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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XII, núm. 271, 15 de agosto de 2008
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


LOS EMPRESARIOS Y LA CONSTRUCCION DE LA VITIVINICULTURA CAPITALISTA EN LA PROVINCIA DE MENDOZA (ARGENTINA), 1850-2006

Rodolfo Richard-Jorba*
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA-CONICET) y Universidad Nacional de Cuyo, Argentina
rrichard@lab.cricyt.edu.ar

Recibido: 15 de enero de 2008. Devuelto para revisión: 5 de mayo de 2008. Aceptado: 9 de junio de 2008.

Los empresarios y la construcción de la vitivinicultura capitalista en la provincia de Mendoza (Argentina), 1850-2006 (Resumen)

La evolución de la vitivinicultura desde la primera modernización decimonónica hasta el actual proceso (segunda modernización) tuvo dos actores centrales del sistema capitalista: el Estado y los empresarios.

El articulo busca establecer las características y comportamientos de estos últimos en el largo proceso evolutivo de la vitivinicultura del cual han sido actores claves. Para ello, se revisan los antecedentes, que remiten a una reducida elite  provincial, de la que surgió un subgrupo, una oligarquía de familias, que llegaría a dirigir a ese conjunto social, controlar hegemónicamente el poder político durante varias décadas y conducir la primera gran  modernización. Para concluir, se traza un panorama del empresariado actual y sus respuestas frente a la segunda modernización.

Palabras claves: vitivinicultura, empresarios, modernización, mercados de vinos.
The managers and the construction of the capitalistic viticulture in the province of Mendoza (Argentine), 1850-2006 (Abstract)

The viticulture evolution from the first nineteenth modernization to the actual process (second modernization) had two central actors of the capitalistic system: the State and the managers.

This article tries to stablish the characteristics and behaviors of the last ones in the viticulture evolutive process because they had been key actors. Just for this, the antecedents that refer to a limited provincial elite are studied. An oligarchy of families that will conduct this social group, control the politic power during several decades and guide the first great modernization arose. To conclude, a panorama of the actual enterprise and the answers to the second modernization is drawn.

Key words: viticulture, managers, modernization, wine market.

La provincia de Mendoza, situada en el centro-oeste de la Argentina, está incluida en la diagonal árida sudamericana. Sus precipitaciones pluviales, muy irregulares, predominan en verano y no superan los 200 mm anuales. En consecuencia, la organización del territorio está basada en el aprovechamiento de los ríos cordilleranos, de régimen nivo-glaciar, en dos oasis principales de regadío, el Norte (ríos Mendoza y Tunuyán) y el Sur (ríos Diamante y Atuel); el primero, estructurado en torno de la ciudad capital y el segundo, presidido por la ciudad de San Rafael. En sólo un 3% de un territorio provincial que abarca unos 150.000 km2 se concentran las ciudades, la industria, los servicios, la agricultura y el 96% de la población. Fuera de los oasis, las montañas y las llanuras del semidesierto dan cabida a una población muy dispersa dedicada a actividades extractivas, o a una ganadería extensiva, o al turismo y los deportes invernales (figura 1).

 

Figura 1. Provincia de Mendoza, Argentina.

 

A finales del siglo XX, frente a una prolongada crisis que afectaba a la vitivinicultura, actividad paradigmática de Mendoza, el neoliberalismo, haciendo profesión de fe en un crudo darwinismo económico (y social), retiró al Estado y puso en el altar al Mercado, para que su “mano invisible” asignara los recursos con “eficiencia”. En rigor, más que de crisis, cabría hablar de depresión profunda. Causas diversas, fundamentalmente la caída del consumo de vinos en el mercado interno[1], provocaron una enorme destrucción de riqueza: 107.277 ha de viñedos fueron erradicadas entre 1978 y 1990, es decir, el 42% del cultivo eliminado en sólo 13 años. Esa destrucción incluyó viñas productoras de uvas comunes pero también de variedades finas. Se abandonaron bodegas, perdiéndose fuentes de trabajo e incrementándose la pobreza rural y la migración campo ciudad (Furlani de Civit et al, 1993). La oferta de vinos, crónicamente excedentaria, había crecido en paralelo con la retracción de la demanda, una mezcla verdaderamente explosiva que terminaría por estallar, incentivada por políticas estatales puramente coyunturales y extremadamente incoherentes. Por ejemplo, mientras se fomentaban nuevas plantaciones de vid con desgravaciones impositivas, se regulaba la oferta de vinos mediante diversas medidas (Richard-Jorba, 2006).

La construcción de la vitivinicultura capitalista mendocina tenía 100 años de vigencia[2] y había soportado reiteradas crisis. La articulación Estado-mercado[3], básica para el desarrollo del capitalismo, había funcionado en diferentes contextos políticos y económicos con una eficacia probada por su supervivencia. Esta afirmación sólo puede comprenderse en perspectiva histórica. En efecto, tengamos en cuenta que la vitivinicultura moderna[4] se inició con 174 ha de viñedos implantadas en el quinquenio 1881-1885, y alcanzó su máximo histórico en 1978, con 252.928 ha. El vino elaborado, con un predominio de caldos básicos de baja calidad, era destinado de modo casi exclusivo al mercado interno. En efecto, la ausencia de políticas estatales sostenidas en el tiempo para diversificar los usos de la uva y promover las exportaciones, hubiera obligado al sector a invertir en equipamiento técnico para mejorar la calidad, y en tecnologías de gestión y comercialización. Sólo se exportaba, con intermitencias, cuando caía la demanda nacional. La dependencia de un solo mercado constituía, en realidad, el preanuncio de la autodestrucción de una estructura económica, en un territorio concreto, a la que sólo le faltaba la definición del tiempo en que sucedería.

La ausencia de políticas de Estado (federal y provincial) que, superando las coyunturas, plantearan estrategias para el desarrollo del sector vitivinícola en el nuevo escenario interno e internacional que se perfilaba, motivaron una clara respuesta de los actores privados: la erradicación de viñedos y el abandono de plantas elaboradoras mencionados.

A comienzos de la última década del siglo XX, y con la hegemonía de un discurso político y económico que instalaba la ideología única del neoliberalismo y la globalización, comenzó la aplicación de políticas ortodoxas a ultranza por parte de la administración de Carlos Menem[5]. Esas políticas impactaron de modo desigual en la vitivinicultura de Mendoza, con graves consecuencias económico-sociales para algunos actores (desaparición de industrias proveedoras de implementos y equipos, abandono de explotaciones agrícolas de pequeños productores descapitalizados, etc.).

En cambio, hubo ostensibles beneficios para otros actores que contaban con capital y crédito (fundamentalmente externo), ideas e información para adaptarse al nuevo contexto y reconvertir sus actividades. Entre esos beneficios se destacó, primordialmente, la introducción de tecnologías extranjeras avanzadas de producción y de gestión, posibilitada por un tipo de cambio artificialmente bajo. Con estas tecnologías y el imprescindible sustrato de recursos humanos altamente capacitados con que contaba Mendoza, comenzó la reorientación de la producción hacia los vinos finos varietales[6], los espumantes y los mostos de diversos tipos. La libre circulación del capital financiero (tal vez la clave de la llamada globalización) determinó una significativa cantidad de transferencias de establecimientos vitivinícolas locales a empresas transnacionales u otro tipo de inversores extranjeros, algunos de ellos insertos en redes de comercialización internacionales. En este proceso también hay inversiones de agentes económicos argentinos cuyos capitales se han originado en otras regiones del país e, inclusive, del extranjero. La lógica de estas inversiones conduciría, desde mediados de los años 1990, a un incremento sostenido de las exportaciones de productos vitivinícolas de alta calidad. Por ejemplo, en 1998 la Argentina exportó 538.800 Hl de vinos finos y 540.900 Hl de comunes. El 94% de los primeros (506.472 Hl) y el 67% de los últimos (362.403 Hl) fueron elaborados en Mendoza, lo que da una clara idea del cambio operado (Richard-Jorba, 2006). En 2006, la provincia exportó 2.485.286 Hl de vino, de los cuales el 43% fueron varietales (1.064.786 Hl) y 56% sin mención varietal (1.385.109 Hl). Los primeros representaron un ingreso de  256 millones de dólares; y los segundos de 74 millones (Cuadro 2).

 

Cuadro 2
Provincia de Mendoza Exportaciones de vinos, en Hl y en miles de U$S y mostos concentrados y sulfitados, en miles de U$S, en años seleccionados, 2002-2006
AÑO
Vinos finos, Hl
Miles U$S
Vinos básicos, Hl
Miles U$S
Total Vino miles U$S
Mostos miles U$S
Total Vinos y Mostos, miles U$S
2002 477.253 93.192 543.901 16.301 109.493 34.208 143.702
2004 709.868 155.258 670.056 49.860 205.118 45.190 250.308
2006 1.064.786 255.641 1.385.110 74.190 329.831 64.931 394.761
Nota aclaratoria: El Cuadro no incluye vinos espumantes y especiales.
Fuente: elaboración propia con datos tomados de http://www.inv.gov.ar/estadisticas

 

La evolución de la vitivinicultura desde la primera modernización decimonónica hasta el actual proceso (segunda modernización) tuvo dos actores centrales del sistema capitalista: el Estado y los empresarios. Aunque el artículo está centrado en estos últimos, se describe el accionar estatal y se incluyen y cuantifican algunos aspectos de la vitivinicultura para contextualizar el proceso de surgimiento, desarrollo y transformaciones del empresariado vitivinícola. En ese marco se traza un panorama del período formativo de la vitivinicultura capitalista y, posteriormente, se comparan las características principales de las dos modernizaciones. Comenzaremos, para ello, con los antecedentes, que remiten a una reducida elite[7] provincial, de la que surgió un subgrupo, una oligarquía, que llegaría a dirigir a ese conjunto social, controlar hegemónicamente el poder político durante varias décadas y conducir la primera gran  modernización. Para concluir, caracterizaremos al empresariado actual y sus respuestas frente a la segunda modernización.

Del burgués al empresario moderno

Al concluir la década de 1840, diversos elementos se fueron relacionando en Mendoza y crearon las condiciones para la difusión de una mentalidad burguesa que resultaría imprescindible para la posterior modernización económica y social. Entre esos elementos se destacan la actividad mercantil y el crédito, estrechamente vinculados y, crecientemente, en manos de los mismos agentes económicos: los comerciantes. Estos reemplazarían gradualmente a la Iglesia como actora central de la actividad financiera. Tal proceso se hizo evidente –e irreversible- desde mediados de la década de 1850, y en la década siguiente comenzaron a operar las primeras casas bancarias, sociedades mercantiles dedicadas “específicamente a la captación y préstamos de dinero y de otros servicios financieros” (Bragoni y Richard-Jorba, 1993-1998: 229). El crédito laico se difundió entonces en Mendoza respaldado en la actividad mercantil, en un proceso similar y contemporáneo con el de otras regiones latinoamericanas y europeas, como Nuevo León en México, San Pablo en Brasil, o Antioquia en Colombia, Cataluña en España o el norte italiano, donde la acumulación de capital comercial y financiero fue clave en la constitución de burguesías que invirtieron en la producción, generando “brotes” industriales (Cerutti y Vellinga, 1989).

Lo destacable de este proceso es que, de modo idéntico al que muestra Cerutti para México, incidió directamente en las futuras “[...] transformaciones que reforzarían el dominio del capital sobre diversas actividades económicas, entre ellas las productivas [...]”. Es decir que con la función financiera controlada por personas y sociedades dedicadas al comercio, “[...] el crédito se afirmaba como actividad burguesa. O sea: como componente de un esfuerzo cotidiano destinado, de manera vertebral, a la búsqueda de la más alta ganancia posible, a la reproducción sistemática y ampliada de los bienes y caudales de quienes lo instrumentaban” (Cerutti, 1992: 226).

Con el control del crédito, la sociedad mendocina ingresaba a una nueva cultura económica, bajo la hegemonía del capital, en la cual el burgués –como en México (Cerutti, 1992: 227)- se consolidaba de modo constante en los grupos dominantes.

Lo expuesto tiene por finalidad matizar la idea de Schvarzer (1996) de que una “sociedad tradicional”[8] era incapaz de generar inversiones productivas en gran escala, plenamente capitalistas, para lo cual resultaba imprescindible la adopción de tecnologías que sostuvieran ese modo de producción. Por el contrario, desde comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, se fue gestando en Mendoza un segmento de agentes económicos que, a través del ensayo de diversas prácticas económicas en actividades mercantiles y financieras, conformaría un núcleo empresarial moderno. El capital así acumulado, cuando se generaron las condiciones[9], fue invertido en la agroindustria vitivinícola.

A los primeros empresarios[10], entre las décadas de 1850 y 1870, no puede aplicárseles, sin entrar en la irrealidad, el calificativo de schumpeterianos; sin embargo, innovaron en un espacio y un tiempo condicionados aún por tradiciones coloniales e influencias religiosas.  Sus prácticas comerciales y financieras y la acumulación que derivaba de ellas, los llevaron a diversificarse, minimizando riesgos, hacia actividades mercantiles más complejas[11] o hacia la producción (aunque todavía en escala reducida).

