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CLAVES PARA LA RECUPERACIÓN DE LOS REGADÍOS TRADICIONALES. NUEVOS CONTEXTOS Y FUNCIONES TERRITORIALES PARA VIEJAS AGRICULTURAS
Rocío
Silva Pérez
Depto. de Geografía – Humana-Universidad de
Sevilla
rsilva@us.es
Claves para la recuperación de los regadíos tradicionales. Nuevos contextos y funciones territoriales para viejas agriculturas (Resumen)
Hace ya varios años que asistimos a cierto renacimiento de los regadíos tradicionales e históricos, centrado en la consideración de sus valores patrimoniales y paisajísticos; y ello supone un acicate para su recuperación. Pero los regadíos que subsisten son muy distintos a los originarios y sus posibilidades de rehabilitación pasan por su caracterización actual, lo que remite al análisis de los procesos en que se han visto inmersos.
A la par que han cambiado los contextos territoriales y los paisajes, se han trastocado los roles que los regadíos históricos están llamados a cumplir. A sus tradicionales cometidos productivos, se añaden ahora nuevas y variopintas funcionalidades (paisajísticas, patrimoniales, territoriales, socio-recreativas) a los que no todos ellos pueden responder de la misma forma. Este artículo analiza estos aspectos en Andalucía y plantea dos modelos básicos de herencias de regadíos tradicionales (periurbano-litoral y rural-serrano) que pueden servir para orientar las políticas públicas encaminadas a su protección, ordenación y/o gestión.
Palabras clave: regadíos tradicionales, paisajes, patrimonio, nuevas funciones, Andalucía.Keys to the recovery of traditional irrigated agriculture. New contexts and territorial functions for old agricultures (Abstract)
We have borne witness to a certain resurgence of traditional and historical irrigation over the past few years, with the focus on heritage and landscape values; and this serves as an incentive for this irrigation to be brought back into use. What has survived is very different to the original irrigation, however, and the chance of its being restored depends on its current characterization. This points to an analysis of the processes in which it has been involved.
As spatial contexts and landscapes have changed, so the roles that historical irrigation was to play have changed with a mix of new (landscape, heritage, spatial, socio-recreational) functionalities added to its traditional production-linked purpose, and it cannot respond to all of these in the same way. This article analyses these aspects in Andalusia and presents two basic models of traditional inherited irrigation (periurban-coastal and rural-mountain) that could serve as guidance to public policies aimed at its protection, management and/or administration.
Key words: traditional irrigation, landscapes, heritage, new functions, Andalusia.
La disponibilidad de recursos hídricos ha constituido históricamente
un factor de localización de las poblaciones mediterráneas, muchos de cuyos
emplazamientos se asocian a la presencia de agua aprovechados por los regadíos
adyacentes[1].
Ello deparó un paisaje de agrario de huertas, vegas y riberas, de gran
plasticidad y cromatismo y una elevada impronta cultural e histórica,
convertidos en arquetipos de paisajes mediterráneos. Así se reconoce
expresamente en Atlas de los Paisajes Agrarios de Europa[2] en el que se inspiró el capítulo de paisajes del primer informe ambiental
de la Unión Europea, conocido como Informe Dobris[3],
donde se les asigna una categoría específica (huertos y huertas periurbanos),
nominada al igual que la dehesa en castellano cuando las restantes unidades de
paisaje se designan en inglés.
Las huertas tradicionales son el resultado de una sabia y acumulativa domesticación del medio físico y presentan en la actualidad complexiones variadas, dependiendo de la particularidad territorial y dinámica histórica específica de cada una de ellas. Su asociación originaria a estructuras agrarias minifundistas, su atomización parcelaria y la pluralidad de sus cultivos las sitúan en el dominio de la pequeñez y lo cualitativo. Conjuntamente con su proximidad a las poblaciones, ello las convierte en espacios cercanos y familiares y las dota de una fuerte carga identitaria y un elevado valor simbólico.
Durante siglos desempeñaron un papel productivo de primer orden actuando como despensas urbanas en un contexto de economías poco abiertas; pero tras sucesivas expansiones urbanas y crisis agro-rurales muchas huertas han desaparecido engullidas por las ciudades y/o sepultadas bajo nuevos regadíos (modernos y postmodernos). Las que han sobrevivido a tales avatares han modificado sus fisonomías y trastocado sus funciones históricas, presentando distintos grados de abandono y/o fragmentación territorial dependiendo de los procesos en los que se han visto inmersas. El corolario ha sido su dejadez productiva, el deterioro de sus elementos patrimoniales más conspicuos y la desmejora de sus paisajes. Pero aunque extremadamente diezmadas respecto a otros momentos históricos, las tramas de organización espacial de muchos huertos tradicionales son todavía reconocibles, si quiera de manera difuminada entre usos urbanos, periferias rurales y nuevos regadíos.
Hoy se asiste a una creciente revalorización de estas viejas agriculturas y ello supone un acicate para su recuperación. Pero las huertas que aún persisten son, como se ha dicho, muy distintas a las tradicionales y sus posibilidades de rehabilitación pasan por su caracterización productiva, patrimonial y paisajística actual; lo que a su vez se relaciona con el contexto territorial en el que se insertan y que da cuenta de los procesos en que se han visto inmersas. Otro aspecto básico a tener en cuenta es que la recuperación actual de las huertas pasa por su adaptación a nuevas y variopintas funcionalidades (productivas, paisajístico-patrimoniales, territoriales), a las que no todas ellas pueden responder de la misma forma y que igualmente se relacionada con sus localizaciones.
El análisis de la distribución territorial de los regadíos históricos constituye, pues, un ejercicio ineludible para su restauración actual, no siempre fácil de abordar ya que por su pequeñez se comportan como espacios invisibles si antes no se conocen. Y esto último suele ser muy habitual, debido a la escasez de inventarios y catálogos; que no es incompatible con la proliferación de estudios e investigaciones.
¿Qué características han tenido históricamente los regadíos tradicionales?; ¿cuáles de tales rasgos se mantienen y qué otros han desaparecido?; ¿qué procesos los han hecho cambiar e hibridarse?; ¿dónde estaban localizados?; ¿cuántos de ellos persisten y en qué condiciones?; ¿cómo abordar y, en lo posible, corregir, sus degradaciones paisajísticas y patrimoniales?; ¿qué retos territoriales deben afrontar hoy estos espacios?, son algunas de las preguntas que se suscitan. No es el objeto de este artículo contestar a todas ellas, sino iniciar un programa de investigación que aquí se concreta en la localización, caracterización, tipificación y determinación de las potencialidades funcionales de los huertos tradicionales y regadíos históricos de Andalucía, como paso previo para, en futuros trabajos, seleccionar ámbitos de estudios representativos de los distintos tipos.
Como hipótesis de investigación se mantienen las siguientes: Los paisajes de las huertas tradicionales, antaño vinculados a condicionantes ambientales, se desligan hoy del medio físico natural y se supeditan a nuevos patrones de localización relacionados con la situación de cada huerta respecto a estructurantes territoriales básicos como las unidades fisiográficas, el tamaño de los asentamientos o las redes viarias. Y en estrecha relación con ello, también se prefigura que la recuperación actual de los regadíos históricos pasa por su readaptación a nuevas funciones y demandas ciudadanas de alimentos saludables en términos organolépticos y energéticamente sostenibles, de espacios de calidad ambiental y paisajística y de creciente valorización del patrimonio natural y cultural.
