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EN LOS ORÍGENES DEL TURISMO LITORAL: LOS BAÑOS DE MAR Y LOS BALNEARIOS MARÍTIMOS EN CATALUÑA
Mercedes Tatjer
Universidad de Barcelona
Recibido: 17 enero 2008. Aceptado: 25 septiembre 2008; Versión definitiva: 2 abril 2009.
En los orígenes del turismo litoral: los baños de mar y los balnearios marítimos en Cataluña (Resumen)
Las transformaciones urbanísticas del frente marítimo catalán y los consiguientes cambios de uso a lo largo de la época contemporánea han sido realmente espectaculares. Dichos cambios reflejan las transformaciones de tipo socio-económico en las estructuras productivas de Barcelona y de los núcleos y pequeñas ciudades costeras, algunos de los cuales pasaron de espacios agrícolas e industriales a espacios de turismo.
Como resultado de las investigaciones que hemos realizado sobre el origen y desarrollo del litoral catalán como espacio de ocio, proponemos en este artículo una periodización de las prácticas balnearias desde los inicios del siglo XIX hasta los años anteriores a la guerra civil. En cada uno de los periodos se analizan, con un enfoque interdisciplinario, las diferentes características de dichas prácticas, así como las formas de promoción y gestión y la arquitectura de los establecimientos de ocio. Como resultado de la evolución, se configuraron paisajes característicos, que hicieron posible, más tarde, el boom turístico de la costa catalana en la segunda mitad del siglo XX.
Palabras clave: frentes marítimos, talasoterapia, baños de mar, historia del turismo, Barcelona, arquitectura balnearia, practicas de ocio.
El presente artículo pretende aportar nuevos datos al conocimiento de las prácticas marítimas en la costa catalana, tema relevante que nos permite conocer el origen y evolución de una de las más importantes áreas turísticas de sol y playa a escala mundial en que se ha convertido el litoral de Cataluña.
Se inicia con la presentación de los estudios que han analizado los balnearios marítimos en Cataluña, dentro del contexto de estas prácticas en las áreas turísticas peninsulares e internacionales. Se señala, también que solamente una perspectiva interdisciplinaria puede interpretar correctamente este fenómeno social y económicamente complejo, y que tiene al mismo tiempo un fuerte impacto territorial.
A continuación se establece una periodización de la evolución y características de las prácticas de baños de mar y de las tipologías de los establecimientos en que se realizaban, desde inicios del siglo XIX hasta 1939. En cada periodo se señala como los usos del agua de mar están en función de practicas médicas y sociales en evolución, e íntimamente ligadas cada vez más al ocio y al turismo; al mismo tiempo, se analiza como las instalaciones a borde de mar transformaron la fisonomía del litoral catalán en el marco de una competencia con otros usos, especialmente en el área de de Barcelona, entre los industriales y portuarios y los de ocio marítimo.
Los estudios sobre los balnearios marítimos catalanes en el contexto internacional
Los estudios sobre los orígenes de las prácticas de baños de mar y los balnearios marítimos de la costa catalana son casi inexistentes, a pesar del trabajo pionero sobre la Costa Brava que publicó en la década de 1960 la geógrafa francesa Yvette Barbaza (1966) y el interés que el fenómeno turístico litoral desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XX ha despertado entre algunos economistas (Cals, 1989) y geógrafos (Antón, 1995). Los trabajos más recientes tampoco han aportado nuevos datos al conocimiento de los balnearios marítimos, ya que las referencias a este tipo de establecimientos son puntuales y generalmente no proceden de fuentes primarias; en buen parte, están centrados en la génesis y evolución del turismo en la costa catalana (Garay, 2007; Grau y Puig, 2004), o más específicamente en la gestión y promoción del turismo durante el primer tercio del siglo XX a través de organismos como la Sociedad de Atracción de Forasteros (Barjau, 1997; Blasco, 2005; Vidal, 2006 y 2007), o en las relaciones sobre termalismo y turismo (Molina, 2007).
La conmemoración del centenario de la creación de la denominación “Costa Brava” ha dado lugar a la publicación del amplio e interesante catálogo de fotografías de esta parte del litoral catalán en el periodo 1915-1935, que fueron realizadas por el fotógrafo francés establecido en Barcelona L. Roisin; dicho catálogo muestra algunas imágenes de los establecimientos balnearios existentes en las poblaciones costeras (Santaló, 2008).
La historia de las prácticas de ocio marítimo sólo cuenta en Cataluña con antiguos trabajos de carácter muy general, publicados en la década de 1950-1960 (Almerich, 1945; Voltes Bou, 1967), mientras que, en muchas ocasiones, algunas monografías locales u otro tipo de publicaciones sobre núcleos costeros nos proporcionan referencias genéricas o puntuales. Dentro de este limitado panorama, no debemos olvidar que libros sobre balnearios de aguas termales de Cataluña (Solá-Morales, 1986) o del conjunto de España (Sánchez Ferré, 1992) tratan este tema incidentalmente al hablar de los establecimientos marítimos de mayor valor arquitectónico. Igualmente, una reciente publicación sobre la arquitectura del sol en la costa mediterránea y canaria (Granell, 2002) constituye una excelente recopilación de los principales establecimientos e implantaciones urbanísticas de ocio marítimo del litoral mediterráneo, aunque sobre el período que nos interesa sólo cita las que quedan en pie total o parcialmente.
En otro nivel, y a pesar de su finalidad de difusión, el excelente libro L'estiueig a Catalunya (Soler, 1995) aporta algunos materiales interesantes sobre el veraneo en los pueblos de la costa. Además, varias monografías locales ofrecen información y datos de carácter puntual que también resultan útiles.
Nuestras propias investigaciones sobre la arqueología de las prácticas de baño, que hemos llevado a cabo a lo largo de las últimas décadas, son prácticamente las únicas referencias acerca de esta temática. Algunas de ellas han sido el resultado de los estudios sobre el barrio de la Barceloneta (Tatjer, 1973 y 1988), sobre la historia de los baños urbanos (1991, 1992, 1999) o de los baños marítimos del Poblenou (Tatjer, 2003); otras están en relación con el análisis de las transformaciones del litoral barcelonés desde mediados siglo XIX hasta mediados siglo XX (Tatjer, 1996), poniendo énfasis en los conflictos y convivencias entre, por un lado, los usos industriales y portuarios, y los usos lúdicos y turísticos del frente marítimo, por el otro.
Sin embargo, esta situación no es muy distinta a la del termalismo y las aguas mineromedicinales, que tan sólo cuenta en Cataluña con el estudio general anteriormente citado (Solá-Morales, 1986), así como con unas pocas monografías basadas en documentación primaria, que recientemente hemos considerado precisamente en una publicación sobre la historia termal de Caldes de Montbui ( Bouza, 2001;Tatjer, 2001).
La escasez de las investigaciones sobre Cataluña contrasta con el gran volumen de estudios generales y parciales publicados sobre las prácticas de baños de mar en otras regiones del litoral del norte peninsular y en diferentes regiones europeas del Mediterráneo y del Atlántico. A partir de ellas, incluso, se ha pretendido elaborar una historia general (Barke; Towner; Newton, 1996) olvidando, obviamente por falta de investigaciones, el caso catalán.
