Scripta Nova |
Quim Bonastra
Departament de Geografia i Sociologia. Universitat de Lleida
quimbonastra@hotmail.com
Romanticismo y naturaleza en la prevención de las epidemias en América del Norte. El modelo paisajista de lazareto y su implantación en Canadá (Resumen)
Desde finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX se desarrollaron, tanto en Canadá como en los Estados Unidos, una serie de establecimientos cuarentenarios que, de algún modo, participaban del ideario romántico, naturalista y paisajista que empezaba a germinar por aquellos entonces en el campo del urbanismo. En el texto se analizan estas ideas y se ponen en relación con los lazaretos canadienses y sobre todo con el de Grosse-Île, ya que éste fue la principal puerta de entrada a Canadá durante todo el siglo XIX y su estudio ofrece un fresco bastante preciso de las diferentes posiciones respecto a la prevención de las epidemias en ese país.
Palabras clave: lazareto, cuarentena, romanticismo, paisajismo, modelos arquitectónicos, siglo XIX, Gosse-Île, Canadá, Norteamérica.Romanticism and nature in the prevention of the epidemics in North America. The landscapist model of lazaretto and its implantation in Canada (Abstract)
From the end of 18th century throughout the 19th century a series of quarantine establishments were developed in Canada and in the United States. Those lazarettos, were heavily based in the romantic, naturalistic and landscapist ideas that began to germinate at this time in the field of urbanism. In this text, these ideas are analyzed and put in relation with the Canadian lazarettos, mainly with the Grosse-Île one. Since this quarantine station was the main gateway to Canada throughout the 19th century, making it our main focus of study would give us a precise depiction about the different approaches regarding the epidemics prevention in Canada.
Key words: lazaretto, quarantine, romanticism, landscapism, architectonic models, 19th century, Grosse-Île, Canada, North America.A partir del segundo cuarto del siglo XIX, los nuevos paradigmas culturales y arquitectónicos relacionados con el romanticismo y el naturalismo entraron con fuerza en Canadá y en Estados Unidos, siguiendo las directrices de la corriente iniciada el siglo anterior en Inglaterra y, en menor medida, en los otros países de Europa. Tal y como explica Reps “in land planning, the new concepts took the form of English garden layouts with curving streets or paths, informal or picturesque landscape planting…”[1]. Pero esta implantación de los postulados paisajísticos y románticos en el diseño urbano siguió un peculiar camino en el que encontramos, constituyendo una de sus etapas, el diseño de lazaretos.
La aplicación del concepto romántico al planeamiento urbano ganó el favor de los promotores de las comunidades suburbanas en la Norteamérica decimonónica después de que sus postulados hubiesen triunfado, en lo que a espacios públicos se refiere, en el diseño de cementerios y parques. Curiosamente, los primeros influyeron tanto al movimiento que propugnaba el emplazamiento de parques en las ciudades, como en su propia morfología[2].
En lo que respecta a los cementerios, el telón de fondo ideológico de su configuración estaba definido, por una parte, por la concepción protestante de la muerte[3]. Este diseño, en sus aspectos formales, estuvo íntimamente relacionado con el cementerio rural inglés, reconvertido en el nuevo continente en cementerio urbano. Reconversión que se llevó a cabo sin que éste perdiera su esencia, puesto que su ordenación intentaba recrear al máximo el espectáculo de la naturaleza considerada en su doble acepción, estética y moral; mayúsculo exponente de la belleza y redentora del alma de sus espectadores[4]. Por otra parte, es importante destacar que los cementerios fueron adoptando la función de lugar de solaz y de paseo para los habitantes de las ciudades norteamericanas que, en el siglo XIX, ya empezaban a tener dimensiones considerables y se encontraban faltas de zonas verdes.
En la mayoría de las ciudades importantes de los Estados Unidos[5], los cementerios de estilo rural representaron un primer paso antes de la implantación de grandes parques urbanos, y sirvieron de acicate a la progresiva percepción de la necesidad de tales equipamientos[6]. De hecho, ya existían en Europa “cementerios jardín” de características parecidas, como el del Père-Lachaise de París, aunque en el modelo de necrópolis rural desarrollado en Norteamérica se daba la primacía a la obra de la naturaleza por encima de la del hombre y se tenía un especial respeto a la topografía existente[7]. Existía una clara intencionalidad de producir sensaciones al espectador. Veamos cómo lo describía Simri Rose, el diseñador de un camposanto de estas características:
"The river, murmuring over its rocky bed, wheeling around immovable cliffs of granite and flint, rolling, on and forever, like the tide of human life, to mingle in the unfathomed and undefined abyss of eternity, imparts an instructive lesson, while the beauties of the scene disarm death of half its terrors".[8]
El primero de estos cementerios fue el de Mont Auburn (figuras 1 y 2) —en Cambridge, Massachussets— abierto en 1831[9], al que siguieron el de Laurel Hill, en Philadelphia —inaugurado en 1836— y el de Greenwood, en Nueva York (1838) y los más tardíos de Mont-Royal (1852) y de Notre-Dame-des-Neiges (1855), en Montreal. Estos cementerios de corte romántico o paisajista se convirtieron rápidamente en lugares turísticos que salían en algunas guías catalogados como “parques a visitar”. En ellos se realizaban actividades de lo más profano que iban desde el picnic hasta la caza[10] y su éxito como lugares de ocio denotaba la necesidad de parques en el seno de las ciudades.
Figura 1 Plano del cementerio de Mont Auburn. Fuente: Walter, 1847. |
Los higienistas, muy marcados por las ideas ambientalistas[11], estaban convencidos de la importante influencia del medio sobre la salud de los individuos y, en consecuencia, sobre sus condiciones de vida en las ciudades, tanto en el plano físico, como en el moral. El contacto con la naturaleza tendría, pues, virtudes moralizadoras e higiénicas. Se creía, incluso, que podía servir de panacea para problemas sociales como la delincuencia, el alcoholismo y la insalubridad del entorno urbano[12]. Por esta razón, hacia mediados del ochocientos, la necesidad de parques en las ciudades norteamericanas se empezó a hacer, si cabe, más perentoria.
Figura 2 Vista del cementerio de Mont Auburn. Fuente: Walter, 1847. |
Numerosas voces clamaban por la creación de estos equipamientos en las cada vez más pobladas urbes que recibían cantidades ingentes de inmigrantes europeos. En el Nueva York de la década de los cuarenta los esfuerzos de personajes como el escritor y editor William Cullen Bryant o Andrew Jackson Downing indujeron el estado de opinión necesario para que la instalación de un gran parque en la ciudad fuera un tema del más alto interés político. Por ello, hacia 1851 se discutió el emplazamiento y, a finales de 1853, se empezó la adquisición de los terrenos de lo que ahora es Central Park[13]. Frederick Law Olmsted ganó el concurso para el diseño del parque, siendo esta intervención la primera de las muchas que realizaría en otras ciudades norteamericanas, incluida la del parque del Mont-Royal (figura 3), en Montreal, inaugurado definitivamente en 1876.
"The value of this city property is to depend on the degree in which it shall be adapted to attract citizens to obtain needful exercise and cheerful mental occupation in the open air, with the result of better health and fitness in all respects for the trials and duties of life; with the result also, necessarily, of greater earning and tax-paying capacities, so that in the end the investment will be, in this respect, a commercially profitable one to the city…"[15]
Figura 3 Mount Royal Design Map, por Frederick Law Olmsted, 1877. Fuente: Sutton, 1979. |
El parque devolvería salud a la corrupción de los cuerpos y los espíritus de los ciudadanos embrutecidos por la promiscuidad de las malsanas habitaciones y la relajación de las costumbres. Al mismo tiempo los convertiría en individuos con mayores beneficios económicos y felices pagadores de impuestos, puesto que podrían afrontar el trabajo con más ganas, después del catártico paso por el remedo de naturaleza que representaba el parque. Se nota que Olmsted tenía tomado el pulso a sus clientes. Todos sabemos que el planteamiento no era nuevo, se trataba solamente de una reformulación desde el gremio de los paisajistas. A nuestro pesar, no podemos profundizar en este debate, que nos aparta del cometido de este trabajo; sirva lo explicado como marco conceptual para el apartado siguiente.
