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DE LA “GEOGRAFÍA DE LA ACUMULACIÓN” A LA “GEOGRAFÍA DE LA REPRODUCCIÓN”: UN DIÁLOGO CON HARVEY
Ana Fani Alessandri Carlos
Universidade de São Paulo
anafanic@usp.br
De la “geografía de la acumulación” a la “geografía de la reproducción”: un diálogo con Harvey (Resumen)
Este artículo pretende debatir la potencia reveladora del espacio en la comprensión del mundo moderno, basándose en la tesis de que el espacio geográfico se constituye como condición, medio y producto de la reproducción de la sociedad en su totalidad, englobando varias escalas espacio-temporales y varios niveles de realidad, lo que permitiría prolongar la obra de Marx en el sentido de la construcción de una “teoría social del espacio” en los marcos de la Geografía crítica radical. Tal razonamiento permitiría comprender, en los marcos de la Geografía, el pasaje de la noción de “producción del espacio” como condición de las condiciones de la acumulación del capital para la de “producción del espacio” como condición de reproducción actual frente a la crisis de la acumulación. Como punto de partida un debate sobre algunos trabajos de David Harvey que defiende la tesis de que las crisis de acumulación del capital se resolverían en el mundo moderno a través del ajuste espacial.
Palabras clave:espacio, geografía, acumulación, reproducción, urbano, cotidiano.
This article aims to discuss the space, revealing its powerful in the comprehension of modern world, from the thesis which the geographic space consists itself as condition, medium and product of society reproduction in its totality, evolving several temporal-spatial scales and several levels of reality, that should prolong Marx's work, having in view the construction of a “social theory of space” in the sense of a radical critical geography. This argumentation allows to understand, in the limits of geography, the passage of the notion “production of space” as condition of the accumulation of capital to the notion “production of space” as condition of present reproduction in front of the accumulation crisis. As a starting point, a discussion about some David Harvey's works, who supports the thesis that accumulation crisis of capital would be solved, in the modern world, through the spatial fix.
Key words: space, geography, accumulation, reproduction, everyday life.
Respetando los límites que un artículo nos impone, señalo algunas reflexiones orientadas por la tesis según la cual el proceso de reproducción del capital, en el mundo moderno se realiza a través de la producción del espacio, teniendo como punto de partida un diálogo con David Harvey[1]. La elección de este autor reposa, en primer lugar, en el hecho de que la construcción de su pensamiento, lejos de abandonar en “el basurero de la historia” la obra de Marx, se apoya en ella para desvelar los procesos que explicitan, hoy, la acumulación capitalista. Comparto con el Autor la constatación de que, en este momento en que el pensamiento de Marx tiene tanta pertinencia para entender el mundo moderno, son pocos los que se dedican a su obra. Lo segundo se refiere al hecho de que Harvey construye su pensamiento a partir de la Geografía, considerando la potencia reveladora del espacio en la comprensión del mundo moderno y, en esta perspectiva, señala la necesidad de cambiar el modo de pensar la disciplina con el objetivo de definir una “Geografía Crítica” y una “Teoría Urbana Crítica”, con el objetivo de deconstruir el modo en que determinados tipos de conocimiento, aparentemente neutrales, son capaces de ser medios instrumentales para la preservación del poder político (Harvey, 2005).
Es posible constatar en Harvey un doble desafío: el primero es construir una “teoría de la geografía histórica del capitalismo” asentada en el análisis del movimiento contradictorio de la acumulación capitalista en los días de hoy. El segundo se refiere a la construcción de una geografía urbana crítica fundada en la necesidad de pensar la ciudad como una totalidad en su cuerpo político, como un potencial centro de resistencia y saber capaz de aguantar los embates del poder de las instituciones financieras y el clima de los negocios. En ese sentido las transformaciones vividas hoy en una metrópolis como Nueva York (en busca de la especialización dirigida a los servicios financieros, al consumo para el turismo) cambian “quiénes somos, cómo somos y qué somos” requiriendo la articulación de una política de izquierda fundamentada en un “profundo conocimiento de la economía política del capitalismo” (Harvey, 2006).
En el libro “Espacios de Esperanza”, Harvey se refiere a las transformaciones ocurridas en la ciudad de Baltimore como utopía de los incorporadores con espacios de oficinas, hoteles, edificios con apartamentos de lujo, poniendo en primer plano las actividades de turismo y recreación en una asociación público-privada con la expulsión de parte de la población formada por pobres. El ansia de lucro de las corporaciones, la miopía financiera y la ambición de los empresarios son elementos que contribuyen a aumentar las dificultades. Se introducen en el paisaje físico, político y social de la región metropolitana, nuevos recursos destinados a exacerbar las desigualdades, como la fragmentación (más particularmente las de raza) (Harvey, 2004a).
En el caso brasileño los cambios en la reproducción del espacio de la ciudad de São Paulo señalan la creación de una “ciudad dirigida a los negocios”, donde la realización económica se da a través del espacio. Quiere decir que, en São Paulo, la transformación del espacio en mercancía, como condición de la extensión del “mundo del mercado” sintetiza un movimiento en que el suelo urbano (que en un determinado momento de la historia del capitalismo fue responsable por la fijeza del capital-dinero), recibe movilidad con la estrategia del capital financiero aplicado a la producción de edificios corporativos dirigidos a los nuevos sectores de la economía que no inmovilizan dinero en la compra de oficinas, sino en su alquiler. Así, en un momento de crisis y en una economía que exige la flexibilidad en función de la creciente competitividad y caída del lucro, el desplazamiento del capital hacia sectores más rentables de la economía en su búsqueda incesante de valorización se dirige al espacio –se compra tierra urbana, se construye el edificio corporativo en una alianza entre capital financiero/industrial y el sector inmobiliario, poniéndose en el mercado oficinas dirigidas a la “nueva economía de servicios” que bajo la forma de alquiler remuneran el capital aplicado.
Este es el camino que hace posible la extensión del valor de cambio por la potencialización de la propiedad como derecho y realidad, profundizando la contradicción entre extensión del valor de cambio en el espacio, convertido en mercancía, (y al mismo tiempo condición de la reproducción ampliada) y el de uso –condición de realización de la vida humana – como práctica socio-espacial en la metrópolis. El modo como la propiedad del suelo urbano cambia de manos, destruyendo cinturones de pobreza y expulsando los pobres como consecuencia de las políticas urbanas, pone en evidencia, inequívocamente, este fenómeno.
Estos ejemplos señalan el hecho de que el espacio tiene un poder explicativo indiscutible para entender el proceso de acumulación en los días actuales, al mismo tiempo que revela que existe un proceso de producción del espacio urbano como condición y producto de la acumulación del capital. Sin embargo, la propuesta de Harvey en el sentido de la comprensión de los contenidos del capitalismo exigiría la construcción de una “Geografía de la Acumulación” capaz de descubrir los procesos globales de la acumulación del capital que explicarían las transformaciones espaciales, dándoles nuevos contenidos, poniendo en evidencia que la crisis de la superacumulación de capital y fuerza de trabajo se resuelven, por el capitalismo, a través del “ajuste espacial” (entendido como expansión geográfica), descuidando el hecho de que la construcción de la propia “ciudad como negocio” es un momento importante e imprescindible de esta acumulación.
El análisis de Harvey no parece considerar esta última cuestión, capaz de revelar que la reproducción del espacio, como producto de la acumulación capitalista, se realiza en varios niveles de escala. El capital precisa producir el espacio del lugar y de la metrópolis (donde se imponen las estrategias capitalistas, como productoras del espacio real y concreto de las relaciones sociales, dilucidando el espacio como el papel del espacio como producción social) lo que Harvey no contempla en su teoría. Por otro lado, la comprensión de la acumulación del capital impone, como exigencia, la comprensión de la producción en su totalidad, lo que incorpora lo económico sin, no obstante, cerrarse en ello, permitiendo enfocar los fundamentos de la producción del espacio en el contexto de la reproducción de la sociedad capitalista específica del momento actual, pausible de ser comprendida a nivel de la ciudad, de la metrópolis y del lugar, dilucidando el mundo moderno en su tendencia hacia la mundialización. En esta dirección la comprensión de la reproducción del espacio urbano permitirá superar –sin excluir- la dimensión del espacio tomado como localización de los fenómenos tal cual desarrollada por el autor.