El trabajo se estructura en tres partes: La primera plantea un somero recorrido por la producción bibliográfica existente y por los nuevos marcos conceptuales y normativos en que sustenta la revitalización actual de los regadíos tradicionales e históricos; la segunda describe su distribución territorial en Andalucía y sus rasgos socio-económicos y paisajístico-patrimoniales originarios; la tercera se centra en los procesos que les han afectado y que determinan sus configuraciones patrimoniales y paisajísticas actuales, los modelos de huertas tradicionales persistentes y los nuevos roles y funcionalidades que estos espacios están llamados a cumplir.
Estado de la cuestión y nuevos marcos
conceptuales y normativos
Llegados a este punto se hace necesaria cierta precisión conceptual y cronológica de lo que se entiende por regadíos tradicionales y/o históricos. Los regadíos tradicionales son espacios con una dilatada historia agraria, que ya existían a la llegada antes de la época romana[4], y cuya etapa de mayor florecimiento y propagación territorial tuvo lugar en la Edad Media, coincidiendo con el periodo andalusí[5]. En términos territoriales comprenden pequeñas áreas de vegas, huertas y riberas surgidas con anterioridad a la gran expansión de la superficie regada por iniciativa pública, amparada en el Plan General de Obras Hidráulicas de 1902, en la Ley de Obras de Puesta en Riego de 1932 y en la Ley de Bases para la colonización de Grandes Zonas Regables de 1939. Este elenco normativo inaugura un nuevo modelo hidráulico, los regadíos modernos[6], de incuestionable valor patrimonial y paisajístico tanto en lo que se refiere a los elementos de arqueología industrial que atesora como por la belleza y armonía de sus poblados de colonización[7], pero de tramas territoriales y productivas (parcelarios regulares, grandes extensiones dedicadas a la siembra de un mismo cultivo, infraestructuras hidráulicas de cemento y hormigón) muy diferentes a las tradicionales (pequeñas parcelas irregulares, policultivos, acequias de mapostería, etc.). Si bien tanto las huertas y vegas tradicionales como los regadíos modernos son regadíos históricos, este artículo se centra en las primeras.
El análisis de las huertas tradicionales ha sugestionado desde siempre a los investigadores, ya sea por el valor agrológico-productivo de sus tierras; por su particularidad de espacios híbridos y de frontera entre lo rural y lo urbano; por su carácter cercano e identitário; por su riqueza patrimonial y paisajística; o por su especial fragilidad y vulnerabilidad frente a las dinámicas socio-económicas y territoriales imperantes en cada momento. Son bien conocidos en Geografía los estudios de regadíos tradicionales muy emblemáticos del mediterráneo español como las huertas de Valencia y Murcia[8], el Bajo Segura[9] y la Ribera del Júcar[10]. En el caso de Andalucía destacan los estudios de la Vega de Granada[11], la Vega de Motril-Salobreña[12], el Bajo Guadalhorce[13] o los huertos abancalados de la Alpujarra[14]. Otros regadíos andaluces menos conocidos pero igualmente relevantes son los de Sierra Morena[15], los pagos de Palma del Río (Córdoba)[16] o los navazos de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)[17].
También son numerosos los estudios de carácter general sobre la génesis, caracterización y evolución de las huertas[18]; sobre las causas de sus desapariciones y deterioros y los resultados territoriales de tales cambios[19]; a los que se suman en los últimos años los estudios que reivindican su valor patrimonial y paisajístico[20]; y/o que reclaman su inclusión en redes de espacios libres metropolitanos, como se ha propuesto recientemente en Andalucía para las vegas de Motril-Salobreña[21] y para las huertas cercanas a Córdoba[22].
Podría considerarse, en relación con esto último, que estamos asistiendo a un renacimiento social de estas viejas agriculturas, desde nuevas bases epistemológicas y normativas que dan respuestas a renovadas percepciones y demandas ciudadanas. Desde una perspectiva epistemológica la revitalización actual de las huertas y vegas tradicionales se asocia a la revisión de antiguos conceptos (como los de patrimonio y/o paisaje) y a la emergencia de otros (como los de conectividad ecológica y/o multifuncionalidad agraria), que tienen que ver con:
Tales marcos teórico-conceptuales abren nuevas posibilidades a la recuperación de los regadíos históricos, desde nuevas perspectivas y funcionalidades, y ayudan a orientar las políticas públicas encaminadas a su recuperación. Tal es así que la fascinación por las huertas tradicionales no se ciñe a la esfera epistemológico-conceptual y también impregna a la normativa:
Las renovaciones conceptuales y normativas en la consideración de los regadíos históricos responden a la emergencia de nuevas percepciones y demandas ciudadanas, que confieren a su recuperación un carácter estructural y tiene un profundo calado social. Cabe destacar en este sentido:
Regadíos históricos de Andalucía. Localización
y caracterización (productiva, patrimonial y paisajística) originaria
Distribución territorial
La localización y caracterización patrimonial y paisajística de las huertas y vegas tradicionales constituye una premisa ineludible en todo proyecto encaminado a su recuperación y mejora; pero como se ha dicho, esta tarea no siempre es fácil de abordar ya que por su pequeñez las huertas se comportan como espacios invisibles y sólo son perceptibles a escalas amplias y de detalle.
El Mapa de los Paisajes de Andalucía deja entrever algunas de ellas dentro de las categorías paisajísticas “valles, vegas y marismas” y “litoral” y entre las unidades fisonómicas “frutales y cultivos arbolados de regadío” y “cultivos herbáceos de regadío”[41]; pero no diferencia entre regadíos tradicionales, modernos o postmodernos. Su escala de representación (1:400.000) tampoco permite visualizarlas y nominarlas y, mucho menos, adentrarse en el análisis de sus valores patrimoniales y paisajísticos. Esto último requiere la realización de estudios particulares y de detalle apoyados en inventarios y catálogos previos, como el Inventario Andaluz de Huertas y Regadíos Históricos, utilizado como fuente básica en este trabajo[42].
Cuadro 1.
Evolución
de la superficie de regadío en Andalucía (datos en hectáreas)
1858 | 1904 | 1957 | 1987 | 2008 | |
Almería |
16.000 |
15.000 |
43.923 |
60.133 |
81.080 |
Cádiz |
2.153 |
6.330 |
16.576 |
41.403 |
60.830 |
Córdoba |
5.258 |
5.915 |
7.213 |
50.455 |
118.210 |
Granada |
61.919 |
105.371 |
97.289 |
111.879 |
138.840 |
Huelva |
925 |
1.697 |
1.092 |
20.247 |
43.290 |
Jaén |
24.753 |
26.078 |
41.645 |
87.118 |
290.600 |
Málaga |
17.918 |
27.208 |
21.156 |
46.605 |
67.110 |
Sevilla |
4.608 |
4.463 |
73.339 |
206.925 |
306.430 |
Andalucía |
133.534 |
192.062 |
302.233 |
624.765 |
1.106.390 |
Andalucía Occidental |
12.944 |
18.405 |
98.220 |
319.030 |
528.760 |
Andalucía Oriental |
120.590 |
173.657 |
204.013 |
305.735 |
577.630 |
Fuentes: Junta Consultiva Agronómica (1904) e Inventario de Caracterización de Regadíos (1957, 1987 y 2008). |
Las huertas, vegas y riberas tradicionales ocupaban exiguas extensiones (cuadro 1): un total de 192.000 Has según la información contenida las Memorias de Riego de Junta Consultiva Agronómica (1904), que en opinión de los expertos consultados ofrece una buena radiografía de los riegos históricos de la región. Más del 90% de aquella superficie (un total de 173.567 Has) se localizaba en Andalucía Oriental, dentro del dominio de las Cordilleras Béticas. Razones históricas relacionadas con la más dilatada herencia andalusí, junto con otras inherentes a las especificidades y limitaciones físicas de las Béticas, explican tal reparto espacial.
