Scripta Nova |
Jorge Muñiz Sánchez
Universidad de Oviedo
jorgemunizsanchez@gmail.com
La construcción social del espacio en el poblado minero metalúrgico de Arnao (Asturias), 1855-1937 (Resumen)
En los inicios de la industrialización en Asturias los patronos implementaron una serie de medidas tendentes a adaptar a los nuevos obreros industriales a la incipiente forma de producción. Estas técnicas, entre el paternalismo y el panoptismo, tuvieron como centro de sus estrategias el espacio, elemento imprescindible para las distintas pretensiones de moldeado.
En los últimos años, el rico patrimonio industrial asturiano ha sufrido importantes pérdidas, derivadas de una concepción errónea de las administraciones, que han venido considerando por separado los vestigios residenciales, protegidos en muchos casos, y las instalaciones industriales, de las cuales sólo están siendo respetados elementos de especial relevancia que están amparados de oficio por ley, como los castilletes. Se pretende aquí aportar un ejemplo práctico de cómo los espacios habitacional y productivo forman un todo cuyo significado y alcance es imposible de captar si se priva al conjunto de cualquiera de sus partes.
Palabras clave: minero-metalurgia, patrimonio industrial, espacio, sociabilidad, paternalismo.Space’s social construction in Arnao, a metallurgic asturian miner village, 1855-1937 (Abstract)
At the beginning of industrialization in Asturias, employers implemented measures designed to adapt the new industrial workers to the incipient way of production. These techniques, between paternalism and panoptism, had as the center of its strategies the space, a key to the different molding plans.
In the last years, the rich Asturian industrial heritage has suffered important loss, been considering separately residential heritage, protected in most of cases, and the industrial installations, relevant elements just are being respected and protected by law.
We try and give a practical example of how fields both residential and productive are part of a whole whose meaning and scope is impossible to get if any of the parts is skipped.
Key words: metallurgy-miner, industrial heritage, space, sociability, paternalism.El poblado industrial objeto de estudio se encuentra en el concejo de Castrillón, perteneciente a la comarca de Avilés, en la costa central asturiana. Esta zona no estará al margen de las luchas entre absolutistas y liberales a lo largo del primer tercio del siglo XIX, aunque la Real Compañía Asturiana de Minas (RCAM) inició su actividad —y no por casualidad, ya que estaba impulsada precisamente por liberales— justo en el momento en que, a la muerte de Fernando VII, esta opción inicia su asentamiento definitivo. En cualquier caso, éste no se producirá sin sobresaltos, ejemplificados en la zona en la aparición de partidas carlistas en 1835, aunque éstas tuvieron más carácter de guerrillas aisladas que de movimiento con una mínima implantación real entre los campesinos, como sí sucedió en otros lugares (De la Madrid 1997, p. 71). En lo económico, Asturias era una región atrasada debido a sus estructuras agrarias arcaicas y la insuficiencia del comercio y la industria, también basados en formas añejas, todo ello agravado por los efectos de la Guerra de Independencia. En cualquier caso, la economía cerrada y de autosubsistencia que determinaba lo anterior se veía salpimentada en el caso de Avilés por la actividad generada por el puerto, las ferias y algunas actividades manufactureras preindustriales. La situación del campesinado no era buena, ya que aunque se daban las condiciones para el desarrollo de una agricultura mercantilizada, gracias a la absorción de la propia villa y sobre todo al comercio a través del puerto, los agricultores no pudieron acceder a la propiedad de unas tierras de elevado precio. En las desamortizaciones vieron cambiar de titularidad las tierras que llevaban sin poder hacer nada. En particular, en Castrillón se subastaron foros y fincas de los avilesinos conventos de La Merced, San Francisco y San Bernardo (Moro 1981, p. 151 y ss.). Asimismo, la población experimentaba un crecimiento sostenido dentro de un ciclo demográfico antiguo, con alta mortalidad y episodios catastróficos por hambre o epidemias, una situación que sólo era sostenible gracias a la emigración trasatlántica (De la Madrid 1997, p. 85-87 y 98).
Durante la primera etapa de la Restauración el distrito estuvo dominado por una dinastía liberal local, en la persona de Julián García San Miguel, que ganó diecisiete veces las elecciones gracias a su nutrida red de influencias y sólo fue desbancado, después de tres décadas de dominio, por un prometedor joven republicano, José Manuel Pedregal, llamado a ocupar altas responsabilidades y que convertiría el distrito en feudo reformista (De la Madrid 1997, p. 118-122). La economía comarcal, por su parte, experimentó un cierto despegue industrial en los últimos años del XIX y los primeros del XX, debido en gran medida a la repatriación de capitales cubanos por parte de los muchos indianos fruto de la emigración tradicional en la zona. De todos modos, aunque se establecieron algunas fundiciones y fábricas de sidra o harina, los dos únicos centros industriales dignos de tal nombre eran la Asturiana de Minas y la azucarera de Villalegre, que ocupaban a dos tercios de los trabajadores de la zona. Para mayor abundamiento, ésta última cerró tras sólo siete zafras, en 1906, consumida en la crisis generalizada de los negocios de este tipo (Quirós 1983, p. 87-93). En general, la construcción del puerto exterior de Gijón, El Musel, que entraba ventajosamente en competencia con la dársena avilesina, supuso la decadencia de esta pequeña expansión de entresiglos. Y la reactivación económica producto de la favorable coyuntura de la Gran Guerra sólo se tradujo en ganancias especulativas, no dejando ningún nuevo activo económico en la comarca, salvo una iniciativa de la RCAM en San Juan de Nieva, de la que luego se tratará. Por eso esperaban otras dos décadas de estancamiento industrial, hasta el nacimiento del Avilés de ENSIDESA durante la dictadura (De la Madrid 1997, p. 123-139 y 149-152).
En este contexto se entiende perfectamente la profunda hegemonía que ejerció la compañía sobre el territorio e incluso el Ayuntamiento de Castrillón, dado que desde sus comienzos será una empresa grande y con contactos políticos al más alto nivel en un entorno poco industrializado en el que no tenía competencia posible en ningún ámbito, por lo que pudo desarrollar con escasas cortapisas un completo programa de adaptación de la mano de obra a sus necesidades. Este trabajo pretende acercarse a las políticas sociales de la RCAM y al reflejo de las mismas en el espacio, porque precisamente las consideraciones en torno a él fueron un elemento central de sus actuaciones. Esto sólo podrá lograrse con cierta profundidad si se contempla el poblado como un conjunto indisociable, en el que las viviendas y los diferentes servicios no pueden ser separados de los lugares industriales, porque sin ellos pierden gran parte de su sentido, algo que no siempre es tenido en cuenta por los responsables de la conservación del patrimonio industrial
Cuando Asturias experimentaba los primeros síntomas de industrialización, en el siglo XIX, los capitales fundamentalmente extranjeros que impulsaron sus empresas pioneras se encontraron con algunos problemas graves que, sin ser específicos de la región, tuvieron algunos rasgos peculiares en ella. Su historia ha sido contada ya muchas veces; la intrincada tarea consistía, a grandes rasgos, en proveerse de mano de obra industrial ex novo, ya que, evidentemente, ésta no existía por aquel entonces. Por tanto, atraer a un número suficiente de campesinos fue un objetivo primordial y difícil, porque ni hubo una revolución agrícola que liberara grandes cantidades de brazos ni la industria fue un recurso grato a la mentalidad del paisano, que, a menudo, cuando la miseria lo expulsaba de la tierra, prefirió acogerse a un procedimiento tradicional: la emigración. “Porque el pobre ve que la mejor casa del pueblo y la mayor fortuna de la ciudad pertenecen a pobres que emigraron. Todos ellos fueron en tercera o entrepuente, sin más ropa que la puesta, y volvieron en primera con muchos baúles y relucientes de alhajas” (Canals 1900, p. 115). Incluso mineros ya formados emigraban a otras regiones carboníferas del continente, en busca de mejores condiciones de vida, como sucedió en 1912 con bastantes obreros de la Hullera Española.[1] La escasez de trabajadores era especialmente grave cuando se trataba de cubrir puestos de una cierta cualificación, lo que hacía que las empresas tuvieran que transigir a menudo con individuos y actitudes que les resultaban sumamente inconvenientes. La propia Asturiana de Minas dudaba, allá por 1867, si era acertado despedir a un fundidor que, además de deber dinero a la empresa y estar considerado un obrero poco competente, se encontraba en una curiosa huelga individual:
“L’ouvrier Hubert Gérard est en grève lui tout seul depuis quelques jours; c’est un très mauvais fondeur et s’il ne revient pas à travailler [...] il faudra le renvoyer malgré les 2500 [...] qu’il doit encore” (Carta a J. Hauzeur, 13-5-1867, Archivo Histórico de Asturiana de Zinc, en adelante AHAZ, L 416, p. 128).
Por otro lado, organizar y controlar los procesos industriales tampoco era fácil cuando los trabajadores eran reclutados forzosamente del sector agropecuario, con unos hábitos de distribución del trabajo absolutamente irregulares y una percepción subsidiaria de su empleo industrial respecto a la ocupación agrícola y ganadera, que frecuentemente mantenían. En efecto, los obreros de origen campesino mostraban una escasa receptividad a los incentivos económicos, tales como horas extra (Uría 1995, Shubert 1984, p. 27 y ss.), y a menudo utilizaban su salario en la industria para ampliar y consolidar sus explotaciones agropecuarias, lo que a su vez era causa de un elevado absentismo estacional —en las épocas de mayor carga de trabajo en el campo— que tenía perniciosos efectos sobre la productividad (Erice 1995, p. 236). En realidad, se trataba de un auténtico círculo vicioso: los sueldos eran bajos a causa de la escasa productividad, que a su vez era difícil de mejorar con trabajadores no totalmente profesionales y sin dedicación exclusiva que lo eran, entre otras cosas, precisamente porque los salarios no compensaban el abandono de la economía tradicional. Como ejemplo, considérese que en 1914 el presupuesto medio diario de una familia obrera era de 4’62 ptas. y el salario de 3’04 ptas. Este déficit ni siquiera se enjugaría totalmente con los aumentos salariales en la coyuntura favorable de la Primera Guerra Mundial, puesto que en 1918 los gastos eran de 8 pesetas y los ingresos tan sólo de 7’47, a causa de la inflación que acompañó a este proceso, especialmente acusada en las cuencas mineras asturianas (Consejo Nacional de Combustibles 1926, p. 15). El ingeniero Francisco Gascue pensaba que era necesario aumentar los jornales de los mineros para que se diera una reacción análoga en la producción de los mismos, pero a su vez esta mejora salarial sólo sería posible si previamente se conseguía el citado crecimiento de la productividad. Un verdadero problema de causas y efectos circulares, que no parecía tener solución:
“Para subir la tasa del jornal es, pues, preciso, indispensable, que el obrero suba la tasa de su trabajo.
Por eso ni hay, ni puede haber esa corriente de inmigración hacia la cuenca; por eso la clave de todo, la condición sine qua non de adelanto y desarrollo de esta minería, estriba en el efecto útil del minero, por eso debemos todos los interesados en dicho progreso hacer cuanto nos sea dable para convencer al obrero de la conveniencia de que aumente su tarea habitual.
El día en que gane 3,25 o 3,50 pesetas de jornal, podrá vivir exclusivamente de su trabajo y podrá pensarse en que venga de fuera el contingente necesario para completar el plantel de obreros que haga falta. Antes, no” (Gascue 1888, p. 113).[2]
Por eso el obrero mixto siguió existiendo, y fue mayoritario durante la primera fase de la industrialización, hasta la guerra europea:
“El obrero nativo generalmente combina el trabajo en las minas con trabajo en los campos… La división de la tierra es muy grande… Incluso en las regiones industriales de Oviedo y Langreo es raro encontrar trabajadores, a menos que sean foráneos, que no mezclen el trabajo agrícola con el trabajo en las minas” (P. Nicou 1905, cit. en A. Shubert 1984, p. 37).
