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Expansión urbana y migraciÓn. El caso de los migrantes chilenos en San Carlos de Bariloche como actores destacados en la conformaciÓn de barrios populares
Expansión urbana y migración. El caso de los migrantes chilenos en San Carlos de Bariloche como actores destacados en la conformación de barrios populares (Resumen)
El origen y organización de ciertos barrios populares en Bariloche ha tenido a los migrantes chilenos como actores destacados. Desde la sociedad receptora la imagen social acerca de esta presencia chilena ha cargado históricamente con una connotación negativa. Las redes migratorias formales e informales, aun en situaciones adversas, forjaron concertaciones basadas en la solidaridad socioespacial. En este contexto, la fundación y pertenencia a una asociación ha sido una estrategia de doble función para el migrante: legitimar la visibilidad del grupo y canalizar la apropiación del espacio. Este análisis nos permite reconocer que la construcción de redes formales implica una territorialización más fuerte, una mayor visibilidad ante la sociedad receptora. Lugares que les son propios legitiman la implantación de los migrantes a largo plazo. La participación impulsa con más eficacia a los migrantes como protagonistas en la construcción de los espacios urbanos.
Palabras claves: migración chilena, barrios populares, redes migratorias, asociaciones.Urban growth and migration. Chilean migrants in San Carlos de Bariloche as actors in low class neighborhoods shaping (Abstract)
The origin and organization of certain low class neighborhoods in Bariloche had Chilean migrants as important actors. From the host society the social image of Chilean presence has historically loaded a negative connotation. Formal and informal migratory networks, even in adverse situations, forged urban concentrations based on socioespacial sympathy. In this context, the foundation and membership of an association have had a dual role for the migrant strategy: it legitimizes the visibility of the group and promotes the appropriation of space. This analysis allows us to recognize that formal network implies greater visibility and a stronger territorialization. Own locations legitimize the implementation of long-term migrants. Participation drives more efficiently migrants as main characters in the urban spaces construction.
Key words: Chilean migration, low class neighborhoods, migratory networks, associations.La relación población - espacio urbano ha sido motivo de numerosos estudios dentro de la Geografía, desde distintos paradigmas y con metodologías variadas. Las motivaciones de este trabajo han surgido a partir de enfocar la atención en la relación que existe entre el lugar de nacimiento de la población y los modos de territorialización en espacios urbanos medios. Se intenta así distinguir los mecanismos y actores que interactúan y dan por resultado un paisaje urbano inmerso en un proceso de segregación intenso. La fragmentación, las diferencias al interior del espacio urbano según clase y origen de la población, el componente simbólico de las desigualdades, son elementos valiosos para comprender esta complejidad.
San Carlos de Bariloche constituye un caso de sumo interés para abordar esta problemática. En las últimas décadas ha experimentado una fuerte presión demográfica que implicó también un crecimiento urbano intenso. Esta expansión se ha dado de manera acelerada, desordenada y compleja. El turismo como actividad económica principal, una topografía accidentada, una casi nula acción planificadora del municipio, un ejido urbano muy extendido y una composición social heterogénea, acentuada por el sustantivo aporte migratorio interno y externo, junto a otros elementos, como el alza en el valor de la tierra, han conformado un paisaje urbano con fuertes desigualdades socioespaciales.
El objetivo de este trabajo es reconstruir el proceso espacial de nacimiento y consolidación de estos barrios e identificar estrategias comunitarias desplegadas por los migrantes chilenos en su proceso de territorialización. Interesa también destacar la importancia y utilidad, teórica y metodológica, de la noción de barrio para el abordaje de este tipo de problemáticas desde una doble mirada: en su relación con los elementos interactuantes en el proceso de expansión urbana, y como escala donde se despliegan las principales estrategias comunitarias de los migrantes.
Consideraciones teórico metodológicas
Desde una perspectiva teórica, el barrio ha sido y es el marco geográfico privilegiado en el análisis social de la ciudad por su identidad y por su integración social, como espacio de vida, de interacción y de pertenencia. Es, a nuestro entender, la actividad social la que construye la escala, especialmente al estudiar la relación migrante-espacio urbano. El barrio no surge solo de un recorte histórico o administrativo, sino también de las actividades cotidianas que realizan los ahí residentes y que se articulan con otros espacios (Caprón y Gonzalez Arellano, 2006).
Los contactos entre los distintos actores se analizan a partir de datos históricos (cuando estos existen) pero principalmente se privilegia una entrada desde los modos del habitar (Sassone, 2002a) de los residentes, en particular de los migrantes chilenos. Se trabajó con metodologías cualitativas, observación participante, grupos focales informales y entrevistas en profundidad bajo la técnica de relatos de vida de migrantes chilenos e informantes clave. También se trabajó con fuentes escritas como documentos históricos y periodísticos.
El estudio del habitar de los migrantes nos permite reconstruir las trayectorias migratorias donde se identifican prácticas, usos y representaciones del barrio y la ciudad y explican el fenómeno desde los sujetos en su cotidianeidad. En este contexto entendemos la vida cotidiana como un espacio de construcción y entrecruzamiento donde las circunstancias políticas, culturales, históricas, económicas y personales, posibilitan que el hombre construya su subjetividad y su identidad social (Castro citada en Lindón, 2006:390).
La dinámica de movilidad e intercambio que caracteriza el recorrido de los migrantes no tiene que ocultar su capacidad a construir territorios. En los lugares que atraviesan como aquellos donde se instalan de manera temporaria o definitiva, los migrantes aportan sus valores, sus prácticas, sus aptitudes, y reciben aquellas de la sociedad que los acoge. (Sassone, 2002b). En este intercambio, transforman el espacio donde se establecen (Caprón et al., 2005). Así, en Argentina los migrantes limítrofes participan en la construcción y la recomposición de los espacios rurales y urbanos por los cuales trascurre su experiencia migratoria.