Desde un punto de vista físico-ambiental los valles y serranías orientales cuentan con ventajas naturales favorables a la expansión del regadío como la disponibilidad de agua durante todo el año merced a sus abundantes recursos subálveos (asociados a la permeabilidad de los materiales calizos) y al deshielo estival de las aguas retenidas en las cumbres durante el invierno. Y en sentido negativo, la pobreza edáfica y sequedad extrema condiciona que sus cultivos sólo prosperen en regadío, contribuyendo a la propagación territorial de éste. En cambio, en la Depresión del Guadalquivir, de precipitaciones más abundantes y suelos más potentes, los regadíos tradicionales eran meramente testimoniales: 12.994 Has en 1858 y 18.405 en 1904 (cuadro 1).
Entre 1904 y 1957 la superficie regada avanza por 110.171 nuevas hectáreas, localizadas en su mayor parte (más del 70%) en las provincias occidentales prefigurando su distribución actual (Cuadro 1). Pero no se trataba ya de regadíos tradicionales, sino de los primeros regadíos modernos que habían iniciado la expansión en las zonas regables del Viar (Sevilla), el Valle Inferior y el Guadalmellato (Córdoba), el Guadalcacín (Cádiz), el Genil (provincias de Córdoba y Sevilla), además de la Colonia de la Algaida (Sanlúcar de Barrameda-Cádiz) y el Pantano del Chorro (Málaga). Al margen de estas áreas precursoras, los restantes regadíos andaluces de 1957 respondían al modelo tradicional y seguían localizándose preferentemente en Andalucía Oriental.
Figura 1. Distribución
territorial de los regadíos históricos. |
La fuente básica para cartografiar de manera más precisa la distribución territorial de los regadíos tradicionales es el fotograma del vuelo americano de 1956[43]. En el caso de Andalucía éste refleja sus concentraciones mayoritarias en el área de las Béticas; también pone de manifiesto las conexiones existentes entre los regadíos históricos y la red de asentamientos rurales y urbanos (Figura 1) y permite la diferenciación de distintas configuraciones espaciales:
Los huertos tradicionales se asentaban en la cercanía de núcleos de población y junto a las fuentes de agua, insertos en los tejidos urbanos, dispersos por sus ruedos y/o configurando “cintas verdes” en torno a los cursos de los ríos. Su localización geográfica respondía a las características diferenciales del medio físico y, en una suerte de determinismo a la inversa, ocupaban espacios con limitaciones para el desarrollo de la agricultura (de escasas precipitaciones, dificultades orográficas y/o pobreza edáfica). Junto a razones históricas relacionadas con la prolongación de la ocupación musulmana[50], ello explica su expansión por las altiplanicies orientales y otros ámbitos de las béticas.
Contexto
socio-económico y rasgos paisajístico-patrimoniales originarios
Las cualidades patrimoniales y paisajísticas que actualmente se reconocen a los regadíos tradicionales se fraguaron en un contexto socio-económico y territorial muy específico, de economía autárquica de base agraria, escasos efectivos demográficos, predominio de asentamientos rurales y ciudades poco numerosas de ambiente ruralizado. Ello explica sus configuraciones territoriales y paisajísticas originarias y su propia diversidad interna.
En ellos se practicaba una agricultura tradicional, de carácter natural u orgánico, caracterizada por el recurso al trabajo familiar en explotaciones poco capitalizadas[51]. Sus rendimientos eran escasos, en consonancia con las parcas poblaciones de las ciudades de las que eran aledaños. Sus aprovechamientos eran extremadamente diversos, tanto por razones económicas (orientación al autoabastecimiento en una economía poco abierta) como por cuestiones técnico-físicas (adaptación a distintas condiciones ecológicas con una tecnología muy precaria). Las diferencias productivas las marcaba el medio físico, con cultivos variables con el devenir de las estaciones (brócolis, judías verdes y patatas en invierno; tomate, pimiento y sandías en verano…) y en función de las condiciones ambientales. En espacios de orografía accidentada, como La Alpujarra, ello deparó paisajes muy pintorescos de huertas escalonadas en bancales, ocupados por cultivos adaptados a los distintos pisos ecológicos: castañas, patatas, trigo, judías y manzanas en los bancales más elevados; frutas y hortalizas diversas en las medianas laderas; y naranjales en las zonas bajas como los valles de Orgiva y Ujíjar (Alpujarra granadina)[52].
Esto último remite a un aspecto que puede llamar a confusión: la identificación de las huertas tradicionales con aprovechamientos de frutas y hortalizas cuando en ellas se sembraba un poco de todo; y, en particular, aquéllos productos que por razones hídricas o edáficas no prosperaban en secano. Así por ejemplo, las mejores condiciones pluviométricas y edáficas de la Depresión del Guadalquivir explican que sus regadíos históricos, además de ser poco significativos, estuviesen mayoritariamente ocupados por cultivos intensivos de frutas y hortalizas, de gran valor comercial. En cambio, en las hoyas y vegas interiores de la Andalucía bética, de precipitaciones más escasas y suelos más pobres, se sembraban en regadío cultivos típicos del secano como la triología mediterránea (cereal, olivar y vid), las fibras textiles (lino, cáñamo y morera) y en situaciones extremas de secanos poco productivos como los de la Vega de Zújar (Granada) incluso se regaban los almendros[53].
Las huertas y vegas tradicionales eran, por otra parte, espacios extremadamente versátiles, que sin trastocar sus principios básicos supieron adaptarse a diferentes circunstancias socio-económicas e históricas. La irrupción en el siglo XVI de nuevos cultivos americanos (patata, tomate, pimiento, maíz, tabaco) conllevó algunos cambios en sus paisajes, al igual que las revoluciones liberales y los procesos desamortizadores del siglo XIX. Estas últimas redundaron en una mayor especialización productiva y en la generación de paisajes muy representativos de los regadíos tradicionales andaluces como los de la caña de azúcar de la Vega de Motril-Salobreña[54], los parrales de Almería y la Contraviesa (Málaga)[55] o las plantaciones de naranjos del Valle de Lecrín[56]. En la Vega de Granada se constatan sucesivas ocupaciones del suelo con cultivos adaptados a distintas coyunturas comerciales (remolacha azucarera, tabaco, patata, lino, choperas)[57], sin trastocar con ello las bases esenciales de las tramas tradicionales de estos regadíos.
Las estructuras agrarias minifundistas y las fragmentaciones parcelarias están detrás de los característicos pasajes de campos cerrados de los regadíos históricos cuyas parcelas se cercan con muros de piedra y/o por hileras de frutales ubicados sus márgenes para aprovechar los sobrantes de agua[58]. El predominio de pequeñas explotaciones también da cuenta de la densidad de ejes viarios y urdimbres de canales de riego que surcaban los territorios de las huertas.
