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AGRICULTURA Y POSTPRODUCTIVISMO EN LAS ISLAS BALEARES. La payesÍa isleÑa en los albores del siglo XXI
Jaume
Binimelis Sebastián
Dept. de Ciències de la Terra – Universidad
de las Islas Baleares
jaume.binimelis@uib.es
Antoni
Ordinas Garau
Dept. de Ciències de la Terra – Universidad
de las Islas Baleares
antoni.ordinas@uib.es
Agricultura y postproductivismo en las Islas Baleares. La payesía isleña en los albores del siglo XXI (Resumen)
El trabajo es una reflexión sobre las repercusiones del nuevo ideario postproductivista que se imprime en las políticas agrícolas europeas en un ámbito de estudio insular, terciarizado y fuertemente desagrarizado como son las islas Baleares. Se analizan las repercusiones de la implementación de la normativa comunitaria, en temas agrarios y rurales, descifrando los mecanismos de ajuste y las estrategias de supervivencia adoptadas por el agricultor isleño en un clima social terciarizado y post-industrial. Para ello fue necesario conseguir una muestra del amplio abanico de explotaciones agrícolas existentes en las Islas y realizar a los titulares de las mismas una entrevista en profundidad semiestructurada.
Palabras clave: agricultura, postproductivismo, Islas Baleares.Agriculture and post-productivism in the Balearic Islands. The islander rural agriculture in the dawn of the 21st century (Abstract)
This project reflects on the impact of new ideas about the post-productivity that is concerned in European agricultural policies in a scope of insular research, which has a predominant tertiary sector and a strong decline of the agriculture, the same that the Balearic Islands have. The implementations’ impact of the European Community rules on agricultural and rural issues are analyzed, deciphering the adjustment’s mechanisms and survival strategies adopted by the islander farmers in a tertiarized and post-industrialized environment. Due to that, it was necessary to obtain a sample of a wide range of the agricultural exploitations existing in the Islands and interview the owners in a partly-structuralized depth.
Key words: agriculture, post-productivism, Balearic Islands.
Introducción
Desde los años de la postguerra, en la década de los 40, hasta mediados de los 80 se desarrolló un modelo productivista de agricultura que ha presidido el discurso agrario de las economías de los países desarrollados. La aplicación del principio de maximización de beneficios y la integración del sector agropecuario europeo y occidental en los circuitos económicos del capitalismo avanzado contribuyeron a la construcción de un modelo de agricultura industrializada y comercializada.
Con este molde los geógrafos rurales han analizado el espacio rural y sus transformaciones durante medio siglo. No obstante, desde mediados de los años 80, los científicos sociales comenzaron a cuestionar la validez del discurso productivista[1]. Ello coincidió con un cambio sustancial en las circunstancias que definen el contexto socioeconómico de la agricultura europea. Los objetivos de la agricultura europea y occidental entre 1955 y 1985 estaban muy orientados a la maximización de beneficios y a la obtención de productos alimentarios con una oferta de comestibles fuertemente protegida y subsidiada. Estos planteamientos que ya caducaron, dieron lugar a otros desde los que se defendía la reducción de la producción de alimentos y la provisión de mercancías de valor medioambiental. La lógica del discurso productivista ya había pasado, porque los objetivos se habían alcanzado[2] –autosuficiencia alimentaria-.
Se habla de postproductivismo desde el primer tercio de la década de los noventa. Primero fueron los sociólogos Tovey y Ward los que en sus trabajos reflexionaron sobre la transición postproductivista en la sociedad rural[3]. Luego fueron otros los científicos sociales que han tomado el relevo iniciando planteamientos en clave postproductivista. Entre ellos también debe tenerse en cuenta a los geógrafos, destacando autores como Bowler e Ilbery[4].
El postproductivismo presenta un paralelismo conceptual con el postfordismo. El postfordismo significa, entre otros, el fin de la producción industrial masiva, así como de las unidades de producción concentradas en el espacio y su reemplazo por una especialización flexible. Por otro lado, las políticas agrarias y de desarrollo rural impulsadas desde finales de la década de los ochenta en el contexto de la crisis agraria que tuvo lugar durante esa década, actuaron como factores detonantes del nuevo paradigma postproductivista[5].
Conceptualización de la
transición postproductivista
La lógica del período productivista entre los miembros de la Unión Europea responde a la interacción entre el capitalismo de mercado y la intervención del Estado a través de la política agrícola. Inicialmente, esta interacción tuvo lugar en el interior de cada uno de los Estados, pero después la integración en la economía de mercado y la intervención del Estado se produce en un contexto más amplio, la Política Agraria Común (PAC). Bajo estos dos contextos de intervención política, la expansión de la producción de alimentos fue acordada como objetivo estratégico, que contó con la ayuda financiera al sector agrícola, y la fiscalización de la importación de alimentos más baratos de los países competidores. Se creó una densa red de medidas para dar apoyo y cobertura a la política agrícola productivista, incluyendo la regulación de los precios de garantía por los productos agrarios propios, los subsidios a la exportación, ayudas directas de los agricultores de Áreas Menos Favorecidas, ayudas a la inversión para la modernización de la explotación, ayudas a la formación de los agricultores, etc. Con una producción en continua expansión, los agricultores respondieron positivamente a los precios de garantía, a los flujos continuos de nuevas tecnologías agrícolas que emergiesen desde el sector industrial, incluyendo agroquímicos, mecanización agraria y transformación de alimentos. Por todo ello, el término agricultura industrializada ha sido usado para sintetizar las características de la agricultura productivista y sus usos asociados.
Todo eso dio lugar también a crecientes costos medioambientales perjudiciales, con desiguales beneficios para la población, a grandes costes económicos presupuestarios, así como también a una creciente diferenciación entre áreas rurales desiguales.
La Transición Postproductivista (TPP) significa un progresivo cambio de las tendencias y características apuntadas para definir el desarrollo agrario desde la Segunda Guerra Mundial hasta los años 80[6]. La transición al postproductivismo puede ser definida a partir de la comprensión de tres dimensiones bipolares del cambio:
1. De la intensificación a la extensificación. Muchas medidas políticas introducidas desde la PAC desde mediados de los ochenta estimularon las explotaciones agrícolas intensivas a disminuir su nivel de consumo de inputs no agrícolas y a convertirlas en más extensivas. Con tal cambio, se consiguieron importantes réditos en el intento de reducir los niveles de polución medioambiental, para la restauración de hábitats naturales, etc.
2. De la concentración a la dispersión. La tendencia desde la cual se caminaba hacia la creciente polarización de la agricultura, donde la principal producción puede estar concentrada en pocas y grandes explotaciones, presenta síntomas de haber cambiado desde las reformas de la PAC de 1992. Los agricultores serán incitados a subdividir su explotación en unidades menores, y con eso a dispersar la producción agrícola. A pesar de ello, existen escasas evidencias empíricas y la dispersión es la menos tangible de las dimensiones del cambio.
3. De la especialización a la diversificación. La reducción de los precios de los productos agrícolas tradicionales ha servido de estímulo para esta característica de la TPP. El proceso de industrialización experimentado por la agricultura europea durante las décadas posteriores a la postguerra dio lugar a una agricultura abocada al monocultivo y a la producción alimentaria estandarizada. Ante los cambios que han tenido lugar desde la década de los 80 en las políticas agrarias, se sucedieron y multiplicaron los procesos de reestructuración de las explotaciones agrarias europeas mediante diversos mecanismos de ajuste. La pluriactividad, la diversificación agrícola, el turismo rural y otras ofertas de recreación del espacio rural y las agriculturas alternativas son básicamente la respuesta a estos cambios.
Bernard Hervieu introduce una nueva dimensión de la TPP de gran calado geográfico[7]. Según él, la agricultura, de ser una actividad ligada a un territorio concreto, ha pasado a ser una actividad internacional. La agricultura presenta comportamientos similares a los de la industria y se adivinan procesos de deslocalización, concentración y estandarización. Eso ha llevado incluso al desarrollo de una agricultura sin suelo e incluso móvil. Estos procesos son fruto de la lógica económica y sería una característica más de la agricultura productivista de postguerra. Además, “…se inscribe igualmente en la lógica de uniformización cultural y homogeneización de las formas de vida”[8].
Frente a la deslocalización y movilidad de la agricultura, reclama un retorno a la territorialización de la agricultura, a la vinculación de la producción con el territorio. Desde esta óptica, todo el arsenal jurídico de las denominaciones de origen y calidad forma parte del conjunto de estrategias iniciadas en este sentido.
La transición, entendida como una etapa intermedia entre el paradigma de postguerra y el paradigma de nuevo sello –postproductivista-, se ha de caracterizar por una situación de simbiosis de elementos y rasgos de marcado carácter productivista y por la aparición, desarrollo y posterior consolidación de las características que habrán de definir la agricultura o el discurso postproductivista.