Un caso muy destacable como antecedente de la vitivinicultura moderna y de calidad es el de Eusebio Blanco, comerciante y político, quien realizó experiencias de elaboración de vinos finos y champagnes; y de envasado en botellas, con bastante anterioridad a 1854, año en el que un agudo observador captó la importancia de la información que recibía: “Don Eugenio (sic) /Eusebio/ Blanco ha practicado algunos ensayos que han tenido un éxito satisfactorio, logrando algunas cantidades de vino de champagne mendocino, y otros vinos embotellados al estilo europeo, de exquisito sabor y fuerza” (Maeso, 1958: 482). Agrega que el director de la Quinta Normal de Aclimatación, a la sazón el agrónomo francés Michel Pouget, había logrado obtener “algunas muestras de un rico Burdeos... muy apreciado por los peritos”. Y reconocía, finalmente, que si no se generalizaba la buena calidad –con la consecuente inversión- se debía al aislamiento de Mendoza que impedía una adecuada salida de los vinos. Señaló además, que una empresa  buscaba establecer una fábrica de cristales (Maeso, 1958: 484), lo que abarataría el costo de las botellas. Pero como no había operarios locales, se requería contratarlos, presuntamente, en el extranjero. La información de Maeso permite inferir que tanto el accionar de Blanco como el de Pouget convergían para generar un cambio radical en la vitivinicultura.

Entre 1850 y 1880 -para limitar este período formativo-, la economía mendocina estaba organizada en torno del engorde y exportación de ganado a Chile y la producción de cereales y harinas destinados a los mercados de provincias orientales. Los comerciantes habían logrado desarrollar un modelo económico exitoso que hemos denominado “de ganadería comercial con agricultura subordinada(Richard-Jorba, 1998). La sociedad, poco compleja, estaba estructurada jerárquicamente, inclusive dentro del pequeño grupo dominante, con el poder concentrado en los comerciantes integrados. Varios comerciantes urbanos se incorporarían también al negocio ganadero[12]. El poder económico y el político, se confundían, estableciéndose una relación simbiótica entre lo público y lo privado. Surgiría, así, un destacado grupo de políticos-empresarios.

Durante los años 1860 y 1870, comenzó a gestarse en el interior de la elite económica el núcleo de lo que llegaría a ser una burguesía industrial regional. Los empresarios provenientes de la inmigración temprana (décadas de 1850 y 1860) y de la que arribó desde mediados de los  años 1870, se integraron al grupo por negocios o por matrimonios. En esta década se incrementó la formación de sociedades (que incluían inmigrantes) para la inversión en la producción y servicios[13]. Con relación a la vitivinicultura, algunas cuestiones habían madurado en el mundo empresario, con propuestas y con hechos. Entre las primeras, el mencionado Eusebio Blanco publicó en 1870 la traducción de una obra sobre vinificación de autor francés, anotándola con observaciones que apuntaban a un proyecto vitivinícola de largo plazo, centrado en la producción a gran escala de vinos finos. Hace referencia, en la introducción, a sus pasadas experiencias en la elaboración de vinos y espumantes; propone el asociacionismo para fortalecer la industria y retoma el tema de la fábrica de cristales (Blanco, 1870).

El francés Hilaire Lasmartres, por su parte, demostraría que se podían hacer elaboraciones de calidad cuando sus vinos tuvieron reconocimiento en la Exposición Nacional de 1870-1871, realizada en la provincia de Córdoba. Este productor, también hotelero, fue un innovador. Presentó vinos embotellados –todavía una rareza en la provincia-, con marcas propias –otra rareza- y de un total de nueve cosechas (1862 a 1870), elaborados en su establecimiento de Panquehua, departamento de Las Heras. Había vinos finos; el común y popular carlón; y un “vermouth aromático”. La prensa destacaba, además, que Lasmartres tenía en su bodega, 150.000 botellas de las cosechas 1862 a 1867 (El Constitucional, 23-2-1871). El italiano Pedro Brandi y algunos bodegueros mendocinos presentaron también sus vinos, entre ellos el político-empresario Francisco Civit, Honorio Barraquero, Daniel González... (Ibídem). En su preocupación por la genuinidad de los vinos y la falta de eficacia, seguridad y regularidad en los transportes (una condición para la producción capitalista), Lasmartres se hacía cargo personalmente del traslado y venta de sus caldos, es decir que también fue un constructor del mercado nacional de vinos (El Constitucional, 29-7-1871).

Otro hecho que debe ser resaltado, aun cuando fracasó, es la instalación de una fábrica de cristales a comienzos de estos años 1870, porque muestra una clara articulación Estado-mercado para poner en marcha una industria considerada prioritaria para el desarrollo de la vitivinicultura. Su quiebra en poco tiempo respondió a diversos factores, entre los cuales se cuenta una demanda de envases todavía inexistente, pero la conformación de sus consejos  directivos anticipaba la constitución de un empresariado regional integrado por nativos y extranjeros inmigrados[14].

En suma, sin perjuicio de la enorme distancia que la separaba de Buenos Aires y el relativo aislamiento por transportes inadecuados, de la “tradicional” sociedad mendocina surgieron los primeros empresarios preocupados por avanzar hacia una producción vitivinícola de gran escala, pero con importante presencia de vinos finos; y tecnificada.

Decisiones empresarias e incentivos estatales para el desarrollo agroindustrial, 1875‑1910

Una crisis en la segunda mitad de los años 1870, derivada en gran medida de la de 1873, abrió las puertas a la vitivinicultura y a una capa más amplia de políticos-empresarios con nuevas ideas. Desde el Estado provincial se diseñaron políti­cas de promoción vitícola, materializadas en las administraciones de Francisco Civit (1873-1876), Elías Villanueva (1878-1881) y Tiburcio Benegas (1887-1889), con normas de exención impositiva (aprovechadas por la elite económica para incorporarse a la viticultura moderna), o destinadas a la formación de recursos humanos, atracción de inmigrantes y expansión del crédito.

La ley de 1881, que eximió de impuestos hasta 1891 a las nuevas plantaciones de vid[15]; el ferrocarril; y la modernización de la red de riego crearon las condiciones para la gran transformación económica y social. Habilitado en 1885, el ferrocarril influyó directamente en la gran expansión del viñedo (4.455 ha implantadas entre 1886 y 1890, frente a sólo 174 del quinquenio anterior), el ingreso de manufacturas y equipamiento para bodegas  y fincas vitícolas, y el arribo de miles de extranjeros y migrantes internos. Las exenciones impositivas constituyeron el complemento necesario a la condición de accesibilidad al mercado nacional creada por el ferrocarril.

Hubo una rápida integración de empresarios a la prometedora actividad productiva con inversiones agrícolas e industriales que aseguraban un significativo retorno[16]. Surgiría, además, un encadenamiento colateral de la vitivinicultura: talleres protoindustriales proveedores de materiales y equipos para bodegas, iniciados por hombres de la inmigración entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. El desarrollo agroindustrial e indus­trial fue netamente local, salvo puntuales inversiones de capital extraprovincial -incluso extranje­ro-, registradas en la década de 1900 en grandes bodegas (Richard-Jorba y Pérez Romagnoli, 1994; Pérez Romagnoli, 2005).

Estado promotor y cambios de rumbo en los empresarios hasta 1910

El progresivo avance del ferrocarril hacia el oeste argentino, desde los años 1870,  tuvo implicancias económicas y políticas. A la par de favorecer el desarrollo de una vitivinicultura capitalista, supuso, para los empresarios que centraban sus prácticas económicas en el negocio ganadero, la pérdida de un rubro importante en su sistema de acumulación. "Adelantamos en frontera, pero nos viene la ruina a las Provincias del Interior con el FFCC, que se viene metiendo, y quitándonos el transporte de nuestros productos, en nuestros propios elementos de carros y mulas, que daban vida a las provin­cias, dando ocupación a mucha gente. [...] dándole a los ingle­ses, lo que ganaban los criollos [...]"[17]. Esta cita revela que el excedente generado por el transporte sería inevitablemente absorbido por el ferrocarril, comprimiendo la rentabilidad de estos empresarios casi hasta hacerla desaparecer. Los transportistas compitieron con el ferrocarril hasta donde les fue posible, sobre todo entre 1873 y 1875, cuando el servicio llegó a Villa Mercedes (San Luis). Y esa competencia tuvo importancia, pues “El ferrocarril debió firmar un contrato con los troperos, según el cual los carros debían llevar las mercancías hasta Villa Mercedes para embarcarlas allí en tren” (Denis, 1920: 261). Es decir que de una competencia se pasó a una complementación, con ganancias compartidas, al menos hasta la llegada del camino de fierro a Mendoza y San Juan[18].

El desarrollo del moderno sistema financiero institucional desde fines de la década de 1880  y comienzos de la siguiente permitió, al menos en parte, la financiación de inversiones productivas y de servicios. A comienzos del siglo XX, seguramente como respuesta a la crisis vitivinícola de 1901-1903, surgieron casas bancarias cooperativas enteramente locales integradas, en algunos casos, por pequeños productores y, en otros, por grandes bodegueros; y su finalidad obvia era financiar primordialmente a sus asociados fuera del circuito de los grandes bancos[19].

Los viñedos modernos, implantados con un criterio casi de agricultura industrial, avanzaron hacia un modelo productivo masivo, con aumentos extraordinarios de los rendimientos. La gran oferta de uva aceleró la instalación industrial y la aparición de establecimientos tecnificados. Antes de la modernización, un censo de 1864 relevó sólo 56 bodegas. Para 1887 eran 420 (650% de aumento), todas muy pequeñas; en 1899 sumaban 1.084 y, en 1910, llegaron a 1.189. En 1895 sólo 7 bodegas elaboraban entre 10.000 y 50.000 Hl; en 1899 eran 16 y  otras 2 superaban los 50.000 Hl. Para 1910, había 56 y 4 respectivamente en cada categoría (Pérez Romagnoli y Richard-Jorba, 1994). Se inició así un notable proceso de sustitución de importa­ciones que comenzó a satisfacer parcialmente la expansiva demanda de vinos comunes en el mercado nacional. En 1888 la provincia produjo 59.000 Hl de vino y el país importó 713.000; en 1899 se elaboraron 927.000 Hl ( más 776.000 en las restantes provincias productoras) y la importación descendió a 410.000; y, hacia 1910, se superaron los 2.9000.000 Hl, con una importación, el año siguiente, de 408.709 Hl (Richard-Jorba, 2000). La sustitución se incrementaría con las restricciones comerciales que impuso la Primera Guerra Mundial.

Como resultado de la exitosa política de promoción fiscal, el Estado aumentó sus ingresos desde los años 1890, cuando comenzó a cobrar impuestos a los viñedos que culminaban su exención. Por entonces, también se gravaría la producción de vinos y alcoholes. Estos impuestos se incrementaron, al ritmo de las necesidades de financiamiento estatal, hasta superar largamente el 50% de los ingresos tributarios cuando promediaba la primera década del siglo XX (Los Andes, 1921: 130-131). Paralelamente, a comienzos de la década de 1900, la primera gran crisis de la vitivinicultura (1901-1903) obligó a reducir la contribución directa en un 33%[20]. Al convertirse en el  soporte financiero del Estado provincial,  la vitivinicultura hizo posible un importante grado de autonomía frente al poder federal. En contrapartida, el sector público generaba economías externas al sistema agroindustrial, con obras de infraestructura y, también, asumiendo un papel activo en la defensa de la producción provincial y regional contra los frecuentes fraudes en la elaboración de vinos (Ley del 3-8-1894). Se creó, además, una Comisión de Defensa de la Industria Viti-Vinícola de la Provincia[21], que funcionó en coordinación con el Centro Viti-Vinícolo fundado por empresarios en 1895[22], con miembros que participaban de ambos organismos, los cuales constituyeron ámbitos de integración de un empresariado regional de criollos e inmigrantes. Para estos últimos significaban la inserción en los intersticios del poder político y también la posibilidad de conformar grupos dotados de capacidad de presión en defensa de sus intereses económicos.

El proyecto modernizador estableció, también, políticas de capacitación técnica de personal para la agricultura en general y la vitivinicultura en particular; y de fomento de la inmigración para un rápido aumento de la oferta de mano de obra, necesario para la expansión de los cultivos y el posterior desarrollo de la industria (Richard-Jorba, 1994).

La ley general de aguas, sancionada en 1884, consideró la irrigación como un sistema integrado, reemplazando al conjunto de antiguos reglamentos que provenían de la colonia y del período independiente, aunque no modificó su espíritu. En tal sentido, mantuvo inescindibles el derecho de riego y la tierra a la que servía. Otra política determinó la creación del Banco de la Provincia de Mendoza, como empresa mixta, que sería una herramienta financiera para apoyar la producción vitícola (Ley del 9-6-1888).

Vitivinicultura y actores: proyecto y realidades

Las ideas originarias, políticas y empresariales, sufrieron serias distorsiones con el rumbo que tomó el desarrollo vitivinícola, pues casi exclusivamente se buscó ampliar el cultivo de vid para aumentar la oferta de uvas. No se planteó una conformación del sector que tuviera en cuenta la calidad, si bien, como hemos visto, unos pocos productores buscaban mejorar cultivos y perfeccionar los vinos[23]. Entre los hombres con ideas modernizantes hemos señalado a Eusebio Blanco[24] y su Manual del Viñatero en Mendoza.

Blanco se dirigía en sus comentarios y notas a los productores que no podían acceder a información técnica. Su propuesta para la vitivinicultura de Mendoza la formula en pleno auge ganadero, lo que lo convierte en un precursor. Enfatizaba que los productores debían prepararse "[...] poco a poco para salir de la rutina de hacer vinos comunes según la práctica transmitida por nuestros respetables abuelos... Los vinos finos son los únicos que por ahora pueden soportar el acondicionamiento y los fletes que hay que pagar por presentarlos en Buenos Aires, que será siempre nuestra principal plaza de consumo; o en otras... donde nadie rehúsa pagar los altos precios [...]” (Blanco, 1870: 15).

