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“GEOGRAFÍAS DEL TERROR”: UN MARCO DE ANÁLISIS
PARA EL ESTUDIO DEL TERROR
Ulrich Oslender
Department of
Geographical Earth Sciences
University of Glasgow,
Escocia, Reino Unido
Ulrich.Oslender@ges.gla.ac.uk
“Geografías del terror”: un marco de análisis para el estudio del terror ( Resumen)
Hay un consenso hoy en día de que la llamada “guerra contra el terror”’ funciona como un eje ordenador de las relaciones internacionales políticas y diplomáticas. ¿Pero a cuál terror se refiere exactamente, y de quién contra quién? En este contexto quiero intervenir con la propuesta de un marco conceptual-metodológico para el estudio del terror y el terrorismo, al cual denomino “geografías de terror”. Lo propongo básicamente por dos razones: (1) para re-orientar los discursos geopolíticos contemporáneos sobre la ‘guerra contra el terror’ que definen ‘terrorismo’ de manera restringida como un terrorismo contra sistemas del estado democrático neoliberal occidental, mientras esconden ‘otros terrorismos’, incluyendo los orquestados por estos mismos estados democráticos neoliberales; y (2) como herramienta metodológica para el estudio sistemático del impacto del terror sobre poblaciones locales.
Palabras clave: Terror, guerra contra el terror, paisajes de miedo, Colombia, comunidades negras.
“Terror Geographies”: An analyhtical framework for the study of terror (Abstract)
There is a consensus today that the so-called ‘war on terror’ has redefined political and diplomatic international relations. But what terror is evoked here exactly? In this context I want to propose a conceptual-methodological framework for the study of terror and terrorism, which I have called ‘geographies of terror’. I propose this framework for two principal reasons: (1) to redirect contemporary geopolitical discourses on the ‘war on terror’ that define ‘terrorism’ in a restricted fashion as a terrorism against systems of the western neoliberal democratic state, while at the same time they hide ‘other terrorisms’, including those orchestrated by these very neoliberal democratic states; and (2) as a methodological tool for the systematic study of the impact of terror on local populations.
Key words: Terror, war on terror, landscapes of fear, Colombia, black communities.
La era de la guerra global y del terror
La guerra y el terror son dos conceptos clav para entender el mundo contemporáneo. Según Hardt y Negri (2004: 3), vivimos en la era de la guerra global, en la que “la guerra es un fenómeno general, global e interminable”, que afecta a todas las esferas de la vida social, política y económica. Si para Hobsbawm (1995) el siglo XX fue la “era de los extremos”, caracterizada por una miríada de guerras y la pérdida de un número de vidas sin precedentes, al siglo XXI se lo ha denominado también como la “era del terror” (Talbott y Chanda, 2001). En ella, la llamada “guerra contra el terror” funciona como un eje ordenador de las relaciones internacionales políticas y diplomáticas, que divide simplísticamente el mundo entre “buenos” y “malos”. “O están con nosotros, o están con los terroristas” – en la expresión admirablemente sencilla del presidente-vaquero estadounidense. Por más terribles que sean las consecuencias, la necesidad de pensar el mundo en cómodos términos binarios parece afirmarse de nuevo en la política mundial actual después del fin de la guerra fría.
En este contexto de cambiantes imaginarios geopolíticos quiero proponer un marco conceptual-metodológico para el estudio del terror y el terrorismo, que denomino “geografías de terror”. Lo presento por dos razones: (1) para re-orientar los discursos geopolíticos contemporáneos sobre la “guerra contra el terror” que definen “terrorismo” de manera restringida como aquel ejercido contra sistemas del estado democrático neoliberal occidental, mientras esconden “otros terrorismos”, incluyendo los orquestados por estos mismos estados democráticos neoliberales; y (2) como herramienta metodológica para el estudio sistemático del impacto del terror y de sus manifestaciones espaciales sobre poblaciones locales. En particular, el concepto de “geografías de terror” permite estudiar un número de fenómenos geográficos asociados con el terror y el terrorismo, que ayuda a examinar más a fondo las múltiples manifestaciones del terror y la manera como las personas lo experimentan y como intentan vivir con él cotidianamente. Voy a aplicar este marco conceptual y metodológico al caso de las poblaciones rurales negras en la región del Pacífico colombiano para examinar la campaña sistemática de terror que varios actores armados (incluyendo el ejército colombiano) han desatado sobre estas poblaciones.