Bowler e Ilbery son los autores que más se han esforzado en constatar las manifestaciones postproductivistas a diferentes escalas. En una primera escala de análisis y de constatación empírica, establecen una tipología de regiones europeas, siendo el criterio taxonómico utilizado el cambio agrícola experimentado, entendiendo éste como el tránsito del productivismo al postproductivismo. Dichos autores concluyen que la agricultura europea muestra en el período estudiado (1979-1987) tímidos signos que la dirigen hacia un sistema agrícola más extensivo y diversificado y, además, las propuestas de la Reforma de la PAC del 1992 agudizan aún más las tendencias empíricamente constatadas. Bowler e Ilbery se atreven con otros planteamientos metodológicos y distintos órdenes de magnitud. Desde esta óptica hallaron la evidencia de la TPP a escala local a través de las decisiones y actitudes de los agricultores de tres áreas del condado de Lincolnshire, realizando 25 encuestas para cada una de las tres áreas de estudio[9].
Existen otros análisis de procesos de cambio que se integran claramente en la caracterización de la transición postproductivista. Así, el abandono de tierras, el auge de la agricultura ecológica, la producción de mercancías de valor ambiental, como la reforestación, son procesos siempre amparados en medidas políticas que contribuyen a la extensificación de los sistemas productivos. La creciente conciencia ambiental en el seno de la sociedad urbana actual ha hecho surgir las mercancías de valor ambiental. De ahí que las medidas agroambientales que aparecen con la Reforma McSharry de 1992 regulan su surgimiento.
Otro de los ejes fundamentales en la definición de la TPP es el tránsito de la especialización en la diversificación. El turismo rural es la actividad preferida como estrategia de diversificación, convirtiéndose además en un lugar común patente en muchos de los estudios empíricos de la literatura científico-social que estudia los procesos de reestructuración de las explotaciones agrarias de Europa Occidental[10]. También debe considerarse la pluriactividad como una prueba empírica más de la creciente diversificación en el tejido social rural.
Evans no cree posible que estas transformaciones se puedan plantear como una formulación rupturista entre un antes y un después. Es decir, existen pocas evidencias empíricas de sus nuevas características postproductivistas y de la supuesta reversión del modelo productivista, de forma que los agricultores europeos no practican en su mayoría una agricultura diferente, sino que continúan con sus prácticas habituales[11].
Evolución de
las actividades agrarias en las islas Baleares desde los años ochenta
A finales de los ochenta, coincidiendo con la integración en la Unión Europea del Estado español, se inició una nueva etapa en la filosofía de las políticas agrarias y rurales de la Unión Europea que han marcado profundamente la realidad rural isleña. Se produce un fuerte retroceso de gran parte de los subsectores agrícolas, incluso del sector ganadero. La supervivencia de las actuales explotaciones agrarias es harto difícil pues, entre otros, asistimos a un proceso de extensificación de los sistemas agrarios, con una creciente concentración de las explotaciones y un paulatino abandono de muchas tierras de labor. Dicha extensificación la ponen de manifiesto la implantación de políticas agroambientales, como el barbecho obligatorio o abandono de tierras sin cultivar en la regulación de los herbáceos, la reforestación, el auge de la agricultura ecológica, el predominio de la ganadería ovina y de modalidades ganaderas ligadas a la cultura del ocio.
Así, tras la reforma de la PAC de 1992, el abandono de tierras ha ido ligado a la regulación de los herbáceos. Durante la segunda parte de la década de los noventa se observó en Mallorca que la mayor densidad de tierras abandonadas se concentraron en un anillo que cubre áreas del Pla, del Raiguer y del Migjorn[12], próximas a los procesos de colonización urbana que se difunden desde Palma, la capital. En consecuencia, se constató que los agricultores abandonaban el cultivo de las tierras menos productivas y aprovechaban la ayuda para mantener la producción de las tierras más fértiles (Figura 1).
Figura 1. PAC y postproductivistmo en
Mallorca. Relación entre retirada de tierras/total ha subvencionadas. 1999. |
En Mallorca, en 1999, la agricultura ecológica ocupaba 1.741,6 ha de cultivo. El ascenso de esta modalidad alternativa se remonta a los años noventa y, ya en el año 2007 representaba en Mallorca 16.039 ha de un total de 19.950 ha para el conjunto de Baleares. Desde los años noventa hasta la actualidad, el progreso de la agricultura ecológica se ha producido a costa de áreas de cultivos extensivos debido a la inscripción en el programa, de cultivos de sistemas agrícolas tradicionales que nunca habían sido tratados con insecticidas, pesticidas y fertilizantes químicos[13].
Otras políticas agroambientales, como es el caso de la reforestación, han tenido escaso calado. En Baleares se reforestaron 1.096 ha entre 1993 y 1999, sólo un 23 por ciento de las 4.080 ha. previstas en ese período[14](Figura 2). A pesar de la escasa incidencia de los programas de reforestación, el bosque crece[15]. Los usos naturales de las Baleares en 1971 representaban 177.394 ha y ya en 1999 equivalían a 227.616 ha, con un incremento del 28,3 por ciento.
Figura 2. Distribución de las ayudas del
programa de reforestación de tierras agrícoles en Mallorca. 1994-1999. |
El auge de sistemas agrarios extensivos ha sido paralelo a la progresiva hegemonía de sistemas ganaderos extensivos. Durante estos últimos 25 años hemos asistido al lento retroceso de la ganadería vacuna y al auge de la ganadería ovina y también de la equina, modalidad ésta última vinculada en su expansión a la industria del ocio y del turismo rural[16](Figura 3). Buena parte de las antiguas explotaciones de vacuno de leche se han reconvertido en segundas residencias y residencias vacacionales para turistas, tal es el caso de la antigua zona de especialización ganadera de Campos.
Figura 3. Distribución del ganado equino
en Mallorca (2005). |
La decadencia de los sistemas agro-ganaderos ligados a la Revolución Verde, que se inicia en los años ochenta, y su sustitución por sistemas extensivos y actividades ligadas a la industria del ocio y de la recreación ha sido paralela al tránsito de una estructura de explotación agraria expansiva, entre 1962 y 1982, a otra de regresiva para el período 1982-1999. En el primer período[17] la “expansión” para los intervalos de 0-5 ha, 5-10 ha y más de 50 ha y la “resistencia a la expansión” para los intervalos de 10-20 ha y 20-50 ha, son las categorías a las que pertenecen los distintos intervalos que forman la estructura de explotaciones de las islas Baleares. En definitiva, fue sin duda una dinámica expansiva la que presidió las dos décadas de Revolución Verde y de integración de las actividades agrarias isleñas en un modelo industrial y productivista. No obstante, la dinámica es claramente regresiva durante el período siguiente. El “abandono” define las explotaciones situadas entre 0 y 5 ha, la “resistencia al abandono” es la categoría a la que pertenecen las explotaciones de 5-10 ha, 10-20 ha y 20-50 ha, y solamente resisten a la dinámica regresiva general las explotaciones de más de 50 ha, en la categoría de “refugio”.
Objetivos
En este trabajo pretendemos trasladar la reflexión sobre las repercusiones del nuevo ideario postproductivista que se imprime en las políticas agrícolas europeas en un ámbito de estudio insular, terciarizado y fuertemente desagrarizado como son las islas Baleares. Hemos querido analizar el cambio rural desde otro prisma, desde la perspectiva del cambio proyectado sobre la población activa agraria, de carácter relictual, y desde la óptica de la transformación del espacio, en un proyecto que se enmarca en lo que hemos definido como postproductivismo.
Analizamos las repercusiones de la implementación de la normativa comunitaria, en temas agrarios y rurales. Desde esta perspectiva resulta interesante descifrar los mecanismos de ajuste y las estrategias de supervivencia adoptadas por el agricultor isleño en un clima social terciarizado y postindustrial además de estudiar como encaja en estas estrategias la PAC.
El cambio rural ha sido en los últimos diez años el principal objetivo de investigación sobre el que la Geografía Rural de las Islas ha invertido gran parte de sus esfuerzos. La colonización del espacio rural isleño –islas Baleares, especialmente Mallorca- por usos y elementos urbanos, la transformación de un espacio monofuncional y una sociedad tradicional en un espacio multifuncional y una sociedad postindustrial e itinerante han sido los ejes directores de las más recientes investigaciones. No obstante, el interés se focalizó en el análisis de la transformación y cambio del espacio rural como consecuencia de la invasión de elementos y funciones urbanas al mismo.
Ahora interesa estudiar el cambio desde la perspectiva de la integración de España en la Unión Europea y desde la óptica de las políticas agrícolas. En este sentido, resultará interesante evaluar y analizar las repercusiones de las medidas postproductivistas y ver cómo éstas han actuado sobre unas explotaciones agrarias, las isleñas, que deben articular un amplio abanico de mecanismos de ajuste para sobrevivir en un entorno extremadamente urbanizado. Se trata, en definitiva, de estudiar el cambio rural desde la otra cara de la moneda.