Su inserción en los diferentes espacios invita a interrogarse sobre los vínculos que tejen, los lugares de los cuales se apropian y la manera en que estos vínculos operan. El concepto de “red social” como el producto de interacciones entre individuos en contextos políticos, económicos y sociales (Hily et al., 2004), resulta útil para el estudio de las relaciones de los migrantes en destino. Se distinguen por un lado las redes informales las cuales “no implican una adhesión voluntaria y por lo tanto son prácticamente sinónimos de comunidad natural”: son fundados por ejemplo sobre los vínculos de parentesco o las relaciones de vecindad. Por el otro, las redes formales caracterizadas “por una organización que las funda a través de reglamentos o textos jurídico administrativos…abiertos a la adhesión voluntaria” (Hily et al., 2004).
En el caso de migrantes, el origen geográfico común de los miembros (redes informales) explica a menudo la formación de asociaciones (redes formales). Sin embargo en algunos casos, para procurar la continuidad, las asociaciones se abren a la comunidad fomentando la participación de personas exteriores a la comunidad de los migrantes, o bien ampliando las funciones para que estas no sean exclusivamente dirigidas a los migrantes.
Estas reflexiones teóricas han permitido describir las redes migratorias, pero el proceso de construcción de las mismas ha sido poco estudiado (Hily et al., 2004). ¿Cómo se reagrupan los migrantes? ¿Los mecanismos de construcción de sus redes presentan especificidades? Observando los grupos de migrantes limítrofes en Argentina, se constata que los que se han reagrupado en asociaciones han adquirido una visibilidad y un peso económico y social importantes en la sociedad argentina.
¿Las “redes formales” - asociaciones – favorecen el despliegue de las estrategias de territorialización de los migrantes? La elección de una comunidad procedente de Chile en Argentina, organizada en asociaciones con vocación más bien socio-cultural y política permitirá avanzar en la comprensión de algunas especificidades en los mecanismos de construcción de las redes migratorias.
Se mostrarán los esquemas de instalación de los migrantes chilenos en el contexto particular de compleja expansión urbana de San Carlos de Bariloche y se analizarán las asociaciones creadas por esta comunidad. El análisis y la importancia de esta presencia chilena, de las asociaciones, y, muy especialmente, de su recepción entre los argentinos permitirán evaluar el grado de apropiación de los espacios dónde se han instalado.
Migrantes chilenos en la compleja sociedad de San Carlos de Bariloche
La estructura y la composición de la población de San Carlos de Bariloche por origen son resultado de procesos complejos que hunden sus raíces hasta los primeros años del poblado. El proceso de poblamiento a lo largo de la costa del lago Nahuel Huapi se nutrió a partir de los vínculos Oeste-Este. La presencia chilena forma parte del nacimiento del poblado, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, impulsado por los intercambios comerciales con las ciudades chilenas cercanas. El intercambio de población, ganado y otros bienes de un lado a otro de la cordillera de Los Andes fue previo de la conformación de los Estados chileno y argentino. Luego de la denominada “Campaña del desierto” los pocos grupos indígenas que habitaban la región que lograron sobrevivir fueron exhortados a asentarse en zonas marginales, en sectores menos productivos. El reparto de tierras en los incipientes núcleos poblacionales es una muestra más de las políticas que impulsaban un poblamiento “blanco” y de origen europeo. La población era, entonces, ya heterogénea y estaba compuesta por población proveniente principalmente del Sur chileno, entre los que se contaba una inmigración alemana[1]. En 1903 el ingeniero Lucero informó que la población en torno al lago Nahuel Huapi era bastante numerosa y “estaba compuesta por chilotes (nativos de Chiloé) y alemanes” (Biedma, 1987:172).
La formación de esta localidad se conectaba con el tránsito regular hacia Chile desarrollado por chileno-germanos de Puerto Montt que impulsaron el comercio entre ambas laderas de los Andes. El circuito comercial entre Bariloche, Puerto Montt y el mercado europeo se mantuvo vigente hasta el inicio de la primera guerra mundial. Al momento de la realización del Censo General de los Territorios Nacionales en 1920 la composición de la población para el departamento Bariloche mostraba que casi la mitad de los habitantes habían nacido en el extranjero. De ese grupo el 78% era chileno y el resto se distribuye principalmente entre españoles e italianos. La idea de Bariloche como una “Suiza Argentina”, edificada a finales de la campaña del desierto (Navarro y Vejsberg, 2009) permitió suponer un peso significativo de pobladores de nacionalidad centroeuropea en la región. El peso de estos pobladores no era demográfico sino simbólico. Por otro lado la presencia chilena resultaba un elemento de tensión para el Estado Argentino, que asimilaba la noción de chileno con la de mapuche en muchos puntos, asumiéndolos como intrusos (Adamovsky, 2009).
Durante las décadas del 30 y 40 (hasta 1946) el crecimiento ganó en intensidad, de la mano del impulso en infraestructura y servicios dado por la Administración de Parques Nacionales. Este impulso se encontraba cimentado en la idea de Ezequiel Bustillo de “resguardo de los intereses territoriales nacionales mediante el poblamiento de las áreas de frontera”. Este flujo chileno se intensificó en estos años conocidos como los del gran turismo (1940-1950) integrando “la mano de obra de temporada” (Furlani de Civit y Velasco, 1970:249). Durante las décadas siguientes con el aumento de la construcción y del turismo la intensidad de esta migración fue mayor aún. Según Sassone y De Marco “los chilenos comenzaron a migrar masivamente en los años sesenta en condiciones de ilegalidad… trabajaban en actividades ligadas al turismo y a la construcción” (1994:233).