Mientras en Europa triunfaba el modelo pabellonario de lazareto[16], en las antiguas colonias inglesas los diseños cuarentenarios, aunque en ciertos postulados se correspondían con aquél, iban por otros derroteros. Los intentos de racionalización del espacio del lazareto que se llevaron a cabo en las instalaciones mediterráneas durante toda la edad moderna tuvieron poco éxito en el Nuevo Mundo.
Figura 4 Lazareto de Philadelphia, vista, por Frank H. Taylor, 1895. Fuente: Library of Congress, HABS, PA,23-ESTO,1-2 |
De hecho, y a pesar del título de este apartado, la categoría de lazareto romántico o paisajista se define más bien a posteriori. Toda esta serie de ideas estéticas y de connotaciones morales que se acaba de exponer estaban implícitas en la manera de hacer de los diseñadores de los lazaretos pero no se trataba, en ningún modo, de crear un tipo de establecimiento definitivo, no existía una voluntad expresa de crear un modelo. No se podría afirmar, por lo tanto, que las estaciones de cuarentena estadounidenses y canadienses fundadas en la última década del setecientos ni las que les seguirían en las décadas posteriores, siguieran de un modo estricto los postulados que se han mencionado —exponentes de la primera etapa serían los lazaretos de Philadelphia (figura 4), de Nueva York, sita cerca de la localidad de Tompkinsville, en Staten Island (figura 5), o la de Partridge Island, en Saint John, New Brunswick (figura 6), dos buenos ejemplos de la segunda son las instalaciones de la Grosse-Île, en québec o de Williams Head en la Columbia Británica (figura 7)—. Pero tampoco es descabellado asegurar que todas estas instituciones, así como las que irían apareciendo más adelante en ambos países, y en Australia, tuvieron como denominador común la valoración del entorno natural y la dispersión de sus instalaciones a la manera que más tarde se denominaría paisajista o romántica. Se trata, por consiguiente, de la participación de un mismo gusto estético e ideario colectivo.
A nivel funcional, el lazareto de corte paisajista era una evolución del lazareto pabellonario aunque siguiendo los postulados románticos. De hecho se correspondería con el modelo de hospital pabellonario disperso, o en forma de pueblo, que propone Cabal en su tipología[17]. A la imagen de un bucólico y desordenado pueblo —en el que se encontraban esparcidas todas las funciones necesarias para el ejercicio de las operaciones de cuarentena— el modelo paisajista perdía la compartimentación interior, al menos la física, en forma de altos muros que evitaban tanto el contacto visual como el corporal. La circulación interior se realizaba por sinuosos caminos en un entorno natural agradable y salutífero.
Figura 5 View of the New York Quarantine, Staten Island, 1856. Fuente: Library of Congress, PGA - Bennett--View of the New... (C size) [P&P]. |
La amplitud de las instalaciones debía, de algún modo, evitar los encuentros no deseados que era una de las preocupaciones a la hora de diseñar los lazaretos pabellonarios. A pesar de ello, al observar los planos de estos trasuntos americanos, queda un sabor a promiscuidad de las gentes en un lugar en el que resultaba imposible mantener una estricta vigilancia, y más si tenemos en cuenta las descripciones que nos han llegado del funcionamiento alguna de estas instalaciones en momentos de gran afluencia de inmigrantes. En algunos casos, como en el lazareto de Grosse-Île (del que se hablará detalladamente en el siguiente apartado), la constante sensación de desconcierto solía ser fruto de una mala organización y de una falta de convicción en la necesidad de dicha instalación, lo que probablemente debía de suceder en otros lugares. Ahí radica una de las claves del problema, se trataba de recintos construidos bajo la presión de una epidemia por orden de autoridades que, muchas veces, no creían en su utilidad, a lo que se debería añadir que, al menos para Grosse-Île, Partridge Island y Staten Island, los lazaretos fueron configurándose sin seguir un plan preestablecido. Eran, más bien al contrario, lugares que se fueron configurando a base de añadiduras. Otro factor importante jugaba en su contra, la adscripción de gran parte del gremio de médicos, tanto canadienses como estadounidenses, al anticontagionismo y a las tesis miasmáticas[18]. Esta falta de fe en la posibilidad de la transmisión contagiosa de las enfermedades epidémicas provocaba, de algún modo, la insuficiencia de los lazaretos, puesto que, a pesar de que se dictaban medidas cuarentenarias a causa de la gran afluencia de inmigrantes, sus instalaciones se utilizaban, en muchos casos, para que los recién llegados se limpiaran e hicieran lo mismo con sus efectos, antes de poder entrar en el país, y no se seguía de un modo muy estricto el protocolo cuarentenario.
Figura 6. Plan of Partridge Island, N.B., por J. A. Leger, 1909. Fuente: Archives Nationales du Canada, NMC-15898. |
Existían otras razones, de índole ideológica, que ayudan a explicar tanto la penuria de los lazaretos, como su diseño. Debido a su patrón de difusión, el cólera, muy diferente al de la fiebre amarilla —que solamente atacaba en épocas cálidas y parecía tener una pauta arbitraria de difusión—, parecía más sujeto a leyes naturales, actuando solamente a través de causas secundarias. Con un cierto trasfondo calvinista, en ambos países se mezclaba predisposición (como causa segunda de la enfermedad) y predeterminación, para formar el espectro de los posibles receptores de la dolencia. De una dolencia que sí entendía de clases y se cebaba en aquellos que, de alguna manera y siguiendo las ideas citadas, lo merecían. El cólera, explica Rosenberg[19] para la epidemia de 1832 en Estados Unidos, encontraba a sus víctimas implicadas en una conspiración de suciedad, miseria, vicio y pobreza, y sigue:
"The healthy farmers and sturdy mechanics of the United States could, Americans believed, never provide such hecatombs of victims as cholera had claimed for among the pagans, Moslem, and papists of Europe and the East. America had no class to compare with the miserable slum-dwellers of Paris and London or with the brutalized serfs of Nicholas's Russia. Even New England mill hands were as well fed and clothed as any class in the world, their habits perfectly regular and temperate. “With clean persons and clean consciences,” Americans were prepared to meet the disease without trembling".[20]
Argumentos parecidos encontramos en Canadá. Pâquet muestra cómo se criminalizaba moralmente a ciertos individuos considerados vectores de algunas dolencias y se atribuía su estado físico y social al desarreglo de su comportamiento[21]. Más aún cuando se hacía evidente a los ojos de todos la pertenencia de las víctimas tempranas de la primera epidemia de cólera a las clases menestrales. Los prejuicios hacia éstas se dejaban notar en la búsqueda de motivos que explicaran “how victims had rendered themselves liable to the disease. The Irish passion for drink, the French Canadian's love of raw cucumbers, the lower orders' apparent pleasure in squalor and filth”[22]. De todos modos, la evolución posterior de la epidemia, con víctimas entre todas las clases sociales, haría cambiar un poco esta percepción.
Figura 7. Williams Head B.C. Quarantine Station. Plan of Grounds. Fuente: Archives Nationales du Canada, NMC-106035. |
Todas estas razones ayudaban también a explicar la aplicación de los postulados paisajistas a los lazaretos, en los que el entorno natural solamente podría aportar beneficios. Y más aún, si tenemos en cuenta que el miedo estaba considerado como un estado de ánimo que predisponía a la enfermedad[23], y que la visión del entorno debía ayudar a atenuarlo.