La construcción del argumento que será aquí desarrollado, de modo a sustentar la crítica a la construcción de una “geografía de la acumulación” para Harvey, se fundamenta en la tesis según la cual el espacio geográfico se constituye como condición, medio y producto de la reproducción de la sociedad en su totalidad, englobando varias escalas, lo que permitiría, según mi modo de ver, prolongar la obra de Marx en el sentido de la construcción de una “teoría social del espacio” en los marcos de una “Geografía crítica radical”. Una prolongación de esta idea permitiría comprender el pasaje de la noción de “producción del espacio” como condición de las condiciones de la acumulación del capital, tal cual fue presentada por Harvey –inmersa en el plano de lo económico– hacia la idea de “producción del espacio” como condición de la reproducción actual frente a la crisis de la acumulación como una cuestión social – aquí la noción de reproducción es más amplia además de englobar la de la acumulación–. Así, mientras una economía política del espacio involucraría la articulación de los niveles económico, político y social, una geografía crítica radical se referiría a esos mismos niveles de análisis como momentos de la reproducción del espacio geográfico, como posibilidad y límite para la reproducción de la sociedad.
El papel del espacio en la reproducción del capital
“Ajuste espacial” como solución a la crisis de la acumulación
Para Harvey, la construcción de una “Geografía de la Acumulación del capital” debe aclarar el modo como la teoría de la acumulación –elaborada por Marx– se relaciona con la comprensión de la estructura espacial y, particularmente, con el análisis de la localización: “ese proceso proporcionaría el eslabón perdido entre la teoría de la acumulación y la teoría del imperialismo”, ya que la acumulación es el motor de la expansión y fuerza, permanentemente revolucionaria, reformulando el mundo. Para el Autor, el crecimiento económico, no obstante, es un proceso contradictorio donde la creación de las condiciones de su realización crea barreras estructurales generando crisis que son endémicas al proceso de acumulación capitalista. A partir de ese raciocinio indica cuatro elementos para la superación de la crisis: a) penetración del capital en nuevas esferas de actividad, b) creación de nuevos deseos y nuevas necesidades a través del desarrollo de nuevas líneas del producto, c) facilitación y estímulo para crecimiento poblacional, en un nivel compatible con la acumulación a largo plazo, y d) la expansión geográfica para nuevas regiones, incrementando el comercio exterior, exportando capital y, en general, expandiéndose rumbo a la dirección de lo que Marx denominó mercado mundial. “Los tres primeros ítems pueden ser vistos como materia de intensificación de la actividad social, de los mercados y de las personas en una específica estructura espacial. El último ítem suscita la cuestión de la organización espacial y de la expansión geográfica como producto necesario para el proceso de acumulación” (Harvey, 2005: 48). De esa forma, su análisis llama la atención para el nivel global, donde el local aparece sólo como infraestructura para realización de la circulación de mercancías, cerrándose en el plano económico. Desde el punto de vista del análisis espacial, podríamos agregar otros dos campos usados como estrategia por el capital en el sentido de superar la crisis de la acumulación: “la urbanización como negocio”, particularmente las transformaciones en el espacio metropolitano como condición de realización del capital financiero, y la instauración de lo cotidiano como posibilidad de ampliación del consumo subsumiendo todos los momentos de la vida al mercado, tal como señalado por Henri Lefebvre en varias obras.
Explicando mejor: Harvey deriva de la teoría de la acumulación de Marx el papel del espacio como localización del capital fijo (mercados y puntos de producción) concluyendo sobre la importancia de la “escala expansible” como condición de la acumulación y de la resolución de crisis apoyado en el raciocinio de que el capital posee una tendencia a crear trabajo excedente, por un lado y puntos de cambio como extensión del capitalismo por otro, lo que significa que los límites de la acumulación serían de orden espacial. En ese sentido el capital es, para el Autor, un proceso de circulación entre la producción y su realización, señalando que “Marx ayuda a pensar ese proceso teóricamente, sin embargo, tenemos que hacer que esa teoría se relacione con situaciones existentes en la estructura de las relaciones sociales capitalistas de este momento histórico, re-elaborar la teoría de la acumulación en una escala geográfica expansible. Tenemos que derivar la teoría del imperialismo de la teoría de la acumulación de mercancías” (Harvey, 2005: 73) lo que exigiría “etapas intermediarias que abarquen la teoría de la localización y el análisis de las inversiones fijas inmovilizadas para sostener la circulación del capital y la creación del paisaje geográfico para facilitar la acumulación” (Harvey, 2005: 103). Esta teoría permitiría, según el autor, ver como funcionan, en el tiempo y el espacio, los procesos de acumulación del capital, como producto del “intercambio de bienes y servicios (incluyendo, evidentemente, la fuerza de trabajo) de donde deriva la importancia de los mercados”. Este proceso supone “una localización y una red de movimientos espaciales que crean una geografía propia de la interacción humana” (Harvey, 2004: 84).
De este razonamiento Harvey deriva la idea de que “las ventajas locacionales desempeñan papel similar al desempeñado por las tecnologías, línea de argumentación que se parece a aspectos de la teoría de la localización de Thünen, Lösch, sintetizada por Isnard, con la diferencia de que estas obras buscan un equilibrio espacial en un panorama geográfico de la actividad capitalista” mientras que el proceso de acumulación capitalista “aparecería como algo expansionista y sin ninguna tendencia al equilibrio” (Harvey, 2004: 84). Las ventajas locacionales aparecerían, en esta perspectiva, como atributo para los capitalistas individuales (Harvey, 1990: 376-377). Esto porque en su forma de pensar la noción de espacio se limita a la idea de localización de capital fijo, capaz de producir un “paisaje físico” asociado a las necesidades de la realización del cambio, entendiendo que el fracaso de la realización del valor significaría la negación del valor creado potencialmente en la producción. Tal hecho impediría la expansión de la acumulación, surgiendo la necesidad de la “compresión del espacio por el tiempo” en el seno del mercado mundial, por la mediación del crédito. Al articular la localización de los elementos necesarios para la producción con la circulación del capital como condición de la acumulación continuada, la producción de mercancías se asociaría a una determinada “situación” que permitiría pensar la relación del local de la producción con espacios más amplios.
Argumenta, continúa, que Marx priorizó el tiempo y no el espacio, en la medida en que la circulación del capital debe controlar el tiempo de rotación, socialmente necesario, para la concreción del ciclo donde el espacio, desde el punto de vista de la circulación, sería una barrera a ser superada, generando de ese hecho la necesidad de “anulación del espacio por el tiempo”. Para Harvey, la tarea de la teoría espacial, en el contexto del capitalismo, consistiría en elaborar representaciones dinámicas de cómo esa contradicción se manifiesta por medio de las transformaciones histórico-geográficas. El punto de partida para tal teoría se situaría en la interfaz entre las posibilidades de transporte y comunicación y las decisiones locacionales. “Marx defendió con vehemencia la idea de que la capacidad de superar barreras espaciales y anular el espacio por el tiempo mediante la inversión y la innovación en los sistemas de transporte y comunicaciones, ocupaba a las fuerzas productivas del capitalismo”. Pero Harvey se pregunta: “como siempre existen límites espaciales tecnológicamente definidos de algún tipo, la cuestión permanece: ¿qué ocurre en sus confines?” Evidentemente, el capital y la fuerza de trabajo necesitan reunirse en algún punto específico del espacio para que ocurra la producción; “la fábrica es un punto de reunión, mientras que la forma industrial de la urbanización puede verse como respuesta capitalista específica a la necesidad de minimizar el costo y el tiempo del movimiento bajo condiciones de conexión inter-industrias de la división social del trabajo y de la necesidad de acceso tanto a la mano de obra como a los mercados de los consumidores finales. Los capitalistas individuales, en virtud de sus decisiones locacionales específicas, modelan la Geografía de la producción en configuraciones espaciales diferentes. El resultado de tales procesos tiende a lo que llamé coherencia estructurada en relación a la producción y al consumo en determinado espacio” (Harvey, 2005: 149). Considera también que “hay procesos en marcha que definen los espacios regionales, en que la producción y el consumo, la oferta y la demanda (por mercancías y fuerza de trabajo), la producción y la realización, la lucha de clases y la acumulación, la cultura y el estilo de vida, permanecen unidos con cierto tipo de coherencia estructurada en una suma de fuerzas productivas y de relaciones sociales. Pero, al mismo tiempo, hay procesos que solapan esta coherencia”. En esta perspectiva destaca: a) la acumulación y la expansión más allá de la necesidad de producir; b) las revoluciones tecnológicas que liberan, tanto a la producción como al consumo, de los límites espaciales haciendo permeables los límites de las regiones; c) las luchas de clases que pueden forzar los capitalistas a buscar otros lugares; d) las revoluciones en las formas capitalistas de organización que permitirían mayor control sobre espacios cada vez mayores. Esas fuerzas tenderían a debilitar la coherencia estructurada de un territorio (Harvey, 2005: 146- 148).