Metodología
Para conseguir llevar a cabo los objetivos que nos hemos propuesto, se ha estudiado cuál es el papel que juegan las ayudas de la PAC en el marco de los mecanismos de ajuste de las explotaciones agrarias insulares en una coyuntura de tránsito desde un discurso productivista a un nuevo discurso plasmado en unas normativas de carácter más postproductivista. Para ello fue necesario conseguir una muestra del amplio abanico de explotaciones agrícolas existentes en las Islas –distintos sistemas de cultivo, diversas casuísticas- y realizar a sus titulares una entrevista en profundidad.
La Conselleria d’ Agricultura i Pesca del Govern de les Illes Balears facilitó la información sobre el conjunto de las personas físicas y jurídicas que recibían una ayuda para el cultivo de herbáceos (cereales, leguminosas) puesto que este conjunto abarca todo el universo de las explotaciones agrarias isleñas. Es decir, siendo la ayuda a los herbáceos la más importante en cantidad y en explotaciones afectadas, en ella hallamos una representación global del campo isleño.
En total, en el año 2000 había 4.999 expedientes de explotaciones agrícolas que recibían una subvención por herbáceos. Del conjunto de sus titulares, elegimos un total de 102 repartidos por 42 municipios de Mallorca, Menorca e Ibiza. No se trata de un reparto proporcional al número de explotaciones que reciben la ayuda por cada uno de los municipios realizado para llevar a cabo las entrevistas en profundidad. Tampoco el tamaño global de la muestra responde al uso de los parámetros estadísticos que se utilizan para realizar encuestas cerradas u objetivas. Se trata de entrevistas en profundidad que nos han servido para analizar información cualitativa.
La mayor parte de las entrevistas se realizaron durante el verano del año 2003, aunque la recogida de información se prolongó hasta el primer trimestre del 2004. Las entrevistas se registraron en magnetófono para posteriormente ser transcritas mediante un procesador de textos. Finalmente, el uso del programa informático QSR Nudist 6 facilitó las tareas de tratamiento y análisis de las entrevistas en profundidad, haciendo posible codificar y clasificar la información extraída de las entrevistas y cotejar las respuestas, permitiendo analizar las frecuencias así como reflejar la pluralidad de las opiniones recogidas.
Las páginas que siguen a continuación reflejan parte del trabajo de este análisis y ofrecen un espejo de la realidad del campo insular y su compleja problemática.
Perfil sociodemográfico y profesional de los
titulares y de sus familias
En los cuestionarios aplicados a los entrevistados, se ha recogido una batería de preguntas que tienen como finalidad el descubrimiento del perfil personal y familiar de los titulares de explotación. Así, y en cuanto al sexo, el 79 por ciento de los titulares entrevistados son hombres, mientras que las mujeres están representadas por el 21 por ciento restante. Si atendemos al estado civil del conjunto, la gran mayoría (76%) se declaran casados, frente a un 21 por ciento de solteros y un 3 por ciento de viudos. Lógicamente, este hecho tiene bastante relación con la edad. A pesar de tratarse de un grupo bastante heterogéneo respecto a esta variable vital –con personas nacidas entre los años 1917 y 1981, eso es, de entre 87 y 23 años de edad en el momento de la entrevista-, la edad media es de 58 años, muy próxima a los 60, la edad que corresponde al grupo que concentra mayor número de personas.
Si analizamos el número de hijos dentro del conjunto, la cifra oscila entre 0 y 7, aunque las mayores frecuencias corresponen a los casos de 2 hijos (37%), 3 hijos (29%) y 1 hijo (21%). En el extremo opuesto, y por tanto con las menores frecuencias, se sitúan los casos de 7 hijos (1%), 4 hijos (5%) y ninguno (7%). En cualquier caso, la media resultante es de 2,1 hijos.
El número de hermanos nos permite calibrar la magnitud de la unidad familiar de la que proceden. Los casos más frecuentes corresponden a los de uno y dos hermanos, con un 49 por ciento y 24 por ciento respectivamente. La representación de los hijos únicos, eso es, sin ningún hermano, ocupa una posición intermedia, con un 13 por ciento de los casos. La media resultante es de 1,5 hermanos.
La comparación entre la actividad llevada a cabo por tres generaciones de una misma familia básicamente nos permite descubrir la continuidad o discontinuidad a que se ha visto sometida la dedicación en las actividades agrarias dentro del contexto de la sociedad balear. Por otra parte, y con una estrecha relación con el oficio que declaran los titulares de explotaciones agrarias y de los miembros de sus familias (padres e hijos) se encuentra el nivel de instrucción tanto de los titulares como de sus hijos, de la comparación de los cuales se deja entrever el grado de evolución experimentado entre ambas generaciones al respecto. No hay duda que el análisis del perfil profesional y de estudios y su evolución generacional muestra claramente la tendencia experimentada a lo largo del último siglo y las perspectivas de futuro a corto y medio plazo.
La información recabada a nivel de estudios afecta tanto a los propios entrevistados como a sus hijos en los casos, óbviamente, de tener descendencia. Si atendemos, en primer lugar, a los entrevistados, éstos declaran mayoritariamente poseer un nivel de estudios primarios (78%), aunque con una edad de finalización desigual de esta etapa formativa, hecho que muchos de ellos explican por una incorporación temprana al mundo laboral condicionada por la necesidad de colaborar en el mantenimiento de la economía doméstica. A este grupo aún se puede añadir el de aquellos que se declaran sin estudios (3%), por lo que podemos concluir que más de las 4/5 partes de los entrevistados presentan un nivel de escolarización bajo o muy bajo. En el otro extremo, no deja de llamar la atención el mayor porcentaje (10%) de los estudios universitarios frente a los medios (9%) que se concretan en el bachillerato y la formación profesional en la que podemos incluir los antiguos estudios de comercio. En el conjunto de los estudios universitarios se encuentra desde los de magisterio hasta la titulación de doctor ingeniero, pasando por arquitectos técnicos e ingenieros técnicos.
El perfil resultante del análisis de los estudios de los hijos demuestra un grado de evolución notable, de acuerdo con las tendencias extendidas a lo largo de los diferentes estamentos sociales. En este caso, la bipolarización del nivel de estudios es aún más acentuada ya que casi la mitad (49%) de los hijos de los entrevistados tienen estudios universitarios o técnicos superiores, mientras que los estudios a nivel primario suponen el segundo grupo en importancia, con un 32 por ciento. El 19 por ciento restante corresponde a estudios medios correspondientes tanto a bachillerato como a formación profesional, aunque esta última opción es la más frecuente dentro de este grupo. De la comparación con el grupo de progenitores, se observa, por tanto, una diferencia notable con un incremento elevado del nivel de estudios de las últimas generaciones.
Del análisis del perfil socioprofesional de los entrevistados, en primer lugar debemos subrayar la elevada heterogeneidad de profesiones detectada. No obstante, un oficio destaca sobre los demás: el de agricultor. Un 45 por ciento de los entrevistados se declaran agricultores, aunque en buena parte ya están, de hecho, jubilados. Esta condición no impide de todas formas que la mayoría sigan realizando algún tipo de actividad, de forma habitual o esporádica, relacionada con la agricultura aunque, mayoritariamente, es a tiempo parcial o como simple entretenimiento.
De la comparación de la actividad profesional de este grupo como la de sus antecesores generacionales, si bien la información de la que disponemos no es completa, debemos destacar, en primer lugar, que una parte muy significativa de los abuelos de los declarantes también eran agricultores. En cuanto a los padres, la proporción, y por tanto la significatividad del número de agricultores es aún mayor. Y el nivel de relación con el mundo rural todavía aumenta en un importante número de casos, cuyos padres no eran estrictamente agricultores, pero sí cuidaban sus propiedades rústicas. Se entrevé claramente, por tanto, un hilo conductor entre las generaciones precedentes y los titulares a través de la dedicación en la actividad agraria, lo que no puede extrañarnos a tenor de la realidad preturística del archipiélago antes de la irrupción del turismo de masas. El cambio, o la ruptura, se produce a partir de las generaciones posteriores (hijos y nietos) donde se aprecia una diversidad socioprofesional mucho mayor y con una relevancia escasa de los activos agrarios.
En resumen, podemos concluir que el perfil mediano de los entrevistados se corresponde con un hombre, de 58 años de edad, casado, padre de dos hijos, con uno o dos hermanos, de estudios primarios, con hijos con estudios universitarios, agricultor y/o jubilado, hijo, y muy probablemente nieto, de agricultores, pero que prácticamente ninguno de sus hijos ha seguido la dedicación al campo, lo que ha supuesto la interrupción de una larga tradición familiar.