La tecnología hidráulica de los regadíos tradicionales era muy rudimentaria: elevación de las aguas por medio de norias y azudes, acumulación en albercas y/o aljibes y distribución a las parcelas -por gravedad- a través de redes de acequias. Ello se compensaba con una intensa ocupación de la mano de obra en explotaciones cuidadas y mimadas, fertilizadas anualmente con estiércol; lo que les permitió desarrollar suelos muy fértiles (poco apelmazados y con una elevada proporción de limos y arenas), muy distintos, al igual que sus paisajes, a los de los secanos adyacentes. Tales necesidades de mimo y cuidado se tradujeron, a su vez, en la presencia de un hábitat diseminado de viviendas cercanas a las parcelas, que también es característico de las áreas de antiguas huertas.
Cuadro 2.
Valores
patrimoniales y paisajísticos de los regadíos tradicionales e históricos
Rasgos paisajísticos |
|
Patrimonio inmueble |
|
Patrimonio etnográfico |
|
Valor simbólico |
|
Fuente: Elaboración propia. |
El contexto socio-económico, territorial y tecnológico antes descrito explica buena parte de de los valores paisajísticos y patrimoniales que hoy se reconocen a los regadíos históricos, resumidos en el cuadro 2. Entre sus principales valores patrimoniales están la riqueza, la variedad y el colorido de sus paisajes, armoniosamente constituidos durante siglos en torno al papel vivificador del agua[59]. Sus tramas de mosaicos de cultivo, parcelarios irregulares, urdimbres de ejes viarios e infraestructuras de riego y hábitat diseminado depararon escenarios muy coloristas y atractivos. Pero más que en la cualidad en cada uno de sus elementos constitutivos, la potencia y calidad paisajística de los regadíos históricos radica en sus armonías compositivas y en los valores de conjunto.
Junto a la riqueza y vivacidad de sus paisajes, las huertas tradicionales atesoraban un valioso patrimonio inmueble vinculado con la captación y aprovechamiento del agua: infraestructuras de almacenamiento (fuentes, aljibes, albercas, balsas de mamposterías, charcas y lagunas artificiales), conducciones (redes acequias, canales, partidores), ingenios hidráulicos (azudes, norias, molinos hidráulicos, harineros) y lavaderos públicos. Una especial relevancia patrimonial tenían otros bienes inmuebles considerados hoy exponentes de arqueología industrial (batanes, azucareras, secaderos de tabaco) y la rica arquitectura vernácula de cortijos y casas huerta característica de su hábitat diseminado.
Igualmente significativa, desde una mirada actual, es la cultura inmaterial relacionada con el trabajo y la vida de las huertas, como los antiguos saberes, costumbres y oficios; los sistemas y técnicas de riego; las particularidades gastronómicas; y las normas reguladoras del uso del agua (turnos, tandas, distribución del agua por pagos). En estrecha relación con esto últimos surgieron instituciones específicas como los Tribunales de Agua o las Comunidades de Regantes, que salvando las distancias cronológicas y socio-culturales pueden ser consideradas como ejemplos del capital social generado en torno huertas y como lejanos precedentes de las plataformas ciudadanas que hoy reclaman su preservación[60].
A todo ello se suma una extraordinaria fuerza identitária y un elevado valor simbólico, especialmente potente en aquellas huertas que han sido objeto de recreaciones literarias y/o pictóricas. Estos son los casos, entre otros, de la huerta de Valencia descrita por Blasco Ibáñez; de las vegas y huertas de Úbeda ensalzadas por Muñoz Molina; de los ruedos de Doña Mencía y Cabra (subbética cordobesa) de las novelas de Valera; o la Vega de Granada omnipresente en la literatura de Lorca. Tales recreaciones literarias y pictóricas connotan a estos espacios y los eleva a la categoría de paisajes canónicos[61].
Evolución, tipificación actual y
perspectivas de futuro
Dinámicas, transformaciones y mutaciones patrimoniales y paisajísticas
Los regadíos tradicionales se forjaron en un contexto socio-económico y territorial muy diferente al de hoy y sus rasgos paisajísticos y patrimoniales originarios se han visto considerablemente alterados por procesos de distinto signo. Su condición de espacios híbridos y de frontera (entre lo rural y lo urbano) y de territorios hidráulicos los convierte en ámbitos muy sensibles y vulnerables a las expansiones urbanas, las crisis agro-rurales y la implantación de nuevos regadíos (modernos y postmodernos). El cuadro 3 resume tales procesos y sus resultados paisajísticos y patrimoniales; atendiendo, además, a las diferentes consideraciones institucionales y normativas que han merecido estos territorios.
Cuadro 3.
Procesos
con incidencia en las huertas y vegas tradicionales
Período |
Dinámicas urbanas |
Dinámicas agro-rurales |
Dinámicas del regadío |
1850-1950: Primeros exponentes de cambio |
Crecimiento de la ciudad compacta (ensanches burgueses). |
Revoluciones liberales (Desamortización Civil de Madoz, 1855). Apertura al mercado y privatizaciones. |
Aplicación de los principios de regeneracionismo (Ley de Aguas de 1879, Plan General de Obras Hidráulicas de 1902 y Ley de Obras de Puesta en riego de 1932). |
1950-1985: Quiebra, fragmentación y deterioro |
Crecimiento de la ciudad compacta (barriadas obreras). Proliferación residencias aisladas en suelo rústico. Urbanizaciones litorales propiciadas por el turismo de masas. Inicio de la periurbanización. |
Éxodo rural. Desaparición de las pequeñas explotaciones de los ruedos. Revolución Verde y cambio tecnológico. Urbanizaciones encubiertas propiciadas las Ley de Reforma y Desarrollo Agrario de 1973 y favorecidas por las políticas de concentración parcelaria. |
Expansión de riegos (Ley de Bases para la Colonización y Nuevas Zonas Regables de 1939). |
1985-hoy: Paradojas de ahondamiento en el deterioro y emergentes revitalizaciones |
Avance de la periurbanización e implantación del modelo de ciudad difusa. Suelos “no urbanizables” de los Planes Generales de Ordenación urbana. Aparición de nuevas funciones y demandas ciudadanas. Planes Especiales y Parques Agrarios. Redes de espacios libres metropolitanos. |
Liberalización comercial agraria y modernización agropecuaria. Expansión territorial de las agriculturas ecológicas, de los productos ligados a los territorios y de las agriculturas de proximidad. Reconocimiento normativo de la multifuncionalidad de la agricultura. |
Planes de Modernización de Regadíos. Expansión de los regadíos postmodernos. Directiva Marco del Agua de la Unión Europea (2000/60/CE). Conmemoración del Día Internacional de Monumentos y Sitios destinada al Patrimonio Cultural del Agua (ICOMOS, 18 de abril de 2011). |
Resultados paisajísticos y patrimoniales |
Sustitución de usos agrarios por urbanos e infraestructurales. Desapariciones, fragmentaciones territoriales y deterioros paisajísticos. Pérdida del carácter e integridad de los paisajes. Pérdida de la armonía compositiva y de los valores de conjunto. Descontextualización territorial de elementos patrimoniales y ruina y deterioro del patrimonio construido. |
Abandono y desaparición de explotaciones. Extensificación productiva. Sustitución de cultivos tradicionales. Abandono, deterioro y ruina de los elementos patrimoniales vinculados al agua. Incorporación de nuevos elementos extraños a las tramas heredadas. |
Sustitución de las tramas tradicionales por grandes y ordenadas parcelas. Expansión de los monocultivos. Empobrecimiento ambiental y paisajístico. Entubamientos y revestimientos de canales y acequias Pérdidas de los valores de las redes de canales y de su papel como urdimbres de los territorios. Desaparición de las redes tradicionales y en particular de las “redes de aguas muertas”. |
Ámbitos especialmente afectados |
Áreas periurbanas en torno a las grandes ciudades. Ámbitos litorales. Alrededores de las ciudades pequeñas y medias. |
Áreas rurales. Ámbitos serranos. |
Áreas de expansión de los riegos modernos y postmodernos. |
Fuente: Elaboración propia. |
Los primeros detonantes de cambio tienen lugar entre 1850 y 1950, asociados a procesos de distinto signo y desconectados entre sí, por lo que sus efectos territoriales son aún meramente puntuales. Entre las transformaciones de mayor calado están las desapariciones de antiguas huertas, sepultadas por las primeras expansiones de la ciudad compacta mediterránea en forma de ensanches burgueses, y la hibridación de algunas otras a raíz de implantación del modelo hidráulico moderno (amparado en la Ley de Aguas de 1879, el Plan General de Obras Hidráulicas de 1902 y la Ley de Obras de Puesta en Riego de 1932). Desde el punto de vista de las dinámicas de la agricultura, las repercusiones de las revoluciones liberales en el campo y las privatizaciones desamortizadoras condujeron a un avance de la agricultura comercial y, con ello, a la expansión de los monocultivos; pero como antes se señaló las tramas tradicionales de los regadíos históricos no experimentaron cambios sustanciales.