Pero como el capital es, en esencia, circulante, según la definición de Marx, un punto importante se refiere al hecho de que toda forma de movilidad geográfica del capital requiere infraestructuras espaciales fijas y seguras para funcionar –sistema de transportes y comunicaciones bien organizados (lo que requiere la acción del Estado)—. Subraya Harvey que la “producción no utiliza sólo el capital fijo e inmovilizado directamente empleado por ella, sino que también depende de una matriz completa de servicios físicos y sociales (desde costureras hasta científicos) que deben estar disponibles in situ. “La movilidad de la fuerza de trabajo y su fácil adaptación a la libre movilidad del capital, pero también su fijación para asegurar el control del trabajo, crea la necesidad de equipamientos para la educación, religión, salud, servicios sociales inclusive previdencia “en cierto territorio” (Harvey, 2005: 149). En ese momento, Harvey llega a una conclusión fundamental, “la capacidad tanto del capital como de la fuerza de trabajo de moverse, rápidamente y a bajo costo, de lugar en lugar, depende de la creación de infraestructuras físicas y sociales seguras y, en gran medida, inalterables, porque la capacidad de dominar el espacio implica la producción del espacio. Sin embargo, las infraestructuras necesarias absorben capital y fuerza de trabajo en su producción y manutención.
Aquí nos aproximamos a la esencia de la paradoja. Parte de la totalidad del capital y de la fuerza de trabajo debe ser inmovilizada en el espacio, congelada en el espacio, para proporcionar mayor libertad de movimientos al capital y a la fuerza de trabajo remanentes. Resumiendo el argumento, escribe Harvey “la coherencia regional estructurada, en que la circulación del capital y el intercambio de la fuerza de trabajo presentan la tendencia, bajo restricciones espaciales tecnológicamente determinadas, a cercenarse, tiende a ser solapadas por poderosas fuerzas de acumulación y sobreacumulación, de cambios tecnológicos y de lucha de clases. El poder de solapamiento depende, sin embargo, de la movilidad geográfica, tanto del capital como de la fuerza de trabajo; y esa movilidad depende de la creación de infraestructuras fijas e inmovilizadas, cuya permanencia relativa en el paisaje del capitalismo refuerza la coherencia regional estructurada en solapamiento. Sin embargo, la viabilidad de las infraestructuras queda en peligro, debido a la propia acción de movilidad geográfica facilitada por esas infraestructuras.
La consecuencia sólo puede ser la inestabilidad crónica en relación a las configuraciones regionales y espaciales; dentro de la geografía de la acumulación, una tensión entre las estructuras espaciales inmovilizadas necesarias a tal propósito. La inestabilidad, destaco, es algo que ningún intervencionismo estatal puede sanar (de hecho, en la ausencia de políticas públicas, aparentemente racionales, el intervencionismo tiene el hábito de generar todo tipo de consecuencias involuntarias). El desarrollo capitalista debe buscar una solución de continuidad entre la preservación de los valores de los compromisos pasados (asumidos en un espacio y tiempo específicos) o su desvalorización, para abrir espacio nuevo para la acumulación. Continuamente, por lo tanto, el capitalismo se esfuerza en crear un paisaje social y físico de su propia imagen, requisito para sus propias necesidades en un instante específico del tiempo, sólo para solapar, despedazar e inclusive destruir este paisaje en un instante posterior del tiempo. Las contradicciones internas del capitalismo se expresan mediante la formación y reformación incesantes de los paisajes geográficos” (Harvey, 2005: 150).
A la contradicción del capitalismo de “desequilibrio en la acumulación”, donde la polarización asumiría la forma de capital empleado en un polo y población desempleada en el otro polo, Harvey propone la expansión geográfica, esto porque capitalistas distintos, presos a la lucha de clases y coaccionados por la competencia intracapitalista, son forzados a ajustes tecnológicos, que destruyen la posibilidad relativa a la acumulación equilibrada que amenaza la reproducción. El producto final de tal proceso es una condición de superacumulación de capital, definida como exceso de capital en relación a las oportunidades de emplear ese capital rentablemente. En ausencia del ajuste espacial ocurriría una desvalorización del capital que al lado de la superacumulación serían remediadas por determinada expansión geográfica” lo que sería posible a través: a) del comercio con formaciones sociales no capitalistas, b) del préstamo de capital excedente para un país extranjero creando nuevos recursos productivos en nuevas regiones, (impulso del capitalismo de crear mercado mundial para intensificar el volumen de cambio para producir nuevas necesidades y nuevos tipos de producto), y c) de la expansión geográfica, posibilitando el acceso a las reservas latentes de mano de obra que significarían alguna forma de acumulación primitiva en el exterior (Harvey, 2005; 116).
A la cuestión sobre la manera de absorber los excedentes de modo productivo por medio de la apertura de nuevos canales y nuevos caminos para la circulación del capital, Harvey señala los desplazamientos espacial y temporal. Así, el espacio en su raciocinio aparece como posibilidad de resolución, a corto plazo, de la crisis de acumulación por la producción continua asentada en la “tensión entre crecimiento y progreso técnico de excedentes y de fuerza de trabajo”, resolviéndose por la “movilidad geográfica de excedentes absorbidos desigualmente (Harvey, 2005: 135- 136) y el desplazamiento temporal por medio de la inversión. El sector primario englobaría el terreno de la producción y consumos inmediatos, mientras que el secundario diría a respecto al capital fijo y la formación de fondos de consumo o bienes y el terciario se referiría a los gastos sociales y de investigación. Estos dos últimos absorberían el exceso de capital en inversiones de larga duración (sólo en caso de que sean productivas) y en esta condición contribuirían a incrementar la productividad futura del capital. La importancia del tiempo aparecería como “tiempo de rotación socialmente necesario”, de modo que impidiera la desvalorización de los capitales. Así, la “solución espacial” se disfraza de solución espacio-temporal para resolver las contradicciones internas de la acumulación del capital y de las crisis. Esta argumentación deriva “teóricamente de la teoría de Marx de la tendencia a la baja tasa de lucro” (Harvey, 2003: 93/95).
De este modo, la “acumulación del capital”, para Harvey, siempre fue una ocurrencia profundamente geográfica, porque sin las posibilidades inherentes a la expansión geográfica, a la reorganización espacial y al desarrollo geográfico desigual, el capitalismo habría dejado de funcionar. Ese cambio incesante rumbo al ajuste espacial referente a las contradicciones internas del capitalismo (registrada, de modo más perceptible, como superacumulación de capital en un área geográfica específica) junto a la inserción desigual de diversos territorios y formaciones sociales en el mercado mundial capitalista, crearon una geografía histórica global de la acumulación del capital (Harvey, 2003: 193).
Nuestra crítica a este raciocinio se apoya en el hecho de que la construcción espacial capaz de permitir la movilidad del capital como fundamento de la acumulación, nos pone delante de la necesidad de reproducción continuada de la totalidad de las situaciones necesarias al proceso. Requiere considerar que, en Marx, la noción de acumulación es englobada y superada por la reproducción, lo que significa que la acumulación se articula a un proceso más amplio en su dimensión social y política además de económica. Así, si la noción de acumulación se fundamenta en la idea de tiempo del proceso, esto es producto de la movilidad creciente del capital para que haya valorización, la reproducción guarda el sentido de proceso que se renueva como condición de su propia supervivencia. De eso sobreviene el sentido de movimiento de transformación, de realización contradictoria, que se encuentra apoyado en el desarrollo ampliado del proceso de producción como un todo, entendido como desarrollo de la “formación económica de la sociedad” y no como modo de producción. Escribe Marx “en fin, el proceso de producción y de valoración tiene por resultado esencial la reproducción y la producción nueva de la relación entre capital y trabajo, entre capitalista y obrero. Esta relación social de producción es el resultado más importante de ese proceso que sus frutos materiales. Efectivamente, en el seno de este proceso, el obrero se produce como fuerza de trabajo, delante del capital, del mismo modo que el capitalista se produce como capital delante de la fuerza de trabajo viva: cada uno se reproduce reproduciendo el otro, su negación. El capitalista produce el trabajo para el otro, el trabajo crea el producto para el otro” (Harvey, 1968: 278). Por lo tanto, no es sólo de repetición (producción-circulación-distribución-cambio-consumo) que estamos hablando, sino de la dominación de los productos de la historia, de la reproducción de relaciones sociales en el seno de la sociedad; que involucra, en los días actuales, la reproducción del espacio y del cotidiano como lugar de esta realización.
