Scripta Nova |
Joaquín Perren
Universidad Nacional del Comahue (Patagonia, Argentina)
joaquinperren@hotmail.com
“Una transición demográfica en el fin del mundo”. La población de la provincia de Neuquén (Patagonia, Argentina) durante el siglo XX tardío (Resumen)
La segunda mitad del siglo XX albergó cambios decisivos en la provincia de Neuquén (Patagonia-Argentina). En ese periodo encontramos la lenta extinción de las tendencias demográficas dominantes durante la etapa del territorio nacional (1885-1955) y el origen de las líneas que caracterizan al Neuquén moderno. Si bien algunos rasgos que definen su fisonomía actual hunden sus raíces en las primeras décadas del siglo pasado (la importancia de los migrantes en la estructura demográfica y la concentración poblacional en su capital), el periodo comprendido entre 1960 y 1991 fue en muchos sentidos original. En esas décadas se produjeron fenómenos que transformaron la estructura socio-demográfica provincial. En este artículo serán analizados el explosivo crecimiento de la población, el arribo masivo de migrantes, el inicio de la transición demográfica, una acelerada urbanización, el reforzamiento de importantes desequilibrios espaciales y la complejización de la sociedad.
Palabras clave: población, transición demográfica, complejización social, Patagonia.
The late part of the 20th century presented decisive changes in the province of Neuquén (Patagonia-Argentina). In the course of this period, we find the slow extinction of the dominant demographic tendencies during the phase of the National Territory (1885-1955), and the origin of the lines which distinguish the modern Neuquén. Even though some characteristics that define its actual aspect have appeared in the first decades of the last century (the importance of the migrants in the demographic structure and concentration in its capital), the period between 1960 and 1991 was original in many senses. In these decades, some processes changed the social and demographic structure of the province. This article analyses the sudden growth of the population, the massive arrival of migrants, the beginning of the demographic transition, the accelerated urbanization, the strengthening of important spatial asymmetries and a greater complexity of the society.
Key words: Population, demographic transition, social structure, Patagonia.
La segunda mitad del siglo XX albergó cambios decisivos en la población neuquina. En ese periodo encontramos la lenta extinción de las tendencias demográficas territoriales[1] y el origen de las líneas que caracterizan al Neuquén moderno. Tanto por los ritmos de su economía y las transformaciones sociales, especialmente la puesta en marcha de un proyecto exportador de energía y la intensificación de la presencia estatal, es complicado establecer un límite que funcione como divisoria de aguas. De todos modos, un dato es a priori incontrastable: algunos rasgos que definen su fisonomía actual hunden sus raíces en las primeras décadas del siglo pasado. Entre ellos, la importancia de los migrantes en la estructura demográfica y la concentración poblacional en su capital sean quizás los más persistentes. Sin embargo, el periodo comprendido entre 1960 y 1991 fue en muchos sentidos original y único en la historia de Neuquén. En esas décadas se produjeron fenómenos que transformaron en gran medida la estructura socio-demográfica provincial. Un listado de estas transformaciones no podría dejar de mencionar el explosivo crecimiento de la población, el arribo de una formidable cantidad de migrantes, el inicio de la transición demográfica, una acelerada urbanización y el no menos importante reforzamiento de importantes desequilibrios espaciales.
Desde la definición de Neuquén como territorio nacional, la población mostró un crecimiento sin interrupciones que contó con dos puntos de inflexión. El primero de ellos, a comienzos del siglo XX, cuando el número de habitantes se incrementó con la llegada de migrantes trasandinos y otros provenientes de Europa. El segundo nos lleva a mediados de la década de 1960, justo en el momento en que iniciaba una oleada inmigratoria proveniente, sobre todo, de las provincias del Litoral (Cuadro 1). En este largo periodo, el número de habitantes pasó de una cifra cercana a los 14.000, para el censo nacional de 1895, a los 380.000 en 1991[2]. Puede que un simple cálculo nos ilumine sobre la dimensión de este crecimiento: la población neuquina se multiplicó veintisiete veces en un lapso menor a los cien años.
Cuadro 1
Tasa media anual de crecimiento
de la poblaciónpor jurisdicción (1895-1991). Total País- Neuquén
Periodo intercensal |
Tasa
media anual de crecimiento (por mil) |
|
Total país |
Provincia de Neuquén |
|
1895-1914 1914-1947 1947-1960 1960-1970 1970-1980 1980-1991 |
35,7 21,4 17,4 15,6 18,1 14,7 |
36,7 33,9 17,7 34,7 46,6 45,2 |
Fuente: INDEC (1998) |
Una mirada atenta a las variaciones absolutas, sin embargo, nos dice muy poco sobre los ritmos de una evolución que no fue precisamente lineal. Quizás por eso convenga analizar los tempos de la progresión demográfica a través de un indicador más sensible: las tasas medias anuales de crecimiento. Una lectura superficial de las mismas nos pone frente a tres periodos claramente diferenciados. La primera etapa, comprendida entre 1895 y 1947, muestra tasas que, salvo en la primera posguerra, se encuentran próximas al 4 por ciento anual[3]. A estas décadas de crecimiento acelerado siguió un período de crecimiento moderado hacia mediados de siglo, cuando el cierre del ciclo inmigratorio europeo no supuso un relevo que compensara su aporte. En 1965 dio comienzo una nueva fase de crecimiento explosivo, con tasas que superaron holgadamente el 4 por ciento anual, que tuvo como protagonistas a los migrantes internos. Un examen de conjunto nos permitiría descubrir una curva que presentó en sus extremos tasas de crecimiento abultadas y, entre ellos, una desaceleración con tasas que rondaban el 2 por ciento anual. Como sucede a menudo, los ritmos de crecimiento demográfico reflejan en buena medida el estado general de la economía. Aunque la correspondencia entre ambas variables no sea absoluta, es interesante observar cómo el deterioro de la actividad ganadera fue simultáneo a la peor performance en materia de crecimiento. Con la puesta en marcha de medidas proteccionistas fueron interrumpidos los lazos mercantiles que los departamentos cordilleranos mantenían con las plazas comerciales chilenas, sumergiendo a esta área en una profunda depresión[4]. El periodo de mayor crecimiento relativo, por su parte, se relaciona con el nuevo perfil productivo que daría vida a la economía neuquina: la explotación de recursos energéticos a través de grandes empresas públicas. Sin esta nueva dirección económica seria muy difícil explicar como en el tiempo que separa al primer censo provincial de 1965 del censo nacional de 1991 la población neuquina se haya triplicado (Cuadro 1).
Figura 1. División política de la provincia de Neuquén |
Este formidable despegue demográfico fue resultado de la acción conjunta de un importante crecimiento vegetativo y de un creciente aporte de los migrantes, aunque el primero siempre tuvo una contribución más importante. Con todo, mientras que la diferencia entre nacidos y fallecidos presentó -entre 1960 y 1991- una leve tendencia alzista, las tasas de crecimiento migratorio mostraron un decidido ascenso, acorde con el despegue que experimentaba la provincia en materia económica. Es por esta divergencia, entonces, que los picos de crecimiento estuvieron ligados a los momentos de mayor saldo migratorio favorable. La década de los setenta, con una tasa de crecimiento migratorio superior al 1 por ciento anual, fue el período en que el aporte de los migrantes estuvo más próximo a la contribución porcentual del crecimiento vegetativo[5]. Y fue precisamente en esta década cuando la provincia de Neuquén experimentó su mayor incremento relativo con una tasa anual de crecimiento cercana al 5 por ciento. Esta cifra cobra aun mayor claridad en caso de hacer un ejercicio comparativo: la historia demográfica argentina tuvo en el quinquenio que siguió a la crisis financiera de 1890 y en el periodo 1905-1915 sus momentos de mayor expansión con tasas que apenas llegaban al 3 por ciento[6].
Figura 2. Densidad de población. Provincia de Neuquén, 1991. Fuente: elaboración propia en base a INDEC (1998). |
Más allá del espectacular despegue demográfico, que tuvo escasas analogías a nivel nacional, la densidad poblacional de Neuquén era hacia 1991 de sólo 4,1 habitantes por km2 [7]. Esta tenue ocupación del espacio refleja en buena medida las actividades que históricamente dinamizaron su economía. Salvo el caso de la agricultura de regadío que dio vida a los valles inferiores de los ríos Limay y Neuquén, la mayor parte del territorio albergó actividades pecuarias extensivas que volvieron a los 90.000 km2 de superficie provincial un denominador muy difícil de saturar. Una mirada más concentrada, sin embargo, nos permitiría descubrir una distribución poco equilibrada a nivel departamental. Hacia comienzos de los noventa, sólo dos departamentos se encontraban por encima de la media provincial, mientras que los catorce restantes mostraban índices bastante menores[8]. Estos dos islotes de poblamiento, ambos dueños de las más elevadas tasas de urbanización, nos muestra la importancia de la población previa al despegue (en el caso de Zapala, histórico nudo de caminos del interior neuquino) y, en mayor medida, el peso de la afluencia migratoria (Figura 2). Esto último es particularmente visible en el caso del departamento Confluencia, asiento de la capital provincial y espacio privilegiado de la explotación de recursos energéticos, que con una densidad de 36 habitantes por km.2, albergaba una población “no-neuquina” superior al 40por ciento[9]. Aunque la densidad sea un indicador poco sutil para medir la distribución de la población, debido a que las unidades departamentales pueden contener distintas realidades, era evidente la existencia de enormes superficies débilmente pobladas. Precisamente sobre ellas se aplicó, aunque sin demasiado éxito, la plantilla conceptual forjada por el desarrollismo: las regiones menos habitadas se presentaban como “atrasadas” y fueron el blanco de políticas públicas que procuraron saldar una “deuda histórica”.
Otro de los rasgos distintivos de la segunda mitad del siglo XX fue el inicio de la transición demográfica. Este fenómeno fundamental, que puede sintetizarse groseramente como el descenso de los niveles de natalidad y mortalidad, tuvo en el caso neuquino interesantes variaciones que se alejan de lo sucedido a escala nacional y, por supuesto, de la “ortodoxia” alineada con la experiencia europea. Alejandra Pantelides fue la primera en puntualizar las distancias que la transición argentina conservaba respecto a la tradicional imagen compuesta por tres etapas[10]. En un trabajo clásico nos ponía frente a dos particularidades que trazaban la vía argentina hacia un “nuevo orden demográfico”. A diferencia de lo ocurrido en el escenario europeo y en muchos países latinoamericanos[11], en la Argentina el descenso de la mortalidad y la natalidad sucedió en simultáneo, dejando poco lugar para la típica explosión demográfica. Esta singularidad fue acompañada por una modernización a todas luces incompleta: la rápida urbanización argentina y el crecimiento económico de la Argentina de entresiglos no se tradujo en un proyecto industrializador como sí ocurrió en el caso europeo. En términos generales, podríamos decir que este complejo proceso se desplegó, más allá de importantes variaciones regionales, entre 1869 y 1914, mostrando una perfecta sincronía con el montaje del modelo agro-exportador.