Durante la década del setenta, a estos tradicionales flujos laborales de población chilena se sumaron contingentes de exiliados políticos como consecuencia del golpe militar al gobierno de Salvador Allende (1973). En contrapartida, los flujos disminuyeron a raíz de los sucesos derivados de los conflictos limítrofes entre ambos países, particularmente hacia fines de los años setenta y principios de los años ochenta. Ya hacia la década del ochenta los motivos laborales prevalecieron nuevamente como factores de atracción para la población chilena.
Según Durán (1982) hacia 1980 se estimaba una presencia de 11.000 chilenos, y se caracterizaban por ser una población joven entre 20 y 39 años sin predominio de sexos pues las labores urbanas absorbían mano de obra de los dos sexos. Durante este período, conocido en San Carlos de Bariloche como el “boom de la construcción”, llegó una gran cantidad de población desde localidades chilenas cercanas a la ciudad: Osorno, Puerto Montt, Valdivia, entre otras (Matossian, 2003:69).
En este punto cabe rescatar elementos simbólicos en la relación entre la Argentina y Chile. El reconocimiento de Chile como espacio enemigo, sobre todo en los períodos de ruptura institucional (1962-1963; 1966-1972; 1976-1983) sedimentó en el imaginario social barilochense con una intensidad notable y afectó el habitar de los migrantes en la ciudad, como se verá más adelante.
Luego la llegada de migrantes chilenos no mantuvo una dinámica similar; esta disminuyó a partir de 1992, cuando las condiciones políticas y socioeconómicas en Chile se habían tornado más favorables (Consulado General de Chile en Argentina, 1995: 3).
Desde una mirada estadística, la ciudad ostentó tasas de crecimiento medio anual que duplicaron las de la provincia (entre 1947 y 1980) e inclusive triplicaron las del país (entre 1947 y 1991). En el censo nacional de 2001 la población de San Carlos de Bariloche ascendió a 93.101 habitantes para la totalidad del ejido municipal. Según estudios realizados recientemente la población actual se estima en más de 100.000 habitantes.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado, a las corrientes internacionales dentro de a cual la chilena fue siempre la principal, se sumaron argentinos nativos de otras provincias, de origen tanto rural como urbano. De estos migrantes internos se han destacado aquellos procedentes del interior de la provincia de Río Negro (especialmente de la Línea Sur), la ciudad de Buenos Aires, la provincia homónima, las provincias de Neuquén, Chubut, Córdoba y Santa Fe. Todas estas corrientes contribuyeron a la actual y heterogénea estructura poblacional de San Carlos de Bariloche según lugar de nacimiento con sólo un 60% de nacidos en la Provincia de Río Negro, un 12% en la provincia de Buenos Aires, 9% en Chile, 5% en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Según el último censo residen en la ciudad 8.461 chilenos, que representan el 82% de la población extranjera.
Expansión urbana: un poblado que desborda
El 9 de abril de 1902 el Poder Ejecutivo Nacional creó por decreto una colonia Agrícola - Pastoril sobre el lago Nahuel Huapi; por un segundo decreto, del 3 de mayo de 1902, se reservó una superficie de 400 hectáreas para el pueblo de San Carlos de Bariloche, considerándose ésta la fecha de fundación oficial (Biedma, 1987:171). En 1909, en un intento por estructurar el incipiente poblado se trazó el plano en damero, sin considerar las características topográficas propias del lugar, que ocupó el lote 114 integrado por 91 manzanas. Ese primer núcleo, hoy casco central, se encuentra emplazado sobre la morena del Nahuel Huapi.
A partir de la década del treinta el crecimiento de a ciudad fue intensamente impulsado a través de la figura de Dirección de Parques Nacionales y la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi en 1934. De la mano de esta presencia institucional se concretaron la llegada del ferrocarril y la construcción de obras emblemáticas tales como el hotel Llao Llao y el Centro Cívico. A partir de entonces el turismo se fue consolidando como actividad principal de la economía local desplazando la vocación agrícola pastoril y comercial con la que había nacido el poblado.
La conformación actual de la ciudad, caracterizada por un intenso fraccionamiento de la tierra urbana, tiene un importante antecedente en la especulación inmobiliaria impulsada con la aprobación de numerosos loteos durante las décadas del ´40 y ´50. Durante estos años el manejo de las tierras estaba bajo la jurisdicción de la entonces Dirección de Parques Nacionales. En muchos casos los mismos agrimensores encargados de realizar las mensuras de las subdivisiones de los lotes de la Colonia Nahuel Huapi compraban a muy bajo costo los lotes para venderlos fraccionados obteniendo grandes ganancias (Lolich, 2007).
Esta lógica continuó funcionando hasta 1955 cuando comenzó el proceso de provincialización del Territorio Nacional de Río Negro. Entonces, el gobierno nacional definió a partir de la Ley la ley 14.487, mejor conocida como Ley Luelmo (1958), que Parques Nacionales debía ceder la jurisdicción de las tierras fiscales ubicadas dentro del ejido a la Municipalidad de San Carlos de Bariloche. Si bien el municipio había sido creado ya en 1930, el poder que ostentaba Parques Nacionales en asuntos vitales de la localidad debilitaba las posibilidades municipales y generaba una relación vertical y paternalista entre ambas instituciones.
Sin embargo, con este nuevo orden en cuanto la tenencia de tierras fiscales, los procesos de especulación inmobiliaria no se detuvieron. El Estado municipal destinó numerosos predios otorgados mediante dicha ley a un rápido y rentable loteo. Al mismo tiempo, ya desde estos años comienza a tomar fuerza un discurso político en el que el municipio argumentaba que “no había reservas de tierras para destinar a futuros planes sociales” (Fuentes, 2007:90). Este postulado se mantuvo a lo largo de las décadas y hoy en día tiene gran vigencia. Podría sonar paradójico que esta ciudad con uno de los ejidos más grandes del país, con una superficie mayor a la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, menos de 150.000 habitantes y tenga una seria escasez de tierras para destino de viviendas sociales. Sin embargo el largo proceso de especulación ha contribuido a ese resultado. Si bien existen grandes extensiones sin ocupación por causas geomorfológicas (faldeos quebrados del frente cordillerano, geoformas glaciares) y de protección ambiental (áreas de amortiguación ambiental linderos con el parque nacional) pero las limitaciones más preocupantes han sido por dominio.