Conviene resaltar que mi propuesta de “geografías de terror” quiere ser aplicada a una variedad de contextos marcados por manifestaciones de terror, no solamente en Colombia. En ese sentido, el marco conceptual invita también a pensar otros contextos, por ejemplo: los paisajes de miedo y terror en el Líbano durante y después de la guerra que el ejército de Israel desencadenó en el verano del 2006; los territorios aterrorizados de la población palestina; o los campos de refugiados de Darfur en el Sudán. En otras palabras, espero que cada lector tenga en mente su propio contexto al cual referirse con la presente propuesta metodológica y conceptual.
Geografías de Terror[1]
La propuesta de “geografías de terror” consta de siete puntos principales:
1. La producción de “paisajes de miedo”. La aplicación continua del terror en una región por parte de los actores armados produce paisajes de miedo. Estos paisajes frecuentemente son visibles en las huellas dejadas atrás, como por ejemplo casas destruidas y quemadas, huecos de balas o graffiti en las paredes, o plantaciones arrasadas o quemadas. Estos paisajes de miedo también son evidentes en los espacios vacíos (o vaciados) creados cuando los pobladores huyen, y abandonan sus casas y pueblos por temor de persecución y masacres. Aun cuando la gente desplazada regrese a sus casas después de un tiempo, el sentido de miedo producido por el terror experimentado queda impreso en sus imaginarios y también de manera material en el paisaje. La presencia en el espacio de cuerpos humanos muertos, destruidos, o mutilados, es un recuerdo constante de la forma de actuar de los actores armados y violentos; un recuerdo que está “vivo” en los paisajes producidos como resultado de la penetración, violación o tortura de esos cuerpos. Esta interpretación va más allá de la clásica propuesta humanística de Tuan (1978) quien piensa los paisajes de miedo como una metáfora para el estudio de geografías imaginadas, por ejemplo, en cuentos infantiles. Se trata aquí más bien de establecer una relación sistemática entre miedo y paisaje en relación con el espacio social rutinario y las prácticas corporeizadas de la vida cotidiana. Por esto es importante examinar las formas en las que el terror materializa el miedo, y cómo éstas pueden ser identificadas y efectivamente “leídas” en los paisajes cambiantes.[2] Podemos pensar aquí, por ejemplo, en los paisajes bombardeados de Líbano y de Palestina.
2. Restricciones en las movilidades y prácticas espaciales rutinarias. La implantación de un régimen de terror en un lugar supone restricciones en los movimientos cotidianos de la población. Éstas pueden ser explícitamente impuestas por los actores armados que prohíben a la población local ir a ciertos lugares; o pueden ser implícitas, dictadas por el miedo y un sentido de terror que le aconseja a uno no moverse a ciertos lugares. Un sentido de inseguridad generalizado se extiende por el lugar y afecta las formas en que la gente se mueve en sus alrededores. El contexto de terror lleva así a una fragmentación del espacio y rompe dramáticamente la movilidad espacial cotidiana. Bajo su régimen, frecuentemente las poblaciones locales están confinadas en ciertas áreas de las que no pueden salir, por ejemplo, cuando los actores armados instalan retenes en determinados sitios de paso donde se controla la entrada y salida de productos, mercancías y personas a una zona. Estos “espacios de confinamiento” se observan, por ejemplo, en el conflicto Israel-Palestina, donde la población palestina está recluída en los territorios ocupados y su movilidad está seriamente restringida y bloqueada por el ejército israelí en los diversos puntos de frontera. De manera drástica se muestra este confinamiento actualmente en la construcción de un muro por los israelíes que pretende inhibir a los palestinos entrar a territorio israelí.