Figura 3. La transición demográfica neuquina (1915-1994). |
Ahora bien, esta grilla explicativa, que sirve para retratar lo sucedido en las provincias de temprana vocación atlántica, poco nos dice sobre un territorio incorporado tardíamente a la orbita nacional. Los principales rasgos temporales de la transición demográfica neuquina pueden ser precisados a partir de la evolución de la natalidad y la mortalidad. En el segundo caso, aunque la escasa confiabilidad de los registros vitales nos impide señalar el punto de partida de la transición, las tasas de mortalidad muestran un evidente proceso de descenso a partir del censo nacional de 1947. Hasta ese momento, la curva de la mortalidad había mostrado una traza irregular con una tendencia a la baja en el periodo 1914-1933 y una ascendente desde esta ultima fecha hasta mediados de siglo (Grafico 1). Para explicar este extraño comportamiento parece más adecuado pensar en un refinamiento de los mecanismos de registro, antes que en el mejoramiento del sistema de salud territorial. La multiplicación de las oficinas de Registro Civil y la lenta extinción de la extendida costumbre de inscribir los nacimientos y muertes del otro lado de los Andes, nos brindan algunas pistas al respecto.
Para hablar de descensos significativos debemos esperar hasta finales de la década de los sesenta cuando las tasas brutas de mortalidad perforaron la barrera de 10 por mil (Figura 3). Esta realidad nos avisa sobre la fuerte asociación entre la baja permanente de la mortalidad y el despegue de la economía neuquina. El perfil exportador de energía permitió el ingreso de recursos en concepto de regalías (porcentajes del valor de los hidrocarburos y el gas), haciendo posible la edificación de un sistema de salud que contrastaba con la etapa territorial. Hasta ese momento, existían en el territorio siete hospitales públicos y una cifra similar de salas de primeros auxilios -todos dependientes del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Nación-, que resultaban insuficientes para atender una población que rondaba los 110.000 habitantes[12]. Algo no muy diferente podíamos decir de los recursos humanos destinados a la atención sanitaria: los médicos no sólo eran un elemento exótico concentrado en las pocas áreas urbanas, sino además su escasez hacía que muchos puestos sanitarios del interior no tuvieran un profesional como responsable. En los primeros tiempos de la provincia, sobre finales de los cincuenta, el sistema de salud sólo contaba con un total de 27 médicos, 35 enfermeros y un puñado de entendidos en otras especialidades[13]. En una carta enviada al presidente de la Nación, Arturo Illia, el gobernador Felipe Sapag mostraba los problemas de salud que asolaban a la población en los tempranos sesenta:
“…La magnitud de las enfermedades es desoladora. Los medios rurales carecen totalmente de protección sanitaria y los servicios hospitalarios de los centros urbanos están totalmente desorganizados, pues la nación no integra la dotación de personal ni los elementos imprescindibles de los servicios a su cargo, para enfrentar las luchas contra las enfermedades…”[14]
En las postrimerías de la década de 1960, con la creación de la Dirección Provincial de Salud Pública, Asistencia y Previsión Social, fueron dados los primeros pasos en materia de atracción de profesionales, así como en el montaje de una infraestructura acorde a las necesidades de una población en franco crecimiento. Resultado de ello observamos una organización más eficiente de los recursos que, a través de la creación de zonas sanitarias, favoreció la implementación de servicios de prevención y control de la salud. Si esto tuvo alguna incidencia en los espacios urbanos que salpicaban la superficie provincial, fue en las áreas rurales donde apreciamos un impacto más profundo. Fue precisamente en estas últimas donde se llevó adelante una política de shock que tuvo como blanco principal enfermedades como la tuberculosis, bocio o la hidatidosis. Con la puesta en marcha de agresivas campañas de prevención por vacunación, el mejoramiento de los medios necesarios para el tratamiento de estos padecimientos y un programa que ponía en el centro de prioridad la salud de las mujeres embarazadas y de los recién nacidos, fue posible revertir indicadores de mortalidad infantil que se encontraban entre los más deslucidos de la Argentina.
Sea por el control de la muerte por causas infecciosas o bien por las mejoras en el nivel de vida de la población, la evolución de los indicadores de mortalidad nos permite apreciar significativas mejoras que recorren a la segunda mitad del siglo XX. El resultado más palpable de este fenómeno sea quizás el incremento de la esperanza de vida al nacimiento, sobre todo en el caso de los varones: de una cifra cercana a los 53 años en 1964 pasamos a una superior a 68 en 1992[15]. Esto supone un aumento de alrededor de quince años en sólo tres décadas, ubicando a Neuquén en coordenadas diferentes a la experiencia nacional. En el mismo periodo, los valores para el total del país se incrementaron de forma mucho más tenue, denunciado el peso que conservaban los distritos que iniciaron su transición demográfica de manera temprana: si a comienzos de los sesenta un recién nacido podía aspirar a sobrevivir 63 años, hacia comienzos de los noventa ese indicador sólo se había incrementado 5 años. En esas tres décadas, la esperanza de vida neuquina transitó de niveles cercanos a los exhibidos por algunos países latinoamericanos a otros que se solapaban con los estándares nacionales. La mortalidad por edades muestra, por su parte, una evolución que benefició a la población menor a los 35 años y, en mayor medida, a la franja comprendida entre los 5 y los 15 años. Pero es en materia de mortalidad infantil donde divisamos las mejoras más sustanciales. En 1947, primer año para el que contamos información, se inaugura una marcada tendencia descendente que llevó a la provincia a ubicarse, hacia comienzos de los noventa, en el segundo lugar a escala nacional[16].
Cuadro 2
Tasa global de fecundidad
por jurisdicción (1955-1991). Total país y provincia de Neuquén
Año |
Tasa global de Fecundidad (Hijos por mujer) |
|
Total del país |
Neuquén |
|
1955 1960 1970 1980 1991 |
3,3 3,1 3,1 3,3 2,9 |
6,2 5,6 5,2 4,3 3,6 |
Fuente:
Elaboración propia en base a INDEC (1998) |
La segunda vertiente a partir de la cual podemos visualizar el proceso de transición demográfica es el irreversible descenso de la fecundidad. A diferencia de la mortalidad, los cambios en esta última materia resultan más difíciles de identificar debido a la multiplicidad de factores que se conjugan en este fenómeno demográfico y a la incidencia de las uniones de hecho[17]. Tomando como posible puerta de entrada a la tasa bruta de natalidad, siempre de relativo valor por las transformaciones que la inmigración imprime en la estructura por edad y sexo, podríamos decir que la transición actuó en simultáneo con el descenso de la mortalidad. Luego de un comportamiento errático, que atraviesa la primera mitad del siglo XX, los índices de natalidad describen una curva con pendiente negativa: un pico de 42 por mil en 1947 es seguido de una tendencia a la baja que traspasa el umbral de 30 por mil a comienzos de los ochenta y sigue su recorrido descendente en el transcurso de esa década[18].
El descenso de la tasa de fecundidad es, por lo general, el factor más importante a la hora de examinar el envejecimiento de la población. A diferencia de los indicadores de natalidad, esta última no sufre el efecto perturbador de la estructura de edades y, por esta razón, sus variaciones afectan directamente la base de la pirámide poblacional al disminuir o aumentar el número de nacimientos anuales. Para el caso neuquino notamos que la baja de la fecundidad se dio con un considerable retraso respecto a lo sucedido a escala nacional. Si los primeros indicios de la transición de la fecundidad en la Argentina los encontramos en algún momento del periodo intercensal 1869-1895, en esta lejana comarca patagónica este fenómeno debió esperar un siglo[19]. Recién en la década de los cincuenta comienza a apreciarse una sostenida baja de la cantidad de hijos por mujer. Para 1955, Neuquén -con una tasa de 6,2- duplicaba a las cifras para el total del país, en una performance que la ponía a la par de provincias tradicionalmente expulsoras de población (Cuadro 2). Sólo cuarenta años más tarde, esos indicadores descendieron hasta ubicarse en 3,6, mostrando una tendencia que la aproximaría al promedio nacional de 2,9 (1991). Mucha importancia tuvo allí el reforzamiento de la población urbana y, resultado de ello, el desplome de la población rural. La caída en desgracia de la ganadería neuquina provocó desde muy temprano un flujo migratorio hacia las ciudades. A diferencia de lo sucedido en el ámbito rural, donde los hijos aportaban brazos a la economía familiar y valiosos recursos de su trabajo para otros, en los espacios urbanos la descendencia operaba en un sentido exactamente opuesto. De ahí que el descenso de la fecundidad haya corrido paralelo al crecimiento de la tasa de urbanización: entre 1947 y 1991 la población concentrada en las ciudades se desplazó del 22 por ciento al 86 por ciento[20].
Los diversos grupos migratorios que se instalaron en Neuquén también dejaron su huella en lo que a niveles reproductivos se refiere. Aunque encontremos en ellos interesantes diferencias, no resulta fácil determinar cuanto de estas variaciones se debieron a factores locales como la implantación en el tejido urbano o el lugar ocupado en la estructura profesional, y cuanto a decisiones inspiradas en la cultura premigratoria[21]. Más allá de estos contrastes, lo cierto es que la tendencia de conjunto abona la idea que la transición neuquina dio comienzo a mediados del siglo XX. La disminución de la población menor a quince años es una clara señal de esto. En el lapso de cuatro décadas su participación en la estructura por edades transitó de un 40 al 37 por ciento. Al mismo tiempo, la población comprendida entre los 15 y los 65 años evidenció una leve subida (de 58 a 59 por ciento), al igual que la participación de los ancianos que se duplicó en el mismo periodo (de 2 a 4 por ciento). Del análisis de estas cifras no podríamos concluir que Neuquén haya albergado al final de la observación una población envejecida, tal como sucedía en los escenarios que se modernizaron tempranamente. Lejos de ello, estamos frente a una provincia que atravesó en el periodo analizado por una etapa transicional caracterizada por una baja de la mortalidad y tasas de natalidad que, aunque en baja desde los sesenta, seguían siendo elevadas en el contexto argentino. De ahí que el crecimiento vegetativo haya sido una constante en las tres décadas analizadas, mostrando un mayor potencial de crecimiento que la mayoría de las provincias argentinas.
En el plano explicativo, la influencia de los migrantes de otras provincias, especialmente los llegados de distritos urbanos como Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe, fue un factor decidido en la brusca caída de la fecundidad. Tal como había ocurrido en el área pampeana en los años dorados de la inmigración europea, los llegados de distritos más avanzados en la transición demográfica dejaron su impronta en materia reproductiva a partir de dos mecanismos[22]. En primer lugar, transportaron a la sociedad receptora comportamientos propios de espacios en los que había descendido el tamaño de las familias. Por otro lado, transmitieron esas conductas a sus descendientes y, por medio de matrimonios “mixtos”, a la población nativa y a otros grupos migratorios. No es extraño, entonces, que los mecanismos contraceptivos se hayan difundido con mayor énfasis en los escasos escenarios urbanos neuquinos, donde la inmigración fue más importante, mientras que en el resto de la provincia encontremos hasta épocas recientes comportamientos pre-transicionales, reflejados en pirámides demográficas con bases ensanchadas para la mayoría de los departamentos neuquinos.