Otra de las continuidades en el proceso de expansión urbana de la ciudad fue que esta intensa subdivisión no estuvo acompañada por una ocupación efectiva del territorio. Como consecuencia de ello, la consolidación del entramado urbano continúa en muchos de esos antiguos loteos aún sin completarse, conformando un tejido urbano abierto.
Todos estos elementos, sumados al predomino del turismo como principal actividad económica de local, han contribuido a conformar una ciudad con intensos quiebres al interior de un espacio. Este contexto urbano es necesario para comprender las lógicas del crecimiento de esta ciudad y las condiciones en las cuales los sectores populares fueron desplegando sus estrategias de territorialización.
Barrios populares y diferenciación interna de la ciudad
El complejo mosaico urbano barilochense permite distinguir varias “ciudades” dentro de la misma localidad. Una primera división frecuente coincide con la idea instalada en la ciudad de las “dos caras de Bariloche”, una que mira el lago y goza de mejores condiciones socioeconómicas y ambientales, íntimamente vinculada con la actividad turística y otra que da la espalda al lago en un paisaje de estepa, con población que vive en condiciones muy desfavorables, y en algunos casos de extrema marginalidad.
Otra propuesta diferencia: “la ciudad turística, la ciudad céntrica comercial permanente, la ciudad de los barrios y la ciudad de la marginalidad” (Fulco, 1993). Siguiendo esta propuesta, ha sido en la “ciudad de la marginalidad” donde el crecimiento fue intenso especialmente hacia fines de los años setenta y durante la década del ochenta. Este crecimiento de la ciudad hacia los sectores Sur y Sudeste presentó características específicas.
La expansión urbana hacia sectores periféricos de la ciudad se caracterizó por distintos procesos en los cuales la presencia estatal tuvo distintos grados de intervención. Agüero (2007:26) propone distintas matrices de conformación de barrios populares:
Del análisis de ordenanzas, archivos históricos y de los mismos relatos de vecinos e informantes clave se puede plantear otra manera de distinguir los procesos de conformación de barrios populares:
Cabe aclarar que las matrices propuestas y las modalidades no se consideran como mutuamente excluyentes ya que algunos barrios han atravesado más de una de ellas a los largo de su historia. Dentro de estos sectores populares se asentaron los migrantes chilenos conformando barrios que, aún compartiendo características con el resto del sector, han manifestado particularidades, muchas de ellas íntimamente relacionadas con los modos de territorialización del grupo y la percepción que sobre éste tiene la sociedad receptora.
Migrantes chilenos y barrios populares: primeros antecedentes
Las primeras fases residenciales[2] de la población chilena residente en San Carlos de Bariloche muestran un carácter provisorio que se manifiesta a lo largo de las entrevistas[3] realizadas a migrantes arribados durante la década del setenta y ochenta, los que se refieren a estas primeras épocas de la siguiente manera: “En la época de Pinochet nos vinimos con mi señora los dos… me llamó mi hermano que tenía una posibilidad de trabajo… vivíamos en una piecita que había alquilado mi viejo de 3 x 3… ahí estuvimos viviendo casi dos años en la calle Brown y Villegas” (Hombre, 51 años). “Llegué en el 75, vinimos toda la familia, mis padres, mis hermanos, mi señora, mi hija la más grande, alquilábamos una piecita en la calle Anasagasti, se llovía adentro… era horrible no teníamos agua, salir al baño afuera…” (Hombre, 53 años). “En el 77 mi marido decidió venirse él primero porque tenía amigos que se habían venido acá… yo llegué a vivir en Vicealmirante O`Connor en una pensión después en un departamentito en la Rolando” (Femenina, 56 años)
Además de inestabilidad residencial, se destaca en los relatos el protagonismo de las redes familiares y de connacionales, tanto al momento de tomar la decisión de migrar como para la definición del primer lugar de residencia. Así estas redes comenzaron a funcionar de manera solidaria y contribuyeron el agrupamiento.
Aunque los patrones residenciales de los migrantes chilenos en la ciudad ha sido un tema poco abordado en la historiografía, podemos rescatar algunas breves menciones sobre la percepción que se ha tenido acerca de los modos de territorialización de este grupo.
Un trabajo realizado a principios de los setenta, se refería a los chilenos como “mano de obra desarraigada, que se caracteriza por ocupar espacialmente las áreas marginales de la ciudad, constituyendo la orla de villas miserias, cada vez más numerosas y los escalones más bajos de la estratificación social” (De Civil y Velasco, 1970:249). Por otro lado Durán (1982) afirmaba que “el patrón de asentamiento chileno en la ciudad es calificado como de aglutinamiento marginal lo cual lleva implícito el concepto de marginación y según los mismos chilenos, de automarginación. Las causas principales son la ilegalidad y su pertenencia a estratos socioeconómicos muy bajos. Con frecuencia se afirma que los chilenos no se adaptan, no se insertan en la vida argentina y que su presunta marginalidad estaría determinada por el rechazo al conjunto de valores de la nacionalidad argentina”. A través de estas citas es posible reconstruir la situación de extrema marginalidad que experimentaba la población chilena, situación que también se describe en los relatos de las entrevistas realizadas. Sin embargo, también se puede distinguir una percepción negativa y cierto rechazo hacia este grupo.