Podemos afirmar también que este proceso incluye la idea de producción del espacio en sus varios momentos, indicando su inseparabilidad de la noción de reproducción lo que permitiría, a mi modo de ver: a) pensar el movimiento de pasaje de la acumulación a la reproducción como una cuestión social, abriendo la perspectiva de una teoría social del espacio geográfico no circunscripta al plano económico, b) ir más allá de la comprensión del individuo como fuerza de trabajo permitiendo pensarlo, también, como sujeto de la producción del espacio, y c) ir más allá de la ambigüedad de la comprensión del espacio geográfico reducido a la idea de “medio ambiente construido”. En este sentido no habría un “paisaje del capitalismo” sino la producción continua del espacio bajo la égida de la formación económico-social capitalista. Este proceso puede ser ejemplificado con el hecho de que en su movimiento, el ciclo revela el capital realizándose concretamente. Resumidamente, el ciclo económico revela que entramos en la esfera específica de la producción material de mercaderías, pero como Marx señala, no se separa el proceso productivo de los momentos de la circulación, revelando el carácter circulante del capital. Pero este proceso es, en esencia, social; se trata de espacio-tiempos determinados por cada momento del proceso de producción general del capital. Así podemos inicialmente afirmar (teniendo la acumulación como presuposición) que sólo existe producción si materias primas, materias auxiliares, fuerza de trabajo (regida por un contrato) se reúnen en un lugar específico presuponiendo un momento de intercambio en el mercado de mercaderías y de mano de obra – un mercado urbano. Ese proceso involucra también el transporte de mercaderías y la fuerza de trabajo para la fábrica (se trata aquí de la circulación casa-fábrica, mercado de materias primas/auxiliares-fábrica). Tampoco hay producción sin instrumentos de trabajo, sin trabajo pasado y objetivado, sea en los instrumentos de trabajo, sea incorporado en las materias primas y auxiliares, sea en el edificio fabril. Tiene también como condición una división de trabajo apoyada en un “saber hacer” sometido a un tiempo socialmente determinado de producción (aquí nos referimos a la primera fase de realización del ciclo del capital y que se refiere a la circulación). La segunda fase es la del proceso productivo específico, lo que presupone un lugar determinado de realización de la producción en sentido estricto –la fábrica- (momento en que se confronta el trabajo vivo con el trabajo muerto en la jornada de trabajo, fundada en la antinomia de derechos entre el capitalista y el trabajador), momento en que se produce la plusvalía (fundamentada en la relación entre trabajo pago y trabajo no pago). Terminada esta fase la mercadería debe dirigirse al mercado como condición necesaria para la realización de la plusvalía generada como proceso de valorización del capital, momento en que la mercadería es puesta en el mercado para ser comprada y, consecuentemente, consumida, lo que involucra la circulación, el cambio propiamente dicho, hasta llegar al consumidor.
Esta relación requiere la circulación que no produce plusvalía sino que puede ser un elemento de desvalorización del capital –o sea, si el tiempo es muy largo sobrecarga los costos de producción. Un cambio objetivando el consumo requiere un lugar apropiado, normas, contratos, acuerdo entre los intercambiantes, vigilancia, señalando un conjunto de relaciones sociales, poniendo en evidencia que la realización del ciclo del capital escapa al universo específico de una relación económica. La totalidad de este proceso que involucra espacios-tiempos diferenciados y varias escalas espaciales articulando, simultáneamente, varios procesos productivos asociando capitalistas individuales.
El proceso en su totalidad se fundamenta en la continuidad revelando una relación espacio-temporal que no se refiere solamente al plano de lo local, abriéndose a lo regional, nacional, mundial, objetivando la transformación de la mercadería en dinero nuevamente, como condición de la reproducción ampliada. De esta forma, producción, distribución y consumo se articulan dialécticamente en el sentido en que se realiza en el otro y a través del otro, en un movimiento en que el capital va asumiendo varias formas determinadas (capital-dinero; capital-mercadería; capital-productivo) movimiento que se realiza, en su integralidad, como proceso de valorización, por el pasaje de una fase a otra. Es también preciso considerar que el proceso no se agota en estos movimientos, porque el ciclo presupone un reinicio constante; por lo tanto, la producción capitalista es también, necesariamente, reproducción.
La circulación no es, así, un momento autónomo del ciclo del capital y no restan dudas de que Harvey lo sabe, pero sus análisis ven el papel del espacio sólo en este momento específico, creando la idea de un medio ambiente construido que funcionaría como un “vasto sistema de valores de uso cristalizados en un paisaje físico para la producción, intercambio y consumo” (Harvey, 1990: 238). Aquí reposa su concordancia con la idea de Marx de que la anulación del espacio por el tiempo sería una condición necesaria para la continuidad del capital, aclarando que ese objetivo sólo podría ser alcanzado por medio de configuraciones fijas e inmóviles (sistemas de transportes, etc.).
Es necesario también considerar que, tomado en su sentido preciso, el ciclo del capital como movimiento necesario para la realización del proceso de valorización del capital, engloba dialécticamente los momentos de circulación, el proceso productivo y el consumo final, porque sin esta finalización no hay nueva producción porque hay realización de la plusvalía generada. Este proceso se fundamenta en un movimiento temporal- la metamorfosis necesaria del capital bajo diversas formas, moviéndose de una fase a otra- y espacial- todos esos momentos ocurren en un determinado lugar como presuposición de cada una de las actividades- producción, distribución, circulación e intercambio. Pero en esta condición el espacio presenta características diferentes, con atributos diferentes, una como local de intercambio (mercado), un local para la producción (la fábrica) y, en esa condición, los lugares en sus atributos fueron producidos bajo leyes definidas por la sociedad[2]. Por otro lado, el ciclo comporta una dimensión política, sea en la determinación de la jornada de trabajo, en la fijación de los salarios, en la construcción de infraestructura necesaria para la realización de la producción (incentivos fiscales de incentivo a la producción, crédito, política de importación/exportación), sea reglamentando el intercambio y los contratos sociales en que se fundamentan. De esta forma, cada lugar de la realización del ciclo de rotación del capital, como momento de la reproducción social, nos pone delante de un espacio produciendo para un determinado fin. Así, la reproducción escapa a la esfera del trabajo y del proceso productivo y se refiere a la reproducción de un amplio espacio que engloba lo local y lo global, revelando una determinada dinámica urbana, reestructurando la vida cotidiana. En esta totalidad, el proceso revela su contenido social como práctica espacio-temporal.
Este razonamiento se confronta con el de Harvey, para quien el ciclo se reduce al tercer momento – el de la circulación de la mercadería final- iluminando el papel de la teoría de la localización, donde la circulación resulta en valor mientras el trabajo crea valor, incluyendo dos aspectos: a) movimiento físico real de mercaderías del lugar de producción al lugar de consumo y el costo real implícito ligado al tiempo consumido y a las mediaciones sociales necesarias para que la mercadería llegue a su destino final, y b) costo necesario de la circulación como deducción necesaria del excedente donde la “industria de transporte es directamente productora de valor” (Harvey, 2005: 50).
El espacio como condición, medio y producto de la reproducción social
La comprensión del proceso de producción englobando sus varios momentos y escalas señala una totalidad dialéctica que explicita la tesis orientadora de este texto. Concordamos con Harvey sobre la importancia del espacio como elemento central de la acumulación, discordamos sobre el hecho de que el espacio se constituye en un “atributo material de todos los valores de uso”, (Harvey, 1990: 377), lo que implica en su reducción a la noción de espacio como localización, así como la restricción del ciclo del capital a su dimensión económica.
Para Harvey, el trabajo útil y concreto produce valor de uso en determinado lugar; los diferentes trabajos emprendidos en diferentes lugares se relacionan entre sí a través del intercambio, lo que requiere una integración espacial articulando la producción de la mercadería en diferentes situaciones por medio del intercambio para que el valor llegue a ser forma social del trabajo abstracto. De esta forma, la desintegración espacial alteraría la universalidad de la forma valor. Desde nuestro punto de vista es necesario prolongar ese análisis de modo que el espacio geográfico sea analizado en sus varias dimensiones como producción social, o sea, el acto de producción de la sociedad, como acto de producción del espacio, indicando una comprensión de la dialéctica espacio-sociedad (no como dos términos separados que “entran en relación”, como mucho se ha hecho en la geografía, sino como un término realizándose en el otro y a través del otro). Así, la práctica socio-espacial, como base y sustentación de la vida humana permitiría desvendar los contenidos que dilucidan, hoy, la sociedad capitalista. La producción del espacio por la sociedad como momento necesario de la reproducción social, presuponiendo el análisis de la realidad en tanto que humana, en movimiento de constitución, por lo tanto histórica, indica el hecho de que las relaciones sociales tienen una dimensión espacial y se realizan a través y en esta dimensión, prácticamente. Así se revela una geografía de la praxis social.