Para subsanar o paliar estas carencias se articularon una serie de prácticas empresariales que se denominan disciplinas industriales.[3] Aunque la más célebre de estas técnicas es el taylorismo, en absoluto fue la única que se aplicó. De hecho, inicialmente los patronos no habían desarrollado modos de dominación propios, por lo que copiaron algunos existentes en la familia y el ejército, incluso con una imposición de orden físico.[4] En concreto, en España el taylorismo se introduce con cierto retraso respecto a otros lugares de Europa y, en sectores con problemas para su implantación, como la minería asturiana, este desfase fue aún mayor. La mecanización de estas explotaciones resultó difícil porque las vetas de carbón son de escasa potencia —estrechas— y muy irregulares, lo que viene a obstaculizar la uniformización de las condiciones de trabajo y la aplicación de tecnología, y por tanto el establecimiento de diferencias de salario en función de las de rendimiento, base de todos estos sistemas. En concreto, y aunque no hay estudios en profundidad, parece que el taylorismo llegó a las minas asturianas de la mano del sistema Bedaux, iniciándose los primeros cronometrajes de los que se tiene noticia en los años sesenta del siglo XX (Benito del Pozo 1993). Como resultado de todo esto, el minero va a continuar durante mucho tiempo siendo en buena medida un artesano con una importante autonomía en el trabajo. Por eso, ya fuera como sustitutivo o como complemento, a menudo se implementaron estrategias de control de la vida privada ¾asociadas al paternalismo¾ que permitieran paliar algunas de las carencias apuntadas. El paternalismo —relación informal de subordinación, como su nombre sugiere— tiende a controlar la reproducción física de la fuerza de trabajo y su correcta habituación a la vida industrial fuera de la jornada laboral; aumentar la productividad mejorando las condiciones de vida y, en una fase más avanzada, evitar la extensión de ideologías obreristas. Como esta función no es asumible por un Estado liberal sin contravenir sus principios más elementales, por requerir una intromisión flagrante en la vida privada, serán los actores privados los que desempeñen este papel.[5] Del mismo modo, cuando la proletarización hizo inviable la reproducción social general si no se desarrollaba a gran escala, el paternalismo tendió a su extinción a favor de las políticas estatales (Sierra 1990, p. 51-71). Esta práctica privada de la filantropía era un atajo que podía permitir a la industria asturiana resolver la mencionada ecuación aparentemente irresoluble de los salarios y la productividad: si no se ampliaban los primeros, no podría aumentar la segunda, y viceversa. Con esta nueva fórmula se pretendía aliviar la situación de los obreros y obtener una mejora de la producción mediante una inversión relativamente pequeña. Algunos autores, como Jean Paul de Gaudemar, hacen compatibles el paternalismo y la llamada organización científica del trabajo, contradiciendo así la secuencia clásica de estadios sucesivos de las disciplinas industriales, y cabe preguntarse si los dos no lo son a su vez con un panoptismo latente que puede resultar efectivo en determinadas circunstancias.[6] De hecho, los poblados paternalistas son un requisito necesario para conseguir los efectos que Bentham pensaba se podían obtener en las workhouses organizadas por el principio panóptico, como, por ejemplo, la posibilidad de inspección a cualquier hora (De Gaudemar 1991, p. 6). Todos los esfuerzos de vigilancia que se pudieran desarrollar en el centro de trabajo resultarían muy menoscabados en sus logros si al terminar su jornada el obrero se supiera libre de toda supervisión en una casa cualquiera de un pueblo cualquiera. Por este motivo, el paternalismo y el panoptismo pueden converger haciéndose no sólo compatibles, sino también complementarios. Esto fue lo que sucedió en Asturias durante aproximadamente un siglo, con todos los matices, evoluciones y adaptaciones propios de un proceso tan largo.
Así pues, el paternalismo resulta ser una política relativamente adaptable, versátil. Con una sola inversión —la creación y mantenimiento del entorno físico en que viven los trabajadores— se obtienen dos beneficios. Por un lado, permite despertar en el obrero y su familia una lealtad hacia el patrón, que aparece como generoso —ya que tales iniciativas son discrecionales— gracias al discurso con que se envuelven estas actuaciones. Esta retórica puede ser la básica, consistente en asimilar la relación laboral a la paterno-filial (de ahí la expresión paternalismo), muy imbricada en la cultura cristiana, o una más compleja, con alguna connotación ideológica añadida —por ejemplo de tipo corporatista— dependiendo del momento histórico. La clave del éxito o el fracaso de una política paternalista es, en función de esto, su capacidad para lograr que estas atenciones interesadas, dirigidas sólo a una parte de la plantilla y condicionadas a comportamientos lucrativos para la empresa (carácter pacífico y productivo de sus destinatarios individuales) sean percibidas como un regalo producto de la bonhomía de quien lo hace. En suma, se trata de una estrategia publicitaria generadora de buena imagen, que deviene autoridad. De otra parte, el paternalismo permite extender dicha autoridad sobre los obreros —en tanto que convierte a la empresa en dispensadora de diferentes servicios— a la vida privada, mucho más allá de lo que autorizaría una mera relación laboral entendida como intercambio de servicios por dinero. Por último, la propia construcción del medio supone una ventaja para uno de los actores ¾el patrón¾ que por así decirlo determina el tablero de juego mediante la adaptación del mismo a sus necesidades, como por ejemplo la posibilidad física de la vigilancia en un sentido panoptista. Esta posición preponderante será empleada para intervenir en las formas de sociabilidad de los obreros, preocupación patronal básica porque ciertas de entre ellas, debido a su carácter más o menos desregulado, suponen una zona de sombra para ese poder que se pretende omnímodo. Se da la circunstancia, además, de que estas expresiones de sociabilidad inquietantes para los empleadores son aquellas informales que, a diferencia de las que adoptan formas asociativas regladas y estables, no sólo son más difíciles de intervenir por grupos sociales ajenos, sino que también son complicadas de estudiar por lo escaso y lacónico de las fuentes disponibles (Agulhon 1979, p. 90). De ahí que sea fundamental atender precisamente a los espacios en los que tienen lugar, y que a menudo son indicios especialmente valiosos, verdadero “mode d’existance des rapports sociaux” (Lefebvre 1974, p. 471).
Se trataba, esencialmente, de limitar la solidaridad entre los obreros, para lo que resultaría de capital importancia obstaculizar la sociabilidad espontánea, condición insoslayable para la aparición de ese sentimiento identitario y de ayuda mutua y su aprendizaje social (Freán 2001, p. 151). En resumen, evitar la toma de conciencia de los obreros como grupo de intereses comunes. Para dificultar estas relaciones, o sustituirlas por otras, las empresas paternalistas contaban con poderosos recursos, principalmente los generados por unos espacios residenciales ordenados y jerarquizados provistos por ellas mismas. En ellos, por poner un ejemplo, las calles suelen estar concebidas como espacios meramente circulatorios que, por su disposición, no animan a la permanencia y la relación social, coadyuvando así al ideal patronal de familia nuclear aislada en el interior de su hogar. Por supuesto, lo anterior no quiere decir que el patrón alcanzara siempre sus objetivos, porque forma y función no necesariamente van de la mano y, en cualquier caso, a una misma forma pueden corresponderle usos diversos, que no tienen por qué ser los deseados por su creador, tal y como Lefebvre puntualiza: “Un schéma simpliste s’écarte aussitôt, celui d’une correspondance terme à terme (ponctuelle) entre les actes et les lieux sociaux, entre les fonctions et les formes spatiales” (Lefebvre 1974, p. 43). Esta distinción será muy útil a la hora de emprender un análisis, centrándonos en el proceso de conversión de los espacios (programados por actores hegemónicos) en lugares (reapropiados, reinterpretados por sus usuarios); fértil adaptación de José Sierra al ámbito espacial del concepto thompsoniano de “experiencia” (Sierra 2001-2002). De este modo, el que en unos barrios pensados para el aislamiento en los hogares unifamiliares sigan registrándose formas de sociabilidad para las que en principio no se dan facilidades, sino más bien obstáculos, puede interpretarse como una forma de conflicto social. Porque un error común a algunas políticas empresariales y a ciertos análisis es, sin duda, considerar a los obreros como barro, elementos inertes y moldeables mediante la utilización de las herramientas adecuadas. Cuando se opera con sujetos y no con objetos a menudo su comportamiento, consciente o no, se aparta de lo previsto.
La Real Compañía Asturiana de Minas de Carbón nació en 1834, animada por los privilegios concedidos por una Real Orden impulsada por el ministro de Marina, Luis María de Salazar, que pretendía originar así una fábrica de armamento para la flota en la localidad costera de Arnao, en el municipio de Castrillón. En la sociedad tenían participaciones equivalentes el industrial belga Nicolas Maximilien Lesoinne y los liberales españoles Joaquín María Ferrer y Felipe Riera (Real Compañía Asturiana de Minas 1954, p. 27 y Adaro 1968, p. 121), muy relacionados con aquel país por necesidades políticas y que a mediados de la década de 1830 disfrutaban en España del acercamiento de los isabelinos a los liberales para hacer frente al peligro carlista. El momento era propicio a todos los niveles para un negocio de esta índole. Sin embargo, el proyecto comenzó a torcerse desde el principio, cuando el llamado a ser socio tecnológico, el británico John Cockerill, lo abandonó. La empresa quedó reducida a una simple mina de carbón, que llegó a estar en venta hacia 1840 pero aún logró beneficios en estos años iniciales gracias a la buena calidad del mineral de las capas superficiales y a la pericia de su primer director, Armand Nagel. De esta forma se consiguió salvar los inconvenientes que suponían la no materialización de la fábrica inicialmente pensada para consumir esta hulla y la escasa demanda de combustible industrial que entonces se experimentaba en Asturias, además de un problema de comunicaciones debido a lo agitado del mar en la ensenada local (J. R. García López 2004, p. 13-14).
A pesar de ser pionera y, por consiguiente, no tener apenas competencia por la mano de obra dentro del sector industrial, la RCAM experimentó la carencia de brazos debida a las causas señaladas más arriba, hasta el punto de consentir en 1867 —en ausencia de sustitutos en caso de despido— la huelga individual de un obrero malo y moroso, como se indicaba al principio. Para paliar los efectos de esta falta se hubiera podido, como empezaba a ser normal en las industrias europeas, establecer algún tipo de política social que los atrajera, particularmente la disposición de viviendas en buenas condiciones de habitabilidad y a precios asequibles. Sin embargo no se hizo, y la explotación hubo de conformarse con el empleo de vecinos de la zona, que siempre tomaban su trabajo en la mina como complemento de la agricultura o de la pesca. El cercano origen de la mayoría de los trabajadores (figura 1) fue una constante durante toda la historia de la empresa, encontrándose aún en 1978 el área de reclutamiento de personal en un radio de unos ocho kilómetros (Morales Matos 1982, p. 256). En especial, Nagel se lamentaba de la irregularidad de los pescadores: “En la mina de Arnao no se pueden emplear los marineros porque los trabajos no se pueden arreglar con peones que no se encuentran los días que el tiempo está bueno” (Carta de Nagel a Ferrer, 16-1-1838, AHAZ, L 390). Obviamente, esta situación comprometía el futuro de la mina, pero Nagel no podía acometer inversión alguna en atenciones a los trabajadores porque el dinero que le enviaban a duras penas servía para pagar los salarios. Sus peticiones de crédito, especialmente necesario por encontrarse la explotación en sus inicios, eran constantes (AHAZ, L 390). Posiblemente las causas de la poca atención prestada por los propietarios fueron por un lado la actividad política de los españoles, que los absorbía, y la lejanía de la familia Lesoinne, así como la consideración de que, fracasado el proyecto armamentístico inicial, el yacimiento tenía una viabilidad dudosa y por tanto no convenía invertir demasiado. De hecho, ya se ha mencionado que en esta época se pensó en su venta.