En los apartados anteriores hemos trazado lo que creemos que son las bases científicas, culturales, e incluso psicológicas, sobre las que se fundaba este tipo de lazaretos. Hasta ahora estábamos en el campo de las ideas; cuando pasamos al campo de los hechos todo ello se complica por la falta de voluntad de crear un establecimiento modelo, como se hiciera en Francia en el debate sobre el nuevo Hotel-Dieu de París a finales del setecientos[24]. Es por esto que, a falta de memorias, a falta de declaraciones de intenciones, a falta de planos precisos sobre sus primeros balbuceos, nos tenemos que dejar guiar por sus efectos, o, dicho de otro modo, por las opiniones acerca de sus instalaciones y por las múltiples evoluciones que sufrieron. Por esta razón centraré el discurso en el caso concreto del lazareto de Grosse-Île, situado cerca de la ciudad de Québec, que sirvió durante el ochocientos como la principal puerta de entrada de la marea de inmigrantes que fueron a establecerse en Canadá.
Como ya he explicado en otros lugares[25], una de las primeras palabras que nos viene a la mente al pensar en la estación de cuarentena de Grosse-Île es la de improvisación. La andadura de este lazareto estuvo, en muchos casos, marcada por una falta de previsión y por una actuación tardía frente a la evidencia de la epidemia que se presentaba a las puertas del país. En las páginas siguientes veremos como, a pesar de estas eventualidades, la infraestructura sanitaria de la Grosse-Île se adecuaba en gran medida a los postulados paisajistas desarrollados en los apartados anteriores.
La década de 1830 marcó el principio de una inmigración masiva de ciudadanos británicos hacia Canadá. Si en 1831 llegaron unos 50.000 inmigrantes para 1832 se esperaban de 70.000 a 80.000. Si a este hecho, que para algunos sectores de la población de la colonia ya era por si mismo problemático[26], le añadimos el riesgo de importación de una nueva enfermedad epidémica, relativamente desconocida y altamente mortífera como el cólera, que en esos momentos estaba causando estragos en el Reino Unido, el panorama se tornaba desalentador y exigía una respuesta perentoria por parte de las autoridades coloniales. Más aún si tenemos en cuenta las tempranas conclusiones sobre el nuevo flagelo epidémico que relacionaban la suciedad con la enfermedad[27] y las condiciones del viaje transoceánico, que podía durar de seis a nueve semanas, en barcos en los que se aprovechaba todo el espacio disponible y en los cuales las condiciones higiénicas estaban lejos de ser recomendables.
Durante el otoño de 1831 el Quebec Medical Board, aunque no tenía ninguna atribución en el resguardo contra las epidemias, se reunió en pleno para estudiar la nueva enfermedad y discutir acerca de la posición que el gobierno debía adoptar ante la inminencia de una crisis epidémica[28]. Ante la división de opiniones en el seno de este órgano se recomendó actuar como si la enfermedad fuera contagiosa y se sugirió la creación de una estación de cuarentena y de boards of health que aplicasen las reglas de limpieza dictadas por el Privy Council de Londres[29]. El 25 de febrero de 1832 se dictó una ley[30] que, dando respuesta a estas peticiones, serviría para establecer boards of health en la provincia y poner en marcha un sistema efectivo de cuarentena. El lugar designado a tal efecto era la isla conocida bajo el nombre de Grosse-Île (figura 8)[31], que estaría sujeto a autoridad militar y en la cual debían erigirse uno o varios fortines, así como los tinglados y alojamientos para los enfermos que se juzgasen necesarios[32].
Figura 8. Plan of anchorage between Grosse Isle and Margaret Id., por Henry Wolsey Bayfield, 1832. Fuente: Bibliothèque Nationale du Québec, G 3452 G77 1832 B39 CAR. |
La estación de cuarentena nació de manera precipitada, con la apertura de la temporada de navegación[33] los militares iniciaron las primeras obras de desbrozo del suelo, de apertura de caminos y de construcción de las estructuras para dar cobijo tanto a los inmigrantes como al cuerpo médico y al destacamente militar[34]. La situación de provisionalidad que puede deducirse de la simultaneidad de las obras de acondicionamiento y del funcionamiento de la estación de cuarentena fue una constante durante toda la temporada[35]. Sus instalaciones fueron construyéndose a medida que las necesidades lo exigían. Durante la primera fase se elevó una nave que daría cobijo a 300 emigrantes y un hospital para 48 pacientes, con varios edificios anexos que contenían un dispensario, una botica, salas de baño, una morgue, un lavadero, letrinas, almacenes para la paja y para los equipajes, una cocina y los alojamientos del personal y del regimiento. Más adelante, se sumaron a estas instalaciones una estación telegráfica, un horno, un gran pabellón para los emigrantes sanos y algunas vallas para aislar las naves (figura 9)[36].
Figura 9. Plan d'une partie de la Grosse Ile avec quai projetté pour le débarquement des personnes détenues en quarantaine, por André Mathieu, 1832. Fuente: Archives Nationales du Canada, NMC-1440. |
A pesar de los intentos de organizar y de ampliar el lazareto a medida que se llevaban a cabo las consiguientes operaciones de cuarentena y de la infatigable disposición de algunos de los empleados, tanto médicos como militares, el cólera consiguió eludir la improvisada barrera que le habían erigido, cabe decir que sin muchas dificultades, y a principios del mes de julio ya campaba por las calles de Quebec. Debemos añadir que esta improvisación no se manifestaba solamente en el campo de la salud pública sino que, como indica Fecteau[37], era común a la casi totalidad de acciones del estado el cual procedía “par à-coups, au gré des urgences de l’heure”. De este modo, no es de extrañar que la puesta en marcha de un sistema de cuarentena, a causa de lo novedoso de la situación, y teniendo en cuenta que muchos de los médicos quebequenses no creían en el contagio del cólera[38], también fuera un asunto complicado y lleno de problemas a causa de la falta de previsión, de experiencia y, en muchos casos, de autoridad.
Los testimonions del funcionamiento de la Grosse Ile durante el verano de 1832 son numerosos, solamente hace falta seguir los informes del Bureau de Santé de Québec o los del Comandante Militar de la estación de cuarentena, pero para el cometido de este artículo creo de vital importancia la descripción de la vivencia de la cuarentena de Susanna Moodie, una inmigrante inglesa que iba a instalarse con su familia al Alto Canadá. Leamos sus propias palabras:
“a crowd of many hundred Irish emigrants had been landed during the present and former day; and all this motley crew —men, women and children, who where not confined by sickness to the sheds (which greatly resembled cattle-pens)— were employed in washing clothes, or spreading them out on the rocks and bushes to dry.
(…)
The confusion of Babel was among them. All talkers, no hearers —each shouting and yelling in his or her uncouth dialect, and all accompanying their vociferations with violent and extraordinary gestures, quite incomprehensible to the uninitiated. We were literally stunned by the strife of tongues. I shrank, with feelings almost akin to fear, from the hard-featured, sun-burnt harpies, as they elbowed rudely past me.
(…)
The people who covered the island appeared perfectly destitute of shame, or even of a sense of common decency. Many were almost naked, still more but partially clothed. We turned in disgust from the revolting scene, but were unable to leave the spot until the captain had satisfied a noisy group of his own people, who were demanding a supply of stores.
