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LAS ÁREAS VERDES DE LA CIUDAD DE MÉXICO. UN RETO ACTUAL
María del Carmen Meza Aguilar
Facultad de Arquitectura - Universidad Nacional Autónoma de México
meac0330@hotmail.com
Las áreas verdes de la ciudad de México. Un reto actual (Resumen)
Las áreas verdes conforman espacios públicos cuyo elemento principal es la vegetación. El avance de la urbanización en la Ciudad de México ha impactado en sus condiciones ambientales, por lo que resulta fundamental proteger, conservar e incrementar las áreas verdes urbanas, ya que desempeñan funciones esenciales para la calidad de vida de los habitantes. En el presente trabajo resalta la importancia del manejo adecuado de la vegetación, a la que se le atribuye toda una serie de cualidades para mejorar las condiciones ambientales. El cuidado, manejo y mantenimiento de las áreas verdes requiere del compromiso tanto de la sociedad como de las entidades gubernamentales vinculadas con ellas. El reto es lograr que las áreas verdes cumplan las funciones que les asigna la moderna visión urbana ambiental.
Palabras clave: Ciudad de México, áreas verdes, espacio público, vegetación.Green areas in Mexico City. A current challenge (Abstract)
The green areas are public spaces whose parent is the vegetation. Urbanization in Mexico progress has impacted their environmental conditions, it is essential to protect, preserve and increase the urban green areas since functions essential to the quality of life of the inhabitants. The present paper highlights the importance of adequate management of vegetation, which is credited with a variety of qualities to improve environmental conditions. The care, management and maintenance of green areas require commitment to both society and Government entities associated with them. The challenge is to make the green areas to fulfill the functions assigned to it by the modern urban environmental vision.
Keys words: Mexico City, green areas, public spaces, urban vegetation .Uno de los grandes retos que enfrenta la Ciudad de México y su zona metropolitana (ZMCM) es impulsar el desarrollo de un sistema de áreas verdes (parques, jardines, reservas ecológicas y áreas protegidas). En la actualidad, se podría generalizar con la idea de que las áreas verdes de la ciudad se encuentran en un acelerado proceso de degradación, producto del mal uso que se ha dado a uno de los recursos que puede garantizar la subsistencia de la cuenca de México, como lo es su vegetación.
Al crecimiento demográfico de la ZMCM, que supera ya los 20 millones de habitantes, y un crecimiento un tanto anárquico de la mancha urbana, se suma ahora -no porque sea nueva sino porque ya se reconoce como tal-, la problemática ambiental que padece. Todo ello pone de manifiesto, ahora más que nunca, la necesidad de proteger, conservar e incrementar los espacios verdes abiertos, además de intensificar el programa de reforestación urbana. Si bien se reconoce que estos esfuerzos no solucionan los complejos problemas citadinos, sin duda contribuyen a mejorar las condiciones ambientales de la gran urbe.
La ciudad contemporánea se ha empeñado en expulsar a la naturaleza hasta sus confines, y la ciudad de México no es la excepción. Así, tenemos ríos entubados, lagos rellenados, pavimentado de grandes superficies, islas de calor, vegetación exótica, paisajes uniformes, proliferación de grandes cantidades de materiales industriales, mengua de superficie verde, entre otros fenómenos (Gómez Mendoza, 2004). Esta actitud ante los procesos físicos y ecológicos en la ciudad obedece a muchas causas, entre ellas destaca el considerar a la ciudad como un sistema creado y controlado por el hombre, donde la naturaleza también se controla, lo que nos convierte en una sociedad urbana sin valores ambientales, que tolera la desnaturalización urbana y del paisaje y que soporta la esterilización del entorno a cambio de tener condiciones “de movilidad”, que nos llevan a relegar la naturaleza a la periferia o a ámbitos regionales.
Por fortuna cada vez se toma más conciencia de la necesaria presencia de los espacios verdes en el entorno urbano. Las áreas verdes y los espacios abiertos desempeñan un conjunto de funciones esenciales en el bienestar y en la calidad de vida de los centros urbanos. Dichas funciones se pueden concebir desde un punto de vista social, ya que generan impactos y beneficios directos en la comunidad, y desde un punto de vista ambiental, pues influyen directamente para mejorar la calidad del ambiente urbano.
Como elemento ambiental, los espacios verdes contribuyen a regular el clima urbano, absorben los contaminantes, amortiguan el ruido, permiten la captación de agua de lluvia para la recarga de los mantos acuíferos; pero, sobre todo, generan equilibrios ambientales en suelo, agua y aire, fundamentales para los entornos urbanos, como lo establece la Agenda Hábitat 21 (Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial, 2003).
No obstante los innumerables beneficios ambientales de las áreas verdes, cabe mencionar la dimensión social como uno de las más relevantes para la ciudad. Como equipamiento social, las áreas verdes son un soporte en el esparcimiento y la recreación, pues constituyen espacios privilegiados en la reproducción cultural y el reforzamiento de la identidad de barrios y colonias. Evaluar los beneficios en este rubro es difícil; sin embargo, resulta fundamental subrayar que la presencia de vegetación, particularmente arbórea, es factor de alta calidad de vida en las ciudades, ya que los espacios se convierten en lugares placenteros para vivir, trabajar o pasar el tiempo libre; sin dejar de mencionar el aspecto estético, el cual permite que el sistema sensorial se relaje y se infundan nuevas energías frente al estrés que implica la ciudad. Son los sitios por excelencia para la convivencia y el esparcimiento (Rapoport et al, 1983).
A pesar de reconocer los abundantes beneficios de las áreas verdes urbanas, el crecimiento desordenado y la falta de planeación de la ciudad de México ha impactado en la deficiencia y mala calidad de las mismas. Hace ya años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció la recomendación de que en toda zona urbana debería existir, al menos, una superficie de nueve metros cuadrados de áreas verdes por habitante, que correspondía, según su criterio, al mínimo exigible para una razonable urbanización. Otros organismos destacan la importancia de que éstas se encuentren a una distancia no mayor a quince minutos a pie de los hogares –a efecto de que las personas reciban los beneficios que las áreas verdes proporcionan-, y recomiendan que la población participe de manera activa en los planes de asignación y diseño de sus áreas verdes (Martínez, 2008). Como consecuencia de ello, algunas de las grandes ciudades del mundo dictaron normativas al respecto: el Plan Regional de Nueva York postuló once metros cuadrados de espacios verdes por persona; el London County Plan calculaba dieciséis metros cuadrados, y el Plan de Extensión de París, una superficie de 17 metros cuadrados por habitante. Sirvan estos datos para comparar esa recomendación de carácter internacional con la realidad que vive nuestra ciudad.
Guevara y Moreno (1986) reportan una superficie de 2,3 metros cuadrados de área verde por habitante, considerando parques, jardines, camellones y glorietas del Distrito Federal. Cabe reconocer que este parámetro es un tanto arbitrario, ya que son espacios con composición vegetal y funciones diferentes entre sí dentro el sistema urbano. A ello habría que sumar y distinguir la superficie ocupada por los distintos tipos de áreas verdes en cada una de las delegaciones y municipios que forman parte de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, ya que la cifra de metros cuadrados por habitante no refleja la distribución, frecuencia o disponibilidad y accesibilidad para la población. Citemos dos ejemplos: en la Delegación Miguel Hidalgo, donde se localiza el Bosque de Chapultepec, se cuentan 12,5 metros cuadrados de área verde por habitante, mientras que en Iztapalapa, al oriente de la ciudad, se cuenta tan sólo con 0,6 metros, en los que la mayoría corresponde a arbolado de alineación en calles y camellones (Ibíd.).
Sería hasta principios del siglo XXI que el Gobierno del Distrito Federal (GDF), a través de su Secretaría del Medio Ambiente (SMA), implementó diversas estrategias para conocer, normar y desarrollar las áreas verdes urbanas. En el 2003 realizó el primer inventario de áreas verdes de la entidad, dando cumplimiento al artículo 88Bis 2 de la Ley Ambiental del Distrito Federal, para servir, junto con la normatividad específica en esta materia, como instrumento de gestión para el diseño y ejecución de política pública de mejoramiento, mantenimiento e incremento de las áreas verdes.
De acuerdo con datos generados a partir de dicho registro, la cobertura vegetal del Distrito Federal es de 20,4% del suelo urbano, cabe aclarar que este dato incluye tanto áreas verdes públicas como privadas, lo que equivale a 15,1 metros cuadrados por habitante. Aquí cabría aclarar que las áreas privadas aunque contribuyen al mejoramiento ambiental, no son accesibles a la ciudadanía por su propia status. Considerando que la contribución de las áreas verdes al mejoramiento de las condiciones ambientales en la ciudad está directamente relacionada con las formas vegetales que las componen, de este porcentaje, tan sólo el 55,9 son zonas arboladas, el resto son zonas de pasto y/o arbustos; por tanto, si se consideran solamente las zonas arboladas –a las que se atañe mayores beneficios ambientales-, el número promedio por habitante baja drásticamente de 15,1 a 8,4 metros cuadrados de área verde por habitante.
Por otra parte, en el inventario se propone un nuevo concepto que son las áreas verdes con programa de manejo, que en sus registros equivalen tan sólo a 5,3 metros cuadrados de área verde por habitante y que comprende únicamente las áreas verdes públicas que reciben mantenimiento; con ello, la distribución de área verde per cápita disminuye aún más.
Las diferencias entre estos números con los datos previos en que se registraban 2 metros cuadrados de área verde por habitante se explica ya que no se consideraban áreas verdes privadas, el universo de pequeñas áreas que no cuentan con ningún tipo de manejo, ni las zonas de barrancas en suelo urbano, entre otros.
Así, el inventario de áreas verdes del 2003 arroja que las delegaciones con mayor superficie, en orden de importancia son: Álvaro Obregón, Coyocán, Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Tlalpan que suman el 70% del total de espacios con vegetación, y representan en conjunto el 58% de la población total del Distrito Federal y casi todas presentan altos porcentajes de zonas arboladas a excepción de Iztapalapa, que además de ser una delegación con un alto índice de densidad urbana (comprende el 20% de la población del D. F. en el 18% del total del suelo urbano), sólo incorpora el 27% de zonas arboladas, lo que disminuye considerablemente su influencia en el mejoramiento de las condiciones atmosféricas en su territorio e incide de forma negativa en la calidad de vida de sus habitantes.
DELEGACIÓN |
Área Km²(*) |
Total áreas verdes km² |
% sup. de áreas verdes por delegación |
% zonas arboladas |
% zonas de pasto y arbustos |
Áreas verdes/ habitante en m² |
Zonas arboladas por habitante m² |
% de Población (2000) |
Álvaro Obregón |
61.12 |
24.59 |
40.2 |
64.5 |
35.5 |
35.8 |
23.1 |
8.1 |
Azcapotzalco |
33.51 |
4.28 |
12.8 |
54.7 |
45.3 |
9.7 |
5.3 |
5.2 |
Benito Juárez |
26.5 |
1.19 |
4.5 |
99.0 |
1.0 |
3.3 |
3.3 |
4.2 |
Coyocán |
54.01 |
20.13 |
37.3 |
76.7 |
23.3 |
31.4 |
2.1 |
7.5 |
Cuajimalpa |
15.08 |
5.55 |
36.8 |
46.4 |
53.6 |
36.7 |
17.0 |
1.8 |
Cuauhtémoc |
32.67 |
1.81 |
5.5 |
74.0 |
26.0 |
3.5 |
2.6 |
6.1 |
G. A. Madero |
87.29 |
14.26 |
16.3 |
47.3 |
52.7 |
11.5 |
5.4 |
14.5 |
Iztacalco |
23.12 |
2.25 |
9.7 |
54.7 |
45.3 |
5.5 |
3.0 |
4.8 |
Iztapalapa |
113.37 |
18.32 |
16.2 |
27.1 |
72.9 |
10.3 |
2.8 |
20.8 |
Magdalena Contreras |
14.08 |
1.82 |
16.2 |
27.1 |
72.9 |
10.3 |
2.8 |
20.8 |
Miguel Hidalgo |
47.69 |
8.89 |
18.6 |
57.3 |
42.7 |
25.2 |
5.7 |
2.6 |
Tláhuac |
19.17 |
2.27 |
11.8 |
4.4 |
95.6 |
7.5 |
0.3 |
3.6 |
Tlalpan |
48.29 |
11.80 |
24.4 |
88.9 |
11.1 |
20.3 |
18.0 |
6.8 |
Venustiano Carranza |
33.87 |
5.23 |
15.4 |
23.5 |
76.5 |
11.3 |
2.7 |
5.4 |
Xochimilco |
22.90 |
5.89 |
25.7 |
60.8 |
39.2 |
15.9 |
9.7 |
4.3 |
Distrito Federal |
632.66 |
128.28 |
20.4 |
55.9 |
44.1 |
15.1 |
8.4 |
100 |
*Estas cifras de área no incluyen las delegaciones con suelo de conservación, salvo los casos de G.A. Madero e Iztapalapa, cuyo porcentaje de SC es poco significativo | ||||||||
Fuente: Inventario de Áreas Verdes Urbanas, 2003. |
Aunque los resultados no parecen tan malos, es pertinente comentar que la composición vegetal y la distribución espacial de dichas áreas son desiguales. A nivel delegacional se muestran fuertes contrastes, por ejemplo en Benito Juárez, que es una delegación pequeña en superficie pero con alta densidad de población, el porcentaje de áreas verdes por habitante es de 4.5; mientras que en Álvaro Obregón, donde su ubican la mayor parte de zonas de barrancas en suelo urbano, ahora incluidas en el inventario, sube hasta 40.2 por ciento.
Por su parte, el Programa de áreas verdes urbanas incluido en el Plan de Desarrollo del Estado de México, marca como prioridad dar continuidad a los programas de reforestación de las áreas verdes urbanas, con inversiones en la protección y el mantenimiento de éstas a fin de garantizar su sobrevivencia. Así, la Coordinación General de Conservación Ecológica de la Secretaría del Medio Ambiente del Estado de México indica que, en los municipios metropolitano se han rehabilitado 418.6 hectáreas de áreas verdes, en beneficio de 1 millón 308 mil habitantes, lo que en promedio equivale a 3.2 metros cuadrados de área verde por habitante, índice, que a pesar del esfuerzo de dicha coordinación, se encuentra muy por debajo del que establecen las normas internacionales, sobre todo considerando que tan sólo en cinco de los principales municipios conurbados, como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan, Tlalnepantla y Chimalhuacán habitan cerca de 5 millones de personas. También menciona la inversión hecha para la creación de 284 áreas verdes urbanas en diversos municipios, pero no se conoce la superficie, tipo y la calidad exacta de las mismas ni cuantas son las existentes, pues dicho plan carece de una sección que recopile y sistematice la información que se genera sobre el desarrollo, manejo y permanencia de las mismas (Martínez, 2008).
Antecedentes históricos
A continuación se presenta una breve síntesis de las características históricas que se dieron en la ZMCM. Esta región, por sus características geográficas, ha sido objeto de muy diversos estudios desde la Colonia hasta nuestros días.
Durante los tres siglos de dominación española se realizaron documentados estudios, que al paso del tiempo se han convertido en clásicos para conocer y entender las condiciones ambientales de la Cuenca de México. El crecimiento de la población y la necesidad de dotar con una infraestructura de ocio a la surgente burguesía, lleva al establecimiento, en diferentes momentos, de “paseos”, como la Alameda, el Paseo de la Mariscala, el Paseo de Bucareli. que en algunos casos llegan a modificar el trazado de la ciudad. Pese a ser numerosas las plazas dentro del casco urbano, siempre fue bastante reducida la presencia de zonas arboladas. Ello reflejaba lo que sucedía en la metrópoli, donde “lo ordenado, lo recto, lo simétrico, lo parco, lo uniforme, lo limpio, lo bien hecho y lo funcional, valores que estaban en boga… se corresponden con el racionalismo clásico de los enciclopedistas y con el estilo neoclásico en arquitectura” (Lombardo, 1978: 171). En este sentido, el paradigma de los paseos en las ciudades americanas es representado por el “Paseo del Prado”, construido entre 1775 y 1782, cuya forma intentó seguir en la capital novohispana el “Paseo de Bucareli” (Ibíd.).
Durante el siglo XIX, los conflictos políticos impiden invertir recursos para ampliar y profundizar en el conocimiento de esta región. Y ello es relevante, dado que es el momento en que el entorno se ve afectado de manera más notable a partir de tres causas interrelacionadas: 1) El aumento de población en la entidad, lo cual origina una expansión urbana y agrícola; 2) La creación de una red ferroviaria que permitió establecer una rápida comunicación de la ciudad con las poblaciones aledañas y, 3) El establecimiento de las primeras grandes industrias. El paisaje hacia el sur de la ciudad de México tenía como elementos centrales a las poblaciones de Mixcoac, San Ángel, Tizapán y Coyoacán y San Agustín de las Cuevas. En estos pueblos se asentaron ricas familias de la ciudad, dando como consecuencia una transformación en los usos del suelo. Así, se crean grandes quintas, ranchos y haciendas, con sus huertas dedicadas al cultivo de frutales, flores y magueyes, que caracterizaron el paisaje. Por supuesto la mayoría de los pueblos indígenas permanecen dedicados en su casi totalidad a trabajar la tierra. Los bosques entonces se extendían por toda la zona montañosa que circundaba a la entidad, con un total de más de 100 mil hectáreas, que equivalía a 60% del territorio del actual Distrito Federal. Por supuesto que los bosques eran ya sujetos a una fuerte explotación: madera para combustible, construcción, durmientes de ferrocarriles, postes de telégrafos y, posteriormente, la industria. Un informe del quinquenio 1834-38, da a conocer que en un radio de 25 leguas alrededor de la Ciudad de México se cortaban anualmente 650 mil árboles; por ello, no es de extrañar que para 1912, la superficie forestal de la entidad se redujera en casi un 70 por ciento.
La presencia de manantiales al sur de la entidad favoreció el establecimiento de industrias. “La Fama”, dedicada a la industria textil, y las fábricas de papel de “Loreto” y “Peña Pobre” impactaron sobre el entorno. Aunque habría que señalar que en un primer momento “Peña Pobre” utilizó como materia prima restos de tela y sólo después de incorporar nueva maquinaria, empezó a utilizar madera.
Una nueva forma de ver a la vegetación
Es a partir del siglo XVIII que la vegetación se relaciona con el saneamiento urbano y adquiere una función pública en la ciudad, cuyos cambios se reflejaron en el arreglo de la Alameda, la reforestación de las calzadas principales y el aumento de los paseos. Esto obedeció en parte a que los ilustrados de la época consideraban que los espacios ajardinados ayudaban a la purificación del aire en beneficio de los habitantes y contrarrestaban las enfermedades (Pérez, 2003: 317). Desde este momento, las plantas se vincularon con la sanidad pública y el bienestar físico de las personas, por lo que su mantenimiento se asumió como una responsabilidad gubernamental. Sin embargo, sería durante el Porfiriato, a fines del siglo XIX, cuando se de la transformación de estos espacios a efecto de garantizar su higiene, seguridad y confortabilidad, paradigma buscado para la ciudad de México a lo largo del siglo. Como señala Pérez Bertruy, “la imagen pública de los paseos y jardines fue importante para medir el adelanto de la ciudad” (Ibíd., p. 318). La ciudad debía ser “bella, sana y cómoda para habitarse y… provista de todo género de obras de recreo (y) ornato” (cit. en Eguiarte, 1992: 131).
Y para el logro de esos objetivos, se crearon comisiones por parte de las autoridades citadinas, como la Comisión de Paseos, Ornatos e Instrucción Pública o la Comisión de Embellecimiento, para que sus actividades se enmarcaran como parte de un proyecto urbanístico más ambicioso, el cual consideraba “la remodelación de las plazas para la formación de jardines y parques modernos en la capital” (Pérez, 2003, p. 320), aunque lo cierto es que dichos jardines se realizaron sólo en una parte de la ciudad, dejando, como suele suceder, las zonas menos favorecidas al margen de estos beneficios.
La revolución urbana que se inicia en el siglo XIX habrá de ejercer influencia sobre la planeación de las áreas verdes en cuanto a su función y composición, ya que el aumento de la población y su presión despertará el sentimiento de “necesidad de espacios verdes” para la recreación de los ciudadanos y el mejoramiento ambiental de las ciudades. Similares son las recomendaciones de los primeros Congresos Internacionales de Higiene y Problemas del Urbanismo, realizados en Europa, que señalaron recomendable para las ciudades al menos 15% de área destinada a parques y jardines y la disposición de una reserva forestal en sus alrededores no menor a diez kilómetros (López Moreno, 1991). Entre los higienistas mexicanos que participaron en dichos congresos se encontraba Miguel Ángel de Quevedo, de ahí su actividad como promotor de los acuerdos alcanzados después del segundo congreso, sobre todo a partir de su incorporación al Ayuntamiento de la Ciudad de México. Lo cierto es que la cifra recomendada difícilmente podría ser alcanzada, dado que la ciudad, en su interior, para 1901 apenas contaba con un 2% de su territorio con áreas verdes (Martínez, 2000: 9). Quevedo, además, impulsó un nuevo reglamento para la ciudad, en el cual se establecía que las nuevas colonias que se construyeran debían dedicar 10 % de su extensión a áreas verdes, y para alcanzar ese porcentaje se procuró que se contara con amplias avenidas y amplios jardines, a la vez que se creaban parques populares.
Después de la Revolución, en la ciudad de México se emprende la tarea de ampliar los espacios libres de la capital; así, las nuevas colonias se establecen con base en el plan impulsado por Quevedo, con extensas avenidas, parques y jardines con amplias banquetas y arbolado de alineación. También se proyectó la implementación de un sistema de parques suburbanos, con una red de calzadas que, en circunvalación, permitiera su comunicación, pero éste no se llevó a cabo en su totalidad. Sin embargo, la ciudad vive también una situación contradictoria. Por una parte se crean nuevos espacios verdes, como los parques “Antonio M. Anza” (más conocido como Parque Estadio); el Parque de la Bombilla, en San Ángel; el Parque Nochebuena (o Parque Hundido); el Parque San Martín o Parque México y el Jardín Hidalgo en Coyoacán; a cambio de ello, desaparecerán, ante el crecimiento de la mancha urbana, las pocas áreas verdes localizadas en el oriente de la ciudad, como el Parque de Balbuena o el Parque de Peralvillo. Para mediados de siglo se ponen a la venta los terrenos del Pedregal de San Ángel, una importante zona de reserva que la Sociedad Mexicana de Historia Natural pretendía conservar. Los años posteriores no tuvieron mayor relevancia para el sistema de áreas verdes de la Ciudad de México. En los años 50, muchas de las arboledas y parques habían desaparecido ante la especulación creciente del suelo. Entrada la década de los 60, parques y jardines tuvieron mejor atención y se arbolaron algunas avenidas importantes, aunque las reforestaciones urbanas se siguieron manejando de forma empírica, como lo demuestra la pérdida de 95% de árboles que fueron plantados, en época de sequía, en la Calzada Zaragoza, en 1962, o la pérdida de mil palmas canarias en la Calzada de Tlalpan (El urbanismo…, 1962).
La situación reciente
La planeación urbana en México, basada en los postulados de la ciudad funcional de Le Corbusier, la zonificación, la separación entre usos habitacionales, productivos, de servicios y recreativos, y la circulación como principal función urbana, ha originado una gran fragmentación de la ciudad, provocando la constitución de áreas verdes genéricas fragmentadas, sin nombre, escala ni forma. Su implementación siempre posterior al desarrollo inmobiliario y vial, ha terminado por convertirlas solamente en un espacio residual con muy poco impacto urbano (Borja y Castells, 2000).
La década de los 70 trajo cambios importantes en la fisonomía de la ciudad, que para entonces requería mejorar el funcionamiento de diversos servicios públicos, entre ellos la vialidad y el abasto. Desgraciadamente, esto se hizo a expensas de la supresión de muchos metros de áreas verdes, debido a la construcción de los ejes viales y la Central de Abastos de la ciudad sobre una antigua zona chinampera (Martínez, 1991). Pese a esta adversa situación, el gobierno de la ciudad intenta recuperar áreas verdes. En la parte sur de la ciudad, el Departamento del Distrito Federal adquiere 70 hectáreas para el establecimiento del Bosque y Zoológico del Pedregal, en terrenos que habían sido explotados por la compañía papelera de Peña Pobre, y la creación del Bosque de San Juan de Aragón, al noreste de la ciudad (Echeverría, 1971). En 1989 se inició el Plan de Rescate Ecológico de Xochimilco, con el objetivo de revertir la degradación ecológica de la zona chinampera; este plan incluyó la creación de un parque recreativo con carácter educativo ambiental y una zona deportiva. A pesar de ello, la superficie de áreas verdes, es similar a décadas anteriores, con valores que oscilan de 0,5 a 3,1 metros cuadrados, ya que la población siguió aumentando.
Conceptualización de las áreas verdes
La vegetación urbana es el elemento que caracteriza y da nombre a las áreas verdes en la ciudad y permite que el espacio construido y el hombre se integren con la naturaleza a través del jardín y el parque, para constituir el paisaje de la ciudad. Un paisaje al que el hombre y su cultura le dan carácter.
En general, las áreas verdes son espacios compuestos con vegetación, sobre todo, pastos, árboles y algunos arbustos. La vegetación que conforma las áreas de nuestra ciudad tiene un origen diverso: algunos de los árboles existentes son reductos de vegetación original, otra parte responde a las áreas verdes creadas por el hombre como parte del equipamiento de la ciudad. Tenemos otra porción generada a través de las reforestaciones programadas por el Estado, sobre todo en calles y avenidas; alguna otra, es el resultado de la introducción hormiga de plantas debido a factores culturales (como “plantar el árbol que me recuerda a mi pueblo”). Finalmente, se tiene la vegetación espontánea, a la que llamamos malezas, que ocupa cualquier espacio con un poco de suelo libre que deje el asfalto. No obstante la composición tan sui generis de la vegetación que conforma la masa vegetal de las ciudades, ésta cumple las mismas funciones ecológicas que las masas forestales naturales, a pesar de las diferencias en cuanto a composición y distribución florística entre ellas.
Independientemente de su origen, la vegetación cubre una amplia superficie de la ciudad. Los árboles, arbustos y demás vegetación asociada que se encuentra en las áreas verdes urbanas en las ciudades conforman una comunidad vegetal a la que Jorgensen denomina Bosque Urbano (cit. en Grey & Deneke, 1992). Si revisamos el concepto de bosque urbano, nos daremos cuenta que esta masa vegetal, a pesar de estar establecida en un asentamiento humano, forma una gran comunidad verde; quizá el punto que apoye o refute esta consideración sería su extensión. Con respecto a ello, Jorgensen plantea que si el conjunto forestal de la ciudad ejerce influencia sobre el clima, el régimen hidrológico del área, así como en plantas y animales, puede ser tratado bajo este concepto, premisa que nos invita a reflexionar sobre la superficie de metros cuadrados de área verde existente en nuestra ciudad (ibid.).
El concepto “bosque urbano” hace referencia al conjunto de recursos naturales: agua, suelo, clima, paisajes, plantas y organismos asociados, que se desarrollan relacionados con los elementos de los asentamientos humanos, creciendo cerca de edificios, en jardines públicos y privados, en parques urbanos de diversa escala, en lotes baldíos, cementerios, etc., así como en las áreas agrícolas, forestales y naturales, localizados en el área urbana y periurbana de la ciudad. Este concepto amplía la perspectiva del importante y diverso papel que posee la vegetación de las áreas verdes para aminorar los impactos negativos de la urbanización sobre los ecosistemas regionales y el mejoramiento de la calidad ambiental de las ciudades, las cuales, por otra parte, constituyen actualmente el hábitat humano dominante en el planeta.
Las diferencias en cuanto a composición y distribución que se observan entre las masas naturales y la vegetación urbana trae como consecuencia dificultades al momento de la toma de decisiones para su manejo, ya que en nuestras áreas verdes se entremezclan una amplia diversidad de especies, que proceden de diversas latitudes, con condiciones climáticas distintas y provenientes de diferentes comunidades vegetales; si a esto se añaden las adversas condiciones ambientales que representa la ciudad para estos organismos, se entenderán las dificultades que representan su manejo. Por tal motivo, en este trabajo se aborda la problemática a la que se enfrenta la vegetación urbana, haciendo énfasis en el arbolado, ya que debido a las características de permanencia propias de esta forma de vida se convierten en elementos de gran influencia en las condiciones ambientales de la ciudad.
Áreas verdes de la ciudad de México
Las principales dificultades para conocer la situación de las áreas verdes urbanas en la ZMCM son la falta de información completa y confiable sobre ellas, y el hecho de que administrativamente la ciudad está constituida por dos entidades federativas: el Distrito Federal y el Estado de México, cada una con políticas ambientales distintas.
En el área metropolitana de la ciudad de México radican más de 20 millones de habitantes, es decir el veinte por ciento de la población total del país, establecidos en la diezmilésima parte de su territorio. Este es un lugar en el que circulan más de tres millones de vehículos automotores que consumen 7 millones de litros de gasolina cada año. Además, un gran número de industrias (30 mil aproximadamente) situadas en esta zona emiten gran cantidad de contaminantes a la atmósfera; por éstas razones entre otras, el medio en el que se desarrolla la vegetación urbana es un ambiente altamente estresante para sus componentes, si se tiene en cuenta que son organismos que no tienen capacidad de motilidad.
A pesar que las áreas verdes han sido aceptadas y aún requeridas como un componente necesario del equipamiento urbano, nos enfrentamos a graves problemas con su creación, protección y conservación.
Es importante señalar que el indicador de metros cuadrados de área verde por habitante, sólo debe verse como un referente de un mejor ambiente, ya que dicho parámetro no refleja la distribución, frecuencia, disponibilidad y accesibilidad para la población, pues en algunos casos se trata de barrancas, terrenos baldíos, jardines privados o reservas ecológicas que aunque pueden cumplir medianamente su papel ambiental no cubren los otros rubros que se deben exigir a las áreas verdes urbanas, como son la función recreativa, social, psicológica, y aún la estética.
La desigual distribución de áreas verdes públicas para recreación trae como consecuencia que los habitantes tengan que recorrer grandes distancias en busca de áreas verdes adecuadas para su esparcimiento, por lo que restringen sus visitas a los fines de semana, con el consecuente impacto sobre estas áreas por uso intensivo. Además, el inventario permite leer entre líneas que hay una relación directa entre las zonas de marginación y pobreza con menor número de áreas verdes.
Normatividad
La categoría de área verde urbana se define en la Norma Ambiental para el Distrito Federal (NADF-006-RNAT-2004) como: Toda superficie cubierta de vegetación natural o inducida, localizada en bienes del dominio público del Distrito Federal y contemplada en alguna de las categorías previstas en el artículo 87 de la Ley Ambiental del Distrito Federal. Este rubro comprende parques, jardines, plazas ajardinadas o arboladas, jardineras, zonas con cualquier cubierta vegetal en la vía pública (rotondas, camellones, arbolado de alineación), alamedas y arboledas, promontorios, cerros, colinas, pastizales naturales y áreas rurales de producción forestal o que presten servicios ecoturísticos, barrancas, y zonas de recarga de mantos acuíferos (Ley Ambiental del Distrito Federal, 2000).
En el año 2002, el GDF realizó la reforma a la Ley Ambiental del Distrito Federal, con el fin de regular y proteger las áreas verdes en la que se propuso un esquema de participación, no sólo del mismo gobierno sino de otras instancias en los programas de desarrollo urbano, teniendo como premisas básicas:
No obstante que los planteamientos de esta ley son relevantes, en los hechos la ciudad ha sufrido un crecimiento desmesurado en detrimento de las áreas verdes urbanas, evidenciando la poca o nula coordinación que existe entre las diversas dependencias tanto del ámbito urbano como ambiental en esta materia. Sin embargo, algo importante a resaltar son las disposiciones a través de esta misma Ley Ambiental de:
Sin embargo, en el Estado de México no existe ninguna normatividad relativa al manejo de las áreas verdes urbanas. La promoción y cuidado de estos espacios está a cargo de la Dirección de Ecología o del Medio Ambiente de cada municipio, los cuales no disponen de programas de mantenimiento, además que los trabajadores, en su mayoría, están poco capacitados en las labores de arboricultura, lo que explica el mal cuidado y aún maltrato del arbolado.
Por otro lado, en la Ley Ambiental del Distrito Federal se considera que el cuidado de las áreas verdes de la ciudad difícilmente puede alcanzarse sin la participación ciudadana. Con el objetivo de motivar dicha participación se han realizado diversas campañas en los últimos años, promovidas y apoyadas por diversas asociaciones civiles. Desafortunadamente, son campañas de buena voluntad pero que carecen de asesoría técnica para la selección de especies, la forma de plantación y desde luego de un diseño que responda a las necesidades del sitio a forestar. Una experiencia que es importante destacar es la participación de la ciudadanía y de los empresarios con el gobierno capitalino, en el rescate del Bosque de Chapultepec (2004-2007), en el que se hicieron importantes labores silviculturales al bosque entre otras mejoras.
Finalmente cabe mencionar que el Fondo Ambiental Público del Distrito Federal (FAP), del 2008 presenta los informes financieros y los avances de diversos proyectos relativos a las áreas verdes o la reforestación de la ciudad que llevados a cabo en 2008-2009:
Por todo lo anteriormente expuesto, se puede advertir que aunque en los últimos quince años se han dado algunos avances importantes para conocer qué y cuánto tenemos de espacios verdes, sobre todo en el Distrito Federal, aún el reto es grande para lograr una adecuada gestión de los mismos.
Problemática del arbolado urbano
Tradicionalmente se consideraba que los árboles en las ciudades eran solo elementos decorativos del paisaje en jardines, calles, plazas y rotondas. Sin embargo, hoy en día ha pasado a la historia esta sola visión estética y reconocemos una serie de beneficios y funciones del arbolado de la ciudad relacionados con el clima, la contaminación, el mejoramiento ambiental, la protección de otros recursos, la recreación, la salud, la convivencia social (Rivas, 2001).
En el estilo de urbanización del Distrito Federal, en que se utiliza gran cantidad de concreto, el cableado de luz y teléfono es en su mayoría externo y de baja altura, las aceras son estrechas (entre 1 y 2 metros), y las casas usualmente tienen bardas o rejas, constituyen puntos de partida para comprender la problemática que enfrenta el arbolado en nuestra ciudad.
Las condiciones ambientales de mayor temperatura debido a la mayor absorción de energía calorífica de los materiales pétreos de la ciudad o al aumento de reflexión de los rayos solares en los grandes edificios de cristal, aunando a la disminución de infiltración de agua en el suelo por el cambio de los suelos naturales a suelos impermeables y con ello el rápido drenado del agua por las calles, incrementa el índice de evaporación y disminuye la tasa de traspiración de las plantas. Todo ello contribuye a modificar fuertemente las condiciones ambientales de la ciudad y por tanto los lugares de desarrollo del arbolado.
Quizá el problema más importante es el suelo, elemento que les debe dar estabilidad y dotarlos de agua, aire y nutrimentos. Sin embargo, el suelo urbano es una carpeta de material mineral que resulta de la mezcla de suelos, el relleno o la contaminación del terreno natural superficial; por tanto, son suelos cuyo perfil presenta una marcada heterogeneidad en su evolución, lo que trae como consecuencia importantes limitaciones físicas y químicas para el establecimiento de las plantas. Se trata de suelos sin estructura definida y con una capa superficial compacta, que dificulta la infiltración del agua, así como la correcta aireación de los estratos inferiores, provocando desequilibrios en la actividad biológica de la raíz y de los microorganismos asociados al mismo. Además, en los suelos urbanos, los desechos de la vegetación, tales como la hojarasca y las ramillas, que podrían reintegrar nutrimentos al suelo, son eliminados como basura y difícilmente se aplican fertilizantes químicos para compensar tales deficiencias. Como si fuera poco, estos árboles están sujetos a la acción de materiales contaminantes (detergentes, aceites, etc.), provenientes de las actividades humanas.
Debido a la gran cantidad de limitantes, la vegetación urbana, particularmente los árboles, viven menos tiempo que los que se desarrollan en ambientes naturales, ya que la lucha constante contra los elementos ambientales adversos disminuye su vigor y los hace susceptible al ataque de otros agentes de carácter biótico. Están particularmente expuestos a las condiciones más adversas los árboles de alineación de calles y avenidas.
Por investigaciones realizadas en la Universidad de Chapingo (Hernández y de la I., 1989), se ha comprobado que en el Valle de México la contaminación de la atmósfera por gases oxidantes perjudica a la vegetación presente en mayor o menor grado, de acuerdo con su sensibilidad específica. Un gran número de plantas sufren daños por compuestos presentes en el ambiente sin manifestar síntomas visibles, mientras que otras muestran claramente la evidencia de que están siendo dañadas. Experimentalmente se ha confirmado que la mayoría de los gases tóxicos ocasionan daños en especies vegetales sensibles con una exposición mínima de cinco horas a concentraciones muy bajas. Es difícil identificar el efecto específico de los contaminantes atmosféricos en los árboles, ya que hay otros factores de influencia (como las deficiencias nutrimentales) que inciden en ellos a la vez; sin embargo, es claro que su acción produce una pérdida de vigor en ellos. Hay cuatro contaminantes que causan daño foliar significativo en especies arbóreas: ozono, bióxido de azufre, fluoruros y partículas del aire.
En el bosque de Chapultepec se ha observado daño en ahuehuetes, eucaliptos y sicomoros, como coloración rojiza en los ápices foliares, disminución en el diámetro de la raíz, defoliación prematura, y decremento en la producción de semillas debido a exposición a ozono. De los cuatro nitratos de peroxiacilo que ocurren en el medio urbano, se ha comprobado que el PAN (nitrato peroxiacetílico) es fuertemente fitotóxico. Sus efectos se manifiestan como manchas hidróticas en el envés de las hojas; se han observado en hortalizas de Xochimilco y en árboles de trueno que abundan en la ciudad.
En México no hay investigaciones sobre los óxidos de nitrógeno (NO2 yNO3) en especies forestales nativas, no obstante si recordamos que las especies dominantes son introducidas, el problema se vuelve preocupante, ya que estos compuestos reducen el desarrollo de las plantas, además de formar manchas necróticas en las nervaduras de las hojas que todos hemos visto en algún momento. Entre los contaminantes del aire, los fluoruros son considerados los agentes más tóxicos para las plantas, afectando procesos metabólicos, como la absorción de oxígeno entre otras.
Como se había mencionado, debido a la falta de motilidad de las especies vegetales, no hay mucho que hacer más allá de continuar con los programas de control de contaminación en la ciudad de México además de la investigación sobre especies con mayor resistencia a dichos agentes.
Otro factor de daño al arbolado urbano es la falta de agua. Como sabemos, el agua es el componente principal de los tejidos vegetales, ya que interviene en el metabolismo y ayuda a la distribución de los minerales necesarios para su crecimiento y desarrollo.
El arbolado de la ciudad de México está expuesto a fuertes periodos de sequía por dos razones básicas: Las condiciones climáticas que imperan en el valle de México en la que se registra una disminución en la temporada de lluvia en los últimos años y la falta de riego que junto con la compactación de los suelos disminuyen la permeabilidad del suelo al agua. Los síntomas de la falta de agua son el cambio progresivo en la coloración de las hojas y su caída prematura, acortando la estación de crecimiento. Si la sequía persiste, se produce la muerte de los brotes y por tanto la muerte lenta y progresiva. Lo recomendable para disminuir estos daños es emplear especies de árboles nativas en primera instancia, o en su defecto especies adecuadas al clima, respetar la distancia de plantación para permitir el buen desarrollo de la raíz y la fronda hasta estado adulto y así evitar la competencia entre individuos. Quizá aquí sea conveniente mencionar que la falta de agua disponible obliga a los árboles a lanzar sus raíces en busca de la misma hasta encontrarla, lo que explica en parte su intersección con instalaciones hidráulicas urbanas causando fuertes daños y erogación económica para su reparación.
Factores a destacar en el daño al arbolado son:
El mal estado fitosanitario, la inadecuada ubicación, la malformación de la copa, el grado de inclinación, etcétera, vuelven peligrosos a los árboles viejos y ponen en riesgo la seguridad de las personas y los bienes materiales. Esta situación se ha venido agravando por la aparición de fenómenos meteorológicos inéditos (pequeños tornados, ráfagas de viento de más de 70 km /hora) que han derribado gran cantidad de árboles. Tan sólo en 2007 cayeron 2mil 886 árboles en la ciudad de México
A manera de conclusión
En virtud de que las áreas verdes y los espacios abiertos desempeñan un conjunto de funciones esenciales que inciden en el bienestar y en la calidad de vida de la población que habita en los centros urbanos, éstos deben considerarse espacios públicos prioritarios de la metrópoli, pues ofertan una gran cantidad de servicios ambientales y sociales.
La calidad del espacio público se puede evaluar principalmente por la intensidad de las relaciones sociales que facilita, por su fuerza mezcladora de grupos y de comportamientos, por su capacidad para estimular la identificación simbólica, la expresión y la integridad cultural. Por ello, se hace indispensable que el espacio público, y como parte de éste las áreas verdes, tenga algunas cualidades formales, como la continuidad en el espacio urbano y la facultad ordenadora del mismo, la generosidad de sus formas, su diseño y sus materiales y la adaptabilidad a usos diversos a través del tiempo.
Como parte del estudio de las áreas verdes de la ciudad de México, el tema de la selección, manejo y cuidado de la vegetación, particularmente los árboles, cuya permanencia y contribución al mejoramiento ambiental es indudable; es de particular relevancia ya que si sólo se consideran aspectos estéticos, más tarde o más temprano, se manifestarán problemas con la estructura e infraestructura urbana.
Los programas de reforestación para la ciudad deben responder a una política y a una planeación urbana y no a campañas aisladas, masivas, como meros eventos de publicidad, que no contemplan aspectos de diseño, cuyos resultados se manifiestan en muerte masiva de plantones, lugares sin identidad ni carácter y con grandes gastos de mantenimiento.
La selección de las especies para crear un área verde debe partir del análisis ambiental, urbano y social del sitio y por tanto del desarrollo de un concepto para dar respuesta a los usuarios de los diferentes ámbitos urbanos.
La necesidad de realizar un inventario de las áreas verdes y su composición. Es decir, conocer qué y cuánto tenemos en espacios verdes en la ciudad de México será un instrumento que permitiría el fomento, creación, mejoramiento, protección, conservación y mantenimiento de las mismas.
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