La diversidad de autores y de perspectivas de estas investigaciones, que son obra tanto de arquitectos, geógrafos, historiadores del arte, de la medicina y del turismo o de sociólogos, enriquece los puntos de vista de una temática que, sin duda, requiere ser tratada desde una óptica pluridisciplinaria. Sin afán de exhaustividad, vale la pena referirse a algunas de ellas.
Dentro de España cabe mencionar las investigaciones sobre los baños de mar que se han centrado en el litoral cantábrico (Sazatornil, 1989 y 2007; CAZ, 2001) y, muy especialmente, en Santander (Gil de Arribas, 1992, 1966), y Asturias (Rozas, 1994; Álvarez, 1995), obra en gran parte de geógrafos; se trata seguramente de las más completas y bien documentadas con fuentes primarias, que establecen, al mismo tiempo, marcos generales de referencia de valor metodológico para otros casos. Recientemente se han publicado asimismo investigaciones sobre la costa gallega (Naranjo, 2001) y, en particular, sobre sus principales instalaciones balnearias, como las de la isla de la Toja (Patiño, 2002).
En cuanto a las demás regiones, los trabajos son de carácter más local. Algunos sobre la región valenciana fueron escritos hace ya unos años, y se refieren a cuestiones muy concretas, o presentan una primera aproximación al tema (López Gómez, 1978; Miranda, 1984; Obiol, 1988); a ellos se han incorporado recientemente otras investigaciones que presentan ejemplos concretos de lugares de veraneo, como las playas de Castellón (López, 2002), de Sueca (López Egea, 2001), o el papel desempeñado por el ferrocarril en el desarrollo del turismo marítimo de ciudades emblemáticas como Benicassim (Aguilar coord., 2006), en la que se analizan las prácticas de baños de mar (Cerrillo, 2006). Junto a ellos hay que destacar los trabajos sobre el turismo balneario en la región valenciana y sobre los balnearios y las playas de la capital valenciana como el Cabanyal (Sanchis, 1988), la Malva-rosa o Las Arenas, con su grandioso balneario, que fueron inspiración de pintores en las primeras décadas del siglo XX (Bonet, 1997; Pérez Rojas,1986; Pérez Rojas y Alcaide, 2000).
En Andalucía varios estudios han tratado este tema, algunos se han referido al caso específico de una ciudad o de un núcleo de veraneo. Uno de ellos se centra en la ciudad de Málaga (Lara, 1997), analizando las prácticas de baños de mar y realizando el estudio de los balnearios marítimos en el contexto de la higiene y de la cultura del agua en la ciudad; su autora, tras una breve pero interesante visión histórica, legislativa y de un análisis de la valoración cultural y religiosa que se hizo de esta práctica en el ámbito local, estudia detalladamente las casas de baños de agua dulce y de agua de mar en los dos últimos siglos. En otro caso, el trabajo, tras una presentación general a nivel del conjunto de España, se centra en las playas gaditanas (Valero, 1991).
A menudo encontramos, también, amplias referencias al balnearismo histórico en trabajos de más alcance cronológico sobre el turismo, como los de Vera Rebollo sobre Alicante (1987), o sobre algunas zonas de Andalucía (Lacroix; Roux; Zoido, 1979); Arcas Cubero y García Sánchez, 1980). Los historiadores del arte han incidido en la presentación de los grandes edificios de valor histórico-artístico destinados al ocio marítimo. En esta línea encontramos algunos trabajos, de valor casi testimonial, que presentan los restos existentes en la costa murciana de un importante conjunto de balnearios desaparecidos (Torres 1978; Hervas, Segovia, 1983), junto con investigaciones excelentes y completas como la realizada sobre la ciudad de Cartagena (Pérez Rojas, 1986), en la que se estudian las transformaciones del frente portuario y las principales construcciones de ocio. Con una perspectiva más centrada en la configuración de los grandes espacios turísticos –urbanizaciones y ciudades jardín-, debemos citar un amplio trabajo sobre las Islas Baleares (Seguí, 2001), así como una historia sobre el turismo balear en su conjunto (Buades, 2004), y otra sobre las islas de Ibiza y Formentera (Fajarnes, 2001).
Cabe destacar, igualmente, el interés de los historiadores y geógrafos de las Islas Canarias por la génesis de las prácticas deportivas marítimas y por la aparición de las primeras instalaciones turísticas junto al mar. Se trata de excelentes trabajos como los de Agustín Guimerá sobre el Hotel Taoro (Guimerá, 1991), y acerca los baños de mar y el nacimiento del Club de Regatas (Guimerà y Darías, 1995), o sobre la puesta en marcha del espacio turístico de la isla de Gran Canaria (Morales y Santana, 1993), junto a breves noticias sobre los baños de mar en Santa Cruz de Tenerife (Martí, 1974).
Las transformaciones del litoral vasco y, en especial, la construcción de un espacio de ocio marítimo en la ría de Bilbao, se puede seguir perfectamente en diversos trabajos realizados por historiadores (Beascoechea, 1991; 1993), y que van acompañados de una excelente cartografía y de una recopilación de postales de inicios del siglo XX con detallados pies de foto (Ortega, 1991).
Estas referencias bibliográficas sobre el litoral peninsular se podrían ampliar con otras obras de historiadores del arte, arquitectos y geógrafos, así como con publicaciones sobre la historia del turismo, que desde hace algunos años están teniendo un gran desarrollo.
En el ámbito europeo, Inglaterra, Francia e Italia son los países que cuentan con una tradición más larga de estudios sobre villas termales y sobre pueblos marítimos; en los últimos años han proliferado las exposiciones sobre la memoria colectiva de los baños de mar (Huchet y Payen, 1997) o bien las conmemoraciones del nacimiento de los grandes y pioneros centros de ocio de la costa italiana (Ribas, 1990), así como la publicación de libritos de difusión, básicamente fotográficos, sobre la costa holandesa (Van der Berg, 1990). Respecto a Portugal, los recientes trabajos de Ana Cardoso de Matos (2004), el de A. B. Ribeiro (2006), y el de Elói de Figueiredo Ribeiro (2009), junto con el de Ana Martins Barata, publicado en este mismo volumen de Scripta Nova, proporcionan una información relevante acerca del origen de las prácticas balnearias y del turismo en la costa portuguesa y del papel del ferrocarril en su difusión y en la atracción de viajeros españoles procedentes de Extremadura y Castilla.