La transformación tecnológica y cultural que suponía este proyecto era de imposible realización en la Mendoza de 1870. Por una parte, no había una demanda de vinos mendocinos que justificara extender los cultivos y reorientar las elaboraciones tradicionales hacia caldos de alta calidad; por la otra, el primitivismo técnico de las bodegas tornaba ilusorio un cambio cualitativo como el que planteaba Blanco.

Varios años después (1887), Emilio Civit escribía a su suegro, el gobernador Tiburcio Benegas, que los viñedos y bodegas del Médoc francés eran un modelo a seguir por Mendoza. Apelaba al gobernador por su relación familiar y porque Benegas era el máximo exponente entre los escasos empresarios vitivinícolas que elaboraban vinos de calidad.

“Sus plantaciones del Trapiche en San Vicente y las nuestras en El Viñedo de Maipú por ejemplo, nada tienen que envidiar a las mejores de Burdeos [...]" (Civit, 1887: 7).

“[...] Se han dictado leyes protegiendo y fomentando la plantación de viñas, en cuanto se refiere a la exoneración de impuestos por cierto tiempo, pero es necesario también ya que la acción de los particulares es tan débil entre nosotros, que el gobierno con mayores elementos y mayores medios procure reemplazarla [...]" (Civit, 1887: 24-25).

El modelo que proponía Civit planteaba organizar la producción con intervención del Estado y bases científico-técnicas, una visión estratégica que el tiempo se encargaría de enviarla al desván de las cosas inútiles hasta finales del siglo XX. Civit, siguiendo su propia práctica de elaborador de buenos vinos, consideraba que todas las etapas de la producción, agrícola e industrial, debían hacerse aplicando las tecnologías más avanzadas. Lo mismo proponía para las etapas de comercialización y gestión de las empresas. Sólo la elaboración de vinos de calidad definida permitiría desplazar del mercado argentino a los caldos europeos. Civit combinaba sus ideas de estadista con las de un empresario moderno al sostener que las empresas familiares debían ser dirigidas por profesionales enólogos, a fin de obtener productos de calidad.

Estado y elite debían constituirse, según Civit, en los principales impulsores de la transformación que daría a Mendoza un venturoso porvenir porque disponían de los instrumentos necesarios para ello. Y así fue: las políticas de la oligarquía, autodefinida liberal, produjeron una enorme transformación económica, técnica y geográfica que no fue entregada a la “mano invisible del mercado". Las condiciones creadas abrieron paso a la inversión inicial en el viñedo: el 81% de los propietarios de las 174 ha de viñedos modernos plantados antes de la habilitación del ferrocarril en 1885, pertenecían a la elite, el 5% a la inmigración, y el resto a otros individuos. Cabe hacer una desagregación de la información para percibir la importancia de estos agentes: fueron sólo 2 personas en 1881, 6 en 1883 y 1 en 1884, que se inclinaron por invertir en viñedos antes de que el servicio ferroviario les asegurara la conexión con los mercados de consumo, de modo que se trató de una inversión en función de expectativas. Se agregaron 12 productores en 1885; y se alcanzó entonces la superficie mencionada anteriormente. En términos cuantitativos, fue un 0,6 % del total de 3.400 viñedos implantados con promoción fiscal entre 1881 y 1902. Desde 1886 hasta 1890 las nuevas plantaciones se difundirían a ritmos cercanos a las 900 ha por año (Richard-Jorba, 1992). Aquellos productores (21 en total) deben ser considerados como "agricultores innovadores"(Metcalf, 1974: 69), por ser quienes primero decidieron incorporarse a la viticultura moderna.

Los resultados del proyecto fueron muy parciales, pues la producción de vinos comunes fue hegemónica. A diferencia de la paradigmática Burdeos, el modelo de desarrollo vitivinícola disoció la producción y sus actores, generando grupos sociales vinculados por relaciones fuertemente asimétricas. El viñatero -propietario o arrendatario- explotaba, en general, fincas menores a 5 ha y vendía la uva al elaborador de vinos. El productor agroindustrial tenía viñedos y elaboraba vino en establecimientos de tamaño variable, aunque con predominio de los pequeños. Vendían su producción en el mercado local, en ocasiones a otras provincias y también a grandes bodegas, dando origen al denominado (y aún vigente) mercado de traslado. El industrial bodeguero poseía o arrendaba bodegas y no producía la materia prima. Los bodegueros integrados tenían viñedos, elaboraban y comercializaban el vino. Constituían un reducido grupo de grandes empresarios con capacidad para controlar la industria e intervenir en la fijación de precios (sin que eso significara una cartelización), generando así una temprana conformación oligopólica del sector. La presencia de estos bodegueros cobró vigor desde la década de 1900 y tuvieron notable influencia y presencia en la política provincial. Finalmente, los comerciantes extrarregionales, operando en el mercado de traslado, distribuían en otras provincias los vinos locales o los compraban a granel para fraccionarlos con sus propias marcas. Perdieron importancia en las dos primeras décadas del siglo XX, pero incidieron en la orientación masiva que tomó el modelo porque demandaban vinos “gruesos”, pasibles de ser “estirados” con agua.

Otro actor esencial en el desarrollo y difusión del viñedo fue el contratista de plantación. En su mayoría eran inmigrantes y provenían del mundo del trabajo, aunque tenían claros rasgos empresariales en tanto asumían riesgos. En efecto, los propietarios les entregaban las fincas durante cierta cantidad de tiempo, y ellos asumían la obligación de implantar viñedos. Cobraban por su trabajo un valor por cada planta en producción, se apropiaban de una o varias cosechas y, en ocasiones, recibían también importantes superficies de tierra. Muchos de estos agentes accedieron rápidamente a la propiedad inmueble y varios de ellos construyeron importantes fortunas en el sector vitivinícola, algunas de cuyas empresas siguen hoy en actividad (Richard-Jorba, 2003). Con la atenuación de la expansión del viñedo, estos actores desaparecieron  hacia fines de la década de 1920.

La inversión en la vitivinicultura se multiplicó entre 1885 y 1910, lo que incrementó exponencialmente la producción[25]. Los empresarios nativos invirtieron menos que los de origen extranjero, quienes predominaron desde el comienzo entre los bodegueros con grandes establecimientos tecnificados[26]. Sin embargo, entre 1890 y 1910, aun en el contexto de producciones masivas, los argentinos parecen haber buscado más la obtención de productos de cierta calidad. Así, en los años 1890, considerados los bodegueros principales (12 argentinos, 19 inmigrantes), el 42% de los nativos elaboraba vinos finos, frente al 21% de inmigrantes. En la primera década del siglo XX (20 argentinos, 59 extranjeros), esos porcentajes eran del 30 y 15% respectivamente (Richard-Jorba, 1998: 307). En la Exposición Industrial del Centenario (1910), varios empresarios bodegueros, nativos e inmigrantes, recibieron premios por sus vinos comunes (Giol y Gargantini, Miguel Escorihuela, Rutini y Cavagnaro, Honorio Barraquero... ); pero sólo una firma recibió un diploma de honor por vinos finos: Benegas Hnos. y Cía., de los sucesores del fundador, Tiburcio Benegas. El alemán barón von Toll, se llevó idéntico premio por su champagne “Presidente” (CVN, 1911: 1.686-1.687). En la Exposición de Roubaix (Bélgica), los vinos finos Trapiche, de Benegas Hnos. obtuvieron la medalla de oro (CVN, 1911: 1.920). No obstante su número limitado, estas elaboraciones sugieren que las ideas de Blanco y Civit tenían seguidores; y también, que se mantenía un hilo conductor con las experiencias de décadas anteriores, ya mencionadas.

En la primera modernización no hubo posibilidad de otro resultado que el finalmente obtenido: una agroindustria dedicada a la producción en gran escala, con el objetivo dominante y prácticamente excluyente de elaborar la mayor cantidad de vino posible y venderlo cuanto antes, salvo contadas excepciones, ya mencionadas. La escasez de capital fue un factor de especial importancia en la estructuración de la agroindustria, pues muy pocas bodegas podían elaborar y estacionar sus vinos dos o más años para expender luego un producto de buena calidad; el grueso de las empresas debía realizar sus caldos cuanto antes para obtener el retorno que les permitiría reiniciar el ciclo productivo. También fueron escasas las bodegas inicialmente dirigidas por técnicos en enología o, al menos, con amplia experiencia en la materia. Por otra parte, la demanda se originaba, mayoritariamente, en los sectores populares, más preocupados, lógicamente, por el precio que por la calidad. Por último, no era menor la ausencia de adecuadas redes de distribución y comercialización, que debieron ser construidas muy gradualmente (Barrio, 2003).

Los empresarios regionales, fueran de la elite criolla, de la inmigración temprana o de la masiva, acumularon la parte sustancial de sus capitales en la provincia con actividades diversas e invirtieron luego en la producción vitivinícola. Muchos extranjeros lograron hacer fortuna. Un ejemplo es el de Angel Furlotti, un italiano que arribó en 1889 a Buenos Aires, donde trabajó hasta 1893, cuando se trasladó a Mendoza. Desde 1896  fue contratista de plantación, asociado con su connacional y cuñado, Pablo Pincolini. Ambos firmaron un contrato, de 11 años de vigencia,  para transformar en viñedos 19 ha de alfalfa. Debían pagar un canon de $ 20.000 en 5 cuotas entre el 5º y 8º año y en el último, además de hacerse cargo de todos los impuestos. Como única retribución, se apropiaban de la totalidad de las cosechas. A la finalización del contrato, en 1907, Furlotti ya era propietario de 30 ha de los mejores viñedos de la provincia. Para 1910, además, arrendaba otras 150 ha con vid. Se lo conoció como “El Rey de la Viña” por su dedicación a la producción primaria. En 1914, como medio para enfrentar una gran crisis que afectó al sector, construyó una bodega (asociado con sus hijos) que llegó a ser una de las más importantes de Mendoza[27].

Sin embargo, lo habitual era que los grandes empresarios vitivinícolas se iniciaran en el sector contando con capital acumulado previamente en otras actividades. Entre los nativos, Tiburcio Benegas es altamente representativo. Hasta comienzos de los años 1880, se dedicó al comercio, a la cría de ganado y a las finanzas. En una antigua hacienda de potreros que adquirió en Godoy Cruz, departamento contiguo al sur de la capital, inició la plantación de viñedos en 1883 hasta disponer de más de 200 ha; y construyó la bodega, que amplió y tecnificó constantemente. Este empresario se benefició con exenciones de impuestos para sus viñedos mientras era senador nacional y gobernador de la provincia. Su empresa, denominada El Trapiche, fue la primera bodega integrada de Mendoza. En 1899 estaba altamente tecnificada y contaba con energía eléctrica; producía vinos comunes y finos y los comercializaba con marca propia en distintas ciudades del país, especialmente en Buenos Aires, donde contaba con depósitos. Para 1910, producía 30.000 Hl de vino[28].

Este empresario, como efecto de la crisis de 1901-1903, tuvo dificultades para cumplir con las deudas contraídas. Benegas buscó en Londres, en 1902, un crédito de $ oro 1.000.000 para ampliar y equipar sus bodegas, a las que puso como garantía, aunque una investigación reciente sugiere que en realidad gestionaba préstamos para cancelar fuertes endeudamientos. Esto se reafirma con un intento por colocar, además, obligaciones hipotecarias en Londres (noviembre de 1902) por 200.000 Libras. Estas gestiones, al parecer, no tuvieron buen fin y el empresario debió convocar a sus acreedores en febrero de 1903, entre los que se contaban el Banco de Mendoza y el de Londres. Todo terminó con la formación de una sociedad anónima que integraba a los acreedores capitalizando sus créditos. Benegas presidía el directorio; Roberto Patterson era el vice; y el resto actuaría como vocales (Barrio, 2002).

Entre los inmigrantes, los Tomba fueron durante décadas una enorme empresa integrada con fuerte peso en la formación de los precios en el mercado nacional de vinos. Antonio Tomba, nacido en Valdagno, Italia, arribó al país en los años 1870, dedicándose al comercio. Fue comerciante móvil, proveedor del ferrocarril y de sus trabajadores en su avance hacia el oeste. Llegó a Mendoza en 1884 y contrajo matrimonio con Olaya Pescara, dama de familia tradicional. Hizo venir de Italia a sus hermanos y fundó la sociedad Antonio Tomba y Hnos, en 1890, dedicada al comercio de diversos bienes y a la producción de vinos[29]. Comenzaron con 4 ha de viña y bodega en 1886; en 1899 ya tenían 800 ha y en 1900 superaban las 1.000. En el primer año elaboraron 1.000 Hl de vino; para 1899 producían 80.000 Hl y, en 1910, 300.000 Hl (CVN, 1910 y Richard-Jorba, 1992). Al finalizar el siglo XIX sólo quedaban Antonio y Domingo, con un capital de $ 4.000.000 ($ oro 1.760.000) (Los Andes, 14-5-1899). Al fallecimiento de Antonio en ese año, Domingo siguió con la parte principal de la empresa. A un documento de reformulación de la sociedad se le falsificó la firma de Antonio, lo que beneficiaba a Domingo y perjudicaba a su esposa e hijo. En 1911 Domingo transformó la empresa en S.A. Bodegas y Viñedos Domingo Tomba, con un capital de $ oro 3.000.000 y domicilio en Buenos Aires, incorporó accionistas ingleses del grupo Leng, Roberts al directorio (CVN, 1911: 1.814-1.815); y desde 1912, cotizó en la Bolsa de Buenos Aires. La depresión de 1930 la llevó a la quiebra y fue liquidada en 1937, pero Domingo Tomba hacía muchos años que había dejado de ser su propietario.

