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TREINTA OBJECIONES A HORACIO CAPEL
Jean-Pierre Garnier
Institut de Parisien de Recherche sur l’Architecture, l’Urbanisme et la Société
Centre National de la
Recherche Scientifique, Paris
jp.garnier34@dbmail.com
Treinta objeciones a Horacio Capel (Resumen)
Recapitulación de las observaciones inspiradas por la lectura de la Conferencia inaugural del XI Coloquio International de Geocrítica presentada en Buenos Aires en la primavera del 2010 por el geógrafo Horacio Capel: “Urbanización generalizada, derecho a la ciudad y derecho para la ciudad”.
Palabras clave: derecho a la ciudad, derecho para la ciudad, capitalismo, democracia, Estado.Thirty objections to Horacio Capel (Abstract)
Summary of the comments inspired by the inaugural lecture of the XI Coloquio Internacional de Geocrítica, titled “Urbanización generalizada, derecho a la ciudad y derecho para la ciudad” and given by the geographer Horacio Capel in Buenos Aires in the spring of 2010.
Key words: right to the city, right for the city, capitalism, domocracy, State.
Un reproche
vuelve a menudo en las críticas dirigidas a mis posiciones teórico-políticas,
ya sea respecto al fondo o a la manera de expresarlas: la falta de “matiz”.
Ahora bien, el imperativo de “matizar” encubre otro: el de eufemizar una
realidad que, en muchos aspectos, parecería, de otro modo, poco brillante. Y en
los círculos “doctos”, rige la consigna implícita de no llamar las cosas (y a
la gente) por su nombre cuando esto contraviene a los usos establecidos en
estos círculos.
En lingüística, la eufemización consiste, etimológicamente, en “positivar” lo negativo. En el discurso político, mediático o seudocientífico, consiste, principalmente, a través de artificios de lenguaje, en disimular, atenuar o relativizar una violencia social, y hacer así aceptable lo inaceptable, e incluso en imperceptible. Dicho con otras palabras, hay que estar vigilante sobre el uso de los términos. La mayoría son trampas porque estos ya no resultan de la elaboración lenta por los seres humanos de términos que representan las realidades creadas por ellos, sino que son creados desde arriba por los dominantes, difundidos por los media y por ciertos intelectuales muy a la vista, para imponer su visión del mundo. Se trata de una corrupción del lenguaje. Lo que es nuevo, es el carácter sistemático de esta operación.
No es el camino que he escogido para mis investigaciones, y no voy a cambiar de ruta al final de mi vida. Por lo tanto, perseveraré en ello en las líneas que siguen[1].
1/ “Un sistema económico dominante, el capitalista, ha podido conseguir cotas inéditas de riqueza, pero no ha sido capaz de distribuirla de forma justa y equitativa”. Esto es un poco ingenuo. La dinámica del capitalismo, basada en la explotación y el afán de lucro, no tiene como finalidad resolver los problemas que genera. Además de que una “distribución equitativa de la riqueza” implicaría, en primer lugar, otras relaciones de producción, la misma noción de equidad es equívoca, en la medida en que, como yo traté de demostrar en mi intervención en Barcelona, sirve como sustituto y coartada para justificar la permanencia de las desigualdades[2].
2/ Estoy de acuerdo contigo cuando tú planteas que hace falta “completar las teorías cuando éstas dejan en la penumbra ciertas dimensiones de la realidad urbana y nos impiden entenderla; o incluso abandonarlas cuando se convierten en obstáculos que llevan a repetir estereotipos y frases hechas que pueden hacer difícil entender las nuevas situaciones”. Pero podría señalar en tu propia ponencia varias afirmaciones que forman igualmente parte de esos “estereotipos y frases hechas”, como mostraré más adelante. Escuchaba ya algunos de estos tópicos del pensamiento conforme, en particular sobre el Derecho y el respecto de la legalidad, cuando yo era estudiante en el Instituto de Estudios Políticos de Paris al principio de los años 1960.
3/ Afirmar que “existe un consenso bastante amplio entre los autores de izquierdas sobre la responsabilidad del capitalismo en las dificultades que tenemos, y especialmente en las que tienen que ver con la ciudad”, es no tomar en cuenta los que subrayé en mi último libro[3] o en ciertos números de la revista francesa Espaces et Sociétés, al hacer el balance de la investigación urbana de las últimas décacas. Los que llamé “marxistes lénifiants” o “marxistas calmantes”[4] (François Ascher, Edmond Préteceille, Chritian Topalov, Jean Lojkine, Manuel Castells, etc.) en otro libro[5] han abandonado más tarde cualquier perspectiva anticapitalista a medida que progresa su ascenso social en las instituciones universitarias y de investigación[6]. Además, la mayoría de los “autores de izquierdas” no son y nunca han sido marxistas ni revolucionarios.
4/ Ocurre a veces, añades, a propósito de los análisis marxistas, que “los argumentos que se leen parecen monocordes y previsibles, dando vueltas sobre las mismas ideas, sin avances significativos”. Esto es exacto, pero, en materia de “argumentos monocordes y previsibles”, uno tendría de sobra donde escoger leyendo las publicaciones recientes de geógrafos, sociólogos o politólogos cuya autoridad científica rivaliza con su sumisión a las autoridades políticas o económicas. Por otra parte, no creo que todas las ideas nuevas sean forzosamente mejores: hay unas totalmente engañosas que, además, enlazan a menudo, en otra forma lingüística, con las conceptualizaciones idealistas o positivistas más tradicionales. En cuanto a la “redacción a veces indigesta” de los análisis marxistas que tratan de lo urbano, esta caracterizaba sobre todo el “marxismo de cátedra” de inspiración estructuralista (althusseriana), galimatías pedante, abstruso y libresco que no tiene nada que ver con el pensamiento marxiano — y no “marxista” —, sino de una manera antitética[7].
5/ “Si se me permite una provocación, diría que cuando el marxismo vulgar se mezcla con la postmodernidad los resultados pueden ser deletéreos”. Contra esto, objetaré que hay teóricos marxianos[8] que critican con vigor la ideología post-moderna, en particular en los Estados Unidos, y que los ideólogos del “materialismo post-modernista” tales como Antonio Negri, Michael Hart y compañía han dejado desde hace bastante tiempo de ser marxistas.
6/ Para demostrar la insuficiencia de las explicaciones marxistas relativas al crecimiento urbano de los dos últimos siglos, tú evocas e invocas “numerosos factores, tales como, entre otros: “los ideales y la actuación de las clases medias y populares”. Ahora bien, estos ideales (de justicia social) y esta actuación (de resistencia y de reivindicación) de las clases populares frente a la urbanización capitalista no invalidan el enfoque marxiano ya que ambos se sitúan en el proceso llamado ¡“lucha de clases”! En aquella lucha, existe también un “frente urbano”.
Lo mismo ocurre con “el crecimiento demográfico a escala regional y mundial, de la huida de campesinos de las áreas rurales, buscando los nuevos horizontes y posibilidades que les ofrece la ciudad”. El éxodo rural es un producto típico de la acumulación capitalista que arruina la agricultura tradicional (concentración de las tierras, despojo de los campesinos, prioridad por los cultivos de exportación y la agro-industria, etc.), así como el éxodo urbano, hoy día, de las capas pauperizadas, las cuales, confrontadas con la especulación y la gentrificación ya no tienen la capacidad financiera de alojarse en el corazón de las ciudades. En efecto, entre la gente que deciden instalarse en las zonas periurbanas o rurales, no hay solamente “ciudadanos que valoran o añoran la naturaleza o el campo, y deciden vivir en el espacio rural, o en lo que ellos consideran tal”.
7/ Todavía en esa perspectiva indulgente hacía el capitalismo, prosigues diciendo que “no podemos valorar solo de una forma negativa, como resultado de la estrategia del capital, cambios y avances que han sido trascendentes y han mejorado sensiblemente la calidad de vida de la población”. A esto, contesto que no estamos tampoco en la obligación de valorar solo de una forma positiva los aspectos negativos de la urbanización capitalista, presentándolos como “disfunciones” o “efectos perversos” —en el lenguaje tecnocrático — es decir secundarios y casi normales. Por otra parte, “la construcción de viviendas, para alquiler o venta, la extensión del consumo, la mejora de la educación” de que “las clases populares, según tú, se han visto beneficiadas”, nunca fueron interpretadas por los marxistas, “como resultado de la estrategia del capital”, sino como condiciones imprescindibles de la reproducción de la fuerza de trabajo y también de la realización de la plusvalía a través del aumento del consumo popular.
Más adelante, tú “persistes y firmas”, como se dice en francés, haciendo hincapié en la “inmensa mejora de las condiciones de vida de los habitantes de las áreas urbanas en todo el mundo, a pesar de las injusticias y desigualdades que todavía existen”. Pareces tener en menos la situación deplorable de las poblaciones recientemente urbanizadas, amontonadas en un hábitat improvisado, frágil, inconfortable e insalubre. Y el desarrollo en las grandes ciudades de nuevas formas de explotación de una mano de obra que sobra y de una “economía subterránea” basada en la delincuencia y la violencia que se tratará en vano de eliminar acudiendo a “tropas de choque” militaro-policiacas, tal como el BOPE (Batallón de Operaciones Especiales) reemplazado por las UPPS (Unidades de Policía Pacificadoras)[9] en las favelas de Rio de Janeiro, para eliminar físicamente a aquellos que se dedican a actividades criminales o las toleran.
8/ A todos estos factores tú sumas los “cambios técnicos y científicos, en la información, en las aspiraciones al consumo, las transformaciones de la producción agrícola (con la mecanización, la motorización et los nuevos sistemas de cultivo) y los cambios revolucionarios relacionados con un anhelo generalizado de mejora social y de la calidad de vida “. Aquí, no haces más que repetir el discurso oficial trasnochado sobre las ventajas postuladas de una “revolución científica y técnica” ideológicamente desconectada de sus causas y consecuencias (contexto, objetivos y efectos sociales). Se sabe también que la “modernización de la agricultura “, además de proletarizar una gran parte de los campesinos, lleva a poner en el mercado productos alimenticios nocivos para la salud de los ciudadanos. En cuanto a las “aspiraciones al consumo” y “los cambios revolucionarios relacionados con un anhelo generalizado de mejora social y de la calidad de vida”, esto es una forma muy extraña de celebrar la enajenación, “generalizada”, ella también “, en el consumismo mercantil.