Buena parte de las principales referencias europeas, en especial las francesas e italianas, se encuentran señaladas y utilizadas en los trabajos anteriormente citados de Gil de Arribas (Gil de Arribas, 1992; 1996), que también reúnen la mayor parte de las investigaciones realizadas hasta ese momento en diversas regiones españolas, aunque se olvide las referentes a la costa barcelonesa y catalana, sobre las que encontramos imprecisiones y carencias, seguramente debidas a las deficiencias de las fuentes históricas utilizadas. A dichas investigaciones se podrían añadir otras publicaciones sobre la historia de los grandes resorts turísticos de las dos orillas del Atlántico (Lewis, 1980), y más concretamente sobre la costa de Inglaterra y Gales, obra de autores especializados en esta temática (Walton, J.K., 1983 y 2000; Hassan, 2003) que han seguido el camino iniciado por ellos mismos en publicaciones anteriores. Sobre Italia destacamos algunos trabajos sobre el descubrimiento de la costa (Astengo y otros, 1982) o la construcción del frente marítimo como como espacio de ocio (Laganà, 1988) y el excelente numero monográfico de la revista Storia Urbana dedicado al nacimiento y desarrollo de los centros balnearios del Adriático; junto a ellos existen estudios de caso sobre estaciones balnearias marítimas, algunas frustradas como la Spezia (Rossi, 2002) y otras de gran éxito como Istria (Rossi, 1998).
Afortunadamente, en estos últimos años ha crecido el interés por el ocio marítimo y el turismo de sol y playa, tanto por razones del boom turístico mundial como por la desaparición de muchas de las instalaciones históricas. No resulta extraño que se hayan realizado exposiciones de carácter general como la que bajo el título “A la playa” fue comisariada por L. Litvak se celebro en Madrid el año 2000; dio lugar a un excelente Catálogo (Litvak y Fontbona, 2000 (edits.)) en el que se han reunido aportaciones de gran interés sobre el tema que nos ocupa.
Casi en paralelo con la anterior Exposición se celebró, también en Madrid, la exposición, “30 años de playa 1906- 1936. La ilustración gráfica española en la colección artística de de ABC” que expuso al publico un amplio repertorio de imágenes de las playas españolas del primer tercio del siglo XX.
Otro ejemplo de este mismo interés fue el Curso “Playas urbanas. IV Curso Internacional de relaciones puerto ciudad” celebrado en Santander en el año 2007 con ejemplos de varias playas y puertos de la costa española y de otras ciudades del mundo (Estrada, Bruttomesso, Alemany, Velasco, 2007). Recientemente, una exposición, celebrada bajo el título de “La arquitectura del Turismo. El viatge i les vacances. 1900-1965” (COAC-Disseny Hub, 2009), ha retomado desde una perspectiva arquitectónica, la comparación de los grandes proyectos de transformación turística del litoral mediterráneo español y francés de la primera mitad del siglo XX; desafortunadamente las referencias a las primeras décadas de dicho siglo son bastante incompletas en lo que se refiere al caso español y, particularmente, al catalán.
Fuera de Europa, la historia de las prácticas de ocio marítimo, en general, y la de los baños de mar, en particular, han sido, asimismo, objeto de estudio. Sobre el litoral de América del Sur contamos con las investigaciones sobre las playas atlánticas. La Plata, en Buenos Aires (Mantobani, 1997), y sobre las del Pacifico en Valparaíso (Guarda, 2001; Boot, 2002; Cortes, 2003). Entre las de la costa del Pacífico de los Estados Unidos destacamos la recopilación fotográfica de los “Baños de Sutro” en San Francisco (Blaisdell, 1987).
La arquitectura balnearia, inmortalizada por las primeras postales de promoción turística con la nostalgia de su época dorada del cambio de siglo y del período de entreguerras, ha merecido una especial atención, con valiosas recopilaciones e investigaciones como la de Ferrucio Farina (2001). Este arquitecto italiano, a partir de una colección propia de 30.000 postales y guías de la Belle Époque de Europa y de América, ha reproducido en un libro una atractiva selección de 350 fotografías de balnearios con una ficha completa de cada uno de ellos, donde consta la fecha de apertura, el autor del proyecto y las transformaciones que experimentaron. Esta recopilación fotográfica está acompañada de una excelente introducción y de una bibliografía compuesta de guías –desde el siglo XVIII hasta el inicio del siglo XX– y de estudios publicados en los últimos veinticinco años, tanto por arquitectos y sociólogos como a partir de exposiciones realizadas en diferentes países europeos. Por desgracia, la obra contiene escasas referencias a la costa española y, entre éstas, ninguna a la costa catalana.
Nuevas perspectivas sobre los balnearios marítimos de la costa catalana
La investigación sobre baños de mar y balnearios marítimos requiere una perspectiva multidisciplinaria y un análisis transversal, que tenga en cuenta tanto aspectos sociales como arquitectónicos o urbanísticos, sin olvidar la perspectiva geográfica, dado el fuerte impacto territorial de las actividades balnearias junto al mar.
Por otra parte, al tratarse de actividades dispersas y diversas no se dispone de grandes series documentales, aunque las sucesivas y diferentes disposiciones legales que regularon estas instalaciones a escala estatal (leyes de Aguas de 1866 y 1897; ley de Puertos de 1880 y de 1912), provincial (expedientes sobre infracciones y conflictos entre particulares conservados en las delegaciones del Gobierno Civil, y en la Comandancia de Ingenieros y en la Comandancia de Marina), y local (permisos de obras municipales) han generado una documentación muy valiosa, que se conserva en archivos generales y en los de ámbito local. Para llevar a cabo nuestra investigación hemos consultado la mayor parte de estos archivos y, muy especialmente, la serie de Obras Públicas y de Obras Particulares del Archivo Administrativo del Ayuntamiento de Barcelona; además, la documentación de archivos específicos como el fondo de Zonas Polémicas de la Comandancia de Ingenieros conservado en el Archivo de la Corona de Aragón ha sido muy útil, tanto para Barcelona como para el resto de la costa catalana. No hemos hecho, sin embargo, una consulta sistemática de los archivos de las poblaciones de la costa catalana.
Por su parte, un amplio repertorio de fuentes publicadas, en especial guías urbanas, de viajes, anuarios, diversas monografías y estudios locales, así como folletos publicitarios y un gran número de material gráfico (fotografías, postales, carteles), han sido básicos para completar nuestra investigación.
A partir de esta documentación hemos realizado un inventario de los establecimientos de baños de mar en la costa catalana. Hemos reseñado un total de setenta instalaciones –proyectadas y en buena parte construidas– dedicadas a baños de mar entre los inicios del siglo XIX hasta 1939. De todas ellas, aproximadamente las dos terceras partes corresponden a establecimientos, casas de baños y balnearios, y el resto son barracas de baños o bien pequeñas construcciones relacionadas con la práctica y la frecuentación de los baños de agua de mar. Gracias a este primer inventario, hemos podido establecer una periodización en las tipologías de los balnearios marítimos y en los usos de estas prácticas de ocio.
El período médico-terapéutico (de los inicios hasta 1856)
El primer período identificado (de los inicios hasta 1856) se caracteriza por el uso fundamentalmente terapéutico del agua del mar, casi como complemento de los usos del agua termal y minero-medicinal y de la hidroterapia de agua dulce.
El agua de mar se utilizaba casi siempre caliente, razón por la cual los establecimientos o casas de baños dispusieron de calderas y, pronto, también, de máquinas de vapor para calentarla; se tomaban baños de pila en bañeras situadas en cabinas individuales dentro de establecimientos muy cercanos al mar, desde el cual se transportaba el agua mediante tuberías de madera. En Barcelona, tenemos noticias de tres establecimientos de este tipo, dos junto a la playa y el otro dentro de la ciudad, pero cerca del puerto.