3. Dramática transformación del sentido de lugar. El concepto del “sentido de lugar” tal como lo desarrollan la geografía humana y la antropología se refiere a su dimensión subjetiva: a las percepciones individuales y colectivas que se generan en él, y a los sentimientos asociados individual y colectivamente. El nuevo contexto de terror dramáticamente transforma este sentido de lugar. Las personas empiezan a sentir, pensar y hablar de su lugar de vida de manera distinta, en formas ahora impregnadas de experiencias y memorias traumáticas, y de miedos y angustias. O se envuelven en silencio cuando piensan en el lugar de origen que han tenido que dejar atrás. Para muchos refugiados, por ejemplo, las atrocidades experimentadas son demasiado duras como para nombrarlas. El lugar de vida que recuerdan ahora es el espacio físico (y mentalmente registrado) de la masacre, de la matanza, tortura o del encuentro cara a cara con los agentes del terror. Ya no es el “hogar” (homeplace, en inglés), del que nos habla la feminista afro-americana Bell Hooks (1991: 41-49), ese espacio libre de control y opresión donde se construyen las solidaridades y sociabilidades. Ahora, en cambio, los imaginarios individuales y colectivos del lugar de origen son reemplazados por lo que podríamos denominar un “sentido aterrorizado de lugar”.
4. Des-territorialización. El terror rompe con las formas existentes de territorialización. Las amenazas y masacres cometidas por los actores armados llevan a la pérdida de control territorial de las poblaciones locales. Huyendo de la violencia abandonan sus tierras, sus casas, sus ríos. El desarraigo y el desplazamiento forzado de individuos y poblaciones enteras es la muestra más visible de este aspecto. Sin embargo, des-territorialización existe también cuando se le impide a alguien la movilidad por los terrenos acostumbrados; cuando las personas sienten restringidos sus movimientos cotidianos rutinarios. En otras palabras, el miedo opera como agente que pone en acción un proceso que podríamos denominar de “des-territorialización mental”. Este se da cuando, como resultado de la violencia, ciertos lugares parecen peligrosos y esta percepción (mental) resulta en la evasión (práctica) de estos lugares y así en la pérdida o una ruptura del control territorial. Aun cuando el terror no haya sido experimentado de primera mano, sino en forma de rumores, una ansiedad más bien general puede rápidamente volverse percepción concreta de una amenaza externa y miedo que efectúan estos procesos de des-territorialización mental.
5. Movimientos físicos en el espacio. El desplazamiento forzado es el resultado más visible en situaciones de amenazas y matanzas. Puede ser a menor escala, con la huida de individuos, o a escala masiva, con el éxodo de poblaciones enteras de una región azotada por el terror. Los desplazamientos pueden resultar en migraciones de corta distancia y duración, por ejemplo hacia viviendas de familiares en un poblado cercano. O pueden ser de larga distancia y duración, por ejemplo hacia las grandes ciudades del país. Estos flujos migratorios de refugiados son a menudo representados cartográficamente por agencias de ayuda, las ONG, o la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR. Los mapas proporcionan una primera indicación del tamaño del movimiento y ayudan a visualizar las tendencias de desplazamientos de corto o largo plazo. Sin embargo, estas representaciones gráficas deben acompañarse con las historias personales que los refugiados narran de sus experiencias en el proceso de desplazamiento. Pues ellos pasan largos trayectos de caminatas en condiciones de gran inseguridad y caos para llegar al lugar de refugio. Las narrativas de estos trayectos brindan un sentido muy corporeizado de la experiencia del desplazamiento y forman parte del “ser desplazado”. Es importante también señalar que hay otros movimientos re-organizadores del espacio. El retorno de refugiados a sus lugares de origen implica movimientos en dirección opuesta a la huida y dirigidos hacia una recuperación de las territorialidades perdidas, o, en otras palabras, a procesos de re-territorialización.