En lo relativo a los modos concretos mediante los cuales operó la baja de la fecundidad, los trabajos de Torrado nos brindan pistas sobre las formas que asumió el control de la natalidad[23]. Aunque este fenómeno se produjo en un periodo muy posterior a los escenarios afectados por el modelo agro-exportador, muchos de los mecanismos allí registrados son evidentes en el tardío siglo XX neuquino. Una clara muestra de ello lo apreciamos en los cambios en la estructura de la paridez: las familias grandes son cada vez menos habituales, al mismo tiempo que aumenta la proporción de familias sin hijos o, en el mejor de los casos, con un solo hijo. Este marco general no debería ocultar interesantes diferenciales según origen: los migrantes de otras provincias argentinas, como veremos en la próxima sección, estuvieron a la vanguardia en lo que a hogares reducidos se refiere, aventajando en ese rubro a los neuquinos y a los llegados de Chile[24]. De igual manera, los cambios en la edad de la madre en la última maternidad nos permiten afirmar que el modelo de contracepción dominante fue la detención y no el espaciamiento progresivo de los partos. Para sostener este punto sólo hace falta observar los significativos descensos de la fecundidad registrados en la población femenina mayor de treinta y cinco años.
Luego de este recorrido por algunos indicadores poblacionales: ¿Qué conclusiones podemos extraer sobre la transición neuquina? Si bien Neuquén recibió, desde muy temprano, un importante flujo migratorio europeo (los llegados de países no limítrofes representaron, entre 1914 y 1947, el 5% de la población[25]), los cambios demográficos más sustanciales debieron esperar a la segunda mitad del siglo XX. Recién para el periodo posterior al censo nacional de 1947, notamos los primeros síntomas de un descenso de la mortalidad, así como la inauguración de una tendencia a la baja de las tasas de natalidad. Resultado de este doble proceso, Neuquén fue paulatinamente acercándose a la dinámica demográfica registrada a nivel nacional. Esto es especialmente visible en el caso de la mortalidad infantil. Aunque comenzó la década de los cincuenta a una enorme distancia de la tasa de mortalidad argentina, en sólo veinte años esta provincia patagónica hizo notables mejoras que le permitieron filtrarse entre los primeros puestos en ese rubro. En materia de natalidad, los descensos fueron evidentes, pero no suficientes para reconocer el final de la transición. Con una población menor a quince años cercana al 40por ciento, es muy complicado distinguir allí una estructura demográfica envejecida. Dos indicadores muestran el alto potencial de crecimiento que Neuquén todavía tiene a futuro. El primero de ellos es la relación entre ancianos y niños. Este índice, que mide la capacidad de reemplazo de la población, muestra para el caso neuquino altísimo nivel (10,4) que cierra la posibilidad de una brusca caída de las tasas de crecimiento[26]. El segundo indicador, una proporción de mujeres en edades fértiles cercana al 50por ciento, nos advierte sobre la conveniencia de pensar en una transición inconclusa[27].
Sabido es que Argentina fue objeto de un
temprano proceso de urbanización que la diferenció de sus vecinos de la región.
Hacia fines de los sesenta, el grueso de su población ya estaba asentaba en
alguna de las muchas islas que daban forma al archipiélago urbano argentino.
Rastrear las causas de este fenómeno nos obliga a dirigir nuestra mirada a los
flujos migratorios internos. Sobre estos últimos, no estaría mal si dijéramos
que constituyen uno de los nudos gordianos de la
historia demográfica contemporánea. Algunas de las cifras suministradas por Lattes pueden ayudarnos a delinear la magnitud de este
proceso: Buenos Aires recibió, sólo entre 1945 y 1960, un millón y medio de
migrantes, la mayoría de los cuales provenía de las provincias del Noroeste y
del Noreste[28].
La fuerza de los números tuvo, en este caso,
su reflejo en materia académica. Al mismo tiempo que millones de personas que
cambiaban su lugar de residencia, las ciencias sociales comenzaron a estudiar
un fenómeno que, salvo alguna excepción puntual, fue analizado desde las
herramientas suministradas por la teoría de la modernización. Así, el pasaje de
una economía agro exportadora hacia otra recostada en el sector secundario,
tuvo como consecuencia el traslado de personas desde las deprimidas provincias
del interior hacia el dinámico cinturón industrial bonaerense. Los relatos de
la época -desde la sociología hasta la literatura y el cine- retrataban con
singular detalle la imagen del migrante del interior que, imbuido en una
cultura tradicional, engrosaba el tamaño de las “villas emergencia” y del
electorado peronista.
No conviene, sin embargo, pensar este proceso
a través del lente de la homogeneidad. El esquema de movilidad radial que tuvo
al área pampeana como destino predilecto tendió a suavizarse a medida que nos
aproximamos a 1970. Las últimas décadas del siglo XX albergaron una dinámica
que comenzó a tomar distancia con respecto al pasado. Siguiendo a Torrado,
podríamos decir que la magnitud de los movimientos internos disminuyó
sensiblemente respecto al periodo precedente (1930-1970) y, dentro de este
universo, los desplazamientos rural-urbano perdieron
terreno frente a los urbano-urbano[29].
Además, un segmento sustancial de estos últimos se originó en las grandes
ciudades del Litoral y se volcó hacia un grupo de ciudades intermedias que
mostraron un fenomenal crecimiento (ocho de ellas, por lo menos, septuplicaron
su población, de las cuales cuatro se encontraban en la región patagónica)[30]. La implementación de regimenes de
promoción industrial que dieron impulso a exhaustas economías regionales,
mejoras en la infraestructura de transporte, el empuje oficial en las nuevas
provincias y la inflación de credenciales que sobrevoló a los centros
tradicionales[31],
son algunos de los procesos que ayudan a entender la metamorfosis en el sistema
de asentamiento argentino: sin perder la altísima primacía (el área
metropolitana bonaerense conservó en todo el periodo una participación cercana
al 30por ciento), el grueso del crecimiento urbano se concentró en las
aglomeraciones de tamaño intermedio y, dentro de ellas, en las ubicadas fuera
de la región pampeana[32].
La provincia de Neuquén fue una de las
mayores beneficiadas de este proceso de gigantescas proporciones. Sea por la
cantidad de personas que llegaron a este distrito patagónico o bien por su
impacto en una sociedad que mostraba una débil base demográfica, este fenómeno
podría ser caracterizado de masivo. Sólo superada por Tierra del Fuego en
cuanto a la participación relativa de los migrantes, Neuquén tuvo en la
movilidad uno de los elementos que ha configurado su presente, tanto en materia
demográfica como en otras facetas como la economía, la sociedad y -por
supuesto- en su esfera cultural. Para comprender el peso de la población no
nativa basta con realizar una lectura superficial del censo nacional de 1991.
En esa fecha, cuatro de cada diez residentes de la provincia habían nacido
fuera de su jurisdicción[33];
cifra que, aunque importante, no da cuenta de la totalidad de episodios
migratorios, pues no refleja la enorme importancia de los flujos al interior de
la provincia[34].
En el plano demográfico el impacto de la
inmigración fue doble: si, por un lado, cumplió un papel estelar en el despegue
de las tasas de crecimiento de población provincial; por el otro, su relevancia
a la hora de examinar las bases de la transición no es desdeñable. Aunque el
primero de los aspectos fue importante en la primera mitad del siglo XX, fue
recién a partir de 1947 cuando los migrantes de otras provincias mostraron un
mayor protagonismo en el modelado de las grandes tendencias demográficas. Esto
fue así en virtud de su participación directa dentro del total de la población,
pero también por su contribución indirecta, por medio de la natalidad, al
crecimiento vegetativo de la población. Una comparación entre 1920 y 1991 puede
que nos suministre algunas pistas sobre la creciente importancia de los flujos
migratorios inter-provinciales. En la primera fecha,
los nacidos en el resto del país representaban sólo un 7 por ciento de la
población del territorio, ubicándose al mismo nivel de los migrantes
transoceánicos y a una enorme distancia de quienes llegaban del otro lado de
los Andes (36por ciento)[35].
Siete décadas después esa participación treparía hasta el 28por ciento, lo que
le permitió triplicar el aporte de la población chilena y multiplicar por catorce
a los inmigrantes europeos[36].
En caso de explorar las principales
características del flujo proveniente de otras provincias argentinas, emergen
algunos elementos interesantes que, más allá de las similitudes con otros
movimientos internos, permiten individualizar a la experiencia neuquina. Una de
las peculiaridades de esta forma de movilidad fue una elevada proporción de
alfabetos en comparación a la población nativa y a otros grupos migratorios.
Para 1985, el 83 por ciento de los nacidos en otras provincias que residían en
la ciudad de Neuquén contaban con el nivel primario concluido, en una actuación
que superaba ampliamente el 63 por ciento presentado por los nacidos en Chile.
Si calibráramos aun más nuestro objetivo, las diferencias con respecto a la
población nativa se vuelven evidentes. Aunque estos dos grupos presentaban
similares proporciones de egresados del nivel primario, los contrastes se
incrementan cuando analizamos la población que acreditaba un paso completo por
el nivel secundario: los argentinos de otras provincias duplicaban el
porcentaje de nativos que reunían ese requisito[37].
Un segundo aspecto a tener en cuenta es la
mayor proporción de hombres entre quienes llegaban de otras provincias, aspecto
que se mantuvo durante la segunda mitad del siglo XX. En 1991 el índice de
masculinidad de aquella subpoblación era de 107, lo cual nos muestra el
evidente aporte selectivo de las migraciones. Analizado por grupos etarios resulta superior en la población joven y en edades
activas, mientras que disminuye gradualmente luego de superar el umbral de los
60 años. El valor mas alto lo encontramos entre los 50 y 60 años donde es
visible el peso de las tempranas migraciones individuales[38]. El predominio de los hombres, que
-aunque marcado- no es tan elevado como el registrado en la población chilena,
habla muy bien de una demanda laboral relacionada con la explotación de
hidrocarburos y, para los momentos iniciales de la explosión demográfica, con
la construcción de obras hidroeléctricas.
La composición del flujo migratorio según su
origen provincial muestra una tercera particularidad que discute los alcances
de las interpretaciones tradicionales sobre la movilidad interna argentina. A
diferencia de lo ocurrido en los desplazamientos hacia el conurbano bonaerense
-conformados por población llegada de las provincias de menor desarrollo
relativo-, en el caso neuquino notamos un comportamiento exactamente inverso.
Desde los tempranos sesenta, los migrantes internos que llegaban a la provincia
provenían de escenarios con un elevado producto bruto geográfico per capita[39].
Por fuera de las provincias limítrofes que, por su cercanía geográfica, tenían
una destacada participación en la población neuquina, sobresalieron aquellas
que habían transitado exitosamente por una senda industrial. El grupo
conformado por Buenos Aires, Córdoba y Capital Federal mostró, para el periodo
1965-1991, una participación siempre superior al 40 por ciento (Cuadro 3). Esta
situación nos pone frente a una novedosa dinámica urbana que no sólo fue
patrimonio de la Argentina. Así como las áreas metropolitanas habían sido,
hasta los años sesenta, el destino recurrente de las corrientes
migratorias internas, en las décadas que siguieron las ciudades intermedias
fueron las que mayores tasas de crecimiento evidenciaron[40]. El resultado más visible de esta situación
fue la desconcentración de la población argentina y el simultáneo
fortalecimiento de áreas que hasta allí habían ocupado un lugar periférico en
la estructura demográfica y productiva del país. El poblamiento
de la provincia de Neuquén, pero especialmente de su capital, no podría ser
entendido por fuera de esta tendencia que tuvo a la década de los setenta como
punto de partida.