Un punto de partida necesario para la reflexión se referiría a los “nuevos contenidos de la práctica socio-espacial”, imponiendo la necesidad de una teoría de la diferencia y de la desigualdad inmanente a la sociedad producida, hoy, por la “autonomización” de los elementos constitutivos de la vida impuesta a la sociedad por la estrategia capitalista como un todo. Esa dirección nos obliga a considerar: a) la reproducción de la sociedad y del espacio en su movimiento contradictorio como producto de la historia; b) el plan espacial de la localización y realización del enfrentamiento entre necesidades y objetivos diferenciados según los niveles de la realidad social (según la clase) , política o económica en una sociedad caracterizada por la normatización y por el control; c) las nuevas estrategias que asocian los planes de lo económico y político en el sentido de la actuación conjunta en el espacio con el desarrollo, por ejemplo, de las asociaciones público-privadas; y d) las nuevas formas de contestación que surgen en la sociedad bajo la forma de movimientos sociales por la vivienda o por la tierra producto de la producción de la ciudad segregada. Como tendencia, la constitución de un movimiento en dirección a lo mundial – lo que significa decir que el capitalismo realiza concretamente, lo que traía en sí como virtualidad: su expansión por todo el planeta como condición de su reproducción continuada, tal como analizado por Harvey, permite considerar los nuevos contenidos del “imperialismo”. En esta dirección nos encontramos con la producción de un espacio mundial así como con la constitución de una sociedad urbana mundial.
El espacio comprendido como movimiento y proceso de la reproducción social se apoyaría, como señalamos, en la tríada condición, medio y producto de la producción/reproducción de la sociedad, permitiendo, en mi opinión, desvendar los niveles de la realidad y las escalas capaces de permitir la comprensión de los elementos que fundamentan la “desigualdad socio-espacial”, calificándolas a partir de tres niveles de realidad (económico, político y social) en sus diferentes escalas espaciales (local, metrópolis, mundial):
a) el nivel económico puede ser comprendido a partir de las necesidades de la reproducción del capital. Como condición para la reproducción de lo económico el espacio es infraestructura, concentración, mercado de trabajo y de materia prima en su simultaneidad de relaciones y yuxtaposición de las esferas individuales referentes al ciclo del capital. Como medio, el espacio es posibilidad de la circulación articulando los momentos necesarios para la realización de la producción-distribución-circulación-intercambio-consumo. A su vez, como producto, nos encontramos con el espacio productivo – el espacio creado como necesidad de realización del lucro y por la reunión de los elementos que realizan el intercambio, lo que exige determinada calidad de infraestructura espacial, tal como analizado por Harvey (1990).
A ese nivel, la ciudad es condición general de la producción, lo que impone una determinada configuración espacial que aparece como yuxtaposición de unidades productivas, formando una cadena interconectada, reuniendo los diversos procesos productivos, los centros de intercambio, los servicios y el mercado; reunión de la mano de obra necesaria. Este desarrollo ha potencializado la aglomeración como exigencia técnica derivada a veces del gigantismo de las unidades reproductivas, otras veces de la constitución de unidades complejas, y otras como exigencia de la “reconversión” industrial apoyada por la formación del capital financiero que orienta las operaciones bajo el comando creciente de la internacionalización del capital y la mundialización de los intercambios. Desde este punto de vista, el capital, que es en esencia circulante, necesita para la realización de su ciclo productivo, el pasaje de una fase a otra de la producción objetivando el consumo como realización del lucro, donde la disminución del tiempo y la fluidez en el espacio son premisas, pero también, resultado del proceso. De este modo se reproduce, continuamente, el espacio como condición general del proceso de valorización generada en el capitalismo en el sentido de viabilizar la realización del valor de cambio, permitiendo que el ciclo del capital se desarrolle (posibilitando la continuidad de la producción), reproduciéndose.
Este nivel involucra también la acción de los promotores inmobiliarios, de las estrategias del sistema financiero y las de la gestión política (a veces de manera conflictiva, otras de forma convergente) de modo a orientar y reorganizar el proceso de reproducción espacial a través de la realización de la división socio-espacial del trabajo, de la especialización de áreas, jerarquizando lugares y fragmentando los espacios a través de la acción del sector inmobiliario. Del punto de vista de la lógica del capital se trata de producir un espacio donde el sentido de la homogeneidad puede ser constatado por el movimiento que hace al espacio, potencialmente, mercadería intercambiable.
b) el nivel político involucra, como condición para su realización, la existencia del territorio definido por la acción del estado – a través de la mediación del poder local, no sin contradicciones. Las políticas espaciales interfieren en el proceso de producción de la ciudad reforzando centralidades, redefiniendo la jerarquía de los lugares en función de su importancia estratégica para la reproducción, imponiendo su presencia en todos los lugares bajo la forma de control y de vigilancia (sea directa o indirecta) a través de la norma.
El Estado desarrolla estrategias que orientan y aseguran la reproducción de las relaciones en el espacio entero, tornándolo instrumento político intencionalmente organizado y manipulado. Es, por lo tanto, un medio y un poder en las manos de una clase dominante. En esta condición el espacio es homogéneo (por la dominación) y jerarquizado (por la división espacial del trabajo). Como producto, nos encontramos con la producción de un espacio estratégico para su reproducción.
c) el nivel social es donde se realizan las condiciones en que se concretiza la vida de la sociedad por la instauración de lo cotidiano como elemento indispensable para la reproducción del capital a medida que cada momento de la vida cotidiana (trabajo, recreación, vida privada) es diseccionado e invadido por la ideología de la sociedad de consumo, que transforma cada ciudadano en un consumidor en potencial por el direccionamiento de sus deseos y la estandarización de los comportamientos, sea por la educación, cultura, etc.. Se trata de un plan invadido por mediaciones referentes al mundo de la mercadería y lo que de él escapa.
Aquí se revela un proceso que parte de las relaciones sociales que construyen el mundo concretamente, como modos de apropiación del espacio en dirección a la reproducción de la vida en todas sus dimensiones, que huyen –a pesar de englobar – del mundo del trabajo involucrando y yendo más allá de la producción de objetos, productos y mercaderías. Es el lugar donde estalla la contradicción entre el uso (el espacio como apropiación necesaria de los lugares de realización de la vida) y el valor de cambio (la extensión del mundo de la mercadería produciendo el espacio como mercadería, pronto, fragmentado como consecuencia de la generalización del proceso de mercantilización del espacio, fundamentado en la existencia de la propiedad privada del suelo urbano) y de la acción de los emprendedores inmobiliarios. Las estrategias que recorren el proceso de reproducción espacial señalando estrategias de clase.
Como condición para la realización de la sociedad se trata del espacio de la materialización de las relaciones sociales, como práctica y soporte de estas relaciones, del uso y de la reunión de los miembros de la sociedad. De esta actividad real se va constituyendo la identidad prácticamente a partir de relaciones del hombre con el otro, en un determinado tiempo y lugar. Como objetividad (la producción concreta del mundo) y subjetividad (conciencia), como práctica y realidad. Como medio, este espacio se realiza como circulación de modo que permita la movilidad de los miembros de la sociedad por el espacio. Como producto, tendríamos el espacio como valor de uso, o sea, la producción de los espacios improductivos donde el acceso y el uso no se subordinarían a la mediación del dinero, por lo tanto, del mercado. Así, los lugares de la vida se distinguen y se diferencia de los espacios productivos dado que marcados por un empleo de tiempo que se revela en un uso específico que es definido por la vida. En esta escala se identifica la yuxtaposición morfología social/morfología espacial, produciendo la ciudad como segregación. O sea, los accesos al uso de los lugares se subordina a la propiedad privada del suelo y de la riqueza dirigiendo y localizando, diferencialmente las clases sociales en los lugares de la ciudad, en una función definida por la relación renta-precio del suelo urbano – esto se refiere tanto a la vivienda como a la recreación.
De este modo, si la producción del espacio, del punto de vista económico, se produce bajo la racionalidad de la búsqueda del lucro y del crecimiento – en el plano político, bajo la lógica del planeamiento que normaliza e instrumentaliza el espacio; el plano social revela la vida, y de este modo la sociedad en sus diferentes conflictos en una práctica socio-espacial contradictoria –entre las necesidades económicas y políticas (muchas veces conflictivas), y las necesidades impuestas para la reproducción del espacio de la vida social.