6. Re-territorialización. Los procesos de des-territorialización deben ser vistos conjuntamente con los de re-territorialización. Lo uno no ocurre sin lo otro. El retorno de las poblaciones desplazadas a su lugar de origen, por ejemplo, es uno de estos momentos que implican re-territorialización. Este regreso a las tierras de origen no es fácil. Está acompañado por el miedo y la incertidumbre sobre las condiciones en que se encuentran las tierras, la casa y el pueblo. Esto implica una re-definición de las relaciones sociales anteriores y una re-construcción de los paisajes de miedo en espacios de solidaridad y paz. Sin embargo, los desplazados que no vuelven (sea por decisión propia o por falta de condiciones de seguridad) también se embarcan en procesos de re-territorialización. De hecho, estos procesos comienzan en el momento de la re-ubicación de las personas desplazadas en el lugar de llegada con los primeros intentos de sobrevivencia y de re-construcción de sus vidas. El nuevo entorno urbano, por ejemplo, conlleva todas las dificultades del re-acomodo en un espacio desconocido y frecuentemente hostil. Encontrar trabajo, alojamiento y educación adecuada para los hijos; estos son algunos de los problemas más usuales. La estigmatización y discriminación de la persona desplazada en la ciudad es otro.
7. Estrategias espaciales de resistencia. Las personas resisten a la imposición del terror individual y colectivamente en muchas formas y a muchas escalas, desde el plano personal y el comunitario, hasta el nacional y el global. En el caso de los movimientos sociales que operan en contra de las situaciones de terror, se puede identificar una política de resistencia a escala múltiple que incorpora estrategias locales, nacionales y globales. A escala local, por ejemplo, las estrategias para confrontar el terror en el lugar pueden incluir escondites para las personas en caso de un ataque inminente, o la organización de poblaciones locales para confrontar a los actores armados, incluyendo la resistencia armada contra las fuerzas violentas. A escala nacional se crean estructuras de coordinación, y el movimiento actúa como interlocutor entre el gobierno nacional y las ONG. Cada vez más el nivel global adquiere una importancia estratégica sin precedentes para estos movimientos. Ellos denuncian atrocidades y terror ante ONG internacionales, agencias de ayuda y cooperación internacional, y la ACNUR. La crisis de refugiados en Dafur, la campaña de terror de Israel contra la población civil en el Líbano, y la lucha de las comunidades negras en Colombia son todos ejemplos de cuan importante puede ser una campaña internacional (aunque no sea suficiente por si sola) para intervenir a favor de poblaciones locales que se encuentran sujetas a campañas de terror, incluyendo de terror de Estado.
Este marco conceptual de siete puntos no es rígido ni cerrado. Por el contrario, propone una agenda para acercarse al fenómeno del terror como un conjunto complejo de espacios, emociones, prácticas, movimientos y materialidades que operan en varias escalas – desde el cuerpo a las micro-geografías del hogar, la calle, el río, el bosque y la región. En lo que sigue voy a esbozar cómo se puede aplicar este marco conceptual-metodológico de “geografías de terror” al caso de las comunidades negras en el Pacífico colombiano. Para ello necesito primero introducir el contexto más amplio de la región y de su gente.
Territorios colectivos en el Pacífico colombiano
La región de la costa Pacífica colombiana es un área de aproximadamente diez millones de hectáreas que se extiende desde el Tapón del Darién y la zona fronteriza con Panamá hasta la frontera con Ecuador. Casi el 80 por ciento de la región está cubierta de bosque tropical húmedo. Cerca de un millón de afrocolombianos viven en esta región, en su mayoría descendientes de africanos esclavizados que fueron traídos en tiempos coloniales para trabajar en las minas de oro. En 1991 Colombia adoptó una nueva Constitución que reconoció en el Artículo Transitorio AT-55 por primera vez a las comunidades negras del país como grupo étnico con derechos culturales y territoriales propios. Referencia obligada que hoy define la relación cambiante entre afrocolombianos y nación es la Ley 70 de 1993 que garantiza, entre otros, derechos territoriales colectivos a las comunidades negras rurales en el Pacífico colombiano.[3]
Como resultado de la Ley 70 se han titulado colectivamente casi cinco millones de hectáreas de tierras para comunidades negras en la costa Pacífica, anteriormente consideradas como “baldías” por el Estado colombiano. Actualmente administran estas tierras los consejos comunitarios, figura jurídica creada por el Decreto 1745 de 1995 como máxima autoridad de administración interna dentro de las tierras de comunidades negras.[4] Sin lugar a dudas esto constituye un logro impresionante en la política cultural negra en Colombia. Sólo imaginándose que un 50% del área total de la región del Pacífico ha sido titulado colectivamente a comunidades negras en una fase histórica en la cual la lógica neoliberal reina en la economía mundial y del país, podemos entender por qué el antropólogo Michael Taussig (2004: 95) considera la legislación del AT-55 y de la Ley 70 “uno de los experimentos más innovadores en teoría política en este siglo”.