De los dos situados junto al mar, el mejor documentado es el de la Barceloneta, conocido popularmente con diversos nombres (Can Soler, de la Señora Tona y, también, como de la Casa de la Caridad). Situado al final de la actual calle de la Maquinista, abrió a finales del siglo XVIII, aunque las primeras referencias documentales más fiables datan de la primera y la segunda década del siglo XIX. A partir de 1827 estuvo a cargo de la Casa de la Caridad, que lo arrendaba a particulares (Tatjer, 1988).
El otro establecimiento construido al lado del mar estaba al pie de la montaña de Montjuïc, cerca de la playa de Santa Madrona. Era propiedad de Benet Trulls, y se inauguró hacia 1829 sobre lo que había sido un antiguo molino harinero.
Por su parte, en muchos establecimientos urbanos de hidroterapia y de baños de ocio y de higiene se utilizaba agua de mar caliente en pila; entre ellos destacaba el Balneario Barcelonés –especializado en baños de vapor–, propiedad del reconocido médico J. Delhom; databa de 1845 y estaba situado en la calle de la Mina, número 6 (calle del Raval de Barcelona, actualmente desaparecida). El agua de mar se obtenía de pozos propios, dada su proximidad con el litoral (Tatjer, 1991).
Los establecimientos situados fuera de la ciudad solían abrir sólo en verano, entre finales de junio y finales de octubre, mientras que los situados dentro de la muralla estaban abiertos todo el año.
El uso de la playa era puntual y esporádico, generalmente en verano; los bañistas más atrevidos se introducían en mar abierto en determinadas ocasiones, en especial durante la noche de San Juan para tomar la «buenaventura», según testimoniaba a finales del siglo XVIII el barón de Maldà (Voltes, 1957), y según recogía el folclorista Amades como tradición todavía arraigada durante el siglo XIX en la ciudad de Barcelona y en otras poblaciones costeras catalanas (Amades, 1953). No obstante, la práctica debió extenderse pronto, ya que se tienen noticias de Bandos municipales de los años 1814 y 1818, así como de bandos de otras autoridades correspondientes a los años 1838 y 1850, dictados para mantener el orden público y la decencia, o para establecer normas sobre el vestuario y la separación de sexos en las zonas fijadas para baños de mar.
En la prensa barcelonesa, en especial en las páginas del Diario de Barcelona durante la década de 1810-1820, aparecen las primeras noticias de barracas de baños de madera al pie de la montaña de Montjuïc y las primeras referencias y consejos sobre los baños y los bañistas. En verano de 1848, el Diario de Barcelona describía una barraca destinada a uso exclusivo de hombres Y que contaba con servicio de utensilios de baño y de higiene, situada en la playa de las Atarazanas, en la Barceloneta.
Disponemos, sin embargo de escasos documentos gráficos de los establecimientos de este primer período. Sólo hemos podido localizar el proyecto del establecimiento de baños propiedad de Benet Trull en la Comandancia de Ingenieros, un grabado de la fachada y la planta del Balneario Barcelonés y el proyecto de baños que se pretendía levantar en la playa del pie de Montjuïc en 1838 (Ortega, 2008) que se conserva en el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. Por otro lado, las referencias de la casa de baños de la Barceloneta, aunque son bastante amplias, proceden sólo de documentación escrita.
En el resto de la costa catalana no hemos localizado, hasta ahora, ninguna referencia ni gráfica ni documental sobre la práctica de baños de mar en este período, lo que no significa que no existieran.
Las primeras prácticas junto al mar (1856-1871)
Durante las primeras décadas de la implantación del Estado liberal, el desarrollo de una clase burguesa favorecerá el definitivo desarrollo de las prácticas de baños de mar y la frecuentación de la playa, en especial entre estos nuevos grupos sociales.
Para este segundo período, de 1856 a 1871, el material gráfico y documental –planimetría original, dibujos, grabados, publicidad– empieza a ser ya más abundante, y nos permite ver la tipología de los establecimientos y las características de sus usos sociales. En este período hemos identificado, hasta el momento, cerca de una docena de nuevas instalaciones de baños; destaca la incorporación no sólo de los pueblos costeros de los alrededores de Barcelona (hoy barrios de la ciudad), como Sants y Sant Martí, sino también la de los primeros núcleos de veraneo de la comarca del Maresme, como Caldetes.
En Barcelona aumentó el número de establecimientos de baños de agua de mar en pila. En la Barceloneta, una vez desaparecidos los baños de la Casa de la Caridad al instalarse sobre su solar la fábrica de La Maquinista Terrestre y Marítima, se construyeron en 1856 los baños del «Astillero», al final del Paseo Nacional (actual paseo Juan de Borbón), ampliados en 1861 por el maestro de obras Felip Ubach; este mismo año se levantaron los de Sant Miquel (Figura 1) en un edificio proyectado por el arquitecto Elies Rogent, ampliado y equipado pronto con una máquina de vapor (Tatjer, 1991, p. 273).
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Figura 1. Ampliación de los Baños de San Miguel. 1865 (Archivo Municipal Administrativo de Barcelona). |
Estos primeros establecimientos respondían a una tipología edificatoria que tendría una larga continuidad, ya que, en sus rasgos básicos, se siguió aplicando aproximadamente hasta la década de 1920. Solían ser edificios de planta rectangular, y a pesar de su sencillez, presentaban características estilísticas neoclasicistas, con un cuerpo central que hacía las funciones de vestíbulo y recepción y dos alas laterales, una para cada sexo, con sus correspondientes habitaciones con bañeras. Las alas laterales disponían a menudo de una galería porticada abierta y con vistas al mar, que según su situación podía ser de madera o de obra. Si era de obra, en algunos casos podían ser de dos pisos y presentar una distribución más compleja, con piscinas, un jardín central, estancias de descanso, restaurantes, guardarropa, y otras dependencias. En su construcción intervenían tanto maestros de obra como arquitectos, que introdujeron una cierta gama estilística, primero de carácter neoclásico, y más delante de carácter neo-árabe y neo-mudéjar, e incluso modernista.
Muy pronto todos estos nuevos establecimientos abrieron en verano instalaciones de oleaje. En 1860, la playa de la Barceloneta era, según el Diari de Barcelona, «una especie de población de baños», que en 1864 ya contaba con restaurantes, venta de periódicos, baños flotantes, aparatos gimnásticos y una sección para señoras; ese mismo año los baños de Sant Miquel, y al año siguiente los del Astillero, abrieron sus propias instalaciones temporales de oleaje.
Paralelamente, en el litoral de Sant Martí encontramos, también, una solicitud para construir un establecimiento de baños. Se trataba de los baños de pila y oleaje que J. Sust pensaba construir en 1869 extramuros, cerca del fuerte de Don Carlos, según un proyecto del maestro de obras Antonio Terri; se situaba junto al mar y contaba con una amplia zona ajardinada (Tatjer, 1988 y 2003). (Figura 2).