A estos niveles de análisis, tres escalas se articulan: el espacio mundial, que señala la dirección y la virtualidad del proceso de reproducción jerarquizando las escalas; el plano del local, donde se lee ese proceso y el plano intermediario – de mediación entre el local y el mundo, en que encontramos la metrópolis.
En síntesis, el espacio como condición, medio y producto revela el movimiento de la producción/reproducción de toda la sociedad, una tríade que comprende un movimiento contradictorio en que ningún nivel o escala de la producción espacial es autonomizado. En esta perspectiva se desvenda el espacio producido en su doble determinación: como localización de todas las actividades de la sociedad en su conjunto y como proceso y movimiento adquiriendo contenido definido y determinado por el conjunto de las relaciones sociales en sus momentos constitutivos específicos. En esta dirección el espacio es producido como lugar de la reproducción social al mismo tiempo de forma indisociable: el producto, medio y condición de esa reproducción. Aquí se superaría la comprensión de la “geografía de la acumulación” tal como propuesta por Harvey, por una Geografía capaz de hacerse cargo del proceso de reproducción de la sociedad en su totalidad.
Una geografía urbana crítica
La ciudad como negocio: el valor de cambio versus el valor de uso
“Al producir colectivamente nuestras ciudades, producimos colectivamente a nosotros mismos. Proyectos referentes a lo que deseamos que sean nuestras ciudades son, en consecuencia, proyectos referentes a las posibilidades humanas, a quien queremos, o, lo que tal vez sea más pertinente, a quien no queremos llegar a ser” (Harvey, 2004a; 210) (…) La manera en que nuestra imaginación individual y colectiva funciona es, por lo tanto, crucial para definir el trabajo de urbanización.” (…) Harvey afirma que “buena parte de sus estudios en los últimos 20 años (Harvey, 1990 y 1989) han sido un esfuerzo por mapear con exactitud ese proceso “el modo en que el utopismo se materializó espacialmente y su forma de producir el espacio, comprender las formas por las cuales el capital construye un paisaje geográfico a su propia imagen en un dado momento del tiempo, simplemente para tener que destruirlo más adelante para acomodar su propia dinámica de interminable acumulación del capital, amplios cambios tecnológicos e implacables formas de luchas de clase. La historia de la destrucción creativa y del desarrollo geográfico desigual en la era burguesa es simplemente aterradora. Gran parte de la extraordinaria transformación de la superficie de la tierra en los últimos doscientos años refleja precisamente la materialización de la forma de utopismo del proceso fundado en el libre mercado y sus incansables y perpetuas reorganizaciones de formas espaciales” (Harvey, 2004a: 233).
En esta larga citación nos enfrentamos a la producción del espacio como producción social realizada contradictoriamente. En la sociedad capitalista la ciudad se revela en la contradicción entre el valor de cambio – el espacio producido como condición de la realización del lucro, produciendo la ciudad bajo la égida de las necesidades del capital – y el valor de uso – la ciudad creada para la realización de la vida en lugares específicos, muchos de ellos degradados. Esa contradicción también revela la condición con que la ciudad se produce – una producción socializada pero una apropiación privada. La ciudad segregada revela la sociedad fundamentada en el intercambio, donde el propio espacio es producido como mercadería, imponiendo al uso la mediación del mercado inmobiliario. De este modo, la producción del espacio urbano se conecta cada vez más a la forma mercadería que sirve a las necesidades de la acumulación promoviendo cambios, exigiendo readaptaciones de usos y funciones de los lugares en la ciudad, reproduciéndose bajo la ley de lo reproducible. Esto es así porque hoy, cada vez más, el espacio producido como mercadería entra en el circuito del intercambio atrayendo capitales que migran de otros sectores de la economía de modo de viabilizar la reproducción en un momento de superacumulación del capital que coacciona y solapa la producción de la ciudad como espacio-tiempos de realización de la vida humana.
El momento actual indica una transformación en el modo en que el capital financiero se realiza en la metrópolis con el pasaje de la aplicación del dinero acumulado del sector productivo industrial al sector inmobiliario, señalando que la mercadería-espacio cambió de sentido para la acumulación con el cambio de orientación de las aplicaciones financieras, que produce un espacio como “producto inmobiliario”. El proceso de reproducción del espacio de la metrópolis de São Paulo, en el contexto más amplio del proceso de urbanización, marca la desconcentración del sector productivo y la acentuación de la centralización del capital; crea otro contenido para el sector de servicios (básicamente el que se desarrolla es el financiero y de servicios sofisticados y con él, una serie de otras actividades de apoyo como la de la informática y servicios de telecomunicaciones) haciendo que el movimiento de transformación del dinero en capital recorra ahora, preferentemente, otros caminos. Es el caso de la creación de los fondos de inversión inmobiliarios que demuestran que el ciclo de realización del capital se desplaza para nuevos sectores de la economía produciendo un “nuevo espacio” dentro de la metrópolis como condición de su realización – se trata del lugar ocupado por los “nuevos negocios”.
La necesidad de los empresarios de, en una época de crisis, dirigir sus lucros hacia los activos financieros, se alía a las estrategias que se realizan para posibilitar la reproducción en un momento en que se presencia en São Paulo: a) la ausencia de edificios compatibles con el desarrollo de las actividades de servicios modernos; b) la escasez de lugares en la metrópolis para el crecimiento del sector inmobiliario en la medida en que el capitalismo produjo el espacio urbano como raridad[3]; c) el hecho de que la competitividad presenta la necesidad de disminución de los costos de producción, lo que se va a reflejar directamente en el cambio de comportamiento en relación a la propiedad del inmueble en el cual se van a desarrollar las actividades económicas, o sea, en vez de inmovilizar el dinero en su compra, el empresario preferirá alquilar el inmueble, desarrollando así el sector de alquiler de inmuebles en São Paulo.
Este cambio de comportamiento crea una nueva relación entre los sectores económicos y de estos con el espacio, que es el que puede ser constatado en el movimiento de las inversiones en São Paulo, donde las actividades inmobiliarias entre enero de 1995 y mayo de 2000 fueron responsables por 20,8% de las inversiones realizadas en la Grande São Paulo, seguidas por la industria automovilística, con 17,4%, la industria Química con 9,8%, el comercio minorista con 7,1% y las Telecomunicaciones con 6,2%. El capital-dinero se dirige, preferentemente, a la producción del espacio como mercadería pasible de generar lucros mayores que los del sector industrial, en crisis. Este nuevo comportamiento revela una nueva tendencia del sector de inversiones de la economía, poniendo de manifiesto un proyecto y una estrategia que involucra:
a) el mercado inmobiliario, visto como extensión de la propiedad privada, que hace del espacio una mercadería, que en el momento actual tiene como particularidad la realización del capital financiero que se revela en dos frentes: en un primer momento, los grandes inversionistas (que son quienes financian los edificios corporativos), y, actualmente, con los pequeños inversionistas, con la creación de los fondos de inversión inmobiliarios, que reúnen pequeños inversionistas pulverizados;
b) el desarrollo de los servicios en la metrópolis, con la profundización de la división social y espacial del trabajo, que ahora se basa en una nueva racionalidad, fundamentada y definida por la tecnología aplicada a la producción y a la gestión;
c) el planeamiento revelando un proyecto que entiende la ciudad como esquema práctico de circulación viaria, priorizando el transporte individual y, en esta condición, construyendo el espacio como forma operacional, como instrumento de la realización indispensable del crecimiento económico.
El modo como el capital financiero se realiza, en parte por medio del proceso de producción del espacio, es bastante complejo, pero fundamental para desvendar el circuito que produce el edificio corporativo. En primer lugar, el capital en su totalidad, se realiza por el movimiento contradictorio de sus fracciones: financiero, inmobiliario (revelando el contenido del actual proceso de urbanización), industrial, comercial. En este momento de la producción del espacio urbano paulistano, la realización del capital financiero engloba una amplia articulación con otras fracciones bajo la coordinación del Estado; es así que empresarios de varios sectores de la industria dirigen sus lucros para el mercado financiero que será aplicado en la producción de los edificios corporativos – configurando un nuevo paisaje. Ese capital-dinero será aplicado en la compra del terreno- lo que significa que una fracción se transforma en capital inmobiliario – en seguida otra parte será aplicada en la construcción civil – esta parte se transforma en capital industrial.