Sin embargo, fue precisamente en el momento en que se entregaban los primeros títulos colectivos a las comunidades beneficiarias cuando la irrupción de actores armados empezó a manifestarse y con ella una dinámica que dramáticamente dio marcha atrás a la suerte de las comunidades negras en el Pacífico y embarcó a la región entera en un mar de violencia y terror.
Desplazamiento y des-territorialización
El evento que se considera generalmente como el punto de partida de este nuevo desarrollo fue la noche de terror del 20 de diciembre de 1996 en la municipalidad de Riosucio, a orillas del río Atrato, en el Departamento de Chocó. En una campaña militar coordinada, el ejército colombiano y grupos paramilitares entraron al casco urbano de Riosucio hacia las 5 de la madrugada, tumbaron puertas, sacaron a la gente a la fuerza, golpeando a muchos, matando y haciendo desaparecer a muchos más. Testigos de los hechos de este “trágico amanecer” hablan de cómo muchos pobladores trataban de escapar, muriendo ahogados en las aguas del río (Córdoba, 2001). Esta experiencia traumática aún está presente en la memoria colectiva de los sobrevivientes y de muchos activistas afrocolombianos. En diciembre de 2005, por ejemplo, una líder chocoana en gira por los EEUU por invitación de una ONG norteamericana, comenzó la charla que dio en la Universidad de Los Ángeles invocando los paisajes de miedo que este ataque había dejado tras de sí: cadáveres de pobladores que se mantuvieron durante días sin entierro; casas abandonadas con sus puertas derribadas y sin ninguna alma presente. Casi diez años después, para ella, como para tantos otros que tuvieron que huir de sus pueblos, recordar su río y su pueblo está indefectiblemente asociado con la experiencia del terror, el miedo y con una constante ansiedad. De hecho, las memorias de este trágico amanecer han transformado los sentimientos de hogar que asociaban con su río, en un sentido de lugar aterrorizado.
Después del ataque sobre la población civil en Riosucio, en los primeros meses de 1997 se produjo el desplazamiento masivo de alrededor de 20 mil afrocolombianos debido a la continua presión del ejército colombiano y de paramilitares, quienes argumentaban estar persiguiendo a grupos guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Como me contó un líder afrocolombiano –que ahora vive como desplazado en Bogotá– sobre su experiencia a unos 20 kilómetros de Riosucio:
“El 14 de enero del 97, una mañana, un lunes, sentimos lo más horrible de la vida. Una cosa tan espantosa, hubo gente que de los nervios se murió. Estábamos desayunando, yo estaba en mi casa, cuando sentimos que la tierra se estremeció. Primero sentimos un estropicio – ¡bum! – una vaina aterradora. Y al ratico las casas temblaban, eso fue de seguido – ¡bum, bum, bum! Fuimos a ver qué era, y eran aviones que pasaban por todo eso. Porque el bombardeo inició desde Riosucio, el 14 de enero. Indiscriminadamente. Luego de que bombardearon el casco urbano entraron a todas las cuencas, a la cuenca de Salaquí, Truandó, Cacarica, bombardeando toda esa zona. En Cañoseco desbarataron una escuela. La única zona que no bombardearon en mi río fue la comunidad donde yo vivía. Pero fue una cosa tan espantosa que los habitantes que estábamos arriba, de ver la inmensidad del bombardeo dijimos: ‘abajo no quedó gente’. Cuando tiraban las bombas allí, acá se estremecía y las casas temblaban como si fuera un temblor. Una vaina muy espantosa. Después de ese bombardeo nadie bajó por miedo para ver lo que había pasado allá. A los 5 días, que bajó alguien a mirar qué había pasado, no había un alma en la orilla del río. Porque la gente, ¿qué pasó? El bombardeo de esa noche, toda la gente campesina se desplazó masivamente.”