And here I must observe that our passengers, who were chiefly honest Scotch labourers and mechanics from the vicinity of Edinburgh, and who while on board ship had conducted themselves with the greatest propriety, and appeared the most quiet, orderly set of people in the world, no sooner set foot upon the island than they became infected by the same spirit of insubordination and misrule, and were just as insolent and noisy as the rest”.[39]
Veamos la conversación del marido de la escritora con un soldado del regimiento de la estación:
“—It could be no easy task to keep such wild savages in order.
—You may well say that, sir —but our night scenes exceeds far away those of the day. You would think they were incarnate devils; singing, drinking, dancing, shouting, and cutting antics that would surprise the leader of a circus. They have no shame —are under no restraint— nobody knows them here, and they thing they can speak and act as they please; and they are such thieves that they rob one another of the little they posses. The healthy actually run the risk of taking the cholera by robbing the sick. If you have not hired one or two stout, honest fellows from among your fellow-passengers to guard your clothes while they are drying, you will never see half of them again. They are a sad set, sir, a sad set. We could, perhaps, manage the men; but the women, sir! —the women! Oh, sir!”.[40]
De este testimonio interesa señalar la sensación de falta de organización de la estación, injustamente atribuida a los inmigrantes, y los problemas para evitar que se mezclaran los sanos con los enfermos. Es importante recordar que esta situación se debía a la falta de instalaciones y de previsión del número de inmigrantes que debían cumplir la cuarentena al mismo tiempo, y a la realización de las obras de adecuación del lazareto sobre la marcha. El desembarco de las chalupas se realizaba de manera desordenada y éstas lo hacían en cualquier parte de las isla, a pesar de los intentos del destacamento militar de evitar esta eventualidad[41]. A principios de junio los médicos aconsejaron la separación de los inmigrantes que iban llegando de aquellos que ya estaban en cuarentena, cosa que se evitaría con la construcción de una valla alredeor de la nave para inmigrantes[42] y con la erección de otra nave, mucho más grande, para dar cobijo a los inmigrantes[43]. Sabiendo que el testimonio de Susanna Moodie es del 31 de agosto, vemos claramente que, durante esa temporada, la acogida de los inmigrantes fue más que problemática y que muchos de ellos tuvieron que dormir en tiendas de campaña[44].
Acabada la temporada de navegación notamos en el informe redactado por el Bureau de Santé una cierta complacencia respecto al funcionamiento de la estación de cuarentena[45] y un mínimo ejercicio de autocrítica en el que solamente se lamenta el no haber tenido el lazareto a punto antes de la apertura de la temporada de navegación y la falta de algunas infraestructuras que ayudasen al desempeño de las actividades[46]. Por su parte, los miembros del Conseil Médical, encontraban que la Grosse-Île no era el lugar más adecuado para el desarrollo de las actividades cuarentenarias, para las que proponían un nuevo emplazamiento más cercano a la ciudad de Québec[47] y un nuevo sistema de aislamiento en el que los enfermos de cólera serían internados en barcos-hospital y los inmigrantes desembarcarían a las instalaciones en tierra[48].
A pesar de todo lo explicado, sería injusto juzgar el establecimiento de Grosse-Île solamente a partir de los acontecimientos de 1832, sobre todo si queremos ver en ella un exponente de lazareto de corte paisajista. La organización contra la primera gran epidemia con la que se estrenaba el lazareto resultó ciertamente un fracaso —y resultaría un nuevo fracaso durante la visita de la gran epidemia de tifus de 1847, año en el que pasaron por él varios miles de inmigrantes durante la temporada navegable—, pero en las temporadas en las cuales el peligro no era tan patente y la estación no se encontraba sobreocupada, el panorama no era tan decepcionante y se puede decir que el lazareto entraba de lleno en la citada categoría de paisajista. De hecho el entorno en el que se encontraba era del todo acorde con los postulados descritos, según los cuales el contacto con la naturaleza tenía virtudes tanto higiénicas como moralizantes. Volviendo al testimonio de Susana Moodie, se puede apreciar que la Grosse-Île cumplía dichos requisitos:
"The spectacle floated dimly on my sight —my eyes were blind with tears— blinded with the excess of beauty. I turned to the right and to the left, I looked up and down the glorious river, never had I beheld so many striking objects blended into one mighty whole! Nature had lavished all her noblest features in producing that enchanting scene. The rocky isle in front, with its neat farm-houses at the eastern point, and its high bluff at the western extremity, crowned with the telegraph —the middle space occupied by tents and sheds for the cholera patients, and its wooded shores dotted over with motley groups— added greatly to the picturesque effect of the land scene".[49]
Tal como explica Leblond[50], en los años en los que no había epidemias la vida en la estación de cuarentena era bella. Esta afirmación se refiere a la vida del personal que servía en el lazareto, y sobre todo al superintendente y a su familia, pero podemos deducir que se trata de una aseveración extensible al menos al destacamento militar si tenemos en cuenta que tenían suficiente tiempo libre como para dedicarse a quehaceres artístico como la pintura. Un joven militar llamado Henry Hughes Manvers Percy[51] ha dejado una serie de acuarelas en las que la Grosse Ile aparece como un lugar pintoresco donde, presumiblemente, reina un ambiente idílico. En ellas el entorno natural es el protagonista absoluto (figuras 10, 11 y 12). De este modo, si bien la estación era permeable y a todas luces insuficiente en los momentos de grandes epidemias, durante las temporadas apacibles en las que el lazareto desempeñaba normalmente sus funciones preventivas, la estación se nos presenta bajo una cara más amable. La encontramos convertido en un gran jardín en el cual la naturaleza actuará de la manera deseada, aportando sus innumerables beneficios a los inmigrantes europeos. Por todo ello tienen valor estas acuarelas, puesto que muestran el mismo sentimiento que se desprendía del texto de Moodie, en el que —a pesar del desencanto producido por las maneras de los otros inmigrantes, que a un espíritu sensible de esa época debían de parecerle abyectas— era capaz de conmoverse delante del espectáculo sublime que le ofrecía la contemplación de la isla. Del mismo modo, Percy, quien por su cuna tenía necesariamente que compartir el mismo ideario estético que Moodie, dejó plasmadas en sus pinturas las mismas ideas sobre el recinto cuarentenario que la escritora dejara en sus textos.
Figura 10. Vue d'une maison sur la Grosse Île, peut-être les quartiers des officiers, por Henry Hughes Manvers Percy, 1838-1840. Fuente: Archives Nationales du Canada, C-013630. |
Figura 11. Grosse Isle, por Henry Hughes Manvers Percy, 1838-1840. Fuente: Archives Nationales du Canada, C-013624. |
Figura 12. Grosse Isle, St. Lawrence River, por Henry Hughes Manvers Percy, 1838-1840. Fuente: Archives Nationales du Canada, C-013620. |
Por otra parte, sin querer entrar en el conocido debate entre contagionistas y anticontagionistas —sobre el que ya han corrido ríos tinta y sobre el que Goulet[52] ha hecho una significativa síntesis para el caso de Québec— debemos tener en cuenta que, en líneas generales, el paradigma etiológico predominante en esa época para explicar la aparición y el despliegue de las enfermedades epidémicas era el miasmático, sin embargo un gran número de médicos aceptaba también la transmisión contagiosa en una especie de eclecticismo que se ha dado en llamar contagionismo contingente. De todos modos, aunque la estación de cuarentena de la Grosse-Île fuera contestada por amplias capas de la población, del mundo de los negocios y de algunos médicos[53], sus detractores creían que ésta servía, al menos, como una escala previa al desembarco en suelo canadiense, en la cual los inmigrantes podrían lavar su ropa y asearse después de las duras condiciones del viaje transoceánico. Es aquí donde este entorno natural debía realizar su cometido purificador, tanto a nivel físico como moral. Esto no significa que esté intentando asimilar esta variante de lazaretos con las ideas anticontagionistas, no se trataba del único caso en el que los regentes de un lazareto no creían en la doctrina del contagio[54]. Pero las estaciones de cuarentena norteamericanas tenían una especificidad muy importante, en comparación con las europeas, ya que se trataba de instalaciones que debían servir prioritariamente para la cuarentena de personas y no tanto de mercancías, como era el caso de los del viejo continente. Es por esto que, incluso aquellos que no creían en la verdadera utilidad de esta estación y no consideraran que fuese conveniente invertir en sus instalaciones más de lo necesario, veían en ella una barrera útil para poner orden en el importante fenómeno migratorio[55], que era un tema de primera importancia para el país y que, a medida que avanzara el siglo, se tornaría más importante. Cabe decir que también ayudó al mantenimiento del lazareto la periódica reaparición de episodios epidémicos que, de algún modo, se veían frenados en la isla aunque ésta no fuera del todo capaz de contener la pestilencia[56] a pesar de las mejoras que paulatinamente se introdujeron en la disposición del lazareto en cuanto a la separación de los cuarentenistas[57].