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Figura 2. Proyecto para un establecimiento de baños de Jaime Sust en la playa junto al Fuerte de Don Carlos, 1869. (Archivo de la Corona de Aragón). |
Otra novedad de este período fue la instalación de los baños flotantes conocidos como «La Roqueta» o «La Ondina». Eran propiedad de Benet Trull y obra del carpintero de ribera Espriu. Al igual que sus homónimos de la costa atlántica, permitían bañarse sin ser visto, ya que disponía de cabinas individuales desde las cuales se accedía al mar. Desde la playa se llegaba a los baños mediante un pontón. Estos establecimientos acabarían por desaparecer, cuando la expansión del puerto de Barcelona en dirección sur obligó a desmantelar todas las instalaciones flotantes.
Las solicitudes para levantar barracas de baños desmontables, tanto en la playa de Santa Madrona como en la playa de la Barceloneta, fueron cada año más numerosas; en consecuencia, las Ordenanzas Municipales de Barcelona de 1856 empezaron a regular de una forma más precisa y normativizada la práctica de los baños de agua de mar, tanto en pila como en la playa. En la playa, según el Título XVII, era obligatoria, asimismo, la separación de sexos y bañarse vestidos; por otra parte, para garantizar la seguridad de los bañistas, era preceptiva la construcción de barracas, de las cuales salían las populares maromas, cuerdas sujetas por una boya que se adentraban en el mar y sostenían a los bañistas.
Más allá de Barcelona, Caldetes, que contaba desde hacía tiempo con baños de agua termal (los situados dentro del propio núcleo de Caldetes y los baños Titus, muy cerca de Arenys), empezó a convertirse en un centro de veraneo, gracias al ferrocarril que llegó hasta allí en 1857. Además, desde 1870 disponía de los Baños de Santa Romana, situados junto a la playa, donde se tomaban baños de mar en pila y que disponían en verano de toldos en la playa (Salarich, 1882).
Los grandes establecimientos de baños de mar, 1872-1910
El tercer período, situado entre 1872 y 1910, es el de la eclosión de este tipo de establecimientos, de los que contamos ya con una completa documentación gráfica y escrita, así como con numerosas referencias procedentes de publicaciones, memorias, prensa y publicidad. A partir de ese momento, la fotografía se convierte en un documento básico.
En Barcelona hemos localizado una docena de nuevos proyectos de balnearios (Baños Orientales, Junta de Damas, La Deliciosa, La Florida, Estrella, San Sebastián, Sirena, Neptuno, Tritón, Pabellón del Ejército), la mitad de los cuales llegaron a funcionar. Además de estos establecimientos fijos, encontramos referencias a numerosas peticiones de casetas móviles con ruedas que se montaban y desmontaban cada verano.
El establecimiento más emblemático de este período fue el de los Baños Orientales (Figura 3 ) proyectado en 1872 en la playa de la Barceloneta. Es el primero que instaló en Cataluña una sección fija de oleaje que se adentraba en el mar. Se trata de una iniciativa de Melcior Gasull, con un proyecto arquitectónico de gusto neoárabe atribuido al arquitecto August Font Carreras, que pronto contó con piscinas e iluminación, primero a gas y después eléctrica (Tatjer, 1991).
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Figura 3. Proyecto de los Baños Orientales en la playa de la Barceloneta, 1872 (Archivo de la Corona de Aragón). |
Sin embargo, este establecimiento no estuvo solo, ya que pronto varios particulares solicitaron permiso a la Comandancia de Ingenieros para construir nuevos establecimientos en Sants (Tatjer, 1988; Ortega, 2007 y 2008), y en San Martí (Tatjer, 2003). De todos ellos, sólo llegaron a buen término dos en Sant Martí (el de Pere Serra, 1875, y La Martinense, 1881-1982) y otros en la Marina de Sants (los de Colón, 1893; Zoraya, 1904; España, 1906), que se situaban cerca del hipódromo levantado en 1883 y en terrenos donde la Sociedad Agrícola Catalana proyectaba desde hacia tiempo una urbanización (Ortega, 2007). Los de la costa de Sants, ubicados en el núcleo conocido como Can Tunis, suplieron al atrevido complejo balneario de gusto neoárabe La Perla del Mediterráneo, promovido por una sociedad por acciones y proyectado en 1884 por el arquitecto Enric Sagnier i Villavecchia; este gran complejo balneario iba a contar con instalaciones de hidroterapia, grandes salones, espacios deportivos y otros; pero, a pesar de ser aprobado por las autoridades, no se llegó a construir (Tatjer 1991).
Éste es también el período de máxima concentración de solicitudes de balnearios y de barracas a lo largo de la costa catalana, en donde hemos podido encontrar un total de 37 referencias. Algunas de ellas son instalaciones de gran envergadura, que responden a nuevas formas de gestión, que empiezan a superar el estrecho marco familiar o la vinculación con gente de mar, tan característica de los períodos anteriores, para establecer nuevas fórmulas societarias. En Barcelona se encontraban la mayoría de ellas, incluso con proyectos pioneros como el ya citado de La Perla del Mediterráneo, vinculado a la Sociedad Agrícola Catalana (Tatjer, 1991).
En este período se construyeron nuevas instalaciones a todo lo largo de la costa catalana. En la Costa de Levante proliferaron los nuevos y modernos establecimientos, ya definitivamente llamados balnearios. En Caldetes se construyó el Balneario Colón (1882), propiedad de la Sociedad Anónima Baños Colón, con instalaciones de hidroterapia y sección fija de oleaje, además de grandes espacios cubiertos con toldos al lado de la playa (Salarich,1882) (Figura 4); cerca de Caldetes, en Arenys de Mar, se encontraban las instalaciones de mar de los ya citados Baños Titus y las nuevas del Calvari (1892), además del Balneario Lloberas (1899). Más adelante, a principios del siglo XX, se abrieron baños en Lloret (conocidos también como Banys Ventura, en 1904), así como unos baños y un hotel en Santa Cristina, mientras que en Sant Feliu empezó a funcionar, a partir de los años 1898-1899, el balneario y los baños conocidos como La Pedrera (Jiménez, 1997). Sobre esta misma época, el escritor ampurdanés J. Pla citaba los «baños de cabina» que había conocido en Calella de Palafrugell.
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Figura 4. Baños Colón en la playa de Caldas D’Estrach. 1882 (Salarich, 1882). |
En la costa de Poniente más cercana a Barcelona destacaron los intentos de Eusebio Güell de «domesticar» la parte marítima del macizo del Garraf, al encargar a Antonio Gaudí, entre 1895 y 1897, una residencia de veraneo con jardines secos y con bodegas; estas últimas con el fin de empezar, al mismo tiempo, una frustrada explotación vitícola.
Sin embargo, fue Sitges, una población industrial y agrícola, la que con el cambio de siglo se convirtió, también, en lugar de veraneo, gracias a la promoción realizada por un grupo de artistas como Santiago Rusiñol y Miguel Utrillo, que favorecieron y atrajeron inversiones de personalidades extranjeras.