Figura
1: Procedencia de los obreros de la RCAM. Número absoluto. Los datos se han obtenido de dos
archivadores con fichas de personal que se guardan en el Archivo Histórico de
la empresa y que se encontraban pendientes de clasificación en el momento de su
consulta. No están fechadas y no se tienen datos relativos a la época en que se
dejaron de utilizar, o si representan una muestra completa o parcial. De todas
formas, dado que tienen un volumen considerable, pueden servir para dar una
idea, sin pretensión alguna de exhaustividad. Se contabilizaron 1971 fichas. Fuente: elaboración propia. |
Con todo, la mina tuvo unos resultados aceptables hasta mediados del XIX. Pero a partir de 1850 la calidad del carbón disminuye y su precio de venta, consecuentemente, también baja. Por este motivo a principios de la década se vuelve a tomar en consideración la idea que habían alumbrado Lesoinne y su sobrino, el joven ingeniero Jules van der Heyden a Hauzeur (en adelante Jules Hauzeur) en 1949. Habiendo descubierto que el carbón de Arnao era inadecuado para la coquización pero magnífico para la fundición de zinc, pergeñaron el plan de asociar la mina a un establecimiento de este tipo, que entonces era poco común en Europa pero bien conocido por la familia Lesoinne porque Adolphe era profesor de Minas en Lieja, región productora. Como por cada parte de metal de zinc era necesario disponer de siete de carbón, lo lógico era ubicar la fábrica en Arnao para optimizar costes de transporte, por lo que la pequeña localidad asturiana se iba a convertir en punta de lanza de un sector industrial en expansión en todo el continente (J. R. García López 2004, p. 36 y Chastagnaret 1985, p. 117-120). Una de las primeras realizaciones de la nueva sociedad fue la construcción de un ferrocarril que uniera mina y fábrica con el puerto de Avilés para evitar la problemática ensenada local, para lo que fue preciso horadar la colina que aislaba Arnao para hacer un túnel (J. R. García López, p. 20). Para afrontar todos estos proyectos se dio entrada a nuevos socios: Jonathan-Raphaël Bischoffsheim —director del Banco Nacional de Bélgica y propietario de una importante banca privada— y los hermanos Zavala, dueños de parte de las minas de zinc y plomo vascas que se iban a explotar junto con el fértil yacimiento de calaminas denunciado en Reocín, Cantabria (Real Compañía Asturiana de Minas 1954, p. 28-35 y Chastagnaret 1985, p. 112-116). Así nació en Bruselas en 1854 la Real Compañía Asturiana de Minas (RCAM), de cuya denominación se eliminó la referencia exclusiva al carbón para acomodarla a la nueva realidad.
La situación había cambiado por completo. Desde que en 1855 comenzó la producción de zinc en Arnao la RCAM tuvo ya unos lazos fuertes y previsiblemente duraderos con la localidad, contó con recursos económicos adicionales y se rigió por una nueva dirección general —en la persona de Jules Hauzeur— infinitamente más atenta a las necesidades de la empresa. Además se le presentaba una exigencia insoslayable: albergar a los fundidores belgas traídos expresamente para poner en marcha la fábrica. Esto va a ser lo que precipite los comienzos de la actividad constructiva de la RCAM, que significativamente se inicia en 1855 como atestiguan los inventarios (AHAZ, L 2344) y no en 1869 como hasta ahora se pensaba (v.g. De la Madrid 1997, p. 507 o Leal Bóveda 1985, I, p. 42-43). Parece incluso que estas viviendas primigenias se construyeron al mismo tiempo que la fábrica, porque como se dice aparecen ya en el inventario del año de su inauguración e incluso se enclavan dentro del recinto de la misma, en el lugar conocido como Pical. Esto es normal porque esta especial actividad requería que los hornos no se apagaran nunca, por lo que era necesario tener siempre a mano a los encargados de esta labor. Pronto se extendió la idea y así en el inventario de 1859 aparecen ya casas anejas a la mina (AHAZ, L 2345). En cualquier caso, la promoción inmobiliaria patronal habría de experimentar una acusada evolución, como se verá, atendiendo a las circunstancias de cada momento. En estos inicios tempranos, al ser alojamientos pensados para esos obreros belgas que venían sin familia y por un corto espacio de tiempo, la provisionalidad explica que algunos de ellos estuvieran hechos de madera y zinc.
Llegados a este punto, era inevitable que una empresa estrechamente vinculada a zonas de industrialización temprana como Bélgica, muy experimentadas en estas cuestiones, descubriera que las viviendas podían ser concebidas de otro modo y servir para paliar algunas dificultades. La más evidente es la que da lugar a las primeras casas, como se señalaba: cobijar en un entorno aislado a un número de trabajadores foráneos que no tienen alojamiento en el entorno. Pero enseguida se percibirá que la escasez de mano de obra especializada hasta entrado el siglo XX hacía que las empresas que contaban con viviendas que ofrecer a sus obreros partieran con ventaja sobre aquellas que se ubicaban en lugares donde sólo se podían conseguir cubículos miserables y caros, que derivaban además en la presión de los salarios al alza y el abandono de la explotación a la menor oportunidad, en busca de mejores perspectivas residenciales. Como esta volatilidad repercutía en la productividad, la vivienda como mecanismo de estabilización de la plantilla se revelará una buena inversión. Los efectos en este sentido fueron rápidamente constatados por observadores externos, luego no parece probable que escaparan a los rectores de la explotación; en 1862 el Boletín Oficial de Fomento elogiaba a la RCAM por el éxito de su programa de viviendas, que la había convertido en la única empresa de la región con “una plantilla completa de trabajadores leales, inteligentes y sumisos” (cit. en Shubert 1984, p. 98). Tal vez por este motivo la compañía se decidió pocos años después a ampliar sus prestaciones con el establecimiento de un economato que sustrajera al mercado también las necesidades alimenticias de sus trabajadores, que a menudo eran objeto de especulación y abusos por parte de comerciantes locales.[7] Tal iniciativa fue posiblemente la primera de la región en este ámbito:
“Excuso decir que fuera de las dos cooperativas citadas [en Trubia y Mieres] y el Economato de Arnao, no hay que buscar en Asturias más que el método primitivo que consiste en montar las empresas y más frecuentemente alguno de sus empleados superiores un almacén, no para dar a los obreros los artículos a precios de costo, sino para vendérselos como otro comercio cualquiera” (Gascue 1884, p. 130-131).
Las viviendas de empresa resultan útiles incluso en un contexto agropecuario con una plantilla básicamente autóctona, dado que en muchos casos la actividad asalariada de los obreros mixtos —que veían en la fábrica o la mina sólo un complemento a la agricultura o la ganadería— iba aparejada a una elevada deserción estacional y un notable bajo rendimiento debido a la doble jornada. El poco “efecto útil” del obrero mixto fue denunciado por diversos técnicos de la organización empresarial (entre ellos, véase Gascue 1884, Suárez 1896 y De Llano 1906). En el tiempo de la siega muchas empresas no encontraban forma de sostener las explotaciones en funcionamiento, lo que ocasionaba graves perjuicios —especialmente en minas como la de Arnao, que por tener la mayoría de sus galerías bajo el mar requería mucho mantenimiento— y aún más en una industria metalúrgica en la que verse obligado a apagar un horno abocaba a un largo calvario para volver a ponerlo en marcha. En estas condiciones, era muy recomendable dotar a los trabajadores de viviendas inmersas en una lógica socioeconómica distinta e inadecuadas para el trabajo agropecuario a cierta escala, tal y como se puso en práctica en Arnao; donde las casas de empresa contaban con corral, útil sólo para cerdos o gallinas, y no con cuadra para animales de tiro, leche o carne.[8] Como se indicaba con anterioridad, al proveer el alojamiento la empresa se legitima de alguna manera para intervenir en el tiempo de no-trabajo de sus obreros, lo que le permite desarrollar una política integral de moldeado de los mismos, que en buena parte seguían siendo campesinos en las dos primeras décadas del siglo XX (De la Madrid 1997, p. 124).
Por todo lo anterior, la RCAM continuó esta nueva práctica iniciada en 1855 con los cuarteles de los fundidores belgas, aunque no contamos con demasiada información al respecto en su archivo, como señala José Mallo (Mallo 2003, p. 12), ni en el municipal, lo que es todo un ejemplo de la autonomía con que se desenvolvía la empresa, que aparentemente ni se molestaba en solicitar licencias de obra. De hecho, así lo indica el que en 1871 el ayuntamiento le reclamara una relación de las casas construidas hasta entonces (Archivo Municipal de Castrillón, en adelante AMC, Libro de Sesiones, 21-4-1871). Parece, en cualquier caso, que el número de inmuebles fue creciendo durante la década posterior de forma paulatina, constante que se mantendrá hasta 1910 (figura 2). La siguiente promoción de cierta enjundia la constituyen diez casas creadas en el entorno de la fábrica en el año 1869 y que, como se apuntaba, venían siendo erróneamente consideradas las primeras. En cualquier caso, sí son las pioneras del primer barrio industrial de Arnao, conocido como La Fábrica por su contigüidad (De la Madrid 1997, p. 507 y Leal Bóveda 1985, I, p. 43). Esta expansión, situada ya fuera del recinto industrial propiamente dicho, vendría a atender la necesidad de retener al personal ya mayoritariamente autóctono que, una vez formado, siempre era susceptible de emigrar en busca de mejores condiciones de trabajo. Dentro de estas coordenadas se fue configurando el poblado de Arnao hasta que en los últimos años del siglo la aparición del movimiento obrero hizo que la RCAM se replanteara su actuación en el sentido que se verá en el siguiente apartado.
El crecimiento del parque inmobiliario es también reflejo de la consolidación y las buenas perspectivas de la empresa. Desde 1870 penetra en el mercado francés, no ya vendiendo zinc bruto como antes, sino con el procedente de su nueva factoría, ubicada en Auby. Su cuota de mercado creció exponencialmente gracias sobre todo a los productos laminados, llegando a hacerse con un cuarto de las ventas en el país. Una vez situada, se aplicó en llegar a un acuerdo con sus competidores para mantener el statu quo, que logró con el principal, la Vieille Montagne, en 1890 (Chastagnaret 1985, p. 121-126). Esta cartelización, fruto de la crisis de sobreproducción del último cuarto de siglo, le otorgó además en exclusiva el mercado español, donde trató de hacer pedagogía de un material poco conocido estableciendo agencias en diversas ciudades. Esto posibilitó que la RCAM resistiera muy bien la crisis, con ayuda de su rigurosa política financiera —que incluía un régimen de amortizaciones aceleradas— y una actividad anticíclica basada en la acumulación de stocks propios y ajenos en los momentos de recesión para sostener los precios y vender al recuperarse éstos.[9]
Figura 2: evolución del número de viviendas de la
empresa, 1855-1950.
Fuente: elaboración propia a partir de los inventarios, AHAZ, L 2344 a 2357, C/356, carp. 923 y 106 y C/1018, carp. 118. |
En la dependencia asturiana se edificaron básicamente dos tipos de casa hasta la Guerra Civil. El más antiguo respetaba la tradición de la zona (M. E. García López 1999), con dos plantas, corredor, portal, y distribución sencilla, con el primer nivel dedicado a cocina y portal y el segundo a dormitorios y corredor o galería. Posteriormente, desde 1880 aproximadamente, se empieza a materializar una distribución semejante pero en una sola planta, con la división en cuatro cuartos: cocina polivalente y un dormitorio por sexo y estado (uno para los padres, otro para las hijas y otro para los hijos). Un efecto añadido de estas viviendas, por su reducido tamaño, es la rotura de la familia extensa, la más frecuente en los ambientes campesinos, como señala Rolande Trempé para el caso de Carmaux (Trempé 1971, p. 258). Ya en el franquismo se inician los barrios de viviendas superpuestas en altura, con dos o tres plantas.