9/ “No estoy seguro [?] de que, en una perspectiva histórica amplia, sea cierto [¡De hecho, tú estás seguro!] que el proceso de ‘destrucción creativa’ del capitalismo ha desposeído a los grupos populares de todo el derecho a la ciudad” Otra vez, un planteamiento desmentido por muchos estudios serios de las políticas de “renovación urbana” en los barrios obreros antiguos o de “recualificación” de los llamados baldíos urbanos, que tienen por resultado si no por objetivo la expulsión de los obreros y empleados hacia la periferia en provecho de las categorías adineradas. En un artículo publicado recientemente en la Monthly Review, traducido al castellano, el geógrafo marxista David Harvey resume lo que cualquiera puede observar: el derecho a la ciudad, incluso con una acepción más restrictiva de derecho de acceso a la centralidad urbana, es cada vez más elitista, es decir reservado a una minoría de privilegiados[10]. En el ámbito urbano, la “destrucción creativa” no es otra cosa que la destrucción del marco de vida de los grupos populares para crear en las zonas “liberadas” nuevas fuentes de ganancias. “Parece claro que desde el siglo XIX se han ido construyendo gran cantidad de equipamientos y creando espacios públicos en las ciudades, y que hoy existen de unos y otros, más cantidad que en cualquier otro momento de la historia de la Humanidad”. Lo contrario hubiera sido asombroso: es lógico que, con la concentración continua de la población humana en poblados cada vez más grandes, la cantidad de equipamientos y de espacios públicos haya aumentado, a pesar de que estos sigan siendo siempre insuficientes para aquellos que los necesitan más.
10/ Hace falta “reconocer que, considerando el mundo globalmente, a pesar de la crisis y del mantenimiento de fuertes desigualdades sociales, cifras importantes de población del mundo viven hoy mejor que en el pasado”. Desde luego: comparado con el “hombre de las cavernas” durante la prehistoria o con los de las barracas de la Edad Media, esto es exacto. Pero esto disculpa de ninguna manera a los capitalistas por haber instaurado nuevas formas de explotación y de opresión, ni por no haber todavía logrado hacer desaparecer o atenuar la segregación socio-espacial, ni resolver la famosa “cuestión social “. Esta es real, tú lo admites, pero no significativa, pues si hay decenas de millones de gente mal alojados o no alojados del todo, y que duermen en la calle, hay “también muchos que han encontrado una vivienda digna”. Lo que, según tú, “permite imaginar que se puede resolver el problema “. Un razonamiento algo sorprendente: no explica porqué la “cuestión de la vivienda” no ha sido nunca resuelta por el sistema capitalista. Y no podrá ciertamente estarlo mientras que la “cuestión social” no esté planteada, es decir mientras que no esté puesto en tela de juicio, no solamente teóricamente sino también y sobre todo en la práctica, el capitalismo, sistema social que hace que el alojamiento de las clases pauperizadas constituya un problema. Pues la cuestión fundamental no es la de “alojar bien” a los pobres, sino acabar con la pobreza.
Tú dices también que cifras importantes de la población viven con “mayor cultura, con mayor libertad, con mayor esperanza de vida, mayor bienestar, y mayores expectativas para sus hijos”. Ya no es tan cierto hoy día para una parte de las clases populares. Primero, habría que examinar e interrogar el contenido exacto de la “cultura” et de la “libertad” de que se benefician. La cultura de masas, por una parte, y la libertad de escoger lo que se va a consumir, por otra parte, no han elevado el nivel de inteligencia de estas clases. Luego, la esperanza de vida ha bajado en algunas regiones del “Sur” y en lo que era la URSS. Incluso en los EEUU, la esperanza de vida empezó a bajar desde el año 2009 entre los grupos pauperizados a causa de la obesidad debida a la mala alimentación.
En cuanto a “las mayores esperanzas” para las nuevas generaciones, la mayoría de aquellas salidas de las capas proletarias e incluso pequeño-burgueses, saben que (sobre) vivirán peor que sus padres, en Francia, en Inglaterra, en Irlanda para no hablar de Grecia…o de España. ¿Has oído hablar de la manifestaciones violentas de jóvenes en las calles de Atenas, Londres o Roma? ¿De los miles de estudiantes irlandeses que quieren emigrar hacía Canadá o Nueva-Zelanda para encontrar trabajo? ¿De las colas cada vez más largas de jóvenes delante de las oficinas de paro en Madrid?
En un sentido semejante, tú mencionas “los nuevos instrumentos financieros que permiten acceder al crédito a las clases medias y populares: es mejor negociar con los bancos que con los usureros”. No es, con todo, la opinión de las víctimas de la estafa de las subprimes, que tú te contentas con imputar a “la pandilla de pillos y de delincuentes que han gestionado el sistema financiero”. Un juicio moralizante et psicologizante en lugar de un análisis materialista de la realidad social. Marx escribió centenas de páginas sobre las finanzas bancarias como práctica moderna de la usura.
Para ti, al contrario, la creación de hipotecas en forma de subprimes era una “iniciativa que tuvo sin duda ninguna un aspecto positivo” ya que “demuestra que se puede ayudar a adquirir una vivienda digna familias sin recursos, sin solvencia económica, es decir las más pobres”. Y tú añades, con una candidez extraordinaria, que “seguramente, el sólo hecho de que se haya logrado poner en marcha la concesión de estas hipotecas muestra que el sistema podía funcionar en una situación de estabilidad financiera y del empleo”. De hecho, tú revelas de este modo un desconocimiento de la situación particular a que se enfrentan los trabajadores estadounidenses en la coyuntura socio-económica actual, marcada por un desempleo masivo, y de forma más general, del origen de la crisis financiera actual. Esta no es causada por la “inmoralidad” de algunos financieros turbios. David Harvey, entre otros, ha demostrado ampliamente que los banqueros estadunidenses usan de prácticas de gangsters, no porque tengan individualmente poca probidad, sino porque es el sistema que funciona así.
Los banqueros, las aseguradoras, los inversionistas, los accionistas, los traders, los brookers, en resumen los llamados “operadores del mercado” son antes que nada especuladores para quienes “todo se compra y todo se vende” con ganancias. Entre ellos, la vivienda como otros “bienes y servicios”. Esto es su función objetiva de “sostenes” — de “soportes” (Träger, escribía Marx) — de relaciones de producción determinadas que hacen que los capitalistas sean predadores. No son sus defectos personales. La mayoría son “honrados”. El economista Paul Krugman, escogido por ti como referencia, forma parte, como tú, de la gente que sueñan con moralizar un sistema que es amoral, pero no, en sí mismo, inmoral. Al final del Opera de cuatro centavos, Bertolt Brecht plantea, irónicamente, a través de uno de los protagonistas, la cuestión de fondo: “¿Qué es lo más condenable: saquear un banco o fundarlo?”.
11/ “El capitalismo es responsable de muchos desastres. Pero no solo él: ha habido complicidades y decisiones compartidas”. Efectivamente, la burguesía ha encontrado siempre aliados y apoyos dentro de la pequeña burguesía, tradicional o nueva, así como, desde luego, en el aparato del Estado, acerca del cual te recordaré, aunque te sorprenda, que es un Estado de clase y que sirve en primer lugar al “interés general” de la burguesía. Volveré más adelante al tema. Deberías leer los escritos de Antonio Gramsci sobre el concepto de “hegemonía”, sin contar los de Marx quien escribió decenas de páginas sobre el Estado.
Según tú, la “alfabetización generalizada” y la “información superabundante” darían a la población la “posibilidad de decisión personal”, contrariamente a lo que “parecen pretender los foucaultianos” para quienes éstas “conducirían no a la liberación sino no a la opresión”. Habría que saber, sin embargo, de qué “población” se habla.
Aun sin haber leído los libros de Noam Chomski —en particular, La fabricación del consenso. Las ilusiones necesarias— o de sociología crítica de los media, se sabe lo que ocurre para la mayoría de la gente: llenarles la cabeza y lavarles el cerebro de modo permanente a través de la propaganda o de la publicidad, al servicio tanto de los capitalistas privados como de los poderes públicos sometidos a estos. En resumen: embrutecimiento de masas y enajenación generalizada. El escándalo causado últimamente por las revelaciones del sitio internet WikiLeaks acerca de las interioridades de la política exterior y militar estadunidense muestra, una vez más, que la “información” ordinaria difundida al pueblo es solo una sarta de embustes. Por lo tanto, no se trata de “opresión”, sino de acondicionamiento ideológico, de inculcación, de formatear la llamada “opinión pública”.
14/ En lo que se refiere al análisis marxista de las condiciones laborales en las empresas y, en particular, a “las preocupaciones que con frecuencia muestran los empresarios por el coste social de las medidas que pueden generar graves tensiones sociales (en la fuerza de trabajo, en la población urbana) y el recuerdo de los conflictos generados en el pasado”, lo que tú señalas es sencillamente el temor de los capitalistas más lúcidos y sagaces de “ir demasiado lejos”, con el riesgo de provocar un alzamiento popular. Además, desde los años 70 del siglo pasado, con el ocaso del movimiento obrero y la contra-ofensiva neo-liberal, se sabe que las condiciones laborales se han deteriorado para una gran parte de los asalariados. Ya no se cuentan los libros y artículos sobre el tema. ¿Lees tú solamente la prensa empresarial o controlada por la patronal? Incluso en esta literatura, los representantes e ideólogos del mundo del business reconocen que su objetivo primero no es limitar el “coste social”, sino “reducir el coste del trabajo” por todos los medios posibles.