Más al sur se empezó la desecación de algunas zonas pantanosas, que pronto permitieron la transformación del litoral en espacios de veraneo; éste fue el caso de la playa de Sant Salvador en el término del Vendrell, drenada a partir de 1909.
En la playa de la ciudad de Tarragona funcionaban ya en 1882 los baños del Miracle en una amplia construcción de madera que respondía al modelo tradicional de estos tipos de balnearios. Por su parte en Salou, en 1878, encontramos ya solicitudes para construir barracas de baños, y pronto, con la llegada del ferrocarril de vía estrecha desde Reus (1887), se incrementarían las actividades de ocio en la playa, al edificarse casas de veraneo e iniciarse la construcción de un paseo marítimo.
La popularización del ocio y del deporte marítimo, la ciudad jardín y los grandes complejos de baños, deporte y ocio, 1913-1939
En el período en que transcurre entre 1913 y el final de la guerra civil se inició la promoción turística moderna de las áreas de sol y playa, entre ellas el litoral mediterráneo a través de organismos nacionales e internacionales. En la costa catalana, favorecida por la no beligerancia de España en la primera guerra mundial, aparecen las tipologías de establecimientos definitivamente vinculados al ocio marítimo y al deporte; también se desarrollan propuestas innovadoras desde el punto de vista empresarial, con sociedades anónimas (Cals, 1989) dedicadas a la promoción de urbanizaciones de la zona de playa (Playas de Cataluña, Hoteles y Playas del Mediterráneo, Parques y edificaciones S.A., Fomento Inmobiliario, Fomento del Litoral creadas en la década de 1920) que dieron lugar a un fuerte impacto territorial (Tatjer, 1996). Paralelamente, en estos años de entreguerras, la liberación y el culto al cuerpo, la popularización de los baños de mar, la difusión de la práctica de la natación, la producción industrial de trajes de baño (Figura 5) y la difusión del bronceado en el marco del naciente fenómeno turístico, multiplica y enriquece las fuentes documentales y gráficas disponibles para conocer dichas prácticas. En estos años Barcelona fue pionera al querer convertirse en la «Perla del Mediterráneo» (Tatjer, 1996).
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Figura 5. Publicidad de la gran piscina de los baños de San Sebastián (Barcelona) en la década de 1920. |
Una nueva tipología de establecimientos sería la de los sanatorios marítimos. Si bien Barcelona contaba con el precedente del Sanatorio Marítimo de Sant Josep de la Barceloneta para niños, ahora se proyectarán modernos complejos para atender a enfermos. Uno de los más conocidos fue el Sanatorio Marítimo de Calafell, perteneciente a la Obra Hospitalaria de San Juan de Dios, proyectado en 1926 por el arquitecto Germà Rodríguez Arias sobre unas instalaciones provisionales que funcionaban desde años antes. Se inauguró en 1929 y estaba destinado a niños escrofulosos (Sanatori, 1926); funcionó hasta la década de 1980 y actualmente se ha reconvertido en un hotel balneario de lujo. Otro gran complejo de este tipo fue el Sanatorio de la Sabinosa en la playa de Tarragona, obra del arquitecto F. Monravà, construido hacia 1932 (Arquitectura i Urbanisme, 1932); tras diversos usos y un largo periodo de abandono, está siendo ahora recuperado.
En el ámbito escolar, y con la finalidad de acercar a los niños de clases populares a los beneficios de la talasoterapia, destacaron tres establecimientos destinados especialmente a esta función. Dos de ellos fueron impulsados por el Ayuntamiento de Barcelona (Escuela del Mar, en la playa de la Barceloneta en 1921, y la Colonia Vilamar en Calafell, en 1922). El tercero, denominado, también, Escuela del Mar, fue proyectado en 1933 por el arquitecto R. Puig Gairalt por iniciativa del Ayuntamiento de Hospitalet, y había de situarse en la playa de Castelldefels (Arquitectura i Urbanisme, 1933), aunque finalmente no se construyó.
De este período son también las diversas y vanguardistas propuestas de ocio marítimo para grupos populares. Se introdujeron innovaciones tipológicas y en la forma de gestión mediante grandes sociedades anónimas, así como fórmulas cooperativas o de alquiler.
Desde el punto de vista tipológico, cabe destacar la consolidación de los primeros proyectos de ciudad jardín vinculados al uso de la playa, y el surgimiento de una serie de nuevas propuestas de espacios de veraneo a lo largo de la costa catalana. Desde Salou al sur, pasando por Comarruga-Vendrell, Vilanova i la Geltrú, Sitges, Garraf (en la Costa de Poniente), y desde Montgat, al norte pasando por Caldetes y Blanes hasta Sant Feliu de Guíxols y Roses (en la Costa de Levante), el número de urbanizaciones y paseos marítimos proyectados y, en buena medida realizados, empezaron a transformar el paisaje del litoral catalán. En definitiva, en estos años se sentarán las bases de la constitución de uno de los mayores “cinturones de sol” a escala mundial como el que es actualmente la costa catalana.
En la Costa de Levante se llevaron a cabo importantes operaciones inmobiliarias que intentaron poner en circulación los terrenos cercanos a la costa. Se construyeron urbanizaciones como «Els Pins», en Blanes, y desde 1924 el nombre de Costa Brava –creada por el escritor F. Agulló en 1908- servirá para denominar esta parte del litoral y promover el turismo del conjunto de poblaciones costeras desde Blanes hasta la frontera francesa. En muchas de ellas aparecieron proyectos de urbanización atrevidos y emblemáticos destinados a la burguesía barcelonesa y gerundense, como el de S'Agaró, obra del arquitecto R. Masó, promovido por el industrial gerundense Ensesa. En otras ocasiones, los nuevos propietarios de fincas al borde del mar–en algunos casos procedentes incluso de países europeos, como los Woevodski en Cap Roig o locales como en Santa Florentina– mejoraron los antiguas construcciones rurales, a la vez que se proyectaban urbanizaciones y paseos marítimos y se construían nuevos jardines botánicos o de recreo con la intervención de reconocidos arquitectos paisajistas, como N. M.ª Rubió i Tudurí (Costa Brava, 1925).
Entre los nuevos balnearios marítimos de esta parte septentrional de la costa, cabe citar también el de Sant Feliu de Guíxols. Se trataba de los baños de Sant Elm promovidos por Pere Rius i Calvet, que fueron inaugurados en 1922. Situados junto al mar, disponían de baños de mar calientes, duchas y baños de vapor, además de mobiliario deportivo. De hecho, los baños eran un elemento importante de la urbanización que el propio Pere Rius había diseñado y que se empezó a construir entre 1915 i 1930 al lado de la ermita de Sant Elm (Costa Brava, 1925).
En Roses, población en la que en 1917 se propuso convertir la Ciudadela en una ciudad jardín, funcionaban los baños de la Mercè, y era una playa bastante frecuentada por los habitantes de Figueres.
A nivel más popular, las innovaciones comprendían desde las casetas-vestidor, que se alquilaban por un día o por un fin de semana en la playa de Castelldefels y Montgat, pasando por propuestas como las del Hotel Vaixell, hasta la emblemática y reconocida propuesta en régimen cooperativo de la Ciudad de Reposo y Vacaciones en la playa de Gavà, o los prototipos de casitas desmontables, ambas obra del GATCPAC (Ciutat, 1932).