En estos dos casos, los empresarios tuvieron dificultades insalvables. Reunían las características del empresario industrial moderno, en particular, eran innovadores y estaban siempre atentos a las oportunidades de negocios. Para Baumol, los empresarios “son aquellas personas con ingenio y creatividad para encontrar los cauces que acrecientan su propia riqueza, poder y prestigio” (Valdaliso y López, 2000: 30-31), sin importar si sus comportamientos perjudican o favorecen a la sociedad. Sus estrategias se llevaron a cabo distinguiendo, según el principio de Baumol, que “la percepción del beneficio por parte del empresario no debe ligarse a su moralidad como ciudadano [...] La moralidad del empresario se sintetiza en la consabida frase ‘el negocio es el negocio’. Son las normas, instituciones y leyes de la sociedad en la que viva las que harán del principio de exclusión del despilfarro una virtud o un crimen” (Valdaliso y López, 2000: 31).

Tomba, según hemos visto, apeló hasta a la falsificación de la firma de su hermano muerto para apropiarse de la mayor parte de una gran empresa vitivinícola, la más grande del país durante muchos años. Esta acción fue el comienzo del fin; y las prácticas de endeudamiento, probablemente, completaron su caída (Barrio, 2006). Estas estrategias de endeudamiento, según Barrio, habrían conducido a la formación de la sociedad anónima y al ingreso de capital extrarregional y extranjero en la nueva compañía. A fines de la década de 1910, Tomba regresó a Italia, donde murió.

Benegas, un típico político-empresario de la elite, se manejó toda su vida en el marco de las relaciones sociales y políticas, ejerciendo y demandando influencias para el desarrollo de sus negocios privados. Benegas, “[...] disperso entre la producción de vino, la actividad política y la vida social, con facilidades de todo tipo para obtener créditos, hizo uso excesivo de los mismos [...]” (Barrio, 2007: 154). Con su empresa mal gestionada -y endeudada-, hacia fines de la década de 1900 Benegas sólo pudo conservar su primera inversión productiva vitivinícola, el establecimiento “El Trapiche”, habiéndose desprendido de una gran cantidad de importantes activos. Precisamente, vinculado con lo que acabamos de expresar sobre moralidad empresaria, tanto Domingo Tomba como Tiburcio Benegas actuaron, como todos los grandes bodegueros de su época, dentro de “[...] ‘mercados politizados’, donde los empresarios emplean recursos en obtener ventajas o buscar rentas en la órbita del Estado [...]” (Valdaliso y López, 2000: 31), pero también en otros ámbitos. Ambos aprovecharon las políticas de promoción fiscal para sus viñedos. Benegas, como prestigioso político, apeló, además, a sus relaciones e influencias para financiarse sin tener en cuenta que la deficiente gestión lo llevaría a perder posiciones económicas, situación de la que no se repuso. Tomba, en la construcción de prestigio y poder, participó activamente en casi todos los gremios empresarios (Barrio, 2007), convirtiéndose en una referencia ineludible para cualquier política corporativa del sector vitivinícola, provincial y nacional.

Las siempre presentes vinculaciones familiares que posibilitaban el ascenso social, afianzaban, además, las redes políticas y económicas. Los empresarios inmigrantes se relacionaron con el poder político, ocupando las posiciones que el ordenamiento legal vigente les permitía y sus hijos, primera generación de argentinos, llegaron a jerarquías del más alto nivel[30].

Hubo muchos casos de continuidad de las empresas de los políticos-empresarios nativos hasta un pasado reciente, como los Benegas o los Lemos. Otras prosiguen aún, como los González[31].

Los inmigrantes que fundaron empresas vitivinícolas exitosas, con frecuencia lo hicieron en sociedad con parientes o connacionales[32]. El rápido dominio que los empresarios de origen inmigratorio alcanzaron en la vitivinicultura, ya mencionado, probablemente obedeció a que no tenían vinculaciones con Chile (a diferencia de la mayor parte de la elite) y, también, a que construyeron empresas agroindustriales competidoras de la producción chilena –fuertemente protegida-. En consecuencia, sólo podían plantearse como objetivo la conquista del mercado argentino, único al que podían acceder. Muchos de estos bodegueros pertenecen al pasado y otros no han perdido vigencia. Arizu (Balbino y hermanos), Armando, Calise, Filippini, Gabrielli y Baldini, Gargantini, Giol, Pavlovsky, Passera, Tomba,  se cuentan entre las grandes firmas desaparecidas. Balbi, Escorihuela, Lemos (La Superiora), Norton, Rutini (La Rural), Tirasso (Santa Ana), Tittarelli... siguen en actividad con otros dueños; y algunas firmas continúan en manos de las familias fundadoras: Arizu -rama de Leoncio- (Luigi Bosca), Cabrini, Goyenechea, López Hnos., González, Bianchi....

De todos modos, reiteramos, durante la primera modernización, tanto extranjeros como nativos constituyeron un empresariado regional, pues sus capitales y su poder de decisión sobre inversión, producción y comercio, estaban en Mendoza; y el capital extrarregional o transnacional no tenía suficiente entidad como para alterar esa situación. Ese empresariado regional, no dependiente de decisiones externas a la provincia, condujo la organización de la economía que hoy da identidad internacional a Mendoza. En este sentido, Mendoza muestra un empresariado vitivinícola con características singulares respecto del de países vecinos aunque, también, elementos comunes[33]. La modernización determinó, también, la gradual construcción de ámbitos separados, al menos formalmente, entre el poder económico y el político.

El empresariado en el largo plazo

El empresario surgido en la primera modernización resultó ser una figura bastante exitosa, si por tal entendemos una larga permanencia en el mercado con muy escasas modificaciones, salvo pequeñas adaptaciones frente a circunstancias ineludibles, como expresáramos al comienzo del artículo. Una de las bases de esta continuidad es la constante interacción con el Estado en un contexto, ya mencionado, de mercado politizado. Es decir, un ámbito en el cual los negocios eran posibles sólo si se negociaba con un Estado, ora interventor, ora promotor, ora regulador, y hasta empresario, pero siempre presente e ineludible[34]. El empresario regional debió operar, entonces, atendiendo (y adaptándose) a las reglas de juego cambiantes e incoherentes impuestas por los organismos estatales, a veces por iniciativas desde el campo del poder político, pero también –y frecuentemente- como respuesta a presiones sectoriales parciales, o fragmentadas según qué subsector fuera el reclamante.

Esta articulación, finalmente, convirtió al Estado provincial en parte de los problemas que requerían solución cuando asumió, además, el rol de empresario. En 1954 compró el paquete accionario mayoritario de la gran empresa vitivinícola Giol (diez años después fue transformada en Sociedad del Estado). La idea, correcta en su concepción, tenía como objetivo regular el mercado vitivinícola (Gutiérrez de Manchón, 1965) y defender a los denominados viñateros independientes de los abusos a que eran sometidos por los bodegueros. Muchas décadas de gestiones ineficientes y burocráticas (y politizadas) provocaron déficit insostenibles que sirvieron de justificativo para su privatización en 1990-1991.

Con esto hemos llegado al relato inicial de este artículo y al proceso de retiro del Estado, a la desregulación de la actividad vitivinícola, etc. Pero, se produjo efectivamente esa retirada? En rigor no, sólo cambió su carácter, porque el Estado, grande o pequeño, es el sostén y garantía del desarrollo de una economía y una sociedad capitalistas. La intervención gubernamental, en la economía clásica, tiene como objetivo “[...] crear y mantener las mejores condiciones para el capitalismo, considerado como un sistema esencialmente autorregulador y autoexpansivo que tiende a maximizar la ‘riqueza de la nación’ [...]” (Hobsbawm, 1998: 217-218). Y el neoliberalismo, iniciado en la dictadura (1976-1983), se perfeccionó in extremis con el gobierno justicialista de Carlos Menem, cuyas políticas apuntaron a generar un proceso “autorregulador y autoexpansivo” como dice Hobsbawm, aunque no precisamente para expandir la riqueza nacional.

Si nos extendiéramos sobre esta cuestión, nos apartaríamos de nuestro eje central: los empresarios y la vitivinicultura. Conviene insistir, sin embargo, en el marco generado por la política de la administración Menem, cuyos agentes actuaron en abierta defensa de los intereses del capitalismo global, como claros exponentes de una “clase capitalista transnacional”: “Las prácticas transnacionales se diferencian analíticamente en tres niveles: económico, político y cultural-ideológico... En las condiciones concretas en las que se halla el mundo (un mundo estructurado en gran medida por el capitalismo global en sus diversos disfraces), cada una de estas prácticas se caracteriza en términos generales, mas no exclusivamente, por una forma institucional preponderante. [...] lo que denomino clase capitalista transnacional es el ámbito primordial de las prácticas políticas transnacionales, y el campo fundamental de las prácticas transnacionales cultural-ideológicas se encuentra en la cultura-ideología del consumismo” (Sklair, 1992: 165)[35]. El discurso ideológico de la globalización se tradujo en medidas claves para facilitar la circulación irrestricta del capital transnacional (Rapoport, 1997; Bourdieu, 2005: 255-261) y su libre inserción en todos los sectores y recursos económicos dentro del territorio argentino. Su penetración se produjo en aquellas actividades productivas internacionalmente competitivas, marginando todo lo que operara exclusivamente en el mercado interno o, tornándolo subordinado; también, frecuentemente, destruyéndolo, como sucedió con buena parte del sector industrial argentino.

El avance del proceso globalizador impulsado desde el gobierno nacional tuvo una enorme incidencia en la vitivinicultura, tanto la mendocina como la del resto del país, no sólo en términos económicos sino también en los cambios culturales asociados al consumo de vinos. Como es lógico suponer, una parte amplia del empresariado fue impactada fuertemente; otra, se adaptó al cimbronazo y se reconfiguró. También, hubo una reacción de fuerzas territoriales contra el accionar de las fuerzas funcionales (Friedmann y Weaver, 1981) de la transnacionalización[36]. Este proceso, desarrollado en un período muy breve (considerando nuestra perspectiva de largo plazo), ha generado cambios significativos, a punto tal de ser considerados revolucionarios por algunos agentes económicos y comunicadores sociales. Sin embargo, en el marco histórico de larga duración iniciado en los años 1870, esos cambios están atados a continuidades estructurales todavía vigentes, más que a posibles rupturas.

Un panorama del actual empresariado vitivinícola

Las transformaciones recientes, generalizadas desde fines de 1991, han conducido –entre otros aspectos–, a una fuerte inversión de capitales en cultivos y bodegas, lo que marca una diferencia sustancial con la primera modernización porque está generando un proceso de integración vertical de las empresas. La concentración, además, ha reforzado la conformación oligopólica del sector surgida a comienzos del siglo XX.

Los cambios han reorientado la producción hacia vinos finos y espumantes tipo champagnes; y hacia la exportación. Esto marca el salto cualitativo de mayor envergadura respecto de la primera modernización (Richard-Jorba, 2001). Ambos ciclos modernizadores se asemejan en la incorporación de tecnología extranjera de punta (agrícola e industrial), aunque el proceso actual es más amplio, en la medida en que incluye, también, las tecnologías de control de calidad, gestión, marketing, etc.).

Los actores de la vitivinicultura del siglo XXI son similares a los de comienzos del XX, pero tienen ahora otras dimensiones. Se establecen relaciones con asimetrías menos marcadas, particularmente en los mercados de uvas y vinos finos, en los que diversos parámetros deben responder a ineludibles normas de calidad (Richard-Jorba, 2006). Se agregan los productores de mostos y los agentes que incorporan el enoturismo, una actividad en rápida expansión, que incluye hotelería y gastronomía dentro de las fincas y bodegas.

La principal diferencia con los comienzos de la vitivinicultura moderna está dada por la gran cantidad de agentes y empresas extranjeros y argentinos extraprovinciales que conforman un nuevo empresariado, muy heterogéneo. Los extranjeros de hoy no son los inmigrantes del pasado, que acumularon y decidieron en la región. Los más destacados, incluyendo también a los inversores argentinos, o son conglomerados empresarios cuyos accionistas y directivos no están en el país o en la provincia, o son personas físicas representadas por administradores o gerentes.

Muchos productores locales se desprendieron de firmas líderes, algunas de dimensiones gigantescas (Santa Ana o Peñaflor-Trapiche...), pero un segmento importante ha reinvertido en nuevas empresas de menor tamaño para producir exclusivamente vinos de alta gama para diferentes franjas no masivas del mercado interno y para la exportación. Cuentan a su favor con el conocimiento del medio, del negocio y las relaciones previas establecidas en el ámbito comercial. Aunque en general constituyen sociedades anónimas como forma jurídica, son en realidad empresas familiares.