La epidemia de 1847 volvió a poner sobre la mesa un tema que ya había surgido en 1832: el control de la calidad de los inmigrantes. A este control había que sumar una revisión de los sistemas de regulación y de representación sociales, el problema lo resume Pâquet en el siguiente párrafo:
"Avec les grandes migrations des années 1830-1834 et 1847, qui rompent les délicats équilibres des rapports sociaux, les responsables politiques du Bas-Canada et du Canada-Uni doivent revoir leur dispositif sécuritaire, afin de rendre la régulation sociale plus efficace. Cette révision s’avère d’autant plus essentielle que les nouveaux venus sont souvent porteurs de maladies contagieuses. Les grandes épidémies (…) sont porteuses non seulement de grande mortalité, mais aussi et surtout de funestes désordres sociaux en puissance, menaçant davantage l’ordre établi déjà fortement contesté sur d’autres questions".[58]
En Estados Unidos, en las Provincias Marítimas canadienses y en Australia se habían puesto en marcha medidas restrictivas de la inmigración que se habían demostrado eficaces para evitar la epidemia de tifus. A la vista del éxito de dichas medidas, políticos como Louis-Joseph Papineau y grupos de ciudadanos pidieron una reglamentación inspirada en la de estos lugares para evitar una inmigración pobre y enfermiza. Esto planteaba la cuestión de qué tipo de inmigrante se quería, cuál de ellos se adecuaba o correspondía a las necesidades del país. Los primeros objetivos de las leyes que se empezaron a presentar en la Cámara consistieron en evitar a los huérfanos, los mayores de sesenta años, las madres que viajasen solas, los lunáticos, los idiotas, los sordomudos, los ciegos y todo tipo de enfermos[59]; en resumen, todos aquellos que no pudiesen valerse por sí mismos. Querían impedir a toda costa que el Canadá se convirtiese en el hospital de América y para ello había que establecer categorías de sujetos admisibles y no admisibles[60]. Los primeros se convertirían en el blanco de las campañas de reclutamiento de inmigrantes empezadas en 1854[61]. Las primeras leyes dictadas tras la Confederación matizaban las actitudes a tomar frente al recién llegado. Con posterioridad, y aunque no cambiasen sustancialmente, las actas de 1869[62], y su revisión de 1872, servirían como telón de fondo en la actuación frente a la inmigración del naciente país, a lo largo del resto del siglo[63].
Todo el “problema” sobre la elegibilidad de los inmigrantes estaba en estrecha relación con los lazaretos, puesto que, en principio, era el primer lugar al que éstos iban a parar después de su viaje trasatlántico. Durante los años que siguieron a la epidemia de tifus, informa O‘Gallagher, se produjo un lento deterioro de las instalaciones de la Grosse-Île, debido al poco uso que se les dio. En 1857, la titularidad pasó de las manos del Gobierno Imperial a las del Parlamento del Canadá Unido que tenía, así, plenos poderes para su explotación. La Grosse-Île se puso bajo la supervisión del Ministerio de Agricultura, el organismo con más atribuciones en lo que respectaba a la inmigración[64]. La instalación seguía siendo, no obstante, permeable. A pesar de los esfuerzos para segregar a sanos y enfermos, teniendo como referente la epidemia de tifus, la cuestión presentaba muchos más matices. La Grosse-Île solamente podía separar “the clearly sick from the apparently well”[65]. Esta afirmación sirve tanto para el brote de cólera de 1849, como para la epidemia de 1854. En esta última fecha se volvieron a repetir errores, concretamente la mezcla de los pasajeros de un barco que había perdido a seis de ellos durante el viaje a causa del cólera con los de otro buque sin ninguna incidencia a bordo. Todo indica que los médicos encargados en esos momentos de la cuarentena dudaban de la utilidad de tales medidas[66].
Después de la epidemia, el Central Board of Health recomendaba mejoras en la isla porque eso permitiría la segregación de los infectados y serviría para un primer lavado y purificación de los inmigrantes[67]. Se trataba, en definitiva, de las mismas razones que se esgrimieron en 1832 para mantener abierto el lazareto.
En 1866, el Central Board of Health publicaba una memoria sobre el cólera[68] en la que se preguntaba si las cuarentenas podían impedir la importación y la difusión de las enfermedades pestilenciales, la respuesta era la siguiente:
"il semble que l’expérience a répondu dans ce sens que, nonobstant que les plus sévères quarantaines (comme fait général) n’aient jamais réussi à procurer tous les avantages promis par les partisans extrêmes de ces mesures, elles ont, néanmoins, toujours eu pour effet de retarder le moment de l’invasion des maladies pestilentielles et d’en amoindrir l’intensité, en diminuant l’acticité des foyers premiers d’infection".[69]
Por lo demás, consideraban que el cólera podía atacar a cualquiera aunque normalmente se extendiese con mayor facilidad allí donde coincidía la aglomeración de personas, la miseria y la suciedad. También se temía más virulento cuando entraban en juego la intemperancia y otros vicios[70]. En cuanto a su naturaleza, consideraban que no era el momento de discutir si era una enfermedad contagiosa, epidémica o pestilencial, solamente constataban que lo más sabio era actuar teniendo en cuenta que podía ser transportada por las cosas y las persona e incluso por las corrientes de aire y agua. De todos modos, ellos repetían que para evitar las numerosas víctimas del cólera y de las otras enfermedades epidémicas bastaba con “une heureuse disposition d’âme et d’esprit, des conditions de salubrité bien entendues, de la prudence, une foi pleine d’espoir” y “des habitudes de modération et de tempérance”[71].
En lo que respectaba a la Grosse-Île, la mención era más bien tibia. Aparte de considerar excelente el lugar donde se encontraba la estación de cuarentena, solamente decían que bastaba con equipar el admirable establecimiento según lo exigieran las circunstancias. Añadían que también podía ejecutarse un sistema razonable de secuestro, siempre y cuando se presentaran las garantías contra la infección como era preceptivo esperar de los establecimientos de cuarentena, sin ser por eso vejatorio para el comercio[72]. ¿Se trataba de críticas veladas a un lazareto que apenas había conseguido parar las epidemias a las que había hecho frente, de un total desconocimiento de lo que se estaba tratando o de simple indiferencia frente al tema? No resulta nada extraño que en estas fechas William Marsden publicara su plan de cuarentena en el que proponía la erección de un lazareto de corte pabellonario, basado en una estricta separación de todas las instalaciones del recinto, y en el que todas las operaciones y movimientos desarrollados en su interior estaban concienzudamente estipuladas a priori[73].