El mayor deterioro y depreciación de los regadíos tradicionales e históricos tiene lugar entre 1950 y 1985, cuando estos espacios experimentan una quiebra física irreparable, traducida en fragmentaciones territoriales, menoscabos patrimoniales y paisajísticos y abandonos agro-productivos. Actúan como desencadenantes de tales transformaciones:
Las mejoras de las infraestructuras de comunicación y las descentralizaciones socio-productivas inauguran, ya a finales de este período, una nueva etapa de desapariciones, fragmentaciones y declives. En las áreas litorales la emergencia y el crecimiento continuado del turismo de masas aceleran los procesos de periurbanización. Todo ello, además, con la connivencia de la administración, imbuida de “un ideologismo desarrollista en materia de política territorial”[62] y bajo unas leyes sacralizadoras de lo urbano (Ley del suelo de 1956 y Ley de Reforma sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana de 1967) donde lo rural adquiere un carácter meramente residual[63].
Un rasgo básico que se inicia en este periodo –y se perpetúa desde entonces- es la marcada interconexión existente entre las dinámicas urbano-rurales e hidrológicas, que potencia y amplifica sus respectivos efectos. Así por ejemplo, además de apropiarse del suelo rústico, la expansión urbana crea nuevas expectativas de negocio y genera baldíos o barbechos sociales, provocando el abandono de la agricultura y/o promoviendo la descapitalización agropecuaria. A su vez, la política de puesta en riego favorece y promueve la urbanización, debido a la mayor capacidad que tiene el regadío de crear puestos de trabajo[65], lo que potencia las dinámicas urbanas sobre las huertas.
Desde 1985 hasta hoy se abre una nueva etapa paradójica y compleja en las dinámicas de los riegos tradicionales, de acentuación de los procesos anteriores -y sus secuelas de desapariciones, mutaciones y deterioros-; y, a la vez, de aparición (a finales del siglo XX) de movimientos contrapuestos de revitalizaciones, reparaciones y rehabilitaciones. La apertura de grandes vías de comunicación y la expansión de instalaciones industriales y de servicio en las periferias de las ciudades aceleran los procesos de periurbanización y las huertas tradicionales, convertidas en agriculturas periurbanas, entran en un compás de espera antes de la desaparición definitiva de muchas de ellas bajo los tentáculos del devorador modelo territorial de la ciudad difusa[66].
La función agraria desaparece a raíz de ello de muchas periferias urbanas, en contradicción con los postulados de las políticas de la planificación territorial, que consideran a los suelos de elevada capacidad agrológica (como las huertas) “recursos naturales”[67] y recomiendan su preservación como no urbanizables[68]. Y a la par que lo anterior, desde la propia ciudad surgen voces que reclaman la preservación de los valores patrimoniales y territoriales de estas antiguas agriculturas; y respuestas institucionales en forma de Planes Especiales, integraciones en redes de espacios libres metropolitanos y/o declaraciones de Parques Agrarios y/o Bienes de Interés Cultural.
La tecnificación de la agricultura y la liberalización comercial agraria detraen rentabilidad a los regadíos históricos, que encuentran dificultades para modernizarse y cuyas producciones no pueden competir (en volumen y precios) con las de los nuevos regadíos. Ello reincide en nuevos abandonos y deterioros, con la connivencia de la Política Agraria de la Unión Europea que incluye a sus productos en la Organización Común de Mercados (OCM) de Frutas y Hortalizas, pensada para explotaciones intensivas e industriales y que, a diferencia de otras orientaciones productivas del Primer Pilar de la PAC (como las cerealistas, ganaderas u olivareras), no contempla entre sus preceptos la protección (a través de ayudas) de los cultivos más característicos de las huertas.
Y a la vez de todo ello, como otro exponente de las paradojas de la postmodernidad, la homogeneización alimentaria y las crisis nutritivas y energéticas acrecientan la demanda de cultivos territorialmente diferenciados (distinguidos por Denominaciones de Origen y otras marcas territoriales), de producciones ecológicas y de agriculturas de proximidad. Unas dinámicas, estas últimas, que también encuentran acomodo entre los programas de la PAC, en este caso en el denominado Segundo Pilar, que subsume los preceptos de la multifuncionalidad agraria e incluye a las medidas agroambientales[69].
Desde un punto de vista hidráulico se concluyen y habilitan zonas regables ya programadas -que reproducen y mejoran los patrones hidrológico-territoriales de los riegos modernos-; y comienza la expansión de los regadíos postmodernos, apoyados en una tecnología hidráulica muy sofisticada en las áreas de invernadero (riegos localizados e informatizados y cultivos hidropónicos)[70].
Y a la vez que las tramas tradicionales son soterradas bajo complexiones hidráulicas modernas y postmodernas, como una paradoja más, crecen las voces que reclaman la preservación de los regadíos históricos, a los que reconocen grandes valores arqueológicos y paisajísticos; tal es así que la propia UNESCO (a propuesta del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios-ICOMOS) ha centrado en el Patrimonio Cultural del Agua la última conmemoración del Día Internacional de los Monumentos y Sitios (celebrada el 18 de abril de 2011). No obstante a todo ello, y pese a la incorporación de principios ambientales en la gestión hídrica siguiendo los postulados la Directiva Marco del Agua[71], las políticas hidráulicas están todavía lejos de incluir criterios patrimoniales y paisajísticos en su diseño[72].