Cuadro 3
Porcentaje de migrantes argentinos (no
neuquinos) a la provincia de Neuquén
por periodo según provincia de origen. Periodos 1965-1970/1975-1980/1986-1991
Provincia de Origen |
Periodo |
||
1965-1970 |
1975-1980 |
1986-1991 |
|
Río Negro Buenos Aires Córdoba Capital Federal Mendoza Otras |
23,3 19,4 12,0 10,4 6,3 28,7 |
30,3 20,5 4,7 7,9 7,7 29,1 |
26,9 27,9 5,3 6,4 8,8 24,7 |
Fuente: INDEC (1998) |
Debido a estas características generales y a
las formas concretas en que se produjo su incorporación a la sociedad
receptora, el flujo migratorio fue un factor clave en las transformaciones que
sacudieron a Neuquén durante la segunda mitad del siglo XX. Algunos de
sus efectos, al igual que la onda expansiva que generaron, siguieron siendo
visibles más allá de su impacto original. La consecuencia más obvia de los
procesos migratorios internos fue acelerar el crecimiento demográfico hasta
llevarlo a niveles históricos. Pero sus efectos no pueden ser reducidos a un
simple aporte cuantitativo. Lejos de ello, la llegada de una enorme cantidad de
migrantes dejó su huella en la estructura por edad y sexo y -por su intermedio-
en otros fenómenos como la nupcialidad, la urbanización y la estructura
socio-ocupacional[41].
Comencemos por analizar la estructura de la
población. Un lugar común dentro de la amplia literatura sobre procesos
migratorios ha sido señalar la influencia de estos últimos en el modelado de
pirámides demográficas atípicas o, por lo menos, completamente diferentes a que
caracterizan a poblaciones estables. Esta “ley de hierro” no podía estar
ausente en la experiencia neuquina. La estructura de la población en 1947
presentaba a una sociedad típicamente de frontera: el desequilibrio entre
sexos era evidente, existía una fuerte participación de los menores de quince
años resultado de la tenue difusión de métodos contraceptivos y, en
contrapartida, una rápida disminución del tamaño de los grupos etarios siguientes por efecto de la importante tasa de
mortalidad[42].
A esta pirámide debemos sumar en todos sus escalones, pero en especial los
comprendidos entre los 15 y 64 años, a una importante población extranjera
que -con una notoria presencia
masculina- había logrado insertarse exitosamente en la economía territorial.
Esta constatación nos avisa sobre la importancia de los mecanismos individuales
de movilidad y, desde luego, de un mercado matrimonial que estimulaba la
formación de parejas mixtas.
La pirámide de 1960 muestra, por su parte,
una estructura similar que extrema las características de la población previa
al inicio de la transición. La única singularidad de relevancia fue la mayor
importancia de las mujeres migrantes -tanto nativas como extranjeras- que
impulsó un descenso de la tasa de masculinidad, y el aumento de los migrantes
masculinos provenientes de otras provincias. La mayor proporción de población
en edades fértiles es importante para explicar un leve aumento de la tasa de
natalidad y, como consecuencia, un rejuvenecimiento de la población[43].
Para distinguir las transformaciones que los
migrantes imprimieron a la estructura de la población, debemos trasladarnos al
periodo final de análisis. En 1991, con la transición de la mortalidad
concluida y la natalidad en caída libre, el aporte de las migraciones de otras
provincias llegó a su máximo histórico, favoreciendo el incremento de la
población en edades activas. Del mismo modo, el creciente afincamiento de
familias, que dejó en un segundo plano a la inmigración individual y masculina,
trajo consigo un creciente equilibrio entre los sexos y una transformación en
la distribución por edades[44].
De tal suerte, una población argentina no neuquina que conformaba el 28 por
ciento del total, con un 74 por ciento de la misma ubicada entre los 15 y los
64 años[45],
produjo una transformación en la pirámide demográfica: aunque su base no dejó
de ser importante debido a las elevadas tasas de natalidad, la parte media de
la misma comenzó a ser más abultada, mostrando a las claras un lento proceso de
envejecimiento.
Estas instantáneas testimonian tres momentos
de una evolución cuyos primeros frutos fueron visibles a finales del siglo XX.
Sólo cuando la transición demográfica hizo progresos significativos, la
pirámide poblacional tomó la forma característica de una sociedad en tránsito
hacia la madurez. Aunque la apariencia de una población envejecida recién será
visible en el futuro, no antes de 2020 según estimaciones oficiales[46], la llegada de migrantes de otras
provincias constituye un factor de relevancia en ese proceso. Ante todo, los
jóvenes migrantes que se asentaron en Neuquén en la década de los sesenta,
especialmente llegados luego de 1965, ya engrosaban las filas de los grupos de
mayor edad en las postrimerías del siglo XX. Pero su importancia en la
transformación de la pirámide de la población se incrementará en el mediano y
largo plazo. En ese sentido, el envejecimiento de la población neuquina será el
resultado de dos procesos imbricados, que tienen a los migrantes de otras
provincias como protagonistas: un envejecimiento por la base de la pirámide,
producto del descenso de la fecundidad, será inexorablemente acompañado por un
envejecimiento por la cúspide, consecuencia de la caída de la mortalidad y el
ingreso a la ancianidad de los migrantes llegados en las décadas subsiguientes.
En lo relativo a la composición por sexo, la
llegada de migrantes de otras provincias generó desequilibrios en la estructura
de la población que tendieron a desaparecer conforme nos acercamos a los
noventa. La evolución del índice de masculinidad de la población total
pareciera corroborar este punto: una evidente asimetría en 1947 (127 hombres
por cada 100 mujeres) fue seguida de índices moderadamente desequilibrados en
1960 y 1970 (113 en ambos momentos), que desembocaron en una virtual armonía
hacia 1991 (102)[47].
En los primeros momentos del proceso inmigratorio masivo, cuando la llegada hombres
solos constituía la norma, era natural encontrar tasas de masculinidad
elevadas, más aun si tenemos en cuenta el peso que los conscriptos tenían en
una población todavía escasa. La creciente instalación de familias y mujeres
nos ayuda a entender la caída sostenida de este indicador, así como el
creciente peso de las mujeres nacidas en otras provincias en la parte baja de
la pirámide poblacional. No podríamos dejar de mencionar, sin embargo, la
existencia de importantes variantes al interior del espacio provincial. A
grandes rasgos, podríamos decir que los desequilibrios eran más pronunciados en
las áreas rurales, donde la inmigración femenina a la ciudad impulsó los
índices de masculinidad, y mucho menos marcado en las áreas urbanas que
mostraron en conjunto valores equilibrados o –en el caso del departamento
Confluencia- una ventaja en favor de las mujeres[48].
Las transformaciones que afectaron a la
estructura por edades y sexo dejaron su impronta en otros indicadores ligados a
ella. La dinámica seguida por la población económicamente activa es un buen
ejemplo de esto. Un crecimiento demográfico basado en la inmigración, como no
podía ser de otra forma, tuvo una incidencia directa en su composición, dando
lugar a diferenciales según origen. Cuando examinamos quienes se insertaban en
el mercado laboral advertimos que, para los años ochenta, alrededor de un 60
por ciento de los mismos no eran neuquinos. Dentro de esta sub-población,
el aporte más grueso corresponde a la corriente procedente del resto del país.
Esto es especialmente evidente en el caso de la población masculina que, con
tasas de participación superiores al 80por ciento, superaban los niveles
mostrados por los nacidos en la provincia[49]. Para el caso de las mujeres, aunque
mostraron una tendencia alcista, el mercado laboral sólo involucraba, a
comienzos de los noventa, a menos de la mitad de su población en edades
activas. De todos modos, y como sucedía en el caso de los varones, las llegadas
de otras provincias mostraban un índice que se encontraba por encima de la
media y, desde luego, de la actuación de la población nativa. Este fenómeno
puede explicarse a partir de dos factores íntimamente relacionados. Por un lado,
la búsqueda de empleo constituye el principal motor que impulsa a la
inmigración y, por esta razón, no es casual el peso de los migrantes entre
quienes participaban del mercado laboral. Por otro lado, la participación de
los migrantes de otras provincias también se asociaba al elevado nivel de
instrucción que caracteriza a esta población. Aunque no sea aplicable a la
totalidad de casos, existe una fuerte correlación entre el pasaje por alguna
instancia del sistema educativo y la tasa de participación en la actividad
económica.
Otra forma de visualizar el impacto de la
migración interna en la población neuquina es a partir del análisis de un
segundo fenómeno demográfico: la nupcialidad. La norma que atraviesa al periodo
1960-1991 pareciera ser el aumento generalizado de la proporción de casados o,
utilizando términos técnicos, la universalización de un modelo matrimonial[50]. Aun cuando no sea posible identificar
cambios radicales en la estructura nupcial neuquina, el periodo estudiado
albergó variaciones en lo referente a la proporción de solteros y casados. En
esos años, comenzaría a ser consistente la participación de quienes decidían
contraer nupcias o, eventualmente, legalizar uniones que habían permanecido al
margen de la ley. Así, el 9,5 por ciento de mujeres casadas en 1970, alcanzó en
sólo veinte años al 18 por ciento de la población económicamente activa,
sucediendo lo mismo con los hombres de similar situación[51]. En el plano explicativo, puede
suponerse que estas variaciones estuvieron fuertemente asociadas con un
desarrollo estatal que ponía nuevas oficinas de registro a disposición de la
población y con los beneficios sociales que esa condición traía acarreado
(seguro medico, cargas familiares, licencias, entre otras).
En la primera mitad del siglo XX, al calor de la llegada de inmigrantes internacionales, el mercado matrimonial mostró un fuerte desequilibrio, especialmente en las zonas que recibieron un mayor aporte inmigratorio. Esta asimetría, sumada a cierta vocación endogamia de los migrantes de primera generación, tuvo como resultado una elevada tasa de celibato definitivo que, aunque sea difícil de aislarlo de otros hechos demográficos, terminó siendo una característica fundamental de la población neuquina en toda la etapa territorial. En las primeras décadas de la provincia, en cambio, la tendencia pareciera ser la contraria: la disminución del celibato definitivo nos avisa sobre la existencia de una mayor variedad de alternativas en la formación de parejas. Un índice de masculinidad cercano a 100 sirvió de estímulo a un mercado matrimonial equilibrado, lo cual no debería conducirnos a la apresurada conclusión de que se trataba de un mercado unificado. El caso de la capital neuquina nos pone frente a sub-mercados matrimoniales basados en la importancia de espacios de interacción como los “barrios”, necesariamente influidos por la condición socio-ocupacional, y menos relacionados con arreglos pre-migratorios. Así, detrás de rótulos a menudo utilizados como “exogamia” se escondieron situaciones de “homogamia” social o residencial, que tuvieron a la cercanía espacial como principal condicionante de las uniones.
Al mismo tiempo que estallaba la migración
proveniente de otras provincias, otro fenómeno delineaba el paisaje demográfico
neuquino. Los flujos de nativos desplegados en todo su territorio constituyen
uno de los aspectos más relevante de la segunda mitad del siglo XX. A
diferencia de los estudios sobre migraciones internacionales y -en menor
medida- de las corrientes inter-provinciales, la
movilidad al interior de las provincias argentinas ha sido una duradera deuda
de los medios académicos. Y en este vacío de conocimiento las categorías
utilizadas en las prácticas censales desempeñaron un papel fundamental. La
utilización de criterios de demarcación amplios (y, en el peor de los casos,
duales), ayudó para que la movilidad dentro de los espacios provinciales haya
pasado por mucho tiempo inadvertida[52].