Aquí también los paisajes de miedo pueden ser “leídos” en las huellas que el bombardeo dejó atrás. Un silencio extraño envolvía al río –“no había un alma en la orilla”. El lugar había sido vaciado de personas, quienes habían huido por el miedo de persecuciones y matanzas. Estos espacios vacíos o vaciados son una de las características principales de los paisajes de miedo. Mediante el recurso a amenazas, masacres y terror contra la población local, los diferentes actores armados –grupos guerrilleros, paramilitares y ejército colombiano– disputan el control territorial en determinadas zonas. La población civil está atrapada en el fuego cruzado, o como los líderes afrocolombianos lo explican frecuentemente, la población civil está como en sandwich entre los grupos armados. Esta metáfora del sandwich resulta muy ilustrativa, pues se utiliza para señalar que las poblaciones no sólo están atrapadas en la mitad del fuego, sino que tampoco pueden salir de esta situación porque sus movimientos están restringidos, impedidos o controlados por los actores armados. Es decir, en la medida en que los grupos armados establecen retenes en diferentes partes del río y controlan la entrada de productos, mercancía y gente a la zona existe una tendencia clara hacia la creación de espacios de confinamiento en el Pacífico colombiano. En el río Atrato, por ejemplo, los paramilitares controlan la movilidad en la parte baja entre Turbo y Riosucio, y las FARC en la parte arriba entre Quibdó y Bellavista. Aunque es necesario indicar que estos parámetros de control espacial no son fijos, pues la fluctuación del poder territorial a través de confrontaciones militares hace que la situación concreta del control territorial pueda ser re-mapeada en cualquier momento. Para las poblaciones locales el confinamiento es igual de desastroso que el desplazamiento forzado. El “emplazamiento” sin poder moverse libremente por su espacio, sin tener la oportunidad de ejercer su territorialidad libremente, es simplemente otra forma de des-territorialización. Es decir, la des-territorialización no ocurre solamente cuando las poblaciones locales son expulsadas a la fuerza de sus tierras; sino también cuando son confinadas dentro de espacios de emplazamiento. Esta es la clase de “des-territorialización mental” de que hablaba en el cuarto punto del marco conceptual de “geografías de terror” propuesto. Los emplazados también son des-territorializados.
Resistencia y re-territorialización
Las comunidades negras han creado varios mecanismos de defensa y de denuncia contra la realidad del desplazamiento forzado, las masacres y la pérdida de territorialidad. Y lo han hecho movilizándose en varias escalas que van desde lo local, hasta lo global, vía lo nacional. A lo largo de los ríos de la región del Pacífico, por ejemplo, las poblaciones locales a veces implementan estrategias de ocultamiento en el caso de que haya ataques inminentes: mediante micro-movimientos constantes dentro de sus territorios, se esconden en lugares que conocen muy bien o huyen por rutas bien conocidas. De esta manera se moviliza el conocimiento del medio físico como estrategia de resistencia. La experiencia histórica del cimarronaje y el conocimiento detallado de las micro-geografías y de los espacios locales confluyen en esa estrategia de defensa. A escala nacional se discuten las posibilidades de coordinar este tipo de estrategias por medio de un sistema de alertas tempranas que avisa sobre la posibilidad de incursiones violentas de los actores armados.