La política de la recién nacida Confederación, y la contratación de Frederick Montizambert como superintendente médico de la isla, supusieron importantes cambios en la gestión de la Grosse-Île, que contrastaban con el inmovilismo que había conocido desde su apertura. Desde que empezó a desempeñar sus funciones, Montizambert comenzó a hacer sugerencias con el fin de mejorar las instalaciones y hacer más eficiente el sistema de cuarentena[74]. De hecho, las pocas mejoras que se habían efectuado desde el año del tifus consistían en la compartimentación del lazareto en tres sectores —sucio, el del este (figura 13); administrativo, el del centro y, limpio, el del oeste (figura 14)— y la erección de un lavadero, en 1855, para la ropa de los inmigrantes en el sector limpio, labor que, hasta ese momento, se había realizado en el río. Montizambert se cuidó, en la era prebacteriológica, sobre todo de mantener la estación en buenas condiciones y de la construcción de un gran hospital, en 1881, en el sector sucio de la isla.
Figura 13. Grosse Ile, 1850. Los sectores descritos en el texto no coinciden con la leyenda de la imagen porque se trata de un cambio posterior. Fuente: Archives Nationales du Canada, NMC-53839-1 (detalle). |
Figura 14. Grosse Ile, 1850. Fuente: Archives Nationales du Canada, NMC-53839-2 (detalle). |
Montizambert, de todos modos, también intentó cambiar la manera en que se realizaba la cuarentena. La mejora de la navegación marítima hacía que los inmigrantes llegaran más sanos, a lo que contribuía el hecho de que los viajes fuesen más rápidos, los barcos más salubres, confortables y compartimentados, y que éstos contasen, además, con un médico entre la tripulación. Aunque los capitanes de los barcos trataban de escabullirse de su obligación, renovada en 1872[75], de parar en la Grosse-Île para la inspección médica y así ganar tiempo. Los cuatrocientos dólares de multa que se pagaban como máximo en caso de infracción, valían la pena si el barco no se detenía en el lazareto. Además, en el puerto de Québec existía también la posibilidad de pasar una inspección médica, por lo que los patrones intentaban en muchas ocasiones no parar en la isla, muchas veces a instancias de los directores de las compañías de transporte marítimo[76]. Tanto era así que en 1882 no se detuvo ningún barco en la estación de cuarentena[77].
A principios de la década de los ochenta, el superintendente de Grosse-Île empezó una campaña para revisar la legislación sobre la cuarentena[78]. Por un lado, consideraba que las multas a sus infractores eran insuficientes; por otro, creía que el desembarco de todos los pasajeros de un navío con enfermos a bordo en el lazareto era exagerado en la época del vapor. Para Montizambert el descenso a tierra de los afectados era suficiente para las enfermedades poco graves, como la rubéola y la escarlatina, o algún caso debidamente aislado de viruela. Para las más peligrosas, como el cólera, la fiebre amarilla, el tifus o la viruela, creía que todos los pasajeros debían desembarcar en la estación para la limpieza del mismo y la hospitalización de los enfermos[79]. El doctor Montizambert estaba intentando, de alguna manera, abolir la cuarentena y cambiarla por métodos de protección más rápidos. En 1885, volvería del congreso de la American Public Health Organisation convencido de las nuevas teorías bacteriológicas y del sistema de saneamiento marítimo propuesto por el doctor Joseph Holt[80].
Más tarde, a partir de la década de 1890, y con los postulados bacteriológicos en vigor, hizo numerosas obras que asegurarían el papel del lazareto como infraestructura de prevención de las epidemias, pero esta historia ya se aparta de la intención de este texto. Lo sustancial, en este caso, era el análisis del conjunto de las ideas y mentalidades que influyeron en esta estación de cuarentena y en su diseño paisajista.
En este texto se han esbozado las bases científicas, culturales, psicológicas y estéticas del modelo paisajista de lazareto, categoría por otra parte complicada, puesto que debemos aprehenderla a posteriori y teniendo más en cuenta algunos aspectos cuasi escondidos de su concepción que aquellos propios de su disposición, aunque se ha visto que estos últimos eran también importantes.
En primer lugar es necesario destacar que los lazareto de tipo paisajista, de los que encontramos muestras en Canadá, los Estados Unidos y en Australia, difería de los lazaretos europeos[81] en el destinatario final de la prevención cuarentenaria, mayoritariamente inmigrantes en el primer caso y mercancías en el segundo. De este modo los lazaretos paisajistas necesitaban de unas instalaciones muy diferentes a las que estaban en boga en la Europa de aquel tiempo, consagradas casi exclusivamente al tráfico de mercancías.
En segundo lugar, la contestación a las cuarentenas desde diversos círculos de presión, hacía que, al menos en el caso de Canadá, no se gastara más de lo imprescindible en infraestructuras cuarentenarias, puesto que eran percibidas como algo innecesario. Cosa que explica la constante penuria de sus instalaciones. A todo ello debemos sumar la falta de acuerdo entre los médicos acerca de la aparición y propagación de ciertas enfermedades epidémicas, como la fiebre amarilla, el cólera o el tifus, aprovechada por los detractores de las cuarentenas.
De todos modos, las masivas oleadas migratorias desde Europa, eran vistas como un gran problema a causa de la falta de medios para gestionar su “prise en charge” —sobre todo en los periodos de riesgo de epidemias— y la fractura social que se percibía, ayudaron en cierto modo a dar sentido al sistema cuarentenario canadiense, sobre todo a la estación de la Grosse-Île. Ésta, independientemente de su utilidad a la hora de frenar las epidemias, sería útil como una primera escala de los viajeros antes de llegar a tierra. Escala que serviría para su limpieza y la de su equipaje.
Es en este momento en el que conviene buscar la relación con las bases culturales, estéticas y psicológicas sobre las que se asientan los lazaretos paisajistas. Tratándose de un entorno natural, y sabiendo la importancia que durante el movimiento romántico se atribuyó a la naturaleza, adquieren sentido toda una serie de actuaciones tanto a nivel de diseño como de funcionamiento de estos lazaretos. Llevando la idea hasta su última consecuencia se puede afirmar que si el lazareto debía frenar la epidemia, el entorno natural en el que éste estaba situado debía aportar a los inmigrantes toda una serie de beneficios físicos, pero sobre todo morales, que les prepararan para su entrada en el país, y más aún si tenemos en cuenta que se tenía la percepción de que los inmigrantes que arribaban eran el excedente social de los países europeos. De este modo para construir el nuevo país se necesitaba músculos y salud, pero también un cierto ideal moral que, de algún modo, ayudaría a alcanzar el paso por el lazareto.
[1] Reps, 1965, p. 325.
[2] Ibidem.
[3] Remitimos al lector a la obra de Brian Young (Young, 2003) en la que se muestra claramente, y entre otras cosas, la perpetuación del orden social establecido incluso después de la muerte.
[4] García, 2000, p. 123.
[5] Y en Canadá, al menos en Montreal.
[6] Marsan, 1994, p. 297.
[7] Howett, 1977, p. 11.
[8] Reproducido de Howett, 1977, p. 11.
[9] Este cementerio tenía “tous les éléments associés à la tradition romantique: étangs naturels, pelouses ondoyantes, allées sinueuses, groupements de bosquets et d’arbres disposés aux endroits visuellement stratégiques, etc.“. Marsan, 1994, p. 298.
[10] Ibid., p. 299.
[11] Para una exposición de las ideas ambientalistas ver Urteaga, 1993.
[12] García, 1998, p. 372-373.
[13] Una historia completa de este conocido parque puede encontrarse en Rosenzweig & Blackmar, 1992.
[14] Sutton, 1979, p. 10.
[15] Fragmento de una carta de Olmsted a los propietarios del Mont-Royal, reproducida en Sutton, 1979, p. 199.