De ahí que nuestras aproximaciones a este fenómeno tengan mucho de indirectas:
la ausencia de saldos a nivel departamental que distingan por origen
migratorio, nos obliga a acceder a la movilidad intra-provincial
a través de las tasas de crecimiento departamentales, su participación relativa
sobre el total provincial, las tasas de crecimiento de la población urbana y,
recién para la década de los ochenta, la contribución de los migrantes del
interior provincial en el poblamiento de la ciudad de
Neuquén.
Aunque nuestro propósito sea examinar las dinámicas que atravesaron al siglo XX tardío, es imposible no apuntar ciertas características del pasado territorial, pues encontramos en ellas el génesis de tendencias que se amplificaron en las décadas siguientes. Un buen ejemplo de ello lo notamos en la distribución de la población. Cuando el siglo XIX agonizaba, el joven territorio nacional mostraba una población concentrada en los departamentos del noroeste cordillerano (Figura 4). Las causas de este fenómeno son fácilmente deducibles: esa área albergaba a la antigua capital (Chos Malal) y a su rudimentario aparato administrativo, pero también a la principal actividad económica del territorio. Una ganadería, que tenía a los centros urbanos del Pacifico como mercado, dinamizaba a un espacio que concentraba el 62 por ciento de la población (Cuadro 4). En 1920, en ocasión del Primer Censo de Territorios Nacionales, la concentración conservaba su rumbo, más allá del traslado de la capital a la confluencia de los ríos Neuquén y Limay. Esta situación revela que este suceso, muchas veces señalado como divisoria de aguas en la historia neuquina, no tuvo efectos drásticos en la distribución de la población. De todos modos, la aparición del departamento Confluencia en el cuarto lugar del ranking de distritos más habitados, nos brinda algunos indicios de una tendencia que se incrementó con el correr de las décadas (Cuadro 4). En esos años, el vértice oriental del territorio no sólo comenzó a ser la sede de las oficinas del gobierno nacional, sino además funcionó como punta de rieles del Ferrocarril del Sud y epicentro de las primeras colonias agrícolas del territorio.
Cuadro 4
Distribución porcentual
de la población por departamentos. Neuquén (1920-1991)
Departamentos |
1920 |
1947 |
1960 |
1970 |
1980 |
1991 |
Aluminé Añelo Catán Lil Collón CuráConfluencia Chos Malal Huilliches Lácar Loncopué Los Lagos Minas Ñorquin Pehuenches Picunches Picún Leufú Zapala |
6,3 1,0 4,8 6,4 10,8 11,0 5,4 5,2 4,9 1,8 12,6 11,0 4,4 7,0 1,7 5,0 |
3,1 0,7 3,3 2,2 29,4 6,4 6,5 6,7 4,0 2,3 6,2 5,6 2,8 6,8 1,9 11,5 |
2,9 0,7 2,0 1,3 46,3 5,5 3,7 6,6 3,0 1,7 4,0 3,0 2,1 4,4 1,6 10,7 |
2,0 0,5 1,4 1,0 58,2 3,6 3,9 5,6 2,1 1,3 2,3 1,7 1,7 3,0 1,0 10,7 |
1,5 0,8 0,8 0,8 64,0 3,0 3,0 5,8 1,6 1,0 1,8 1,4 1,5 2,0 0,8 9,4 |
1,1 1,2 0,6 2,0 68,2 2,8 2,4 4,3 1,3 1,0 1,4 1,1 1,6 1,4 0,8 8,0 |
Fuente: Elaboración propia a partir de DPEC (1980) e INDEC (1998). |
Para el censo nacional de 1947, y luego de un extenso periodo intercensal, se reforzaron esas tendencias que se insinuaban en las décadas previas. El departamento Confluencia, ahora a la vanguardia del poblamiento neuquino, albergaba cerca de un tercio de la población, mientras que la participación de los departamentos del norte neuquino decayó en promedio un 6por ciento[53]. Con un crecimiento importante, pero no tan explosivo como en el oriente neuquino, el departamento Zapala duplicó su importancia en un lapso cercano a los treinta años. Para comprender la creciente importancia de este departamento, ubicado en el centro geográfico del territorio neuquino, debemos acudir a la extensión de los rieles hasta su localidad cabecera en 1913 y, por consiguiente, a la intensificación de su rol como centro del comercio (Figura 1). Con todo, en el conjunto del territorio neuquino no encontramos fenómenos de despoblación, como sí va a ocurrir en las décadas siguientes. Observamos, en todo caso, tasas de crecimiento que no superaban el 3 por ciento anual para la mayoría de los departamentos cordilleranos, con excepción de los que reunían una mayor aptitud para el desarrollo ganadero. Y, en contraposición, actuaciones muy superiores en los departamentos ubicados en la vertiente oriental del territorio, que ya evidenciaban una lenta incorporación económica al mercado nacional[54].
Si hasta mediados del siglo XX distinguíamos para gran parte del territorio sólo un débil crecimiento vegetativo, en las décadas siguientes comenzó a ser palpable un proceso de despoblación. Las tasas negativas de crecimiento de estos espacios, que habían funcionado como focos de atracción poblacional en los primeros años de vida territorial, son una clara señal de esto. El norte neuquino -sobre todo los departamentos Minas, Ñorquín y Pehuenches- fue el principal damnificado del cierre de la frontera comercial con Chile (Figura 4). Los tiempos de un fecundo tráfico de ganado dirigido a importantes centros urbanos transandinos habían quedado en el pasado. En su lugar, una producción hacia el mercado atlántico, menos demandante de hacienda de escasa calidad, se presentaba como la única salida para pequeñas explotaciones muy cercanas al nivel de subsistencia. Tal como había ocurrido con el traslado de la capital a Neuquén, los efectos más perjudiciales para la economía andina fueron visibles algunos años después. La fuerza de las medidas proteccionistas, sumada al creciente control ejercido por la gendarmería nacional, tuvo un impacto diferido en la estructura demográfica de los departamentos afectados. Recién en la década del cincuenta dio comienzo lo que algunos denominaron “éxodo desde el interior provincial”[55]. En las mismas coordenadas, pero con consecuencias menos agudas, debemos ubicar a la franja departamentos recostados sobre los Andes que se extiende hacia el sur neuquino. En este espacio -que reúne a los departamentos Loncopué, Picunches, Huiliches y Catán Lil- la clausura de mercados históricos reforzó su funcionamiento como polos expulsores de población (Figura 4)[56].
Figura 4. Distribución porcentual de la población por departamentos. Neuquén, 1920 y 1991. |
Salvo ligeras variantes esta situación caracterizó a la segunda mitad del siglo XX. Más allá de la naturaleza acumulativa del fenómeno migratorio, aplicable a las primeras décadas del fenómeno, el incremento de la población en tránsito dentro del espacio provincial fue verdaderamente significativo. Una prueba en ese sentido es aportada por el número de departamentos que arrojan tasas negativas de crecimiento migratorio: 14 departamentos estaban en esa situación entre 1960 y 1970, mientras que en el periodo intercensal siguiente esa cifra desciende hasta situarse en 11[57]. La persistencia de este fenómeno, que pareciera perder fuerza conforme nos aproximamos a los noventa, es una clara muestra del carácter estructural de las migraciones intra-provinciales y de la compleja trama de factores que las provocan. El eclipse de la economía ganadera, en compañía del reforzamiento de un rumbo ligado a los servicios y a la exportación de energía, se encuentra en la base de un proceso de movilidad que tuvo como principal beneficiaria a la capital provincial. Partiendo de este panorama podríamos trazar una cartografía que contiene áreas perdedoras y otras ganadoras. Entre las primeras no podríamos dejar de mencionar a los departamentos recostados sobre los Andes que, como ya dijimos, disminuyeron su participación sobre el total provincial. En la situación inversa encontramos un puñado de distritos entre los que se destacaba el departamento Confluencia y, en menor medida, Zapala (Figura 4). A este selecto grupo se sumaron, en la década de los ochenta, las nuevas vedettes de la planificación provincial: una elevada tasa de crecimiento migratorio hizo su aparición en departamentos ligados a la explotación de hidrocarburos (Pehuenches), la agricultura intensiva (Añelo) y el turismo (Lácar)[58].
Figura 5. Porcentaje de población urbana por departamento. Neuquén, 1991. |
Las migraciones rural-urbanas fueron otro de
los hechos fundamentales en la historia demográfica neuquina. Sus efectos, que
comenzaron a ser fuertes a mediados de siglo, pueden ser observados a partir
del vertiginoso crecimiento de la ciudad de Neuquén, pero también a través de
las pirámides de población correspondientes a las áreas urbanas y rurales. En
este sentido, una simple comparación entre estos dos espacios nos pone frente a
una mayor proporción de jóvenes y adultos en las primeras, resultado de los
aportes migratorios intra e inter-provinciales,
y de estructuras diezmadas en su parte media para el segundo caso. Al mismo
tiempo, la capital neuquina se caracterizó por una alta participación de las
mujeres jóvenes lo cual refleja la importancia de los flujos al interior de la
provincia y su impacto diferencial según sexo. La consecuencia más visible de
esta evolución “a dos ritmos” quizás sea el creciente predominio femenino en
las zonas urbanas y el masculino en las rurales, conduciendo a una creciente femenización de las ciudades.
Los diferentes afluentes migratorios que convergieron en Neuquén tuvieron como efecto evidente un acelerado proceso de urbanización. Del estudio de la información ofrecida por los censos nacionales saltan a la vista algunos de sus rasgos básicos, esenciales para captar la mayor importancia de las ciudades en el contexto provincial. Ante todo, el ritmo de crecimiento de la población urbana fue sensiblemente mayor que el correspondiente a la rural. Esta evolución tiene como punto más alto al periodo 1970-80 cuando la provincia alcanzó su máximo histórico con una tasa cercana al 6 por ciento anual[59]. Como resultado de esto, la población que habitaba en las ciudades superó a la rural en algún momento situado entre 1960 y 1970, puesto que para esta ultima fecha más de la mitad de la población neuquina habitaba en áreas urbanas (65 por ciento)[60]. Con todo, más allá de disminuir su participación relativa, la población rural siguió creciendo en términos absolutos hasta la década de los ochenta, momento en el que comienza a mostrar tasas de crecimiento negativas. El promedio provincial, sin embargo, no deja de ser el resultado ponderado de los niveles de urbanización registrado en los distintos departamentos. De ahí la importancia de distinguir los matices entre las diferentes jurisdicciones que dan forma a la provincia. Si no prestáramos atención a los mismos sería complicado distinguir entre áreas ganadoras y perdedoras de población. Como ejemplo de las primeras podemos mencionar al departamento Confluencia que, hacia 1991, estaba completamente urbanizado (Figura 5). Y entre las segundas encontramos nuevamente a los espacios que suministraban insumos a los procesos de movilidad internos: los departamentos Catan Lil, Minas y Ñorquín no contaban para esa fecha con población urbana (Figura 5)[61].