La sucesión generacional en la explotación agraria
El éxodo profesional y el envejecimiento han dejado tan maltrecha la población activa agraria de las Islas que en la actualidad las probabilidades que se produzca una sucesión generacional que garantice el futuro de la payesía son casi imposibles. Las personas entrevistadas presentan diversos comportamientos en relación a la sucesión, que hemos podido evaluar en tres generaciones: la de los que responden, así como la de sus hijos y la de sus padres. Desde esta óptica distinguimos las siguientes tipologías:
a) Aquellas familias que se dedican al campo desde hace dos generaciones y que en un futuro próximo también sus hijos se dedicarán a ello. Aquí también se han incluido aquellos casos en que los entrevistados eran personas sin hijos, o si los tenían no habían entrado todavía en edad laboral y, por tanto, aún no lo habían decidido.
b) Las explotaciones agrarias que en la actualidad obtienen rentas de la agricultura, pero que en un futuro, se prevé que la próxima generación no se dedicará a ello.
c) Las familias que se dedicaron a la agricultura como actividad principal, pero que en la actualidad ya no lo es.
d) Y finalmente las familias que obtienen rentas agrícolas sin dedicarse en exclusiva a la agricultura ni ahora ni en la generación anterior.
En la primera tipología, la de las familias que actualmente se dedican en exclusiva a la agricultura, que ya se dedicaban a ello en el pasado y, además, cuyos hijos tienen en la agricultura su reto profesional y vital, la casuística es pobre. En unos casos, se dedican al cereal y también a la ganadería ovina. Gestionan grandes explotaciones, de algunos centenares de cuarteradas (una cuarterada, unidad de extensión agraria tradicional en las Islas, equivale a 7.103 m2) en régimen de arrendamiento y gestionan rebaños de ovejas también importantes. Además han tenido que realizar una fuerte inversión en capital (tractores y maquinaria).
En otros casos, se trata de payeses que pertenecen al subsector de las hortalizas, exigente en capital y trabajo, sometido al dictado de la demanda y también más rentable. Son las explotaciones familiares donde la sucesión está más asegurada, en la que el presente y el pasado más inmediato es plenamente agrícola. Eso no significa que los entrevistados no vean dificultades en su actividad, incluso afirmando que en otras circunstancias no hubiesen optado por esta opción laboral:
“...Si hubiera sabido lo que ahora sé... ¡no, de ninguna manera!... Cuando no, barrendero...” (Documento 6).
“No, creo que no, ya habríamos aprendido la lección... Yo, el día menos pensado, me iré...” (Documento 42).
Paralelamente, los hay más optimistas, porque aunque las dificultades existen, valoran la flexibilidad laboral y la autonomía del oficio: “La vida de payés tiene de bueno que cuando me levanto puedo decidir hoy donde iré a sembrar, al mercado... es un poco la autonomía, la libertad...”. (Documento 2).
Una segunda tipología la forman aquellos entrevistados que se dedican a la agricultura, como ya hicieron sus padres, pero a la que sus hijos no se dedican ya sea porque aún se encuentran en edad escolar o bien porque han elegido otras alternativas laborales. Es un colectivo cuyos titulares tienen edades comprendidas entre 40 y 60 años.
En general, esta tipología está formada por los últimos payeses que comprueban en las historias de vida de su familia cómo la agricultura es una actividad sin futuro y que camina de forma inexorable hacia una muerte segura:
“Así como llegamos a viejos, va muriendo...” (Documento 46).
Incluso, existe el sentimiento de que si volviesen a comenzar, no optarían por esta vía laboral:
“...No, me gusta mucho, pero no me haría payés, escogería otra cosa que no tuviese que depender tanto del precio...” (Documento 20).
Por otra parte, la sucesión es para muchos un sueño imposible: “No, la explotación, cuando acabemos nosotros, se acaba...” (Documento 72).
La segunda tipología, la de las explotaciones agrarias familiares donde el titular se dedica en exclusiva a la agricultura y en la que no se ve ninguna posibilidad de sucesión, incluye una subtipología en la que destacan los payeses jubilados. Se trata de explotaciones agrarias que se mantienen como tales gracias al trabajo de personas que ya están fuera de la edad laboral y obtienen rentas de su pensión. Es lo que se denomina part-retirement. En las islas Baleares el fenómeno es muy frecuente por lo que, generalmente, a efectos fiscales, las explotaciones pasan a nombre de las mujeres de los agricultores. Es un grupo numeroso, en torno al 40 por ciento de los entrevistados, en el que algunos, a pesar de estar jubilados y gestionar su explotación, antes de jubilarse ya obtenían rentas de actividades ajenas a la agricultura, compaginando el trabajo en el campo con otro sector.
Los agricultores pensionistas reducen su explotación tras la jubilación y sólo explotan lo que les pertenece en un afán de conservación del patrimonio: “...Sí, cultivaba muchas. Toda una finca de 30 cuarteradas. Entonces me retiré y ya sólo cultivamos lo nuestro...” (Documento 58).
Tienen serias dudas de que la sucesión en la gestión de su explotación sea factible y algunos están convencidos que con ellos se acaba el vínculo con la tierra:
“Mi hijo las venderá enseguida que me muera. No le gusta la tierra...”. (Documento 1).
Otros, refiriéndose al entorno más cercano, ven claro que no hay futuro para la agricultura:
“Eso, en dos años estará muerto por aquí. Da asco todo. Donde yo estaba, ahora hace cinco años que estoy jubilado, no han vuelto a arar...”. (Documento 31).
También hay quien se resigna a pensar que los herederos, a pesar de no trabajar la tierra, la conservarán con finalidades lúdicas, vinculadas con su tiempo de ocio, mientras que alguno aún mantiene remotas esperanzas: “...¡Hombre! Si alguien hace el trabajo sí, porque a ellos les gusta ir a hacer barbacoas...” (Documento 49). “No, si no es el yerno que lo cuide un poco...” (Documento 63).
La tercera tipología la forman aquellas explotaciones agrarias con un titular que manifiesta que en la actualidad obtiene también rentas de otro sector, con un trabajo remunerado fuera de la agricultura a la vez que cuida de la explotación. En algunos casos, los titulares de la explotación en un pasado no muy lejano, sí se dedicaban exclusivamente al campo, constituyendo su actividad principal. No se manifiestan muy optimistas respecto de la futura gestión de su explotación, eso es, dudan incluso de la dedicación futura de sus hijos como gestores, no sólo como agricultores a tiempo parcial o hobby agricultores, sino incluso como propietarios preocupados por la gestión agrícola de sus propiedades. En general, son payeses pluriactivos de mediana edad que abandonaron la actividad agraria por su escasa rentabilidad: “A los 35 años empezé como electricista porque no podía mantener mi familia...” (Documento 65).
El conjunto más numeroso es el de explotaciones agrarias en las que el titular obtiene rentas de otra actividad fuera de la agricultura. Podemos distinguir diversas subtipologías. La más importante está formada por pequeños propietarios, generalmente hijos de agricultores que, cuando pueden, gestionan la explotación de sus tierras. Las reflexiones sobre el futuro de su explotación, la valoración sobre las probabilidades de asegurar la continuidad a través de sus hijos es, más bien, baja, por lo que la venta de la tierra, la constatación que la rentabilidad económica se encuentra en actividades turísticas o inmobiliarias y que en cualquier caso se usará la tierra como lugar de esparcimiento, y si se evita el abandono será por cierto sentimiento de responsabilidad, son las conclusiones y el futuro del campo vislumbrado por este subgrupo.
La cuarta tipología está formada por titulares de explotaciones que no se dedican a la agricultura de forma exclusiva y que ya sus padres fueron agricultores pluriactivos o agricultores a tiempo parcial. La hostelería, la restauración y la construcción fueron las actividades principales de los padres de estos titulares de explotación. Algunos niegan la viabilidad de la explotación en un futuro cercano: “Ninguno de los dos hijos parece que les preocupe y tal vez lo vendan...”. (Documento 21).
Otros tienen la esperanza depositada en la voluntad de continuidad en la próxima generación, no ya como payeses, sino como gestores de propiedad rústica: “Creo que lo cuidarán. Siempre lo han hecho... No lo venderán a los alemanes...” (Documento 35).
También forman parte de este grupo los titulares de explotación de nulo pasado rural, de extracción más urbana, que han adquirido su propiedad rural hace relativamente poco tiempo. Aunque obtienen alguna renta económica de su explotación, constituyen una tipología más próxima a la agricultura de ocio que no a las explotaciones agrarias pluriactivas propiamente dichas. Para algunos la explotación es un mero entretenimiento. Además existen algunos casos de grandes propietarios absentistas, pero que gestionan ellos mismos las subvenciones de sus tierras, razón por la cual los podemos considerar agricultores a tiempo parcial.
El grado de mecanización alcanzado por la agricultura de las Islas ha contribuido y facilitado el desarrollo de la pluriactividad y la gestión del campo en un contexto de desagrarización: “...tal vez hoy en día sin trabajar en el campo todo el año; trabajando un poco, pueden coger el tractor y explotar unas cuantas cuarteradas...” (Documento 37).