[16] Éste estaba basado, en primer lugar, en una severa y concienzuda segregación de los cuarentenistas en un numerosos recintos que podían acoger separadamente a las tripulaciones y mercancías de diferentes barcos. En segundo lugar, se fundaba en la concepción dinámica de la función cuarentenaria, atendiendo a los diferentes estadios de la enfermedad y de la cuarentena. Y, en tercer lugar, en el estudio y disposición adecuada de los flujos de personas y mercancías en el interior del recinto, que evitaba los encuentros no deseados y que debían disminuir el riesgo de contagio. Lo explico más ampliamente en Bonastra, 2006.
[17] Cabal, 2001.
[18] Ver, Ackerknecht, 1948. De todos modos, como muestran otros autores, parece que la postura más extendida era la del contagionismo contingente, que podía aceptar la transmisión contagiosa de algunas enfermedades epidémicas, pero siempre a condición de que fuera en conjunción con ciertos factores medioambientales, ver al respecto Goulet & Keel, 1991.
[19] Rosenberg, 1987, p. 15.
[20] Ibid., p. 15-16.
[21] Pâquet,1999, p. 284.
[22] Bilson, 1980, p. 33-34.
[23] Las pasiones del alma eran la sexta de las seis cosas no naturales que para el sistema hipocrático galénico podían influir en el balance humoral y producir o predisponer a la enfermedad
[24] Estos debates dieron como resultado la formulación final del hospital pabellonario el cual, a su vez, estaba en el principio del modelo pabellonario de lazareto. Para un estudio sobre los debates acerca de la configuración del primero ver Foucault et al., 1979.
[25] Bonastra, 2005 y Bonastra, 2006.
[26] Formaban el grueso de este contingente agricultores irlandeses expulsados de sus tierras, artesanos ingleses arruinados, obreros agrícolas sin trabajo y soldados jubilados. Se trataba pues de ciudadanos que, de algún modo, representaban, o representarían, una carga para el gobierno británico a causa de su pobreza. Como explica Fecteau, la llegada de estos inmigrantes pobres “vient rapidement disloquer le faible échafaudage des appareils de prise en charge de la pauvreté et de la délinquance, rompre l’équilibre fragile des rapports sociaux aux sources de la régulation. Elle pose, avec un brutalité dramatique, le problème concret du contrôle des masses pour les classes dominantes”. Fecteau, 1989, p. 210.
[27] La opinión pública de la provincia estaba al corriente de los avances del cólera en el mundo por medio de periódicos como el The Québec Mercury el cual había publicado reportajes durante el año 1831. En la edición del 14 de enero de 1832 y firmado bajo el pseudónimo Cholera Morbus, se publicó una carta que advertía de la simpatía que esta enfermedad tenía por la suciedad, la pereza y el alcoholismo.
[28] De hecho, según algunos autores, la temporada de navegación de 1831 ya había traído el cólera a Canadá aunque con una incidencia en cuanto a mortalidad menos importante. Ver Lapointe-Roy, 1987, p. 33-34 y Bernier, 1989, p. 113. En cualquier caso en septiembre de ese año, poco antes del cierre de la temporada de navegación, ya se había dictado una ley de cuarentena que no especificaba el lugar donde se debían cumplir los periodos de contumacia, se trata de la 35 George III, cap. 5.
[29] Bilson, 1980, p. 6.
[30] 2 William IV, cap. 16.
[31] El Capitán Henry William Bayfield, de la Marina Real, fue el encargado de elegir el lugar más a propósito para la instalación de una estación de cuarentena, leamos las razones que aduce para la elección de la Grosse-Ile en una carta enviada el 2 de febrero de 1832 a Thomas Ainslie Young, presidente de la Comisión relativa a los hospitales de la Cámara de la Asamblea: “Il me semble que les conditions que l'on doit exiger pour un lieu de Quarantaine, sont, que le mouillage y soit à l'abri de tous les vents et des mauvais temps, et qu'il soit éloigné, à une certaine distance du lieu où passent ordinairement les Vaisseaux, et des parties habitées du rivage. Il n'y a que le mouillage entre la Grosse Ile et l'Ile Marguerite, qui possède ces avantages. Le fonds de ce mouillage est bon, le courant n'est pas aussi fort qu'au Québec et 30 à 40 Vaisseaux y peuvent mouiller en toute sûreté. L'accès ne n'est pas difficile, et il en sera encore plus facile à l'aide du Plan que j'envoie avec cette Lettre, conformément au désir du Comité. Si l'on a en vue d'y débarquer les malades, la Grosse Ile est un lieu très propre pour cet objet; c'est un endroit sec et salubre; une grande partie des terres en est faite, et elle est entourée d'eau douce en tout temps de la marée. Sa situation est telle qu'on peut prévenir toute communication avec les Vaisseaux en Quarantaine, avec plus de facilité que dans tout autre mouillage”. Minutes des témoignages…, 1832.
[32] 2 William IV, cap. 16, párrafo XXII.
[33] No olvidemos que durante los meses de invierno gran parte del río Saint-Laurent permanece absolutamente helada y la navegación es, por tanto, imposible.
[34] Ver la carta del 11 de mayo de 1832 del Capitán H. Reid, comandante de la estación de cuarentena de la Grosse Ile, al Teniente Coronel J.B. Glegg, Secretario Militar: “Les Soldats, lorsqu'ils ne sont pas en devoir, sont employés à ouvrir des sentiers de communication, à nettoyer le terrein pour les différentes bâtisses, et à creuser un puits; mais nous avons si peu d'hommes jusqu'à présent, que l'ouvrage, n'est pas très-avancé, quoiqu'il en ait été fait beaucoupo si l'on considère le nombre d'hommes qu'on a employé”. Reid, 11/05/1832.
[35] Se deduce claramente de la correspondencia entre el comandante de la estación de cuarentena con el mando militar, así, por ejemplo, en la carta del 10 de junio leemos: Je prendrai toutes les précautions pour mettre à effet les ordres de sa Seigneurie, pour empêcher toute communication avec les Emigrés débarqués des Vaisseaux en quarantaine; et cela, sera encore plus facile à exécuter lorsqu'on aura achevé la clôture qu'on est après faire autour des Appentis pour les Emigrés"; Reid, 10/06/1832. El 18 de julio Glegg ordena a Reid: "J'ai reçu ordre de Sa Seigneurie, le Commandant de forces, de vous écrire de permettre qu l'on bâtisse d'un Appentis, pour recevoir les Emigrés à la Grosse Ile, conformément á la recommandation de Bureau de Santé". Glegg, 18/07/1832.
[36] Chartré, 1992, p. 8-9.
[37] Fecteau, 1989, p. 210 y ss.
[38] Ver, a este respecto, Goulet, 1993, p. 83-93. Sabemos por Leblond que George Mellis Douglas, quien en 1832 era el superintedente médico de la estación de cuarentena de Gaspé (una región del Quebec situada en la orilla sur de la desembocadura de Saint-Laurent) y que a partir de 1836 ocuparía el mismo puesto en la estación de la Grosse Ile, era un ferviente defensor de la no contagiosidad del cólera, tal y como expuso en 1847 en el British American Journal of Medical and Physical Science; Leblond, 1969, p. 148.
[39] Moodie, 1852, p. 11-12.
[40] Ibid, p. 13-14.
[41] Reid, 11/05/1832.
[42] Sabemos que dicha valla ya se estaba construyendo hacia el 10 de junio. Ver Reid, 10/06/1832.
[43] El permiso para la construcción de ésta fue dado el día 18 de julio, ver Glegg, 18/07/1832. De esta carta se deduce la lentitud y el sinfín de pasos y estamentos a los que estaba sujeta cualquier idea de mejora de la estación de cuarentena. En este caso solamente vemos la articulación de la respuesta, el Bureau de Santé recomienda al Gobernador en jefe, el cual sopesa la propuesta y ordena al jefe militar de la estación.