Cuadro 5
Tasa de urbanización y cantidad de
ciudades
con más de 2.000 habitantes, según año Censal. Provincia de Neuquén (1895-1991)
Año Censal |
Tasa de urbanización (por ciento) |
Ciudades de más de 2.000 habitantes |
1895 1914 1947 1960 1970 1980 1991 |
6,2 15,4 22,7 48,0 64,6 83,9 86,5 |
- - 4 5 6 10 16 |
Fuente:
Elaboración propia a partir de INDEC (1998) y MASES et al (1998) |
Un segundo punto a tener en cuenta se refiere al sistema urbano neuquino. El crecimiento de la población asentada en las ciudades durante la segunda mitad del siglo XX, se produjo tanto por el desarrollo de los centros urbanos históricos como por el ingreso de otros al club de los dos mil habitantes. Un repaso por la cantidad de aglomeraciones que lo conformaban puede traer luz sobre este proceso: de cinco localidades que superaban los dos millares de habitantes en 1960, pasamos a diez en 1980 y dieciséis en 1991 (Figura 6)[62]. Como es lógico imaginar, el crecimiento de la población urbana de acuerdo al tamaño de la aglomeración no fue equilibrado. Al interior de esta rápida urbanización se destaca la concentración de población en los límites de la capital neuquina. Si, cuando la provincia daba sus primeros pasos, la población de esta última representaba el 15 por ciento del total, sólo treinta años después no tendría inconvenientes para aumentar su participación hasta el 43por ciento[63]. Continuando una tendencia a la primacía, cuyo génesis debemos ubicar en las primeras décadas del siglo XX, el sistema urbano neuquino tuvo como principal característica la enorme distancia entre la ciudad de Neuquén y los restantes centros urbanos. En 1991, la primera concentraba la mitad de la población urbana de la provincia, mientras que las dos ciudades que seguían en el listado sumaban combinadas sólo el 18 por ciento (Cutral Co y Zapala)[64].
Figura 6. Ciudades con más de 2.000 habitantes. Provincia de Neuquén, 1947 y 1991. |
No es casual, entonces, que este rasgo haya
sido señalado, desde muy temprano, como una cuestión a modificar por la acción
oficial. Las ideas desarrollistas de la época, que asociaban despoblación con
atraso económico, sumadas razones de índole geopolítica (las áreas menos
pobladas eran las limítrofes), pusieron en el tope de sus prioridades una
distribución más uniforme de la población en la superficie provincial[65]. A pesar de esta clase de declamaciones,
el número de habitantes de la capital provincial no cesó de incrementarse: los
15.000 habitantes que albergaba en 1960 se multiplicaron diez veces en sólo
treinta años. Estas espectaculares cifras, sin embargo, no deberían hacernos
pasar por alto un fenómeno que incrementaba aun más la importancia de la capital
neuquina. La fuerza de su crecimiento tendió a disolver sus límites con
ciudades vecinas, favoreciendo un lento –pero decidido- proceso de conurbanización. Tal vez por eso, no estaría mal pensar,
junto a Vapñarsky y Pantelides,
a Neuquén como la cabecera de un área metropolitana que coincidía con el sector
occidental del Alto Valle del Río Negro[66].
La inmigración, asentada principalmente en las ciudades, cumplió un papel fundamental en la espectacular urbanización, especialmente en el caso de la capital provincial. De esta forma, los llegados de diferentes puntos del país y del extranjero representaban el 33 por ciento de la población total en 1970, porcentaje que se eleva a 39 por ciento si sólo consideramos la población del urbanizado departamento Confluencia. El carácter estructural de esta tendencia queda a la vista si observamos el aumento de estas proporciones a 37 y 42 para 1991. La ciudad de Neuquén, en esta singular experiencia dentro del contexto nacional, llevó al extremo las características señaladas, pues seis de cada diez habitantes radicados en ella no eran nativos[67].
Las transformaciones demográficas que hasta aquí hemos desarrollado no se
limitaron a aspectos de índole cuantitativa. Detrás de indicadores generales,
no siempre hábiles para retratar aspectos cualitativos, podemos divisar un
tejido social que ganó en complejidad con el correr de los años. A grandes
rasgos, podríamos decir que en este período se produjo el pasaje de una
sociedad mayormente rural y, en buena medida, polarizada hacia otra más abierta
y llena de matices a su interior. Los factores que le dieron una nueva forma
remiten a una economía que, a partir de los sesenta pero especialmente después
de 1980, comenzó a sostener su crecimiento en la exportación de energía y en la
importancia de la inversión pública. Como ya hemos mencionado, el modelo económico
provincial fue producto de un clima de época que favorecía el montaje de polos
de crecimiento que romperían con la estructura macrocefálica argentina, pero
también a un conjunto de políticas planificadoras -no siempre seguidas al pie
de la letra- dirigidas por el estado provincial.
Clase social |
Censos |
||
1960 |
1970 |
1980 |
|
Clase media asalariada |
15,7 |
19,0 |
30 |
Clase obrera asalariada |
51,8 |
50,7 |
38,7 |
Otros estratos sociales |
32,5 |
30,7 |
31,3 |
Fuente: Elaboración
propia en base a TORRADO (1984) |
Lo cierto es que, más allá de su dependencia
en materia de decisiones de inversión, este modelo desencadenó una complejización
social que se destacó por su celeridad[68].
El nuevo rumbo de la economía provincial y la afluencia migratoria que generó
son importantes a la hora de evaluar la emergencia de nuevos grupos sociales y
la lenta extinción de otros que habían caracterizado a las primeras décadas del
siglo XX. En este proceso de ingeniería, los sectores medios urbanos merecen
una mención aparte[69].
Si en los años del Territorio Nacional su peso era reducido y sólo abarcaba a
unos pocos funcionarios, algunos vendedores y una reducida cantidad de
técnicos; en las décadas que siguieron sus filas se nutrieron de forma
continua. Lo que en el censo de 1960 representaba un escaso 15 por ciento de la
población económicamente activa, traspasó el umbral del 30 por ciento a
comienzos de los ochenta[70].
Esto, por supuesto, no podría traducirse linealmente como una sociedad de
“cuentapropistas”, en una suerte de revival
del mundo urbano pre-industrial. Al mismo tiempo
que los sectores medios ganaban espacio en el edificio social, los sectores
populares urbanos conservaron importancia en todo el periodo y, si sumamos a
ellos a los diezmados sectores populares rurales, su predominio no deja de
llamar la atención (Cuadro 6).
La creciente importancia de los sectores
medios, especialmente los urbanos, no fue la norma para el conjunto del
territorio. Como sucedía en materia de crecimiento demográfico, el vértice
oriental de la provincia aventajó en este rubro a un interior mayormente rural.
El departamento Confluencia fue el epicentro de un proceso de “modernización
cultural” que, como analizamos en los apartados anteriores, repercutió en los
comportamientos demográficos (disminución de la fecundidad, calendario
matrimonial retrasado, lento envejecimiento de la población). En el interior,
en cambio, fue evidente la supervivencia de rasgos tradicionales que reforzaron
la posición privilegiada de los sectores mercantiles y de propietarios de
grandes explotaciones rurales. En la parte baja de la pirámide social divisamos
una capa de pequeños productores ganaderos, muchos asentados en terrenos
fiscales y, en menor medida, un estrato de trabajadores asalariados que
desarrollaba sus labores en las áreas de dominio de la gran propiedad. Las
zonas urbanas, ahora más numerosas, fue donde hicieron su aparición sectores
vinculados con la prestación de servicios y, sobre todo, con el despliegue de
la actividad oficial. Quedaba claro que las diferencias entre los departamentos
orientales y los cordilleranos se reproducían en el contraste entre mundo
urbano y rural. Después de todo, los primeros concentraban la mayor parte de la
población urbana y en los segundos predominaban quienes residían en la campaña.
Aunque el valle inferior de los ríos Neuquén y Limay había albergado, desde muy
temprano, una interesante capa de pequeños propietarios rurales cuya producción
se orientaba a mercados extra-regionales, es cierto que perdía fuerza conforme
avanzamos en el tiempo. En parte culpa del avance de la ciudad de Neuquén sobre
su área cultivada y en parte por la aparición de nuevos competidores a escala
hemisférica, se diluyó la posibilidad que la provincia se aproximara al ideal
de una sociedad de pequeños propietarios[71].
El despliegue de actividades que no se desarrollaban precisamente en el mundo
urbano puede a priori parecer contradictorio con el aumento de la
población asentada en las ciudades. Sin embargo, algunos rasgos de una
provincia que profundizó su papel exportador de energía pueden ayudarnos a
salvar este obstáculo analítico. La construcción de complejos generadores de
energía hidroeléctrica, la expansión de la explotación de hidrocarburos y la puesta
en marcha de oleoductos y gasoductos, tuvieron un impacto localizado que no
permitió un efecto derrame a todo el territorio. Tres factores ayudan a
explicar este fenómeno que hace a la esencia del Neuquén contemporáneo. En
primer lugar, las autoridades oficiales facilitaron la radicación de las
empresas a cargo de todos estos recursos y, con ellas, del personal
administrativo necesario para su funcionamiento. En segundo lugar, la
prestación de una amplia gama de servicios a las mismas, desde el transporte
hasta la provisión de partes, se concentró en los límites de la ciudad de
Neuquén, animando un continuo crecimiento de su población. En tercer lugar, la
sanción de leyes nacionales y provinciales favoreció la instalación de
industrias, algunas de cierta envergadura, que reforzaron una estructura
demográfica completamente descompensada.
Toda esta dinámica económica, desde luego,
estuvo acompañada del desarrollo de una infraestructura básica para el
funcionamiento de estas actividades y de la población que involucraban. De ahí
que en los espacios sintonizados en esta nueva frecuencia de crecimiento haya
aumentado la participación de la construcción y del comercio en un “efecto
dominó” que, nacido en la explotación de recursos, dejó su impronta en los espacios
urbanos de la provincia. La distribución de los migrantes en las grandes áreas
económicas es un claro reflejo de esto. Durante la década de los ochenta, los
migrantes de diferentes orígenes representaban cerca del 80 por ciento de los
ocupados en el sector terciario, el 75 por ciento de quienes se empleaban en la
industria y el 90 por ciento de quienes cumplían tareas en la construcción[72].
En compañía al reforzamiento de los sectores medios de la población, se produjo
una expansión igualmente importante de los sectores populares urbanos. A
diferencia de lo ocurrido en el Litoral, donde el crecimiento de estos últimos
estuvo vinculado con el desarrollo de la industria, en estas latitudes la
realidad circuló por otros carriles. Las particularidades productivas de la
provincia volvieron a los trabajadores del sector terciario los animadores de
una intensa vida asociativa. Luego de la sangría que representó la caída del
gobierno de Perón, la actividad gremial cobró vigor de la mano de sindicatos de
gran peso a nivel nacional. La Fraternidad ferroviaria y el sindicato petrolero
(SUPE) fueron quizás las organizaciones que gozaron de una mayor cuota de poder
en una economía que lentamente viraba hacia la explotación de hidrocarburos y
los servicios[73].
A varios cuerpos de distancia se ubicaron otros sindicatos que funcionaron como
apéndices de organizaciones con una larga tradición, pero que carecían en la
región de bases sustantivas. Entre ellos podríamos mencionar a la Unión Obrera
Metalúrgica, el sindicato de mecánicos (SMATA), la Federación de obreros de
Correos y Telégrafos (FOECYT), Gastronómicos, la Asociación Bancaria o los
madereros. Más allá de su importancia relativa, lo cierto es que esta red de
instituciones favoreció la formación de lazos y dio consistencia a una sociedad
a todas luces aluvional. La fuerza de estas relaciones ayuda a matizar esas
miradas que reducían el universo relacional de los migrantes a los vínculos
premigratorios. El vigor de este tipo de instituciones -al igual que otras como
los clubes, sociedades vecinales o círculos culturales- nos pone frente a
relaciones forjadas en los espacios de recepción que aligeraron los efectos del
desarraigo y permitieron la construcción de nuevas identidades. Así, la
“conciencia de clase”, la residencia en áreas culturalmente densas como los
barrios, las referencias premigratorias, la participación en asociaciones
civiles, convivían en la emergencia de “identidades múltiples”, donde lo
antiguo y lo nuevo dialogaban sin mayores interferencias.