En la costa catalana, como en otras zonas del litoral mediterráneo (de Francia, Italia y Grecia) y atlántico, se levantaron también grandes balnearios y grandes casinos y hoteles, propiedad de sociedades anónimas por acciones. Se trataba de verdaderos complejos de varias plantas con edificios que tenían un lenguaje tardo modernista y monumentalista, con unos pocos casos de noucentisme y racionalismo. Contaban con una gran diversidad de instalaciones y funciones lúdicas, que reunían, además de los tradicionales servicios y equipamientos de baño, piscinas al aire libre con trampolines, espacios de restauración, y grandes salones de baile; cuando la normativa lo permitió –hasta el año 1924–, incorporaron casinos de juego, sin olvidar los conciertos de las modernas y famosas orquestas y los primeros concursos de misses que desfilaban en bañador. En ellos encontramos ejemplos de elegantes y ostentosas decoraciones interiores, lujosos mobiliarios y servicios de mesa.
En Barcelona el edificio más emblemático fue el Casino de San Sebastián (Figura 6), promovido por la sociedad Banys i Esports Marítims S.A. –creada en 1915– por la familia Ribalta, descendientes de antiguos carpinteros de ribera y auténticos promotores de ocio teatral, marítimo y deportivo de la ciudad de Barcelona. El casino, proyectado por el arquitecto A. Millas, fue inaugurado en 1928, y contaba con dos piscinas y modernas instalaciones y servicios, así como con lujosos salones, salas de baile, restaurantes y garaje, (Tatjer, 1996). Poco después de la puesta en funcionamiento del trasbordador del puerto entre la Barceloneta y Montjuïc, este casino completaba, junto con el nuevo edificio del Real Club Marítimo (1913), las actividades lúdicas junto al mar.
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Figura 6. Baños de San Sebastián en la playa de la Barceloneta inaugurados en 1928. |
Además de este emblemático establecimiento de ocio marítimo existían en Barcelona, desde finales de siglo XIX, varios clubs de deportes marítimos tanto, para la elite (Real Club Marítimo, Club Nautico) como para clases populares, así como teatros y parques de atracciones (Saturno Park, Turó Park, Maricel Park); al mismo tiempo se habían creado instalaciones hoteleras y lúdicas en la sierra de Collcerola, cerca de la ciudad jardín del Tibidabo, aprovechando una de las ventajas de Barcelona que era la escasa distancia entre la playa y dicha sierra, que se consideraba que proporcionaba temperatura agradable y excelentes vistas sobre la costa. El más representativo y equiparable a escala internacional fue el Casino de la Arrabassada, un verdadero complejo lúdico pensado para atraer al gran turismo extranjero que empezaba a llegar a Barcelona. El Casino promovido por una sociedad por acciones fue obra del arquitecto catalán Andrés Audet Puig y del francés Lechevallier Chevignard y abrió sus puertas en 1912; comunicado con la ciudad por un tranvía eléctrico, contaba con numerosas y arriesgadas atracciones eléctricas al estilo de las más modernas establecidas en las principales ciudades europeas y norteamericanas (Scenic Ranways, Water Chute) además de hotel, restaurante, teatro, casino de juego y otros espacios de ocio (Palais du rire, Maison Hantee..) y amplias instalaciones deportivas.
En otros lugares de la costa como la población de Gavá, situada a 15 kilómetros de Barcelona, funcionaba desde la década de 1920 el complejo conocido con el nombre de American Lake, con hotel, casino, restaurante y deportes acuáticos que completaban un proyecto de ciudad jardín; contaba con un buen acceso en tren desde Barcelona y con transporte propio hasta la cercana playa.
A escala más local, en la playa del Poblenou también se mejoraron las instalaciones existentes. Por iniciativa de G. Galorons, los dos antiguos establecimientos se unificaron y se convirtieron en los Baños de la Marbella (Tatjer, 2003).
Las playas barcelonesas de Levante –en la Barceloneta y el Poblenou– se consolidarían en este momento como la zona de baños de la ciudad, e incluso se proyectó, en 1918, un paseo marítimo entre el Besòs y el Llobregat con balnearios y un centro Oceanográfico (Tatjer, 1996). Sin embargo, esta atrevida propuesta de convertir el litoral de Barcelona en un gran espacio de ocio marítimo no se llevó a cabo, y, al contrario –a excepción de la Barceloneta y de la playa de la Marbella–, se destinó gran parte del litoral a usos fabriles, al mismo tiempo que se construyeron en él núcleos de barracas (Tatjer, 2009). El Ayuntamiento del período republicano intentó contrarrestar esta situación, que ponía en peligro las actividades de ocio, y desarrolló, a partir de 1932 –con el apoyo del Club Natació Barcelona y de la Sociedad de Atracción de Forasteros– proyectos de saneamiento, limpieza y regeneración de la playa, así como de mejora de las condiciones de habitabilidad de los núcleos de barracas que se habían ido ubicando allí. En el conjunto del litoral catalán, también se plantearon medidas de acondicionamiento, como la fijación y repoblación de dunas con plantación de pinos.
Por el contrario, los baños de Can Tunis –aunque no desaparecieron del todo– acabaron siendo poco frecuentados, al ampliarse los espacios dedicados a usos industriales y al proyectarse el Puerto Franco e instalarse el primer aeropuerto.
En las cercanías de Barcelona se inauguraron hacia 1930 los baños de Castelldefels. Se trataba, muy posiblemente, de uno de los complejos litorales más importantes de este período, junto con el Casino de San Sebastián. Fueron construidos por la Sociedad Baños de Castelldefels S.A., en dicha playa junto a la estación de ferrocarril (Baños, s.d.). Era un complejo balneario relativamente interclasista, ya que combinaba tres tipos de restaurantes y diversas clases de casetas de baños. Presentaba la novedad de las casetas-vestidor de lona, y de las casitas de madera con literas para familias y grupos, que se alquilaban por días, semanas o para todo el año, y que disponían de WC, duchas y cocinas de petróleo de alquiler.
El complejo constaba de un edificio principal de obra de forma rectangular de gusto neo- árabe, donde se ubicaban los restaurantes, una serie de casetas-vestidor y un colmado de venta de comestibles y estanco. Algunos de los servicios que se ofrecían a los clientes eran el alquiler de trajes de baño, toallas y flotadores de corcho, el teléfono o los garajes para motos, bicicletas y coches. Amplios espacios de sombra, además de pistas de tenis y de patines, completaban el conjunto, que se extendía por un espacio lineal de 860 m. Un servicio de autobuses desde la plaza de España y un billete combinado de la línea de ferrocarril MZA y entrada a los baños, facilitaba el acceso a las instalaciones.
En esos años, no muy lejos de Castelldefels, nació el pueblo de Garraf, con un núcleo de construcciones de obra, proyectadas por arquitectos del GATCPAC (Sert y Torres Capell, 1935), y una serie de casitas de madera en la playa, donde los empleados y la pequeña burguesía empezaron a veranear, a pasar el día o el fin de semana.