Esos dos momentos indican que esos edificios compuestos de oficinas realizan las fracciones de capital en él invertidos por la mediación del sector inmobiliario que realizará el alquiler y la administración de los inmuebles. Con esto, el dinero de fondos inmobiliarios, potencialmente capital, se va a realizar realizando la propiedad privada del suelo urbano (corresponde al primer momento), y el segundo momento realizando el lucro. Este movimiento que ejecuta el capital financiero, como capital productivo, produciendo el espacio, requiere un tercer momento en que la mercadería – oficina – se realiza por la mediación del mercado de alquileres de inmuebles – aquí la inversión es remunerada bajo la forma de intereses por la aplicación realizada. Lo que importa para el inversor es el retorno de su inversión.
La construcción de oficinas destinadas al mercado de alquiler, objetivando la reproducción de las fracciones del capital (el industrial conectado al sector de la construcción realizando el lucro y el financiero como realización del capital bancario e inmobiliario), tiene como premisa fundamental la realización del valor de cambio (objetivo último de aquellos que compran espacios de oficinas construidos con finalidad de inversión), por la posibilidad de realización del valor de uso, en un momento en que las empresas prefieren disminuir los costos, alquilando y no comprando sus inmuebles. Es así que el uso está en estado latente en ese tipo de inversión, conectado de modo inexorable a la realización del valor de cambio. Hay un carácter “especulativo” en juego (como algo nuevo) que presupone el uso, pero su objetivo en el acto de compra es el valor de cambio que la operación intermediaria de alquiler va a realizar. Lo que se debe resaltar, entonces, es que el uso puede llegar a tener diversos sentidos, una diferencia sustancial entre la compra de una vivienda y la compra de una oficina para ser alquilada. Significa que hay intereses diversos involucrando el uso del espacio, como básico en ambas operaciones inmobiliarias –el habitante compra la vivienda para su uso, mientras que el inversor compra un inmueble para alquilar porque representa un uso para otro y, en este proceso, permite la realización del ciclo del capital financiero invertido en la construcción del edificio. Para que el proceso adquiera el movimiento capaz de permitir su continuidad, el gerenciamiento del edificio es central, porque es necesario tornarlo ocupado todo el tiempo, o sea, sólo el alquiler de los escritorios permite realizar el retorno de la inversión, porque al invertir en la producción de un edificio de oficinas se pretende con el gasto de dinero obtener “más dinero”, bajo la forma del alquiler. Por lo tanto, el alquiler de las oficinas realizará el valor de cambio del producto inmobiliario proporcionando alto retorno para los inversores reflejándose en los precios. Es así que, mientras el precio del m2 útil para la venta en São Paulo presenta una curva descendiente, aumenta el precio del alquiler del m2 útil, lo que ha atraído inversores para el mercado inmobiliario de edificios comerciales, en un determinado lugar de la metrópolis.
Las transformaciones en la economía – teniendo por fin la producción continuada – se realizan reproduciendo el espacio urbano paulistano con consecuencias significativas para la práctica socio-espacial impuestas por el proceso de valorización/desvalorización de los lugares en que el valor de cambio tiende a imponerse a la sociedad en un espacio donde los lugares de apropiación disminuyen hasta casi desaparecer – como es el caso de los espacio públicos.
De esta manera, el desplazamiento de la industria en la metrópolis y el crecimiento del sector terciario revelan la primacía del capital financiero que se va a realizar, en el momento actual, con el proceso de producción de un espacio específico. En una sociedad capitalista, el acceso a la ciudad se da por la mediación del mercado, en función de la existencia de la propiedad privada, por otro lado, el monopolio del espacio separado de las condiciones de medio de producción o vivienda, y a partir de su desarrollo, pasa a ser la fuente de lucro, en la medida en que entra en el circuito económico como realización (económica) del proceso de valorización que la propiedad confiere al propietario. De este modo, el proceso de formación del precio del suelo urbano es una manifestación del valor de las parcelas del espacio, también influenciado por los procesos cíclicos de coyuntura nacional (que incluyen la forma de manifestación de procesos económicos mundiales), hasta aspectos políticos y sociales específicos de determinado lugar. Esos factores se vinculan al proceso de urbanización que, al realizarse, define la división espacial y con eso el valor de las parcelas de espacio urbano. Ese valor será determinado en función del conjunto al cual pertenece y, es en esta interrelación entre el todo y la parte (la localización del terreno en la ciudad) que ocurre el proceso de valorización real o potencial de cada parcela del espacio. Vimos que las transformaciones económicas son acompañadas de estrategias inmobiliarias muy precisas, capaces de dirigir las inversiones en el espacio en un momento en que, según los analistas, en Brasil, el inmueble deja de ser hedge [4] para volverse inversión compensando las dificultades en el circuito normal de producción-consumo, señalando una estrategia de aplicación del capital.
En el núcleo de la cuestión está la localización de cada parcela en relación a aquella determinada por la producción espacial general (la relación entre terreno-barrio, barrio-ciudad) y por lo tanto, varía en función del desarrollo de las fuerzas productivas, esto porque la producción espacial es diferenciada y contradictoria, confiriendo valores a las parcelas del espacio, diferencialmente (Carlos, 1996: 166-173).
En función de la existencia del monopolio, concedido por la propiedad privada del suelo urbano, podemos afirmar que el proceso de valorización no depende sólo de la incorporación del trabajo (producción de infraestructura) en la metrópolis; pudiendo también ser definido por mecanismos económicos que alteran la relación oferta-demanda en el mercado inmobiliario, producido por las crisis económicas, provenientes de las fluctuaciones de los intereses y de las bolsas de valores, de las estrategias inmobiliarias y de la producción de espacio como raridad, así como por los límites impuestos por el poder público en el establecimiento de normas de zonificación y de la creación de políticas urbanas que provocan cambios redefiniendo usos, funciones y precios, provocando así, la valorización/desvalorización de los lugares de la metrópolis. La reproducción de las relaciones sociales se procesa ahora por la lógica de acciones políticas y por el control sobre la técnica y el saber iluminando la presencia contradictoria del estado en el espacio, fundamentada en una estrategia que se quiere hegemónica y con eso organizando las relaciones sociales y de producción a través de la reproducción del espacio, como acción planificadora. Con eso el espacio del “habitar” aparece como secundario en las políticas públicas. Por lo tanto, la cuestión central es aquella de la reproducción, espacio fragmentado en función de intereses privados en busca de rentabilidad y produciendo bajo la forma del edificio corporativo, mueve la reproducción del capital financiero.
Estos procesos metropolitanos aluden a una nueva orden espacio-temporal que se vislumbra a partir del proceso de constitución y mundialización de la sociedad urbana donde es posible percibir las señales de una modernización impuesta en la morfología urbana a través de nuevas formas arquitectónicas, nuevas y anchas avenidas destinadas al tránsito cada vez más denso, que se construyen como inmensas cicatrices en el tejido urbano. Delante de las formas que cambian, que se transforman de modo cada vez más rápido, los marcos de referencia de los habitantes de la metrópolis se modifican, produciendo la sensación de lo desconocido y de lo no identificado, delante de la implosión de los marcos de referencia construidos por la práctica socio-espacial. Aquí las marcas de la vida de relaciones y de los marcos de referencia se esfuman o se pierden para siempre, produciendo lo que llamamos de “estranhamento”[*]. La predominancia del valor de cambio como extensión del mundo de la mercadería se revela también generando las luchas en torno a la vivienda o del espacio público. Las batallas se resuelven por el juego político de las fuerzas sociales y, en ese sentido, el espacio aparece como obra histórica que se produce, continuamente, a partir de las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista apoyada en relaciones de dominación/subordinación. Los movimientos sociales tienden a cuestionar la comprensión de la ciudad como valor de cambio (Carlos, 1992; 1996) y, consecuentemente, las formas de fragmentación y mercantilización del suelo urbano.
Lo cotidiano como condición de la reproducción social
Cómo considerar: a) el hecho de que el desarrollo del modo de producción y de la técnica produjo un nuevo espacio para el capital; b) el empobrecimiento significativo de las relaciones sociales en el momento en que la vida de las personas se adhiere más al universo de la necesidad en lugares delimitados en una rutina organizada de la vida; c) el hecho de que la cosificación de las relaciones sociales desvaloriza al hombre en detrimento del objeto creado, cuya posesión significa riqueza y poder; d) que los rápidos cambios son incompatibles con la estabilidad de ciertas relaciones sociales fundamentadas en la manutención de antiguas relaciones – aquellas que vienen de la historia – y las nuevas relaciones que componen, hoy, el escenario de la mundialización.
La realidad muestra que el desarrollo del mundo de la mercadería invade completamente la vida cotidiana imponiendo una racionalidad homogeneizante, inherente al proceso de acumulación no se realiza, solamente, produciendo objetos y mercaderías, sino creando signos inductores del consumo y nuevos patrones de comportamiento. La racionalidad inherente al proceso de reproducción de las relaciones sociales, en el cuadro de constitución de la sociedad urbana indica que, hoy, el proceso de reproducción toma toda la sociedad. En este contexto, la urbanización debe ser entendida en el ámbito del proceso de reproducción general de la sociedad que tiene el sentido de la constante producción de las relaciones sociales establecidas a partir de prácticas espaciales en un ambiente en constante renovación. La reproducción del espacio urbano se revela como movimiento, significando que la ciudad se va transformando a medida en que la sociedad se va metamorfoseando como consecuencia del desarrollo del capitalismo.
La construcción de la sociedad urbana fundamentada en la mundialización se mueve en el plano local, en dirección a la construcción de una morfología que excluye, segrega y una estética que degenera la calle, donde toda preocupación lúdica se desvanece en un universo en que la recreación es cada vez más sometida al universo de la mercadería, haciendo el turismo y la recreación sectores promisorios de la economía moderna realizados a través de la venta de las particularidades de determinados lugares aptos para ser consumidos. Aquí se revela otro momento de la producción del capital a través de la incorporación del espacio como fuente de lucro. La consideración de lo cotidiano, como categoría de análisis señala las luchas que ocurren alrededor de las estrategias inmobiliarias que producen la segregación, la deterioración del centro, así como las estrategias del capital y la orientación del Estado. Explicita también que la extensión del mundo de la mercadería, la profundización de las relaciones espaciales con el desarrollo de las técnicas de transporte y comunicación, van más allá del límite estrecho de la producción del espacio como mercadería y del ciudadano como fuerza de trabajo, para entender el espacio urbano en su sentido más amplio, el espacio geográfico como una producción social que se materializa, formal y concretamente, en algo pasible de ser abarcado, entendido y apropiado por el hombre, como condición de la reproducción de la vida.
La metrópolis, en el centro del debate, tiene como telón de fondo la articulación entre lo global y lo local, el desarrollo de nuevos sectores de actividad que va produciendo una nueva dinámica urbana en que el espacio adquiere valor de cambio. Así el espacio se reproduce en el mundo moderno palanqueado por la tendencia que lo transforma en mercadería limitando su uso a las formas de apropiación privada. Aquí se delinea una nueva relación espacio-tiempo, con nuevos contenidos, tiempo con su esencia efímera y el espacio sin referencias se constituye como “amnésico”. Tiempo efímero y espacio amnésico redefinen la práctica socio-espacial dando lugar a lo que se llama de posmodernidad.
La geografía de la “reproducción del espacio” – construyendo el camino de una metageografía—.
La cuestión del espacio y de la Geografía, para Harvey, es que son despreciados por la teoría social que prioriza las cuestiones temporales y la historia y no el espacio y la geografía. “Cuando lo hacen tienden a considerar –el espacio y la geografía – de modo no problemático, como contexto o sitio estable de la acción histórica, las relaciones espaciales y las configuraciones geográficas pasan, en la mayoría de los casos, desapercibidas o ignoradas. Nuestra tarea es elaborar una teoría general de las relaciones espaciales y del desarrollo geográfico bajo el capitalismo que puede, entre otros casos, explicar la importancia y evolución de las cuestiones del estado, el desarrollo geográfico desigual; las desigualdades regionales del imperialismo, del progreso y de las formas de urbanización, etc. Sólo así podríamos entender cómo las configuraciones territoriales y las alianzas de clase son formadas y reformadas; cómo los territorios adquieren y pierden poder económico, político y militar, cómo el poder del estado puede ser una barrera para la acumulación libre del capital” (Harvey, 2005b: 142-143).
Contenida en esta citación está la necesidad de construcción de una nueva inteligibilidad para la geografía capaz de superar las fragmentaciones puestas por los estudios geográficos definidores de “tantas geografías” cuanto consigamos fragmentar la realidad. Como camino, la crítica radical sólo ella es capaz de revelar, en su profundidad, el movimiento contradictorio de la realidad que fundamenta la dialéctica del mundo. La producción de un pensamiento crítico sobre la producción del espacio urbano en el mundo moderno revela la profundización de las contradicciones resultantes de la reproducción de la sociedad en un momento de generalización de la urbanización a partir de una nueva relación entre el Estado y lo económico, así como del estado con el espacio, que apoyado en el discurso político que refuerza su capacidad de gestión (del espacio), en un momento en que el suelo urbano aparece como elemento central de la realización de la acumulación. El raciocinio aquí desarrollado no se reduce a las consideraciones alrededor de la globalización redefiniendo los debates sobre el imperialismo, tal como señalado por Harvey, también se refiere a la producción de la “ciudad como negocio”, o sea, apunta hacia la necesidad de comprensión de la reproducción del espacio en todos los niveles escalares como momento y posibilidad de la realización de la reproducción del capital en una totalidad contradictoria.
De este modo se propone, a mi modo de ver, el desafío para la construcción de los términos de una metageografía capaz de iluminar en su complejidad el sentido y la tendencia de la reproducción de la sociedad de manera de superar: a) la reducción de la problemática urbana a la de la gestión del espacio de la ciudad, con el objetivo de restituir la coherencia del proceso de crecimiento; b) la atomización de la investigación, cada vez más invadida por el tiempo rápido que se niega a “habitar el tiempo” impuesto por el productivismo creando una geografía invadida por las necesidades del mercado como orientador de la investigación; c) la subordinación al saber técnico que instrumentaliza el planeamiento estratégico realizado bajo la batuta del Estado, justificando su política; d) el discurso ambiental que vacía la relación sociedad-naturaleza, identificando la dimensión social e histórica de la ciudad a su dimensión natural. Así, la crítica radical de lo existente tiene por objetivo el camino de lo cualitativo, cuestionando la política del estado en sus estrategias como momentos necesarios del entendimiento de la crisis de la ciudad.
La crítica radical de lo existente en su totalidad puede reestructurar el papel de la geografía en el mundo moderno y la construcción de una nueva inteligibilidad – suponiendo la “metageografía” como un desafío – en este encaminamiento se aprehende la vía y el camino para la construcción de un proyecto para la sociedad (Carlos, 2004).
Notas
[*] El término “estranhamento” se refiere a la sensación de sentirse extraño, de no reconocerse en el ambiente.
[1]Evidentemente que con una parte de su obra, aún así, enfoco solamente algunos momentos: The Limits Of Capital; Spaces of Hope; Spaces of Capital: Towards A Critical Geography, y The New Imperialism.
[2]Es necesario destacar que el mercado de materias primas tiene reglas diferentes que el de la mercadería final dirigido al consumo individual.
[3]La condición de raridad del espacio se manifiesta en la metrópolis en áreas específicas. En el centro o en las proximidades del centro. Podemos decir que el fenómeno de la raridad se concretiza por la articulación de tres elementos indisociables: la existencia de la propiedad privada del suelo urbano que guía la ocupación de la ciudad, la centralidad del capital y de las nuevas actividades económicas que no pueden localizarse en cualquier lugar de la metrópolis y el grado de ocupación (índice de construcción) del área en el conjunto del espacio de la metrópolis. A la idea de escasez se asocia también la necesidad de un nuevo patrón constructivo, apoyado en una red de circulación y comunicación específica, porque el ciclo del capital involucra, en cada momento histórico, condiciones diferenciadas para su realización. Es en esta dirección que podemos afirmar que los “nuevos servicios” en función de su especificidad y de la necesidad de proximidad con los otros sectores de la economía, buscan una localización específica con características particulares, que necesita ser creada cercana al centro, porque la centralidad tiene aquí un papel importante. La construcción de la centralidad produce contradictoriamente, la saturación, lo que impide la expansión del sector de servicios en el área central. Por otro lado, los nuevos servicios exigen un tipo de instalación incompatible con las construcciones encontradas en el centro, incompatibles con las necesidades de flexibilización.
[4]“Con la estabilización de la economía, el inmueble pierde el papel de hedge para los compradores y por eso comienza a haber una tendencia de demanda por espacio de alquiler. Entonces es donde entra el inversionista a largo plazo”. “Boletim da Bolsa de Imóveis de São Paulo”, Boletim Databolsa nº 20, São Paulo, 1998 (entrevista com Hermàn Martinez).
Bibliografía
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Referencia bibliográfica
CARLOS, Ana Fani Alessandri. De la “geografía de la acumulación” a la “geografía de la reproducción”: un diálogo con Harvey. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2008, vol. XII, núm. 270 (143). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-270/sn-270-143.htm> [ISSN: 1138-9788]