Pero las consideraciones sobre la importancia del espacio no atañen en exclusiva al poblado. Una vez en el centro de trabajo, la dureza de las condiciones en que éste se desarrollaba hacía que diariamente se sostuviera una lucha por evadir el control productivo y social que tenía inevitablemente un importante componente espacial. La mina se explotaba con un sistema peculiar, que el primer director, Armand Nagel, explicaba así: “Durante el invierno se abren galerías estrechas, dejando intacto el carbón de los lados, y cuando llega el verano, se invierte el camino, sacando el carbón de los lados y dejando caer el terreno tras sí” (recogido en J. R. García López 2004, p. 20). De esta forma se podía reducir el entibado al mínimo, se hacían más improbables los derrabes y se extraía la mayor parte del carbón en el estío, la ocasión propicia para evacuarlo a través del embarcadero de la RCAM, que en el invierno no presentaba las mejores condiciones por lo agitado del mar. Por este motivo, las galerías de Arnao eran mayores de lo habitual, de tal suerte que los mineros debían recorrer una distancia superior para acceder a su lugar de trabajo y ello les otorgaba más posibilidades de intercambio y sociabilidad, preámbulo necesario del conocimiento mutuo y de la solidaridad. Por eso la empresa limitaba en lo posible este lapso temporal, entre la entrada y el inicio efectivo de la tarea, mediante la fiscalización que al respecto llevaban a cabo los vigilantes de cada tajo (Ministerio de Fomento 1911, p. 20). Se trataba, a la par, de rentabilizar al máximo el tiempo, aunque el horario no era precisamente reducido: la metalurgia del zinc establecía turnos de hasta veinticuatro horas seguidas con descansos de igual duración entre ellos, en la mina no se trabajaba nunca menos de nueve horas en el interior y diez en el exterior y el capataz se empleaba con gran exigencia (De la Madrid 1997, p. 189-190). Otro elemento de fricción y soterrada lucha fueron las bajas laborales. La enfermería de la sociedad no se estableció inicialmente a pie de explotación, sino que se alquiló a tal efecto parte de una casa en el barrio de Sabugo, en Avilés. Dicho emplazamiento llama la atención porque esta villa, cabeza de la comarca, se encuentra a unos ocho kilómetros de Arnao y cubrir el trayecto entre ambas requería unas cuantas horas. Por tanto, cabe pensar que se pretendía alejar a los campesinos-obreros de sus tierras de labor, imposibilitando así la frecuente picaresca destinada a obtener bajas con el fin de atender las explotaciones agropecuarias en épocas de especial actividad.[10] Por esto, entre otras causas, la trascendencia de los espacios de trabajo en las estrategias patronales no puede ser entendida de una forma global más que contemplada junto a las técnicas aplicadas en los lugares de residencia, complementarias de lo anterior. En realidad, todo el entramado se fundamenta en la indiferenciación de los espacios laboral y residencial, del mismo modo que se difumina la distancia entre trabajo y vida desde el momento en que se pretende convertir esta última en mero período de reposo y recuperación para la siguiente jornada.
Desde 1890 y hasta la Primera Guerra Mundial la compañía verá estancarse su hasta entonces vertiginoso crecimiento, debido en buena medida a las dificultades para renovar y ampliar sus yacimientos, que empezaban a dar muestras de agotamiento. En cualquier caso, la salud de la sociedad siguió siendo inmejorable, como atestigua el que entre 1860 y 1913 repartiera un dividendo medio del 44,3 % anual a pesar de la amortización de inversiones en el mismo año, la reducción a 20 simbólicos francos del valor de todas las concesiones, inmuebles y equipo en 1889 o la constitución de un nutrido fondo de reserva (Chastagnaret 1985, p. 121-126). En esta época las condiciones de trabajo en la fundición continuaban siendo muy duras:
“Por la índole especial de la metalurgia del cinc, tal como en Arnao se verifica, las horas de entrada y de descanso y de salida, son excepcionales en lo que afecta á los hornos de fusión, que suelen ser veinte en actividad. Al servicio de cada uno de éstos hay dos cuadrillas, compuestas, cada una también, de un maestro, un oficial primero, dos ayudantes y dos segundos. Los cuatro primeros trabajan un día entero y descansan al siguiente. Además hay una cuadrilla suplementaria de veinte hombres, para suplir las faltas que ocurran entre los fundidores de plantilla” (Ministerio de Fomento 1911, p. 13).
Además, el que existiera una plantilla flotante a la que se recurría en caso de necesidad confirma que seguía habiendo un buen número de campesinos del entorno en la misma, ya que sería impensable que pudieran sobrevivir con los rendimientos de sustituciones eventuales. Sin embargo, habría ya un porcentaje significativo de obreros profesionales, que se incrementarían además sustancialmente en los años de la Primera Guerra Mundial, algo que viene a corroborar el que se documenten para 1915 peticiones de pago quincenal, una reivindicación tenida normalmente por característica del obrero proletarizado. Por otra parte, esta periodización coincidiría con la comúnmente aceptada para Asturias, que sitúa en esas fechas el momento en que el obrero mixto deja de ser mayoritario. La organización del trabajo en la mina, sin embargo, era diferente a la de la fábrica tanto en extensión de la jornada como en autonomía en el desempeño de las labores propias:
“Hasta en las minas en que se entra por pozo, como en las de Arnao, los que trabajan á destajo salen antes de las cinco, á veces antes de las cuatro; y descontado el tiempo invertido en llegar á los frentes de arranque y en volver de ellos hasta entregar las lámparas, apenas alcanzan las seis horas de trabajo efectivo” (Ministerio de Fomento 1911, p. 11).
Pero, independientemente del tiempo real que se consumiera en el tajo, el caso de Arnao era verdaderamente excepcional porque, debido a las condiciones especiales de las capas de carbón, no se pagaban destajos por metros lineales de avance, como era común, sino que los capataces señalaban una tarea fija a realizar en la jornada, tratando de asegurar que la misma reportara de cinco a seis pesetas a los picadores, de tres y media a cinco a los entibadores y de tres a cuatro a los vagoneros (Ministerio de Fomento 1911, p. 16). Así pues, nos encontramos con que, cuando lo normal era el pago a destajo, habida cuenta de que la vigilancia del cumplimiento del trabajo en la mina es difícil a causa de la oscuridad, la irregularidad y la diseminación de los frentes, la RCAM tenía establecido un sistema intermedio muy curioso, en virtud del cual prácticamente pagaba a jornal a sus trabajadores, lo que nos revela muy claramente la confianza que tenía en el nivel de disciplina alcanzado entre su mano de obra. Por otro lado, la explotación hullera fue durante toda su historia una de las más modernas de la región —empezando por su sistema vertical de extracción, que fue el primero de Asturias— y contaba con medios de ventilación avanzados ya en 1871, cuando eran prácticamente desconocidos en otros lugares (Estadística Minera 1871). Pese a todo, el yacimiento era muy complicado y desde principios del siglo XX empezó a preocupar a los rectores de la RCAM. En 1903 se detectaron filtraciones de agua marina que preludiaban la importante inundación que dos años después obligó a abandonar una parte y empezar a buscar fuentes alternativas de carbón, ya que los gastos crecían y la producción se reducía (J. R. García López 2004, p. 122-126).
El parque inmobiliario seguía creciendo. En 1880 se había construido una docena de casas desperdigadas en Salinas (Leal Bóveda 1985, II, p. 2-3), un espartal propiedad de la RCAM que se encontraba entre Avilés y Arnao y separado de esta localidad por una gran peña bajo la cual la empresa había perforado dos túneles, uno para servicio de la fábrica y otro del poblado. Esto podría haber supuesto el comienzo de un nuevo núcleo de población obrera que se vio truncado o, por mejor decir, profundamente modificado en su forma y características en la época de entresiglos. En efecto, rápidamente el arenal de Salinas demostró su potencial como lugar de veraneo de las clases medias y la empresa su predisposición a hacer negocio con esta coyuntura, por lo que la zona dejó de ser utilizada para construir viviendas obreras y se destinó enseguida a sus empleados y a la especulación turística, para la que se llegaría a crear una filial, Constructora de Castrillón (CONCASA) (Mallo 2003, II, p. 5). Pero existía otro motivo para cambiar la utilización del espartal, y es que desde muy pronto la RCAM trata, en virtud del obrerismo que descolla a partir aproximadamente de 1890, de asegurarse no sólo el mayor aprovechamiento posible de la fuerza de trabajo dentro de los centros productivos, sino también de estar informada de los movimientos potencialmente perturbadores e influir sobre ellos. Con este objetivo intentó aislar a sus obreros del contacto con otros que pudieran ser portadores del “virus” socialista, para lo cual resultaba sumamente conveniente que entre la villa industrial de Avilés y el poblado de Arnao se interpusiera un colchón de población de clase media-alta, que es a lo que la RCAM va a dirigir Salinas.
Con estas intenciones va a tejer una espesa red social sobre todo el territorio circundante para asentar su hegemonía. Un primer elemento de control sobre el espacio es la disposición de los accesos. Por encontrarse en un valle, entre el monte y el mar, la llegada al núcleo de Arnao se realiza aún hoy por una estrecha carretera que va a la capital del concejo o, por el extremo opuesto, por los dos túneles que lo comunican con el arenal de Salinas: uno para servicio de la fábrica y otro del pueblo (figura 3).
Figura 3: croquis simplificado de los accesos por
tierra al poblado de Arnao.
Elaboración propia. |
Así pues, a partir de ese momento, el aislamiento del lugar empezó a ser considerado como un aliado de sus políticas de personal, en tanto que permitía, con muy poco esfuerzo, mantener un estrecho control sobre sus movimientos de entrada y salida, fiscalizados por los guardabarreras que tenía dispuestos a ambos extremos del coto. A ello contribuía el hecho de ser la poseedora de todo el terreno circundante, que el Estado había considerado de utilidad para esta industria, vanguardia en su época. El uso que de semejante propiedad se hacía era considerado abusivo por Julián G. Muñiz aún en 1929::
“De esta gran extensión de terreno que le fue cedida en concepto de “necesidad y utilidad pública”, en lo que al público se refiere, hace hoy de él un uso demasiado riguroso; coto cerrado, cantón independiente de difícil acceso y paso prohibido (...)” (Muñiz 1929, p. 70).
Quizá esta pretensión de riguroso control sea la causa de que los caminos a través del monte, malos, estrechos y con acusado desnivel, fueran siempre a pesar de ello muy utilizados.[11] ¿Pretendían sus usuarios escapar a esta vigilancia? Desde luego, la importancia de la lucha por controlar los accesos en los momentos de conflicto se pondría muy pronto de relieve —hacia el final de este período— señal de que los socialistas eran conscientes ya de esta actitud de la empresa y se rebelaban contra ella. Por ejemplo, el 1.º de mayo de 1912 se presentaron unos delegados con garrotes para disuadir a quienes pensaran entrar al trabajo en tan señalada fecha, como consta en la correspondencia del director con Louis Hauzeur (AHAZ, L 1004, p. 140). Y en la virulenta huelga de 1912-1913 una de las principales batallas que se libró fue la de la vigilancia de los caminos, en los que los piquetes montaban guardia para interceptar a los posibles esquiroles, produciéndose desgraciadamente la muerte de uno que intentó desenfundar una pistola para hacerles frente (AHAZ, L 1004, p. 253, 346). Incluso, en mayo de 1913, los huelguistas lograron desbaratar la traída de obreros gallegos, que fueron detectados a su llegada... a Avilés (AHAZ, L 1004, p. 417-420). La empresa, hasta entonces dominadora de esta faceta de las comunicaciones, se veía en esta coyuntura excepcional desbordada por la iniciativa conjunta de los huelguistas, de ahí la amarga petición de ayuda a las fuerzas del orden por parte del director:
“Este grupo de ocho huelguistas forma o formaba una de las guardias que tienen los citados huelguistas para detener a los obreros que traten de venir a la mina, excusando decir a V. que si la G.C. [Guardia Civil] quisiera trabajar como corresponde, podría suprimir fácilmente dichas guardias, pero como en España estamos en completa decadencia también ha caído la G.C. de tal suerte que para nada sirven, pues procuran pasarlo cómodamente sin molestarse en recorrer estos contornos, vigilar las tabernas, etc.”. (Carta de Uhagón a Hauzeur, 20-2-1913, AHAZ, L 2004, p. 346)
Todas estas preocupaciones, que eran nuevas para la RCAM, tienen su origen, como se adelantaba, en la década de 1890. El movimiento obrero en la comarca de Avilés fue de los primeros de Asturias en constituirse como tal. De dos mil obreros que se estiman para principios del siglo XX en esta zona, seiscientos pertenecían a la azucarera de Villalegre ¾causa muy pronto de conflictos en el mundo campesino¾ y ochocientos a la RCAM. Por tanto, nada tiene de extraño que en la última década del XIX menudearan en ésta los pequeños conflictos laborales mineros y metalúrgicos, sostenidos por sociedades de resistencia que en el cambio de siglo dieron el paso al ámbito decididamente político ingresando en la Unión General de Trabajadores. Se registró una huelga de metalúrgicos en 1891 solicitando aumento salarial y otra de mineros en ese mismo año sin que conste motivo, como sucede con la de metalúrgicos de mayo de 1900. Al mes siguiente hubo una de mineros por las condiciones de trabajo y en abril de 1901 de metalúrgicos por la reducción de la jornada (De la Madrid 1997, p. 149-154). La guerra de Cuba supuso una coyuntura favorable para la difusión del socialismo, aprovechada por Pablo Iglesias, Eduardo Varela y Manuel Vigil, este último dirigente del sindicato de metalúrgicos, para ejercer un auténtico apostolado intensivo con más de setenta mítines en 1900 (Ruiz 1979, p. 72-74) que dieron lugar, entre otras cosas, a la creación de la Agrupación Socialista de Arnao en 1901, a partir de una sociedad de resistencia que a su vez había sucedido a otra de socorros mutuos. Ese mismo año se ponía en marcha la Federación Socialista Asturiana. La huelga de 1900, primera medianamente documentada, se saldó con el despido de nueve mineros, si bien la compañía contaba con deshacerse de treinta y tres. En cualquier caso, fue un golpe para el movimiento obrero en Arnao, que se vería rematado con la huelga de mayo de 1903, motivada según algunos por una arbitrariedad dirigida contra los crisoleros y el empecinamiento de la dirección en respaldar al capataz que la había cometido y para otros por el despido de tres herreros (De la Madrid 2001, p. 44-45 y J. R. García López 2004, p. 137). Sea como fuere, supuso un auténtico desastre para el incipiente movimiento obrero en Castrillón, puesto que la sección de Arnao, que doblaba en cuotas a la de Avilés, fue rendida por agotamiento debido a la obstinación de la empresa y quedó desmovilizada para una buena temporada. Hasta tal punto llegó la venganza de la compañía que unas ciento cincuenta familias emigraron a California por ser imposible la subsistencia para ellos en Arnao (De la Madrid 1997, p. 149-152, y 2001, p. 44-45).