Lo que David Harvey designa como “acumulación flexible” no es otra cosa que el modelo de explotación que resulta de eso, basado, entre otros, en la precarización del empleo asalariado gracias a lo que tú llamas “la abundancia de mano de obra y les facilidades para la movilidad de la población”. Para los empresarios, según tú, no se trata de “provocar desempleo para disminuir los salarios”. No obstante, numerosos estudios económicos muestran que, más que nunca, la existencia de un importante “ejército de reserva” permite ejercer presión sobre las remuneraciones, y que mantener el sub-empleo (trabajo a tiempo parcial, interino, empleos con duración limitada, etc.) o la descalificación de los trabajadores (graduados contratados a precio barato) sirve para aumentar la tasa de ganancia. En resumen, pareces olvidar que “la riqueza y bienestar que genera el mercado de trabajo” en la ciudad son ante todo y siempre aquellos de los que se benefician los exportadores, aún si, de vez en cuando y, de vez en cuando, los explotados pueden recoger algunas migajas.
15/ Si, como tú dices, las migraciones no son directamente “un resultado de la estrategia del capital“, corresponden perfectamente a sus necesidades. No es por bondad de alma que el gobierno español (el de Felipe González) otorgó la nacionalidad a decenas de miles de inmigrados clandestinos o que el gobierno francés “cierra los ojos” —a pesar de algunas ‘reconducciones’ espectaculares hacía la frontera— sobre los miles de trabajadores ‘sin papeles’ extranjeros de la construcción, la restauración, la hostelería o la limpieza. Por lo demás, lo que produce esas migraciones, no es “el aumento de la información”, sino de la publicidad a través de los medias de masas glorificando el modo de vida “occidental”, ni “el deseo de mejora que posee la gente”, sino la mera voluntad de no morir de hambre en la miseria.
En fin, y sobre todo, la situación desastrosa que es la de estos migrantes en sus países de origen tiene algo que ver con la dinámica propia del capitalismo, que sigue reinando en todas las escalas. Los teóricos marxistas lo han puesto en evidencia desde hace mucho tiempo y han acuñado un concepto para designarlo y describirlo: el ‘desarrollo desigual y combinado’. El geógrafo David Harvey, otra vez, se dedica desde hace años a analizar las manifestaciones más contemporáneas de este proceso[11]. Por otra parte, tú invocas, como prueba suplementaria de las ventajas del capitalismo, “el proceso del saber humano” y su aplicación a la actividad productiva. Ahora bien, éstos no constituyen procesos autónomos que se efectuarían en el cielo de las ideas puras: su orientación y su ritmo son tributarios del modo de producción capitalista. Dicho con otras palabras: principalmente de la lógica de la ganancia. O de las necesidades de la dominación. No se debe confundir progreso humano, es decir “social” o incluso “de civilización” con progreso tecno-científico.
16/ A propósito de los rasgos negativos de la urbanización capitalista, tú no crees que “sean mayores que en el pasado; y, en cambio, puede afirmarse que en muchos de estos aspectos, la situación es más favorable hoy que en épocas anteriores”. Una vez más, descubres América: los dominados, es cierto, viven mejor que al principio de la Revolución Industrial o durante los tiempos que le siguieron inmediatamente. ¡Pero no se puede concluir de eso el carácter benéfico del desarrollo capitalista! La respuesta única que tú propones… y opones a la gente que sufren las formas actuales de la dominación capitalista, es, finalmente: “¡Estad satisfechos. Mirad como vivían vuestros antepasados!” Eso es un poco ligero. Todos los apologistas del capitalismo hacen el mismo discurso. Pero tú prefieres empeñarte, afirmando que “en siglos pasados los pobres, además de serlo podían ser esclavos, lo que implicaba un estatuto jurídico totalmente diferente al de ciudadanos, incluso con las limitaciones que éstos puedan tener en algunos regímenes políticos”. Eso es siempre el viejo argumento machacado desde la “revolución industrial” por los cantores de la explotación capitalista: “¡más vale la esclavitud asalariada que la esclavitud antigua!”
17/ Se vuelve a encontrar un poco más adelante en tu conferencia el mismo tipo de comparación justificadora a propósito de “las afirmaciones sobre la pérdida de calidad en la vida urbana que se hacen hoy”. Según tú, “parecen mitificar el pasado”. Y mencionas a Lewis Mumford en La Ciudad a través la Historia — olvidaste de señalar el título del libro en las notas bibliográfica —, para quien “solo las ciudades “atrasadas” se salvaban de estas infamias”, aquellas de “la ciudad industrial del siglo XIX” donde “las condiciones habían empeorado gravemente respecto a la ciudad preindustrial “. Acabo de terminar un prefacio “marxiano” para la reedición francesa de este libro monumental. Recuerdo en él los rasgos más negativos de la urbanización capitalista, tanto en el plano social como en el plano ecológico, puestos ya de manifiesto por L. Mumford hace casi medio siglo, y presento a este autor como un precursor del ecosocialismo. Pero no creo, con ello, haber engalanado las ciudades de la Edad Media, del Renacimiento, de la edad clásica o del periodo barroco. Tampoco lo hizo L. Mumford, quien no dejó de subrayar la cara sombría de la civilización urbana en su apogeo, en particular la explotación, la opresión y la miseria de los campesinos.
¡Por supuesto, evito evocar les ciudades pre-capitalista como paraísos urbanos perdidos! Pues, contrariamente a lo que tú supones, la crítica de la urbanización capitalista no entra en “una larga tradición descalificadora de la ciudad” que “condena los problemas que genera, los vicios que engendra, y querría destruirla en beneficio de un espacio no urbano, es decir rural, o como máximo, aldeano, en el que –en una visión ideal y manifiestamente falsa— se compendiarían todas las virtudes de la tradición, la equidad, la amistad, la solidaridad”. No más que el sociólogo Mike Davis, a quien tú te refieres, me complazco en percibir en la ciudad moderna… o post-moderna solamente “pobreza, insostenibilidad, caos, violencia, enfermedades mentales, confusión, despilfarro”. Me limito a subrayar el lado negativo de la urbanización capitalista, demasiado a menudo puesto entre paréntesis en la investigación urbana académica.
Tú enumeras muy bien les aspectos más desastrosos de esa: “autodestrucción”, “superpoblación y sufrimiento generalizado”, “muerte lenta”, “descomposición”, “basura”, “desorden”, “metástasis”, “promiscuidad”, “territorios devastados”, “tugurios inhabitables”, “volcanes a punto de estallar”. A todo lo cual añades “las evaluaciones objetivas de las deseconomías que produce la aglomeración de la población, la contabilidad de las consecuencias ecológicas negativas, el impacto de la huella ecológica”, etc. Sin embargo, no se trata sólo de “imágenes”, de “visiones”, de “descripciones”, como pretendes, sino de realidades concretas, aún si algunas de las palabras que se emplean para designarlas remiten a metáforas para hacerlas más expresivas. Por ejemplo, la de “los volcanes a punto de estallar”. Esta es una frecuentemente utilizada en Francia por la gente encargada de mantener el “orden” en los suburbios populares, es decir en las zonas de relegación donde están encerrados los proletarios más desprovistos, para justificar la realización de un urbanismo y de una arquitectura llamados “de prevención situacional” (defensible space) o un control militaro-policial reforzado.
Concluir que todo eso es “el coste de la urbanización” sin precisar de qué tipo de urbanización se trata equivale naturalizar el fenómeno urbano, y por lo tanto despolitizarlo. Con D. Harvey y otros investigadores “radicales”, pienso que existe un vínculo existe entre la agravación de los rasgos mencionados y, no la “globalización “— neologismo importado bastante ambiguo—, ni “como los franceses prefieren llamarla, la mundialización”, según tú, sino con la “transnacionalización” del capital. La mundialización capitalista, en efecto, empezó al final el siglo XV y durante el siglo XVI. En el transcurso del siglo XVIII y, sobre todo del XIX, tomó la forma de la internacionalización, antes de ceder el paso, a partir del último tercio del siglo XX, a la transnacionalización, es decir a un capitalismo realmente “sin fronteras”.
Algunas líneas más adelante, tú admites por lo demás, citándome, que “la transnacionalización del capital acentúa la separación entre los que tienen en exceso y los que no posen nada, con esta diferencia, de grado pero no de naturaleza: que el foso que separa a los unos de los otros se ha convertido en abismo allí donde, como muestra el sociólogo Mike Davis (…), las ensoñaciones espirituosas de los altercapitalistas sobre “otro mundo posible” aparecen todavía más irrisorias frente a las realidades furiosas del “peor de los mundos posible”. En nota bibliográfica [16], tú señalas (¿prudentemente?) que esto es “lo que ha escrito Jean-Pierre Garnier en referencia a Francia”. En realidad, mi comentario no vale sólo para Francia, sino para toda la esfera “altermundialista”, transnacional, ella también, para la cual el “otro mundo posible” no puede ser más que un otro mundo capitalista —o un mundo de otro modo capitalista—, pero no un mundo otro que capitalista.
18/ Estoy de acuerdo contigo para “distinguir entre los que construyen la ciudad (les agentes urbanos) et los que la usan (los actores)”, a pesar de que los primeros puedan formar parte también de los segundos —¡viven en general en los ‘barrios ricos’!—, y reconocer “que estos pueden convertirse en agentes, y que los movimientos sociales hacen a los desposeídos agentes activos de la construcción de la ciudad”. Sin embargo, habría que recordar que eso ocurre solamente cuando la relaciones de fuerzas son favorables para los dominados, lo que sucede hoy en muy pocas ocasiones, y que, si ellos lo alcanzan, es lo más frecuentemente desde una posición defensiva, resistiendo contra una política o un proyecto cuya iniciativa no viene de ellos.
19/ Llego ahora a lo que tú consideras como “un hecho esencial”, certificado por “datos”: “la capacidad de la administración pública para regular y controlar eficazmente el funcionamiento de la economía, si tiene voluntad para ello”. Lo que tú sintetizas con una formulación divertida: “la Mano Invisible del Mercado puede ser regulada y controlada por la Mano Visible de la Administración Pública” El problema es que esto no es un “hecho”, “esencial” o no, sino una apreciación, un punto de vista, eventualmente una hipótesis y, para mí, un credo o un voto piadoso. Quizás tú tienes una mirada muy aguda para poder discernir la “Mano Visible de la Administración Pública” regulando y controlando el Mercado, es decir a los capitalistas. A menos que tu mirada esté orientada por presupuestos, “estas categorías del pensamiento no pensadas —como decía el sociólogo Pierre Bourdieu— que delimitan lo pensable y predeterminan el pensamiento”. Incluyendo la selección de los “datos” en que tú te apoyas.
Lo que se ve, actualmente, es más bien la mano muy visible de una Administración Pública, teleguiada bajo mano por, entre otros, el FMI, el BCE, los grupos industriales o financieros, y los dirigentes políticos en el poder, sometidos a la dictadura del “mercado” (de Sarkozy a Berlusconi pasando por Papandreou y Zapatero), imponiendo nuevos “planes de rigor” a la mayoría de la población para sacar el capitalismo de la crisis provocada por una minoría de aprovechados. En realidad, lo que los “datos” demuestran, hasta ahora — pero quizás estos no son los mismos que los tuyos—, es que el capitalismo financierizado, flexibilizado y transnacionalizado gobierna el planeta por gobiernos interpuestos. En la lengua nueva — novlang, escribía George Orwell en 1984 —, a esto se le llama governance.
20/ “¿No hay esperanza?” En forma interrogativa, este título resume lo que determina tu posición tanto teórica como política. Deja vislumbrar el rechazo de reconocer una realidad que podría parecer deprimente incluso desalentadora. Un rechazo con implicaciones inevitables. Para comenzar, me parece, el rechazo de ir “al fondo de las cosas”, de cogerlas “por la raíz”, como Marx decía cuando explicaba lo que significaba “ser radical”. Por cierto, tú dices, sin embargo, un poco más lejos que “debemos imaginar proposiciones radicales”. Pero no creo que este término tenga el mismo significado para ti y para mí.
“Las concepciones optimistas o pesimistas influyen en la manera como se aborda la ciudad. Y es muy posible que los problemas de ésta solo puedan ser afrontados por aquellos que la aman, que la miran de forma optimista”. Se puede “amar la ciudad”… o lo que queda de la urbanidad sin estar obligado a mirar de una manera optimista aquella donde vivimos hoy. Salvo si se espera que esté algún día liberada del dominio capitalista. ¡Es el momento oportuno de aplicar el lema de Gramsci sobre la “alianza necesaria del pesimismo la inteligencia con el optimismo de la voluntad”
Tu reticencia respecto a la crítica radical del orden de las cosas existente da lugar a juicios algo extraños. Por ejemplo, aquel que celebra “el dinamismo de las ciudades, su capacidad para generar bienestar, para asegurar la innovación, la creatividad y, sobre todo, la movilidad social: la ciudad ha sido históricamente el único lugar donde el que nace pobre puede dejar de serlo y ascender en la escala social”. No ignoras que esto vale solamente para una minoría: la gran mayoría de los ciudadanos que nacen pobres seguirán siendo pobres durante su vida entera. A menos que hayas hecho tuya la success story de los self made men que está en la base del american dream. Además, al leerte, la existencia misma de una “escala social”, de una división jerárquica entre ricos y pobres, para resumir, de una sociedad de clases te parece el orden natural de las cosas. Lo que es, como se dice, el ABC de la ideología burguesa.
“Y eso sigue sucediendo hoy, continuas: por eso los pobres y los que buscan nuevos horizontes siguen llegando a ellas, sin escuchar a los voceros apocalípticos que la descalifican”. En realidad, los “migrantes”, porque estiman su vida insoportable en las zonas rurales o en las ciudades del “Sur”, se precipitan, a menudo a riesgo de su vida, en las del “Norte” para sobrevivir en estas como “pañoleros” de las metrópolis, ocupando puestos descalificados, ya sea en la economía oficial o en la “paralela”. Aquí, otra vez, sólo una minoría ínfima “asciende en la escala social”.
Y tú sigues: “Es en las ciudades en donde existen personas capacitadas para trabajar con habilidad y donde hay un ambiente de mejora e innovación. Donde se producen también progresos en la construcción de viviendas, en la salud, en los transportes, en la creación de espacios públicos y de equipamientos; y donde se crean los más dinámicos focos de desarrollo económico y de cambio intelectual”. Aquí, se topa francamente con el discurso publicitario habitual y… embaucador de los concejales, los tecnócratas del urbanismo, de las oficinas de “comunicación” municipales y de los investigares enfeudados, para promover las “tecnópolis” y las “metrópolis”, un discurso dirigido sobre todo hacía las “élites” que se trata de atraer (o de retener). Dicho de otra manera, tú reemplazas el estudio urbano por el marketing urbano.
En estas condiciones, afirmar que “la batalla está ya decidida”, es ir un poco de prisa. No hubo ninguna batalla para detener la urbanización del mundo, con excepción de aquella librada por algunos utopistas neo-ruralistas, nostálgicos y aislados. Pero, sobre todo, la crítica de la urbanización capitalista no debe estar confundida con no sé cual condena metafísica o moral de “la ciudad en sí”. “La Urbanización Generalizada, extendida, difusa, sin límites, informe” es el corolario espacial lógico de un capitalismo que se ha vuelto verdaderamente “sin fronteras”. “No hay alternativa”, tú proclamas, repitiendo involuntariamente el eslogan famoso de Magaret Thatcher —TINA: there is no alternative — que trataba de callar la boca de los últimos oponentes británicos a la política no-liberal llevada por ella. Para mí —y estoy cada vez menos solo en pensarlo— hay, o más bien debería haber, —volveré al tema más adelante— una alternativa no a “la ciudad” en general, sino a la ciudad capitalista. Dicho de otro modo, hace falta en primer lugar criticar ésta, si se quiere “defender la ciudad” o, más exactamente, una cierta concepción de la vida urbana. Esto es la condición de una “mejora del bienestar de la población”, de la “relación social”, que tú preconizas. Es lo que, por lo demás, David Harvey ha planteado con vigor en su artículo “The right to the city”, que quizás has leído un poco demasiado de prisa.
21/ Esto no es obviamente la opinión de un conjunto de investigadores, incluido aquellos que se habían hecho conocer en Francia al principio de los años 70 par sur diatribas “marxistas” contra un urbanismo enfeudado al “capitalismo monopolista de Estado” — un concepto que hubiera podido servir para definir los regímenes supuestamente comunistas que ciertos de ellos elevaban como modelo —, tal como el sociólogo François Ascher que tú citas elogiosamente[12]. Sin entrar en una discusión semántica, pienso, a pesar de todo, que la “necesidad de inventar nuevas palabras para referirse a esta situación nueva, de dar nombres a nuevas realidades urbanas” no debe disuadir de interrogar la pertinencia científica, para no decir el sindicado ideológico, de estos neologismos “inventados”.
El de “metápolis”, por ejemplo, lanzado por F. Ascher, es típico de la novlang globalitaria. No explica nada y naturaliza de manera pedante y grotesca procesos socio-espaciales bien conocidos. Ex-estalinista del PCF adscrito luego al partido “socialista”, F. Ascher terminó su carrera brillante vendiendo sus luces sobre la ciudad a la firma Peugeot que le entronizó al frente de su fundación, el “Instituto para la ciudad en movimiento” (ICM). ¡Una apelación adecuada para una empresa transnacional que fabrica automóviles! Por lo tanto, no se asombrará nadie de que la temática preferida de F. Ascher al final de su vida fuera la “movilidad”. La sociedad “se mueve” cada vez más de prisa, la ciudad también, el ciudadano también, descubría F. Ascher. ¡Qué descubrimiento! En cuanto al movimiento del capital, ya no se hablaba más de él en la prosa de este ex sociólogo marxista. Pero esta temática no es ideológicamente neutral cuando se hace rimar movilidad y libertad (de desplazamiento), como F. Ascher y sus seguidores se aplicaban por hacer. En cuanto al “efecto túnel ‘producido por la redes de transporte a gran velocidad que dejan entre los espacio conectados’ territorios invisibles”, esto es, primero el producto de la posición social (y espacial) del “observador”. F. Ascher, gracias a su arribismo y su oportunismo, había acabado integrando la jet set de los “expertos” internacionales que, durante viajes subvencionados, ya no vean más el mundo sino a través de la ventanilla de un avión, de la ventana de un TGV o del cristal de un coche con chófer o puesto a su disposición por sus empleadores. De ahí, su visión “cinética” del mundo urbano. Y su ceguedad concertada sobre lo que podía molestarle, sicológicamente o políticamente.
22/ “Si, como afirmaba Henri Lefebvre, ‘la centralidad es constitutiva de la vida urbana y si no hay centralidad ésta no existe’, si, como también sostuvo, hemos de defender la ‘exigencia de una policentralidad, de una concepción policéntrica del espacio urbano’, puede decirse que ésta se está ya consiguiendo como resultado de la misma evolución del hecho urbano y de los avances técnicos. En mi último libro y en mi intervención en el seminario de Barcelona, advierto también contra la idea de un derecho a la ciudad “con rebaja”, limitado a aquello de acceder a la centralidad urbana por medio del sistema de transporte, con tiempos de trayectos y costes de desplazamiento a menudo disuasivos para la gente expulsados de los barrios céntricos y exiliados en las periferias. Pero hubiera podido criticar también la solución falsa representada por el policentrismo en une sociedad urbanizada donde las desigualdades territoriales no han dejado de acentuarse. Tal como se manifiesta en las metrópolis o en las aéreas urbanas, esto es un policentrismo jerarquizado y discriminante, como lo demuestran los estudios un poco serios efectuados acerca de los centros comerciales y las llamadas “ciudades nuevas” localizadas en el periurbano. ¿Cuáles tipos de centros, quiénes los frecuentan, en calidad de qué, y para hacer qué? Existe, por ejemplo, una diferencia entre las tiendas de lujo de los “barrios bellos”, antiguos o nuevos, y los centros comerciales organizados en torno de los hipermercados implantados en la proximidad de las zonas excéntricas de relegación residencial donde los proletarios están contenidos. Para Lefebvre, el policentrismo implicaba la apropiación colectiva de la totalidad del espacio urbano por el pueblo y su remodelación en función de las necesidades y aspiraciones de este último, y no el uso exclusivo y excluyente de ciertas de sus partes en provecho de un élite.