[44] Esto ocurría a pesar de la construcción de la nueva nave que, según el informe de Reid a Glegg de 2 de agosto de 1832, servía para que los emigrantes que llegaban con certificado de salud se limpiaran. En esta fecha, se encontraban cumpliendo cuarentena en la Grosse-Île más de mil personas, sin contar los que se esperaban a bordo de los barcos; Reid, 02/08/1832
[45] "Le Bureau conçoit que ce qui été fait à la Grosse Isle, surtout par l'augmentation des abris pour les passagers, et par les règlements adoptés pour leur purification, aussi bien que celle des vaisseaux, donnera de grandes facilités à l'exécution avantageuse de cette partie de la loi sanitaire à l'avenir"; Voyer & Leslie, 1833.
[46] "Si l'on continue l'établissement de la Grosse Isle, le Bureau recommande que l'on prenne de bonne heure des mesures pour avoir tout prêt à être mis en pleine opération au commencement même de la navigation". Ibidem.
[47] El lugar propuesto era el conocido como Trou Saint-Patrice: "... le Trou Saint-Patrice est situé sur l'île d'Orléans, du côté gauche du fleuve Saint-Laurent, en descendant. C'est là qu'au temps des bâtiments à voile les capitaines ancraient leurs navires pour attendre le bon vent. On y voyait parfois jusqu’à sept ou huit navires ensemble" Roy. 1944, vol. 2, p. 193
[48] "Que tous les Ëmigrés seront détenus au moins cinq jours au trou de St. Patrice, où on les pourvoira d'abris convenables comme il est dit ci-dessus, lesquels abris seront divisés de manière à empêcher toute communication entre ceux qui auront fait une telle quarantaine et ceux qui ne l'auront pas faite". Painchaud, & Marsden, 1833. Resulta curioso que uno de los firmantes de este documento fuera un jovencísimo William Marsden, gran convencido de la propagación contagiosa del cólera y del cual me he ocupado en otro artículo, ver Bonastra, 2005.
[49] Moodie, 1852, p. 7.
[50] Leblond, 1975, p. 114
[51] Del cual sabemos que nació en 1717 en el seno de una familia aristocrática inglesa y murió en 1877, que sirvió en la guerra de Crimea, de la cual salió con honores, y que acabo su carrera militar con el rango de Teniente General.
[52] Goulet, 1992, p. 74-121.
[53] Ya se ha dicho que George Mellis Douglas, el que fuera superintendente de la estación a partir de 1836, no creía en la contagiosidad del cólera,.
[54] Por ejemplo, Salvador Capmany, el director del lazareto de Barcelona en 1821, durante la conocida epidemia de fiebre amarilla, era un antocontagionista notorio, cosa que se puede ver en sus escritos en el Periódico de la Sociedad de Salud Pública de Cataluña.
[55] Bonastra, 2005.
[56] Bilson, 1980, p. 119.
[57] Me he ocupado de ello en Bonastra, 2006, p. 343-347 y 352-355.
[58] Pâquet, 1999, p. 273.
[59] Ibid., p. 287.
[60] Una rápida ojeada a las leyes concernientes a la inmigración en este periodo nos lleva por el mismo camino: En 1849 la 12º Victoriae, cap. 6. Acte pour abroger certains actes y mentionnés, et pou établir de nouvelles dispositions aux émigrés, rezaba su décimo párrafo: “si après examen il se trouve parmi les dits passagers, des lunatiques, idiots, sourds et muets, aveugles, ou personnes infirmes ne faisant pas partie d’une famille d’émigrés (…) exigera du patron du dit bâtiment (…) une obligation envers Sa Majesté pour la somme de soixante-quinze louis courants pour chaque passager dont il aura été ainsi fait rapport spécialement, la dite obligation ayant pour but d’indemniser et rembourser cette province ou toute municipalité, village, cité, ville ou comté, ou institution charitables en icelle de toutes les dépenses ou charges auxquelles elle pourrait être soumise, dans le cours de trois années, à dater de l’exécution de la dite obligation pour le maintient ou support de tout tell passager». Se pasaba pues la pelota al campo de los propietarios de los barcos que ya se encargarían de elegir bien a sus pasajeros puesto que esto podía suponer establecer una hipoteca sobre el barco que transportase estos inmigrantes si no hacía efectiva la obligación. Idénticas medidas encontramos en 17 Victoriae, cap. 86, párrafo VII, de 1953 conocida como Acte pour amender et refondre les lois relatives aux Émigrés et à la Quarantaine, en el párrafo XII de la misma ley el pago de esta obligación se hacía extensivo a cualquiera que durante los tres primeros años pudiese necesitar la beneficencia pública.
[61] Hay que tener en cuenta que la Provincia de Canadá obtuvo en 1853 las competencias en materia de inmigración.
[62] 32-33 Victoriae, cap. 10. Acte relatif à l’immigration et aux immigrants. En esta ley se hacía aún más hincapié en los inmigrantes necesitados de ayuda, creemos que es interesante reproducir el párrafo XVI relativo a éstos: “Le gouvernement pourra, chaque fois que cette mesure sera nécessaire, faire défense par une proclamation de débarquer des immigrants nécessiteux ou indigents dans les ports ou quelqu’un des ports du Canada. Tant que le commandant du navire sur lequel ces immigrants sont embarqués n’aura pas versé entre les mains d’un agent canadien d’immigration la somme d’argent nécessaire pour procurer temporairement aux dits immigrants la subsistance et le moyen de se rendre au lieu de leur destination; et pour le temps que les immigrants nécessiteux auront à passer à bord du navire, par suite de cette défense, le gouverneur pourra faire assigner un lieu convenable d’ancrage à ce navire, le faire visiter et inspecter par le médecin surintendant ou le médecin visiteur du port ou de l’établissement de quarantaine, et faire prendre sur le navire les mesures nécessaires pour empêcher qu’il ne se déclare ou ne se propage des maladies parmi les passagers du navire et la population de terre”.
[63] Para más informaciones sobre las actitudes hacia la inmigración del nuevo gobierno canadiense ver Bilson, 1988.
[64] O'Gallagher, 1987, p. 71.
[65] Bilson, 1980, p. 119.
[66] Central Board of Health, 1855.
[67] Ibid, p. 10-14.
[68] Taché, 1866.
[69] Ibid., p. 5.
[70] Ibid., p. 7.
[71] Ibid., p. 23.
[72] Ibid., p. 26.
[73] Bonastra, 2005.
[74] Bilson, 1985, p. 388.
[75] 35 Victoriae, cap.27.
[76] Tétreault, 1995, p. 14.
[77] Ver Minister of Agriculture, 1883, p. xvii.
[78] Parte de estas quejas se encuentran en los memorias anuales del ministerio de agricultura. Ver, por ejemplo, Minister of Agriculture, 1882 y Minister of Agriculture, 1883.
[79] Minister of Agriculture, 1882.
[80] Lo explico sucintamente en Bonastra, 2006, p. 184-185.
[81] Tanto de los construidos desde finales de la Edad Media como los que se estaban construyendo por aquel entonces.
Minutes des témoignages pris devant le Comité Spécial sur le Message de Son Excellence le Gouverneur-en-chef, du 3 Février 1832, relativement au Choléra Morbus. Appendice du XLIe Volume des Journaux de la Chambre d'Assemblée de la Province du Bas-Canada. Québec: Neilson & Cowan, 1832.
Ackerknecht, Erwin H. Anticontagionism between 1821 and 1867. Bulletin of the History of Medicine, vol. XXII, nº 5 , 1948, p. 562-593.
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