Y es que la RCAM podía ejercer una paternal y aparentemente dadivosa tutela de sus trabajadores, pero también mostrar una extremada dureza. Tales actitudes fueron permanentes a lo largo de toda su historia, si bien especialmente acusadas con algunos directores, como Pedro Pascual de Uhagón, que sometió, casi podríamos decir que a sangre y fuego, las virulentas huelgas de 1903, 1912-1913 y 1917. Del férreo proceder de Uhagón hay prueba en su correspondencia dirigida a Louis Hauzeur tratando la huelga minera de 1912-1913, momento en que la organización socialista parecía al fin recuperada de los varapalos iniciales. Fue un paro terriblemente enconado para el que la RCAM se preparó almacenando carbón adquirido en el mercado para no verse obligada a detener también la fábrica por inanición, a causa de la inactividad de la mina. La compañía se mostró intransigente y no accedió a readmitir a un dirigente obrero que había sido despedido, incluso a pesar de los intentos de negociación de Manuel Llaneza, líder del Sindicato Minero constituido en 1910 y que, por tanto, tendría en este conflicto uno de sus bautismos. Esto actuó como espoleta sobre un ambiente explosivo que se venía preparando por la reiterada negativa de la empresa a reconocer no ya las peticiones de las organizaciones obreras, sino siquiera a las mismas como interlocutoras. Siendo tal la cerrazón, puede pensarse que Uhagón pretendía en realidad desencadenar la huelga buscando hacer un drenaje del movimiento obrero semejante al de 1903, que garantizara varios años de tranquilidad posterior:
“Como ya le decía a V. en mi carta anterior, en un año o año y medio no hay que pensar en hacer contratos, pues tenemos seguro el carbón de esta mina, dado que, después de la última huelga parece podemos contar con un par de años de tranquilidad obrera” (Uhagón a Hauzeur, 5-11-1913, AHAZ, L 1004, p. 495).
Claro que también parece que no esperaba un nivel de organización tan acabado en sus adversarios, ni que las tres semanas de duración del conflicto que auguraba al principio se iban a convertir en más de medio año, a pesar del recurso que hizo la RCAM a todos sus influencias con la Guardia Civil, la judicatura y ciertos ámbitos políticos (AHAZ, L 1004, p. 140 y ss.).
Incluso con derrotas como la de 1913, era evidente que las organizaciones obreras habían llegado para quedarse. La reacción de la Asturiana fue, como se ha visto, de no aceptación de las mismas, y, por otro lado, de intensificación de las políticas paternalistas puestas en práctica hasta entonces. El cambio de actitud de los obreros había modificado la acción de la empresa, para la que la construcción de viviendas podía tener una utilidad de tipo ideológico —además de las ya señaladas— como todas las atenciones sociales. En tanto que dádiva voluntaria y por tanto percibida como generosa, es capaz de originar un agradecimiento que no sólo modera las expresiones políticas, sino que también redunda en beneficio de la productividad. Y como además ello permite contener los salarios en metálico y extender la autoridad patronal fuera de la fábrica, al convertir al empleador en casero, resulta ser una inversión redonda. Por otra parte, la provisión patronal de vivienda no es más que una forma de pago mixta, en metálico por contrato y en especie de forma discrecional. De esta manera se conseguía desviar el eventual foco de conflicto de la esfera de la producción y la explotación laboral hacia la del consumo, haciendo ver mediante la cesión prácticamente gratuita de las viviendas que, en su caso, la causa de las malas condiciones de vida no era una relación laboral injusta, sino las circunstancias del sector inmobiliario. Lo mismo sucede con los economatos, que convierten al tendero en chivo expiatorio, haciendo que sustituya en el imaginario al patrón como eventual enemigo de clase.
Todas estas implicaciones parecía tenerlas muy en cuenta el director Uhagón cuando solicitaba un mayor cuidado en la política edilicia de la RCAM, que consideraba manifiestamente mejorable en aquel momento, precisamente empujado por la oleada reivindicativa:
“[...] hay que dedicar atención preferente al problema obrero, si se quieren evitar conflictos y conservar personal idóneo, cosa tan importante en esta industria. La Escuela es un buen elemento para el objeto, pero, por lo que puedo apreciar, las casas gratuitas no es cosa que estos obreros aprecien en su verdadero valor y es probable que el capital que la Compañía dedique a nuevas construcciones sea poco eficaz para el fin que se persigue. Realmente las viviendas que se han facilitado tienen pocos atractivos y, posiblemente, es ésta la causa de no ser bastante apreciadas, de suerte que, haciendo nuevas construcciones para disminuir la densidad de habitación, como V. dice, podríamos tener satisfecho al obrero.” (Carta de P. Pascual de Uhagón a Louis Hauzeur, 25-3-1911, AHAZ, L 1003, p. 372-373).
Previamente, Hauzeur había mostrado su preocupación por la emigración de fundidores a Estados Unidos, contra la que recetaba la construcción de buenas casas que pudieran cederse en condiciones ventajosas a dichos obreros (Carta de J. Hauzeur a Uhagón, 8-10-1907, cit. en J. R. García López. 2004, p. 138). Huir de la aglomeración era uno de sus objetivos; cuestión en la que no se apartaba de lo comúnmente asumido entre los estudiosos del tema en la época y que demuestra que el director estaba al corriente de la teoría social contemporánea. Al director de la dependencia de Reocín le recomendaba, de hecho, lo siguiente:
“Si hace V. cuarteles no le aconsejo que las viviendas estén en el piso bajo y otras en el superior, cada familia debe vivir aislada sin tener encima otro vecino, pues esto en la práctica tiene muchos inconvenientes y puede llegar a ocasionar verdaderas batallas campales” (Carta de P. P. de Uhagón a Juan Sitges, 11-10-1910, AHAZ, L 1003, p. 279).
De hecho, consideraba mucho más pertinente la casa aislada por suponer un buen ambiente para los obreros y una inversión más segura. Pero además demostraba tener un conocimiento bastante notable de lo que al respecto se estaba haciendo en Europa:
“Desde luego el sistema de casas aisladas es mucho más caro que el de cuarteles, pero tiene la ventaja de dar al obrero más independencia y de representar para la compañía un valor más fácilmente realizable y que pierde o disminuye menos, [incluso] podría darse el caso de aumentar [su valor]. En general en el extranjero, las compañías de cierta importancia, como la Vieille Montagne, han adoptado el sistema de casas aisladas (...)” (Carta de P. P. de Uhagón a Juan Sitges, 2-11-1910, AHAZ, L 1003, p. 285-287).
Los años en torno al hito de la huelga de 1912-13 fueron los últimos, al menos durante una década y media, en que el programa asistencial de la empresa se vio incrementado. Esta intensificación episódica habría que ponerla en relación de nuevo con la efervescencia social y política que se experimentaba. De hecho, en 1911 la compañía dio entrada a los obreros en los órganos rectores del economato (Uhagón a Hauzeur, 27-1-1911, AHAZ, L 1003, p. 368-369). De este modo se iniciaba el período de gestión colegiada de las políticas sociales patronales que algunos autores identifican con un modelo de paternalismo liberal, por contraposición al patriarcal de la etapa anterior, hacia el que empuja inexorablemente el deseo de frenar la autoorganización obrera, que compromete todo el entramado filantrópico industrial (Sierra 1990, p. 51-69 y 143 y ss.). Además, se tendió a replantear este servicio ya no como mero mecanismo de contención de los salarios, sino como instrumento de mejora de las relaciones con los obreros, de especial relevancia si se contempla en el contexto hiperinflacionista de la Gran Guerra. El economato con precios subvencionados permitía completar el discurso ideológico que destilaban las viviendas, haciendo ver que el problema de los obreros no era el sueldo, sino los precios de las subsistencias. Sirva como ejemplo decir que en 1916 el pan se vendía con un 45% de descuento sobre el precio de coste, los garbanzos con un 24% y el tocino con un 54% (“Economato”, AHAZ, sin clasificar). Por otro lado, al efectuar la empresa la selección de productos a la venta, se aseguraba que los hábitos de consumo eran los deseados por ella y, por el sistema de apuntar lo adquirido para descontar de la nómina, podía hacer un seguimiento individualizado de gastos. En cualquier caso, la principal utilidad del economato se revela en el campo simbólico del paternalismo industrial, algo muy tenido en cuenta por los rectores:
“¿Cómo debe mejorarse la situación del obrero? That is the question. En mi opinión debemos servirnos del economato para hacer la mejora; los aumentos de jornales como los que se piden son generalmente poco fructíferos, el obrero se acostumbra a gastar algo más y al cabo de corto tiempo su situación es la misma. (…) La petición de una peseta para todos los jornales, como aumento, representaría próximamente un gasto anual de 700 x 365 = 255.500 ptas., sea unas 13 ptas por t. de mineral tratando unas 20.000 t. anualmente. (…) Si hacemos la mejora con el Economato, puede hacerse la cuenta siguiente; en 1914 las compras y gastos fueron de ptas. 248.000 y en 1915 hasta fin septm. Llegamos a ptas. 198.000 de modo que para todo el año tendremos unas 270.000. Aún admitiendo que al bajar el precio de los géneros aumente considerablemente el consumo y lleguemos a comprar por 400.000 ptas. anuales, si damos los géneros con un 20% de rebaja sobre el precio de compra sacrificamos 80.000 pesetas anuales pero será un sacrificio productivo pues llegará a todos los hogares obreros” (Uhagón a Louis Hauzeur, 28-10-1915, AHAZ, L 1006, p. 493-496).
En idéntica dirección hay que interpretar la puesta en marcha en Arnao en 1912 de las Escuelas del Ave María, institución manjoniana en cuya promoción cabe subrayar lo decisivo del convencimiento de su utilidad como preventivo contra la organización obrera (figura 4).
Figura 4: Plano de las
Escuelas del Ave María, Arnao. Se puede observar la
disposición de diversos elementos pedagógicos en el patio, tales como ábacos o
mapas, con el fin de cumplir uno de los preceptos del método del Padre Manjón:
desarrollar una parte importante de la enseñanza al aire libre. AHAZ, sin clasificar. |
El SOMA se hallaba ya embarcado en una dura batalla contra el marqués de Comillas y los rectores de la RCAM no querían verse obligados a poner sus barbas a remojar:
“Esta gente está completamente tranquila y creo nada tenemos que temer, al menos por ahora, pero considero como V. que, dados los vientos que corren y las tendencias de los tiempos, hay que dedicar atención preferente al problema obrero, si se quieren evitar conflictos y conservar personal idóneo, cosa tan importante en esta industria. La Escuela es un buen elemento para el objeto (...)” (Uhagón a L. Hauzeur, 25-3-1911, AHAZ, L 1003, p. 372-373).