El corolario final de tales encadenamientos de procesos es un profundo cambio en los rasgos patrimoniales y paisajísticos originarios de los regadíos históricos:
Internamente los paisajes de las huertas pierden legibilidad y coherencia, horadándose dos de sus recursos paisajísticos más preciados: la armonía compositiva y los valores de conjunto. El patrimonio inmueble construido; y en particular el hidráulico, tampoco escapa a estas pérdidas y deterioros y muchos de sus elementos más significativos (norias, acequias, casas huertas, azucareras, secaderos de tabaco) persisten descontextualizados y en situación de ruina en espacios desprovistos de agriculturas y de agricultores.
Aunque se trata de procesos interconectados y difícilmente separables por territorios, como es obvio aquellos que tienen que ver con las dinámicas urbanas han tenido un mayor peso en las periferias de las ciudades, en los ámbitos litorales y en las ciudades pequeñas y medias. En cambio, los relacionados con las lógicas de la agricultura se han dejado sentir, en mayor medida, en los espacios rurales y en las sierras. Respecto a las afecciones territoriales de los regadíos modernos y postmodernos (véase la propagación territorial del regadío entre 1957 y 1987 recogida en el cuadro 1), los primeros se expanden sobre todo por Andalucía Occidental, ocupando antiguas agriculturas de secano y suelos improductivos marismeños[73]. Salvo significativas excepciones del eje del Guadalquivir y el Genil (Huertas de la Algaba cercanas a la ciudad de Sevilla y vegas de Posadas, Almodóvar del Río y Palma del Río, en Córdoba) sus paisajes apenas se interfieren y/o se solapan a los de regadíos tradicionales, de localización preferentemente oriental.
Muy distinta es la situación de los riegos postmodernos, expandidos por toda Andalucía (véase en el cuadro 1 la propagación espacial del regadío entre 1987 y 2008), pero con un crecimiento importante en las provincias orientales sobre áreas de antiguas huertas. En casos muy puntuales, ello ha deparado paisajes muy atractivos y reconocidos como los de los cultivos subtropicales de chirimoyos, aguacates y nísperos de las Vegas de Motril y Salbreña[74]; pero la mayoría de las veces se ha saldado en desórdenes y caos paisajísticos, como los del Campo de Dalías y Níjar, los de la Costa de Adra y los de las propias Vegas de Motril y Salobreña[75].
Como epílogo de tal amalgama de procesos y afecciones territoriales, los reductos de los regadíos tradicionales e históricos adquieren en la actualidad complexiones paisajísticas y territoriales muy variadas, representadas por una gran variedad de huertas periurbanas (abandonadas, fragmentadas, nuevos huertos escolares y socio-recreativos); pervivencias de antiguos regadíos tradicionales de sierras, valles y campiñas; e hibridaciones de antiguas huertas con tramas de regadíos modernos (caso de los pagos de huerta de Palma del Río-Córdoba) y postmodernos (situación de muchos regadíos históricos del litoral y pre-litoral mediterráneo).
Claves territoriales y funcionales para la recuperación de los regadíos
históricos
Los cambios patrimoniales y paisajísticos operados en los regadíos tradicionales se acompañan de modificaciones, no menos importantes, de sus referentes territoriales; lo que repercute en sus perspectivas funcionales y en sus posibilidades de recuperación. A raíz de las dinámicas urbano-rurales e hidrológicas antes descritas, los paisajes de las huertas tradicionales, antaño vinculados a condicionantes ambientales, se desligan del medio físico-natural y empiezan a emerger nuevos patrones de localización relacionados con la situación específica de cada huerta respecto a estructurantes territoriales esenciales como el tamaño de los asentamientos, el trazado de los ejes viarios y las principales unidades de relieve. De ello resultan dos modelos básicos de persistencias de regadíos tradicionales (periurbano-litoral y rural-serrano), con algunas variantes internas y numerosas situaciones intermedias de huertas que comparten características de ambos tipos (Cuadro 4).
Cuadro 4.
La actualidad de
los regadíos históricos en Andalucía. Modelos territoriales, perspectivas
funcionales y prospectivas normativas
Modelos | Submodelos | Funciones | Ideas para orientar las políticas públicas |
Litoral/ |
Metropolitano |
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Litoral |
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Ciudades pequeñas y medias |
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Rural/ |
Vegas y riberas en ámbitos rurales |
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Serrano: Regadíos Béticos |
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Serrano: Regadíos de Sierra Morena |
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Fuente: Elaboración propia. |
El modelo litoral-periurbano está marcado, como se ha visto, por las dinámicas de las expansiones urbanas y, subsidiariamente, por la incidencia de nuevos regadíos y sus secuelas de degradaciones patrimoniales y paisajísticas. Internamente presenta distintas variantes relacionadas con el tamaño demográfico de la ciudad más cercana (grandes ciudades o ciudades pequeñas y medias) y/o con la ubicación litoral. Ello permite diferenciar tres subtipos: a) metropolitano -que incluye regadíos muy emblemáticos como los de la Vega de Granada, junto a otros menos sonados como los huertos del Aljarafe y Los Alcores próximos a la ciudad de Sevilla-; b) regadíos aledaños a ciudades pequeñas y medias –como las Vegas de Antequera, Guadix, Baza o Loja-; y c) y riegos litorales, como los de La Axarquía (Málaga), las vegas de Motril-Salobreña, de Adra y Almería y los navazos de Chipiona y Sanlúcar de Barrameda.
La degeneración patrimonial y desorganización paisajística es directamente proporcional al tamaño demográfico de la ciudad más cercana y a la proximidad a la franja litoral, donde la mixtura y el desorden se acrecientan con las tramas de los invernaderos. De hecho, uno de los rasgos que mejor definen el submodelo litoral es su particular combinación de estructuras hidráulicas tradicionales y postmodernas, y de viejas y nuevas agriculturas (reductos de huertas y caña de azúcar, cultivos subtropicales, invernaderos) que sobreviven entre expansiones urbanas y promociones turísticas. El desalojo agrario ha sido, no obstante, menor en esta variante litoral que en el submodelo metropolitano; y, consecuentemente, la agricultura sigue imprimiendo en mayor medida el carácter de sus paisajes. Otro tanto cabe señalar respecto a los regadíos aledaños a las ciudades pequeñas y medias, donde la agricultura está aún más presente que en la variante litoral. Pero no se puede perder de vista que se trata, en todas las variantes de este modelo, de agriculturas periurbanas, muy hibridadas por la competencia de otros usos y con problemas de pervivencias agro-productivas.
En términos funcionales las huertas periurbanas y litorales están llamadas a cumplir cometidos preferentemente extra-productivos, ya sean éstos de carácter territorial (inclusión en las redes de espacios libres metropolitanos), socio-recreativos y educativos (como huertos escolares y espacios de recreo para la población de más edad) o patrimoniales (revalorizando hitos significativos de su pasado hidráulico). Ello no debería implicar una renuncia a la faceta productiva agraria, garante de un atributo esencial que sustenta a buena parte de sus valores patrimoniales (la autenticidad). Tal faceta productiva es susceptible, además, de ser económicamente potenciada con la utilización de etiquetas alusivas a la procedencia de los cultivos (“Productos de la Huerta”) y/o a la práctica de una agricultura de proximidad (de bajo coste energético) como ha sido recientemente ensayado en el Bajo Llobregat barcelonés[76].