Entre los grandes grupos extranjeros hay fusiones posteriores a las inversiones iniciales que amplían su potencial productivo y la penetración en el mercado internacional, sin descuidar el interno. Reviven así, los antiguos comerciantes extrarregionales, que hoy se integran hacia atrás. Estas empresas complejizan el proceso, no sólo por sus inversiones directas sino también porque establecen alianzas con empresas de la región. En los años 1990 el grupo Allied Domecq (inglés) -o sus controladas- compró bodegas en Mendoza y San Juan productoras de vinos finos y espumantes. El grupo Pernod Ricard (francés), compró bodegas en Mendoza y en la provincia de Salta. En 2005 Pernod absorbió a Allied Domecq.  El grupo francés se ha convertido en el mayor fabricante de bebidas alcohólicas del país; y ha adicionado el turismo al negocio del vino. En suma: dos grandes grupos extranjeros, comercializadores-distribuidores de otras bebidas y de vinos, se integraron verticalmente en la vitivinicultura y luego se fusionaron.

La misma estrategia cumplió una antigua firma argentina distribuidora y comercializadora de bebidas y vinos: Llorente Hnos. La bodega Toso le elaboraba vinos y champañas para su marca “Federico de Alvear”. En la década de 1990 compró la bodega, conserva su marca y la original (“Toso”), atendiendo franjas diferentes del mercado.

Tienen asimismo un gran desarrollo las bodegas boutique, pequeños emprendimientos dedicados a la elaboración de vinos de alta gama para la exportación, el consumo en ciertos establecimientos gastronómicos o para su venta en casas comercializadoras de esta franja de vinos. Sus producciones son muy limitadas, pero requieren fuerte capitalización por el tipo de producto que están enviando al mercado. Estos casos también reúnen inversores locales, extraprovinciales o extranjeros, que actúan separadamente o en sociedad.

Si bien entre los productores de vinos hay múltiples situaciones, todas tienen un común denominador: su dependencia de la comercialización. Sin una adecuada inserción en redes comerciales, muchas bodegas desaparecerán o serán absorbidas por otras empresas (como ya se han registrados varios casos).

Sin dejar de reconocer la importancia de algunas de las empresas extranjeras instaladas en Mendoza, consideramos que la extensión del fenómeno transnacionalizador no se ha convertido hasta ahora en dominante. La inversión extranjera es una realidad; también lo es que muchas empresas importantes de la región cambiaron de manos y sus decisiones estratégicas se adoptan en otras latitudes, pero la vitivinicultura tiene una enorme variedad de actores y un gran número de agentes económicos, todavía mayoritariamente de capitales provinciales o nacionales. Hay empresas transnacionales, como la mencionada Pernod Ricard, o el grupo Marubeni (Japón) o, propiamente en el sector vitivinícola desde sus orígenes, la casa Moet & Chandon, instalada desde 1960.

El resto no reúne los caracteres de una empresa transnacional -término habitualmente equiparado con el modelo de la gran empresa gerencial estadounidense (Barbero y Ceva, 2004: 84)-, salvo que apliquemos tal concepto, genéricamente, a todo lo que sea capital extranjero. Por ejemplo, las bodegas de capitales chilenos, aun cuando operan como unidades empresarias independientes de sus matrices, sólo constituyen una diversificación de sus productos con calidades diferentes a las de su país de origen, que aprovechan la sinergia de la inserción previa de las grandes firmas chilenas en el mercado internacional de vinos. Lo mismo cabe apuntar de otras empresas extranjeras, vinculadas o no con la vitivinicultura[37].

En la principal exportadora de vinos del país, Trapiche, el capital mayoritario es controlado por un fondo inversor estadounidense; actualmente dispone de 1.075 ha de viñedos distribuidos en 8 fincas en toda la provincia y produce vinos finos de diversas calidades, incluyendo los superpremium. En este caso, las decisiones y la gestión están a cargo de un empresario, que no es propietario, y son tomadas localmente (Clarín, 20-5-2007: 4).

Finca La Celia, propiedad de la chilena Viña San Pedro S.A. (subsidiaria a su vez de CCU –cervecera-, del grupo Luksic), fue adquirida en 2000. Cuenta con 470 ha de viñedos finos y la bodega tiene una capacidad de vasija de 6,5 millones de litros. Exporta a 35 países. Entre 2001 y 2005, sus diferentes tipos de vino han recibido 53 premios en concursos nacionales e internacionales. A diferencia de Trapiche, aunque tiene un directorio registrado en el país, las decisiones estratégicas y las de cierta importancia (inversiones, renovación de equipos) se adoptan en Chile.

Entre los empresarios locales, José Alberto Zuccardi es un caso de particular importancia porque, sobre la base de la incorporación del concepto de innovación permanente, la bodega Familia Zuccardi, una empresa mediana, pasó en su medio siglo de vida de producir vinos básicos a elaboraciones de alta gama. Actualmente posee 650 ha de viñedos en dos fincas y la bodega. Tiene, además, una bodega experimental para la innovación. Fundada en los años 1950 (La Agrícola), hoy registra diversas marcas, con prestigio en el mercado y ha obtenido premios internacionales. Comenzó las ventas externas en 1991 y figura entre los cinco mayores exportadores de vino (2006), con el 60% de la facturación de la empresa (Clarín, 20-5-2007: 4). En diciembre de 2007, mediante contrato, esta empresa ha incorporado un nuevo rubro, claramente una innovación: la distribución de vinos extranjeros. Se trata de los vinos producidos por la bodega de Joan Manuel Serrat en Cataluña. Todas las decisiones de esta firma se adoptan localmente.

Finalmente, nos interesa señalar una sociedad conformada por agentes extraprovinciales para el desarrollo de un emprendimiento de tipo boutique. Se trata de Finca La Promesa S.A. Fundada en 2002 por François Passaga (francés), Mauro Villarejo y Florencia Delucchi (argentinos). El socio francés conoce el sector pues posee, entre otras actividades, un pequeño viñedo en Burdeos y una distribuidora de vinos en Madrid, donde reside. Los argentinos, por su parte, poseen una empresa pequeña, localizada en la ciudad de Buenos Aires, dedicada a servicios no vinculados con la vitivinicultura. La Promesa tiene 9 ha de uvas finas, predominantemente Merlot, en el departamento Luján. Desde 2004 elabora con equipo propio, tecnológicamente avanzado, en una bodega alquilada; en la vendimia de 2008 habilitó su bodega, construida con apoyo crediticio del Fondo para la Transformación y el Crecimiento. En 2006 realizaron su primera exportación a España. La producción está en el orden de las 30.000 botellas, de dos tipos, un Merlot y uno de corte (Merlot, Malbec, Bonarda) (Richard-Jorba, 2008). Las decisiones se adoptan localmente, gracias a una presencia casi permanente de Villarejo y muy frecuente de Passaga. Un enólogo de primer nivel y un ingeniero industrial con amplia experiencia en el sector completan el grupo de trabajo que lleva adelante el emprendimiento. Como no todo consiste en vender el vino por canales tradicionales, esta empresa ha ideado otros métodos (alquiler de “hileras” de viñedo, elaboraciones personalizadas, etc.).

Nuestra base de datos es amplia y abunda en ejemplos, muy ricos por la diversidad que muestran. Por ejemplo, un propietario proveniente del sector agropecuario pampeano –y con intereses allí- adquirió 70 ha de viñas y frutales en el departamento de Tunuyán y 22 ha de viñas finas en el departamento Luján, finca en la que hoy reside. Vende la uva de sus dos fincas a bodegas productoras de vinos de alta gama, pero, a la vez, ha construido y equipado su propia bodega, pequeña, en la que elabora desde 2002, ensayando diferentes blend con pequeñas partidas que cría en barricas y, luego de envasadas, las mantiene en estiba. Esos vinos serán promocionados cuando el empresario decida ingresar al mercado, probablemente en el transcurso de 2008. Otro caso corresponde a una finca de 2 ha de uva Malbec, con una bodega de 8.000 botellas de capacidad, en Luján. Esta boutique (Finca La Adalgisa) tiene, como otra vertiente, un hotel en el interior del predio, dedicado al enoturismo, preferentemente extranjero. Su propietaria es bisnieta de Angel Furlotti, el mencionado Rey de la Viña.

¿Son así todos los empresarios vitivinícolas? La respuesta es un no rotundo. Si bien en esta segunda modernización están los empresarios innovadores y los adoptantes tempranos (Metcalf, 1974: 69-71), que son quienes llevan adelante las transformaciones de las últimas décadas y las consolidan, se está lejos de alcanzar aún niveles de gran difusión de las innovaciones.

La mayoría de los productores y empresarios, sobre todo por razones de orden económico, está concentrada todavía en el mercado interno y en la producción de uvas y vinos básicos[38]. La reconversión de los cultivos a variedades de calidad y la incorporación de tecnologías de riego presurizado o la malla antigranizo, por caso, tienen costos casi imposibles de asumir por los viñateros independientes. Lo mismo cabe para los bodegueros y la inversión que deberían hacer en tanques de acero inoxidable, equipos de frío, barricas, etc.  Estas dificultades se vuelven insuperables en un contexto de inexistencia de crédito de mediano y largo plazo en el sistema bancario, y de insuficiencia de las líneas que ofrece el Fondo para la Transformación y el Crecimiento. La mera reinversión de utilidades, cuando éstas existen, no alcanza para emprender la reconversión en plazos razonablemente rápidos. Esta mayoría de la que hablamos forma parte de un conglomerado muy heterogéneo, que incluye desde grandes empresas integradas hasta pequeños viñateros. Entre las primeras, hay firmas que ostentan posiciones oligopólicas, dominando franjas muy amplias del mercado interno de vinos comunes (por ejemplo, Peñaflor, propiedad del Fondo estadounidense que controla Trapiche, y la Federación de Cooperativas Vitivinícolas – FECOVITA-, actual propietaria de la privatizada Giol Sociedad del Estado). Un considerable número de bodegueros vende sus caldos a granel en el mercado de traslado, lo mismo que una parte de los viñateros independientes cuando hacen elaborar total o parcialmente sus uvas; entre estos actores hay vulnerabilidades importantes, frecuente causal de conflictos, tema que escapa a este trabajo. Sin embargo, los más vulnerables y casi seguros perdedores del nuevo marco en que se desenvuelve el negocio vitivinícola, son los pequeños viñateros (menos de 10 ha), salvo que acuerden formas de integración vertical, cuestión sobre la cual hay proyectos en estudio propiciados por la COVIAR y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

La internacionalización de la vitivinicultura mendocina

La ventaja que para la vitivinicultura significa la presencia de las empresas transnacionales y de los bodegueros extranjeros con inserción en el mercado internacional, radica sin dudas en su contribución a la difusión de la calidad de los vinos mendocinos (y del resto de las provincias productoras), lo que incentiva la demanda externa y alienta la inversión y la producción[39].

Este empresariado, complejo, dinámico e innovador, que hoy moviliza recursos económicos y humanos; que genera ideas, elabora proyectos y los lleva a la práctica en pos de productos de calidad, ha logrado, sin dudas, conformar una masa crítica sólida, capaz de asegurar la expansión de la vitivinicultura mendocina en el largo plazo. Este crecimiento, sin embargo, podría ser condicionado o alterado por alguna reformulación sustancial de las reglas que impone el Estado, cuestión que en la Argentina no puede sorprender; y, también, por cambios bruscos en el mercado de consumo, particularmente en el internacional.

En efecto, posibles movimientos del tipo de cambio por revalorización de la moneda nacional quitarían competitividad a las exportaciones. El mantenimiento nominal de la paridad cambiaria en un contexto inflacionario, creciente desde 2004[40], aumenta los costos internos y tiende a neutralizar cualquier mejora en la productividad. Perjuicios similares resultarían de la imposición o ampliación de barreras (arancelarias o no) en los países importadores[41].

La producción podría estar sujeta, además, a oscilaciones de mercado motivadas por modas en el consumo, sobre las que aún no es posible afirmar que sean generalizadas (ni bruscas), pero sí que muestran síntomas que deben ser controlados. Un caso que podríamos vincular con estas oscilaciones está referido a la uva Merlot. Los muy buenos vinos obtenidos de este cepaje tuvieron fuerte demanda desde finales de los años 1990, lo que motivó un sustancial incremento de la superficie cultivada. Desde 2005 se nota una retracción de la demanda, volcada rápidamente a otras variedades (fundamentalmente Malbec); y los bodegueros elaboraron sus propias uvas pero redujeron o cancelaron las compras de Merlot a los viñateros proveedores –habituales u ocasionales-, que debieron, en muchos casos, malvender su producción. Tal vez se trate de un descenso temporario, pero si no fuera así, el fenómeno revestiría enorme gravedad, pues un viñedo demanda grandes inversiones y varios años antes de ser productivo; y muchos más para llegar a la calidad buscada, de manera que el productor requiere horizontes de certidumbre que las modas, fomentadas desde medios de comunicación especializados-interesados, podrían anular de un año a otro. Las superficies con Merlot en Mendoza, pasaron de 796 ha en 1990, a 4.568 en 2000 y 5.735 en 2005 (620% de aumento) (http://www.inv.gov.ar/estadisticas/).  Con la variedad Bonarda parece estar dándose un proceso similar, aunque menos intenso (48% de aumento en el mismo período). Hay gurúes del vino, anglosajones, que están promocionando las bondades de este cepaje, muy utilizado para cortes; otros especialistas cuestionan esas apreciaciones (Vázquez Viera, 2007).

Finalmente, la concurrencia al mercado de nuevos productores (Australia, Sudáfrica) es un factor que puede originar dificultades futuras.