Propietarios y payeses. Los nuevos regimenes de
tenencia
En un contexto de grave desagrarización, los regímenes de tenencia ponen en evidencia el proceso de desmembración que padece la sociedad rural en la actualidad. Si los payeses a tiempo completo son pocos, no es menos cierto que en la actualidad las Islas son tierra de propietarios y no de payeses. De hecho, el 77 por ciento de los entrevistados son propietarios de toda o de una parte de sus explotaciones.
La dimensión de las propiedades demuestra la atomización de la estructura de la propiedad en el archipiélago. Encontramos desde propietarios de menos de 3 cuarteradas (2,14 ha) (Documento 28) hasta propiedades en torno a las 100 cuarteradas (Documento 78). No obstante, la mayoría tienen propiedades inferiores a las 20 cuarteradas.
Las propiedades de un 49 por ciento de los entrevistados son en buena parte fruto de una herencia, lo que evidencia: a) el inmovilismo de las explotaciones agrarias isleñas, con lo que la agricultura ya no es una actividad dinamizadora del mercado de la tierra; y b) la inercia de los propietarios es también una prueba del apego a la tierra de la sociedad isleña, o de una parte de la misma, y más concretamente de aquella que tiene sus raíces en la sociedad payesa, mayoritaria hasta hace sólo cinco décadas. Se trata, por tanto, del amor a la tierra, la conservación del patrimonio de los propietarios, en un contexto de escasa rentabilidad de la agricultura.
No sólo hallamos herederos, sino que algunos también accedieron a su explotación por la compra con capital conseguido en otros sectores. El prestigio social de quien se quiere sentir propietario, el retorno a la tierra y la nueva concienciación ambiental de las sociedades urbanas, son algunas de las causas que adivinamos explican la inversión: “La finca la compré hace ocho años. Yo me voy allá los sábados y domingos y estoy bien. Otro se va con la barca..., o de viaje...” (Documento 7).
Algunos pequeños propietarios, bien de nueva creación o de pasado rural reciente, se dedican profesionalmente a otras actividades y, ya sea por inercia y tradición, ya sea por placer, gestionan directamente su explotación: “Tenemos pequeñas fincas familiares y para continuar con la tradición familiar, ya que mi padre era agricultor y está retirado..., y nosotros utilizamos sus aperos, sus arados para que el campo esté bien...” (Documento 69).
No obstante, disponiendo de poco tiempo para gestionar su propiedad, se ven en la necesidad de contratar puntualmente asalariados agrícolas:
“Soy el propietario y no ejerzo de payés, sólo voy allà los fines de semana, doy dinero a un señor que ara la tierra. Todo el año no lo puedo hacer porque no da para vivir. A la hora de recoger también contrato a un hombre. Hago mi trabajo (electricista), y luego me dedico a cuidar lo que puedo de lo mío” (Documento 64).
No todos los propietarios de tierras agrícolas asumen la gestión directa, como generalmente lo hacen los hobby agricultores. Son más los que arriendan sus propiedades. Por esta razón, muchos manifiestan que a la vez que propietarios son también arrendatarios (44%). Es más, en la actualidad la concentración es el factor que preside la dinámica de buena parte de las explotaciones agrarias de las Islas, por lo que la explotación agraria tiene tendencia a crecer, y lo hace a través del arrendamiento y no de la compra. Los payeses a tiempo completo, pero también los pluriactivos, han agrandado notablemente sus explotaciones alquilando muchas pequeñas propiedades sólo con el estímulo de la subvención. Este fenómeno se produce especialmente en sectores de agricultura extensiva de secano (cereales, pastos) que, por otra parte, es la dominante: “En total llevo entre 100 y 110 cuarteradas. Sólo tengo dos cuarteradas propias...” (Documento 50).
El bajo coste del arrendamiento de la tierra también explica la creciente importancia de este régimen de tenencia frente a otros que en un pasado reciente jugaron un papel capital como es el caso de la aparcería: “Ahora no hay aparceros. Todo el mundo quiere alquilada la tierra, no en aparcería. Ahora, de un cuartón dan 2.000 ptas de alquiler...”. (Documento 58).
El precio del alquiler cambia también en función del grado de intensidad (en capital y en trabajo, y también en renta obtenida) de la explotación: “...Para cultivar tomates, ajos, se pagan hasta 40.000 ptas por cuarterada. En cambio, de secano, a 3.000 ptas el cuartón...” (Documento 58).
Las necesidades de una ganadería extensiva como la ovina, muy extendida en la actualidad, explican también algunos alquileres: “Mi marido toma algunas alquiladas porque tenemos un poco de ganado y cuando sembramos, la cosecha no nos basta para todo el año. Sembramos cereales, avena, harina para las cerdas...” (Documento 4).
Aunque no tan significativos, los compromisos familiares y personales pueden ser también la causa del arrendamiento: “Tengo un trozo de una vecina nuestra que es viuda y le hacemos el favor...” (Documento 33).
El propietario de las tierras alquiladas muchas veces no recibe ninguna compensación económica. Se trata de un nuevo régimen de tenencia que está muy extendido en las Islas, al tratarse de una arrendamiento gratuito. El mantenimiento de la actividad agrícola en la parcela, de usos extensivos en la mayoría de casos, y evitar el abandono definitivo y la conversión de la propiedad en un nuevo barbecho social es la única recompensa del propietario:
“Nosotros somos propietarios, mantenemos un rebaño de 100 ovejas que en nuestras tierras no podrían vivir. Debo tener alguien que trabaje y también diversos trozos de tierra dejados por otra gente que no se quiere dedicar o no se puede dedicar y estas ovejas pastan en estas tierras y nos preocupamos de arar y de mantener más o menos...” (Documento 32).
El proceso de concentración de las explotaciones agrarias isleñas, con la desaparición de las pequeñas explotaciones, sólo se explica por la creciente importancia del arrendamiento. A pesar de los bajos precios que se pagan por una hectárea, muchas veces sólo la gratuidad de la gestión de la propiedad es el estímulo del propietario y también el del titular de la explotación: “-Los arrendamientos que haceis... ¿son muy costosos? ¿entregáis alguna parte? -No, sólo es a cambio de mantener limpia la finca. Si tuviésemos que pagar renta...” (Documento 4).
La importancia que ha adquirido, sobre todo en Mallorca, la proliferación de primeras y segundas residencias en suelo rústico y, por tanto, la conversión de gran parte de corrales y sementeras en solares para su construcción, han contribuido al desarrollo del arrendamiento a gratuidad. El titular de la explotación se encarga de la gestión agrícola de la parcela, teniendo como recompensa la subvención de la Administración y la venta de la producción agraria. El propietario obtiene, de otra parte, el provecho gozando de la primera o segunda residencia que tiene en la parcela, o de la renta que el alquiler de la edificación le proporciona:
“Hay quien me da lo que recoge arriba, lo que recoge abajo, y aún me paga y me da 10.000 ptas para que me haga cargo.
-¿Lleváis allí las ovejas?
-En algunas sí. Ahora precisamente, en una finca de 7 cuarteradas del director del Deustche Bank. Todo lo que recojo es para mí y aún me da algún dinero. Con tal que lleve limpia la finca... y me llama desde Alemania para preguntarme si las ovejas están bien... Lo que quiere es tenerlas cerca de la casa y verlas pastar...” (Documento 39).
Estas situaciones contribuyen a la extensificación del proceso de producción agraria. Nos encontramos ante un sistema agrario particular que es el resultado de la descomposición del sector (escasos rendimientos, desagrarización, globalización, entrada en la Unión Europea...) y de la presión urbana sobre el suelo rústico. Para el propietario, el mantenimiento de la actividad agrícola es una necesidad estética, mientras que los escasos agricultores que aún perviven, aprovechan la coyuntura de la subvención para explotar el máximo número de parcelas posible y así poder subsistir. Evidentemente, siendo secundaria la productividad de la tierra, existe la tendencia a invertir cada vez menos en trabajo y en capital. En definitiva, nos encontramos ante un contexto de agricultura subsidiada que se mantiene por razones paisajísticas entre los propietarios que gozan del espacio rural como lugar de residencia o del que sacan una renta económica por su uso turístico y que permite la supervivencia de los pocos agricultores que se adaptan a la coyuntura existente.
La aparcería, antes un régimen de tenencia en la agricultura isleña, ahora ya sólo subsiste en estado puro en Menorca ligado a grandes propiedades dedicadas a la explotación de vacuno productor de leche que ha hecho rentable la ganadería menorquina: “Soy aparcero. La explotación tiene unas 170 ha, todas en aparcería. También el ganado, y la cosecha y los gastos...” (Documento 87).
No obstante, se trata de una aparcería muy descafeinada donde el propietario, además de la tierra, aporta buena parte del capital, mientras que el agricultor se limita a aportar el trabajo: “Explotamos otra finca de 17 cuarteradas en régimen de aparcería, a medias con un convenio: él me paga todos los abonos, podar y recolectar. Muchos años ha tenido que añadir un desembolso y no le queda nada”. (Documento 39).