En el centro de estas y otras estrategias de resistencia está la declaración intencionada de no dejarse desplazar más de las tierras. En otras palabras, se busca generar procesos de re-territorialización, de volver a ejercer control territorial de una manera significativa y recuperar el control perdido. ¿Pero cómo pueden las poblaciones locales establecer mecanismos para garantizar el ejercicio territorial a sabiendas de la presencia de actores armados? En muchos casos, comunidades enteras han decidido regresar colectivamente a las tierras de las cuales fueron expulsadas forzosamente, pero estos retornos tienen que organizarse de manera muy cuidadosa. En estos esfuerzos juega un papel importante la solidaridad nacional e internacional. Para muchas comunidades locales que están atrapadas en medio del fuego y en un ciclo de violencia política, desarraigo y expulsión, conectarse con la comunidad internacional no es solamente una opción en su lucha, sino una estrategia que cada día se hace más necesaria. En casos como el colombiano, donde los desplazados no sólo se sienten abandonados por el Estado sino activamente perseguidos por él, “globalizar la resistencia” no es un mero juego de palabras sino una estrategia importante para su supervivencia (Oslender, 2004b y 2007).
Una de las organizaciones negras que más fuertemente ha desarrollado una política de resistencia a escala múltiple es el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Como red de más de 120 organizaciones locales de comunidades negras, el PCN nació en la Tercera Asamblea Nacional de Comunidades Negras, en septiembre 1993 (Grueso et al., 1999). Desde hace varios años el PCN ha venido denunciando la situación dramática que se vive en el Pacífico colombiano. Un académico colombiano en EEUU, amigo del Proceso, ha colaborado en la organización de varias giras de activistas de esta organización para informar al público norteamericano sobre la lucha de las comunidades negras en Colombia. Además ha facilitado a estos activistas espacios para documentar su lucha en publicaciones nacionales e internacionales (Escobar et al. 2002, Grueso y Arroyo 2002). La campaña internacional, por ejemplo, ha conseguido recientemente la condecoración de una de las líderes del PCN con el prestigioso Premio Medioambiental Goldman.[5] El PCN también ha creado vínculos importantes con redes de resistencia global, como la Acción Global de los Pueblos (AGP), un espacio de convergencia para organizaciones de base y activistas de todo el mundo en el que se articulan prácticas de resistencia contra el (des)orden mundial neoliberal. La AGP coordinó, por ejemplo, una gira de seis miembros del PCN por Europa en marzo de 2001, con el fin de llamar la atención sobre la crítica situación de las comunidades negras en Colombia entre políticos de la Unión Europea, y entre miembros de sindicatos en Italia, Gran Bretaña, España y Alemania.
El uso del Internet ha sido crucial en estas formas de movilización. Permite la divulgación rápida de informaciones, de alertas urgentes a la comunidad internacional, la coordinación de acciones colectivas, y el intercambio de análisis y decisiones. Una reciente campaña de acción urgente, en diciembre de 2005, sirve para ilustrar la importancia de este medio. Por medio de un mensaje electrónico enviado desde las oficinas del PCN en Bogotá, se alertó a la comunidad internacional sobre la presencia de 500 soldados del ejército colombiano en la cuenca del río Yurumanguí, al sur de Buenaventura. Los soldados se habían establecido en las casas de la población local y se temían combates inmediatos con guerrilleros de las FARC. Al recibir este mensaje enviado por correo electrónico, yo hice una llamada telefónica, desde la ciudad de Los Ángeles, en EEUU, a un caserío en el río Yurumanguí, donde un soldado me contestó el teléfono satelital de la comunidad. Pregunté por el comandante y le expresé mi preocupación por la situación de los derechos humanos en la zona. Sobre todo protesté por el hecho de que se estuviera usando a la población civil como escudo humano ante un posible enfrentamiento con las FARC. Al silencio inicial al otro lado de la línea telefónica, siguió la voz del comandante, sorprendido de que yo, desde tan lejos (¿será que él sabía ubicar a Los Ángeles en su imaginario geográfico?) estuviera enterado de la situación en el río Yurumanguí. Me aseguró, de manera amable, que su misión en el río era rutinaria y que la población civil, obviamente, sería respetada. Otros colegas en EEUU y Europa también lograron a comunicarse con el comandante de esta manera y recibieron respuestas similares. Y aunque no se sabe siempre cual puede ser el efecto concreto de hacer esta clase de llamadas telefónicas, en el caso del río Yurumanguí no hubo enfrentamientos militares entre ejército y FARC, ni se registraron abusos por parte de la fuerza militar en esa ocasión. Por supuesto no debemos caer en la trampa de un romanticismo heroico con base en una especie de “activismo telefónico”. Pero los líderes del movimiento negro en Colombia insisten que esta clase de acciones ha ayudado en el pasado a evitar masacres y desplazamientos forzados.