Sin embargo, la articulación entre el Estado y los productores ha sido fundamental en la penetración de los vinos mendocinos (y de otras provincias) en el mercado internacional. El fuerte rol promotor que está desempeñando el Estado, tanto provincial como nacional, se complementa con el accionar de los empresarios: el Fondo Vitivinícola, la Fundación Pro Mendoza, la COVIAR, la legislación de denominación de origen, etc., ya mencionados, muestran una continuidad significativa en la promoción sectorial. Los resultados, altamente favorables, se traducen en cifras.

Las ventas externas, desde los años 1960, muestran que la vitivinicultura argentina exportó erráticamente hasta finales de los años 1980 (Cuadro 1), cuando los rubros principales estaban representados por vinos básicos y mostos (concentrados y sulfitados), mientras que los vinos finos varietales ocupaban un lugar secundario, cuando no marginal.

Desde mediados de los años 1990 se evidencia una sostenida tendencia hacia la penetración en el mercado internacional, con un profundo cambio en los rubros exportables. En efecto, entre 1996 y 2006, los vinos finos varietales se han convertido en el mayor generador de divisas, seguidos por los mostos y relegando al tercer lugar a los caldos comunes. Ni siquiera el impacto de la brutal devaluación de la moneda nacional en 2002 (+ 200%), que se manifestó en una leve baja de las ventas, logró detener esta tendencia. El Cuadro 2, con datos de Mendoza, confirma la creciente importancia cuantitativa del sector. Las ventas externas crecen sostenidamente[42], motivando que el Estado termine por comprender que la vitivinicultura es una actividad generadora de divisas y, por lo tanto, un sector estratégico al que debe asegurársele el desarrollo sostenido en el largo plazo.

En la actualidad, los vinos argentinos en general y los mendocinos en particular llegan a más de 100 países; y los vinos finos y los espumantes crecen a tasas muy altas, tanto en volumen como en precio. En efecto, según nuestros cálculos, basados en información del INV, el volumen de los vinos exportados creció 36,62% entre 2006 y 2005; y los valores lo hicieron en 25,46% (41% correspondió a varietales y 1% a espumantes). Las divisas correspondieron 74,3% a vinos finos, 2,64% a espumantes y 22% a vinos comunes (http://www.inv.gov.ar/estadisticas/).

Las empresas extranjeras, sean las Transnacionales (Pernod Ricard, Chandon), las familiares multinacionales[43] (Codorniú, Norton... ), o de otro tipo, distintas de las precedentes (las chilenas Finca La Celia y Trivento, las francesas de Clos de los Siete...), tienen estrategias de penetración en el mercado externo muy variadas: desde la venta de vinos a granel destinados a ser fraccionados en destino, hasta los caldos envasados en Mendoza, con marcas propias (ampliamente mayoritarias) o con marcas privadas. La distribución en comercios especializados que atienden demandas de franjas de consumidores de considerable poder adquisitivo, o en establecimientos de hotelería y gastronomía, etc., forman parte también de esas estrategias. Además, como ya anticipáramos en el caso de las bodegas de capitales chilenos, hay exportaciones dirigidas por sus empresas controlantes, las que utilizan el producto para diversificar su oferta internacional. Es, por ejemplo, el caso de Finca La Celia, que elabora varietales (Pinot Grigio, Shiraz...) y los exporta con una marca de su controlante San Pedro S.A. (35º South), indicando la zona de origen. Esta marca es introducida en Gran Bretaña por una importadora especializada en vinos: Buckingham Vintners Int’L Ltd. Hay, además, exportaciones, de esta y otras empresas, que remiten vinos finos envasados con marcas de terceros radicados en los mercados de destino. La bodega Séptima, del Grupo Codorniú (familia Raventós) elabora vinos de alta gama y espumantes que pasan a integrar el portafolio que este gran conglomerado vitivinícola ofrece en los países donde tiene presencia comercial. En estos dos casos hay una interesante integración territorial internacional de la producción, que confluye en la diversificación de la oferta empresaria con bienes claramente diferenciados (por suelos, climas, altura s/n/m, cepajes, etc.), destinados a consumidores no masivos.

Los empresarios franceses Jacques y François Lurton constituyen un caso muy particular de empresa familiar globalizada, tanto en la producción como en la comercialización. Esta empresa tiene bodegas y viñedos en su país de origen, en España, Portugal, Chile, Uruguay y en la provincia argentina de Mendoza. Sus vinos de alta gama son comercializados en los mercados donde los producen, en un movimiento de exportación-importación entre sus bodegas; además, claro está, de las ventas en otros mercados internacionales.

Las empresas extranjeras son las mayores exportadoras de vinos argentinos -y mendocinos[44]-, pero hay un sostenido crecimiento de los envíos originados en bodegas de capitales provinciales o nacionales, tanto de las firmas medianas como de las bodegas boutiques.

Las estrategias de penetración en los mercados externos, desarrolladas individual o corporativamente, se han mostrado exitosas hasta el momento, lo que se ve reflejado en la ampliación de los mercados a los que llega el vino mendocino en sus diversos tipos (comunes, varietales, espumantes, especiales; a granel o envasados)[45].

Hay una conciencia empresarial sobre la necesidad de responder a la demanda del mercado internacional de vinos de calidad, que se prevé crezca un 4,8% anual en volumen y un 9,4% en los precios hasta 2010 (Clarín, 20-5-2007: 3). Esa respuesta debe concretarse en una fuerte y rápida inversión en tecnologías de avanzada y en un aumento de la capacidad de vasija vinaria. El mercado estadounidense tendrá una expansión más intensa, de casi un 19% por año (Clarín, 20-5-2007: 3). La inversión y las estrategias para desarrollar las ventas externas explican las elevadas tasas de crecimiento, ya mencionadas, que hacen adquirir a los vinos finos argentinos (fundamentalmente mendocinos), posiciones cada vez más relevantes para disputarle la primacía a otros competidores, en especial a Chile[46].

Una estrategia común a todas las empresas es la participación en concursos internacionales. Lo hacen individual o colectivamente, como agentes privados o asociados con entes paraestatales de promoción. Estos eventos, en los que obtienen premios diversos, contribuyen a afianzar la marca Argentina y las diversas zonas productoras del país y de Mendoza[47]. Las rondas de negocios que se cumplen en el marco de estas reuniones internacionales constituyen una parte esencial en la obtención de los resultados descriptos.

Merece destacarse la opinión del empresario español Eduardo Lapania, para quien resultaría más fácil exportar que vender el vino en el mercado interno, porque en el exterior las marcas argentinas serían todas iguales, sin que alguna prevalezca. “Estamos todos en igualdad de condiciones”. Este bodeguero, proveniente del sector petrolero, fundó en Mendoza una empresa familiar en 2001, Latinfina S.A., propietaria de Bodega Don Cristóbal 1492. En 1998 compró su primera finca, La Pinta; y,  posteriormente, otras dos (La Niña y la Santa María). Hoy posee 120 ha de viñedos y 80 más por plantar. En 2001 habilitó su propia bodega. Elabora entre 60 y 80 mil litros por año y exporta el 80% de su facturación, unos 2 millones de dólares, en tres franjas de precios de vinos de alta calidad: 1-Trivarietales “1492” y varietales “Finca La Niña”; monovarietales “Cristóbal 1492”; y “Cristóbal 1492 Oak Reserve” varietal. También elabora un espumante monovarietal por el método champenoise. Todavía en proyecto, Latinfina erigirá una nueva bodega para 2 millones de litros (Vinos y Viñas –on line- Nº 1006, abril de 2007). Esta posición tiene una buena porción de verdad, porque es real que la presencia de los vinos mendocinos (y de otras provincias) en el mercado internacional, salvo contadísimas excepciones (Bodegas López, Chandon...), tiene pocos años, insuficientes para crear una tradición. En consecuencia, no hay todavía clientelas comprometidas con determinados tipos y marcas; y, además, existe un mercado de consumo ansioso por experimentar las nuevas sensaciones y sabores que generan las innovaciones constantes de las empresas de todas las zonas vitivinícolas del mundo. Esto otorgaría la “igualdad” para todos. Sin embargo, no debemos olvidar que el oligopolio existe y se refuerza; y las redes globales en las que opera otorgan claras ventajas sobre las pequeñas y medianas  empresas vitivinícolas.

En suma, la vitivinicultura de Mendoza ya ha adquirido madurez como sector; y, motorizada por una masa crítica de empresarios capitalizados e innovadores, ha retomado el modelo que los diseñadores de la primera modernización sólo pudieron comenzar a transitar individualmente con múltiples dificultades y caídas. Y es saludable que muchos apellidos de los iniciadores de la vitivinicultura moderna de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX hoy figuren como exportadores de vinos de alta calidad, dejando atrás el mercado cerrado y los vinos de masa. Es el caso de Benegas S.A., empresa familiar de descendientes de Tiburcio, fundador de Trapiche y pionero de la vitivinicultura de calidad; y la familia Bombal, de la rama de Domingo, otro gran político-empresario decimonónico. Estos empresarios comparten el interés por la calidad y por la conquista de mercados externos con descendientes de otros grandes constructores del edificio vitivinícola mendocino, italianos y españoles: los Arizu, Baquero, Baldini, Basso, Cabrini, Furlotti, Gargantini, Giaquinta, Goyenechea, Granata, López, Orfila, Pincolini, Pulenta.....

Conclusiones

En el artículo mostramos el proceso de formación de un empresariado moderno en Mendoza, vinculado con el desarrollo de la vitivinicultura capitalista entre mediados del siglo XIX y la actualidad. Este apretado resumen ha servido, sin embargo, para poner en evidencia la estrecha relación de los hombres de negocios con el Estado y las políticas gubernamentales que, en general, acompañaron el sostenimiento y la maduración del sector vitivinícola durante muchas décadas, pese a notables inconsistencias y errores. También se ha rescatado del olvido a numerosos empresarios que innovaron en diferentes etapas y contextos político-económicos.

Los cambios recientes, claramente orientados a la obtención de productos de calidad y a la exportación, constituyen, a nuestro juicio, el resultado de un largo proceso de aprendizaje y maduración más que una revolución. El nuevo modelo, en realidad, tiene más continuidades que rupturas con el pasado, tanto si nos detenemos a observar la estructura social de la vitivinicultura, como la operatoria de algunos mercados, sea el de uva o el de traslado.

Es natural que dentro del empresariado actual crezca la heterogeneidad y aumente la complejidad. Eso es fruto de la ampliación de horizontes y de la aparición de oportunidades de negocios que se presentan acompañando cambios culturales vinculados al consumo de vinos y a lo que parece ser una fuente inagotable de recursos: el turismo, tema éste que requiere mayores investigaciones desde diferentes disciplinas y marcos teórico-metodológicos.

Pero todas estas transformaciones, que aparecen encabezadas por empresarios extranjeros o argentinos, han sido posibles, en primer lugar, por la disponibilidad en la provincia de recursos humanos con formación científico-técnica de alto nivel; y por la articulación con el Estado. En los años 1990 el tipo de cambio subvaluado permitió el ingreso de capital extranjero, pero favoreció también la adquisición de bienes de producción tecnológicamente avanzados. La violenta devaluación de la moneda nacional en 2002, dio paso al boom exportador que, por ahora, parece marchar sin pausa. A ello se agrega la potencialidad de la sinergia lograda entre Estado y empresarios para la promoción de los productos de la vitivinicultura mendocina, en el país y en el exterior.

Una observación adicional: si bien es cierto que hay experimentación enológica y se busca innovar en gestión o marketing; y también, que algunos empresarios plantean la innovación permanente, de modo similar a la primera modernización se reitera la introducción y adaptación pasiva de tecnologías extranjeras. Y este es un punto en el que los empresarios deberían posar su mirada. La generación local de tecnologías no sólo amplía la cadena de valor; también –y tal vez lo más importante- asegura la novedad y la independencia. Y no hablamos de autarquía sino de desarrollar integralmente un sector que es internacionalmente competitivo.

Por último, la expansión de la presencia de vinos de Mendoza y del resto del país en los mercados externos, el prestigio que adquieren, los premios obtenidos, etc., han convertido al sector, por primera vez desde la constitución de la vitivinicultura capitalista a fines del siglo XIX, en una economía que ha superado el carácter regional con que se la designó hasta ahora, para convertirse en un sector estratégico para una Argentina ávida de divisas que ayuden a su desarrollo económico-social. La internacionalización del vino argentino es hoy una realidad que implica un fuerte desafío para empresarios y Estado, obligándolos a sostenerla en el tiempo.

 

Notas

* Agradezco las observaciones y sugerencias efectuadas por los anónimos evaluadores, algunas de las cuales comparto.

[1] En 1968, el consumo de vinos alcanzó 86 litros por habitante y descendió a 60 en 1986, estabilizándose en la actualidad en 30 litros, aunque con tendencia a crecer. Entre las causas de la retracción de la demanda se cuentan el avance de las cervezas y gaseosas, tanto por el cambio de gusto en los consumidores como por los menores precios en muchas de esas bebidas. Sobre esto último, resultó clave el descenso brutal del ingreso de los asalariados y trabajadores informales a partir de las políticas neoliberales implantadas por la dictadura (1976-1983) y continuadas por los gobiernos constitucionales que le siguieron. Entre 1975 y 1982, por caso, “las remuneraciones reales de los asalariados cayeron un 37,0%” (Aspiazu y Nochteff, 1994: 87). En 2006, la totalidad de ingresos de los sectores populares del país representaba el 26,7% del PBI (Lozano et al, 2006), mientras que en 1974 era cercana al 50%. De manera que un bien prescindible en la dieta, como es el vino, fue rápidamente eliminado o reemplazado en alta proporción por las otras bebidas.