La
agricultura isleña, una agricultura subsidiada
Actualmente, buena parte de la actividad agraria en las Islas se mantiene gracias a las ayudas de la UE que canaliza la Conselleria d’Agricultura del gobierno balear. Estos subsidios, que se remontan a los años ochenta y que se consolidan con la Reforma de la PAC de 1992, constituyen una compensación por la pérdida de renta que repercute sobre las explotaciones agrarias europeas ante la constante reducción de los precios de los productos agrarios. El cambio de política agraria en el seno de la Unión Europea que se inició a finales de los ochenta tenía como objetivos tanto la disminución de los excedentes agrarios como del peso de la Administración en el sector y del coste presupuestario que supuso el mantenimiento de la PAC y la introducción de prácticas agrícolas más extensivas, más sostenibles y alejadas de la búsqueda de productividades máximas en un contexto de excedentes de producción.
El hecho de recibir ayudas económicas para la actividad agraria se ha convertido rápidamente en un rasgo característico y sintomático del campo balear en el contexto de la política agraria europea. Es preciso, por tanto, conocer cuáles son las ayudas que han recibido y cómo perciben los titulares de estas explotaciones su incidencia sobre el presente y el futuro de su actividad.
Subvención
recibida
De entre los distintos tipos de cultivos y ganado sobre los que declaran haber recibido subvenciones, destacan los cereales, el olivo, el ganado ovino, el almendro, el algarrobo, las patatas, el girasol, la selección de razas de ganado porcino, el ganado vacuno, aunque también las ayudas se extienden a la adquisición de maquinaria, la implantación de energías renovables, el fomento de razas autóctonas, la incorporación de jóvenes agricultores, la adquisición de productos químicos, como fungicidas y herbicidas, además de indemnizaciones para paliar los efectos de la sequía y las heladas.
No obstante, la demanda de subvenciones no es un hecho generalizado. En algunos casos, como consecuencia de una simple estrategia de adquisición progresiva de maquinaria o por una anacrónica actitud de desconfianza:
“No he solicitado nunca subvenciones para comprar maquinaria porque la he comprado poco a poco… y mucha de segunda mano… Mi padre era de aquellos que decían: no quiero que sepan como me apaño y como no me apaño. Así que renuncio al dinero que puedan darme”. (Documento 16).
En cuanto a los mecanismos para la demanda de subvenciones, generalmente e inicialmente, son diversos, aunque una vez superados los trámites iniciales, las peticiones se convierten en sistemáticas y reiteradas, a pesar de la burocracia que acompaña la tramitación de las ayudas:
“-¿Cómo supo lo de las subvenciones?
-Cuando empezó el segundo aparcero, me dijo que si la pedía yo sería para mí; y si la pedía él, sería suya. Entonces decidí pedirla yo ya que será la única cosa que voy a sacar. Y así fue”. (Documento 10).“-Y de las subvenciones, ¿cómo se enteró?
-La verdad, no lo sé. Es cosa de mi marido. No sé donde se informó, pero ya hace un par de años que cada año las pedimos”. (Documento 4).
Opinión
sobre su papel
Las opiniones de los entrevistados sobre el papel de las subvenciones en el mantenimiento de su actividad son diversas, aunque mayoritariamente favorables. No obstante, algunos las perciben más como un parche que como una solución definitiva:
“Bueno, de ayudar… ayuda, pero éstas no son las soluciones para el campo. La solución sería fijar los precios de garantía para que el agricultor tuviera un mínimo de seguridad”. (Documento 65).
“Sería más bonito que el campo se financiase de otra manera”. (Documento 21).
Esta percepción, bastante generalizada, pone de manifiesto la distancia entre el espíritu de la normativa comunitaria que da lugar a la ayuda y la idea que tienen los agricultores sobre cual debería ser el papel de la Administración. En general, reivindican una política agraria proteccionista, basada en la intervención directa sobre el mercado con una política de precios de garantía como había antes de la crisis de los ochenta. Entienden la agricultura como una actividad económica productiva que debe intentar ser dinámica y que debe continuar consumiendo inputs industriales, como abonos y pesticidas, para así ser altamente competitiva. Dicha concepción difiere del de la Unión Europea que ha cambiado el discurso de su política agraria y pretende mediante nuevas medidas reducir los costes que llegó a suponer mantener un discurso productivista, reducir los excedentes y reconducir la praxis agraria hacia un modelo de agricultura más extensiva, sostenible y menos lesiva para con el medio ambiente.
Muchas veces la subvención es percibida como un paliativo a la escasa o nula rentabilidad, además de ser recibida con cierta resignación: “Las subvenciones son pan para hoy y hambre para mañana”. (Documento 15). “La gente que se dedica al campo en un 100 por ciento es digna de admiración, con subvenciones incluidas”. (Documento 16).
Pero también no deja de entenderse como única y mínima recompensa a la falta de rentabilidad o, al menos, de seguro para evitar el abandono del campo, de manera que muchos productores las consideren no sólo necesarias sino, incluso, imprescindibles:
“Es una ayuda que nos permite continuar”. (Documento 73).
“Cuando se acaben las subvenciones, se acabará. La gente no cuidará de sus fincas”. (Documento 17).
“Me ha salvado un rebaño de 300 ovejas. Con menos de 200 no se puede vivir. Y si nos quitasen la subvención, las soltaríamos en medio de la carretera. Nos salvan las subvenciones. He oído decir que nos las quitarán poco a poco hasta que nos acabarán de matar… El payés siempre ha ido a menos”. (Documento 6).
No obstante, no falta quien las considera del todo insuficientes, y una forma de mantener a raya el descontento del sector:
“Sólo la de las ovejas. No, no me bastan ni para ir a verlas cada día”. (Documento 71).
“Si no suben los precios… las subvenciones no son la solución”. (Documento 88).
“Las subvenciones sirven para tapar la boca”. (Documento 12).
“Las subvenciones, si nos las dan es porque saben con certeza que no podemos comer. Si viesen que pudiésemos vivir con cuatro espárragos y dos caracoles, no nos darían ni una sola subvención”. (Documento 40).
“Únicamente pienso que es poco dinero. Sólo me dan 300 euros. Esto es una miseria. Lo siembro porque tengo el aparcero y mira… al menos la finca se puede presentar al gobierno que está limpia. Si no, todo estaría abandonado”. (Documento 99).
Frente a los resignados, los que se muestran más que conformes, incluso satisfechos: “Yo diría que están muy bien. Aquí, en Algaida, si no hubiese subvenciones, la gente no podría arreglar sus fincas, porque labrar y tenerlas bien supondría un gasto enorme”. (Documento 17).
De los críticos con las subvenciones, surgen algunas propuestas alternativas:
“Yo creo que la mejor ayuda que nos podrían dar es que nos subvencionasen la semilla, que se la siembra el payés, y el abono, para abaratar el coste de cara al mercado. ¡Y no como lo hacen!”. (Documento 98).
“Lo primero que se ha de subvencionar es la persona que vive de la agricultura. Luego se ha de subvencionar al propietario por el mantenimiento de alguna cosa…, pero primero quien vive del campo”. (Documento 7).
“La subvención debería quitarse y fijar el precio del trigo a 50 o 60 ptas y quitar la subvención. A 30 ptas ya iba hace veinte años”. (Documento 97).
Volvemos al origen del problema. El agricultor reclama precio, que los últimos veinte años ha bajado mucho en un contexto de creciente liberalización de los mercados. Por tanto, pide retornar a la política agraria anterior a las reformas de los años ochenta y de la reforma de 1992. En definitiva, las ayudas van dirigidas a recompensar la pérdida de renta que ha supuesto la bajada de los precios. Aún así, no ha sido suficiente, y los síntomas de desfallecimiento del sector son alarmantes.
Tampoco falta quien se muestra indiferente y manifiesta que el hecho de recibir o no subvenciones no alteraría su actividad. Se trata, en general, de pequeños propietarios, vinculados de manera marginal a la agricultura. De hecho, obtienen las rentas en otro sector. La agricultura es una actividad a la que se dedican por ser herederos de un patrimonio formado por algunas parcelas de cultivo a la que dedican su tiempo de ocio y de las que obtienen, incluso, una pequeña renta:
“-¿Qué pasaría si no diesen subvenciones?
-Pasaríamos igual. Por 30 mil ptas que me dan... nada. Si supusiese mucho dinero, me haría falta, pero eso… nada”. (Documento 10).“Nosotros la sembraremos y cuidaremos igualmente”. (Documento 11).
Una opinión muy extendida es la de que se abusa de las subvenciones, quedando de esta forma desvirtuada su función benéfica:
“Creo que al payés se le debe de exigir algo”. (Documento 21).
“Yo conozco uno que tenía 1.300 ovejas sin carneros. ¿Y eso qué significa? Sin carneros significa que sin corderos, sin crías. Con muy poco se mantienen, les puedes dar paja todo el año. En cambio, con carneros, ya no podría tener 1.300”. (Documento 48).