23/ “La ciudad es, además, una realidad universal, irremediable, sin vuelta atrás”. Como el capitalismo, horizonte insuperable de nuestro tiempo… y de los por venir? Por cierto, “los reformadores y los revolucionarios del siglo XIX” imaginaban y deseaban que las grandes ciudades dejen de crecer. El mismo Engels, como tú lo recuerdas, compartía esta ilusión, considerando que solo su desaparición permitiría resolver el problema de la vivienda, lo que “únicamente sería posible con la abolición del modo de producción capitalista”. Pero si el fin de las grandes ciudades ya no puede más ser enfocada de una manera realista, nada impide pensar y esperar que el mismo capitalismo sea destinado a acabarse. Salvo si se cree que, por la primera vez en la historia de la humanidad, un modo de producción seria prometido a la eternidad.
El hecho de que Engels y otros se equivocaran en sus previsiones o hipótesis relativas a la evolución futura de las ciudades —a pesar de que suponían “la abolición del modo de producción capitalista”, lo que no ha sucedido todavía—, no quita toda su validez al enfoque materialismo histórico-geográfico. Este debe al contrario ser desarrollado, es decir profundizado, completado y actualizado. Investigadores cada vez más numerosos, han empezado a integrar en su trabajo teórico las transformaciones recientes y presentes del modo de especialización capitalista, como lo prueba la renovación del pensamiento marxiano sobre el espacio desde hace una veintena de años, aún si, en Francia, la geografía y la sociología quedan todavía a remolque
24/ Tú te alegras de que el “derecho a la ciudad” sea cada vez más reconocido por organizaciones oficiales. Pero planteas la cuestión en el terreno de las declaraciones de principios, de las proclamaciones, de lo escrito, y no de los hechos, de la realidad concreta. El supuesto “éxito” del derecho a la ciudad es sobre todo de orden retórico y aún mediático, pero se espera todavía la aplicación de este derecho en la práctica, salvo si se integran en esta última los discursos y las chapucerías institucionales que se supone dan consistencia a este derecho.
Al contrario de lo que tú expones, la “afirmación” y la “divulgación” de este derecho no se hicieron “paralelamente a las visiones apocalípticas de la ciudad”, pero sí en repuesta a las críticas, las reivindicaciones, los movimientos de protesta provocados por la situación cada vez más desastrosa, si no “apocalíptica”, con la cual se confrontaba una parte creciente de la población urbana. Estas críticas y estas reivindicaciones se situaban, por lo menos virtualmente, más allá de un “derecho a la igualdad de acceso a los equipamientos que s asegura la ciudad”, como lo recordé anteriormente y como tú lo recuerdas también al citar la definición de Lefebvre del derecho a la ciudad, “como ‘derecho a la vida urbana transformada, renovada’”, “el derecho de participar a la construcción de la ciudad y a la apropiación del espacio urbano por los ciudadanos”. Un derecho cuya realización es totalmente incompatible con la prolongación de las relaciones de producción capitalistas.
Si haría falta nada más que una prueba, yo la encontraré en la frase que sigue en tu ponencia, donde tú postulas la posibilidad de un “igual acceso a la riqueza y al bienestar del mercado del trabajo” ofrecido por la ciudad. Cuando la explotación de la fuerza de trabajo y, antes, su formación por un sistema educativo segregativo, hacen al contrario tal igualdad meramente ficticia. Aquello a lo que “accede” un graduado de la universidad no es la misma cosa que a lo que accede un joven que sale de un colegio técnico. Es verdad, sin embargo, que, con la política de “rigor” impulsada para salvar el capitalismo de su crisis, uno y otro corren el riesgo de terminar como desempleados. Y todo el resto se deriva de eso.
Así en lo que se refiere al “acceso igual”, según tú, “al espacio público como lugar de encuentro y de intercambios”, mientras que éste está cada vez más controlado por la policía y “limpiado” de los ‘elementos indeseables’; y “a la diversidad cultural”, quizás a la cultura de masas pero no a la “noble”, “a la justicia social”… en una ciudad tan inigualitaria como la sociedad que ésta refleja, “al disfrute equitativo de la ciudad, a la gestión de la ciudad, haciendo hincapié en la gestión democrática de aquella y la participación de los ciudadanos”. Todo esto es pura propaganda. Estos derechos proclamados no están todavía, para la mayoría de ellos, materializados en los hechos, sino de una manera superficial y caricaturesca. ¿Cómo, por lo demás, las cosas podrían ser distintas? Hablar de “gestión democrática” o de “apropiación colectiva” en una ciudad capitalista es una contradicción en los términos. Para que una y otra se hagan posibles, haría falta, en efecto, una condición previa: la expropiación de los capitalistas.
En realidad, la gestión de la ciudad sigue siendo el asunto de una “élite”, es decir de una oligarquía integrada por politiqueros, tecnócratas, directores de instituciones públicas, empresarios, banqueros, promotores, etc. La “democracia participativa” como remedio a la desafección de los ciudadanos con respecto a la democracia representativa, confirmada por la elevación continua de la abstención electoral, es una farsa. Me he dedicado a demostrarlo en una tesis, varios libros y numerosos artículos sin encontrar objeciones que valga la pena discutir.
En suma, la visión que tú propones de la ciudad contemporánea no es, ciertamente, “apocalíptica”. Es, al contrario una visión encantada, la de una especie de magic kingdom urbano, que tiende a dar esperanza a los que prefieren taparse los ojos frente a la realidad antes que tener que enfrentar se a ella. Es verdad que tendrían, en este caso, que enfrentarse también con aquellos que están en el origen de esa realidad y que aprovechan.
25/ Eso resalta claramente de los párrafos siguientes donde tú afirmas que “fueron muchas las instituciones colectivas que se pusieron en marcha y que han permitido ir concretando estas aspiraciones”. Si, en algunos foros sociales, “se ha entendido también que la lucha para el derecho a la ciudad es igualmente une lucha contra el capitalismo”, no parece que esto sea la línea mayoritariamente aplicada. Une vez más, todos los ejemplos que tú citas son sacados de documentos escritos publicados por organismos o organizaciones oficiales, afirmaciones y proclamaciones invalidadas por cualquier “análisis concreto de une situación concreta” (como Lenin recomendaba).
Conozco, por ejemplo, investigadores mexicanos —no voy a dar sus nombres porque están vigilados por la policía— que dicen exactamente lo contrario de lo que cuentan aquellos a quienes tú te refieres. ¡Presentar la ciudad de México como un lugar donde el derecho a la ciudad estaría al punto de realizarse, a través de una “Carta Municipal del Derecho a la Ciudad […] adaptada e incorporada a la Ley de Desarrollo Social del Distrito Federal”, es verdaderamente surrealista, cuando la segregación, la especulación, la corrupción y la represión reinan allí casi a plena luz! En cuanto al Foro Urbano Mundial que se ha celebrado en marzo de 2010 en Rio de Janeiro, quizás ha “dedicado una buena parte de sus sesiones a la cuestión del papel esencial de la participación para impulsar el derecho a la ciudad y profundizar la democracia representativa”. Pero ¿porqué, entonces, numerosos invitados de este foro han preferido, en el mismo momento, acudir a un foro paralelo anticapitalista organizado en la misma ciudad para encontrar ideas nuevas?
Toda tu demostración se apoya en discursos en contradicción con los hechos. Eso me hace rememorar a los inféctales “comunistas” (estalinistas) franceses de visita a los llamados países socialistas de antaño, que cogían al pie de la letra la propaganda oficial sin esforzarse por saber lo que pasaba en el terreno. ¡Cuando yo leo que “de las ciudades han surgido desde el comienzo de la urbanización todos los avances que hacen al hombre más igual y feliz”, tengo la impresión de leer una versión actualizada del “porvenir radiante” estaliniano o maoísta! De hecho, tú te fías únicamente a las promesas anunciadas por las instituciones oficiales, internacionales o no, que, como las de los politiqueros, no comprometen a los que las hacen, sino sólo a los que creen en ellas.
26/ Cuando pasas de los derechos a los deberes, caes en el moralismo. Estoy de acuerdo contigo en que el derecho a la ciudad no debe servir como pretexto para ciertos “ciudadanos” que se imaginan “gozar de todos los derechos”, como se dice en francés, incluso aquellos de molestar a los otros ciudadanos con actos o comportamientos “asociales”, es decir contrarios al buen desarrollo de la vida en sociedad. Tal como esa gente, que tú evocas como ejemplos (malos), que despilfarra recursos energéticos por desplazamientos motorizados superfluos, que deterioran los espacios públicos, o se entrega a actividades ruidosas durante la noche allí donde la mayoría de otros habitantes desean estar tranquilos. Pero no hay que hacerse ilusiones. No son, en esta materia como en otros ámbitos, los buenos sentimientos y las buenas intenciones que dirigen el mundo. Tus recomendaciones niegan, de una manera irrealista, la existencia de una sociedad de clases en la cual el individualismo, el espíritu de competición y el consumismo son sistemáticamente fomentados, con todo lo que esto implica de indiferencia respecto al “bien común” y al prójimo. Es por lo tanto dar muestras de ingenuidad pensar que la Ley (legislación y reglamentación) bastará para cambiar las mentalidades. Si eso fuera así, éstas habrían cambiado desde hace mucho tiempo.
27/ Llegamos ahora al corazón de la problemática: el juridismo, o, como decía Marx, la fetichización del Derecho, para no decir del texto. “Estoy firmemente convencido –afirmas– de que a partir del marco legal existente pueden hacerse muchas transformaciones de consecuencias muy profundas e incluso revolucionarias”. Eso es efectivamente una “convicción”, y no una prueba.