[2] “Desde comienzos del siglo XX y hasta la década de 1970, el modelo productivo vitivinícola no varió en Mendoza. En general, muchos de sus rasgos negativos se mantuvieron o incrementaron, como la gran producción de baja calidad –salvo excepciones–, un mercado nacional altamente protegido y fuerte intervención estatal –mayoritariamente nacional– para atenuar numerosas y reiteradas crisis” (Richard-Jorba, 2008: 91-92).

[3] Acerca de las primeras crisis y de articulaciones Estado-empresas, es ineludible la referencia a Girbal-Blacha, 1983-1987. Más reciente, otro trabajo esclarece en detalle las relaciones existentes entre empresarios y Estado en la primera década del siglo XX (Barrio, 2007).

[4] Los términos moderno, modernización o modernizante indican las condiciones o procesos conducentes al desarrollo de una economía y una sociedad capitalistas.

[5] El Decreto 2.284/91 desreguló abruptamente la totalidad de las actividades económicas en el país y eliminó la mayoría de los controles existentes. El Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) quedó reducido a una mera policía del vino, como contralor de la genuinidad de los caldos. Inclusive, en 1994, el gobierno nacional dispuso la supresión del organismo, medida que pudo ser revertida por presión de las provincias productoras y las cámaras empresarias del sector vitivinícola.

[6] Con anterioridad a la década de 1990 los vinos finos ocupaban una parte insignificante en la producción total (poco menos del 5%). En 1991, acompañando la transformación del viñedo, la proporción había crecido al 17%; en 1996 llegaba al 26% y, en 2003, alcanzó el 33% (INV, Estadística Vitivinícola Argentina, año 1991, segunda parte, Mendoza, 1992, p. 39; y http://www.inv.gov.ar/estadisticas/). En la actualidad los nuevos viñedos y las nuevas bodegas apuntan en todos los casos a obtener materia prima y vinos de alta calidad.

[7] Elite, elite económica o grupo dominante, se emplean indistintamente para señalar a un conjunto social que dominaba la vida provincial en todas sus manifestaciones, especialmente los negocios y la política. Oligarquía y grupo oligárquico, tratan de un subgrupo de la elite que controló el Estado y lo utilizó como herramienta transformadora.

[8] “Las sociedades tradicionales se caracterizan por su mínima disposición, o capacidad, para experimentar cambios en sus métodos productivos” (Schvarzer, 1996: 18-19). El autor califica seguidamente a la sociedad argentina anterior a 1880, como “tradicional y primitiva” (Ibidem: 57).

[9] Cabe mencionar, por ejemplo, la instalación ferroviaria, que integró económicamente el territorio nacional y facilitó la formación y ampliación del mercado interno; la unificación política del país con un poder central consolidado desde 1880; la creación de una moneda nacional (1881); y el ingreso de inmigración europea a la provincia, que tendría un papel esencial en la implantación del viñedo capitalista y su difusión, así como en el desarrollo de la industria del vino.

[10] Una definición simple, apta para encuadrar a estos agentes en el tiempo considerado, es la que define al empresario como “el jefe de la empresa, el que la guía, el que coordina y dirige..., a menudo (no necesariamente) el que asume los riesgos, el capitalista” (Ricossa, 1990: 239).

[11] En algunas de estas sociedades participaron agentes de otras provincias o de Chile; otras, las integraban sólo mendocinos. 1) La "Casa de Trato" de Saturnino Ferreira, Manuel González de Jonte, Melitón Arroyo, Sixto González y Gregorio Maldonado, operaba en el país y en Chile (El Constitucional, 31-10-1853). 2) La sociedad entre Eusebio Blanco, Martín Zapata y Guillermo Nathan (chileno), constituida en 1854, operaba en consignaciones y comercio de mercaderías, en Mendoza, San Juan, Valparaíso y Rosario (Archivo General de la Provincia de Mendoza –AGPM-Protocolos Notariales –en adelante Protocolos- Nº 266 –Galigniana-, fs. 99). El capital  inicial ($ 18.000) se había incrementado un 81% en dos años ($ 32.588), cuando en 1856 ingresó el mendocino Nicolás Sotomayor , aportando $ 20.000, por lo que entrarían “[...] en el negocio de compraventa de ganado..." (AGPM-Protocolos Nº 276 –Mayorga-, fs. 2).  3) 1857, sociedad entre Francisco Calle, Santiago Laborde (San Luis) y Nathan, Blanco y Cía. para "[...] realizar una negociación de azúcares comprándolos en el Brasil y vendiéndolas en el Puerto del Rosario [...]" (Ibídem, fs. 13). Esta sociedad era más compleja en tanto involucraba a la firma mencionada en el punto precedente, a la que se agregaban dos agentes, de Mendoza y San Luis; y tenía un objeto específico: importar azúcar brasileño y venderlo solamente en un espacio (Rosario) situado fuera de la sede social.

[12] Los comerciantes integrados practicaban todas las etapas del negocio ganadero, (cría, compra, transporte, engorde y exportación). Las exportaciones determinaban que controlaran la oferta monetaria y la mayor parte del crédito informal, con lo cual subordinaban a los comerciantes urbanos, necesitados de moneda fuerte y avales para proveerse de mercancías de ultramar en Chile. Los productores no integrados, pertenecientes también a la elite, poseían campos de cría o engorde de ganado propio, pero no intervenían en la exportación. Fuera de la elite, los productores de alfalfa y los criadores eran los más vulnerables dentro de los grupos propietarios, pues sus ingresos dependían del comportamiento del mercado chileno. Los sectores medios urbanos eran muy débiles (algunos profesionales, pequeños comerciantes, artesanos, etc.). Por último, la mayoritaria masa de peones y jornaleros (Richard-Jorba, 1998).

[13] En 1877, se formó una sociedad entre Salvador Civit y Nicolás A. Villanueva para comercio y producción de vinos, mostos y licores. (AGPM-Protocolos Nº 372 –Lemos-, fs. 327v, año 1879).  Juan B. Goñi (español), concesionario de correos nacionales, y Salvador González se asociaron en 1876 para transportar cargas y pasajeros entre San Juan, Mendoza y Villa Mercedes (San Luis) (AGPM-Protocolos Nº 360 –Lemos-, fs. 669, año 1876). En 1879, Francisco Moyano y Juan Sarramea (francés) comenzaron una explotación ganadera mediante el arriendo de una estancia en San Carlos, propiedad de un comerciante de Valparaíso (AGPM-Protocolos Nº 373 –Lemos-, fs. 815, año 1879).

[14] El Estado provincial suscribió acciones de la empresa, asumiendo parte de los riesgos (35% del capital). La comisión directiva la integraban connotados políticos-empresarios, como Carlos González y Nicolás Villanueva, ex-gobernadores; y Federico Corvalán. En 1872, la fábrica se encontraba en construcción; y la maquinaria y principales operarios habían sido traídos de Francia. En 1874, el nuevo consejo directivo incorporó a Hilaire Lasmartres (El Constitucional, 12-12-1872 y 20-1-1874). Es decir que este empresario promovía también ese encadenamiento productivo vinculado con su propio interés, pero, a la vez, vital para una vitivinicultura de calidad en la provincia. La fábrica fue liquidada poco tiempo después, en 1875, y sus bienes rematados (1877).

[15] Leyes posteriores (hasta 1902 inclusive) acortaron los plazos a 5 años. La condición requerida era el uso del suelo exclusivamente con uno de esos cultivos. La vid fue hegemónica; y los otros dos, insignificantes en superficie ocupada.

[16] La rentabilidad de 1 ha de vid alcanzaba de un 20 a 25% (Galanti, 1900: 71). Otra fuente estimaba una renta similar en la elaboración de vinos: “La industria prospera y se está invirtiendo dinero en ella... (y con esto se nos hace la boca agua) el dinero invertido en la fabricación de vino puede esperar confiadamente un beneficio del 25 por 100...[...]... la cantidad de vino que se fabrica en la República Argentina no es ni la mitad de lo que requiere el consumo corriente [...]" (Informe del Presidente del F.C.Gran Oeste Argentino, J.W. Philipps, en Boletín del Centro Vitivinícola Nacional, Nº 17, diciembre de 1905: 378). Una reciente investigación, ha establecido rentabilidades diferenciales según los agentes, que oscilaban entre un 7 y un 27% para los viñateros, hasta un 57% anual para algunos bodegueros integrados (Barrio, 2007).

[17] Carta de Daniel González a su representante en Chile (Archivo Familiar Panquehua, Copiador de Daniel González, 1879).

[18] La sociedad entre Juan Goñi y Salvador González se constituyó en ese marco. Ver nota 13.

[19] En  1903 se constituyó la S.A. Cooperativa de Crédito Limitada “Banco Industrial y Comercial de Mendoza Limitado” (El Comercio, 28-10-1903: 1). Los síndicos que firmaron el primer balance eran bodegueros prestigiosos: Carlos Kalless (alemán) y Augusto Raffaelli (italiano), y era presidido por otro italiano, G. Carullo (El Comercio, 18-2-1905: 3). El “Banco del Este Cooperativa de Crédito Limitada” (1904) prestaría servicios financieros en la zona Este de Mendoza, a pequeños productores (El Comercio, 7-9-1904: 2). El “Banco Popular de Mendoza Sociedad Cooperativa de Crédito Limitado” (1905) integraba en su directorio a Segundo Correas (comerciante de ganado y vitivinicultor), Angelino Arenas (hacendado y transportista), Domingo Tomba (bodeguero grande) y Carlos Berri (italiano, industrial metalúrgico), entre otros (El Comercio, 17-12-1905: 6). Esta entidad la formaban empresarios (nativos y extranjeros) muy capitalizados. Estos ejemplos muestran que las redes de negocios iniciadas en los años 1870, con agentes de diferente origen, se difundían y consolidaban en torno de intereses económicos y empresariales concretos.

[20] La alícuota de contribución directa, a partir de 1892, era  del 6 por mil sobre el avalúo fiscal de cada propiedad y, en el caso de viñedos, olivos y nogales, se aplicaba a cada planta, no a la tierra.

[21] Ley Nº 55, 4-10-1897. El Decreto del 15-10-1897 integró la Comisión con Emilio Civit (hijo de Francisco), Elías Villanueva, Abelardo Nanclares, Pedro Benegas (hijo de Tiburcio), Antonio Tomba y Horacio Falco (italianos). Civit renunció días después y fue reemplazado por Miguel Escorihuela (español). En 1901 se incorporaron Segundo Correas, Balbino Arizu (español) y Luis Filippini (italiano). Todos eran empresarios con intereses en la vitivinicultura; y algunos de ellos, además, miembros de la oligarquía.

[22] Constituido el 22-6-1895, con sede en Mendoza, sus miembros eran productores de distintas provincias y, además, hombres de las elites, es decir, políticos-empresarios. El primer presidente fue Isaac Chavarría (Mendoza) y los vocales, Francisco Uriburu (San Juan), Torcuato Gilbert (Entre Ríos) y Juan Patrón Costa (Salta). A fines de la década actuaban en mancomún los miembros de la elite y los inmigrantes. Entre 1898 y 1900 fueron directivos del Centro: Ricardo Palencia (argentino de familia uruguaya), Antonio Tomba (italiano), Miguel Escorihuela (español), Horacio Falco (italiano), Pedro Benegas, Elías Villanueva, Alejandro Suárez... (Los Andes, 4-1-1896; Pérez, 1898; Pérez y Duvergés, 1900).

[23] El francés Eugenio Guerin, obtuvo en 1877 el primer premio en la Exposición Industrial de Buenos Aires con su vino tinto "Trapiche", elaborado en  1874. Su compatriota Hilaire Lasmartres recibió varias menciones. En 1878, Pedro Brandi y Eugenio Guerin enviaron sus vinos a la Exposición de París, donde obtuvieron medallas de plata (El Constitucional, 23-2-1871;  El Plata Industrial y Agrícola Nº 23, 20-12-1877; y El Constitucional, 24-10-1878).

[24] Legislador provincial y nacional, suegro de Tiburcio Benegas, abuelo político de Emilio Civit y, junto con éste, vinculado parental y económicamente con la familia Zapata. Todos apellidos claves en el desarrollo vitivinícola.

[25] A mediados de los años 1880, la inversión en viñedos fue calculada oficialmente en $ 6,6 millones. En ese momento no había comenzado el desarrollo de la bodega moderna y la elaboración era menor a 30.000 Hl. En 1895 el capital en bodegas era de $ 6,8 millones y la producción de vinos alcanzaba 340.500 Hl. Hacia 1899, de $ 62,1 millones invertidos en vitivinicultura, $ 21,4 correspondían al segmento industrial; y la producción era estimada en 927.000 Hl de vino. Para  1910, se habían invertido $ 48,6 millones en bodegas (74% del total nacional) y la producción superaba los registros históricos con más de 2.900.000 de Hl de vino; en 1911, sólo los viñedos tenían un valor de $ 135 millones (Richard-Jorba, 1998: 271; Richard-Jorba et al, 2006: 84 y Rodríguez, 1912: 304).

[26] Las bodegas elaboradoras de más de 10.000 Hl eran 7 en 1895 (5 de inmigrantes y 2 de argentinos), en 1899 sumaban 18 (11 y 7) y, en 1910, llegaban a 64 (49 y 15) (Richard-Jorba, 1998: 305). La presencia dominante de la inmigración entre los bodegueros era muy clara al concluir la primera década del siglo XX: de 1.077 empresarios del sector elaborador, 168 (16%) eran argentinos y 630 (58%) extranjeros; 7 eran asociaciones de argentinos e inmigrantes y los 272 (25%) restantes, no especificaron su nacionalidad (Centro Viti-Vinícola Nacional, 1910: 17).