Hay que tener en cuenta también que la escuela es un elemento trascendental en la formación de obreros futuros en un contexto de elevada hereditariedad del oficio, porque contribuye a socializar en la cultura de empresa y, en general, a moldear según las necesidades de la corporación a los trabajadores del porvenir cuando son todavía fácilmente maleables, y no sólo pensando en morigerar eventuales expresiones políticas juzgadas inconvenientes. Por ejemplo, en Arnao había una hora más de clase que en los centros públicos y la jornada se ajustaba a los turnos de trabajo (M. E. García López 2004, p. 54), de tal forma que los niños se acostumbraban a estos ritmos desde mucho antes de su contratación en la empresa. De la función que tenía el centro en un entorno de reclutamiento laboral fundamentalmente endógeno da idea meridiana la memoria de su primer año:
“[...] debe pensarse con números a la vista si convendría extender los beneficios de la escuela a niños de gentes que aunque no pertenezcan directamente a la Compañía del dinero que sale de sus arcas viven; pues que vista la probabilidad de que lleguen a ser obreros de esta fábrica o mina, acaso fuera conveniente educarlos desde pequeños” (Memoria de las Escuelas del Ave María, 6-1-1914, cit. en M. E. García López 2004, p. 74).
Además la escuela es un factor que puede contribuir a la dulcificación de la conducta de los padres, toda vez que son conocedores de que las posibilidades de ascenso social de sus hijos pasan en buena medida por la voluntad de la empresa, que discrecionalmente puede contribuir a sus estudios más allá de la enseñanza primaria si demuestran cualidades y sus progenitores no son problemáticos (Massard 1977, p. 25). Esta particular meritocracia era observada de algún modo en la RCAM, dado que tras la huelga de 1917 se obligó a los alumnos de la escuela, que fue cerrada por orden patronal, a solicitar el reingreso individualmente (M. E. García López 2004, p. 52).
Pero la época de la Primera Guerra Mundial trajo abundantes cambios para la Asturiana que influyeron en su acción social. Uno de los más llamativos, sin duda, fue el establecimiento de una fábrica de tostación de blendas y producción de óleum —ácido sulfúrico concentrado, imprescindible para la fabricación de explosivos— a la que se auguraba un gran futuro vista la contienda que asolaba Europa. Sin embargo, la dificultad para importar equipos a causa precisamente de la guerra unida a la huelga general de 1917 motivaron retrasos importantes que determinaron que no se finalizara la factoría, ubicada en la cercana localidad de San Juan de Nieva, hasta acabada la conflagración. Este grave inconveniente fue sorteado mostrando una vez más una gran capacidad de maniobra y poniendo a punto una planta de superfosfatos que entró en funcionamiento en 1921 para consumir el excedente de ácido sulfúrico. La modernización se completó a finales de los años veinte, renovando los hornos de Arnao y construyendo cuatro gasógenos (De la Madrid 2001, p. 112-113, De la Madrid 1997, p. 180-181 y Adaro 1968, p. 121). La RCAM, como siempre, salió bien parada de estas operaciones, pero vio comprometida en ellas una gran cantidad de recursos económicos que limitó temporalmente su capacidad de inversión en materia social. Es posible incluso que esta tendencia se viera ahondada por el fin definitivo de la mina, de cuyas dificultades desde principios de siglo ya se ha tratado. La compañía estudió varias opciones sin llegar a materializar ninguna tras la clausura de la explotación castrillonense en 1915, en el peor momento posible dada la carestía del carbón a causa de la guerra. Tan complicada era la sustitución del carbón de Arnao que se llegó a estudiar el alquiler o la entrada en el accionariado de alguna mina si no era posible hacerse con el control total, aunque la dirección prefería la compra, que se materializó en 1925 al adquirir Carbones de La Nueva, en Langreo (Uhagón a L. Hauzeur, 9-10-1913, AHAZ, C/ 253, carpeta 41 y J. R. García López 2004, p. 122-126). En esos diez años la fundición de Arnao se vio sometida a una gran incertidumbre y a la necesidad de adquirir todo el combustible consumido, en un momento de acusada alza de precios.
Además de esto, las organizaciones obreras quedaron muy debilitadas, como ya se ha indicado, a partir de la resolución de la huelga que terminó en 1913 con la emigración de buena parte de la plantilla y la traída de trabajadores gallegos de forma masiva por parte de la dirección (cartas de Uhagón a L. Hauzeur, 1913, AHAZ L 1004, p. 375 y ss.). Este desenlace inició, efectivamente, una larga época de tranquilidad laboral en la dependencia de Arnao de la Asturiana de Minas. En 1917 se vio afectada por la huelga general, es cierto, pero ésta es una circunstancia a todas luces exógena. Eso sí, los daños sufridos fueron grandes porque el trabajo se abandonó bruscamente y, aunque el paro duró poco y no fue virulento, recuperar los equipos y reiniciar la marcha fue laborioso (Real Compañía Asturiana de Minas 1954, p. 114-117 y De la Madrid 2001, p. 84-85). El período de tranquilidad laboral subsiguiente se vio prolongado a partir de 1923 por el especial cuidado que pusieron las organizaciones socialistas, que colaboraron con el régimen de Primo de Rivera, en no provocar más conflictos laborales que los estrictamente necesarios, que además intentaban siempre resolverse a través de los mecanismos de mediación establecidos por la dictadura. Aparte de esto, quien había sido el máximo dirigente obrero de la comarca, Wenceslao Carrillo, padre del futuro mandatario del PCE Santiago Carrillo, se había visto obligado a emigrar a Madrid a consecuencia de los fracasos en los enfrentamientos con la empresa. Por ese motivo Andrés Saborit, a la sazón director del órgano de expresión del PSOE, le buscó una plaza de redactor en El Socialista que supuso su traslado a la capital y una sensible pérdida para el movimiento obrero de la comarca de Avilés (Saborit 1964, p. 112-113). La relativa tranquilidad que el colaboracionismo sindical generó en las relaciones laborales se extendió hasta que en 1928 los socialistas comienzan a desmarcarse de un Primo de Rivera que parece ya contar con poco futuro político (Ruiz 1984, p. 157). Por otro lado, a esta escasa conflictividad posiblemente induciría también la situación general de salarios altos que se vivía a consecuencia de la guerra. Esta placidez fue también un factor desincentivador de la adopción de nuevas atenciones sociales.
En consonancia con esta tónica, el número de viviendas pertenecientes a la RCAM se reduce aproximadamente entre 1910 y 1930, a pesar incluso de que en el cómputo empiezan a contabilizarse las casas construidas en San Juan de Nieva para las fábricas allí establecidas, con lo que la caída de la construcción y el abandono de edificios en el núcleo original de Arnao debieron ser notables. En cualquier caso, en esta época el volumen de trabajadores alojados debía ser enorme, dado que parece que ya en 1911 se daba casa a en torno a la mitad de la plantilla, porcentaje elevadísimo —aún considerando que se trate de una estimación generosa— si se tiene en cuenta que de la otra mitad una buena parte eran campesinos de la zona con vivienda propia en ella (Ministerio de Fomento 1911, p. 39). El descenso sostenido en el número de hogares que se registra a partir de 1910 se debe principalmente al abandono del pozo y las casas que, inmediatas a éste, albergaban a los mineros (J. R. García López 2004, p. 123). De 131 viviendas en 1910 se pasa a 110 en 1915, 117 en 1920, 109 en 1925 y sólo 95 en 1930, momento a partir del cual se produce una recuperación que se intensificará durante el franquismo hasta llegar a las 219, aunque no corresponde analizar aquí este período (Inventarios, AHAZ, L 2344/2357, C/ 356 carp. 75, C/ 923 carp. 106 y C/ 1018 carp. 118). La ruina de los inmuebles abandonados en un emplazamiento tan expuesto a las inclemencias del tiempo fue prácticamente inmediata. Que no se hiciera nada por evitarlo es llamativo porque, si bien las que estaban junto al castillete se encontraban un poco retiradas con respecto al resto del pueblo, la distancia al mismo no era grande. La única explicación que se encuentra es que la empresa pretendiera concentrar todo el hábitat de Arnao en la zona inmediata a la fábrica, para simplificar y mejorar la vigilancia. No hay que olvidar que el barrio de La Mina, en cuyo emplazamiento pesó más la cercanía al pozo que la continuidad con el resto del caserío, empezó a definirse a mediados del s. XIX, cuando la única preocupación de la dirección al respecto era precisamente dotar de techo a sus mineros y hacerlo cerca de su lugar de trabajo. Esto explicaría que, mientras se consintió la ruina de las casas junto a la mina, entre 1910 y 1936 se construyeran “unos 34 edificios en los barrios del Pontón y La Fábrica” (Leal Bóveda 1985, II, p. 35).
Tampoco el aspecto del poblado de Arnao —con un acusado tipismo que la RCAM trató de mantener— era el arquetípico de un barrio industrial (figura 3), lo cual tiene una lectura simbólica si se considera que en la época se tenía al campesino norteño por conservador y por ello se intentaba cuidar los vínculos de los obreros con la tierra y las tradiciones. Esto contribuiría a explicar que se respetara en la tipología de las casas la tradición de la zona, predominando abrumadoramente las de corredor y dos plantas. Por otro lado, el aire arquitectónico de las construcciones encaja con la idea descentralizada que de estos servicios se tenía, puesto que en cada una de sus explotaciones la RCAM respetó —en la medida de lo posible— el estilo propio del país, llegando a construir medinas en Túnez (Real Compañía Asturiana de Minas 1954, p. 180 y ss).
Figura 5. Alzado de una casa de la RCAM. Se ajusta a los cánones
tradicionales, con soportal y corredor. AHAZ, sin clasificar. |
Desde luego, la disposición de los barrios de promoción patronal —para reforzar la cual se habría prescindido del barrio de La Mina— nos remite también a un análisis semiótico insoslayable, por más que aparentemente estén dispuestos de forma arracimada y desordenada a causa de la escasez de terreno llano y a su construcción paulatina, frente a ejemplos de poblados hechos de una sola vez, como el de Solvay en Lieres. Las viviendas situadas frente a la fábrica, la iglesia ocupando un lugar preferente, normalmente elevado, al igual que la vivienda del dueño o del director... En el caso que nos ocupa, la capilla y la casa del director son anexas y están comunicadas, emplazadas en la cota más alta del poblado y junto a un acantilado sobre el mar. El efecto logrado no es simplemente de supremacía, sino también de representación de la vigilancia en un sentido panóptico, dado que el director y los empleados, desde su atalaya, dominan visualmente el conjunto y pueden seguir en todo momento la actividad del mismo (figura 6). Por lo general, las colonias industriales se construían de forma paulatina en función de las necesidades de la explotación, pero se solían respetar una serie de normas simbólicas que formaban finalmente parte del proceso de aprendizaje social a que se sometía a sus habitantes (Oliveras Samitier 1990, p. 55).
Figura
6: croquis de la ubicación de la casa de dirección con respecto a las viviendas
de obreros. La
parte superior de la representación se corresponde con la cota más alta del
terreno. Elaboración propia. |
Los últimos años de la década de 1920 y los correspondientes a la II República no trajeron novedades de relevancia en la actividad empresarial de la RCAM. No será hasta el final de la Guerra Civil cuando las dependencias asturianas de la compañía experimenten otro importante impulso, dado que la demanda interna se vio incrementada y además se agravó la situación debido a las dificultades para importar en el contexto internacional del momento. Así, se iban a construir dos nuevos hornos Dor inaugurados en 1941, además de un New Jersey de refino para la producción de zinc extra-puro y otro Dor en 1943 (Adaro 1968, p. 123-125, J. R. García López 2004, p. 159-171 y Morales Matos 1982, p. 221). Pero todo esto excede el ámbito de este estudio, por lo que aquí sólo interesa constatar que no hubo cambios de importancia en el periodo 1928-1937, que para la fábrica de Arnao fue el de la definitiva superación de la extinción del yacimiento hullero local gracias a Carbones de La Nueva, adquirida a finales de la etapa anterior.