Sobre la distribución de este grupo también se han hecho menciones que destacan una tendencia al agrupamiento en el espacio urbano: “existe una marcada segregación que se manifiesta en la elección de los barrios; así encontramos al grupo chileno ubicado en los barrios Alto, Cumbre y Las Quintas” (De Civil y Velasco, 1970:236-238). Esta situación de concentración en dichos barrios relativamente céntricos se mantuvo hasta fines de los años setenta y principios de los ochenta. Durante este período se produjeron los cambios más significativos que llevaron a la consolidación de los barrios actuales de chilenos. Estos cambios, concretados mediante las matrices y modalidades mencionadas, dieron por resultado la relocalización de los migrantes chilenos desde áreas centrales hacia sectores de la periferia. Este proceso fue en algunos casos forzado directamente por el estado municipal y en otros producido por el empuje del propio crecimiento urbano con las presiones que el mercado de tierras sin regulación impone.
Chilenos en el mapa barilochense actual
Para definir cuales son los barrios con mayor concentración de migrantes chilenos, se realizó un análisis estadístico de la distribución de la población nacida en Chile al interior del espacio urbano. La finalidad del mismo ha sido comprobar, desde una óptica cuantitativa, la presencia de áreas de concentración de dicha población. Se tabularon y procesaron los datos de la variable “lugar de nacimiento” del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 a nivel de radio censal. Con esta información de base se aplicó el Índice de Concentración adaptado del método geodemográfico propuesto por Harris, Sleight y Weeber (2005) y aplicado por Mateos Rodriguez (2006). El mapa (Figura 1) nos indica cuales son los sectores de la ciudad donde la población de origen chileno tiene una concentración mayor que la media de la ciudad. Estos sectores están coloreados con los tonos naranjas y colorados, mientras que aquellos con un índice menor a la media se muestran en tonos de verdes. Estos resultados muestran en los sectores del Sur y Sudeste de la mancha urbana compacta de la ciudad los grados de concentración más altos. Dentro de estos sectores se destacan los barrios El Frutillar, San Francisco II y III, Nahuel Hue, Quimey Hue y Arrayanes. De estos barrios se seleccionaron tres en los cuales se realizó un trabajo etnográfico.
Figura 1. Índice de
Concentración de la población chilena según radios censales. |
Barrios y estrategias comunitarias
Existen varios aspectos de interés dentro del proceso de nacimiento y consolidación del barrio comunes a los tres casos de estudio y que tiene a los migrantes chilenos como protagonistas. A través del análisis temático de las entrevistas en profundidad realizada a migrantes chilenos en los tres barrios de estudio se distinguen los siguientes ejes.
Redes de connacionales y familiares
Dentro del discurso de los migrantes chilenos en estos barrios se identifican pautas vinculadas a las prácticas cotidianas a través de las cuales este agrupamiento en el espacio urbano se concretó. Estos testimonios refuerzan la importancia de las redes y cadenas que los migrantes construyen, aún antes de migrar, conformada por familiares, amigos y connacionales. Estas redes modelan el comportamiento espacial de estos migrantes y dan sentido a este agrupamiento: “Se vino la gente de Chile y empezaban a comprar sus terrenos ahí (en El Frutillar)… nosotros cuando fuimos a comprar allá en el 87, 88… ya estaba la parte de casi llegando para el cerro porque los demás ya estaban todos vendidos, y como te digo de cada 10 vecinos tenés ocho chilenos y dos argentinos. …se va corriendo la voz entre los amigos y generalmente todos chilenos eh” (Mujer 49 años). “En San Francisco pasó lo mismo (que en El Frutillar) que viene un amigo de Chile y vos le decís mirá en tal lado están vendiendo terrenos” (Mujer 54 años). “Vine solo… pero yo tenía una hermana acá ya casada, siempre tenía ganas de venir a la Argentina porque mis tíos habían venido antes y me hablaban maravillas de la Argentina” (Hombre 69 años).
Loteos desprovistos en sectores periféricos
En sus orígenes estos barrios se encontraban en sectores periféricos de la ciudad y carecían de servicios públicos; además las condiciones de accesibilidad eran difíciles y la lejanía a centros comerciales, educativos y de salud, aumentaba aún más el aislamiento. Sin embargo, el intenso crecimiento demográfico registrado durante los años setenta y ochenta y las consecuentes dificultades de acceso a la vivienda y a la tierra fueron elementos clave para explicar el nacimiento de estos barrios. Afirma una migrante chilena de El Frutillar su primera impresión cuando conoció su lote: “Para mi era desconocido, no conocía el barrio… hasta que un día fuimos y yo, me quería morir cuando llegamos porque era todo un terreno baldío lleno de mugre… ah no yo acá no me vengo a vivir… cuando nos cambiamos nevaba…no había gas natural, en ese entonces había una casita acá, tres cuatro cuadras más allá había otra… era una cosa desierta” (Mujer 52 años). Esta intensa necesidad de un “lugar donde vivir” explica más aún los casos particulares de el Frutillar y San Francisco II y III donde los lotes comenzaron a venderse a precios relativamente bajos y podían adquirirse mediante el pago de cuotas a las empresas encargadas del negocio inmobiliario. Como indica un migrante chileno de San Francisco II y III: “Esto era un lugar muy alejado de Bariloche, nadie quería comprar, yo me compré el terreno en 1980… no había nadie por acá, no había calles, eran huellas y no había ningún servicio, nada, ni luz, entonces todos los que teníamos ansia de tener nuestra propiedad compramos aquí” (Hombre, 54 años).
Para el caso del barrio Arrayanes el gobierno municipal implementó relocalizaciones forzadas, acción respaldada por el argumento de quitar estos asentamientos “de la vista de los turistas”. Más allá de una estrategia de control por parte del Estado durante este período, esta relocalización respondía también a intereses económicos: los espacios del centro ciudad con potencial uso turístico tenían un alto valor inmobiliario. Las condiciones sanitarias de los loteos al momento de la relocalización eran paupérrimas ya que en esos terrenos funcionaba, pocos años antes, un basural. Los migrantes chilenos relatan las tareas que debieron realizar para limpiar sus terrenos. Además la presencia del cementerio produjo rechazo a algunos migrantes chilenos en un principio; “cuando me enteré decía… ¿dónde? ¿atrás del cementerio? ¡no ni loco!... después me acostumbré” (Hombre 51 años).