La velocidad de este proceso de modernización
económica, sin embargo, trajo consigo bolsones de tensión. Es cierto que la
retirada del estado nacional en los noventa generó nuevas formas de protesta
que tuvieron un enorme impacto a escala nacional. Con la primera pueblada en
Cutral Co hicieron su aparición pública los cortes de ruta y un nuevo actor
colectivo: los piqueteros[74].
Ambos fenómenos, que se encuentran por fuera del alcance del presente estudio,
concentraron la atención académica en este nudo gordiano de la historia
contemporánea, favoreciendo una imagen que tenía a este acontecimiento como
génesis de la resistencia de los sectores subalternos. Con todo, es necesario
señalar que la protesta social neuquina tiene raíces más profundas y muchos de
sus antecedentes debemos ubicarlos en el periodo estudiado. En las primeras
décadas de vida provincial, la sociedad neuquina asistió a momentos de
convulsión que adoptaron características completamente diferentes a las
modernas puebladas y a los movimientos de desocupados. En ese lapso los
conflictos estuvieron más relacionados con demandas de mejoramiento salarial
que con una inclusión en el mundo del trabajo. Se trataba de trabajadores,
muchos de ellos migrantes, que anudaban sus experiencias a fin de mejorar sus
condiciones de vida y no de la acción de actores excluidos a raíz de la
privatización de las grandes empresas que operaban en la provincia. De esta
diferencia, se desprende un segundo aspecto que refuerza los contrastes entre
nuevas y viejas formas de conflicto social. Cuando la provincia transitaba sus
primeros años de vida institucional era habitual el contagio en
seccionales locales de protestas nacidas en organizaciones centralizadas. En
tiempos de ajuste, por el contrario, la fuerte presencia del Estado, aspecto
compartido con las restantes provincias patagónicas, facilitó el montaje de un
campo de protesta que fue ganando en autonomía[75].
Más allá del profundo impacto de estas
protestas, las miradas pesimistas sobre la realidad neuquina no fueron la
norma. Por el contrario, la influencia de la inmigración en el fin de la “paz
territorial”, no fue suficiente para agrietar un consenso que daba por sentado
su importancia en el funcionamiento de la economía y, sobre todo, en la
modernización de un espacio que vivía “bajo una triste realidad de hambre,
ignorancia y enfermedad a pesar de sus recursos extraordinarios”[76]. La radicación de población se pensaba
como aquel insumo indispensable para provocar el despegue de la región. Después
de todo, sin su concurso era complicado pensar en la explotación de los
recursos que, en palabras de los técnicos provinciales, encerraba ese “rincón
del país que todos han olvidado”[77].
En esa dirección iban todas las propuestas planificadoras del novel estado
provincial, pero también la de académicos de renombre nacional. Si las primeras
postulaban la necesidad de “alcanzar una combinación óptima de los cambios
sociales, económicos y mentales para la promoción de la población neuquina”[78], los miembros de la Academia Nacional de
Ciencias señalaban la importancia de “fomentar la radicación de maestros y
profesores, como así también hombres de ciencias (…), para argentinizar la
población”[79].
En su carácter de proveedora de brazos o por su papel en una “cruzada
patriótica”, la inmigración siempre permaneció en los primeros planos de
discursos que ponderaban sus bondades.
El periodo 1960-1991, como hemos demostrado, albergó cambios fundamentales en
la historia neuquina, tanto en el campo de la población como en el más amplio
sentido social. La llegada masiva de migrantes y la modernización de la
estructura ocupacional fueron quizás los más evidentes, pero no los únicos. En
el explosivo crecimiento del número de habitantes, el arranque de la transición
demográfica, un acelerado proceso de urbanización, el recrudecimiento de los
desequilibrios espaciales, los cambios del sistema urbano fueron algunos de los
efectos más duraderos de una provincia que cambió drásticamente su rumbo
económico.
El peso de las rupturas no debería soslayar algunas continuidades que Neuquén
arrastraba desde los primeros años del territorio nacional. Esto nos lleva a
pensar en tendencias de largo aliento que atraviesan a todo el siglo XX. Un
primer elemento que reúne estas características ha sido el fuerte crecimiento
de la población. Salvo en dos periodos muy limitados (en ambas post-guerras)
las tasas de incremento se encontraron muy por encima de la media nacional.
Parte importante de este comportamiento puede explicarse a partir de la
constante afluencia de migrantes que constituye la segunda tendencias de largo
plazo. Una débil base demográfica sirve para explicar la temprana
importancia de los no nativos. Para el censo nacional de 1895, quienes no
habían nacido en el territorio del Neuquén representaban el 70por ciento[80]. Entre ellos, los migrantes extranjeros
–chilenos y europeos- eran la enorme mayoría, aunque los llegados de otras
provincias argentinas tenían una participación para nada desdeñable. Para el
periodo analizado este comportamiento estuvo lejos de desaparecer. Aunque los
migrantes extranjeros perdieron importancia, de un 61 por ciento en 1895 a un
10 por ciento en 1991, la contribución de los migrantes internos cobró impulso
hasta cubrir a un tercio de la población neuquina[81].
Si, en cambio, detenemos nuestra atención en los quiebres pueden señalarse
los siguientes rasgos. El primero de ellos nos lleva a los indicadores
básicos de la transición demográfica. Aunque no abarcó con la misma intensidad
al conjunto espacial, lo cierto es que en el lapso estudiado se produjo una caída
vertical de la mortalidad y un descenso no tan significativo de la natalidad.
Así como en la etapa territorial observábamos una realidad pre-transicional,
similar a la de los tradicionales espacios del noroeste, en las primeras
décadas de vida provincial comienza la incorporación de Neuquén al
régimen demográfico argentino. Con una población joven significativa pero en
baja, una población en edades activas y anciana en franco crecimiento, estamos
en condiciones de afirmar que nuestra provincia atravesaba por una “fase de
expansión tardía”, en la que el número de nacimientos se ajusta con la baja
precedente de la mortalidad[82].
La segunda ruptura estuvo íntimamente relacionada con la primera y nos lleva a
examinar la dinámica de la población urbana. En la segunda mitad del siglo XX
esta última imprimió una velocidad que tomaba distancia de lo ocurrido algunas
décadas antes. Esto se volvió particularmente palpable luego de 1965, cuando
los residentes en las ciudades superaron a quienes habitaban la extensa
campaña. En parte por el crecimiento de núcleos urbanos en el interior
provincial, pero sobre todo por la concentración poblacional en el departamento
Confluencia, Neuquén abandonaría esa naturaleza rural que la había
caracterizado hasta entonces. En su lugar hizo su aparición una
estructura urbana que reproducía en escala reducida el modelo macrocefálico
argentino, sólo que en este caso el papel de cabeza de Goliat era
cumplido por la capital provincial y sus alrededores.
En lo estrictamente social, el fortalecimiento de los sectores medios urbanos, resultado de la expansión económica y de un fenomenal proceso de movilidad territorial y ocupacional, facilitó el montaje de una sociedad abierta y plural. Al mismo tiempo que un ejército de migrantes llegaba a la provincia favoreciendo un clima de pluralismo cultural, funcionaron espacios que facilitaron la aparición de nuevos sentidos de pertenencia y la integración de los recién llegados a la sociedad receptora. El tejido asociativo, desde sindicatos hasta comisiones barriales, es tal vez la muestra más clara de la existencia de fuerzas centrípetas dentro de una sociedad a todas luces aluvional. A estos mecanismos propios de la sociedad civil, dinámicos y muchas veces contradictorios, deberíamos sumar el accionar de un estado provincial que amplió su radio de acción en el periodo estudiado. Más allá que la educación pública estaba en manos del Ministerio de Educación de la Nación, impulsando procesos de “argentinización”, no fueron pocas las medidas que –más allá de su impacto efectivo- apuntaron a conformar una “comunidad imaginada”. La formación de centros de estudios sobre diferentes aspectos provinciales, la creación de una historia neuquina con su panteón de héroes y escribas sagrados, la aparición de publicaciones que reforzaban un sentido de neuquinidad, se nos presentan como los primeros –y, sobre todo, tímidos- pasos en la creación de una identidad para una nueva provincia argentina.
[1] El territorio de la actual provincia de Neuquén se incorporó a la Nación después de las campañas militares contra las sociedades indígenas realizadas a partir de 1879. Esta empresa militar se completó con la sanción de la ley 1532 de 1884, por la cual se creaba el territorio nacional de Neuquén. Este esquema, que concluyó con la provincialización de 1955, suponía una dependencia administrativa con respecto al estado nacional y la imposibilidad para sus habitantes de participar de elecciones nacionales o de tener representación parlamentaria. Cfr. Blanco et al, 1998, pp. 7-9.
[2] CDCT, 1980, p. 5.
[3] En el periodo intercensal 1914-1920, la tasa de crecimiento media fue de 1,8 por ciento en la performance más deslucida del siglo XX. Cfr. CDCT, 1980, p. 5.
[4] Bandieri, 2001, pp. 256-276.
[5] CDCT, 1980: 8.
[6] Otero, 2007, p. 76.
[7] INDEC, 1998, p. 51.
[8] Los departamentos que mostraron, en 1991, un crecimiento por debajo de la media fueron: Aluminé, Añelo, Catán Lil, Collón Cura, Chos Malal, Minas, Ñorquín, Pehuenches, Loncopué, Los Lagos, Lácar, Huilliches, Picún Leufú, Picunches.
[9] Este guarismo, a todas luces impresionante, no incluye a los migrantes provenientes del interior provincial, cuya importancia no fue menor en virtud del deterioro secular de la actividad rural cordillerana. Cfr. INDEC, 1998, p. 53.
[10] La primera etapa, pre-transicional, podría definirse como de bajo crecimiento, un elevado potencial futuro de crecimiento y una estructura joven de la población. En la segunda etapa esta marcada por un descenso de la mortalidad que no tiene como reflejo una caída de la natalidad. En ese marco se presentan las más elevadas tasas de crecimiento y una estructura por edades intermedia o, lo que es igual, con una mayor participación de la población adulta. Un nuevo equilibrio se lograría en la tercera etapa, cuando la natalidad y las tasas de crecimiento descienden al tiempo que la población sufre un paulatino proceso de envejecimiento. Un excelente abordaje teórico de este problema fundamental en la historia contemporánea en: Livi Bacci, 2002 o Torrado, 1990.
[11] No podemos imaginar a Latinoamérica como una entidad homogénea que carece de diferencias a su interior. Un buen indicio para medir la gran variedad de situaciones que conviven en su geografía es, sin dudas, las tendencias de fecundidad registradas en las últimas décadas. Allí es posible reconocer por lo menos cuatro situaciones distintas, cada una de ellas atravesadas por una conjunción de factores socio-económicos y educacionales.