Por el contrario, en lo concerniente al clima laboral sí hubo modificaciones dignas de señalar a partir de 1928, ya que, como se ha indicado, las organizaciones socialistas se desmarcan en este momento de la dictadura de Primo y abandonan la actitud poco combativa del quinquenio anterior. Por otro lado, es conocida la profunda agitación política que desde entonces conduce a la monarquía hacia su fin y que se intensificará si cabe en la II República en virtud de unas expectativas creadas en las bases sociales de las organizaciones obreras que las políticas tibiamente reformistas de los gobiernos no sabrán contener. La traducción de todo esto al horizonte local fue la belicosa emergencia de nuevos líderes sindicales que no por ello dejaban de ser conscientes de las viejas querellas con la empresa, a la que, por ejemplo, denunciaban como
“Poseedora de grandes extensiones de terrenos, carreteras, guardabarreras, que dejan paso a los transeúntes, no como medida de previsión, que no hay peligros, sino como acción de favor hacia los viandantes” (Luis Oliveira, ¡Alerta, obreros de Arnao!, recorte de prensa sin referencias, ha. 1930, AHAZ, sin clasificar).
Por todo esto, hacia 1930 la duración de la jornada volvió a ser motivo de conflicto, ya que las condiciones en que se desarrollaba no habían cambiado sustancialmente, como lo atestigua un artículo publicado en la prensa por Wenceslao Carrillo, que desde su nueva ocupación en Madrid seguía interviniendo en la medida de lo posible en los asuntos de Arnao. En él desvela que la empresa, para burlar la obligatoriedad de la jornada de ocho horas, había presentado ante el Instituto de Reformas Sociales unas fotografías de unos “dormitorios” dentro de la fábrica en los cuales supuestamente los obreros descansaban cuatro horas entre dos períodos de trabajo de igual duración. Evidentemente, esto no era más que una trampa para esconder la verdadera extensión de la jornada.[12] Con semejantes horarios de trabajo, a pesar de todo lo exhaustivo que tratara de ser el capataz en la supervisión de las labores, los obreros acentuaban los mecanismos para conseguir momentos de descanso o relación social con los compañeros. Sondear estas prácticas de resistencia, en muchos casos a través de la “reapropiación” del espacio, es tanto más difícil cuanto más se remonte en el tiempo el período estudiado. Tanto Gaudemar como Sierra llaman la atención sobre la utilidad de los reglamentos en este sentido, ya que, en la medida en que se prohibe explícitamente aquello que se practica, nos permiten reconstruir de manera bastante fiable cuáles eran los comportamientos obreros reales. Además, a menudo estos reglamentos no codifican exclusivamente normas que garanticen un mejor funcionamiento de la fábrica, sino que también penalizan comportamientos que no tienen por qué interferir en éste y por tanto son mal vistos por otras causas: cantar, silbar, tomar bebidas no alcohólicas... en resumen, presentarse como sujeto autónomo, “negándose a ser súbdito del déspota implícito que habla a través del reglamento” (De Gaudemar 1991, p. 117-118). En este sentido, resulta interesante constatar que son los abandonos del lugar de trabajo, los retrasos y el bajo rendimiento los más contemplados como sancionables en el Reglamento interior de la Fábrica de Arnao editado en Avilés en 1939, junto con los juegos y... las conversaciones. A partir de una libreta de castigos manuscrita de la fábrica de Arnao desde 1944 a 1957 se ha podido elaborar un gráfico con las causas de los mismos que puede resultar muy significativo porque, si bien sus fechas exceden el marco temporal de este estudio, se puede suponer que las prácticas que desvela no serían menores en el contexto de la II República de lo que fueron en las muy represivas primeras fases del franquismo y que por la continuidad de los sistemas de trabajo y lo lento de la evolución en las costumbres en un contexto así tampoco debieron diferir mucho cualitativamente (figura 7).
Figura
7: Motivos de sanción en la fábrica de Arnao. Fuente: elaboración propia, a partir de Libreta de castigos 1944-1957, AHAZ, sig. 2576. |
La tipología de las transgresiones confirma lo apuntado por el Reglamento: lo más frecuente eran las ausencias al trabajo en sus diferentes manifestaciones, motivadas en muchos casos por la necesidad de atender —en ciertas épocas clave del calendario— las explotaciones agropecuarias que una buena parte de la plantilla mantenía en la zona. Pero había también un alto número de actitudes que pueden interpretarse como subversivas: frecuentes peleas con superiores, desobediencias a los mismos, posibles sabotajes, bajos rendimientos... A tener muy en cuenta es el alto porcentaje (9,82%) de castigos debidos a encontrarse fuera del puesto, leer, descansar, charlar, dormir o... jugar. Es decir, todas aquellas actitudes encaminadas a rebajar el rigor de la jornada laboral. En esta misma dirección debemos interpretar la costumbre de dar cuenta de trabajo no realizado. En algunos de estos casos, además del interés por obtener el máximo rendimiento efectivo de la estancia del trabajador en el centro productivo, hay una voluntad de limitar la sociabilidad de los obreros entre ellos, de coartar sus relaciones, que son, como se apuntaba al principio, antesala de la formación de lazos de solidaridad y de una conciencia común. De hecho, gran parte de las desobediencias castigadas se deben a la negativa a incorporarse al puesto designado, algo que puede estar motivado en ciertos casos por sus penosas condiciones, pero también por la percepción de una voluntad de aislamiento de los trabajadores. Así cabría interpretar las charlas, los juegos y el abandono del puesto de trabajo. En palabras de G. N. Fischer, “(...) en fixant chacun obligatoirement à une place donnée, on exerce un contrôle de fait sur ses déplacements et ses contacts” (Fischer 1983, p. 21). Pues bien, tal pretensión de la dirección no era plenamente satisfecha, a juzgar por lo que revela la libreta de sanciones, porque los obreros encontraban todo tipo de formas de interacción al margen de la rígida normativa. De nuevo Fischer arroja luz sobre este aspecto:
“Toute la vie de travail est à considerer comme un espace social dans la mesure où toutes les organisations comportent des zones ambigües aux frontières molles: elles correspondent à des posibilités d’échapper et de se dégager de la contrainte pour établir des relations non programmées et vivre, d’une façon ou d’une autre, une sorte de transgression par raport au système d’affectation imposée” (Fischer 1983, p. 17).
En esta pugna por romper la función y el funcionamiento de los espacios establecidos por la superioridad es importante también el aspecto simbólico, en tanto que la realización de determinadas actividades, como por ejemplo silbar en el trabajo, supone individualizarse para un obrero al que el patrón pretende encasillar como parte de un engranaje, idéntico a otros y por tanto intercambiable. Por otra parte, con estos signos se da a entender que se controla ese espacio. Igualmente, una infracción reiteradamente castigada, un gesto aparentemente trivial o casual, como lavarse las manos antes del fin de la jornada —parece que unos meros instantes, porque si no la falta sería considerada abandono prematuro del puesto, sin más— viene a formar parte de una lucha simbólica por resaltar la autonomía, la autoorganización en el trabajo propia de culturas profesionales con cierto grado de especialización (Sierra 2001-2002, p. 21). Algo parecido sucede con las desobediencias a los jefes y con los juegos, entre los que el más frecuente era pintar la cara a los compañeros con terrones procedentes de la crisolería. Toda una reafirmación del carácter humano de una mano de obra que para la gerencia equivalía a una máquina. En esta misma clave de reapropiación y conversión en “lugares” según la terminología de Sierra tiene una gran trascendencia la ocupación de la fábrica en momentos de conflicto, que —además de tener otros significados más inmediatos— atesora un enorme valor simbólico en tanto que supone declarar que no es un sitio en el que sólo quepa trabajar bajo el mando jerárquico de un superior. Esta práctica tampoco era desconocida para los metalúrgicos de Arnao. Así lo atestigua una carta de un obrero al director de la fábrica, en septiembre de 1935, solicitando su readmisión, alegando que él no había participado en la ocupación de la fábrica, cabe suponer que durante la revolución de 1934 (Carpeta “Recomendaciones de personal”, AHAZ, sin clasificar). Por esto, entre otras causas, la trascendencia de los espacios de trabajo en las estrategias patronales no puede ser entendida de una forma global más que contemplada junto a las técnicas aplicadas en los lugares de residencia, complementarias de lo anterior.
La empresa se encontraba, por tanto, ante una situación ya conocida —una acentuación de la conflictividad social y laboral— pero en un marco general, el republicano, que le era menos favorable que los anteriores. Era evidente su pérdida de parcelas de poder en las instituciones políticas como consecuencia de la desparición de los epígonos del caciquismo, que había mitigado su influencia, como la prensa obrera se encargaba de hacer notar un tanto envalentonada: “No; ya no vivimos aquellos tiempos en que el Ayuntamiento, el concejo y todo en general estaba dominado por ella. Somos libres y aún seremos más, sin tardanza”.[13] La forma de intentar contrarrestar este problema va a ser de nuevo el relanzamiento de su política social, pero con la peculiaridad de que en ese momento va a estar especialmente centrada en la gestión del ocio. De este modo, se va a fundar bajo su patrocinio el Arnao Club de Fútbol en 1933, incluyendo la construcción de un campo de juego en las inmediaciones de la mina (Zinc, n.º 2, diciembre 1960). Esta iniciativa, por supuesto, sería duramente criticada por el sindicato socialista en el artículo antes citado, por considerarla una maniobra de distracción de las condiciones de trabajo. Tres años antes había echado a andar un casino para el esparcimiento de los obreros, reutilizando para ello un gran edificio industrial ubicado al lado del castillete de la mina, muy cerca del campo de fútbol, en un entorno desaprovechado desde el cierre de la mina y la desaparición de las viviendas cercanas y que en esta época se configura como lugar de ocio. Quienes participaran en las actividades lúdicas desarrolladas allí —naipes, radio, biblioteca— no lo harían en las de los socialistas, que la criticaron con denuedo, incluyendo una confesión implícita de la inactividad del sindicato en los años anteriores:
“Sólo en estos momentos en que el Sindicato Metalúrgico se dispone a la defensa de los intereses de los trabajadores de Arnao es cuando la Compañía tiene prisa para organizarlos en entidad de recreo; y decimos la Compañía porque sabemos que los empleadillos que hacen estos menesteres son mandatarios [sic], y ya está constituida la Directiva por obreros que aceptan los cargos por temor a las represalias” (Luis Oliveira, ¡Alerta, obreros de Arnao!, recorte sin referencias, AHAZ, sin clasificar).
Queda claro que la iniciativa no contó con el respaldo de aquellos sectores de la plantilla más militantes, que utilizaron todos los medios a su alcance, como se puede ver, para evitar que tuviera éxito. No lo consiguieron, porque el casino de Arnao tuvo una vida bastante larga y densa, que incorporó un cine que se inauguraría en 1939 (AHAZ, C/ 845, carp. 73). De todos modos hubo resistencias a esta institución patronal, si bien es imposible determinar con exactitud a qué respondían. En concreto, los vecinos —o la mayoría— del barrio de Arancés, un poco por encima de Arnao en la ladera, no iban al casino. Pero lo más llamativo del caso no es su ausencia, sino el hecho de que se reunieran como alternativa en “el palo de la luz”, que era el único punto iluminado de la localidad.[14] Es evidente que las actividades allí realizadas —charlar, algún juego de cartas, etc.— podían ser acogidas por el centro recreativo de la empresa de una forma mucho más confortable, por lo que se puede concluir que esta actitud era fruto de una oposición consciente a dicho equipamiento y la política que representaba. Sintomáticamente, una forma de sociabilidad informal se presenta como contrapunto de los intentos de intermediación de la misma realizados por la compañía. Un ejemplo más de que quien diseña un espacio dispone de un importante instrumento para influir sobre la conducta, pero ésta en último término depende de la voluntad de sus destinatarios.
Las políticas patronales que aquí se ha intentado desentrañar no son en absoluto exclusivas de la empresa analizada, ya que el marco general que impulsó su adopción fue idéntico para otras sociedades de la época. Sin embargo, en cada uno de los casos concurren circunstancias particulares que determinan los matices, los momentos y los resultados de las mismas. Por esta causa, si bien el paternalismo industrial en Asturias ha sido objeto de diversos estudios de gran calado —en ocasiones con interesantes aportaciones epistemológicas de carácter general—, resulta aún necesario ampliar el conocimiento del fenómeno a través de investigaciones parciales, ceñidas a cada empresa o localidad. Por otra parte, en la literatura científica existente no es muy común encontrar referencias explícitas a la importancia del espacio en estas prácticas gerenciales, perspectiva a nuestro juicio enriquecedora de la que en general adolecen los intentos historiográficos de aproximación al tema. En estas páginas se ha tratado de atender estas dos premisas, mejorar el conocimiento global mediante estudios de caso e insertar en los mismos un análisis espacial que puede resultar muy fructífero.