Algunos se muestran descontentos por la falta de control que ejerce la Administración sobre la idoneidad de las subvenciones otorgadas y por la concesión que da lugar a una distribución poco equitativa y de la que se benefician los grandes propietarios, además de cierta picaresca:
“El pasado año hubo una subvención para árboles frutales. A las 9 h de la mañana comenzaba y a las 11 h ya habían acaparado 250.000 árboles de los 300.000 previstos en total… Lo de las subvenciones se podría hacer mejor. Falta control”. (Documento 16).
“Todas las subvenciones las pillan más los grandes que los pequeños. Obtienen más y según qué cosas los pequeños no se dan cuenta y los grandes ya las han pillado”. (Documento 19).
“-¿Está de acuerdo con los criterios con que se dan las subvenciones?
“Deberían de haber mirado a donde daban las subvenciones, porque hay casos que en lugares donde caben 500 ovejas, van y ponen 1.000, y las ovejas se mueren de hambre”. (Documento 73).
Finalmente, muchos no acaban de entender ni la función ni los resultados:
“Las subvenciones… yo no lo acabo de entender”. (Documento 12).
“La culpa es del gobierno. Dieron subvenciones para quitar las vacas y eso no tiene sentido. Se producía leche que sobraba y se la llevaban al muelle… y te decían que tenías que ordeñar temprano… y ahora la traen”. (Documento 12).
Algunos reducen la función de la subvención, más que a la salvaguarda de la actividad, a la del paisaje que aquélla supone:
“¿Qué sería de Mallorca si todo estuviese repleto de zarzales, jaras y olivos que se mueren? ¿Qué sería ir hasta Artà sin ver ningún cercado ni oveja, si sólo hubiera cabras salvajes? ¿Qué sería de Mallorca si no se conservase este paisaje tan bello? ¿Qué sería si esto no estuviese un poco cuidado?” (Documento 59).
“Por desgracia, ahora empiezan a darse cuenta los gobiernos y los políticos que nos gobiernan que quien mantiene el medio ambiente cuidado es el payés y no cobra nada. Parte del beneficio de los hoteleros sí podría destinarse a compensar su labor altruista de mejorar el medio ambiente y tener una Mallorca más limpia”. (Documento 98).
Constituyen una gran mayoría los que vaticinan consecuencias casi apocalípticas para el campo balear en el caso de que las subvenciones lleguen a desaparecer:
“Si quitasen las subvenciones Mallorca entera se convertiría en un erial… totalmente… en 10 años”. (Documento 23).
“Y si me quitan la subvención puedo arrancar todos los almendros. Y vender la leña”. (Documento 26).
“Hoy, si no fuese por las subvenciones que hay, ya no se podría vivir y creo que lo que deberían hacer es subir los precios porque, si no, en Menorca, de aquí a 10 años está acabada”. (Documento 88).
“Si quitamos las ayudas, apaga y vámonos”. (Documento 9).
El futuro de la agricultura y de las explotaciones
El futuro de la agricultura tiene poco interés o, en todo caso, se ve con escepticismo. Además, a excepción de las actividades ligadas al negocio inmobiliario, poca cosa se puede hacer con las propiedades rústicas. Parece que únicamente el enraizamiento a la tierra, la negación de la realidad o un cierto romanticismo explican la continuidad que han tenido las actividades agrarias:
“Mientras la ruina no sea total y absoluta, eso se aguantará, porque este factor de sentimentalismo aún somos muchos los que lo tenemos. Yo, uno de ellos, por supuesto... y entonces los que posean estas parcelas, aunque no tengan mucho sentimentalismo, mientras no lo pierdan, lo pueden mantener. Porque si no lo mantienen, ¿qué deben hacer? ¿deben venderlo? ¿y quién lo compra?... si urbanísticamente no puedes construir, quien lo compra hace un mal negocio...” (Documento 13).
A pesar de ello, el sentimentalismo y el amor a la tierra de la última generación de payeses no es siempre el discurso que hemos detectado. Al contrario, es mayoritaria una visión pesimista sobre el futuro de la agricultura: “-¿Cómo ve el campo? -Muerto. Hablé con un payés y le dije: ¿cuánto nos queda?, ¿diez años de vida?. Contestó: tres o cuatro...” (Documento 15).
Esta falta de futuro se concreta en la imposibilidad de sucesión generacional. Estamos viviendo los últimos latidos de la última generación de agricultores en las Islas. Se trata de payeses con más de cincuenta años, la mayoría a punto de jubilarse, si ya no lo están. Es la generación que se inició como payés cuando empezaba el turismo de masas y con él los procesos de urbanización y de terciarización que dieron lugar a un nuevo modelo territorial y económico. Esta generación vive con resignación su situación y reconocen que ya no han podido buscar alternativas al campo, por una cuestión de ciclo vital. Es decir, reconocen las grandes dificultades que supone la gestión de una explotación agraria en un contexto de falta de rentabilidad y de una gran riqueza de oportunidades dentro del mercado laboral.
A pesar de que el campo gusta a los payeses, no volverían a dedicarse a ello porque existe un gran desequilibrio entre los ingresos y la calidad de vida con un trabajador de otro sector. Incluso algunos procuran que sus hijos no mantengan la explotación en la próxima generación:
“He hecho lo posible para que los chicos se marchen...” (Documento 85).
“El futuro lo veo difícil porque no está en manos de la gente joven. Se debería ganar lo mismo que trabajando en su casa. Se matan trabajando y ganan la mitad que uno que trabaja 8 horas...” (Documento 84).
Se pronostica que los agricultores desaparecerán, pero no morirá totalmente la agricultura. La actividad subsistirá, aunque experimentará grandes cambios en el modelo de gestión. Las explotaciones serán cada vez más grandes, muy mecanizadas y dirigidas por un pequeño grupo de agricultores gestores de grandes explotaciones: “Tal como está la agricultura en Mallorca, lo veo mal. En el futuro habrá 20 o 40 agricultores en toda Mallorca” (Documento 57).
Algunos ligan el futuro de la actividad agraria a la articulación de cambios profundos en la estructura agraria de las Islas. En una clara apuesta por el modelo de agricultura productivista, creen que sólo un proceso de racionalización de la dimensión de las explotaciones que permitiese un uso eficaz de la maquinaria agrícola y de los otros inputs industriales podría permitir la subsistencia de otra agricultura. En definitiva, se defiende un cambio de modelo, reclamando la intervención de la Administración:
“A no ser que se hagan unas grandes unidades de gestión, pero eso ha de ser a base de política. Una especie de macrocooperativas, donde cada uno pusiese su finca y participara en el resultado final... Pero la idiosincrasia payesa es muy mala... muy individualista...” (Documento 13).
“La única solución que veo es que el gobierno ponga un precio a la tierra que esté bien y constituir fincas de 20 cuarteradas, y de la misma manera que se construyen pisos de protección oficial, haga concesiones de fincas durante 30 años...” (Documento 29).
La perdurabilidad de la actividad agraria hasta hoy se debe a diversos factores, algunos de los cuales ya hemos mencionado (romanticismo, enraizamiento e inercia), y de entre los que debemos destacar el régimen de ayudas que recibe el agricultor o el propietario desde la PAC. Se repite en exceso entre los propietarios, payeses y post-payeses entrevistados, que el futuro de la actividad agraria va unido al de las ayudas. Es decir, sin las ayudas la agricultura no podría subsistir en el presente y tampoco en el futuro más inmediato: “Depende de las ayudas..., si hay alguna ayuda, sí. Pero de cada día será más difícil encontrar gente que quiera hacer este trabajo. Con las subvenciones no se pierde dinero...” (Documento 43).
La escasa rentabilidad económica de la agricultura es compensada con las ayudas recibidas a través de la PAC: “Si la cosa funcionase, y pudiésemos vivir más o menos bien, yo me dedicaría a ello. Lo que nos salva un poco son las subvenciones. En resumen, mucho trabajo y poco dinero. Que no se puede vivir... en pocas palabras...”. (Documento 64).
La dependencia actual de la agricultura isleña de la subvención es absoluta. Eso es así especialmente en los subsectores más tradicionales y propios de sistemas agrícolas extensivos:
“Me ha salvado un rebaño de 300 ovejas. Con menos de 200 no se puede vivir. Y si nos quitaran la subvención, las soltaríamos en medio de la carretera. Nos salvan las subvenciones. He oído decir que nos las quitarán poco a poco hasta que nos acabarán de matar. El payés siempre ha ido a menos...”. (Documento 6).
Entre las alternativas factibles, destaca la agricultura a tiempo parcial. Esta modalidad de explotación agraria surge de la evolución experimentada por las explotaciones agrarias familiares en un entorno urbanizado y con un creciente mercado laboral urbano (industrial y terciario). Es un fenómeno característico en nuestra realidad y puede ser una alternativa válida para la pervivencia de la actividad agraria:
“-¿Qué futuro ve a la agricultura?