Un primer grupo, conformado por Haití y Bolivia, presenta un cuadro similar al de la Europa pre-transicional: elevadas tasas de mortalidad son acompañadas por una fecundidad que ha mostrados pocos indicios de baja. La segunda constelación de países, por su parte, podríamos decir que se encuentra en el primer escalón de la transición. En las principales naciones centroamericanas y Paraguay, se distingue una interesante disminución de la mortalidad, aunque la fecundidad aun presenta picos relativamente altos. De ahí que encontremos en estos países las tasas de crecimiento más importantes de la región, las cuales van a la par de una población joven y en gran medida rural. El tercer conjunto de países se sitúa en un estadio intermedio. Aun cuando su fecundidad esté sobrellevando una tendencia hacia la baja, ella todavía se sitúa por encima de la mortalidad, lo cual se traduce en un ritmo de crecimiento bastante más lento que en el pasado. En este cuadrante podríamos localizar a la mayoría de la población latinoamericana: si bien los jóvenes no han perdido peso, en virtud de los anteriores niveles de fecundidad, no menos cierto es que estamos frente a sociedades mayoritariamente urbanas. Por último, deberíamos mencionar un cuarto grupo de países, compuesto por las naciones del Cono Sur y Cuba, donde resulta apreciable una transición avanzada. Dentro de este lote de países, Argentina quizás merezca una mención aparte. A diferencia de lo ocurrido en el escenario europeo y en muchos países latinoamericanos, en la Argentina el descenso de la mortalidad y la natalidad sucedió en simultáneo, dejando poco lugar para la típica explosión demográfica. Cfr. Perren, 2008, pp. 5-6.
[12] Blanco et al, 1998, p. 69.
[13] Blanco at al, 1998, p. 69.
[14] CDCT, 1964, p. 7.
[15] INDEC, 1998, p. 21.
[16] Entre 1947 y 1991 la tasa de mortalidad infantil disminuyó un 96por ciento: de cifras que superaban los 176 por ciento a un índice de 15por ciento. Dentro de la misma son más fuertes las mejoras en materia de mortalidad post-neonatal que en neonatal. Si la primera descendió de 62 por mil a 8 por mil, la segunda lo hizo de 114 por mil a 7,4 por mil.
[17] Otero, 2007, p. 79.
[18] INDEC, 1998, p. 18.
[19] Scholnik, 1990.
[20] INDEC, 1998, p. 39.
[21] Otero, 2007, p. 80. Para 1980, observamos la importancia de la población neuquina en los hogares numerosos (más de seis integrantes) y un mayor peso relativo de los llegados de otras provincias en los hogares de hasta 5 integrantes. Los migrantes limítrofes, por su parte, mostraban un comportamiento que reflejaba a grandes rasgos la conducta de la población nativa. Cfr. INDEC, 1980, p. 61.
[22] Torrado, 1993.
[23] Torrado, 2003.
[24] En 1980, el 47 por ciento de los núcleos familiares reunían entre cuatro y cinco personas en el hogar. En ese marco, los hogares con un/a “jefe/a” nacido en otra provincia argentina constituían más de un tercio de los hogares que contaban con hasta cinco miembros. Los nativos, por su parte, estaban sobrerepresentados en los hogares con más de cinco miembros, algo similar a lo ocurrido en los hogares encabezados por chilenos. Cfr. INDEC, 1980, pp. 61 y 76.
[25] Bandieri y Angelini, 1984, p. 11.
[26] Tomando en cuenta las proyecciones de la población neuquina realizadas por el INDEC y el CELADE, distinguiríamos para el año 2010 una tasa anual de crecimiento de 3,1 por ciento. Esta cifra triplica la tasa correspondiente al total nacional. Su población mayor a 65 años, si bien mostrará para el mismo periodo un importante crecimiento, para el final de la proyección estará 34 por ciento por debajo del promedio nacional. Cfr. INDEC- CELADE, 1996.
[27] INDEC, 1998, p. 44.
[28] Lattes, 2007, p. 28.
[29] Torrado, 1993, p. 542-543.
[30] Vapñarsky, 1995, p. 238.
[31] Boudon argumenta que en las sociedades industriales avanzadas disminuyó la desigualdad frente a la educación durante la segunda mitad del siglo XX, pero esa disminución no tuvo los efectos esperados en relación a la movilidad social. El autor sostiene que el valor de los certificados educativos está mediatizado por la distribución de los diplomas y por los puestos de trabajo disponibles en distintos momentos. Los argumentos señalados por Boudon cobran centralidad a la luz de las tendencias hacia el desplazamiento de trabajadores con menores certificados educativos por aquellos con niveles superiores de enseñanza, que se verifica en investigaciones empíricas desde mediados de la década del setenta. En este sentido, nuevas preocupaciones fueron cobrando forma, tales como la inflación de credenciales, el credencialismo, la devaluación de las credenciales educativas y la sobre-educación. Durante la década del ochenta, en un contexto de escaso crecimiento económico y de fuertes tendencias hacia el aumento de la escolarización, los temas predominantes del debate sobre educación y trabajo fueron aquellos vinculados a la devaluación de credenciales educativas. Un conjunto de investigaciones recientes han señalado que en nuestro país, durante las últimas dos décadas se ha confirmado un incremento en los años de educación de la población en general y de la fuerza de trabajo en particular que en combinación con el deterioro económico profundizó las tendencias hacia la devaluación de las credenciales educativas. Cfr. Boudon, 1983; Groisman, 2003.
[32] Meitchtry, 2007, p. 56.
[33] INDEC, 1991: 29.
[34] Esto es particularmente visible en el caso de la capital neuquina. En la década de 1980, el impacto de los migrantes intra-provinciales siempre estuvo por encima del 15por ciento. Esta participación fue menos relevante que la de los migrantes de otras provincias, aunque siempre estuvo por encima del aporte de los migrantes limítrofes. Cfr. Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 30.
[35] CDCT, 1980, p. 37.
[36] CDCT, 1980, p. 45.
[37] Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 41.
[38] INDEC, 1998, p. 32.
[39] INDEC, s/f, p. 37.
[40] Sana, 1995, p. 118 y Vapñarsky, 1994, pp. 225-237.
[41] Otero, 2007, pp. 82-83.
[42] El índice de masculinidad para esa fecha era de 128por ciento. Los menores de quince años representaban el 40 por ciento del total de la población, mientras que la población mayor a 45 años sólo sumaba el 15 por ciento. Cfr. CDCT, 1980, p. 62.
[43] Entre 1947 y 1960, la tasa de masculinidad descendió de un 128 a 112 por ciento y la población menor de 15 años transito de un 40 a 41,3 por ciento. Cfr. CDCT, 1980, p. 66 e INDEC, 1998, p. 19.
[44] Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 8.
[45] INDEC, 1991, p. 28.
[46] INDEC- CELADE, 1996.
[47] INDEC, 1991, p. 28.
[48] INDEC, 1998, p. 51
[49] Desde finales de los setenta, el área metropolitana bonaerense ha mostrado, con índices que oscilaban entre 75 y 76por ciento, una tendencia estable en lo referido a tasas de actividad económica para la población masculina. Cfr. Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 51.
[50] Otero, 2007, p. 85.
[51] Kloster, 1995, p. 19.
[52] Este es el caso del censo nacional de 1960 que sólo utiliza como criterio de análisis el contraste entre población nativa y extranjera. Esta metodología, orientada a demostrar el cierre del ciclo migratorio masivo, complicaba enormemente el estudio de la movilidad entre diversas provincias y, desde luego, los flujos desarrollados al interior del espacio provincial. Cfr. INDEC, 1990.
[53] CDCT, 1980.
[54] En el periodo intercensal 1920/47, los departamentos Aluminé, Añelo, Catan Lil, Collón Cura, Chos Malal, Minas, Ñorquín y Pehuenches mostraron tasas de crecimiento que oscilaron entre 0,1 por ciento (Collón Cura) y 2,6 por ciento (Catan Lil). Para el mismo lapso, el departamento Confluencia mostró un crecimiento cercano al 8 por ciento anual y, a cierta distancia, se ubicaron Zapala (7,2), Los Lagos (5,0), Lácar (5,0), Huilliches (4,7), Picún Leufú (4,4), Picunches (3,9). Cfr. CDCT, 1980.
[55] CDCT, 1977.
[56] Bandieri y Angelini, 1984, p. 16.
[57] CDCT, 1980, p. 9.
[58] Para el periodo intercensal 1970-80 estos departamentos muestra tasas de crecimiento considerablemente mayores que las de sus vecinos. En el caso de Añelo, con un índice de 8,6por ciento, se despega de una tendencia expulsiva que lo caracterizaba en las décadas anteriores. Con una sensiblemente menor (2,5) encontramos al departamento Lácar, cuya localidad cabecera San Martín de los Andes, cumplió un rol fundamental en el Plan Maestro de Turismo. Finalmente, la puesta en marcha de nuevos yacimientos es importante para explicar la aparición de las primeras tasas de crecimiento anual migratorio (0,6). Cfr. CDCT, 1980, p. 9.
[59] INDEC, 1998, p.40.
[60] INDEC, 1998, p. 39.
[61] INDEC, 1998, p. 41.
[62] INDEC, 1998, p. 82.
[63] DPEC, 1991.
[64] INDEC, 1998, p. 42.
[65] En un informe que los técnicos del Consejo de Planificación y Acción para el Desarrollo (COPADE) advertían sobre la importancia de “…contrarrestar el éxodo de población que se produce en las áreas deprimidas cordilleranas, todo a lo largo de 800 km. de frontera con Chile, proveyendo así a la defensa nacional donde perentorias razones geopolíticas así lo exigen…”. CDCT, 1977.
[66] Vapñarsky y Pantelides, 1987.
[67] Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 30.
[68] Taranda y Ocaña, 1993.
[69] Para analizar la complejización de la sociedad neuquina, tomamos algunas ideas de Susana Torrado. En principio, creemos importante prestar atención a la división social del trabajo y a su efecto mas concreto: las relaciones de producción. Entendemos a esta última como un sistema de posiciones definido en base a prácticas sociales que nos remiten a la esfera económica, sobre todo al control que agentes tienen de los medios de producción. Son, en definitiva, estas relaciones las que constituyen el criterio para la delimitación de los subconjuntos de agentes que ocupan una posición social análoga. Estos subconjuntos, a los que se puede denominar clases sociales, pueden subdividirse en fracciones y en capas (el primero remite a diferenciaciones horizontales y la segunda, que es la que nos interesa en este trabajo, a distinciones verticales). Cfr. Torrado, 1994, p. 25.
[70] Torrado, 1994, p. 524.
[71] Bandieri, 2005, pp. 284-288. No deberíamos olvidar, para tiempos más recientes, la responsabilidad de una asignación deficiente del crédito público, que privilegió a los grandes empresarios cercanos al poder político.
[72] Toutoundjian y Vitoria, 1990, p. 68.
[73] Sobre fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, el sindicato de ferroviarios tenía en su haber la construcción de un policlínico, un barrio para sus afiliados y una cooperativa de consumo. Los trabajadores del petróleo, por su parte, no sólo contaban con una cooperativa de viviendas, una colonia de vacaciones, sino además con una flota de vehículos para hacer recorridos por la amplia zona petrolera. Cfr. Mases et al, 1998, p. 131.
[74] Bonifacio et al, 2003, p. 171; o Camino Vela et al, 2007, pp. 141-156
[75] Aiziczon, 2005, p. 176.
[76] CDCT, Síntesis de la situación económico-social…, op cit, p. 3.
[77] CDCT, Síntesis de la situación económico-social…, op cit, p. 3.
[78] CDCT, 1977.
[79] Academia Nacional de las Ciencias, 1966, p. 7.
[80] INDEC, 1895.
[81] CDCT, 1980.
[82] Otero, 2007, p. 79.
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