[27] En 1914, la bodega producía 24.000 Hl de vino; en 1921, sus ventas llegaban a 140.000 Hl, de producción propia y compras a terceros. Comercializaba sus caldos en Buenos Aires y otras provincias con marcas propias. En 1917 sus vinos blancos y tintos fueron premiados en la Exposición de Milán.  Esta empresa desapareció en la década de 1980 (Archivo General de la Provincia de Mendoza –AGPM- Protocolos  Nº 564 –Reta- fs. 287v, año 1896; y base de datos del autor).

[28] Benegas, como se ha visto a lo largo del trabajo, era yerno de Eusebio Blanco y suegro de Emilio Civit, e integrante del subgrupo oligárquico que diseñó y promovió la moderna vitivinicultura sobre bases técnicas y producción de calidad. Fue un empresario que ocupó importantes cargos políticos (Jefe de Policía, 1869; diputado provincial, 1871; Gobernador, 1887; Senador nacional, 1886 y 1895, etc.).  En 1864 fundó una sociedad comercial con sucursal en Rosario. Fue gerente del Banco Nacional, en Rosario (comienzos de la década de 1870) y en Mendoza (1882). En 1870 adquiere una estancia en Córdoba en sociedad con Lucas González (ex ministro de Hacienda de la Nación, hermano de Carlos, Daniel, Melitón, etc.). En 1874 fue gerente del Banco de Mendoza. Este Banco fue comprado (activos y pasivos) en 1882, luego de su quiebra, por la firma “Banco de Mendoza de Benegas y Cía.”, presidida por Benegas como socio gerente. Los socios argentinos eran en su mayoría comerciantes en ganados (entre otros, Carlos González, Rufino Ortega ...); también figuraban los empresarios de origen francés Hipólito Raimond, Juan Sarramea y Luis Lavoissier. En 1883, este Banco fue absorbido por el Banco Nacional. Además de El Trapiche, tenía otro establecimiento vitivinícola en el Este provincial (Richard-Jorba, 1998: 218; AGPM, Protocolos Nº  389 –Lemos-, fs. 384, año 1882; Nº 390 –Lemos-, fs. 397 y 477 a 500, año 1882; y Nº 394 –Lemos-, fs. 556, año 1883; Galanti, 1900; CVN, 1910, y base de datos del autor).

[29] AGPM, Protocolos Nº 467 –Lemos-, fs. 1.056, año 1890. El capital inicial fue de $ 200.000 ($ oro 80.000), aportado en un 45% por Antonio y el resto por cuatro hermanos: Gerónimo, Francisco, Pedro y Domingo, teniendo este último la menor participación.

[30] Numerosos hijos de empresarios inmigrantes se destacaron en la política. Algunos, con una plena integración a la ideología y valores de la elite criolla, se incorporaron en los partidos tradicionales (liberal-conservadores): Rodolfo Corominas Segura, Adolfo Vicchi, y Francisco Gabrielli, fueron gobernadores de Mendoza en las décadas de 1930, 1940 y 1960.  Otros hijos de inmigrantes fueron dirigentes de partidos de extracción popular, locales y nacionales, surgidos como consecuencia de los cambios económico-sociales provocados por la modernización capitalista en el país y en Mendoza.  Alejandro Orfila, fue gobernador en 1926 (Unión Cívica Radical -UCR-, partido nacional) y Bautista Gargantini, fue vice-gobernador en 1922 por el radicalismo lencinista (partido provincial -escindido de la UCR). Gabrielli, Orfila y Gargantini fueron, además, importantes empresarios vitivinícolas.

[31] Los hijos y sucesores de Benegas mantuvieron la bodega Trapiche hasta la década de 1960, en que fue adquirida la marca por el grupo Pulenta, hoy de capital extranjero. Sus vinos finos se exportan a Europa, EEUU y Japón. La familia Lemos conservó su bodega La Superiora hasta un pasado reciente. Fue reactivada en 2004; y es propiedad de la empresa japonesa Kyoshin Trading S.A., que está exportando su producción. La bodega de los González, fundada en 1840, la más antigua de Mendoza, se mantiene como sociedad anónima, en manos de los descendientes.

[32] Algunos ejemplos muestran estas solidaridades étnicas o parentales. 1) Felipe Rutini (fundador de Bodega La Rural en 1887, actualmente una de las más importantes, elaboradora y exportadora de vinos finos), italiano del norte, se asoció inicialmente con sus compatriotas A. Ciarpella y L. Passerini y con su cuñado A. Cavagnaro. 2) La mencionada sociedad de Antonio Tomba y hermanos. 3) Lorenzo Vicchi fue socio de otros italianos, Moretti y Bardotti, y fundó una bodega con sus hermanos en 1886, hoy desaparecida. 4) Pasquale Tosso, piamontés, bodeguero desde 1890, asociado con sus parientes Bautista Gargantini, suizo, y Juan Giol, italiano. Luego se separaron. Actualmente Bodegas Toso produce vinos finos y espumantes, y es controlada por una comercializadora de bebidas. 5) Edmundo J. P. Norton, inglés, ingeniero del ferrocarril, fundó con su connacional Grant Dalton, en 1895, una bodega en Luján. Actualmente la empresa produce y exporta vinos finos y es propiedad de un grupo austríaco.

[33] Esta etapa se desarrolló contemporáneamente también en Chile y Uruguay, con similitudes y diferencias respecto de Mendoza. En el Uruguay la inmigración, como en la Argentina, fue masiva, predominantemente italiana y española; y su aportación fue clave para el mercado de trabajo y para la formación de una burguesía industrial. De esa inmigración, especialmente los italianos, invirtieron, entre otras actividades, en viñedos y bodegas, aunque en una escala menor que la verificada en la provincia de Mendoza. En Chile, en cambio, el empresariado vitivinícola se originó, salvo alguna excepción, en familias de origen hispánico que llevaban más de un siglo radicadas en ese país cuando decidieron volcarse a la producción vitivinícola capitalista. A diferencia de Uruguay y de Mendoza, fue un empresariado al que podemos calificar de homogéneo, surgido de grupos de una elite hispano-criolla que tenía importantes capitales acumulados en otros sectores (comercio, minería, finanzas). Mendoza desarrolló un singular empresariado regional, mixto, integrado por inmigrantes de muy diversos estratos socioeconómicos y miembros de la elite criolla. Mayor información sobre Uruguay, en Beretta Curi (1993 y 1996); y, sobre Chile, en Del Pozo (1998).

[34] En los años 1930, por efecto de la depresión se erradicaron 17.000 ha de viñedos. El Estado (nacional) interventor-regulador destruía la misma cantidad de riqueza creada durante las dos últimas décadas del siglo XIX al amparo del Estado promotor, aunque se tratara del provincial. Es decir que la formación de parte del capital productivo vitícola, lograda con un importante costo fiscal, se destruyó posteriormente con otro importante costo fiscal. Durante el período peronista (1946-1955), el crédito oficial (Bancos de la Nación y de Crédito Industrial) sostuvo a empresas vitivinícolas grandes cuya rentabilidad estaba comprimida, y en descenso, entre los precios máximos y los aumentos salariales y del costo de los insumos. Lamentablemente, ese crédito fue empleado, con suma frecuencia, para pagar los aumentos de salarios y aportes previsionales al Estado prestamista; o como capital de trabajo, en lugar de ser aplicado a la inversión para mejorar la productividad (más información sobre créditos  y su destino, en Girbal-Blacha, 2003: 155-159).

[35] La clase capitalista transnacional incluye los siguientes grupos: 1) Ejecutivos de empresas transnacionales y sus filiales locales; 2) Burócratas del Estado globalizador; 3) Políticos y profesionales de formación capitalista; y 4) Elites consumistas (comerciantes, medios de comunicación). Esta clase operaría exclusivamente como fuerza funcional a los intereses centrales del capital transnacional, el libre comercio global, etc., subordinando o marginando a las fuerzas territoriales que operan en ámbitos espaciales limitados a mercados regionales o nacionales.

[36]En rigor, las fuerzas territoriales sólo buscan fortalecer la vitivinicultura local insertándose en el mercado internacional. Con esas metas, y en el marco de un retorno al Estado promotor, Mendoza creó en 1994 el Fondo Vitivinícola, organismo de derecho público encargado de promover la colocación de la producción en el mercado interno y en el mundo. Otro ente paraestatal es la Fundación Pro-Mendoza, que promueve eventos y la exportación de productos mendocinos. La Ley Nº 5.999, de 1993, creó en la provincia las Denominaciones de Origen Controladas –DOC- (La Ley nacional 25.163/1999 reconoce y protege en todo el país las indicaciones geográficas, de procedencia y las DOC). Hay cierta disponibilidad financiera para el desarrollo de empresas vitivinícolas a través del Fondo para la Transformación y el Crecimiento de Mendoza, con créditos de plazos amplios y tasas menores a las del mercado. En fin, la Ley nacional 25.849 creó desde 2004 la Corporación Vitivinícola Argentina –COVIAR-, como ente de derecho público, integrado por los Estados de provincias productoras, el INV, organismos de investigación y las cámaras empresarias. La COVIAR ha diseñado y tiene en ejecución el Plan Estratégico Vitivinícola 2020, para el diseño y aplicación de políticas estructurales para el sector.

[37] Por ejemplo, Clos de los Siete, un gran conjunto vitivinícola de más de 850 ha (470 ya implantadas con viñedo), propiedad de conocidas familias francesas, entre ellas, Rothschild, Cuvelier, Dassault y Père Vergés. Ya hay cuatro bodegas construidas (de un total de 5 proyectadas), en las que se elaboran vinos superpremium, casi exclusivamente destinados a la exportación (Francia, Inglaterra, EEUU, Holanda, Japón...). Bodegas Salentein (de un grupo holandés), con dos bodegas en Mendoza y una en San Juan, tiene estrategias semejantes; y ha incorporado el enoturismo.

[38] En 2006, salieron de Mendoza para el consumo nacional 8.235.664 Hl de vino, de los cuales, el 18% (1.497.401 Hl) correspondió a vinos varietales y el 82% restante a vinos básicos (6.738.263 Hl) (http://www.inv.gov.ar/estadisticas/).

[39]Se estima que, en los últimos 10 a 15 años, la inversión en vitivinicultura habría superado holgadamente los 1.500 millones de dólares en todo el país, con una fuerte retracción durante la gran crisis económico-social de 2001-2003, pero no hay información plenamente confiable.

[40] Por ejemplo, José M. Ortega, de la empresa española Grupo Ortega Fournier (con bodegas y viñedos en Ribera del Duero –España- y La Consulta -Valle de Uco, Mendoza), afirma que el costo de construcción de una bodega en Mendoza se ha cuadruplicado en dólares desde 2002 (ver “La puja por el buen vino”, en La Nación, 24-3-2007).

[41] En diversos momentos (2006 la última vez), los elaboradores brasileños han hecho lobby para poner trabas al vino argentino.

[42] La COVIAR prevé que entre 2007 y 2010 las exportaciones argentinas de vinos fraccionados (finos) aumentarán un 26% en volumen y un 52% en U$S. Sobre los mostos, la previsión alcanza al 25% para ambos conceptos (COVIAR, 20-5-2007).

[43] Término sugerido para referirse a empresas que, sin dejar de ser familiares, se instalan en distintos países y ponen al frente de las mismas a miembros de la parentela (Barbero y Ceva, 2004).

[44] En 2006, de las 5 mayores exportadoras, 3 fueron bodegas de capital extranjero y 2 nacionales. Las primeras captaron el 21,43% del valor total exportado (Peñaflor, Trivento y Norton), las dos restantes el 11,64% (Esmeralda, del Grupo Catena; y La Agrícola, de Familia Zuccardi) (Día a día del vino, 8-3-2007, http://www.areadelvino.com).

[45] Del centenar de destinos americanos, europeos, asiáticos y africanos de los vinos argentinos durante 2006, el principal comprador en volumen es Rusia, sobre todo de vinos comunes (759 miles de Hl y 23 millones de U$S); mientras que en valor, EEUU resulta el principal mercado para vinos finos y espumantes (419 miles de Hl y 86,6 millones de U$S) (http://www.inv.gov.ar/estadisticas/).

[46] Los vinos finos exportados por la Argentina, son elaborados en un 90% en Mendoza; los comunes en más de un 80% (Cálculos sobre Cuadros 1 y 2). Con calificaciones de 90 o más puntos (sobre 100), la revista Wine Spectator ha calificado a 172 vinos tintos argentinos, frente a 138 de Chile (La Nación, 24-3-2007). Las exportaciones a EEUU están creciendo más rápido que las del vecino trasandino (Ibidem). Otro tanto sucede con el mercado brasileño, donde los vinos argentinos han alcanzado el 26,8% del volumen importado en 2006, muy cerca de los productos chilenos (29,9%) (Día a día del vino, 29-6-2007, http://www.areadelvino.com).

[47]Con el respaldo de la citada Ley provincial Nº 5.999, Mendoza ya tiene tres Denominaciones de Origen Controlado (gestionadas por asociaciones de productores) y otras en curso de reconocimiento oficial.

 

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© Copyright Scripta Nova, 2008.

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