Sin querer infligirte un curso de ciencias políticas… marxianas, te objetaré que estas transformaciones, si son realmente eficaces, si no “revolucionarias”, es decir con un impacto positivo significativo en la vida del pueblo —y no estas “metas razonables y alcanzables” que tú propones, es decir, aceptadas por las clases dominantes y compatibles, por tanto, con la continuación de la dominación—, no pueden ser más que el resultado de une relación de fuerzas extra-legal. Karl Marx, en su Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, o el sociólogo Pierre Bourdieu, en un artículo fundamental al cual ningún jurista ha podido replicar de una manera convincente[13] han demostrado que la noción de “Estado de derecho” que constituye el principio y el fin del pensamiento político burgués (y el tuyo) no hace más que codificar, y al mismo tiempo legitimar, el derecho del más fuerte en un momento y en una situación determinados.
En Francia, por ejemplo, la legislación social progresista adoptada poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial salía del “Programa de la Resistencia”. Este había sido elaborado por gente que luchaban con armas contra el ocupante alemán y el régimen reaccionario de Vichy, y su puesta en la práctica se efectuó en un país donde la burguesía estaba a la defensiva: aquella era desacreditada por haber colaborado con los nazis, los guerrilleros comunistas estaban armados y el Ejército Rojo “soviético” estaba acampado en las fronteras de la Alemania del Oeste. Si, desde los años 80 del siglo pasado, estas conquistas sociales son desmanteladas unas después de otras, en la legalidad, eso es porque la clase dominante, ahora transnacionalizada, ha podido pasar de nuevo a la ofensiva sin tener que enfrentarse con una resistencia poderosa, organizada y decidida, por lo tanto amenazadora, ya que la izquierda institucional y los sindicatos burocratizados han renunciado a cualquiera perspectiva, incluso “legal, democrática, pacífica y progresista”, según una formulación reformista consagrada de paso al socialismo.
Por tu parte, tú propones “nuevas leyes que se apoyen y encajen plenamente en los marcos constitucionales y en los tratados internacionales suscritos por cada país, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los otros aprobados por los organismos internacionales”. Aquí, otra vez, te ciegas: estos pactos no son nunca respectados ni aplicados cuando van en contra de los intereses de los poderosos. Cuando estos deben hacer concesiones, bajo la presión popular, es para esperar el momento de la revancha, como fue el caso, en Francia, después de la victoria del Frente Popular en 1936.
En lo que al marco constitucional se refiere, hay que saber que, en Francia, el artículo n° 16 de la Constitución de la Quinta República —¡ella misma instaurada a continuación de un golpe de Estado militar fomentado después del mayo 1958 por los gaulistas!— autoriza al Presidente de la República a “suspender las libertades democráticas”, es decir, a instaurar una dictadura, en caso de que las instituciones de la República estarían amenazadas por un enemigo exterior o interior. Hasta tal punto, que François Mitterrand, cuando estaba todavía en la oposición al nuevo régimen, había escrito un libro titulado El golpe de estado permanente para denunciar esa “constitución antidemocrática”. ¡Un libro que hizo desaparecer de las librerías inmediatamente después de haber sido elegido Presidente de la República! ¡Y el artículo 16 sigue estando todavía virtualmente en vigor!
28/ “Estos cambios, afirmas luego, pueden efectuarse de manera democrática con el apoyo de amplias capas de la población y especialmente de la juventud internacional”. Olvidas, por una parte, que ciertos “cambios”, inicuos y regresivos, pueden también hacerse de manera democrática —si se entiende por “democrático” el hecho de que sean promovidos con el apoyo de una mayoría de politiqueros elegidos—, y por otra parte, que no queda otra vía, para oponerse a esos cambios, que la ilegalidad. Empezando con manifestaciones en la calle prohibidas por los gobiernos donde, últimamente, parte de “la juventud internacional”, europea, en particular, tuvo que hacer frente a las fuerzas represivas del “Estado de derecho”. Fue el caso, entre otros, de las decenas de miles de franceses que impidieron, en marzo de 2006, el voto de una ley, el “contrato de primer empleo” (CPE) que iba a acentuar la explotación de los trabajadores jóvenes de origen popular. No estaban solos para pelear: juntos con ellos se encontraban estudiantes, profesores, trabajadores precarios o en paro…
Algunos meses antes, en noviembre del 2005, la rebelión de otras categorías de jóvenes, salidos de medios más pobres, después de la muerte de dos de ellos perseguidos por la policía, fue sofocada gracias, en parte, a la exhumación de una ley nunca abrogada del tiempo de la de la “pacificación” que fue realizada en Algeria para vencer a los combatientes de la guerra de independencia. Esta llamada “Ley sobre el estado de urgencia” autoriza el gobierno a utilizar medios militares para aplastar a los adversarios de su política: toque de queda,, intervención del ejército, uso de amas de guerra, etc. No se trataba, esta vez, de una situación excepcional: en las “zonas urbanas sensibles” (ZUS) —hay más de 750 contabilizadas— , patrullas de policías de todos tipos (“brigadas anti-criminalidad”, “compañías republicanas de seguridad”, “guardias móviles”, “unidades territoriales de barrio” remplazadas recientemente por “brigadas especializadas de intervención”, policías municipales, etc.), armados hasta los dientes, come se dice en francés, se han vuelto moneda corriente, señalando a las familias precarizadas y pauperizadas que viven en esos barrios la cara verdadera del “estado de derecho”: la puesta en marcha legal de un estado policiaco.
En España, el “socialista” José Luis Rodríguez Zapatero, confrontado con una “huelga salvaje” de los controladores de la navegación aérea, manda el ejército a levantar el bloqueo de los aeropuertos, instaura, él también, el estado de urgencia, y firma un decreto amenazando a los huelguistas con persecuciones judiciales por “sedición”. Una medida de tipo típicamente dictatorial, por no decir fascista. ¿Para cuándo la supresión del derecho de huelga?
Tú comprenderás, por tanto, por qué hay “algunos”, como dices —cada vez más numerosos en el transcurso de los últimos años— que “califican despectivamente como simple “democracia formal”— “democracia camelo”, dicen los jóvenes que no son marxistas pero son lúcidos —lo que tú consideras como une democracia real. En realidad, “el cuestionamiento y deslegitimación” de ésta y del Estado, que tú deploras, no son el hecho de los “izquierdistas”, sino el resultado de la práctica de une casta que es incapaz de animar la vida democrática en nuestras sociedades.
Por esta razón, también, estos “algunos” ven el Estado “como una institución que está siempre al servicio del capitalismo, del poder hegemónico del capital”. Lo que, tú crees, “no se puede afirmar de una manera general”. Ahora bien, ya es hora de que revises tu punto de vista sobre el tema. El Estado no se sitúa por encima de las clases ni tampoco afuera: es el poder institucionalizado de la clase dominante, que hace de ella una clase dirigente. Como apunta irónicamente tu colega David Harvey, “si no hubiera habido Estados, el capitalismo habría tenido que inventarlos”[14].
Ocurre, desde luego, que los gobiernos se oponen a ciertas fracciones de la burguesía y aún, a veces, a aquella en su conjunto, pero para preservar su “interés bien concebido”, el famoso “interés general” del capital, cuando éste entra en crisis, sea ésta económica o política. Dicho de otra manera, los poderes públicos están estructuralmente al servicio de los intereses privados. Cuando hacen una política llamada “social” en favor de las clases dominadas (alojamiento, educación, salud, distracción, “reactivación “económica por el consumo…), esto es porque tal política es, en una coyuntura determinada, indispensable para la reproducción de las relaciones de producción. De Karl Marx hasta David Harvey, pasando por Henri Lefebvre, esta función del Estado como “garante de la cohesión social”, para tomar una definición burguesa consagrada, es decir como “comité ejecutivo de los intereses de clase de los capitalistas”, ha sido ampliamente demostrada por todos los pensadores anticapitalistas Para poder funcionar como entidad política, el Estado debe ofrecer a las otras clases o fracciones de clases que luchan por sus intereses propios un espacio institucional y simbólico donde valorizarlos, una “escena” donde éstos podrán expresarse, procurando al mismo tiempo que esta expresión sea canalizada y normalizada a través de la “representación democrática”. Es por esta razón que le filósofo marxista Alain Badiou llama “capitalo-parlementarismo” a los regímenes habitualmente calificados como “democráticos”. Una apelación con todo, superada por mí, pues, hoy día, el parlamento funciona la mayor parte del tiempo como una cámara de registro de las decisiones gubernamentales. El parlamento sirve solo para mantener, más mal que bien, la creencia de que vivimos en democracia, aunque, estamos gobernados, de facto, por una oligarquía.
28/ “El rechazo de la violencia es un aspecto fundamental…” ¿Qué de la violencia social del capitalismo? ¿La del mercado laboral, de la segregación urbana, de la selección escolar, de las desigualdades y discriminaciones de todo tipo, de la miseria? ¿Y de la violencia simbólica que desarma el espíritu crítico y disuade de la revuela contra un sistema social inicuo? Sin hablar de la violencia física del aparato estatal represivo, cada vez más utilizado contra los movimientos populares? “La izquierda debe llevar a cabo una autocrítica de la exaltación que ha podido hacer de la violencia en ciertos momentos”, afirmas. ¡La derecha, en cuanto a ella, no tendría, por lo tanto, que hacer su autocrítica! Lo que pude parecer paradójico en un país que ha sufrido la dictadura franquista.
De modo más general, la violencia es inherente a la dominación de clase, empezando, en el plano teórico con aquella del llamado “Estado de derecho”. ¿No es éste definido, en efecto, desde Max Weber y reconocido oficialmente como tal, como el órgano institucional detentor del “monopolio del uso de la violencia legítima”? Se enseña eso en las facultades de Derecho y en las Escuelas de Ciencias Políticas. Ahora bien, mal que les pese a los ideólogos burgueses o a los inféctales neo-pequeño-burgueses que se hacen eco de ellos, la legitimidad es un asunto de punto de vista.