En Sitges, que ya se había convertido en un centro de veraneo para la alta burguesía barcelonesa y para la de otros núcleos industriales como Terrassa o Sabadell, se promovió la urbanización Terramar, obra del arquitecto José Mª Martino; como parte de ella se inauguró muy pronto la estructura lacustre del Pabellón de Mar, el casino Platja d'Or y el hotel Terramar (1933), propiedad de la sociedad “Terramar. Parques y Edificaciones, S.A”, creada en 1919 con un capital de tres millones de pesetas. Completaba estos equipamientos un gran autodromo, promovido por una sociedad por acciones y situado en la contigua población de Sant Pere de Ribes.
Siguiendo la costa, en Vilanova y la Geltrú surgieron, también, dos urbanizaciones tipo ciudad-jardín; la primera, la de Ribes Roges, proyectada por el arquitecto J. M ª Miró Guibernau en 1917, y la otra, hacia 1920, junto a la ermita y el faro de Sant Cristòfor, que se convirtieron en punto de reunión y de veraneo en torno a la figura del escritor Eugenio d’Ors.
Más hacia al sur se inició la actividad de veraneo de las playas de Calafell y del Vendrell. En esta última población se construyó la urbanización y el hotel balneario Comarruga (1922), que aprovechaba l’existencia de aguas mineromedicinales, según el proyecto del arquitecto Josep M. ª Barenys. Calafell, por su parte, contaba con una nutrida colonia veraniega de barceloneses, y con el hotel Miramar construido en 1924 (Montoliu y Santacana, 1998).
En 1920, la Compañía de Urbanizaciones de Salou S.A. abrió los grandes baños de Salou de este pueblo, que contaba ya con una veintena de chalets dentro de la ciudad-jardín que había proyectado esta misma sociedad, entre los que destacaba el de Voramar, obra del arquitecto Domènec Sugranyes, construido en 1918 para la familia Bonet Bargunyó. El edificio de los baños de Salou, que tenía la clásica estructura de dos alas –una para cada sexo– y un cuerpo central con cúpula de influencia neo-árabe, pervivió hasta la década de 1960.
Conclusión
Según una guía de 1935, en la costa catalana funcionaban medio centenar de establecimientos de baños (Bailly-Bailliere-Riera,1935), muestra evidente de una alta densidad de ocio marítimo, muy por encima de la que presentaban otros lugares de la costa peninsular, como por ejemplo la cantábrica, valorada en muchas investigaciones como la más importante de España (Gil Arribas, 1992).
En los años de entreguerras, aunque la costa cantábrica se consideraba el lugar oficial de veraneo de la Corte y de su séquito de políticos y de altos funcionarios, acompañada de la burguesía y la nobleza de la España interior, la costa catalana atrajo, también, al rey Alfonso XIII, que hizo numerosas visitas –a menudo privadas– a diversos y determinados lugares de la costa. No obstante, fueron especialmente Sitges y la Costa Brava los lugares que se convirtieron en el punto de encuentro de la modernidad y de las vanguardias europeas, gracias a la presencia de jóvenes intelectuales, artistas y gente de mundo, muchos de los cuales tuvieron años después una destacada proyección internacional (Nadal, 1951; Soler, 1995; Baladia, 2003).
La Guerra Civil y la posguerra trajeron consigo la decadencia de buena parte de los históricos balnearios. En el caso de Barcelona, las destrucciones ocasionadas por la guerra civil española, el progresivo deterioro ambiental de la playa, debido a la falta de limpieza, la permanencia y ampliación de los núcleos de barracas (Tatjer 2009), además de la proximidad de la industria y los vertidos de aguas residuales sin depuración de una aglomeración que en 1970 llegó a superar con creces los dos millones de habitantes, serían factores decisivos para alejar a los bañistas de la playa (Cantallops, 1969; Alibés, 1975).
Por otra parte, la privatización de las escasas playas limpias de la Barceloneta, junto con las nuevas pautas menos restrictivas en las prácticas y la moral de los baños de mar contribuyeron a que una buena parte de los bañistas se trasladara a las playas de los alrededores, a las que cada vez se llegaba con más facilidad gracias a la popularización del automóvil.
Tanto en la propia Barceloneta como en otros lugares de la costa catalana se produjo una falta de inversiones para mantener los tradicionales establecimientos, que poco a poco fueron quedando obsoletos y amenazados por proyectos de transformación especulativa del litoral, especialmente hacia la década de los sesenta (Tatjer, 1973; 2009), cuando el boom inmobiliario vinculado al turismo llenó de grandes bloques de apartamentos la línea costera.
La mayoría de estos establecimientos de baños y balnearios empezaron a cerrar a partir de la década de 1960-1970, y sólo unos pocos consiguieron sobrevivir hasta la década de los ochenta; precisamente, uno de los últimos en desaparecer ha sido el Balneario Colón, en la playa de Caldetes, para construir en su lugar un moderno centro de talasoterapia (Humet, 2006).
Actualmente ya no existe ninguno de ellos a excepción del edificio de los baños de Sant Elm en Sant Feliu de Guixols, y tampoco en Barcelona y sus alrededores se conserva ningún fragmento o elemento material, ni siquiera en forma de pequeñas piezas, mobiliario o utensilios; igualmente escasean las buenas recopilaciones fotográficas y los inventarios documentales. Hasta el momento, los museos o las instituciones no se han preocupado por esta temática, a excepción de iniciativas puntuales y casi de urgencia como la que llevó a cabo el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona. A raíz del cierre definitivo y derribo de algunos establecimientos como los de los baños de San Sebastián y de la reconversión del puerto viejo de Barcelona, este museo, entre 1990 y 1995, recuperó algunas piezas y materiales y desarrolló una tarea de documentación sobre las instalaciones barcelonesas de baños de mar; esta tarea había de servir de base para una Exposición sobre los baños de mar en Barcelona, que todavía está pendiente de llevarse a cabo (Caballé y Tatjer, 1999).
Cabe esperar que el trabajo que presentamos estimule la realización de investigaciones locales y generales que permitan situar las iniciativas de la costa catalana al nivel que le corresponden en el conjunto de núcleos de balnearios y poblaciones marítimas mundiales, desarrolladas a partir de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, como precedentes del boom turístico de playa y sol que ha caracterizado la segunda mitad del siglo XX.
Fuentes y Bibliografía
Archivos consultados
Archivo Administrativo Municipal de Barcelona.
Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. Fondo gráfico.
Archivo de la Corona de Aragón. Fondo de la Comandancia de Ingenieros.
Archivo Fotográfico de la ciudad de Barcelona.
Archivo General de la Administración. Alcalá de Henares.
Archivo Histórico de la Diputación de Barcelona.
Archivo Municipal del Distrito de San Martí.
Archivo Municipal del Distrito de Sants-Montjuïc.
Biblioteca de Cataluña. Fondo gráfico.
Museo Marítimo de Barcelona. Fondo gráfico.
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© Copyright Mercedes Tatjer Mir , 2009.
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Ficha bibliográfica:
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