Accesibilidad y movilidad intraurbana
Para analizar el uso del espacio urbano de los migrantes chilenos en estos barrios debemos mencionar aspectos relevantes vinculados a su accesibilidad y a la percepción que de él tienen propios migrantes ya que estos factores influyen en la forma en la que el grupo se apropia de ese espacio. Los relatos explican buena parte de la relación entre el espacio urbano y el habitar del migrante. Así emerge la presencia de barreras, tanto físicas como simbólicas, más o menos flexibles o visibles que condicionan la relación del migrante con el espacio intraurbano. Algunas de estas barreras pudieron ser relativamente surcadas con el correr de los años y las mejoras en el transporte público de pasajeros. Un habitante del barrio Arrayanes comenta: “En ese tiempo era lejos, había que pasar el zanjón… con el colectivo se pasó a formar parte de Bariloche, antes estábamos aislados…” (Hombre, 51 años)
En San Francisco II y III el arroyo Ñireco y su barda constituyen la barreras más rígidas hacia el Oeste al limitar de la accesibilidad desde y hacia el barrio. A esta barrea física se agrega un aspecto simbólico, los puentes peatonales que atraviesan el arroyo, según los migrantes, son percibidos como sectores inseguros. Para el caso del barrio Arrayanes el cementerio ha sido una barrera física y simbólica importante a lo largo del tiempo. También existen fuertes desniveles en su topografía hacia el Este y hacia el Sur, coincidiendo con la barda del arroyo Ñireco; hacia el Sudoeste la existencia de una cantera constituye también una barrera física.
Hacia una estabilidad residencial
Muchos de estos migrantes habían atravesado fases residenciales anteriores caracterizadas por un limitado acceso a la tierra y la opción de acceder un terreno propio donde poder construir su vivienda resultaba, a pesar de las carencias, una oportunidad de mejorar:
“Alquilamos en el km 13, después en el 20 y después a Rolando y Mitre… poquito en cada lado… hasta que llegamos y compramos en el Frutillar… eso fue en el 87, porque en el 90 nos fuimos a vivir… él (su marido) me trae el papel que había comprado el terreno y tenía la dirección… a él le gustó el lugar y se presentó la posibilidad de comprar ahí“(Mujer 52 años).
“Primero alquilábamos, después nos prestaron una piecita en Playa Bonita y un poco después vine al barrio… no teníamos plata para comprar un terreno y hacer una casita, nos alcanzaba para una sola cosa… por ahí apareció esto de los terrenos en Arrayanes… el que me pasó la información fue un tío de mi señora” (Hombre, 51 años).
Redes formales, un paso adelante
Las redes informales explican la dirección de los flujos de los migrantes y su instalación en un espacio determinado, sin embargo es a la luz de las redes formales, organizaciones o asociaciones, que se comprende su proceso de participación e integración en la sociedad receptora (Santillo, 2000). Trabajar sobre las asociaciones permite estudiar mejor las formas de organización de los migrantes más allá de sus relaciones individuales y familiares, y observar qué nuevas puertas les abre la reagrupación.
Los migrantes chilenos y la participación en las Juntas Vecinales
Cómo se mencionó anteriormente las necesidades de abastecimiento de servicios e infraestructura en los barrios eran urgentes. El municipio se vio incapaz de proveer de estos servicios y fue así como los vecinos de los incipientes barrios comenzaron a agruparse para intentar resolver sus principales problemas. Hacia fines de los setenta y principios de los ochenta, la participación organizada de los vecinos se topó con serias complicaciones a raíz de la imposibilidad de desarrollar este tipo de actividades durante gobiernos militares. No fue hasta el retorno de la democracia que las Juntas Vecinales se consolidaron.
En estas instituciones la participación de los migrantes chilenos fue clave. En el caso de el Frutillar la primeras comisiones de la Junta Vecinal (en adelante JV) estaba conformada “principalmente por migrantes procedentes de Chile y de las áreas rurales de las provincias norpatagónicas” (Kropff, 2007: 67). Lo mismo sucedió en los casos de San Francisco II y III y Arrayanes donde existen muchos ejemplos de vidas dedicadas a esfuerzos comunitarios que han impactado profundamente en el barrio.
Este esfuerzo realizado especialmente durante los primeros años de estos barrios fue reconocido en los fundamentos de la ordenanza 954-CM-99 que regula la intervención de la JV del Barrio el Frutillar donde se menciona: “La JV del barrio El Frutillar ha sido capaz de desarrollar una organización que les ha permitido mejorar la calidad de vida de los vecinos, contando con los servicios necesarios para vivir dignamente”. Al respecto Abalerón afirmaba “(el chileno) tiene un grado de participación en estas agrupaciones como las juntas vecinales… se involucran más que los argentinos cuando encuentran espacio”. Dentro de las gestiones que se realizaron dentro de la JV Arrayanes se encuentran: la instalación de un campo deportivo (Ordenanza 891-94) la construcción de una sede social y sala de primeros auxilios, la incorporación de una línea de colectivo (Ordenanza - 127-I-1982), el alumbrado público y el enripiado de las calles, la instalación de agua, entre otras. En el barrio San Francisco II y III la instalación de servicios básicos también fue el principal objetivo de las actividades de la JV. Se consiguió la instalación de las redes de alumbrado público (Ordenanza - 71-C-1985), agua corriente y gas natural (Ordenanza - 160-C-1986).
Cada logro conseguido en los barrios ha requerido una cantidad de esfuerzo, tiempo y perseverancia “son todas gestiones frente al gobierno municipal y frente a las empresas prestadoras de servicios” afirmaba un miembro de la Comisión Directiva de la JV Arrayanes.
En algunos casos los vecinos vieron condicionada la posibilidad de elegir el nombre de su propio barrio. Por ejemplo se había propuesto el nombre de San Martín como figura destacada tanto de Argentina como de Chile “pero esta denominación no fue aceptada por el municipio, nos dijeron que podía ser el nombre de árboles autóctonos o cerros… de ahí surgió ponerle el nombre de plantas, se hicieron trámites y se dio el nombre de Arrayán.” (Hombre, 51 años).
En estos ámbitos de participación como las JVs la condición de migrante chileno resultó un elemento que despertaba ciertos prejuicios: “una vez estuve en el concejo municipal en una reunión de JVs, uno dijo que los chilenos tenían trabajo y los de acá no tenían. Yo primero me callé pero después digo no, no puede ser y dije: usted tiene una xenofobia que no se dice pero existe y están equivocados, a mi en la Argentina no me enseñaron a leer y a escribir, yo ya sabía… y a hacer mi trabajo también entonces hoy desarrollo mi trabajo, incluso represento a mi barrio con muy buena voluntad. Estoy aportando y soy padre de cuatro argentinos, entonces ustedes no me vengan a correr con eso de que los chilenos” (Hombre, 52 años).
Asociaciones de chilenos
Además de la participación en las JVs se han conformado asociaciones chilenas de tipo social, cultural y político. Se trata de asociaciones intracomunitarias de tipo sociocultural, como el Círculo Chileno Gabriel Mistral, y de tipo político como la Comisión para el homenaje a Salvador Allende, la Comisión de Exonerados Políticos y la Fundación Salvador Allende de Bariloche. Estas asociaciones se constituyeron para rememorar y mantener tradiciones vinculadas con sus orígenes y vivencias en Chile; para reencontrarse como comunidad chilena en la ciudad. Asimismo, estas asociaciones existieron en primer lugar para responder a los intereses puntuales y a las necesidades concretas de los migrantes. Así, el Círculo Chileno Gabriel Mistral desempeñó un papel muy importante en las décadas en que la afluencia de chilenos era fuerte. Ofrecía un servicio telefónico para que el recién llegado pudiera contactar a los miembros de su familia o amigos en la ciudad. Dado que se situó la sede de la asociación en el área central de la urbe, este servicio resultaba accesible. Por su parte, las asociaciones políticas han trabajado en la lucha por obtener el derecho a voto para los chilenos en el exterior, derecho aún no otorgado.
Las asociaciones están presentes para conmemorar acontecimientos importantes y procurar que la memoria, la herencia política y cultural del país se transmitan. El círculo organiza cada año las conmemoraciones por la independencia chilena, mientras que asociaciones políticas organizan las ceremonias en torno a la fecha del asesinato de Salvador Allende.
Las asociaciones sirven, asimismo, de enlace entre los migrantes y las autoridades municipales y provinciales. Tienen efectos sobre el resto del espacio: su papel fue y sigue siendo notable para la construcción de las periferias de la ciudad. En San Carlos de Bariloche, los chilenos participaron en el desarrollo de los nuevos espacios urbanos, en el desarrollo de la ciudad, y en la creación de un tejido social sutilmente mallado por redes que no existían antes. Así, han participado en la construcción de los territorios urbanos. Agrupase en asociaciones les ha permitido una implantación más fuerte en cuanto que se organizan y conectan estos territorios al espacio local. Las asociaciones permiten una interacción más fuerte con la sociedad argentina.
Experiencias asociativas y territorios
Por sus actividades, los migrantes reconstruyen el vínculo entre los distintos espacios de las ciudades. Las asociaciones refuerzan su presencia en la ciudad y su participación en la constitución de territorios urbanos, lo que no siempre es bien acogido por los argentinos.
Lugares y fechas de encuentro: la puesta en escena de los migrantes
Crear asociaciones y nombrarlas es una primera etapa; su puesta en escena en el espacio local es otra. En primer lugar, obtener un espacio físico, un lugar de reunión, es un paso necesario que muestra que la instalación de las asociaciones resulta una marca más visible que la que pueden hacer los individuos aislados. El Círculo Chileno Gabriela Mistral dispone de un galpón con un salón con escenario, bar, cocina y baños. Las sedes de las JVs se ubican en pequeños edificios que funcionan también como salas de primeras auxilios médicos y como lugares de distribución de comida para los beneficiarios de planes sociales. El lugar de implantación de estas asociaciones muestra las posibilidades de contacto con la sociedad receptora y el margen de acción buscado: la sede del Círculo Chileno está en pleno centro comercial de la población residente de clase social media y baja. Por otro lado las asociaciones vecinales se ubican en el centro de cada uno de los barrios. Se deduce fácilmente que las asociaciones culturales desarrollan su acción a escala urbana, mientras que las asociaciones de vecindad actúan a escala intraurbana; las primeras implican relaciones públicas con las autoridades locales mientras que las segundas se enfocan principalmente en los vecinos.