Lo que caracterizaba a “la izquierda”, a partir del desarrollo del movimiento obrero a mediados del XIX, era el rechazo de considerar como legítimo la dominación burguesa y, a fortiori, la violencia física de las “fuerzas del orden” (burgués), desplegadas para perpetuar esa dominación. Pero se sabe lo que ha ocurrido con eso, cuando “la izquierda”, convertida en “razonable, responsable y respetable”…, y sobre todo respetuosa del orden establecido, se ha integrado al Estado hasta el punto de constituir uno de los pilares más firmes de éste. Social-demócratas (reformistas) luego social-liberales (reformadores), sus representantes se han unido a las fuerzas capitalistas, a las líneas principales de su ideología y a la visión correspondiente del Estado como “garante del bien común”. Y al uso de la represión para yugular la contestación. ¿Debemos, por eso, imitarlos y, a nuestra vez, justificar, con argucias jurídicas, lo injustificable?
A lo largo de toda la historia, “la violencia”, que tú denuncias de una manera abstracta y moralizante, fue en primer lugar la de sistemas sociales basados en la explotación, la opresión y la humillación de las clases dominadas. Ocurrió que éstas opusieron a aquellas una contra-violencia para resistir a la dominación, y a veces para tratar de emanciparse de ésta. “Los movimientos sociales”, recuerdas, “hacen de los desposeídos los agentes activos de la construcción de la ciudad”— y tú podrías añadir “de la sociedad”. Ahora bien, pareces olvidar que esta construcción no se hizo sin destrucción. La “toma de la Bastilla”, por ejemplo. Es verdad que, de seguirte, habría que condenar la Revolución Francesa, violenta si hubo alguna así, pero que, sin embargo, inscribió los “Derechos del Hombre y del Ciudadano” como valores intangibles.
29/ “El tema del compromiso es uno de los que resultan relevantes en este momento, en especial en las ciencias sociales. Es difícil separar la vida y el trabajo científico que realizamos. Debemos pensar como científicos, para actuar como ciudadanos, y presentar objetivos como ciudadanos al trabajo de los científicos”. Esta profesión de fe tiene el mérito de romper con la ideología cientista de la pseudo “neutralidad axiológica” y de su pretensión a no sé cual “objetividad”, que postula una separación de principio entre lo que compete a la ciencia y lo que compete a la política.
Sin embargo, la referencia a este ectoplasma del “ciudadano” salido derechito del idealismo jurídico limita el alcance de esta ruptura. ¿”Científicos” y/o “ciudadanos”? Sin duda. Pero somos antes que todo, en plano social, neo-pequeños burgueses dados por la división capitalista del trabajo a las tareas de mediación (entre las de dirección reservadas a los burgueses, privados o estatales), y las de ejecución, atribuidas a los proletarios (obreros o empleados), ya se trate, en lo que se refiere a nosotros —los otros están destinados a organizar o controlar—, de concebir (análisis y teorización) o de inculcar (educación, formación), que hace de nosotros agentes subalternos de la reproducción de las relaciones de producción. Lo que quiere decir que si hay “compromiso”, de parte de nosotros, éste puede ir hacía dos direcciones opuestas: trabajar, conscientemente o no, para reproducir esas relaciones, como lo requieren nuestro puesto y nuestra función en el seno de aquellas, como “agentes-actuados” por nuestras determinaciones de clase, o, al contrario, para revolverlas, erigiéndonos como actores políticos consientes y resueltos a no desempeñar el papel socialmente asignado. Ahora bien, sin retomar en detalle les teorizaciones de H. Lefebvre acerca de la reproducción de las relaciones de producción capitalistas, hay que saber que éstas son movidas por la dialéctica de la invariancia y del cambio porque “el capitalismo puede mantenerse solamente si se transforma” (la famosa “destrucción creadora” participa precisamente de este proceso contradictorio)[15]. Por tanto, reformistas y reformadores entran, tanto si lo admiten como si no, en esta dialéctica, mientras que los revolucionarios se esfuerzan, al contrario, en sobrepasarla haciendo de modo que el cambio se vuelva “radical” para romper la continuidad.
Desde este punto de vista, “hacer una ciencia comprometida con los problemas sociales” para “poner en marcha proyectos científicos solidarios y, a ser posible, en colaboración”, supone de antemano que no nos equivoquemos en cuanto a la significación de esta solidaridad y esta colaboración. Tú propones de ellas une visión humanista y consensual, como lo deja entender tu ideal de “ciudad construida en colaboración y en solidaridad, desde el diálogo y la participación”. “El diálogo, la participación, la negociación, el acuerdo”, tales son las consignas que te vienen a la mente para “debatir ampliamente las ideas sobre el orden social que imaginamos”. Dicho de otra manera, todo salvo el conflicto y el enfrentamiento. En estas condiciones, es muy probable que este orden social no sea más que una versión “mejorada” del orden burgués que conocemos.
En efecto, si se da rienda suelta a los neo-pequeños burgueses, estos no podrán imaginar un orden social muy diferente de aquel que los hace existir como tales y del que se benefician. Y ellos harán y aceptarán todo, incluso un régimen autoritario, tal como ya es el caso aquí y allá, para que este orden sea preservado. Por lo tanto, si no queremos que las cosas se vuelvan así, podemos enfocar otra concepción de la solidaridad.: aquella con las clases populares, la única que merece el sello de “progresista”. Ésta implica, en primer lugar, des-solidarizarse de nuestra propia clase, es decir de rechazar o, al menos, desviar la función que nos toca socialmente, aludida más arriba, de relevo de la dominación. Esto es lo a que me dedico desde hace decenios.
30/ Esta será mi última objeción. Al menos, por el momento. “Es cierto que el capitalismo puede ser la causa de una buena parte de los males que aquejan a la sociedad actual. Pero como no veo claro qué estrategias podemos desarrollar para cambiarlo, y no estoy seguro de que se encuentre para ello el soporte de la mayor parte de las clases medias y de una buena parte de las clases populares, que se benefician sensiblemente de ese sistema económico, debemos empezar a pensar en qué podemos hacer mientras tanto para mejorar el mundo” Tengo que decirte que no es este tipo de argumento que hará cambiar de ideas a la gente que no piensa como tú.
Claro que falta, como tú apuntas, “una consciencia suficientemente extendida” de la necesidad de acabar con el capitalismo, y “una estrategia” para alcanzarlo. Pero uno no está obligado de concluir de eso que la tarea que queda para nosotros es “empezar a pensar en qué podemos hacer mientras tanto para mejorar el mundo”. Pues es exactamente lo que hacen desde la segunda mitad del siglo, todos los reformadores que se esfuerzan en “humanizar” el mundo… capitalista sin atreverse a pensar en poner fin a éste. Con los resultados irrisorios que se conocen.
Objetarás, desde luego, que los resultados de las revoluciones socialistas realizadas han sido, al menos, asimismo decepcionantes por no decir catastróficas, con tal, sin embargo, que se “olviden” las carnicerías y las devastaciones debidas al colonialismo, a las dos Guerras Mundiales y a todas las dictaduras exteriores o internas llevadas hasta hoy con el pretexto de “defender la libertad” o de “establecer la democracia”, al cual se añade ahora la “lucha contra el terrorismo” que ya ha dado lugar a centenares de miles de muertos y heridos, civiles en su mayoría. Por ejemplo, el embargo contra Irak, entre dos guerras de agresión contra este país, hizo alrededor de 500.000 muertos entre los niños de menos de 5 años de edad (cifras de la UNESCO).
Para cambiar a la ciudad, tú dices “los marcos jurídicos existentes en los países democráticos pueden ser utilizados sin violencia, y contando con la legislación misma y las garantías jurídicas”. En realidad, como acabo de recordarte, la violencia que tú condenas, trátese de la de los desposeídos o de aquella, mucho más frecuente, de los poseedores, por “fuerzas del orden” interpuestas, ha marcado casi siempre la conquista de nuevos derechos, sobre todo cuando éstos perjudicaban los privilegios de los poseedores. El término de “conquista”, por lo demás, lo indica muy claramente: los nuevos derechos han sido conseguidos —en Francia, se dice incluso, significativamente, ”arrancados”— sólo a costa de un enfrentamiento puntuado de violencias o, por lo menos, de amenazas de violencia. Pues, nunca los poseedores se dejarán desposeer de buen grado de los privilegios que poseen. Cuando hacen concesiones, es para no tener que conceder más. Si hay una ley que se puede extraer de la historia del capitalismo, es que la burguesía consiente en reformas benéficas para el pueblo, sólo bajo la amenaza, real o como imaginada, de una revolución. Más allá, ella nunca ha vacilado, ni vacilará nunca, en acudir a la represión. Y eso, como yo señalé más arriba, con la cubierta de los “marcos jurídicos existentes” que sirven para criminalizar la contestación, como muestra la promulgación incesante de nuevas leyes de seguridad.
Si no se puede, por lo tanto, imputar la violencia a la opción revolucionaria, se puede, sin embargo, juzgar ésta irrealista. Pero todo depende de lo que se entiende por ”revolución”.
Primero, habiendo sacado fruto del pasado, los revolucionarios de hoy, con escasas excepciones, saben lo que no será. Pero decir que no habrá un trastorno súbito y brutal donde el capitalismo sería abolido por un golpe único como por ensalmo no significa que no habrá revolución. Pues imaginar que se puede salvar la humanidad de la descomposición social y de la devastación ecológica salvando el capitalismo es totalmente irrealista. Todo lo más, las recetas del llamado “desarrollo sostenible” (del capitalismo) permitirán “jugar las prórrogas”, como se dice en los encuentros de futbol, pero no impedirán el desastre final de una Humanidad hediendo en la barbarie. No es la opinión de un “extremista aislado”, sino de un número creciente de pensadores (teóricos, investigadores, profesores…), sostenida y argumentada en libros y artículos múltiples o en el marco de conferencias y seminarios con un auditorio importante.