-Yo lo veo muy triste. Le veo un futuro muy feo. En Alcúdia sólo queda un payés, payés... Bien, hay alguno más, pero o ejerce de albañil, o conduce un camión, como yo. Tengo un compañero que es camionero. Lo que le tocó de su padre lo cuida él, y una finca suya también la cuida él. Y así encontraríamos alguno más”. (Documento 38).
La conversión de los espacios agrarios en terrenos para construir viviendas, es decir, la sustitución de las funciones agrarias tradicionales por funciones urbano-residenciales es también una de las soluciones inmediatas a los problemas del campo. En un contexto de agricultura de escasos rendimientos económicos, dependiente de las ayudas y subsidios como única razón de ser, el abandono y la actividad residencial son las soluciones que se apuntan para un próximo futuro:
“Eso de cada año va a menos y llegará un día que todo será bosque, todo abandonado. Ahora ya se ven trozos así. Yo, el día que ya no pueda ir, todo quedará abandonado... seguro. Hoy muchas fincas se venden y se compran o se construye un chalet, pero para cultivar nadie compra fincas... está muy mal la cosa”. (Documento 56).
La desaparición del sector agrario, de los agricultores dedicados en exclusiva a las actividades agrarias, dará lugar a una situación en que el campo en las Islas esté exclusivamente gestionado por post-payeses, agricultores de ocio que dedican su tiempo libre a mantener el patrimonio de sus padres. La pervivencia de un vínculo emotivo con el campo, actúa siempre como uno de los principales factores explicativos de la actividad de los post-payeses: “El campo quedará en manos de cuatro aficionados...” (Documento 24).
El desmantelamiento del tejido social del campo por la escasa rentabilidad de la agricultura y la creciente presión urbano-residencial sobre el espacio rural contribuyen a la aparición y consolidación de los barbechos sociales. Éstas son parcelas de suelo rústico, antes dedicadas a la agricultura y ahora abandonadas, esperando ser invadidas de nuevo por la garriga o matorral, o en todo caso transformadas en el jardín rústico del nuevo residente urbano. Este fenómeno es claramente perceptible en el campo isleño. El minifundismo contribuye bastante a la propagación del fenómeno. Se trata de pequeñas parcelas propiedad ahora de personas alejadas de la actividad agraria que desde hace tiempo han confiado su gestión a payeses en régimen de arrendamiento, frecuentemente gratuito. La escasa rentabilidad de la agricultura, el envejecimiento y desaparición de los payeses activos y, a veces, el difícil acceso a parcelas de escasas dimensiones son factores que contribuyen a su abandono. El primero afecta a las tierras en régimen de arrendamiento, aunque sea a gratuidad. Así, el payés dejará primero aquellas de las que no es propietario y sólo se responsabilizará de la gestión de las tierras propias. En consecuencia, los propietarios no agricultores de las tierras antes arrendadas ven como sus fincas son abandonadas:
“En dos años más, eso estará muerto por aquí. ¡Puff! Da asco todo. Donde yo estaba, hace cinco años que estoy jubilado... no han vuelto a arar...” (Documento 31).
“Ya te digo... tenía tres fincas de las que yo no era el amo y no pagaba renta. Las he entregado... ya lo ves... Si me hubiese dado un duro, no las habría entregado”. (Documento 56).
“Sólo hay que dar una vuelta por el campo de Ibiza y ver lo que está pasando. Cada vez hay más campo abandonado y la gente prefiere el turismo a la agricultura...” (Documento 82).
El abandono es la fase final y tangible de un proceso lento, el del cambio rural, que transcurre por fases con situaciones intermedias menos perceptibles, como la extensificación de las actividades agrarias. Eso es el decremento de los inputs de trabajo y de capital en un contexto de escasos rendimientos económicos:
“No se hace el trabajo que antes se hacía porque tampoco es rentable. El campo ve un final que tiene unos años para acabar la vida...”. (Documento 41).
“Ha habido años que las parcelas que habíamos sembrado de cereales ni las cosechamos, las damos a las ovejas porque valía más la cosechadora que el rendimiento que podíamos sacar del grano...” (Documento 59).
La reivindicación del nuevo rol del payés como gestor del medio ambiente puede ser también la esperanza del futuro en las sociedades post-industriales. Desde esta óptica debemos considerar que muchas de las directrices de la Unión Europea persiguen este objetivo. No obstante, existen payeses que reclaman no sólo la implicación de la Unión Europea y del Estado, sino también una intervención decidida del Gobierno autonómico:
“Ahora empiezan a darse cuenta los gobiernos y los políticos que los que mantienen el medio ambiente cuidado son los payeses y no cobran nada. Parte del beneficio de los hoteleros debería destinarse a compensar su labor altruista de mejorar el medio ambiente y tener una Mallorca limpia...” (Documento 98).
La falta de futuro de la agricultura se debe también a la mala imagen social del campo, a la percepción que los jóvenes y la sociedad tienen de la agricultura en relación a las condiciones de trabajo en otros sectores. Se trata de un trabajo incómodo, duro, sin división clara entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio, que sí existe en el mercado laboral urbano y turístico, a la vez que escasamente valorado:
“A los jóvenes no les va el campo. Y son los jóvenes quienes deberían seguir. Pero no da. Y muy esclavo. Incómodo... Lo veo mal...” (Documento 4).
“La gente joven, una que quiere vivir bien y la otra que no quiere trabajar. La tarea, como es muy dura, no la quieren hacer...” (Documento 55).
“...no se saca ni un duro, es muy esclavo para ganar un jornalito de 30 euros trabajando de sol a sol...” (Documento 66).
Por otra parte, las condiciones duras del trabajo hallan escasa recompensa económica. Además, existen muchos factores que entorpecen la actividad y generan falta de seguridad en el resultado final, como es la climatología adversa o las epidemias del ganado:
“El trabajo del campo es muy sucio, muy cansado y no deja nada. No le veo futuro...” (Documento 83).
“-¿Por qué cree que la gente se ha ido del campo?
-Era más fácil al cabo del mes cobrar un sueldo que esperar a que el grano crezca, exponerte a que una helada te lo mate o que un animal se muera o que la peste no sé qué o que te prohiban vender la carne...” (Documento 69).
Por otra parte, los actuales payeses son la última generación que se quedó en el campo. Afirman que lo son porque son hijos de payeses y se quedaron porque el resto de hermanos abandonaron la explotación y buscaron otras oportunidades laborales:
“Más gente joven dedicada al campo no habrá. Yo lo soy porque me viene de familia. Ha de venir un poco de sangre y te ha de gustar mucho... Si la Administración pone dinero, en el futuro sí habrá payeses. De nuestra quinta hay algunos, pero detrás de nosotros ya no quedan...” (Documento 2).
“Me quedé de payés porque fui de los últimos en salir de casa. En nuestra casa me necesitaban. Yo quería conducir el tractor y me compraron uno. Mis hermanos mayores se habían casado y marcharon...” (Documento 53).
Conclusiones
A partir de la información extraída de las entrevistas realizadas y en base a los capítulos que estructuran el presente artículo, cabe destacar:
En primer lugar, queda de manifiesto la conciencia de la escasa posibilidad de que se produzca una sucesión generacional que garantice el futuro de la población activa agraria de las Islas.
Asimismo se constata la implementación de nuevos regímenes de explotación, tal es el caso de los alquileres a gratuidad que se explican por el inmovilismo de la propiedad y el apego a la tierra de la sociedad balear.
Ante esta situación, los subsidios ofertados por la Administración se convierten en un mecanismo imprescindible para la gestión bajo mínimos de la actividad agraria que es mantenida más por razones de carácter paisajístico que productivas.
No es de extrañar, por tanto, que las perspectivas de futuro se encaren con pesimismo y escepticismo, de forma que sólo las actividades no propiamente agrarias se constituyen en la única esperanza del mundo rural en las islas.
Notas
[2] Según Hervieu, 1996.
[3] Según Pascual Rubio, 1999.
[4] Bowler e Ilbery, 1996a, 1996b.
[5] Rubio, 1999.
[6] Según Bowler e Ilbery, 1996b.
[7] Véase Bernard Hervieu, 1996.
[8] Véase Hervieu, 1996, p.83.
[9] Véase Bowler, Ilbery, 1996b.
[10] Según Evans e Ilbery, 1992.
[11] Véase Evans, 2000.
[12] Véase Binimelis, J.; Riera, J., 2001.
[13] Véase Binimelis, J.; Barceló Adrover, A.; Canyelles Garau, A., 2004.
[14] Véase Binimelis, J., Nuñez, L., 2000.
[15] Según demuestran Gil y Fernández , 2003, en un estudio donde se data y mide el alcance de la transición forestal.
[16] Véase Binimelis, J.; Ordinas, A., 2008.
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Garau, 2012.
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Ficha bibliográfica: