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PAISAJES URBANOS EN LA ÉPOCA POST-TURÍSTICA. PROPUESTA DE UN MARCO ANALÍTICO
Alan
Quaglieri Domínguez
Universidad Rovira i Virgili
Antonio
Paolo Russo
Universidad Rovira i Virgili
Paisajes urbanos en la época post-turística. Propuesta de un marco analítico (Resumen)
La distinción fundamental entre poblaciones urbanas en que se basa el análisis de la “función turística” en la ciudad contemporánea, o sea entre residentes y no-residentes, se va haciendo borrosa tanto en sus correspondencia en paisajes alternativos, como en los discursos sobre lo urbano y lo turístico. Se vislumbran, de hecho, nuevas figuras “intersticiales” en la multiplicación de las formas de vivir la ciudad contemporánea, que se diferencian tanto de los turistas tradicionales como de los residentes, por la duración o “liquidez” de sus estancias, y por el tipo de relaciones e intervenciones que mantienen con el paisaje urbano. En este artículo se propone un nuevo marco analítico para dibujar un mapa de los “nuevos usuarios urbanos”; en ello, se incluyen tanto las figuras ya conocidas como las más indeterminadas, objeto de una investigación original basada en el método etnográfico. El caso de Barcelona y de sus ‘neo-bohemios’, resulta sumamente interesante para comprender como las prácticas de usuarios urbanos casi desconocidos en el mapa de actores que formalmente han sido al centro de la planificación turística (no siendo reconocibles como población residente o turística), y sus capacidad de tejer relaciones con otros grupos, puede representar una oportunidad de desvincular el paisaje turístico de los elementos de inmovilidad, segregación y emulación, que los condenan a ser cuerpos ajenos en el tejido social de la ciudad.
Palabras claves: paisaje urbano, turismo, poblaciones, movilidad.Urban landscapes in the post-tourist age. Towards an analytic framework (Abstract)
The basic distinction between urban populations on which the analysis of the "tourist function" of the contemporary city is based, that is among residents and not-resident, is getting blurred, both for what regards its correspondence with alternative landscapes, and in the discourse on the ‘urban’ and the ‘touristic’. In fact, new "interstitial" emerge within the context of the multiplication of the ways of living the contemporary city, differing both from traditional tourists and from residents, on account of the duration or "liquidity" of their stays, and the type of relationships that they web –and interventions they perform– in the urban landscape. A new analytic framework is thus proposed, that allows identifying and mapping the "new urban users" –isolating the figures already known from the most indeterminate, that are the target of an original research based on the ethnographic method. The case of Barcelona and of its 'neo-Bohemians' is extremely relevant in the understanding of how the practices of this almost unknown group of urban users - because not formally settled as resident or counted in tourist statistics - and their capacity of weaving relationships with other groups, can represent an opportunity of detaching the tourist landscape from the elements of immobility, segregation and emulation, that condemn them to be foreign bodies in the social fabric of the city.
Key words: urban landscape, tourism, populations, mobility.A partir de los años 1990, las ciudades han conocido un nuevo protagonismo en el marco del sistema turístico internacional. La reorientación de los paisajes urbanos desde la producción industrial, en crisis, hacia los servicios y el consumo, ha llevado a un número creciente de ciudades a descubrir y aprovechar sus potencialidades turísticas, con la consecuente proliferación de destinos urbanos en el mapa turístico mundial. Como sugiere Susan Fainstein (2005), cada ciudad parece tener hoy “oportunidades turísticas”.
Sin embargo, el crecimiento de la importancia cuantitativa del turismo urbano marca una tendencia dentro de las formas de movilidad relacionadas con el ocio bastante diferente de la simple evolución del interés hacia la cultura ajena como objeto del viaje - uno de los asuntos centrales en las interpretaciones modernas del turismo. El progreso tecnológico y empresarial ha permitido, efectivamente, una “democratización del viaje”, pero los cambios paradigmáticos que se han vivido desde la década de 1990, en cuanto a la espacialización del trabajo, de las culturas, y de las experiencias, apuntan tanto a la aparición de una nueva generación de viajeros culturales, que no están ya motivados por la cultura, en forma de objetos de consumo cultural, sino que son consumidores cuyos comportamientos y aspiraciones son fuertemente orientados a lo urbano (Amin & Thrift, 2007). También apuntan a una nueva epistemología del turismo, y en particular del turismo urbano, en cuanto forma de movilidad o de experiencia “en marcha”.
Después de desarrollar una reflexión introductoria sobre los cambios en el discurso acerca del turismo en las ciudades, basado en las nuevas interpretaciones de la relación entre individuos y paisaje urbano, este artículo se centra, en particular, en una consecuencia llamativa de dicha evolución. Esta se puede resumir en la paulatina desaparición de una supuesta dualidad entre turista y residente (y entre espacios turísticos y espacios no turísticos) típica de las modernas concepciones de la geografía del turismo, y su paso hacia un continuum de inscripciones y significaciones subjetivas del paisaje urbano por parte de un abanico potencialmente muy vasto de “usuarios urbanos”. Éstos se caracterizan por la diferente calidad de las relaciones (sociales, afectivas, temporales) que entrelazan con el tejido urbano, generando una nueva y compleja geografía social de las ciudades donde el turismo no se limita a superponerse, sino que se integra en - y pone en movimiento - la ciudad “sedentaria”.
En este marco, que da lugar a un programa de investigación potencialmente muy articulado, nos interesa introducir unas herramientas analíticas que nos permitan ordenarlo epistemológicamente; y estudiar una de las figuras más destacadas entre los nuevos usuarios urbanos, los “post-bohemios”, que resultan particularmente importantes en las dinámicas de construcción de nuevos espacios públicos en la ciudad. Estos podrían ser el objeto de una nueva política urbana que acepte como obsoleta la pretensión de regular el espacio turístico y, en lugar de ello, se dirija al fomento de nuevas formas de intercambio y mestizaje entre tipos diferentes de usuarios urbanos. El paisaje urbano y el dinamismo social provocado por la creciente presencia de este grupo se analiza en una ciudad en concreto, Barcelona, usando informaciones de carácter exploratorio que se recogieron durante un periodo de tres meses en 2009. Esta investigación exploratoria se propone como una primera etapa, de carácter preliminar, en un estudio más complejo e integral de los nuevos paisajes urbanos de la sociedad post-industrial, y del papel de los viajes y del turismo en su creación y dinamización.
El turismo y lo “urbano” en la era de la hiper-movilidad
Aunque la falta de datos estadísticos incontrovertibles sea asombrosa, los comentaristas y profesionales del sector están de acuerdo en que el turismo urbano está viviendo una fase de verdadero boom (Keller, 2005). Por ejemplo, el número de viajeros que pernoctaron en Madrid dio un salto del 33,7 por ciento entre 2002 y 2006, para situarse en 16,49 millones, según la encuesta de ocupación hotelera del Instituto Nacional de Estadística (INE); las pernoctaciones en Barcelona en ese mismo periodo superaron los 19,71 millones y avanzaron un 19,5 por ciento : y en Valencia, el incremento fue del 47,5 por ciento, hasta los 5,56 millones (Trillas, 2008); todo ello, en un periodo en el cual las cifras globales del turismo a España quedaron estancadas. Además, incluso en tiempo de crisis y su impacto negativo sensible en el movimiento turístico internacional, las ciudades españolas han mantenido su posición competitiva, o incluso han incrementado las cifras absolutas, como sucedió en Barcelona (-10 por ciento entre mayo 2008 y mayo 2009). Es una tendencia que se confirma asimismo en los más prestigiosos destinos urbanos europeos.
El crecimiento de la importancia de las ciudades como destino de viajes –y del protagonismo de los turistas como agentes del cambio urbano– no puede ser explicado únicamente en razón de un aumento de la demanda impulsado por factores tecnológicos y socio-demográficos, que permiten un crecimiento de la movilidad hacia los centros más accesibles. Más bien, parece expresar una especificidad de los destinos urbanos, que apunta a la creciente capacidad del paisaje urbano (y de lo urbano en general en cuanto fenómeno cultural, como lo define Manuel Delgado, 1999) de conectar con las expectativas de una nueva generación de viajeros, para los cuales el legado histórico-artístico va perdiendo su tradicional centralidad. Una tendencia que, al mismo tiempo, promueve otros contenidos en la definición de las experiencias de ocio, redefiniendo así el mapa de la competitividad entre tipos de destino.
La importancia de este argumento de cara a la creación de nuevas geografías sociales requiere considerar también la progresiva penetración de las fuerzas del mercado en el tejido social; ésta alimenta, según Anthony Elliot y Charles Lemert (2007) un “nuevo individualismo”, o sea la promoción de una cultura cada vez más privatizada que lleva a considerar las oportunidades y las responsabilidades en términos individualistas, conduciendo, según Ulrich Beck (2008), a la “construcción de la propia vida”. La “revolución consumista” (Baumann, 2007, p. 11) da al consumo una centralidad creciente; tanto que para Maura Franchi (2007) esta actividad constituye una dimensión relevante en la “construcción reflexiva de la identidad”, contrastando con la tradicional “linealidad de los consumos” que adscribe los comportamientos de los individuos dentro de modelos de consumo relativos a la clase social de pertenencia. La explosión de las oportunidades y alternativas en términos de consumo se traduce, así, en un eclecticismo personal que da lugar a identidades individuales cada vez menos enmarcadas en modelos de consumo relacionados con un determinado grupo social o territorial.
Identidades en todo caso efímeras, desprovistas de la profundidad que caracteriza las identidades colectivas tradicionales, para secundar el impulso del hombre contemporáneo a mejorarse constantemente y enfrentarse a situaciones y condiciones en constante transformación. Una labor de continua reconfiguración del propio estilo de vida para adaptarse a la inestabilidad de una sociedad frenética o “líquida”. De aquí la afirmación de una nowist culture (Bertmann, 1998), una “cultura del ahora” que prefiere la instantaneidad y alimenta la desconfianza hacia situaciones sociales estructuradas y proyectos a largo plazo. Para Elliot y Lemert (2007) se trata del “culto posmodernista de la discontinuidad, del relego y de la desidia”, lo que finalmente somete la biografía de los individuos a un proceso de segmentación en episodios relativamente autónomos. En particular, crece cierta intolerancia con respecto a las condiciones espacialmente estables, lo que fomenta una propensión psicológica al continuo desplazamiento, una “compulsión por la movilidad” (Urry, 2008a) que acaba siendo una condición necesaria para poder satisfacer las propias aspiraciones de cambio y, concretamente, aprovechar las oportunidades de consumo espacialmente dispersas.
Esta condición de hiper-movilidad puede ser el resultado de unos factores tecnológicos relacionados con la evolución del sector del transporte civil y el desarrollo deslumbrante de las TIC, o de cambios normativos como los acuerdos que en Europa han llevado a la creación del espacio Schengen, determinando un “encogimiento del planeta” (Augé, 1993), o más bien su “compresión espacio-temporal” (Urry, 2008a); a un mundo, como lo describe Thomas Friedman (2006), accesible y transparente, “llano”. Pero lo que más nos interesa son las implicaciones culturales de este nuevo “paradigma”.
Esta nueva configuración de las vidas impulsa, de hecho, una sociedad cosmopolita: se afirma una “nueva clase media internacional” (Martinotti, 1993) “que se mueve muy rápidamente de un lugar a otro del mundo pero que en cualquier sitio requiere (y hace) más o menos las mismas cosas”. Eso proporciona a los ámbitos locales aquellos elementos que establecen un “paisaje de familiaridad”, en el cual la clase consumidora cosmopolita (cosmopolitan consuming class) como la define Susan Fainstein (2005), puede realizar una rápida aclimatación, un proceso de creación de hogar (homing) (Sheller & Urry, 2006, p. 211), en contextos diversos del habitual.
La ciudad es le escenario principal de la globalización, y ámbito principal de formación de la sociedad líquida. Las “ciudades globales” (Sassen, 1994) representan los puntos nodales de un sistema económico y cultural de tipo trasnacional. La metrópoli contemporánea no representa ya la “culminación jerárquica de un sistema urbano” regional o nacional (Martinotti, 1993), sino una parte de un sistema ageográfico que promueve formas y contenidos globales. En este sentido, se desvincula lo urbano de lo territorial, promoviendo la adopción de lenguajes y modelos globales. Un fenómeno que ha acompañado el “renacimiento urbano” después de la crisis industrial con la reconversión hacia el terciario del sistema económico urbano, y que subyace a la reconfiguración de la ciudad como plataforma de consumo abierta a flujos globales de consumidores. A este propósito, Michael Sorkin (1992) habla de ciudades a medida de un “único modelo de ciudadanía consumidora”; esa “urbanalización” de la cual habla Francesc Muñoz (2008).
El creciente protagonismo de las lógicas de la mercadotecnia en el marco de las políticas urbanas se entiende precisamente por la necesidad de proyectar una imagen atractiva para un mercado global. Se asiste, en este sentido, a una “iconización”, una proliferación de referencias simbólicas en el paisaje urbano llamadas a connotar positivamente la imagen de la ciudad. La cultura, en este sentido, actúa de sistema de producción de símbolos (Zukin, 1995). De esta forma la ciudad se va “espectacularizando” proponiendo un lenguaje urbano emotivo y compresible llamado a seducir y entretener una público global, acabando involucrada en la construcción de escenarios fantásticos capaces de estimular el consumo en (y de) ella. Se asiste, en otras palabras a la tematización del paisaje urbano o, como lo define Sharon Zukin (1995), a un proceso de “disneyficación” de la ciudad que implica la creación de un contexto al mismo tiempo mágico y seguro. John Hannigan (1998) observa lo que considera una contradicción cultural expresada por la clase media: el deseo de experiencias y emociones, al mismo tiempo que cierta aversión del riesgo. De aquí la “obsesión por la seguridad” (Sorkin, 2004) para poder brindar a los consumidores urbanos entornos de recreo “relucientes y protegidos” (glittering, protected playgrounds: Hannigan, 1998, p. 7) donde puedan disfrutar de la oferta urbana de forma confortable, sin la interferencia de situaciones imprevisibles e indeseadas[1].
De aquí el exotismo como elemento crítico en la definición del atractivo de un destino. Para MacCannell (1999), el aspecto central de la experiencia turística es la búsqueda de la autenticidad, versión moderna del interés por lo sagrado: la posibilidad de entrar en contacto con aquellos elementos que se arraigan en el territorio como producto de la historia del mismo, de disfrutar de los contenidos y las formas que proceden de un mundo premoderno que resiste a las presiones de las fuerzas de la contemporaneidad y que es donde reside lo genuino, lo auténtico.
Pero, al mismo tiempo, las dinámicas que caracterizan la sociedad contemporánea contribuyen con nuevos significados al desplazamiento espacial de los individuos. Así como la sociedad urbana post-fordista va perdiendo su sedentariedad, el turismo pierde mucho de su carácter extraordinario, no solo en términos de frecuencia, o sea de oportunidades de irse de viaje, sino también con relación al contenido de la experiencia turística. Para John Urry (2000), el turismo se propondría simplemente como forma de temporary leisure mobility, o sea de movilidad asociada a experiencias de ocio fuera del contexto habitual. El turismo, en otras palabras, dejaría de significarse a partir del contenido de la práctica turística y la naturaleza del objeto contemplado, para referirse a la condición del individuo o, mejor, a la experiencia urbana realizada por quien no reside en el destino considerado. En este sentido para el post-turista así definido por Maxine Feifer (1985)la experiencia turística es un fin en sí misma se puede hablar de post-turismo (Ritzer Liska, 1997) como un fenómeno empotrado en la postmodernidad que supone procesos de des-codificación del lugar y una espacialización de las experiencias Coleman & Crang, 2002) radicalmente diferentes de la que evoca el turismo moderno descrito por Cohen and MacCannell.
El mismo Urry (2008b, p. XIV) indica a éste propósito un proceso de “des-diferenciación” del turismo como resultado de una implosión de éste en una “amplia gama de sistemas”, de actividades “ordinarias” adscriptas al mundo amplio del tiempo libre, como ir de compras, el ocio, el sexo, las relaciones sociales, los negocios. También Robert Maitland (2008, p. 15) observa un cambio desde “lo excéntrico a lo corriente” a partir de un creciente interés por el “paisaje de consumo cotidiano”. El turismo, finalmente, representaría la posibilidad de extender y desarrollar nuestro propio estilo de vida en un contexto diferente experimentando, de esta forma, una “cotidianeidad extraordinaria”.
La competitividad de un destino se determinaría, por lo tanto, a partir de la capacidad de éste de ofrecer una atmósfera distinta y estimulante donde, según las lógicas de la mercadotecnia basada en experiencias, actividades ordinarias se transforman en experiencias memorables. Al mismo tiempo, el atractivo del destino depende de las características de la oferta urbana en términos de cantidad, calidad y variedad. Finalmente, el objeto de la experiencia turística vendría a ser la ciudad en su totalidad como un producto cultural complejo e indefinido, compuesto por elementos de la tradición local, estilos de vida, aspectos contemporáneos y “globales” que producen un paisaje mental ecléctico y, sobre todo, único.
Semejante reconsideración de la naturaleza y del significado de la experiencia turística se enmarca en una reflexión más general sobre la relación entre la ciudad y sus habitantes o usuarios, impulsada por la centralidad del consumo en la vida de los individuos y la reorientación hacia el sector terciario de los paisajes urbanos. El desarrollo de la oferta urbana, la espectacularización del paisaje de consumo cotidiano no tiene como finalidad exclusivamente el reforzamiento del atractivo de la ciudad de cara a la demanda “externa”, turistas e inversores potenciales. Este proceso se alimenta también del mercado interno, de la satisfacción de aquella “demanda de ciudad” (Amendola, 2003) expresada por los mismos residentes. La curiosidad hacia lo nuevo en una ciudad en constante evolución, la disponibilidad a la sorpresa, el anhelo a la belleza y la voluntad de realizar experiencias cada vez diferentes, son actitudes que van caracterizando la nueva relación entre la gente y el contexto urbano donde vive. Una nueva condición del sentir y vivir urbano que lleva a Gianfranco Amendola (2003) a considerar que, finalmente, “cualquiera podría volverse un turista en su propia ciudad”,
La penetración del turismo en la esfera de lo cotidiano y el desarrollo de un “discurso urbano” universal lleva los flujos turísticos a superar los límites del espacio turístico tradicional, para desbordar e invadir el resto de la ciudad. Se asiste, por lo tanto, a una convergencia de los dos principales grupos que componen el panorama social de un destino urbano, el de los residentes y el de los turistas, en los lugares y en los contenidos que definen sus prácticas. Las nuevas tendencias turísticas proponen, en otras palabras, la superación de la tradicional y rígida contraposición antropológica entre estas dos figuras, para dejar espacio a una graduación en las diferencias entre las diferentes poblaciones urbanas. Al mismo tiempo, la conflictualidad relativa al uso del espacio urbano, el “conflicto de localización” (locational conflict, Roehl & Fesenmaier, 1987) que parece insita en el modelo de desarrollo turístico tradicional, daría paso a una situación donde el conflicto entre diferentes poblaciones urbanas queda más bien en el ámbito de lo potencial y, por lo tanto, de lo evitable.
Perfiles de usuarios urbanos: una propuesta analítica y metodológica
La primera variable trata de identificar el nivel de movilidad potencial del individuo como resultado de la suma de limitaciones geográficas a que está sujeto. Éstas pueden ser de varios tipos: vinculaciones de carácter económico, social y cultural. Las limitaciones sociales se refieren en particular a las dimensiones laborales y familiares, utilizadas por Enrique Gil Calvo (citado en Rodríguez González, 2002) para definir la condición “social” de adulto: trabajo fijo, pareja estable, domicilio fijo y progenie. Los vínculos culturales, en cambio, describen la identidad de los individuos y el propio estilo de vida. Mantener un estilo de vida estable y más situado (embedded), como diría Giddens, en la tradición del territorio comporta una mayor vinculación geográfica respecto al desarrollo de una cotidianeidad definida por una adhesión amplia a modelos culturales que son, a la vez, específicos y “globales”. Éstos últimos conferirían al individuo un perfil “cosmopolita”, o sea dotado de los medios culturales que le permiten desarrollar una rápida aclimatación en otro contexto urbano “globalizado” donde, prescindiendo de los filtros proporcionados por la industria turística, puede moverse con cierta familiaridad también fuera de los espacios estrictamente turísticos.
En relación al grado de vinculación cabe precisar, además, una diferencia en cuanto al ámbito territorial considerado por los residentes y los turistas. Para los primeros, el grado de vinculación se refiere al destino turístico objeto del estudio, mientras que en el caso de los turistas se considera el vinculo que éstos mantienen con el territorio de procedencia, o sea el lugar de residencia habitual.
La segunda variable, en cambio, define el grado de “transeúntidad” en un destino, que considera conjuntamente la duración de la permanencia y la frecuencia de los viajes hacia el mismo. En otras palabras, con esta variable se quiere medir la relación del individuo con el destino desde un punto de vista temporal ya no considerando solamente la duración de una estancia en concreto, sino mirando a la biografía del individuo donde podrían haber más “tránsitos” por el territorio.
Figura 1. Esquema de análisis de los usuarios urbanos. |
A partir de un trabajo de revisión bibliográfica se han identificado –y se describen a continuación, sin pretensión de exaustividad– varios grupos, que presentan importantes diferencias en relación a las variables propuestas. A partir de ahí, nuestra investigación se centra en uno de ellos en particular, el de los “post-bohemios”, una figura relativamente poco estudiada en la nueva geografía urbana, que, en nuestra opinión, ofrece rasgos muy interesantes en la interpretación del fenómeno turístico contemporáneo. Se trata de una figura emblemática de la fluidez de las sociedades urbanas, en la cual desvanece la contraposición tradicional entre turista y residente, así como uno de los principales vectores de fenómenos de ósmosis y mutación entre los varios grupos, entrelazando todo tipo de relaciones dinámicas entre ellos, hasta el punto de protagonizar la construcción de “espacios líquidos” en la ciudad, los locii del mestizaje mencionado antes.
Esta investigación original se ha realizado utilizando informaciones recogidas con una exploración etnográfica durante los meses de marzo a mayo de 2009, en la ciudad de Barcelona. A este fin se utilizaron herramientas como la que Colette Pétonnet (citada en Monnet, 2002, p. 24) denomina observación “flotante”, o sea una mirada “medio distraída” que no se fija en objetos concretos, sino que “flota para que las informaciones penetren sin filtro, sin apriorismos, hasta que los puntos de referencia y las convergencias aparezcan y puedan entonces descubrirse las reglas subyacentes”.
La complejidad y la relativa novedad del fenómeno del post-bohemio han sugerido, además, la oportunidad de utilizar instrumentos cualitativos como entrevistas en profundidad no estructuradas que permitieran investigar las complejas motivaciones y percepciones de cada uno de los entrevistados. Se han entrevistado en total 18 mujeres y hombres de origen extranjero (aproximadamente la mitad procedentes de países extra-europeos), de una edad entre 21 y 38 años, y que han acudido a Barcelona para realizar una estancia de una duración superior a las dos semanas en el periodo de desarrollo del estudio, o en el pasado. Todos presentaban niveles de educación superiores y, al menos en la mitad de los casos, una formación relacionada con el mundo de las industrias culturales y de la comunicación. Podrían considerarse, en otras palabras, parte de esa clase creativa descrita por Richard Florida (2002), aunque caracterizados por una dimensión laboral intermitente y precaria, cuando no ausente en el momento de la entrevista. Por lo que se verá a continuación, los entrevistados en este estudio se pueden definir post-bohemios, o lo han sido en periodos anteriores.
Residente tradicional
Es el tipo de figura que mantiene una relación fuerte y estable con su entorno, es el “vecino de toda la vida”, figura sumergida en un contexto social basado en la proximidad. Con relación a la edad, se enmarcan en el perfil de residente tradicional: personas adultas y mayores, nacidas en la ciudad o que viven en ella desde hace mucho tiempo, lo suficiente como para sentirse parte de la misma y ajenos a otros contextos que puedan visitar ocasionalmente. El grado de vinculación social al territorio es elevado, en razón de una dimensión laboral “local” y de fuertes vínculos de tipo familiar.
Desde un punto de vista cultural este grupo presenta una identidad bastante centrada en lo local, que se ha formado cuando todavía la penetración de una cultura “global” en la cotidianeidad era relativamente escasa, y el desarrollo de modelos de comportamiento y de consumo era un proceso más bien endógeno a la sociedad local y nacional. Su estilo de vida es el producto de una cotidianeidad repetida y sedimentada en el tiempo, poco sujeta a cambios significativos.
Figura 2. Grupos de usuarios urbanos según su nivel de vinculación territorial y transeúntidad. |
El ámbito espacial en el que se desarrolla la propia cotidianeidad es relativamente fijo y concentrado. Excepto por razones de trabajo, su movilidad en el contexto urbano está, en buena medida, limitada al barrio o al área restringida de las pocas manzanas que rodean el edificio donde viven. También relativamente al tiempo libre, el contenido de las actividades y el contexto espacial donde se desarrollan se enmarcan en una dimensión rutinaria, de la cual solo ocasionalmente pueden y quieren salir para aprovechar las oportunidades de consumo y ocio que proporciona la ciudad.
En general, es escasa la relación con el entorno exterior a un restringido círculo espacial y social de familiaridad en el cual se sienten cómodos y protegidos. Se trata de personas poco propensas al cambio y al descubrimiento. El dinamismo del tejido urbano es percibido, sobre todo, como una amenaza a la tranquilidad y estabilidad de su propio estilo de vida, y son limitadas las ocasiones de encuentro y relación con otras tipologías de usuarios urbanos, exceptuados los que con ella tienen un enlace familiar.
Excluyendo, en el caso de algunos, los desplazamientos a lugares de origen propio o de la familia, la relación con el viaje queda en la dimensión de lo ocasional, de lo extraordinario y dependiente de la intermediación de la industria del turismo de masa. Los residentes “tradicionales”, en otras palabras, cuando viajan se convierten precisamente en turistas “tradicionales”.
Nuevo inmigrante tradicional
El adjetivo tradicional no se refiere a la procedencia de un territorio relacionado con la inmigración “histórica”, o a una determinada ciudad, sino más bien a los significados y las modalidades en que se realiza la experiencia migratoria.
El nuevo inmigrante tradicional representa la primera generación de individuos que llegan procedente sobre todo de países del denominado Tercer Mundo (o externos al área denominada “OECD”[2] que incluye los países más desarrollados del mundo) por razones básicamente económicas. Como los residentes tradicionales llevan un bagaje identitario muy arraigado en el territorio donde se han criado, y que han dejado por un periodo que puede abarcar años, décadas o el resto de la vida.
Estas figuras desarrollan una doble y significativa vinculación territorial, desequilibrada, por un lado o el otro, según donde residen parejas e hijos. De esta forma la movilidad de los inmigrantes tradicionales es relativamente limitada, desarrollándose, generalmente, a lo largo del eje delimitado por el país de procedencia y el territorio de acogida. Por otro lado, una fuerte identidad cultural, muy distinta de la local, y unas condiciones sociales críticas, dificultan una rápida integración de este tipo de población en el tejido local. Más bien, con frecuencia resultan atrapados en enclaves culturales, bien definidos dentro del panorama urbano desde un punto de vista espacial.Autóctono cosmopolita
Con respeto a los residentes “tradicionales”, con los cuales en muchos casos están conectados por relaciones de tipo filial, esta figura tiene una significativa –aunque no exclusiva– vinculación cultural e identidaria con la ciudad, por haber nacido y vivido la totalidad o buena parte de sus vidas en el marco de su área metropolitana. Se trata, en otras palabras, de las nuevas generaciones de ciudadanos criados en un contexto cultural distinto al que conocieron sus padres o abuelos en su juventud. Individuos cuya formación socio-cultural se ha realizado en el marco de una aceleración del fenómeno de la globalización y de la afirmación de la sociedad individualista que les sitúa en un estadio más avanzado respecto a las precedentes generaciones en el ya mencionado proceso de des-socialización y des-territorialización que caracterizado la sociedad contemporánea.
La identidad personal se presenta como estratificada e hibridada por la pertenencia, a veces más ideal que substancial, a una realidad territorial, por un lado, y el desarrollo de una cotidianeidad cada vez más inserta en el ámbito de una meta-cultura global, por el otro.
Con relación al sistema de vínculos sociales, esta figura presenta una situación de mayor libertad respecto a los residentes tradicionales. Por un lado, la progresiva elevación de la edad del primer hijo hace que un parte considerable de este segmento poblacional no presente significativas vinculaciones de tipo familiar. Por el otro, el hecho de estar realizando todavía un recorrido formativo o de integrar un mercado cada vez más caracterizado por instrumentos contractuales flexibles e inestabilidad ocupacional, determina en el caso de muchos jóvenes una situación profesional relativamente poco vinculante, por lo menos en un óptica temporal de medio y largo plazo.
Las potencialidades de este grupo en términos de movilidad pueden llegar, según los casos, a alcanzar niveles relativamente altos, en razón de los presupuestos culturales que, a diferencia de otras figuras más tradicionales, le permitirían moverse “por el mundo” con mayor facilidad y tranquilidad. Los autóctonos cosmopolitas tienen la posibilidad de viajar frecuentemente a otros destinos urbanos, sea por razones profesionales o de turismo.
Estas nuevas generaciones de ciudadanos han crecido paralelamente al proceso de reconversión hacia el sector terciario del sistema económico de la ciudad, con lo cual están acostumbrados a la constante transformación de su panorama y de su abanico de ofertas. Respecto a las generaciones precedentes, expresan mayores y crecientes expectativas en relación con las ocasiones de consumo, para cuyo disfrute se desplazan con naturalidad por todo el espacio urbano.Nuevo residente
El nuevo residente presenta aspiraciones y prioridades diferentes de las que llevan al inmigrante tradicional a viajar. Si éste viaja a una ciudad occidental para “ganarse la vida” y básicamente mejorar las propias condiciones económicas, el nuevo residente es atraído por la oportunidad de poder vivir en un contexto que considera estimulante y que probablemente ha tenido en el pasado la ocasión de experimentar en calidad de turista. Esto puede implicar también una valoración de tipo profesional, que sin embargo integro hoy una consideración global de las calidades de la ciudad, de su oferta y de su atmósfera (Dziembowska-Kowalska y Funck, 2000).
Como indica Florida (2002) en relación a la movilidad de la “clase creativa” internacional, se asiste, en particular, a la afirmación de nuevos residentes con estudios y carreras relacionadas con el mundo de las industrias culturales, llevados por la ilusión de incorporarse a la dimensión productiva del mercado cultural local, o de poder seguir un recorrido formativo en el contexto adecuado. Músicos, actores, diseñadores o cocineros acuden a las principales ciudades europeas procedentes de varias partes del mundo atraídos por la estimulante escena de la que quieren gozar y también protagonizar. Muchos lo intentan y algunos lo logran. Otros esperan ocasiones y tiempos mejores; mientras tanto, se conforman con disfrutar de la oferta y de la “onda” juvenil y cosmopolita.
La dimensión del tiempo libre y de las relativas oportunidades de consumo es central para entender las razones por las cuales miles de jóvenes deciden cada año transferirse a otra ciudad sin tener necesariamente la posibilidad o la voluntad de integrarse en la clase creativa local. Es en la dimensión del ocio donde mejor se puede disfrutar ese clima, también atmosférico, por el cual se aceptan situaciones laborales no particularmente favorables, en varios casos peores de las que pueden encontrar en los países de procedencia. Esto explica también porqué este particular segmento poblacional se caracteriza por una mayor “transeúntidad” con relación a otras tipologías de residente. Cuando se empiezan a priorizar aspectos laborales o sociales de otro tipo, el appeal de la ciudad puede no ser ya suficiente para decidir seguir residiendo en ella. De otra manera, puede intervenir simplemente la necesidad de un cambio, la voluntad de emprender una nueva fase en un nuevo contexto, esa “compulsión por la movilidad” que puede haber estado en la misma base de la decisión de dejar el domicilio precedente para ir a vivir una experiencia en otro contexto. Para algunos, esta experiencia coincide con un episodio “intersticial” de la vida, una ocasión para dilatar la propia etapa juvenil, antes de adentrarse en el mundo de los adultos. Otros, en cambio, optan por quedarse más tiempo, profundizar la relación sociocultural con el territorio y reforzar el sistema de vinculación a la ciudad de acogida, a la luz, por ejemplo, de una mayor estabilidad laboral o la creación en ella de un nuevo núcleo familiar.Trabajador suburbano (commuter)
En su trabajo sobre los procesos de urbanización y de creación de la ciudad contemporánea, Guido Martinotti (1993) asocia la formación de la metrópolis de “primera generación” con el fenómeno del commuting, o sea de la integración en ella de una “población flotante” de trabajadores que acuden diariamente a la ciudad para alcanzar sus puestos de trabajo, mientras que su residencia se queda fuera de ella, acabando con entramar un paisaje urbano estructurado en grandes flujos de movilidad suburbana[3]. La relación de los trabajadores suburbanos con la ciudad no puede ser continua y lineal, porque queda interrumpida a diario por la vuelta a casa. La permanencia en el centro metropolitano tiene que ver en buena parte con razones laborales, mientras que es menos importante la relación con el centro urbano en lo que refiere a la dimensión del tiempo libre; hasta los vínculos de tipo “afectivo” con él resultan tenues, puesto que se trata de el lugar de la faena. A veces, el conocimiento de la ciudad se limita al entorno más próximo al lugar de trabajo, de que los trabajadores se apresuran a huir en cuanto se acabe el horario laboral (Indovina, 1988).
Evidentemente la oferta de ocio que puede brindar el centro metropolitano ejerce una fuerte atracción también sobre el territorio circundante, cuya intensidad depende asimismo del grado de proximidad y accesibilidad al centro urbano. En otras palabras, cuanto más nos alejamos de éste aumenta el coste, en términos económicos y de tiempo, relativo al consumo en él. Así que, con el aumento de la distancia, el desplazamiento al centro por actividades de ocio, asume un carácter cada vez más ocasional y extraordinario.Turista tradicional
Típico producto de la industria turística de masa, esta figura se puede considerar, de alguna forma, como la traducción turística del residente tradicional, y, por lo tanto, caracterizada por una elevada vinculación social y cultural al territorio de procedencia. La estancia media y el nivel de repetición en los destinos urbanos son normalmente inferiores a los que se registran en otros tipos de destino, así que la “transeúntidad” de este grupo resulta particularmente elevada.
El carácter extraordinario del viaje y la falta de familiaridad con contextos urbanos diversos de lo habitual (en comparación con grupos más cosmopolitas) determinan la necesidad de encomendarse a los servicios de operadores del sector turístico. El turista tradicional es adverso al riesgo y a lo desconocido. Lo que busca es una diversidad “moderada” y, si es el caso, mediada, para evitar que la búsqueda de informaciones y claves de interpretación suponga un esfuerzo (o coste) excesivo, o que el encuentro se convierta en un indeseado “choque cultural”. La industria turística se propone, por lo tanto, en su función de “filtraje” de las señales incorporadas en el paisaje urbano. Cuanto menor es la preparación cultural, más estrechas serán las mallas del filtro y más limitado el contacto directo con las texturas del territorio y sus habitantes. Esta labor de familiarización del destino depende, según autores como Urry (1990), de una simplificación o compresión de la realidad urbana, llevada a cabo por la industria turística a través de la selección y comunicación de los elementos más conocidos y característicos, ofrecidos a la mirada del turista tradicional de acuerdo con la duración de su visita. Así los turistas tradicionales suelen seleccionar los recursos y las actividades más emblemáticos según lo que propone la guía o el paquete turístico.
Consecuentemente, también el ámbito espacial dentro del cual se realiza la experiencia turística queda limitado a los principales atractivos y sus cercanías inmediatas, donde se puede desarrollar una intensa oferta de servicios accesorios a la práctica turística como los de restauración, sobre todo comida rápida, y la oferta comercial especialmente dirigida al segmento turístico, como recuerdos o prensa extranjera. De esta forma, se configuran las zonas turísticas, ámbitos donde el visitante se puede mover (y consumir) sin problemas, consciente de que se encuentra en un contexto concebido o expresamente desarrollado para él. Se trata de áreas que responden a “principios jerárquicos y segregativos y a lógicas de división territorial” (Minca, 1996, p. 124), donde el “cultivo” turístico se impone sobre otros usos del espacio urbano y cuyos límites, por lo tanto, son fácilmente reconocibles. A este propósito, Tim Edensor (2006, p. 25) propone el concepto de “tourist taskscape”: un paisaje representado por un conjunto de espacios simplificados, purificados de elementos extraños y caóticos, donde las “formas visuales y funcionales” se reducen a unas pocas imágenes-claves, posiblemente el resultado de la manipulación por esos actores, por ejemplo los TTOO Palou Rubio, 2006), que derivan su beneficios de empresa de un “consumo rápido” de la ciudad.Nuevo turista cultural
Esta figura puede presentar valores medianos de vinculación social al territorio de procedencia, sobre todo a nivel laboral. Una situación que, en línea general, comporta la necesidad de limitar el viaje a pocos días, normalmente el fin de semana, si bien el tipo de experiencia turística puede llevar a realizar estadías más larga durante los periodos vacacionales o a repetir el viaje más veces. A nivel cultural, en cambio, este grupo presenta un perfil menos limitado a la dimensión local con respecto al turista tradicional, estando acostumbrado a un estilo de vida relativamente más inspirado por modelos culturales globales. En cuanto a vinculaciones y potencialidades en términos de movilidad, este grupo presenta claras analogías con la figura del autóctono cosmopolita. En consecuencia, se pueden definir como individuos que tienen cierta familiaridad con el viaje y los contextos urbanos. La oportunidad de desplazarse frecuentemente a destinos urbanos le convierte en lo que Maitland (2008, p. 18) define como “expertos consumidores de ciudad”.
Su conocimiento y capacidad de “des-codificación” del contexto urbano, así como su condición cultural, les permite emanciparse del sistema de filtros de la industria turística. Expresan un tipo de demanda de experiencias que no coincide con (o hasta rechaza), la actividad turística tradicional, basada en lo tangible y visible, y que, en cambio, se dirige hacia elementos intangibles de la cultura local (Richards & Wilson, 2007), vista como un “proceso” (la producción de significado) y no necesariamente un objeto material. Reclaman, en otras palabras, una oferta cultural menos estandardizada y más amplia respecto al patrimonio histórico-artístico, que idealmente abarca el entero espacio urbano. El paisaje cultural que les atrae, y en el cual ellos mismos intervienen a través de sus actuaciones, es complejo, expresión del carácter de la ciudad y determinado concretamente por la calidad, la amplitud y la variedad del conjunto de ocasiones de consumo y de ocio. Importantes en la definición del atractivo del destino resultan, por lo tanto, aspectos tales como la oferta de ocio nocturno y las oportunidades de shopping. Todo puede ser susceptible de interés y consideración, a partir de los mismos servicios turísticos, como el alojamiento y la restauración, que pueden así convertirse en elementos más bien complementarios que accesorios al resto de la oferta urbana (como sugieren el éxito de los hoteles de diseño y el creciente protagonismo de la oferta gastronómica en el panorama turístico urbano).
Para el nuevo turista cultural, la realización de su propia experiencia urbana implica –en consideración también de los vínculos temporales– elegir entre los elementos que componen la oferta general. Sin embargo, a diferencia del turista tradicional, la selección de éstos es un proceso notablemente más individualizado, que depende más bien de los intereses personales y del nivel de conocimiento del paisaje urbano, en lugar de las propuestas de las guías turísticas. Esto determina un comportamiento espacial menos homogéneo y previsible, coincidente con la ubicación de los principales atractivos patrimoniales. El nuevo turista urbano, en otras palabras, puede, y normalmente busca, salir del estricto ámbito del circuito turístico tradicional dibujando trayectorias espaciales personalizadas, que podrían alcanzar cualquier sector de la ciudad: espacios, para quedarse con las definiciones introducidas antes, que se podrían llamar “post-turísticos”.
Turista de negocios
Desde el punto de vista de la vinculación territorial, el turista de negocio presenta una situación análoga a la del nuevo turista cultural. En razón de su trabajo, además, viaja frecuentemente a destinos urbanos, lo que le convierte en experto consumidor de ciudad y una figura cosmopolita. En general la permanencia en el destino es muy breve, en muchos casos limitadas a una sola pernoctación (Pearce, 2005).
Una parte importante del tiempo pasado en la ciudad se relaciona, por lo tanto, con el objeto principal del viaje, o sea la participación en encuentros de trabajo, congresos u otras situaciones profesionales. El tiempo residual puede ser utilizado para extensiones informales de reuniones de trabajo, eventos mundanos o breves excursiones por la ciudad para aprovechar una oferta particular de restauración o realizar actividades de ocio nocturno, en varios casos guiados por los mismos residentes con los que se han relacionado en ocasión de los encuentros por razones profesionales. Experiencias más tradicionales de turismo pueden realizarse cuando, por ejemplo, en el programa propuesto por los organizadores de seminarios están previstas excursiones de tipo cultural. Sin embargo, las prioridades profesionales del viaje determinan una movilidad en el espacio urbano fuera de los circuitos turísticos tradicionales que, eventualmente, pueden cruzar brevemente en ocasiones.
En relación al número de viajes, sobre todo en las principales ciudades, el turista de negocio puede presentar un discreto grado de repetición, generalmente más alto respecto al turista de patrimonio, en particular porque pueden ser frecuentes o, por lo menos, repetidas, las ocasiones de viajar a un mismo destino por razones profesionales. Es el caso, por ejemplo, de los que acuden al mismo recinto ferial para asistir cada año a un evento particular relacionado con el sector en el cual operan.Post-bohemio
El post-bohemio representa, posiblemente, una figura emergente adentro del panorama de la ciudad; su influencia sobre algunas dinámicas urbanas resulta cada vez más significativa, sobre todo con relación a algunas áreas de las ciudades estrella del “nuevo turismo cultural” de las última décadas, entre las cuales destaca Barcelona. Es además el perfil que mejor encarna las nuevas tendencias surgidas en el marco del turismo urbano.
El término utilizado para describir este grupo hace referencia al mundo de los bohemios de la segunda mitad del siglo XIX, con los cuales pueden tener interesantes analogías, aunque sin coincidir necesariamente en los presupuestos ideológicos a partir de los cuales se desarrolló, en la comunidad artística que orbitaba hace más de un siglo en torno al parisino Barrio Latino, una forma de vivir de intención alternativa y antagonista al sistema de convenciones y reglas de la sociedad burguesa. Los bohemios parisinos profesaban un espíritu de libertad con respecto a las vinculaciones geográficas, que se cree inspirado a la cultura gitana: de aquí el nombre[4]. Una libertad también de los bienes materiales duraderos, que se reflejaba en un estilo de vida frugal sin la preocupación del futuro y, en cambio, con la voluntad de disfrutar en el presente de los placeres de la vida sin inhibiciones prescindiendo, en lo posible, de la mediación del dinero. En otras palabras: una actitud hedonista a partir de un principio de escasez.
Los post-bohemios no representan una nueva forma de contra-cultura consciente, como en tiempos más recientes lo fueron los movimientos beat e hippie, y, en la actualidad, el movimiento no global. Más bien que a una adhesión “existencial”, el término post-bohemio se refiere a una condición temporal que se refleja en un estilo de vida provisional, en línea con los principios de la sociedad líquida. El prefijo “post”, ha sido elegido en alternativa a “neo” precisamente para no sugerir una línea de continuidad ideológica con los antiguos bohemios, y al mismo tiempo, para resaltar esta figura quizás como la más paradigmática en la sociedad post-moderna.
El post-bohemio se propone como la figura intermedia por excelencia –como indica su posición central en el “mapa social” propuesto– e intersticial, o sea definida según un principio de diferenciación con respeto a grupos más conocidos y estudiados como los presentados antes. Su permanencia en el destino es relativamente extensa si se compara con las demás poblaciones turísticas, desde semanas hasta meses, en razón sobre todo de un nivel de vinculación territorial muy bajo que le permite gozar de una elevada condición de movilidad. Se trata normalmente de jóvenes que pertenecen a la primera generación totalmente criada en la época post-fordista, desancorados de las referencias identidaria con el “local” y más bien interesados por modelos de consumo a-geográficos, “globales”. Al mismo tiempo, pueden gozar de cierta familiaridad con los contextos urbanos debido, en varios casos, a experiencias previas en diferentes ciudades. Hablamos, en otras palabras, de un grupo poblacional caracterizado por un perfil cosmopolita.
Un grupo que, además, no presenta vinculaciones sociales particulares, ni a nivel familiar ni profesional. Relativamente a la segunda, se considere que para un número creciente de personas toma relevancia la perspectiva de una vida laboral intermitente, en razón de la creciente desregulación del mercado laboral, que fomenta la utilización de modelos contractuales a tiempo determinado. De esta forma se producen periodos de actividad alternados con tramos de inactividad, lo que lleva Elliot y Lemert (2007) a proponer el concepto de “pobreza dinámica”. Si miramos a esta misma dinámica desde otro punto de vista, podemos considerar los periodos de actividad e inactividad como momentos en el cual el individuo participa en el proceso productivo y realiza también actividades de consumo, respectivamente periodos en los cuales su función económica se agota en el ámbito del solo consumo. En este segundo tipo de situación es cuando se puede realizar la condición del post-bohemio.
La perspectiva de un periodo largo, en varios casos indefinido, de inactividad laboral o formativa, puede ser la ocasión de realizar esa compulsión “postmoderna” por el cambio y la movilidad, para reconfigurar la propia cotidianeidad en un contexto espacial diferente de lo habitual. En este sentido, los post-bohemios reflejan ese nomadismo que parece caracterizar el individuo en la sociedad postmoderna y al cual aspiraba también el bohemio del siglo XIX. Así como Bauman (2005, p. 3) describe a los nuevos nómadas, los post-bohemios son personas “ligeras, briosas y volátiles” que se sienten como en sus casas en muchos lugares y en ninguno en particular. El nuevo “territorio de atraque” debe, al mismo tiempo, presentar las condiciones culturales para que el post-bohemio pueda desarrollar un inmediato, si bien superficial, “sentido del lugar” (Maitland, 2008, p. 19). La reconfiguración temporal de la propia cotidianeidad no tiene que ser un proceso que implique alterar el propio estilo de vida, sino, más bien, desarrollarlo gracias a la posibilidad de escenificarlo en un contexto estimulante y “legible”.
Los post-bohemios expresan una “demanda de ciudad” (Amendola, 2003), la posibilidad de experimentar el estilo de vida urbano hecho de “elecciones y oportunidades” (Hannigan, 1998). Expresan, en otras palabras, un deseo de libertad respecto a la posibilidad de seguir los propios intereses e inclinaciones para poder, finalmente, vivir una “extraordinaria cotidianeidad” aprovechando de la extensa oferta así como del anonimato que caracteriza al individuo en un entorno nuevo y, en general, en la ciudad contemporánea. El objeto de la experiencia turística es representado, por lo tanto, por la atmósfera que la ciudad es capaz de ofrecer y que el post-bohemio quiere vivir y “absorber”. La competitividad del destino con relación a este particular segmento de mercado depende, por lo tanto, de la imagen que, en este sentido, es capaz de proyectar.
Otro aspecto peculiar de los post-bohemios es la habitual emancipación de la intermediación de la industria turística. En el desarrollo de la propia experiencia suelen prescindir de los servicios turísticos: en particular, la larga estadía que les espera sugiere la oportunidad de optar por otras soluciones de alojamiento respecto a la hotelera. Esto no solamente por responder a prioridades de carácter económico; la construcción de una nueva cotidianeidad pasa también por la presencia, aunque sea de forma provisional, de una referencia doméstica, “mi casa” o “mi habitación”. Si bien hay también quien se encomienda al servicio de agencias que operan en el sector cada vez más florido del alquiler de apartamentos turísticos, la costumbre es la de dirigirse al mercado informal, lo cual, entre otras cosas, impide tener una constancia estadística directa del fenómeno. Sin embargo, la creciente importancia en términos cuantitativos se puede intuir a partir del significativo incremento del precio del alquiler en algunas áreas “bohemias” de la ciudad, en el proceso de convertirse en turística (véase más adelante el caso del barrio de la Barceloneta).
En la fase previa a la llegada al destino, por lo tanto, el post-bohemio procede normalmente a activar canales informales, amigos o contactos a partir de anuncio en Internet, con el fin de encontrar un piso o una habitación en alquiler. En general, el piso compartido parece ser la solución más práctica y la más elegida, también por razones de carácter social. De esta forma, es posible entrar en contacto con personas que, por llevar más tiempo en la ciudad, pueden ser apoyos válidos en la etapa de familiarización con el nuevo contexto. La ubicación, de hecho, es un aspecto prioritario en la elección del alojamiento, mientras resultan que aparentemente menos importantes las condiciones propias del piso, como la extensión del mismo o de las habitaciones, la calidad del edificio y del mobiliario, o el número y las características de las personas con quien compartir, en muchos casos, el único baño. “Total, es para poco tiempo, se aguanta”[5]. En consideración de una perspectiva temporal relativamente reducida respecto a los residentes, el post-bohemio acepta tener un estilo de vida generalmente más frugal respecto a lo que suele seguir en su domicilio habitual –“todo tiene que caber en los 20 kilos de la maleta”. Una actitud que no es nueva y que se puede rescontrar leyendo también los relatos de James Boswell (Freixa Lobera, 2003) acerca de su experiencia en la Londres del siglo XVIII. Joven vástago de la aristocracia escocesa, acude a la capital inglesa llevado por los anhelos de libertad que ésta prometía. Enfrentado a problemas de presupuesto, Boswell decide reducir sus pretensiones habitacionales, optando para una residencia más económica a fin de poder seguir disfrutando del gran espectáculo de la metrópoli ya que “la ciudad entera es su jardín, su comedor, su sala de estar y de lectura” (Freixa Lobera, 2003). Durante sus nueves meses de estadía, la prioridad es concedida por lo tanto al disfrute del amplio abanico de oportunidades en la esfera del tiempo libre que Londres puede ofrecer.
Para el post-bohemio, el largo periodo vacacional puede ser aprovechado para seguir las propias inclinaciones, dedicar más tiempo a la profundización de intereses culturales –“Barcelona es un lugar ideal para hacer fotografías, hay una buena luz”–o en general dedicarse a actividades de ocio de todo tipo como hacer jogging en el paseo marítimo o relajarse en el Parc de la Ciutadela leyendo un libro.
Según el filosofo francés Michel Onfray (entrevistado en Para, 2009), una vez en el destino, el post-bohemio optaría más bien por la práctica de un hedonismo filosófico “que pone el ser en el centro y el tener en la periferia”, en lugar de un hedonismo vulgar centrado en la obtención de objetos. Algo que recuerda al antiguo bohemio. Éste no busca necesariamente la confortabilidad de lo privado; anhela, en cambio, la proximidad con lo público, lo urbano, porque la percepción es que allí es donde “siempre pasa algo”, donde “hay movida”, finalmente “donde hay gente”. El post-bohemio no está interesado, de hecho, en la intimidad de la experiencia turística; no desarrolla aquella mirada “romántica” (Urry, 1990) que caracteriza el turista tradicional y que considera como interferencia negativa la presencia de otros visitantes en el momento solemne de la contemplación del patrimonio histórico-artístico. Se trata de lo que Chris Rojek (1997, p. 71) califica como la “atracción por cambiar los códigos de conducta”. Es el anhelo a poder aflojar los frenos inhibitorios. “En Barcelona parece que puedas hacer lo que quieres por la calle, no hay muchas limitaciones, no hay horarios”. La ciudad como promesa de libertad, donde es posible “sentirse realmente jóvenes” en razón del acceso a una oferta variada y aparentemente inagotable.
La hegemonía de la visión deja el paso a un acercamiento “corporal” a la experiencia turística. El cuerpo como elemento a través del cual el individuo se sumerge en el espacio para “absorber” la atmósfera urbana ofrecida por el destino e interactuar con el entorno, con los demás; se vuelve entonces en elemento de comunicación y, como propuso Emile Durkheim (citado en Le Breton, 2000), en “factor de individualización”, por ser la principal frontera visual y tangible de nuestra personalidad. Para el post-bohemio, la experiencia turística se vuelve, así, en representación del propio estilo de vida urbano, en manifestación libre, cuando no enfatización, de la propia identidad, de lo que es o de lo que aspira a ser. Es la metáfora de la ciudad-escena de Erving Goffman (1959) que substituye la ciudad-museo del turismo tradicional; es la ciudad neobarroca de la cual habla Amendola (2003), teatro abierto que nunca cierra y donde cualquiera puede ser espectador y actor al mismo tiempo.
La fascinación de los post-bohemios hacia la gran ciudad reside también en la heterogeneidad de las dinámicas que se dan en ella y en la posibilidad de realizar un “zapping cultural” (Minca, 1996, p. 129) que permite a los usuarios urbanos diseñar una ciudad à la carte. Es la posibilidad de escoger entre una oferta urbana variada y accesible que permita una libre y “extraordinaria” reconfiguración de la propia cotidianeidad.
A continuación, la información recogida a través del estudio etnográfico ha sido ordenada, elaborada y referenciada para sacar algunas conclusiones sobre el papel que los post-bohemios asumen en la creación de un paisaje “`post-turístico” en Barcelona.El paisaje turístico de Barcelona entre la segregación y el mestizaje: el papel de los post-bohemios
Según varios autores (entre los cuales nos limitamos a citar Monica Degen 2003, y Graeme Evans, 2009), Barcelona ha sabido desarrollar en las últimas décadas –y notablemente a partir de la gran obra de regeneración urbana coincidente con las Olimpiadas del 1992– una imagen ecléctica y atractiva de ciudad que, según varias opiniones, se denota como dinámica y juvenil, cultural y creativa al mismo tiempo que “divertida”, mediterránea y cosmopolita. “Barcelona parece menos española y más internacional”, afirma uno de nuestros entrevistados; “(…) una ciudad que nunca duerme donde siempre hay algo nuevo que hacer”. Una ciudad, en otras palabras, donde la dimensión del fin de semana abarca todos los días.
Hay cierta fascinación por esa atmósfera canaille que, en el caso de Barcelona, caracteriza sobre todo el centro histórico durante las horas nocturnas. “Es interesante pasear por la noche alrededor de las Ramblas, ver la trasgresión (…) Encuentras gente rara; hay prostitutas, camellos, borrachos. Hay bares y antros aparentemente clandestinos,… Todo es un poco clandestino pero no te sientes realmente en peligro”. Siempre hay gente y policías por todas partes. Puede tratarse de esa contradicción cultural que según Hannigan (1998, p. 7) es expresión de la clase media: experimentar emociones pero de forma controlada, sin enfrentarse a situaciones de riesgo.
La efectiva accesibilidad de una oferta variamente distribuida por la ciudad depende también del sistema de movilidad urbana. Un aspecto que con relación a la situación de Barcelona, por ejemplo, es valorado positivamente gracias a un eficiente y capilar sistema de transporte público, por lo menos en el ámbito municipal, que permite al usuario dibujar libremente sus propios recorridos de consumo urbano. La heterogeneidad de la oferta urbana, sin embargo, no se distribuye de forma regular y no se replica en cada sector de la ciudad. La fuerza de la propuesta diversificada de un paisaje urbano ecléctico de la ciudad pasa también o sobre todo a través de la presencia de áreas que presentan ciertos grados de homogeneidad en la concentración de un particular tipo de oferta y consumidores. Pueden haber, por lo tanto, diversos escenarios y diferentes espectáculos en la “cartelera” urbana.
Hay, en este sentido, varias Barcelonas, diferentes atmósferas que pueden interesar idealmente a toda la ciudad pero cuya manifestación se realiza con mayor intensidad en algunos sectores urbanos en concreto, que podemos definir como áreas post-turísticas. Éstas constituyen ámbitos espaciales de límites indefinidos que no resultan separados desde un punto de vista funcional del resto de la ciudad; se proponen, en cambio, en una línea de continuidad, de cambio gradual respecto a la oferta y el panorama poblacional de las áreas contiguas. Es en estos microcosmos urbanos donde se desarrolla el baricentro, principal escenario de la nueva cotidianeidad del post-bohemio. Este trata, por lo tanto, de instalarse en el área que más adhiere a sus propios intereses y necesidades para poder así gozar de la proximidad con la particular y deseada oferta urbana.
Por su parte, el panorama turístico tradicional de Barcelona se compone de una serie de elementos puntuales claramente definidos en el espacio, sobre los cuales se centra la mirada turística. Una mirada binaria que “filtra” el paisaje y separa los atractivos turísticos de los elementos que desde su perspectiva no se reconocen como turísticos. En cambio, el nuevo paisaje turístico impulsado por grupos intersticiales como los post-bohemios, no promueve elementos concretos sobre los cuales centrar nuestra mirada. Los denominados landmarks arquitectónicos pueden considerarse para el turista tradicional nuevos monumentos a visitar o fotografiar, pero en el panorama “postmoderno” de la ciudad se convierten en elementos simbólicos, referencias que sirven para connotar, conjuntamente con la oferta de consumo, el contexto en el cual se encuentran. En el paisaje mental del nuevo turista cultural elementos como, por ejemplo, el MACBA de Richard Meyer, en lugar de ocupar el centro de la escena y ser visto por los turistas exclusivamente como museo, pasan al fondo para ofrecer con la espectacularidad de sus fachadas la escenografía para un espectáculo que en realidad no se desarrolla en ellos sino delante o en sus proximidad: en el caso del MACBA, será punto de encuentro culturalmente y estéticamente llamativo para consumidores culturales y skaters.
Según Mark Francis (citado en Díaz & Ortiz, 2003), los espacios públicos son “elementos nucleares de la vida urbana que reflejan nuestra cultura, creencias y valores públicos”. Es, de hecho, la superficie de estos que actúa de escenario principal, donde la sucesión continua de representaciones individuales produce la atmósfera, el verdadero espectáculo urbano. No hay que sorprenderse, por lo tanto, de las significativas repercusiones turísticas de las políticas urbanísticas dirigidas a la modelación o, como en el caso de la nueva Rambla del Raval, a la creación de nuevo espacio público. Gracias también a cierta tradición mediterránea del “vivir la calle”, Barcelona puede brindar una notable vitalidad del espacio público, particularmente apreciada entre los usuarios que proceden de áreas climáticas menos generosas.
Finalmente, es al espacio público al que se dirigen la mirada y el cuerpo del post-bohemio, llamado a su vez a poner en escena su estilo de vida. De esta forma se va configurando una relación circular entre entorno urbano y turista: éste “performs the place” (Coleman & Crang, 2002, p. 15), o sea actúa (en) el espacio, contribuyendo a su constante proceso de re-significación, al mismo tiempo que a su consumo. Sin embargo, la atmósfera particular que caracteriza las áreas post-turísticas no es simplemente dada por la sucesión de flujos de turistas que transitan sobre el escenario urbano. El proceso de construcción social del paisaje se alimenta necesariamente de la co-presencia de diferentes actores y de la interacción entre estos. La pluri-funcionalidad de estas áreas permite el desarrollo simultáneo de diferentes procesos de significación del espacio, contrastando así con la lógica “exclusivista” de la zona turística tradicional, cuya semiótica es dominada por las “mentiras” evocadas por Salou Rubio (2006).
En este sentido, la playa representa, sin duda, uno de los ámbitos privilegiados de la ostentación e interacción de los cuerpos, y el litoral urbano de Barcelona se propone como uno de los principales escenarios y activos de la ciudad. “Es increíble poder tener la playa todo el año a tan solo unos minutos o unas pocas paradas de metro de tu casa”. Sin ofrecer la calidad que se puede encontrar a lo largo de toda la costa catalana, las playas de Barcelona conocen durante los meses más calidos del año una concurrencia que no se puede explicar exclusivamente con consideraciones de accesibilidad y proximidad. Para algunos, particularmente entre los autóctonos, la multitud que puebla las playas de la ciudad es el principal elemento negativo; para otros esa multitud actúa precisamente como atractivo. Muy concurridas, sobre todo por turistas, son las playas más céntricas y atestadas, como las de Sant Miquel o de la Barceloneta, cuyo atractivo reside principalmente en la oferta de un paisaje humano y un ambiente dinámico, de moda: la evolución playera del espectáculo urbano.
Estas áreas post-turísticas proponen, al mismo tiempo, el acercamiento físico de diferentes perfiles poblacionales que coinciden en un determinado momento en las mismas prácticas urbanas. La convergencia en los intereses y en los contenidos de las actividades relativas al tiempo libre favorece precisamente el encuentro espacial entre las varias figuras intermedias, sobre todo allí donde se concentra un determinado tipo de oferta de ocio. Una situación que, por lo tanto, permite el desarrollo de dinámicas relacionales entre post-bohemios y diferentes categorías de turistas y residentes, como se ilustra en la Figura 3.
Las dinámicas relacionales entre post-bohemios y residentes tradicionales pueden ser de conflicto, ya que existe una verdadera competición para la vivienda y el uso del espacio público. El caso más emblemático está representado por la situación actual del barrio de la Barceloneta[6]. Su ubicación en el litoral barcelonés ha hecho de este antiguo barrio popular y marinero un área muy cotizada, sobre todo durante los meses de verano, tanto que los precios de la vivienda se han disparado hasta convertirlo en el barrio donde el precio del alquiler por metro cuadrado se sitúa entre los más altos de la ciudad[7], síntoma de un evidente proceso de gentrificación, posiblemente impulsado por la consolidación de un paisaje playero postmoderno.
Figura 3. Las principales dinámicas relacionales entre turistas y residentes. |
En los otros casos ilustrados en Figura 3, más bien que de situaciones de conflicto se puede hablar de relaciones abiertas o incluso episodios de encuentro, que tienen lugar en espacios públicos fluidos. En ellos, se cruzan figuras y dinámicas urbanas diferentes, como residentes que trabajan o turistas que realizan actividades de ocio, lo que contribuye también a la vitalidad de determinadas áreas y, finalmente, a sus atractivo. Varios de los entrevistados han coincidido en apreciar la presencia en determinadas áreas de grupos poblacionales no turísticos. En particular, se trata de esa sensación confortante de encontrarse en un contexto “real”, en la verdadera “Barcelona”, debido a la presencia de figuras urbanas que no pertenecen al segmento cosmopolita.
Se escucharon opiniones como esta: “El Poble Sec es un barrio popular. No está mal si quieres tener una idea no distorsionada de Barcelona. Fuerte presencia extranjera pero todavía muchos locales: viejos, gente normal. Pequeñas tiendas, el panadero, el peluquero, el boticario”. La presencia de comunidades de extranjeros, sobre todo las de origen extra-europeo, representan un aspecto bien visible y también valorado del paisaje socio-cultural de algunos barrios de la ciudad. Esto vale particularmente en el distrito de Ciutat Vella donde se registra la tasa más alta de población extranjera de Barcelona[8]. “También las áreas más degradadas del casco antiguo no te impiden apreciar el andar por la calle, sobre todo por la vitalidad que las comunidades de inmigrantes confieren a esos espacios”.
El caso quizás más emblemático en este sentido es el de la comunidad paquistaní asentada en el Raval, seguramente una de las más reconocibles y visibles, entre otras cosas, por tener muchos de sus miembros trabajando en el comercio al detalle y la restauración. Gracias al contraste cultural que proporcionan en razón de las particulares prácticas urbanas, esta comunidad participa quizás más que otra en la producción de ese aire “pintoresco” y multiétnico, donde resaltan el olor del incienso y del shawarma así como las bandas sonoras de las películas de Bollywood, y que representa uno de los principales activos turísticos del Raval. Este barrio representa seguramente un interesante laboratorio en cuanto al desarrollo de las nuevas tendencias turísticas antes ilustradas. Con la realización del eje cultural del área norte a mediado de los años 1990 el Raval se ha ido convirtiendo en un de los nuevos referentes turísticos de la ciudad de Barcelona. La penetración del turismo en el barrio ha contribuido seguramente al proceso de revitalización económica del barrio y, paralelamente, a reforzar el atractivo del área como ámbito residencial sobre todo para algunas categorías poblacionales, particularmente entre los nuevos residentes y los post-bohemios. La llegada de estos potenciales agentes “gentrificadores” (Sargatal Bataller, 2009) ha sido acompañada por el creciente asentamiento en el barrio de flujos migratorios de origen extra-europeo que, si por un lado han contribuido a la profunda alteración de la morfología socio-cultural del Raval, al mismo tiempo parecen haber limitado el proceso de gentrificación que, en cambio, ha afectado mayormente a otro barrios “turísticos” de Ciutat Vella como es el caso del Born y de la Barceloneta. A pesar de las importantes intervenciones urbanísticas, las acciones de rehabilitación inmobiliaria y el avance de actividades comerciales y de ocio dirigidas al segmento trasversal de los jóvenes “cosmopolitas”, la gentrificación parece haber encontrado la “resistencia de la urbe”[9] y, entonces, ha empezado a “recular” (Calvo, 2009) en razón también del reagudizarse de problemas históricos del barrio, como el trapicheo de droga y la prostitución callejera.
Otro aspecto interesante es el desarrollo de las denominadas “tribus urbanas”. Comunidades de personas, principalmente jóvenes, que comparten un estilo de vida particular originado y desarrollado en el paisaje urbano: una sub-cultura representada por un conjunto de comportamientos distintivos en el marco de una meta-cultura global. Estos grupos se caracterizan, en muchos casos, por proponer y mantener un propio canon estético y realizar actividades similares, sobre todo en lo que refiere al consumo cultural y al ocio: expresiones culturales “horizontales”, de tipo a-geográfico, que, sin embargo, a escala local suelen manifestarse en espacios o áreas determinadas. La calidad, el renombre del “teatro” es lo que permite a la ciudad atraer actores interesados en conocer una determinada “escena” cultural.
A este propósito, el caso del turismo gay es sumamente significativo. Gracias, entre otras cosas, a un clima de creciente tolerancia, se ha podido desarrollar en Barcelona una importante y relativamente organizada comunidad homosexual, sobre todo alrededor de lo que es comúnmente conocido como Gayxample (área aproximadamente delimitada por las calles Comte Borrell, Enric Granados, Gran Vía y Diagonal en el Ensanche barcelonés). Esa comunidad se va afirmando progresivamente en razón, entre otras cosas, de los cada vez más importantes aportes externos que la dinamizan, convirtiendo la Ciudad Condal en uno de los destinos europeos más apreciados por el turismo gay. Otro caso interesante es el ya mencionado fenómeno de los skaters, que en Barcelona han elegido la Plaça dels Angels, justo delante del MACBA, como su principal lugar de encuentro y de “actuación”. Un espacio peculiar y muy apreciado tanto como para convertirse en un reclamo turístico internacional para este tipo particular de usuarios urbanos.
La base de la interacción, de esa sociabilidad casual y efímera típica de la ciudad contemporánea, es el compartir un mismo lenguaje “urbano”. La difusión del inglés –sobre todo entre las generaciones más jóvenes– es un aspecto fundamental del desarrollo de dinámicas relacionales inter-culturales. Pero no se trata solamente de una cuestión idiomática; la comprensión mutua y la interacción entre individuos se ve fomentada también por la adhesión a los mismos modelos de consumo y culturales globales, del que es parte integrante el uso de un ingles vulgarizado. Las dinámicas transversales, en otras palabras, se enmarcan dentro del segmento cosmopolita del nuevo paisaje socio-cultural del destino urbano.
En contraste, entre los turistas tradicionales, definidos sobre todo con relación al objeto de la experiencia turística, podemos encontrar cierta diversidad generacional y cultural. Pueden formar parte de este grupo también jóvenes cosmopolitas que, en este sentido, no presentarían particulares huecos culturales. Sin embargo, el comportamiento espacial, relacionado con el tipo de experiencia turística esperada, reduce notablemente las posibilidades del encuentro y la interacción con otros grupos urbanos.
En la Figura 3, se sugiere a través del grosor de las flechas que el potencial relacional más elevado es el que se desarrolla entre nuevos residentes y post-bohemios, en razón de una contigüidad, se podría decir antropológica, de las dos figuras. En muchos casos, a raíz del desplazamiento y la reconfiguración de la propia cotidianeidad en el destino de ambos grupos, se pueden hacer consideraciones análogas con relación a la imagen y a la oferta de consumo brindada por la ciudad. Intereses convergentes, que, en el ámbito del tiempo libre, favorecen el desarrollo de prácticas urbanas y comportamientos espaciales similares y, por ello, ocasiones de encuentro. La cercanía entre estas figuras, como surgió claramente de las entrevistas, empieza a realizarse en la esfera doméstica, ya que a menudo las necesidades y preferencias hacen coincidir post-bohemios y nuevos residentes en los mismos pisos compartidos.
La extensa permanencia en el destino permite, además, al post-bohemio desarrollar trayectorias urbanas y dinámicas relacionales más profundas respecto a figuras con un nivel de transeúntidad más bajo, como el nuevo turista cultural o el turista de negocios que transitan por la ciudad solo durante pocos días u horas.
Potencialmente menos intensas se presentan las relaciones entre post-bohemios y autóctonos cosmopolitas. Estos últimos disponen en el territorio considerado de un patrimonio social generalmente más desarrollado y profundo, construido a lo largo de una vida, que de alguna forma inhibe la abertura a nuevos “circuitos sociales”. Además hay que considerar la importancia en términos tanto cuantitativos como socioculturales alcanzada por las poblaciones turísticas en un destino como Barcelona, algo que evidentemente ha reducido el carácter exótico de los turistas y, según los casos, el interés o la curiosidad de los autóctonos para instaurar relaciones con ellos, aún cuando no hayan particulares obstáculos de tipo cultural. Además, ciertos residentes llegan a evitar aquellos ámbitos donde más manifiesta e intensa es la presión turística. El caso de las Ramblas representa, en este sentido, un ejemplo emblemático.
Para el turista de negocios, el encuentro y la interacción con representantes de la población residente es a menudo no solamente una posibilidad sino una necesidad, el objetivo mismo del viaje. Encuentros profesionales que suelen desarrollarse en el marco de situaciones formales, pero que pueden prolongarse en momentos y contextos más informales, como una cena en un restaurante o unas copas en un club nocturno.
Un aspecto a considerar es el relativo a las dinámicas transversales que se realizan a partir de relaciones entre residentes y turistas surgidas previamente a la llegada de los segundos en el destino. Se trata de lo que en literatura se conoce como turismo VFR[10], o sea el que se motiva con la presencia en el destino de amigos o familiares. Un fenómeno cada vez más significativo en términos cuantitativos (Jackson, 2003), en razón también de la acrecida movilidad de los individuos y el desarrollo de una dimensión social de tipo reticular e inter-territorial, que comportan importantes repercusiones sobre la estructura del mercado turístico.
La convergencia que puede surgir con relación a varios aspectos que caracterizan las prácticas urbanas de los varios grupos, sugiere la posibilidad que un individuo pueda asumir a lo largo del tiempo diferentes perfiles, según la situación particular que lo define en un determinado momento. Se delinea, en otras palabras, el potencial desarrollo de dinámicas “evolutivas” en la relación entre el usuario urbano y la ciudad, que se producen a partir de cambios en el modelo de vinculación con el territorio; por ejemplo en cuanto a la dimensión laboral. Como se pone de manifiesto en la Figura 4, nuestra exploración etnográfica permitió evidenciar la existencia de algunas de estas dinámicas.
A raíz de la decisión de reconfigurar la propia cotidianeidad en otros contextos, en muchos casos el individuo se emancipa con respecto a compromisos de tipo profesional en el territorio de procedencia, como el vencimiento de un contrato de trabajo o la finalización de un ciclo formativo. La elección de Barcelona se produce normalmente a partir de consideraciones sobre la oferta urbana, en razón de experiencias turísticas previas en la Ciudad Condal. Concretamente, lo que hoy es un nuevo residente pudo ser en otros momentos un nuevo turista cultural y/o un post-bohemio.
Figura 4. Las principales dinámicas “evolutivas. |
“me gusta Barcelona, está muy bien para una experiencia, pero no podría vivir aquí toda la vida’. La permanencia en ella es considerada a menudo como algo temporal. ‘Barcelona es como un carrusel. La gente se sube a el para pasárselo bien, algunos dan una vuelta, otros dos o tres, algunos más. Cuando uno ya no disfruta más se baja para montarse a otra atracción o volverse a la casa’. ‘Sigo teniendo amigos aquí. Todos los años trato de venir a Barcelona, aunque sea por un fin de semana”.El cambio de estatus, a su vez, conlleva modificaciones con relación a prácticas urbanas y comportamientos espaciales; por ejemplo, con relación a la intensidad del consumo y de las experiencias de ocio, que tienden a disminuir cuando el post-bohemio se convierte en nuevo residente. Pueden cambiar también las prioridades en la elección del alojamiento: la ubicación, sobre todo en proximidad de determinadas áreas post-turísticas, es un aspecto normalmente más valorado durante la fase “bohemia” mientras que consideraciones de confortabilidad del piso son tenidas más cuenta cuando se decide residir de manera estable en la ciudad.
Conclusiones
La creciente movilidad que caracteriza el individuo contemporáneo, junto con el proceso de transformación urbana post-industrial, proponen nuevos significados con relación al desplazamiento hacia y en la ciudad. La centralidad del consumo en la estructura económica urbana favorece la penetración de las lógicas de la mercadotecnia en la política pública, especialmente por lo que se refiere a la atracción y satisfacción de un público de consumidores urbanos que, con diferentes grados de movilidad, transitan por la ciudad. La conversión de la ciudad en una plataforma de consumo cada vez más desanclada del territorio y abierta a los flujos de la economía global favorece, en otras palabras, un creciente protagonismo de poblaciones “transeúntes” en el panorama urbano. Una tendencia al alza que abre escenarios nuevos y complejos relativos a las dinámicas urbanas, empezando por las relaciones entre las diferentes categorías poblacionales como las que se han indicado en estas páginas.
En este sentido, la aparición de nuevas tendencias en el marco de la experiencia turística permite superar una visión binaria con respecto al contenido y al ámbito espacial de las prácticas urbanas de turistas y residentes. La tradicional contraposición entre estos dos grupos, hasta antropológica, deja paso a una visión más gradual que considera también la posibilidad de puntos de contacto y de encuentro entre residentes y turistas. Surgen dinámicas transversales cada vez más significativas, que proponen nuevos e importantes retos para la gestión de la ciudad.
El creciente interés por el “paisaje de consumo cotidiano”, como indica Maitland (2008, p. 22), aumenta las posibilidades de convergencia espacial entre los segmentos “cosmopolitas” de residentes y turistas, a partir de la cual se desarrollan las áreas denominadas post-turísticas. Éstas subvierten la lógica segregativa y de división territorial que rige el desarrollo del espacio turístico tradicional y que lleva a la formación en el panorama urbano de enclaves económicos caracterizados por el monocultivo turístico. La afirmación de perfiles como el post-bohemio puede, en otras palabras, suponer –al menos potencialmente– un impacto relativamente menos dramático desde un punto de vista de la sostenibilidad socio-económica del desarrollo turístico. Al mismo tiempo, las nuevas dinámicas turísticas, menos condicionadas por la localización de determinados elementos tangibles, permitirían una difusión más equilibrada de la presión turística en la ciudad. El desarrollo de adecuadas políticas territoriales permitiría, concretamente, paliar la presión turística sobre algunas áreas, por un lado, y favorecer el surgimiento de procesos de regeneración económica y social de sectores de la ciudad excluidos de los circuitos turísticos tradicionales, por otro. En este sentido, el caso del barrio del Raval de Barcelona resulta emblemático respecto a la oportunidad de fomentar y aprovechar la capacidad de determinados grupos de residentes y de turistas de generar importantes dinámicas urbanas, “movilizando el lugar” (Coleman y Crang, 2002, p. 15) y potenciando el atractivo del área interesada.
Una dinámica circular que, sin embargo, se propone como un arma de doble filo. La práctica enseña cómo el desarrollo de áreas post-turísticas conlleva el riesgo de procesos de gentrificación, sobre todo en aquellos sectores de la ciudad que presentaban, anteriormente a la penetración turística, un panorama social dominado por clases populares, tal como demuestra la reciente transformación del barrio de la Barceloneta. El reto es, por lo tanto, alcanzar un equilibrio a través de una gestión posiblemente sinérgica de las diferentes categorías de usuarios urbanos, que concilie calidad de vida y desarrollo económico.
El presente artículo ha expuesto una primera aproximación a la comprensión de la formación de nuevos paisajes “post-turísticos” y al estudio de las dinámicas relacionadas, proponiéndose como la primera etapa de una más extensa investigación etnográfica que permita generar un mapa de la nueva morfología de la ciudad post-industrial, integral a una visión no más sedentarista de la ciencias sociales, sino procedente de la consideración del paradigma de la movilidad introducido por John Urry en sus trabajos recientes, ya citados, donde perfiles urbanos intersticiales, indefinidos sino por su relaciones intermitentes con el lugar –como en el caso de los post-bohemios– van tomando una relevancia creciente en las dinámicas evolutivas del territorio.
Notas
[1] La arquitectura es el ámbito donde resulta más manifiesta la espectacularización de la ciudad contemporánea, caracterizándose por un uso abundante de referencias simbólicas que, en palabras de Sorkin (2004), la convierten en “casi pura semiótica”. Los hitos (landmarks) arquitectónicos se proponen, en este sentido, como monumentos postmodernos llamados a celebrar la nueva ciudad; estos elementos tienen una naturaleza promocional e icónica, o sea de atracción y de remisión simbólica a una urbanidad que no producen directamente, si no más bien que quieren sugerir de forma tangible. Se va afirmando la nueva ideología urbana de la producción de paisajes (landscaping) eclécticos (Minca, 2005) como alternativa a la planificación tradicional, caracterizados por una cacofonía de símbolos y marcas.
[2] Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico: ver www.oecd.org/.
[3] Según Leo Van den Berg (1987), esta población asume una importancia creciente en la estructura productiva de la ciudad a lo largo de las varias etapas de la urbanización, como puede sugerir la tendencia demográfica que ha caracterizado muchas grandes ciudades europeas que han conocido un trasvase de población desde el centro hacia el resto del área metropolitana durante las últimas décadas, compensado en parte por los flujos migratorios en entrada.
[4] En aquella época el término bohemio era utilizado en Francia para referirse a los gitanos que se consideraba procedieran de la región de la Bohemia, en la actual República Checa.
[5] En esta y la siguiente sección, las expresiones en comillas identifican afirmaciones y trozos de conversación procedentes de las entrevistas realizadas en Barcelona.
[6] La Barceloneta fue, en su origen, uno de los más interesantes ejemplos del urbanismo de la Ilustración (Tatjer, 1973).
[7] Según un informe de la Cambra de la Propietat Urbana, en diciembre de 2007 la media estimada de los precios del alquiler de vivendas en la Barceloneta era de 20,89 euros por metro cuadro, la más alta de la ciudad de Barcelona (Serra, 2007). La rehabilitación de los edificios del barrio a través de la Modificación al Plan General Metropolitano en la Regulación de la Edificación Tradicional de la Barceloneta o “plan de ascensores” (un plan impulsado por el Ayuntamiento que previó, en su primera formulación, la destrucción de una cuarta parte del la vivienda en el barrio para facilitar el acceso a las plantas altas), si de un lado es apoyado por la mayoría de los propietarios y parte de las asociaciones vecinales, no deja de enmarcarse sólidamente dentro de un proceso más amplio de cambio social en el barrio, que está provocando el rechazo y la confrontación con otro grupo de vecinos (Aleman, 2009; Limón, 2007).
[8] En enero de 2009 los ciudadanos de nacionalidad extranjera representaban el 40,9 por ciento de la población total del distrito, o sea el 14,3 por ciento de toda la población extranjera de la ciudad (Ajuntament de Barcelona, 2009).
[9] Véase sin embargo el extenso análisis del proceso de gentrificación del Raval y del papel de los estudiantes extranjeros y otros colectivos intersticiales, en Martínez Rigol, 2000; y un detalle sobre el papel de las comunidades universitarias en este proceso en Russo y Capel Tatjer, 2008.
[10] Visiting Friends and Relatives; en castellano “visita de amigos y familiares”.
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