En segundo lugar, hemos salidos de los años duros (1980-1990) para la gente progresista, cuando se clamaba urbi et orbi que “Marx ha muerto” y que “ya no hay alternativa” (al capitalismo). En Francia, les antiguos “nuevos filósofos anti-totalitarios” aparecen ahora como lo que siempre fueron: renegados y bufones. La idolología neo-liberal — pero no aun la política—, que ha perdido su influencia a la vez por la sucesión de las crisis financieras y por la corrupción creciente de los dirigentes privados o públicos, está ampliamente desacreditada en la opinión pública a pesar de la apisonadora de la propaganda y de la publicidad para formatearla . El “altermundialismo”, que no es otra cosa que un altercapitalismo, ha demostrado su incapacidad para poner término a las desigualdades e injusticias. A causa de una legislación y de medidas gubernamentales que favorecen a las clases ya favorecidas, hay cada vez menos gente para creer en las virtudes del “Estado de derecho”. Este es el derecho del Estado burgués que se impone, pero cada vez más difícilmente, si se considera la acentuación de la vigilancia y del control de los ciudadanos, tratados como sospechosos capaces de perjudicar el orden establecido. En fin, el pensamiento anticapitalista da prueba de un renacimiento, por cierto todavía en ciernes y académico, pero innegable, en los Estados Unidos y en Inglaterra, pero también en América Latina, en Japón, en Corea del Sur, en la India…
En Francia, este renacimiento es más tardío pero empieza también a hacerse sentir. Una nueva generación —edad promedia: 25-35 años— de militantes se levanta, situándose en lo que una ministra del Interior (Michèle Alliot-Marie) designó, es decir fustigó, con la denominación de “esfera anarco-autónoma”. Denominación estigmatizante, pero que, tomada al pie de la letra, entraña una parte de verdad: los individuos así catalogados (y a menudo fichados por la policía) no aceptan, en efecto, un poder heterogestionado. Aquel del capital y del Estado, desde luego, pero también de las organizaciones burocráticas, partidarias o sindicales, calcadas en el modelo estatal, es decir centralizado y jerarquizado. Por tanto, estos individuos están, en general, “entarjetados”, aunque algunos de ellos militen en grupos anarquistas o libertarios. Se encuentran en todos los frentes y todos los movimientos sociales de estos últimos años: luchas contra la persecución de los “sin papeles”, el racismo y la xenofobia, contra la especulación inmobiliaria, y los proyectos urbanísticos de “remodelación urbana”, contra las “innovaciones” tecnológicas (OGM, nanotecnologías…), contra la censura, contra la represión judicial-policiaca, etc. Han formado colectivos agrupados en torno de radio locales, de revistas o periódicos, de sitios de Internet, de locales ilegal (o legalmente) ocupados, de talleres o huertos autogestionados. Muchos salen de la pequeña burguesía intelectual cuyas franjas inferiores están amenazadas por el desclasamiento social y la proletarización. Lo que contribuye a crear lazos de solidaridad con los jóvenes de las clases populares cuando éstos entran, a su vez, en lucha.
Queda por definir la “alternativa”. Este es un asunto que requiere decenios. Marx escribió que “no se puede elaborar recetas en la marmitas del futuro”. Claramente, no se pueden resolver ahora los problemas que se plantearán sólo más tarde. Por ahora, nuevas formas de luchas se abren paso, aprovechando lo que se supone que hace la fuerza de la dominación capitalista “post-moderna”: la “sociedad en redes”, calificada como “fluida” par sus apologistas, y “líquida” par el sociólogo crítico Zygmund Bauman. Cada vez más sofisticada, en particular gracias a las innovaciones técnicas incesantes, la dominación se ha vuelto igualmente, por esto, más vulnerable. ¡El desvío y el sabotaje parecen, en este sentido, prometidos a tener un bello porvenir!
En el transcurso de las luchas recientes en Grecia, en Inglaterra o en Francia, se han esbozado estrategias descentralizadas basadas en un nuevo principio de acción: bloquear los flujos, los de mercancías, de vehículos, de policía, paralizar los transportes y las transmisiones… Un movimiento con facetas múltiples que mezcla a obreros, empleados, trabajadores precarios o parados, jubilados, estudiantes, alumnos de segunda enseñanza, campesinos, habitantes, todos solidarios. En España, el gobierno, las centrales sindicales enfeudadas al orden establecido y la policía no lograron detener completamente los “desbordamientos” con motivo de la gran “protesta”, una serie de marchas estériles sin ningún desenlace político, contra la “reforma laboral” impuesta por el capital financiero por medio de sus instituciones internacionales y del gobierno “socialista” español. En Barcelona, en particular —¡ tú deberías saberlo, a pesar de la “discreción” de los medios oficiales sobre este acontecimiento!—, tres días antes, la ocupación espectacular del edificio desafectado del ex-Banco de Crédito, rebautizado “Banco de descredito” por los ocupantes “anarquistas”, ha reactivado el movimiento social autónomo de la capital catalana, con sus squats, sus cantinas, su prensa, sus cooperativas, sus talleres y jardines autogestionados. Pues, no se trataba solamente de una lucha contra la agravación de la explotación de los trabajadores, sino de combatir también la normalización y la aseptisación de la ciudad en provecho de los primeriados del sistema, sean estos burgueses o pequeños burgueses, “bobos” o turistas, nacionales o extranjeros.
Todo eso confirma lo que tú no quieres admitir: el “derecho a la ciudad” no es algo otorgado en palabras (o escritos) por las autoridades, sino arrancado por la acción directa e “ilegal” de los ciudadanos. Tú has podido ironizar, en tu intervención en el seminario “Vivienda y sociedad”, sobre el modelo del “asalto al Palacio de Invierno” en Petrogrado en el año 1917, que ya no sería más algo de nuestros tiempos. Pero, para los militantes anticapitalistas de hoy, no es cuestión de atacar La Moncloa en Madrid, el Ayuntamiento de Barcelona, el Elíseo en Paris o cualquiera otra plaza fuerte gubernamental. A lo que tiende el movimiento revolucionario incipiente, es a marginalizar los espacios del poder en lugar de esforzarse por ocuparlos, de modo que, en lugares innumerables y diversos, autogestionados por colectivos y articulados entre ellos, el poder sea finalmente, para producir, intercambiar, educarse, reflexionar y alegrarse, juntos, aquello “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, como lo había soñado, no Marx, sino Abraham Lincoln durante la guerra de Secesión norteamericana. Lo que, al fin y al cabo, sigue siendo la única definición correcta de la democracia.
El período que se ha abierto desde hace poco es el del principio del fin de la “alternancia” sin alternativa entre una “derecha desacomplejada” y una “derecha acomplejada”, es decir de una izquierda que ha dejado de estar “a la izquierda” pero que no se atreve todavía a confesar(se)lo. El fin de una época, también, donde dicha alternancia politiquera era la mejor garante del status quo. De ahí la alternativa real que se va a imponer en los años que vienen entre una adhesión abierta a la reacción y un radicalismo absoluto. Vamos, por lo tanto, hacía acontecimientos espectaculares e inesperados. En un libro reciente, un jerarca del Partido “socialista” francés, presidente del Consejo general de los Alpes de Alta Provenza, antiguo Secretario general del Elíseo durante la presidencia de François Mitterrand y consejero de Ségolène Royal, hace sonar la alarma, al detectar en la cólera popular que asciende en Francia une “situación pre-revolucionaria”[16]. ¿Exageración?
Notas
[1] Las palabras en letras cursivas et entre comillas son extraídas de la conferencia del profesor Horacio Capel titulada “Urbanización Generalizada, derecho a la ciudad y derecho para la ciudad”, que se puede leer en Scripta Nova Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. XIV, núm. 331 (7), 1 de agosto de 2010 <http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-331/sn-331-7.htm>.
[2] Garnier, 2010.
[3] Garnier 2010.
[4] Juego de palabras permitido por el epíteto “lénifiant” (calmante) con el epíteto “leninista”.
[5] Garnier 1977.
[6] Garnier 2006.
[7] Garnier 1977.
[8] El epíteto “marxiano” se aplica a la fidelidad, a veces crítica, de los militantes y teóricos anticapitalistas respecto al pensamiento de Marx, mientras que “marxista” remite a la ortodoxia ideológica de partidos y Estados “socialistas” o “comunistas”, cuyos dirigentes e ideólogos valiéndose de Marx traicionaban su pensamiento. Cf. Maximilien Rübel. Marx Critique du marxismo. Paris: Payot, 2000.
[9] Como en Francia, la eufemización es de rigor en Brasil desde la llegada a la presidencia del país del ex-leader sindical obrero Ignacio «Lula” da Silva, y después de la antigua guerrillera Dilma Rousseff. A su vez, ganada a la «economía de mercado”, la izquierda institucional brasileña ha relevado a la derecha en materia de represión en los barrios populares, pero efectuando un aggiornamento terminológico para tapar la brutalidad aumentada de los medios utilizados. En Francia, los “adjuntos para la seguridad” de las municipalidades han sidoreemplazados por «adjuntos para la tranquilidad pública”. para la “reconquista de les ‘zonas de no-derecho’”.
[10] Harvey 2008.
[11] Harvey 2003.
[12] ¿Has leido ya en mi libro último lo que pienso de la ecubraciones prospectivas de este estafador intelectual a propósito de las “clean techs”, pseudo-concepto mercantil importado de los Estados Unidos?
[13] Bourdieu, 1984.
[14] Harvey 2006.
[15] Lefebrve, 1973.
BIANCO, Jean-Louis. Si j’étais président… Paris: Albin Michel, 2010.
BOURDIEU, Pierre. La force du Droit. Éléments pour une sociologie du champ juridique. Actes de la Recherche en Sciences Sociales, septembre 1984, n° 64.
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LEFEBVRE, Henri. La survie du capitalisme. Paris: Anthropos, 1973.
© Copyright Jean-Pierre
Garnier, 2011.
© Copyright Scripta Nova, 2011.
Edición electrónica del texto realizada por Gerard Jori.
Ficha bibliográfica:
La respuesta a este artículo en CAPEL, Horacio. Derecho para la ciudad en una sociedad democrática. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2011, vol. XV, nº 353 (2). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-353/sn-353-2.htm>.
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