El rasgo más destacado de las huertas que responden al modelo rural-serrano es el abandono agrario, responsable directo en ellas del deterioro patrimonial y paisajístico. El éxodo rural ha tenido, no obstante, repercusiones ambivalentes, desmejorando sus paisajes por falta de cuidadores; y, a la vez, blindándolos del sellado de los suelos al haber estado sometidas a menores presiones urbanísticas. Consecuentemente con ello sus rasgos patrimoniales y paisajísticos originarios son más reconocibles y los procesos de deterioro tienen un carácter más reversible; a lo que se viene a sumar el hecho de que se trata de espacios donde la agricultura y los agricultores mantienen una gran relevancia.
Este modelo rural-serrano también presenta algunas variantes, relacionadas con las características físico-estructurales de los emplazamientos de las huertas, con el nivel de abandono agrario y con la afección de los regadíos modernos y postmodernos. Todo ello permite diferenciar tres subtipos: a) regadíos de vegas rurales y campiñas, algunos de ellos con un patrimonio hidráulico muy relevante como las huertas de Pegalajar (Jaén) o los Pagos de Palma del Río (Córdoba), estas últimas muy hibridadas por las tramas de los regadíos modernos; b) antiguos regadíos de las serranías béticas, arquetipos de los regadíos históricos y territorialmente omnipresentes, cuyo valor patrimonial deviene del buen estado de conservación –en términos relativos- de las tramas tradicionales; y c) riegos históricos de Sierra Morena, mucho más ralos y en peor estado de conservación, pero cuya excepcionalidad paisajística se erige en un recurso específico y diferenciado en el contexto de esta sierra impermeable, seca y pardusca.
En términos funcionales, las huertas que responden al modelo rural-serrano deberían primar y potenciar los cometidos económico-productivos reforzando las salidas comerciales de sus cultivos con etiquetas de alusivas a la calidad (como agriculturas ecológicas y/o productos típicos). También deberían cuidar las restantes y complementarias funcionalidades que hoy están llamadas a cumplir (socio-recreativas, educativas, patrimoniales y territoriales), sobre todo en aquellos casos de antiguos regadíos desolados por el abandono y convertidos en barbechos rururbanos. Son ejemplos de esto último algunas huertas de Sierra Morena difícilmente recuperables para la agricultura (como la Yedra de Constantina-Sevilla), pero con grandes valores paisajísticos y socio-recreativos.
Los nuevos escenarios territoriales y las perspectivas funcionales que hoy se abren a los regadíos tradicionales constituyen un buen punto de partida para avanzar en la implementación de políticas encaminadas a su protección, ordenación y/o gestión. Aspectos básicos a considerar, desde la perspectiva de la conservación, son la realización de inventarios y catálogos de recursos paisajísticos y patrimoniales; la redacción de Planes Especiales; o la protección de regadíos históricos muy emblemáticos, no sólo por parte de las instituciones del patrimonio histórico sino también (lo que suele ser menos común) por las instituciones ambientales retomando las catalogaciones de Paisajes Agrarios Singulares de los Planes Especiales de Protección del Medio Físico.
En términos de ordenación, los Planes Subregionales habrían de potenciar las integraciones de las huertas en las redes de espacios libres; y el planeamiento urbanístico municipal debería considerar los valores patrimoniales y paisajísticos –además o en sustitución de los agrológicos– como argumentos para las catalogaciones de suelos no urbanizables.
En lo que respecta a la gestión de los riegos tradicionales por parte de las políticas sectoriales, dos aspectos básicos a contemplar son la incorporación de criterios patrimoniales y paisajísticos en el diseño de las políticas hidráulicas y una mayor apuesta de las políticas agrarias por la viabilidad económico-productiva de sus productos. El Primer Pilar de la PAC (regulador de la política los precios y mercados agrarios) debería prestar una mayor atención a los cultivos de las huertas, garantizando su preservación, mediante ayudas a los agricultores y programas de marketing y de apuesta por la calidad. A su vez, desde el Segundo Pilar habría que seguir avanzando en la promulgación de programas agroambientales específicos para el mantenimiento y/o la recuperación de sus paisajes.
Consideraciones finales
Los regadíos tradicionales de huertas, vegas y riberas son hoy ámbitos especialmente valorados en términos patrimoniales y paisajísticos, que –en aras de su rehabilitación y para la preservación de su autenticidad- reclaman una mayor atención a la faceta productiva agraria. Ello supone un cambio respecto a las depreciaciones y menoscabos de su historia reciente, saldadas en fragmentaciones territoriales, deterioros patrimoniales y dejaciones productivas. Y lejos de constituir una moda o coyuntura oportunista, tal enaltecimiento parece tener un carácter estructural, que se sustenta en una profunda revisión epistemológico, conceptual y normativa y en la emergencia de nuevas percepciones y demandas ciudadanas. Las nuevas nociones de patrimonio histórico y espacio libre; la irrupción de los conceptos de conectividad ecológica y multifuncionalidad agraria; las catalogaciones patrimoniales, territoriales y paisajísticas; y las recientes movilizaciones y plataformas reivindicativas surgidas en torno a estos espacios, son algunos exponentes de todo ello.
El valor patrimonial y paisajístico de las huertas tradicionales deviene de su morfología de campos cerrados, sus valiosas infraestructuras hidráulicas, sus mosaicos de cultivos y sus puzles parcelarios; esto es, unos componentes, todos ellos, muy trastocados por sucesivos avatares históricos. El análisis de las dinámicas urbano-rurales e hidrológicas ha puesto de manifiesto que el deterioro paisajístico y patrimonial de estas viejas agriculturas es directamente proporcional al tamaño demográfico de la ciudad más cercana e inversamente proporcional al dinamismo económico de los territorios en que se insertan. También ha permitido constatar un cambio en las lógicas de su comportamiento espacial, de manera que si en las huertas tradicionales las diferencias patrimoniales y paisajística respondían a patrones físico-naturales, hoy prevalecen otros factores de localización, entre los que ocupa un papel destacado la situación específica de cada huerta respecto a estructurantes territoriales básicos como el tamaño de los asentamientos, el trazado de los ejes viarios y su ubicación litoral o interior. Por último, y sin pretensión de exhaustividad, también se ha podido comprobar que la revitalización actual de las huertas históricas pasa por la asunción de nuevas y variopintas funcionalidades, muchas de ellas de carácter extra-productivo, diferenciadas según las particularidades territoriales y patrimoniales de cada una de ellas.
La aplicación de tales presupuestos a los regadíos históricos en Andalucía ha permitido diferenciar dos modelos básicos de persistencias de huertas tradicionales (litoral-periurbano y rural-serrano), llamados a cumplir distintas y complementarias funcionalidades, que reclaman estrategias diferentes de revitalización patrimonial y paisajística. Sin renunciar a ninguna de las funciones inherentes a su carácter multifuncional, las huertas que responden al modelo periurbano-litoral están llamadas a cumplir cometidos preferentemente extra-productivos -ya sean éstos de perfil patrimonial, paisajístico, territorial o socio-recreativo-, al tiempo que las inscritas en el modelo rural-serrano tienen como reto fundamental la recuperación de sus agriculturas y el incremento de la competitividad de sus producciones. El desempeño de tales roles pasa por la habilitación de políticas diferenciadas, aunque complementarias, entre las que interesa resaltar, desde la perspectiva de la protección, la consideración de estos espacios por las normas reguladoras del patrimonio natural; en términos de ordenación, la contemplación de sus valores patrimoniales y paisajísticos –además o en sustitución de los agrológicos– en las catalogaciones de suelos no urbanizables; y desde un punto de vista de la gestión, la inclusión de las huertas y sus producciones entre las ayudas del Primer Pilar de la PAC.
Notas
[2] Véase Meeus et al., 1990, p.p.289-352 .
[3] Stanners y Bourdeau, 1995.
[4] Así se señala por parte de la Asociación Al-Mudayna, 1991, p. 137.
[5] Malpica, 1995, p.25.
[6] Véase Lasanta, 2009, p. 87.
[7] Para el estudio del valor patrimonial de los poblados de colonización véase Palenzuela, 2005.
[8] Analizadas por Calvo, 1984; Marco et al., 1994; Mateu, 1999; Morales Gil, 2001; Mata y Fernández, 2004; y Muñoz Criado, 2008.
[9] Estudiadas por Gil Olcina, 1988; Hernández, 1998, pp.331-328; Morales Gil, 2001; y Rico y Hernández, 2008, pp.79-109.
[10] Presentes en las obras de Hermosilla, 2006, p.51; y Sanchis et al., 2010, pp.125-152.
[11] Véanse Martín-Vivaldi y Jiménez, 1994, p. 180; Menor Toribio, 1997, p. 202; Ocaña, 1971, p.62; y Sáenz Lorite, 1996, p.78.
[12] Estudiadas por García Manrique, 1972; Machado y Jiménez, 1995, pp.123-138; Serrano y Rosúa, 2008, pp. 201-207; y Voth, 1995, pp.208-211.
[13] Domínguez Rodríguez, 1987, pp.251-258; y Ocaña y Larrubia, 1993, p.43.
[14] Véanse Camacho, 2003, p. 55; y García Manrique, 1973, p. 503 y 1995, p.37.
[15] Santos y Zoido, 1980, pp.399-412.
[16] Caro de la Barrera, 1993, pp.5-24; y Pareja, 2002, p. 31.
[17] Zoido et al., 1979, pp. 12-35.
[18] García Bartolomé, 1994, pp.279-283; y Morales Gil y Gil Olcina, 1992.
[19] Gómez Mendoza, 1984, pp.149-165; Lasanta, 2009, pp. 81-110;y Gil Olcina, 1997, pp.69-99.
[20] Castillo, 1999, pp. 151-164; Cifuente y López, 2005; Hermosilla, 2006 y 2010; y Mata y Fernández, 2010.
[21] Véase Serrano y Rosúa, 2008, pp. 201-217.
[22] Feria y Santiago, 2009, http://www.ub.edu/geocrit/sn-norm.htm .
[23] Castillo, 2009, p. 160; Cruz y Español, 2009, p. 51; y Silva, 2008.
[24] Consejo de Europa, 2000.
[25] Véase Silva, 2009, p. 320.
[26] Marull y Mallarach, 2002, p. 33; y Sastre et al. 2002, p. 15.
[27] Folch, 2003, p. 33.
[28] Reig, 2002, pp. 33-44; y Arriaza, 2010, pp. 94-102.
[29] Véase Gómez-Limón et al., 2007, pp. 124-133.
[30] Castillo, 2009, pp. 26-71.
[31] Priego y Rodríguez, 2010, p. 115.
[32] Véase Gómez Orea, 1992, p. 55.
[33] Así lo han puesto de manifiesto Alberdi, 2002, p. 195 y García Alvarado, 2000, p. 422.
[34] Véase Mata y Fernández, 2004, p. 387.
[35] Plan de Ordenación del Territorio de Ámbito Subregional de la Vega de Granada, Junta de Andalucía, 1999.
[36] Muñoz Criado, 2008; Matrán, 2010.
[37] Junta de Andalucía, 1986 y 1987.
[38] Véanse Sayadi et al., 2004, pp.135-151; y Calatrava, 1996, pp. 143-172.
[39] Paül i Carril, 2007, pp. 473-495.
[40] Calatrava, 1996; y Sayadi et al., 2004.
[41] Junta de Andalucía, 2005.
[42] Grupo Acequia, 2008.
[43] Utilizada por Grupo Acequia, 2008.
[44] Para la caracterización de los Llanos de Antequera, véase Mata, 1979, 107 p. La Vega de Granada de Granada ha sido analizada, entre otros, por. Ocaña, 1971, pp.59-83; el valle de Lecrín por Villegas Molina, 1972; y las vegas de Guadix por Gámez, 1995.
[45] Véase Martín Galindo, 1975, pp. 678-695.
[46] Analizados por Domínguez Rodríguez, 1987, pp. 251-258.
[47] Véase Calatrava, 1996, p. 155.
[48] Véase García Manrique, 1995, p. 87.
[49] Estudiados por Santos y Zoido, 1980, pp. 399-412.
[50] Véase Asociación Al-Mudayna, 1991, p. 47.
[51] Una caracterización socio-económica de la agricultura tradicional se encuentra en Naredo, 1996.
[52] Estas últimas analizadas por Núñez, 1969, pp. 241-305.
[53] Grupo ERA, 1980, p. 89.
[54] Estudiados por Garcia Manrique, 1972; Machado y Jiménez, 1995, pp.123-138; y Calatrava, 1996, pp. 143-172.
[55] Véase Garcia Manrique, 1973, pp. 501-539.
[56] Estudiados por Villegas Molina, 1972.
[57] Véase Ocaña, 1971, p. 65-72.
[58] Lasanta, 2009, p. 93.
[59] Así lo señala Mata, 2010 http://www.ub.edu/geocrit/sn-norm.htm.
[60] Véase López y Melgarejo, 2007, pp. 307-334.
[61] Delgado y Ojeda, 2007, p. 447.
[62] Gómez Mendoza, 1984, p. 160.
[63] Aldomá, 2008
[64] Como ha señalado Gómez Mendoza, 1984, p. 155, la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario promueve la urbanización ilegal en las áreas de agricultura periurbana, debido al establecimiento de unidades mínimas de cultivo de 2.500 m2 en regadío cuando en el secano se requieren dos hectáreas para autorizar la construcción de instalaciones agropecuarias.
[65] Así se recoge en Gómez Limón, 2010, pp. 124-133.
[66] Un análisis de tales procesos figura en Menor Toribio, 1997, p. 192.
[67] Véase Gómez Orea, 1992, p. 33.
[68] Así lo señalan García Alvarado, 2000, p. 423; y Alberdi, 2002, p. 192.
[69] Silva, 2010, p. 25.
[70] Una caracterización de tales regadíos se encuentra en Calvo García-Tornel, 2006.
[71] Un análisis de la Directiva Marco del Agua y sus implicaciones figura en Del Moral, 2009.
[72] Así se ha señalado recientemente por Mata y Fernández, 2010.
[73] Así se recoge en VV.AA., 1988, pp. 423-425.
[74] Estudiados por A. Voth, 1995, p. 208 y 1997, pp 77-98.
[75] Para estas últimas, véase Machado y Jiménez, 1995, pp. 123-138.
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Ficha bibliográfica: