mismo: Manuel González Portilla[36]. Esta investigación que sigue elaborándose, ha producido los frutos de una importante publicación, imprescindible para conocer en profundidad todo el proceso que se ha materializado, desde la mitad del siglo XIX, en una de las principales conurbaciones del Estado Español. A ella nos remitimos para quien quiera conocer, de forma pormenorizada, el proceso vivido por la Comarca de la Ría de Bilbao desde la segunda mitad del siglo XIX.
En otro contexto y en tiempos relativamente cercanos, y desde diferentes medios y publicaciones sobre arquitectura, se abordó la temática de: “... la posibilidad de indagar alrededor de la fundación de una técnica proyectual para la transformación del paisaje desde el punto de vista de la arquitectura”[37].
Emerge, en este hecho (como quizás no podía ser de otra manera), la tendencia al mesianismo de la arquitectura – concretado en sus acólitos – que pretende explicar, y con ello enmendar su posición y extender sus reglas de juego, frente a un fenómeno que no controla, obviamente le rebasa y que, cada vez más, se convierte en objeto de contradicción para una crítica asomada y sometida a una cierta “moda ecológica”[38].
Pero, no por ello es menos cierto que, esta misma actitud, evidencia una cuestión tan inmediata y real, cual es la necesidad de percibir -para interesarse al respecto- la complejidad que encierra este término tan habitual, y por otra parte necesariamente representativo de los hechos que inciden en el territorio, que denominamos paisaje.
Figura
4. Ámbito de los municipios de la denominada Comarca de la Ría de Bilbao y del resto del Bilbao Metropolitano (en verde). |
En este caso, la Comarca de la Ría de Bilbao, incluida en el territorio más amplio y de mayor dimensión del denominado Bilbao Metropolitano (Fig. 4), constituye un espacio altamente significativo en el que el “paisaje” es el resultado de la suma de la realidad ambiental primigenia y la importante acción de la actividad humana. En términos de Max Sorre referidos al paisaje: “… es la expresión concreta de una civilización o de una variante de una civilización”[39].
A partir del breve apunte natural que dibujamos al principio, al que se unen los factores originarios debidos a su caracterización geológica y morfológica, la Ría, en la que hoy se enclava el Área Metropolitana de Bilbao, poseía, por disposición natural, una serie de valores potenciales que constituyeron la base y características de su posterior desarrollo por acción de la mano del hombre.
Figura
5. Plano de Bilbao y su entorno levantado en 1811 por Bois de St. Lys. |
La especificidad de tal desarrollo la apuntaban, en diversos aspectos estructurales, los documentos fundacionales de Bilbao constituidos por la Carta Puebla otorgada en 1300 por Don Diego Lopez de Haro y la posterior ratificación de la misma realizada en 1310 por Doña María Díaz de Haro.
En aquel momento se daba cuerpo jurídico y político, a un Bilbao punto de paso y fin de caminos, a un Bilbao puerto y a un Bilbao emporio de sus propias mercancías, ya fueran estas el mineral proporcionado por los montes colindantes o los productos obrados por los ferrones en las ferrerías que manufacturaban el referido material, en el que era pródigo el entorno natural de la incipiente Villa.
Este fue el mundo (Fig. 5) que, lentamente, evolucionó, de manera más o menos equilibrada, desde la profundidad de los años fundacionales a los entornos del tiempo de la Ilustración y, aún algo más allá, hasta entrada la segunda mitad del siglo XIX.
El
siglo XIX y la industrialización
Poco a poco surgieron canalizaciones, construcciones vinculadas al uso naval a lo largo de la cuenca, en tanto que las redes de caminos iniciaban una elemental segmentación del territorio que estaría en la base de la formalización del espacio comarcal construido.
Todo ello se iba materializando en la cabecera de la Ría y en sus riberas, donde aparecían astilleros y elementales industrias vinculadas a la navegación. Estos aspectos materiales tenían, además, su refrendo en toda una serie de entramados jurídicos y económicos cuyo vértice hallaría, en la institución del Consulado y en las Ordenanzas del mismo, un camino de expansión y afianzamiento notables.
Pero sobre esta base de un ámbito natural primero y luego de una elemental estructura territorial, que podrían generar imágenes y paisajes relativamente vinculados al sustrato rural originario, surgiría, a partir del siglo XIX, un desarrollo industrial y minero que aportaría, ya, una considerable extensión comarcal al hecho urbano.
Para aproximarnos a ello hemos tomado como material tres cartas del Almirantazgo Británico levantadas o corregidas en los años 1836, 1874 y 1889[40].
Con todas las limitaciones objetables, constituyen, no obstante, tres instantáneas, desde una misma posición y con parecidos intereses, recogidas a idéntica escala de la evolución pre-urbana de la Comarca de la Ría de Bilbao. Se trata de una limitada, pero entendemos que útil, aproximación estratigráfica en el análisis de la formación de la zona, un poco al modo a lo que refiere Pinchemel y que debería ser completado con las otras percepciones: la morfológica y la dinámica[41].
Esta posición nos parece adecuada para realizar un ensayo de interpretación de la formación de un paisaje y de la ocupación de un territorio. Territorio que de rural pasaría, en cerca de cien años, a transformarse en un verdadero continuo urbano. En un contexto metropolitano, en fin, que iría apareciendo como una clara respuesta a la realidad geográfica, al decisivo acto fundacional y a la explotación de las riquezas naturales y consecuente progresión de la evolución y revolución industrial.
Se sitúa la primera de las cartas (Fig. 6) en los tiempos de la Primera Guerra Civil Carlista, una vez superados los sucesivos sitios que vivió Bilbao en este período. En este momento aún puede hablarse de un espacio rural en el que cualquier estructura territorial aparece vinculada o en relación al eje longitudinal de la propia Ría.
Así, desde el Abra a Bilbao se suceden construcciones de claro interés portuario vinculadas a la navegabilidad de la arteria fluvial: el encauzamiento de la boca de la Ría, los diques en la zona de bajíos de Sestao-Portugalete, las instalaciones dedicadas a actividades navales en Olabeaga o en áreas más próximas de la Villa. Todo ello se completa con caminos de sirga, señales para la navegación, elementos de defensa, etc. La estructura viaria de la Comarca es muy elemental uniendo los núcleos de población que aparecen entre Bilbao y Portugalete a través de caminos que discurren de forma sensiblemente paralela a la propia Ría. Dejando aparte los núcleos de Bilbao y Portugalete, destaca la concentración ribereña en Deusto.
Figura
6. Carta de la Ría de Bilbao en 1836. |
En 1874 (Fig. 7), sin embargo, la progresiva estructuración del suelo se hace patente de una manera más clara y definida.
Los ferrocarriles entre las minas y los cargaderos de mineral supusieron la irrupción, en la disposición longitudinal de la Comarca, de una red transversal de infraestructuras. El ferrocarril de Galdames, el tren de Triano, los trazados del tren minero de El Regato, que abordan la Ría, desde su margen izquierda, con sus áreas de carga y descarga de mineral, dibujan una parcelación del suelo en el borde de la misma sobre la que empiezan a situarse instalaciones de carácter industrial.
Se va completando en este período el encauzamiento de la Ría y se perfilan las carreteras de borde que comunicarán la cabecera de ésta: Bilbao, con los diferentes enclaves ribereños que van surgiendo hasta Santurtzi en la Margen Izquierda y hasta las Casas del Consulado (situadas en el actual Getxo) junto a los arenales de la Margen Derecha.
Por otra parte Bilbao, que está a punto de materializar el documento de su Ensanche, ha ido generando -en lo que aún era anteiglesia de Abando- una ocupación urbana importante junto a la reciente estación de ferrocarril que, desde estos tiempos, la une con el resto de país.
En los montes inmediatos, además, se dibujará en el paisaje el efecto de las explotaciones mineras que se han multiplicado en estos años.
Figura
7. Carta de la Ría de Bilbao en 1874. |
Por fin, en la carta de 1889 (Fig. 8) se percibe, ya, la articulación de un territorio comarcal que anticipa la estructura metropolitana del siglo posterior. Sigue siendo la Ría el elemento longitudinal que organiza un espacio que se va haciendo más complejo en la medida que la industrialización va imponiendo usos al suelo coherentemente con la progresión de la misma.
Junto a la arteria fluvial, se consolidan las correspondientes infraestructuras de comunicaciones paralelas a la misma en ambas márgenes: carreteras y ferrocarriles que, en cada caso, comunicarán Bilbao con los extremos de la desembocadura: Portugalete y Santurtzi por un lado y el área de Santa Ana en Las Arenas -que empieza a ser urbanizada- por el otro.
Figura
8. Carta de la Ría de Bilbao en 1889. |
Se intensifican los usos industriales y los cargaderos a lo largo de la margen izquierda de la Ría. Las fundiciones, entre ellas la del Carmen, anticipan la ubicación de la gran siderurgia, en tanto que se hace también notable la aparición de astilleros y dársenas acordes con las nuevas exigencias en materia de construcción naval. El mismo encauzamiento y saneamiento de la Ría, va creando bolsas de suelo que, por sus características y valor, presuponen, ya, la vocación industrial de las orillas.
El paisaje del territorio, tiene, en estos finales del siglo XIX, todas las componentes de base para el posterior desarrollo de lo que luego sería la metrópoli. Apunta, además, una serie de invariantes espaciales que, en su evolución, significarán una imagen que ha caracterizado a la Ría de Bilbao como paisaje humano e industrial en los últimos cien años.
Desarrollismo
y crisis
Ciertamente la evolución industrial, acelerada en el desarrollismo de los años sesenta del pasado siglo XX, el descontrol y la consiguiente promiscuidad en los usos del suelo, han proporcionado un definitivo entorno ambiental en claro desacuerdo con las exigencias y necesidades de la sociedad madura de nuestro tiempo
La percepción del “todo comarcal”, anticipada por Ricardo Bastida (1923)[42], y el Plan de Extensión de la Villa de 1929, diseñado por Estanislao Segurola y Marcelino Odriozola[43], encauzarían inicialmente el desarrollo urbano del Área Metropolitana. Sería, ésta, una evolución, aún, proporcionada y controlada.
Pero la geométrica demanda de recursos naturales, así como el aumento de la población, la creciente disponibilidad de energía y de los conocimientos tecnológicos, dispararon, en la mitad del siglo XX, el desarrollo del Área Metropolitana, haciendo que se vieran rebasados y se desmoronaran muchos de los factores delimitadores de la actividad humana.
El paisaje, generado en la mitad del siglo XX (Fig. 3), si bien apoyado en las preexistencias o invariantes anunciadas en el siglo anterior, comenzó a reflejar las acciones debidas al caos urbanístico en que se debatió lo que se vino a denominar el “Gran Bilbao”.
Además, se hacía presente la acusada problemática ambiental de los años sesenta y setenta.
En todo caso el constante desarrollo alcanzado por Bilbao y su entorno, desde el siglo XIV, en que se fundó, hasta tiempos recientes, se vio bruscamente detenido a comienzos de los años ochenta.
La sociedad, el contexto económico y los factores determinantes de la expansión urbana se vieron frenados por varias crisis superpuestas. Hasta aquel momento las ideas, en los estamentos rectores de la vida política, social y económica, habían estado meridianamente claras en el sentido de promocionar un crecimiento acrítico.
Esta forma de actuación se vio interrumpida, de manera traumática, en aquel período que coincidió con la crisis internacional de los hidrocarburos, con los cambios económicos determinados por la globalización, con los factores inherentes al cambio de rumbo en la vida política española, con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y, asimismo, con la conflictividad de la vida política y social en la Comunidad Autónoma Vasca y, en particular, en algunos de los dominios del ámbito industrial y económico bilbaíno.
El Plan Comarcal de 1941 o sus modificaciones posteriores, constituyeron la pauta para el desarrollo de la zona en diferentes contextos: urbano, social y económico siempre de acuerdo con criterios desarrollistas en particular, y de manera especial, a partir del ordenamiento comarcal de 1964 (Fig. 9).
Figura 9. Plan de Ordenación Urbana de Bilbao y su
Comarca (Revisión de 1964). |
Estos documentos se apoyaban tanto en la materialidad de la realidad geográfica como en el desarrollo de un determinado modelo económico y social. Hay que indicar que, en razón a dicho modelo económico y social, no sólo se aprovechaban ventajas geográficas y de riquezas del propio territorio sino que, desde las concepciones de los diferentes poderes que incidían en el mismo, se las forzaba y potenciaba frente a una posible realidad más objetiva.
Se le ha denominado, al período al que se refieren los anteriores comentarios, como el del urbanismo desarrollista[44]. Esta era una alusión a la voluntad de los rectores económicos y políticos de apurar las posibilidades de la propia realidad natural para la adquisición de unas mayores, incluso exageradas, condiciones de beneficio especulativo.
En resumen, en la crisis de los años 80 se hacía patente que: a) que los diferentes mecanismos, que habían dado soporte al crecimiento del Área Metropolitana, estaban en claro proceso de liquidación; b) que el sustrato ideológico de aquel soporte había desaparecido o se había modificado, al menos transitoriamente, de manera sustancial y, lo que es más importante, c) que los motores de la economía territorial se veían sometidos a un proceso de declive incuestionable.
Estos hechos dieron lugar a que, con la paralización del crecimiento residencial e industrial y con el deterioro y destrucción de importantes superficies de suelo industrial, se produjera la existencia de relevantes áreas de suelo rural entre las zonas residenciales de fuerte densidad de población y la existencia de significativas bolsas de suelo industrial inoperantes y llenas de ruinas fabriles. En fin, la promiscuidad entre usos residenciales y usos industriales, intensos y ocasionalmente muy agresivos, todo ello fruto de un mal diseño y pésima gestión, determinaron, además de una incuestionable discontinuidad de la urbanización, el deterioro del paisaje y el medio ambiente y, particularmente, del ambiente urbano propiamente dicho.
¿Ajuste de cuentas?
En cierta medida y en el ámbito territorial del Área Metropolitana de Bilbao, coincidieron, en los años ochenta, las condiciones para permitir reconocer que sociedad y naturaleza, en términos de Maldonado[45], pertenecían al mismo horizonte problemático.
El escándalo de aquella sociedad previa culminaba en el escándalo de la naturaleza. La naturaleza, a su vez, se convertía en la evidencia, a través del paisaje comarcal, de cómo la escandalosa actitud de la sociedad, industrial en primer lugar y luego definitivamente desarrollista, había intentado agotar, de cualquier manera y sin orden ni criterio -a excepción de la aprehensión individual de todas las plusvalías posibles-, las opciones particularmente cuantitativas del soporte territorial, sin ponderar los aspectos cualitativos subyacentes o despreciándolos ostensiblemente.
Dentro del esfuerzo social a realizar para superar tal situación parece que lo racional y como tal razonable, hubiera sido intentar cuadrar las cuentas de la naturaleza y de la sociedad. Ello, sobre todo, en consideración a la importante y significativa superficie que por unas razones u otras, ya apuntadas (discontinuidad en el tejido urbano, destrucción de los usos industriales o aparición de bolsas de suelo en desuso), pasaron a ser lo que, en el Plan Territorial Parcial del Área Metropolitana de Bilbao, se denominaron "espacios de oportunidad".
Se acababa de constatar fehacientemente que el proyecto de evolución y extensión de la ciudad, con previsiones fundadas en la concepción de un modelo económico y social desarrollista, promovido por las anteriores directrices, había fracasado. Es de notar, en aquellas, que los suelos calificados suponían, en extensión, un 300% más que el suelo urbano y casco (no siempre colmatados) entonces existentes. Se había producido, además, en general y en las sucesivas reformas normativas pormenorizadas, una quiebra con un concepto equilibrado de ocupación del territorio, de la regulación de sus usos y de los criterios de evaluación y aplicación de los mismos.
Todo ello convocaba a la necesidad de un cambio que se reconoció y asumió, al menos inicialmente, por los diferentes organismos e instituciones que operaban sobre el ámbito de la Comarca.
Incluso con anterioridad a la eclosión definitiva de la crisis algunos ajustes de cuentas, con particular incidencia en el medio ambiente, se habían puesto en marcha. En algunos casos se trataba de meras precauciones paliativas, como era el caso de la lucha contra la contaminación atmosférica o los aspectos relativos al depósito de residuos sólidos. Más significativo, importante y decisivo fue el proceso iniciado a finales de los años setenta para la recuperación de la Ría de Bilbao (Plan de Saneamiento Integral)[46] convertida, en aquellos momentos, en una auténtica cloaca.
Dos elementos, que entendemos deberían de haber sido convergentes, se pusieron en funcionamiento a finales de los años ochenta: la formalización de un Plan Estratégico para la Revitalización del Bilbao Metropolitano y el Plan Territorial Parcial del Área Metropolitana de Bilbao. Acto seguido hay que decir que mientras el primero finalizó los objetivos de su fase determinante en el año 2000, el segundo, cuya funcionalidad y soporte jurídico debería de haber sido primordial para el afianzamiento del Plan Estratégico, no fue aprobado hasta el año 2006.
Pero más allá de estas cuestiones operativas de relevante importancia, es necesario señalar y conocer que el denominado Plan Estratégico para la Revitalización del Bilbao Metropolitano fue concebido y dirigido por una consultoría de marcado corte neoliberal[47]. En el desarrollo de las diferentes sesiones para la elaboración del mismo tuvieron un especial, por no decir absoluto, protagonismo las diferentes clases hegemónicas constituidas por la administración, por representantes del capital privado y por los intelectuales y profesionales involucrados en el sistema.
Cuestiones tales como el ajuste de cuentas entre la degradación del soporte territorial y la posibilidad de cuadrar las cuentas deficitarias de naturaleza y paisaje, frente a los excesos provocados por la generación de plusvalías y la especulación de los suelos, cabe decir que no gozaron del protagonismo al que, consideramos, tenían derecho.
Dicho en otras palabras, se trataba, primordialmente, de incorporar la ciudad central a la carrera de los rankings, en el contexto de un proceso globalizador, más que de resolver las deudas con el soporte territorial, que se habían acumulado a lo largo de la historia y, muy en particular, en los años transcurridos en la segunda mitad del último siglo.
Los referidos "espacios de oportunidad" no han sido utilizados, en ningún caso, para equilibrar el balance con los daños o malos usos inferidos al territorio, a la naturaleza, al paisaje y a la propia sociedad. Lo han sido, en cambio, para reducir los efectos de la crisis sobre el capital que, en su momento, se apropió de aquellas zonas. Zonas a las que no se resistía a abandonar sin rentabilizar, al cambio vigente, buena parte de las plusvalías expectantes. La “oportunidad”, pues, ha pasado por la ocasión de seguir obteniendo un mínimo suficiente de rendimientos urbanísticos en base a la captura de grandes equipamientos o de actuaciones inmobiliarias, estas últimas apoyadas, en buena medida, en el capital privado y en una gestión pública posibilista[48].
La proyección futura del Área Metropolitana de Bilbao se ha sometido, a nivel de discurso, a las propuestas de un Plan Estratégico cuya concepción responde a un documento no normativo, bajo la idea de un proceso de concertación público-privado y cuyo fin primordial reside en la legitimación de las prácticas del poder[49].
Por otro lado, en el proceso de revitalización urbana, se ha insistido en la superación del carácter industrial de la ciudad para reconvertirla, en un nuevo destino, como ciudad de servicios. La implantación del Museo Guggenheim como proyecto emblemático, motor e imagen de esta última transformación[50], ha constituido un éxito si nos atenemos a los parámetros del urbanismo globalizado en el que se inscribe.
Indudablemente el artefacto creado por Frank O. Gehry responde y aún sobrepasa, por su calidad, el carácter de las arquitecturas ostentosas y "no reproducibles" que, en palabras de Jordi Borja (2007), han sido utilizadas de manera abusiva para marcar simbólicamente las zonas de excelencia. Hay que señalar que este Museo singular ha conseguido, a nuestro juicio, aportar, al paisaje de la ciudad, un posible nuevo perfil "identitario", precisamente por atenerse a un equilibrado contraste con la morfología del lugar y por promover la calidad de su entorno urbano.
El problema pues, en este caso, no está tanto en la obra en sí misma como en el hecho de haberse convertido en un referente para otras actuaciones llevadas a cabo en un contexto globalizador. Y señalamos que no sólo por el carácter paradigmático a nivel internacional, sino, y esto es lo realmente grave, por el efecto multiplicador producido en la propia ciudad por un "desilustrado" e interesado abuso de este recurso en las prácticas gestoras del poder público o privado[51]. Conviene apuntar, a título de ejemplo, la conocida práctica de Bilbao Ría 2000 en el sentido de aportar una lista de arquitectos de “prestigio” que impone a los diferentes actores, públicos y privados, que participan en el desarrollo de sus actividades urbanísticas, para que incorporen, como responsable del diseño y la obra, a alguno de ellos.
En términos de "branding"[52], la "venta" de Bilbao como una ciudad fuerte en arquitecturas contemporáneas, ha sido una de las líneas fundamentales de actuación por parte de la referida Sociedad. Esto ha generado una "contaminación" cultural que ha convertido la construcción de la ciudad en una especie de feria continuada. Feria en la que se agrupan, se utilizan, se significan, etc. diferentes obras de arquitectura, promovidas desde intenciones vinculadas a diversas rentabilidades de todo tipo.
No es ocioso, aquí, recordar alguno de los conceptos promovidos, a comienzos del siglo XX, por Hegemann y Peets en su texto "Civic Art"[53], sobre las condiciones y aspectos de lo que podríamos denominar armonía en el diseño de las ciudades. Así, una de sus frases más significativas se refiere al hecho de que la incorporación de excelentes arquitecturas en un conjunto, no garantiza la bondad del resultado en el diseño de una ciudad o de parte de la misma; de idéntica manera que un concierto de Mozart, en medio de la algarabía de las músicas de una feria, no es mucho más que otra de las componentes de la algarabía.
Esto podría ser en líneas generales lo que ocurre con el diseño de las nuevas zonas de Bilbao. Antes habría que señalar que algunas de estas zonas, ideadas en los últimos tiempos, no corresponden a la actuación de Bilbao Ría 2000, como es el caso de las Torres proyectadas por Arata Isozaki, el puente “Zubi Zuri”[54] de Santiago Calatrava y las propuestas, realizadas por la arquitecto Zaha Hadid, para la zona de Zorrotzaurre y Olabeaga.
Sin embargo, la acumulación de autores de prestigio (que no siempre han sido garantía de planteamientos urbanísticos o arquitectónicos excelentes) ha sido una constante en el desarrollo de la regeneración urbana de Bilbao, fueren cuales fueren los actores: empresas o instituciones, que han actuado en la misma.
Sería impropio señalar el caso del Museo Guggenheim como el desencadenante exclusivo de dichos planteamientos. En el Bilbao anterior a la propuesta de creación del Museo, y estamos hablando, incluso, de los comienzos de los años ochenta del pasado siglo XX, ya se habían manejado, ocasionalmente, para la ejecución de propuestas urbanísticamente complicadas en su gestión, nombres incuestionablemente importantes, en aquellos momentos y también hoy, como los de Ricardo Bofill (terrenos de la fábrica Echevarría), de Leo Ming Pei (para levantar dos torres en el suelo de los antiguos astilleros Euskalduna) o, incluso, Robert Krier (proyecto de un grupo de viviendas de protección oficial en la manzana M-43 del polígono de Txurdínaga). La misma adjudicación del proyecto de las estaciones del Metro de Bilbao a Norman Foster (si bien lo fue por concurso restringido) fue anterior a la adjudicación de la propuesta del Museo y, en este sentido, el precedente más claro, aunque no tan efectivo, de ese proceso de selección de arquitectos "globalizados", hoy generalizado.
Se podría decir, pues, que la aparición de estos nombres singulares es fruto de una cultura previa en la que se les encomendaron, en ocasiones significativas, los trabajos de diseño para proyectos de una presumible conflictividad pública.
En cualquier caso, la importancia de este hecho hay que vincularla también a los deseos de producción de una determinada obra de calidad, reconocida internacionalmente, que constituyera la esencia, con el paso del tiempo, de lo que podríamos denominar "branding" de la marca "Bilbao".
Para esta operación de marketing se han utilizado, a nuestro juicio, dos argumentos principales que conciernen al valor arquitectónico-cultural de cada una de las actuaciones.
El primer argumento sería el de fomentar un ámbito de la ciudad con un nivel de calidad arquitectónica de resonancias internacionales. El segundo argumento sería el de realizar diferentes aportaciones singulares o incluso (en una denominación exagerada) emblemáticas en el contexto, sobre todo, de los nuevos frentes fluviales de Bilbao.
Si el primer argumento es discutible de por sí, mucho más lo puede ser el segundo, en la medida en que, la morfología urbana y la disposición tipológica de sus elementos, no reclamaban, al menos a priori, actuaciones de tal envergadura.
Se podría admitir, en esta tesis, que las torres de Arata Isozaki, enmarcando la gran escalinata que va del Ensanche a la Ría es una operación singular en sí misma. Una operación que significa la apertura del Ensanche a la Ría, permanentemente aislado de la misma desde su construcción, y la creación, por tal motivo, de un hito justificado. Lo que sí es cierto, también, es que el proyecto de las Torres de Arata Isozaki se desarrolló en relación a una operación de urbanismo fallida en la que la edificabilidad disponible no era, en cualquier caso, una cuestión menor. Estaba en juego, además, la preservación, en la medida que fuera posible, del antiguo Depósito Franco del Puerto de Bilbao.
Era el Depósito Franco un edificio singular, obra del arquitecto Gregorio Ibarreche, construido a principios del siglo XX. De una arquitectura sumamente interesante, se había visto afectado, sucesivamente, por el abandono y el inicio de una operación especulativa que había terminado con todas sus plantas y que conservaba, casi exclusivamente, los lienzos de las fachadas. Lienzos de fachada que ahora se han visto reducidos a un testimonio ridículo, demostrativo, en el mejor de los casos, del nulo conocimiento, entendimiento y compromiso, del “arquitecto estrella” correspondiente, con la arquitectura histórica y el valor “identitario” de la misma para la ciudad.
La opción, aparentemente razonable, de crear el gran acceso citado, desde el Ensanche hasta la Ría, flanqueado por dos torres de una altura excepcional, en relación con las ordenanzas de construcción vigentes, aportaba una nueva percepción de la fachada fluvial y su relación con el Ensanche.
Esta solución no era novedosa ya que se había planteado, también, por el arquitecto Manuel María Smith en los años 1940; aquella vez en relación al puente de Deusto. Apuntaba, no obstante, a algunas consideraciones morfológicas y de geografía urbana de frecuente recurso, tanto a nivel crítico como ejecutivo, en el proceso de desarrollo de la transformación urbana de Bilbao en lo que a su frente fluvial hace referencia.
Este caso referido a las torres de Isozaki es un reflejo de la manifiesta voluntad de convertir las riberas de la Ría y la Ría misma, en protagonistas esenciales de la regeneración del Bilbao Metropolitano. Ya en el Plan Territorial Parcial, una Ría saneada y potenciada, se constituía en referencia espacial de su ámbito.
Apuntaremos que el proceso de recuperación de la Ría se había iniciado con anterioridad, cómo elemento esencial y de remate del Plan de Saneamiento de la misma. Ese inicio se produjo a finales de los años setenta y comienzo de los ochenta del siglo pasado. Definitivamente, dicha recuperación, subvencionada con fondos de la Unión Europea, se completó a mitad de los años noventa con la rehabilitación de los muelles de Uribitarte y la incorporación, en la Ría, de la pasarela peatonal diseñada por Santiago Calatrava. Esta última fue fruto de una operación inmobiliaria, en la margen derecha de la Ría, que supuso la desaparición de los vestigios de una vieja villa y del jardín que constituía el entorno de la misma.
Hemos señalado, con anterioridad, además, que gran parte de los "espacios de oportunidad" previstos por el Plan Territorial Parcial del Bilbao Metropolitano se situaban en las riberas y/o entorno de la Ría. El paisaje de los frentes fluviales adquiría, en este sentido, un valor fundamental en la imagen renovada de la ciudad y su área metropolitana.
Parece, pues, en este sentido, que lo correcto hubiera sido estudiar el conjunto de este elemento natural geográfico, tanto por su valor natural en sí mismo, como por la consideración histórica de los cambios inducidos en el mismo por la acción humana. Sin embargo, el desarrollo de un modelo de ciudad y paisaje ribereño ha seguido por caminos distintos vinculados, en cada caso, a lo que resultaba más cómodo y conveniente a los intereses de la gestión. Caminos o proyectos que se vinculan a cada uno de los “espacios de oportunidad” construidos en función de las conveniencias del capital vinculado a su desarrollo.
A la recuperación interesada de las riberas de la Ría, pues, a la que se une la aparición de determinados elementos arquitectónicos singulares, se le confía la renovación de la imagen del paisaje, tanto de la ciudad en concreto, como de la misma extensión e identidad del territorio.
Que era precisa, no obstante, una visión geográfica total del espacio de la Ría se pone en evidencia de manera especial, en el caso del proyecto Zorrotzaurre.
Se trata de un cambio de usos y de la implantación de una importante edificabilidad en una península inundable. Crear un barrio residencial estilo veneciano, al margen de los despropósitos que ello conlleva, y la implantación, entre algunos otros, de un centro hospitalario privado -el más importante de Bizkaia- en un ámbito de estas características, ni es recomendable ni parece adecuado.
Figura 10. Plano del Plan Territorial Sectorial de
Ordenación de las Márgenes de los Ríos y Arroyos de la C. A. del País Vasco. |
Todo ello sin que se haya producido un debate sobre el valor geográfico de dicha península, de su sentido en el entorno natural o de su valor de centralidad en relación con el ámbito comarcal, que se relega claramente en la nueva ordenación.
A la siempre deseable recuperación de la Ría y sus riberas cabe, lógicamente, objetar el hecho de que la misma se superpone a normas y disposiciones recientes y vigentes, en materia de hidraulicidad e inundabilidad[55],creadas para la protección del soporte territorial, del paisaje que sustenta y, en definitiva, para la seguridad de los habitantes, en primer lugar, y de los usos de la zona[56](Fig. 10).
En concreto hablamos del Plan Territorial Sectorial de Ordenación de las Márgenes de los Ríos y Arroyos de la Comunidad Autónoma del País Vasco que establece, como zonas inundables con retorno inferior a 100 años, a áreas significativas de los “espacios de oportunidad”, entre ellos Zorrotzaurre, sobre los que se actúa. Esta situación, como hemos expuesto, determina la aparición de diferentes dilemas que oponen serios reparos a algunas de las actuaciones públicas previstas en el territorio.
Figura 11. La Torre de Iberdrola entre la “feria” de arquitectura de Abandoibarra. |
Otra cuestión es la que compete a las diferentes aportaciones espaciales y de usos asignados a relevantes proyectos arquitectónicos. Contrastada la efectividad del proyecto Guggenheim en la transformación urbana de Bilbao, parece haberse abierto la veda para que la finalidad de los arquitectos (divos y no tan divos) y su arquitectura no sea otra que llenar la ciudad y el espacio territorial de construcciones “emblemáticas”, en contraposición con un equilibrado control de las imágenes y del paisaje que constituyen una parte sustancial de la identidad de la Comarca.
Por su singularidad y relevancia, merece ser comentado el caso de Abandoibarra. El Concurso para tal ordenación, según el acta del jurado correspondiente[57], no fue ganado por ninguna de las cinco propuestas que, con carácter restringido, habían participado en el mismo. El jurado, en el Acta, destacaba algunas de las cualidades de la propuesta presentada por el arquitecto americano César Pelli, si bien criticaba la formalización de un rascacielos (la actual Torre Iberdrola, Fig. 11), desaconsejando, implícitamente, la creación de la misma[58].
Desde el hecho, manifiesto, de haberse presentado a César Pelli como ganador del Concurso[59] (cuestión totalmente incierta) hasta la conflictiva implantación, a diferentes niveles, del mencionado rascacielos, ponen en evidencia algunos de los posibles aspectos que emanan de la gestión que se iba a plantear en éste y en los restantes proyectos llevados adelante por Sociedad Bilbao Ría 2000.
A ello habría que sumar las protestas de colectivos profesionales amparados por el Colegio de Arquitectos Vasco Navarro y de una plataforma vecinal de Abandoibarra, en relación a la ordenación adoptada, y, asimismo, en la concreción de algunos de los aspectos puntuales (centro comercial, por ejemplo) planteados en ella.
En la base de tales reivindicaciones se hallaba la evaluación de que Bilbao necesitaba más zonas verdes y una mejor relación entre ellas (en concreto con el inmediato parque de Doña Casilda) y de que no estaba clara la creación, con la propuesta, de una adecuada relación entre el Ensanche de Bilbao y las diferentes zonas del barrio de Deusto[60].
Al margen del errático destino de la, ahora, Torre de Iberdrola (primero para sede de la Diputación Foral, luego de las oficinas del Ayuntamiento) y de las constantes variaciones en los parámetros de usos residenciales y de oficinas en la zona, la ejecución de Abandoibarra ha puesto en evidencia notables faltas de consideración de aspectos que conciernen a la geografía urbana y a la cuestión del paisaje (Fig. 11).
La referida Torre se convierte, en primer lugar, en un obstáculo visual entre el Ensanche de Bilbao y el barrio de Deusto debilitando, como mínimo en un nivel espacial, la sensación de continuidad entre estas dos zonas importantes y claves de la ciudad. Pero además, en lo que se refiere al paisaje urbano y por extensión territorial, excede con mucho las proporciones de los ámbitos construidos superando, sin justificación alguna (salvo las posibles vinculadas a las plusvalías), las proporciones en altura de un Ensanche equilibrado del que se convierte en una pieza notablemente discordante.
La plaza de Euskadi que le antecede, por otra parte, contribuye a hacer más compleja la conjunción de los elementos viales y, consecuentemente, a emboscar o complicar la percepción visual de la continuidad de trayecto principal que del Ensanche conduce al centro de Deusto.
Conclusiones
Hoy, la denominada Área Metropolitana de Bilbao, incorpora a nivel de unidad urbanística, los elementos territoriales que dan soporte y configuran la Comarca de la Ría y que son parte sustancial de la identidad de la misma.
La compleja proyección de un todo urbano, sobre lo que queda de espacio natural y los vestigios originarios de la acción antropomórfica, exige el esfuerzo de una lectura espacial. Lectura espacial en la que, el paisaje preexistente, deberá convivir con los nuevos “diseños” paisajísticos, propiciados por las transformaciones urbanas e infraestructurales del conjunto.
No se trata tanto, pues, de proyectar modas o resucitar imposibles restos arqueológicos, como de intentar conectar un modo de formación de la metrópoli – que subyace, aún, en muchas de sus tramas y es perceptible en su paisaje- con las nuevas funciones de la misma, buscando los parámetros de equilibrio que permitan la visión y disfrute del paisaje, desde sus componentes históricas, para una adecuada lectura del espacio comarcal.
Pero la improvisación y falta de reflexión de algunas soluciones, apuntadas en el proceso de Revitalización, parecen renovar aquellas infaustas actuaciones del antiguo “Gran Bilbao” de los años sesenta de las que, aún hoy, se sufren las consecuencias.
Al inicio del presente artículo citábamos y reclamábamos el tema de la "identidad" respecto de la ciudad frente a determinadas posturas globalizadoras. Un factor clave en esa “identidad” es el reconocimiento del valor del soporte territorial.
El soporte territorial, además, es una determinante básica, y como tal fundamental, del paisaje.
El paisaje en general, y particularmente el urbano (al hilo de denominaciones tales como skyline, waterfrond...), es un elemento concluyente de la imagen de la ciudad y diríamos, con seguridad, que es el elemento que la identifica y la diferencia de otras de una manera específica.
El valor de lo local es determinante en la formación de la ciudad y en el reconocimiento e interés que la misma puede despertar en sus habitantes y posibles futuros residentes. Un valor cultural indiscutible de la ciudad lo constituye, por encima de todo, su propia "identidad"[61].
Lo que determina el interés y el valor de una ciudad en un amplio contexto, nacional o internacional, son sus características específicas, es decir, aquello que aporta de distinto al visitante y a sus habitantes.
La globalización de determinados aspectos urbanísticos y arquitectónicos puede producir una mediatización del entorno urbano y una degradación de los valores que caracterizan, como mejores cualidades, a la ciudad misma.
Hoy se fía la consecución de una nueva "identidad" para Bilbao en base a la aportación de grandes proyectos arquitectónicos, no siempre coherentes con el paisaje existente y con otros aspectos territoriales: Torres de Arata Isozaki, Torre de Iberdrola, el Plan Urbanístico para Zorrotzaurre...
El mundo de la arquitectura es promiscuo y a la vez profundamente endogámico en muchas de sus percepciones. La ciudad de los monumentos, de los artefactos culturales y de todo tipo no es, en sí misma, la ciudad y, por supuesto, ni siquiera es deseable que lo sea.
El coste ecológico, histórico y paisajístico de muchas actuaciones citadas en este trabajo (Abandoibarra, Zorrotzaurre…), que se proponen como aparentemente modélicas, debería ser analizado con la perspectiva de la historia, con los parámetros de la geografía (el soporte territorial y el paisaje) y con una intencionada visión sociológica, ecológica y sostenible.
Y podemos apostillar diciendo que, en cierta medida, la arquitectura actual ha hecho todo lo posible para olvidar el complejo problema que concierne a la ciudad y, consecuentemente también, la cuestión del paisaje urbano.
La breve visión de las cartas del siglo XIX que, a modo de secuencias estratigráficas, nos introducen en el momento en el que la Comarca de la Ría de Bilbao se asomaba a una urbanización social y económica de carácter comarcal, nos parece sustancial para comprender que la naturaleza subyace como soporte base del paisaje sobre el que las acciones del hombre acaban proporcionando o concretando las sucesivas imágenes de la “identidad” del territorio.
Nos sirve, además, para entender que las circunstancias, que han dado lugar a un determinado continuo urbano, ni son aleatorias, ni son ajenas a la propia naturaleza, ni a la disposición de la misma en relación a sus posibilidades geoeconómicas. Ciertamente la evolución de la Comarca de la Ría de Bilbao ha tenido, en los últimos tiempos, un desarrollo desordenado y desequilibrado si lo comparamos con el modelo anterior de formación que sugieren las Cartas.
Pero para la resolución de los problemas o, en este caso, para visualizar y estructurar el proyecto de un nuevo paisaje para el territorio, es imprescindible conocer y “observar”, en los términos de Humbolt, el panorama, no solo actual, sino histórico, partiendo de la misma naturaleza, del ámbito a transformar.
Sin esta percepción, el futuro diseño del paisaje urbano, carece de una base sustancial: la del conocimiento y se inspira más en aventuras estéticas, con un evidente trasfondo especulativo, que en la asunción del hecho de que forma parte de una evolución histórica de la sociedad y su radicación en un ámbito geográfico concreto.
Por encima de estas cuestiones que hemos planteado, hay dos aspectos esenciales que creemos oportuno destacar. En ambos aspectos que, básicamente, podrían resumir la actitud de las prácticas del poder frente a la resolución de los problemas que afectan a la Comarca de la Ría de Bilbao y, por extensión, al Bilbao Metropolitano (la primera considerada como el soporte físico del marco territorial y el segundo como el modelo urbano-territorial), centramos la crítica conclusiva del artículo.
En primer lugar está el hecho de que, por los efectos de la crisis de los años ochenta y por el dimensionado de la superficie y la disposición de los suelos de los que podía disponerse, dentro del Área Metropolitana de Bilbao, para investigar sobre las características físicas y paisajísticas y sobre la ordenación urbana del territorio, se daba la oportunidad -y esa sí que era una buena oportunidad- para reflexionar de manera general, y proceder en consecuencia, sobre las posibilidades de reconocimiento, preservación y delimitación del referido territorio. Y, también, reflexionar sobre su proceso de urbanización, de las características de la naturaleza y paisaje y de la medida en que, en las nuevas circunstancias, se podían saldar, o en todo caso matizar, las deudas que la sociedad hegemónica, de cada momento, había contraído con respecto del soporte territorial natural y urbano.
Esta falta de voluntad, con respecto a la consideración sobre las posibilidades de una segunda oportunidad para reconducir el futuro, a largo plazo, de lo que se está convirtiendo en un territorio urbano-regional, se vio agudizada en la formalización de un Plan Estratégico que, en modo alguno, se planteó interrogarse sobre la realidad comarcal y evitó pronunciarse sobre los equilibrios entre la Comarca y la ciudad central[62]. Por el contrario, se ha pretendido potenciar a la ciudad central en sus componentes de excelencia -en un contexto de competitividad dentro de la moda globalizadora- en detrimento de otras consideraciones y funciones territoriales y del carácter natural y original del entorno y del paisaje que lo identifica.
Notas
[1] El presente trabajo se ha desarrollado en concordancia con las investigaciones que ha llevado a cabo el autor en la preparación de su Tesis Doctoral, bajo la dirección de la Dra. Beatriz Plaza, en el Departamento de Economía Aplicada V de la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao, Universidad del País Vasco (Área de Economía Regional y Urbana).[2] Mas, 2009.
[3] Concina, 1992.
[4] Las reflexiones de Liliana Fracasso (2000) en relación al dilema local-global: a) cómo la comunidad a escala local puede utilizar (manipulándola) la dinámica de la globalización en su propio beneficio o b) la contradicción entre la política ambiental y las reformas neoliberales, aparecen en el proceso de Regeneración de Bilbao y su Área Metropolitana formando parte esencial del mismo.
[5] Borja, 2007.
[6] Herod, 2003.
[7] Vidal de la Blache, 1911.
[8] Fracasso, 2000.
[9] Vegara, 2002.
[10] González, 2005.
[11] Capel, 1981, p. 446.
[12] Borja, 2007.
[13] Capel, 1981.
[14] Méndez, 2007.
[15] Bilbao ha obtenido recientemente el premio “Lee Kuan Yew World City Prize” ,instituido por la ciudad-estado de Singapur, en su primera edición (2010) por su labor en “mejorar el entorno y la calidad de vida de la ciudad de manera significativa, fortaleciendo su cohesión social y dinamismo cultural, al mismo tiempo que ha acentuado su competitividad económica”.
[16] Real Academia Española, 1988.
[17] El debate y la subsiguiente evolución de la geografía desde A. Humbolt hasta las más recientes tendencias, pasando por la geografía regional (Vidal de la Blanche y Hettner), el positivismo, la escuela de Frankfurt, la geografía radical…, son una buena muestra de esas necesidades y su complejidad.
[18] Humboldt, 1849.
[19] Karl Ritter (Quedlinburg (Sajonia) 1779 – Berlín 1859). Fundador de la Berlín Geographical Society y Catedrático de Geografía en la Universidad de Berlín.
[20] Capel, 1981, p. 41.
[21] Maldonado, 1972.
[22] Humboldt, 1849.
[23] Mas, 1992.
[24] Como en el caso de Charles de Foucauld en su “Reconnaissance au Maroc”, 1888.
[25] Gonçalves, 2001.
[26] Zambrini, 1991.
[27] Mas, 2002.
[28] Capel, 1981.
[29] Ambos términos coexisten a lo largo del trabajo en la medida en que cada uno, entendemos, representa un ámbito o un contexto territorial determinado. A la expresión: "Comarca de la Ría de Bilbao", atribuimos la cualidad "natural" de la situación original del espacio objeto de nuestros comentarios. A la denominación: "Área Metropolitana de Bilbao" adjudicamos los conceptos, reelaborados históricamente, concernientes a los dominios sociales, económicos, administrativos y urbanísticos.
[30] “Civitates Orbis Terrarum”,Volumen II de la obra: “De Praecipuis, Totius Universi Urbibus, Liber Secundus”, Georg Braun y Frans Hogenberg, Colonia, 1572-1617.
[31] La denominación de “Gran Bilbao” proviene de la denominada “Corporación Administrativa del Gran Bilbao”. Esta Corporación se creó para la gestión urbanística (Decreto de 23 de mayo de 1947) de lo que se identificaba como Comarca de Bilbao y su Zona de Influencia tal como se la conoce en el Decreto de 1 de marzo de 1946 de Ordenación Urbanística y Comarcal de Bilbao y su Zona de Influencia.
[32] Mas, 1992, 2002.
[33] Revista Común 2, 1979, editada por el Instituto de Arte y Humanidades de la Fundación Faustino Orbegozo con textos de Julio Caro Baroja, Víctor Urrutia, Juan luis Ibarra, Elías Mas, equipo “Talde”, Santiago Amón, Javier Salazar, Milagros García Crespo y otros.
[34] Andrés Precedo Ledo publicó, en 1977, el trabajo: “Bilbao y el bajo Nervión, un espacio metropolitano”. Su labor investigadora desde la Cátedra de Geografía Humana de la Universidad de Santiago de Compostela ha abordado temas tales como la identidad territorial, el desarrollo local y la ciudad difusa.
[35] García Merino, 1987.
[36] Manuel González Portilla dirige un equipo investigador en el que se integran: José María Beascoechea Gangoiti, Pedro Alberto Novo López, Aranzazu Pareja Alonso, Susana Serrano Abad, Karmele Zárraga Sangróniz y Mercedes Arbaiza Vilallonga.
[37] Gregotti, 1991.
[38] Maldonado, 1972, p. 102.
[39] Sorre, 1958, p. 14.
[40] Cartas de “Portugalete and Bilbao with the Channel of de Riber Nervión by Henry Thompson, Second Master of HMS Saracen” (1836,1874 y 1889). La de 1889 fue supervisada por el ingeniero Evaristo Churruca. Publicadas en Londres por la “Hidrographical Office” del Almirantazgo.
[41] Pinchemel, 1961.
[42] Bastida, 1923.
[43] Mas, 2000.
[44] Mas, 2005.
[45] Maldonado, 1972.
[46] A la Ría de Bilbao desembocaban todos los vertidos de aguas residuales e industriales de su cuenca y, en especial, los residuos urbanos del Área Metropolitana de Bilbao. El Plan de Saneamiento fue aprobado en 1979 y las primeras obras se iniciaron a comienzos de los años ochenta del pasado siglo XX.
[47] Mas, 2010.
[48] Mas, 2009.
[49] Miguel, 2008; Mas, 2009; Mas, 2010.
[50] Plaza, 2000, 2000, 2006 y 2008; Plaza, Tironi & Haarich, 2009; Plaza & Haarich, 2009; Palma,2009; Millán 2009; Plaza, González-Flores, Galvez-Galvez & Mas, 2010; Plaza, González-Flores y Gálvez-Gálvez 2011.
[51] El proyecto en Uribitarte de Arata Isozaki, El puente peatonal Zubi-zuri y el Aeropuerto de Santiago Calatrava, el centro Zubiarte de Robert A.M. Stern, la Torre Iberdrola de César Pelli, el Hotel Sheraton (ahora Meliá) de Legorreta o los más recientes proyectos de Zaha Hadid para Zorrozaurre, de Rogers para Garellano o de Stark para la Alhóndiga, no siempre encomiables.
[52] Branding es un anglicismo empleado en mercadotecnia que se refiere al proceso de creación o concreción de una marca, administrando, estratégicamente, el conjunto de activos vinculados, de alguna manera, al nombre y/o símbolo (icono) que la identifican.
[53] Hegemann & Peets, 1922.
[54] En euskera significa: puente blanco.
[55] Departamento de Ordenación del Territorio, Vivienda y Medio Ambiente del Gobierno Vasco, 1988.
[56] Con fecha 22 de diciembre de 1998 se aprobó definitivamente el Plan Territorial Sectorial de Ordenación de Márgenes de los Ríos y Arroyos de la Comunidad Autónoma del País Vasco (Vertiente Cantábrica). Este plan, que ha sido desarrollado por diferentes normas, precisiones, actualizaciones e incluso reformas, afecta de manera sustancial a diferentes “espacios de oportunidad" y a las actuaciones en ellos en desarrollo.
[57] En el punto 1º del Acta del Jurado para la resolución de la Consulta sobre la Ordenación de Abandoibarra se establecía: “Ninguno de los cinco Proyectos resuelve de forma íntegra y definitiva las expectativas urbanas contenidas en la Convocatoria de la Consulta en relación a la significación del espacio a ordenar y su carácter representativo y funcional”.
[58] En relación a la torre proyectada por el equipo Pelli, Balmori y Aguinaga, señalaba el Jurado de la Consulta: “Se ve como dudosa la creación un único edificio emblemático sin una clara asignación total o parcial a un uso público o institucional que lo justifique”.
[59] En el número 2 de la publicación “Abandoibarra” (pág. 12), promovida por Bilbao Ría 2000 , se citaba a César Pelli como ganador de la Consulta.
[60] El periódico “El País” (28/07/1998), por ejemplo, se hace eco del rechazo de la referida Plataforma Vecinal al denominado “Master Plan” de César Pelli a causa de las cuestiones mencionadas.
[61] Mas. 2009, p. 46.
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