Los lugares de las asociaciones llevan las señales de pertenencia de sus emigrantes: la bandera y los colores del país, la fotografía de los dirigentes políticos. Se percibe la voluntad de delimitar territorios en el espacio local: crean micro territorios. Esta apropiación no es sinónimo de un rechazo al intercambio, como dan prueba las banderas de los países entrecruzados. Para los chilenos, la localización misma de la asociación ilustra el establecimiento de una conexión tanto con la sociedad argentina, como entre el centro de la ciudad y los barrios. Estos lugares se animan en algunas fechas precisas. Las asociaciones de chilenos en Bariloche se reúnen para ocasiones especiales donde invitan a los otros miembros de la comunidad chilena, representantes de instituciones, y habitantes de la ciudad. Es el caso de las festividades nocturnas de la Ramada, en torno al 18 de septiembre de cada año. Para las asociaciones de tipo político, el momento clave es el 11 de septiembre, en conmemoración del golpe de Estado y el suicidio de Salvador Allende. Los encuentros difieren según las asociaciones, pero se pueden distinguir prácticas que permanecen: invitación de grupos de danza y músicos de las localidades chilenas cercanas (Osorno, Puerto Montt), venta de empanadas chilenas, discurso de los dirigentes. En esos momentos, en esos lugares, la interacción con la sociedad receptora llega a su máxima expresión. Entonces se evocan algunas figuras y símbolos que recuerdan los vínculos que existen entre los dos países, por ejemplo al General San Martín. Durante los festejos por el aniversario de la independencia chilena se realiza una entrega floral en el monumento en su honor, ubicado frente al lago Nahuel Haupi, en el centro turístico de la ciudad.
Actualmente, las ceremonias y fiestas organizadas por las asociaciones chilenas están abiertas a todos, habitantes de la ciudad y el barrio. En la práctica no obstante, estos acontecimientos tienen lugar en una determinada indiferencia. Las autoridades se hacen presentes en los actos formales, los ciudadanos argentinos participan poco, excepto en las ventas de empanadas donde se acercan a comprar.
Inserción en redes locales
Es observando los procesos a largo plazo que se puede constatar si los conflictos han pasado, si las asociaciones favorecieron las relaciones de los individuos migrantes con la sociedad receptora y la construcción de territorios mixtos. La visibilidad de las asociaciones les da un margen de acción más importante y las fortalece. Las asociaciones se invitan entre ellas, lo que crea “redes de asociaciones”, y generan solidaridad entre sí: por ejemplo, el Círculo chileno facilita su sede a la Comisión Salvador Allende. Pero el estatuto de asociación les da sobre todo la oportunidad de desarrollar relaciones que van más allá del círculo comunitario inicial. Así, las asociaciones chilenas están invitadas a los acontecimientos organizados por el municipio. Como San Carlos de Bariloche es una ciudad intermedia, las actividades realizadas por las organizaciones locales llegan a los medios de comunicación locales (de radio, televisión): la difusión de las actividades de una asociación son una tarjeta de presentación frente a la sociedad local.
Aunque las asociaciones se hayan creado sobre la base de una comunidad de migrantes para responder a sus problemas específicos, su acción hoy se ha desplazado de los individuos a los territorios. Localmente, las asociaciones de vecindad funcionan también sobre este principio territorial: su estudio invita a tener en cuenta el factor temporal para incluir la apropiación de los lugares. Estas asociaciones cumplieron roles principales en las relaciones entre los migrantes chilenos y las autoridades en los años ochenta: su acción resultó eficaz para gestionar y obtener mejoras de habitabilidad en las periferias, hoy consolidadas. Casi treinta años después la presencia chilena en estos barrios es parte de la vida cotidiana de los vecinos.
Mientras que en los setenta y ochenta se acusaba a los chilenos de “quitar el trabajo a los argentinos”, en la actualidad, han conquistado estos espacios profesionales simbólicos, principalmente en la construcción, y son reconocidos por la calidad de sus prestaciones. Esta conquista de los lugares físicos y simbólicos se hizo silenciosamente y año tras año, acelerada a veces gracias al apoyo de las asociaciones.
Se encuentran aquí las “generaciones de asociaciones” descritas para las asociaciones francesas: el tiempo de los padres para la asistencia a la comunidad, el tiempo de los hijos con la idea de una integración a toda costa, y el tiempo de los hermanos donde la ayuda a las jóvenes generaciones, cualquiera que sea su origen, es más importante (Mégevand, 1999). Hay un desplazamiento del papel de la comunidad hacia el “actuar público local” (Ion, 1999): estas asociaciones, en un principio de migrantes, van tomando papeles cada vez más asimilables a los de las asociaciones argentinas.
Conclusión
La población de origen chileno ha sido parte de la ciudad de San Carlos de Bariloche desde la génesis de este poblado. El flujo de trabajadores ha constituido la mano de obra por excelencia en la ciudad. Sin embargo, su peso dentro del espacio y la sociedad local, la situación de frontera de la ciudad, y aspectos vinculados al prejuicio antichileno contribuyeron a la construcción de una percepción negativa desde la sociedad receptora.
En su inserción en el espacio urbano, se asentaron en barrios donde las condiciones sociales, de infraestructura y hasta climáticas eran desfavorables. Luego de décadas de privaciones y lucha, lograron estabilidad residencial. Se distingue el rol del migrante chileno en un esfuerzo por lograr mejorar su calidad de vida, al mismo tiempo que, en ese proceso, fortalecía los lazos de pertenencia con otros connacionales. Las redes informales de connacionales y familiares se constituyen como elementos clave para comprender las lógicas socioespaciales del agrupamiento de chilenos. El funcionamiento de redes migratorias formales e informales, aun en situaciones adversas, forjaron concertaciones basadas en la solidaridad socioespacial. En este contexto la fundación y pertenencia a una asociación ha sido una estrategia de doble función para el migrante: legitimar la visibilidad del grupo dentro de la sociedad receptora y canalizar la apropiación del espacio. Este análisis nos permite reconocer que la construcción de redes formales implica una territorialización más fuerte, una mayor visibilidad ante la sociedad receptora. Lugares que les son propios, como los edificios de las sedes de las asociaciones, legitiman la implantación de los migrantes a largo plazo. Entonces la participación, en particular en asociaciones como las JVs, impulsa con más eficacia a los migrantes como protagonistas en la construcción de los espacios urbanos. Aún así, en algunas capas del imaginario urbano barilochense, a nivel de representaciones, los chilenos continúan sin ser reconocidos como actores destacados de la historia local.
Notas
[2] Se considera la definición de fase residencial según el trabajo de Sassone y otros (2006a)
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