Conclusiones
En 1991, con la proclamación de la nueva Constitución de Colombia, no era previsible que la región del Pacífico se fuese a integrar tan rápidamente a la cartografía de la violencia del país. Esta no era la clase de inclusión que se preveía cuando la nación fue declarada como multicultural y pluriétnica. No obstante, en la última década hemos presenciado la transformación de la región del Pacífico de “paraíso de paz” –“un refugio de las soluciones dialogales al conflicto” (Arocha, 1993: 177)— en paisajes de miedo. La lucha por el control territorial entre diferentes actores armados y económicos ha insertado la lógica de la guerra en la región, promoviendo la des-territorialización masiva de las poblaciones locales.
He propuesto el marco conceptual-metodológico de “geografías de terror” para aproximarnos a la complejidad del fenómeno al que usualmente nos referimos como “desplazamiento forzado”, con el fin de infundir en su análisis el sentimiento de terror que se vive en las zonas de expulsión. Además ese marco nos anima a pensar sobre el terror y terrorismo en formas distintas y más complejas de las que son propagadas sin cansancio por la mayoría de los políticos y los medios masivos de información. De esta manera la propuesta es una llamada a situarse críticamente frente a los discursos sobre la “guerra contra el terror”. El verdadero terror, se podría decir, no es tanto dirigido en contra de los EEUU o en contra de las ideas y valores liberales de la democracia estilo occidental. El verdadero terror lo viven personas común y corrientes de carne y hueso en su vida diaria en todo el mundo, y frecuentemente como resultado directo de las acciones de los mismos gobiernos que pretenden ser bajo amenaza terrorista. El marco de “geografías de terror” brinda una herramienta metodológica para el estudio sistemático del impacto del terror sobre poblaciones locales en distintos contextos y lugares. En este sentido la perspectiva geográfica propuesta quiere ser una invitación a pensar espacialmente terror y terrorismo, a desarrollar los diferentes puntos propuestos, añadir nuevos aspectos y comprobar su utilidad en contextos más allá del colombiano.
Agradecimientos
Este trabajo ha sido apoyado por la Unión Europea a través del programa Marie Curie OIF (2005-2008). Agradezcoa John Agnew en el Departamento de Geografía de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) su apoyo durante mi estadía en dicha institución como Investigador Visitante (2005-2007). Este trabajo también se ha beneficiado de los relevantes comentarios de Denis Cosgrove, a quien,in memoriam, se dedica este artículo.
Notas
[1]He venido trabajando desde hace varios años sobre las geografías de terror en el Pacífico colombiano. Versiones anteriores de miselaboraciones se encuentran en Oslender (2004a, 2006).
[2]Desde la geografía cultural se ha desarrollado las nociones de ‘leer el paisaje' y el ‘paisaje como texto' (Duncan 1990; Duncan y Duncan 1988).
[3] Para mayores detalles sobre aspectos de esta legislación véase Agudelo (2004), Arocha (1992), y Restrepo (1998).
[4] Las experiencias de algunos consejos comunitarios han sido documentadas en Rivas (2001) y Oslender (2001).
[5] El Premio Medioambiental Goldman es considerado como el ‘Premio Nobel' para el medio ambiente. Se otorga cada año a activistas ecologistas que han logrado importantes resultados. Libia Grueso del PCN ganó el premio en Abril 2004 en la categoría América Sur/Central. Véase la página web del Premio Goldman para información y un video ilustrativo del trabajo de Grueso y el PCN (www.goldmanprize.org/node/106).
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© Copyright Ulrich Oslender, 2008
© Copyright Scripta Nova, 2008
Referencia bibliográfica
OSLENDER, Ulrich. “Geografías del terror”: un marco de análisis
para el estudio del terror. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2008, vol. XII, núm. 270 (144). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-270/sn-270-144.htm> [ISSN: 1138-9788]