Con las limitaciones impuestas por unas fuentes lacónicas y fragmentarias, se confía haber aportado alguna novedad relativa a una de las empresas más importantes en la historia industrial asturiana y que, sin embargo, permanece aún poco estudiada, habiendo sido hasta el momento objeto en exclusiva de trabajos interesantes pero muy concretos en su temática o bien enfocados solamente al devenir económico-institucional de la sociedad. Se espera haber puesto de relieve las conexiones entre el desarrollo comercial de la RCAM, los avatares políticos, la acción sindical y las estrategias empresariales en la relación con sus obreros. Porque es cierto que, si bien estas últimas tenían marcadas unas líneas generales constantes, las vicisitudes de cada coyuntura influyeron en ellas haciéndolas evolucionar. Así, a unos principios titubeantes y ajenos por ello a toda política social siguió pronto una época condicionada por necesidades logísticas que impulsaron los inicios de la actividad constructiva, con el objetivo de acoger primero y retener después a una mano de obra escasa. En una segunda fase, la emergencia del movimiento obrero y los primeros conflictos laborales llevó a la intensificación y reformulación de la tarea filantrópica de la compañía, modificando las características tanto arquitectónicas como urbanísticas de sus realizaciones y también el planteamiento de servicios como el economato. Sin embargo, a partir de la Primera Guerra Mundial se constata un frenazo en el crecimiento de estas políticas, que se estancan, debido a la conjunción de la disminución de la liquidez de la empresa con la relativa tranquilidad laboral propiciada por las dificultades —y la contención en la época de Primo de Rivera— de las organizaciones obreras. Por último, el agitado período que supone el final de la monarquía y la II República hará reverdecer la actividad reivindicativa y también el interés de la RCAM por las cuestiones sociales, en esta ocasión —haciendo gala por tanto de su capacidad de adaptación— especialmente centradas en la gestión del tiempo de no trabajo y en la competencia con el movimiento obrero por la hegemonía cultural sobre los trabajadores.
En cualquier caso, las pretensiones de la empresa se vieron en todo momento limitadas en sus logros por la oposición, más o menos consciente y numerosa, de los destinatarios finales de todo el entramado. Por supuesto, existió una lucha política y sindical en el sentido tradicional. Pero también una resistencia normalmente menos visible para nosotros, basada en gestos cotidianos profundamente imbricados en el espacio vivido, como elegir uno u otro camino o lugar de reunión. En general, en estos centros industriales se trató de poner en práctica una estrategia integral de modelado y adaptación de los obreros a los cánones deseados por sus empleadores, mediante técnicas extensivas y complementarias, que pretendían terminar en el hogar y el poblado la labor iniciada en la fábrica o la mina. Así, la vigilancia a la que los trabajadores eran sometidos en su lugar de trabajo se extendía —a partir de presupuestos y con medios diferentes— a su vida privada, que dejaba de algún modo de serlo. Por ese motivo se ha tratado también de incidir en la profunda unidad que en conjuntos de patrimonio industrial como el de Arnao tienen los espacios de trabajo y de habitación, extremo con frecuencia ignorado por las administraciones con resultados muy negativos (Suárez Antuña 2005, p. 2).
[1] Archivo Histórico de Hunosa (AHH), fondo de la Sociedad Hullera Española (SHE), C/240.2, carta de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Oviedo interesándose por la nutrida marcha de mineros a Francia.
[2] En las transcripciones de documentos se ha modernizado la ortografía, por ejemplo eliminando tildes diacríticas hoy inexistentes (vg. “á”).
[3] En la terna “atraer”, “fijar” y “disciplinar” resume José Sierra (Sierra 1984, p. 7) las exigencias planteadas a los patronos. Aunque la introducción del taylorismo es un terreno aún por estudiar en profundidad, existen obras de gran interés tanto sobre su recepción en España (Castillo 1996) como acerca del caso concreto de la minería (Benito del Pozo 1993).
[4] Es lo que Jean Paul de Gaudemar denomina fase “panóptica”, de vigilancia constante, lo que no deja de resultar confuso si se considera que el término, en su origen, designa la mera posibilidad de la vigilancia y los efectos disciplinantes que tiene, y no sólo un burdo ejercicio de la violencia y la coacción directas (De Gaudemar 1991, p. 53-54). El autor aclara que usa “panoptismo” en un sentido amplio de observación vigilante, vinculándose directamente a la obra de Bentham, y sin asumir en todas sus consecuencias el contenido que el témino pudiera tener en Foucault (Foucault 1978, 1989).
[5] El paternalismo no es más que una política social, si bien compleja de definir. Hunde sus raíces en el patronato romano —relaciones socioeconómicas libres entre cliente y patrón— y en el medieval —v.g. las fundaciones de conventos—. Siempre se trata de un intercambio por el cual un vasallo consiente en situar su destino bajo los auspicios de un patrón que, a cambio de unos bienes o servicios, le otorga una protección benevolente. Más próximo al paternalismo industrial, el patronato parroquial ejercido por el cura sobre las almas de sus fieles servirá de inspiración, al parecer, a los creadores de la que pronto quedará configurada como nueva institución socioeconómica. De forma muy sintomática, en Francia existe un antecedente aún más inmediato, instaurado tras la revolución para facilitar y controlar la reinserción de los presos al cumplir su pena. En lo que hace a la industria, está generalmente admitido que las minas y la metalurgia, por el tipo de implantación y cualificación de la mano de obra que requieren, son pioneras en su adopción. En Europa suelen situarse las primeras experiencias en Bélgica en el primer cuarto del siglo XIX —por lo que es perfectamente comprensible que tres o cuatro décadas más tarde una empresa de origen belga las aplicara en Asturias— y poco después en Alsacia (Frey 1995, p. 11-19 y 60-61). Existen otros títulos de gran interés para analizar el fenómeno paternalista, ya sea desde una perspectiva histórica (Shubert 1984) o antropológica (Terradas Saborit 1979 y 1994 y García García 1996). Pero sin duda es fundamental la obra de José Sierra, abordada desde un encomiable espíritu pluridisciplinar (Sierra 1990).
[6] El panoptismo consiste en disponer el espacio de tal modo que la mera posibilidad de ejercer una vigilancia constante sin que el observado sepa cuándo lo está siendo permita que éste interiorice las pautas de comportamiento deseadas (Foucault 1978, 1989). La idea fundacional del concepto se debe a Jeremy Bentham, pensador inglés de los siglos XVIII-XIX que ideó un sistema carcelario modelo. La máquina de Bentham es un edificio circular con una torre en el centro y la periferia dividida en celdas que tienen una ventana al exterior y otra a los vanos de la torre, de tal forma que el vigilante puede captar a contraluz todas las siluetas. Lo diabólico es que el ingenio puede obtener sus resultados incluso sin vigilante, ya que los reos no tienen forma de saber cuándo está presente. Adaptaciones de este modelo han sido ampliamente utilizadas en cárceles, manicomios, fábricas, etc. (Bentham 1989).
[7] El economato existió al menos desde 1874, fecha de la que data su primer inventario conservado (AHAZ, L 2339).
[8] Entrevista con Víctor Muñiz Cires, antiguo empleado y vecino y propietario de un valioso archivo personal sobre la RCAM, 16-7-2004.
[9] Desde la instalación de la fábrica de zinc en Arnao los resultados brutos serán casi siempre positivos, salvo algunos episodios puntuales, como 1957 o 1959, explicándose estos paréntesis por el mal comportamiento de la fabricación de zinc bruto y la inclusión en el balance de varios millones de acciones financieras, circunstancia sin la cual el saldo hubiera resultado positivo. Datos procedentes de AHAZ, “La obtención de zinc en España desde hace más de un siglo, por la Real Compañía Asturiana de Minas”, sin clasificar y sin fecha, aunque posterior a 1960.
[10] AHAZ, Caja 13, Inventario de objetos y contrato del alquiler para la enfermería de la sociedad. El hospital en Arnao se creó en el año 1905 (Ministerio de Fomento 1911, p. 32).
[11] Entrevista con Víctor Muñiz Cires, 16-7-2004.
[12] Wenceslao Carrillo, “Cartas a... X”, recorte de prensa, ha. 1930, AHAZ, sin clasificar. El tema mereció la atención de este dirigente obrero en múltiples ocasiones, como prueba una noticia alusiva a una conferencia suya sobre idéntico asunto en Arnao (recorte de prensa, ha. 1930, AHAZ, sin clasificar). Pero no fue el único dirigente importante que se ocupó de los asuntos de la RCAM, porque también por esta época hay noticias de una conferencia en la Casa del Pueblo de Arnao a cargo de Andrés Saborit (octavilla sin fecha, AHAZ, sin clasificar). Como se deduce de su conservación, la dirección de la empresa observaba todo esto con sumo interés.
[13] Luis Oliveira, Arnao, generosidad suma, recorte sin referencias, AHAZ, sin clasificar. Realmente, la influencia de la RCAM en el consistorio debió ser por momentos apabullante, algo comprensible porque se trata de una gran empresa ubicada en un concejo sin ninguna actividad industrial alternativa. En los archivos del ayuntamiento la compañía aparece nombrada para solicitarle o agradecerle ayudas económicas (AMC, Libro de Sesiones, 8-12-1899, 13-7-1906, 5-5-1915, 23-5-1917...) e incluso políticas, como en el contencioso sobre los límites del municipio con el vecino Avilés (AMC, Libro de Sesiones, 29-9-1955 y 22-12-1966). Además, fruto de su hegemonía, la empresa estaba muy bien relacionada con los caciques locales, que requerían su concurso en época de elecciones (AHAZ, C/ 239, carp. 39, 1910). Los directores de la dependencia mantenían bien informado a Jules Hauzeur sobre los diferentes candidatos y sus influencias (AHAZ, L 423, p. 42-45, 14-1-1869).
[14] Entrevista con Víctor Muñiz Cires, 16-7-2004.
ADARO RUIZ, Luis. 175 años de la siderometalurgia en Asturias. Gijón: Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Gijón, 1968. 392 p.
AGULHON, Maurice. Sociabilité populaire et sociabilité bourgeoise au XIXe siècle. In Poujol, G. et Labourie, R. (dirs.). Les cultures populaires: permanence et émergences des cultures minoritaires locales, ethniques, sociales et religieuses. Toulouse: Privat; [Paris]: Institut National d'Education Populaire, 1979, p. 78-95.
BENITO DEL POZO, Carmen. La clase obrera asturiana durante el franquismo. Madrid: Siglo XXI. 469 p.
BENTHAM, Jeremy. El Panóptico. Madrid: Las Ediciones de la Piqueta, 1989. 145 p.
CANALS, Salvador. Asturias: información sobre su presente estado moral y material. Madrid: M. Romero, 1900. 187 p.
CASTILLO, Juan José. ¿Ha habido en España organizadores de la producción?: entre dos congresos de ingeniería, 1919-1950. In Castillo, Santiago (coord.). El trabajo a través de la historia: Actas del II.º Congreso de la Asociación de Historia Social. Madrid: UGT, 1996, p. 233-264.
Castrillo Romón, María. Reformismo, vivienda y ciudad. Orígenes y desarrollo del debate en España, 1850-1920. Valladolid: Universidad de Valladolid, 2001. 405 p.
CHASTAGNARET, Gérard. Un éxito en la explotación de minerales no férricos españoles en el siglo XIX: La Real Compañía Asturiana de Minas. In Bennassar, B. Orígenes del atraso económico español. Barcelona: Ariel, 1985, p. 106- 143.
CHASTAGNARET, Gérard. Les divertissements dans les cités minières espagnoles à la fin du XIXe siècle et au début du XXe. In Maurice, J., Magnien, B., Bussy Genevois, D. (édit.), Peuple, mouvement ouvrier, culture, dans l'Espagne contemporaine. Saint Denis: Presses Universitaires de Vincennes, 1990, p. 99-114.
CONSEJO NACIONAL DE COMBUSTIBLES. Dictamen Oficial sobre la Industria Hullera en Asturias. Madrid: Imp. Clásica Española, 1926. 298 p.
DE LA MADRID ÁLVAREZ, Juan Carlos. Avilés: una historia de mil años. Avilés: Azucel, 1997. 477 p.
DE LA MADRID ÁLVAREZ, Juan Carlos. Paralelo 38: Avilés y el siglo XX en cien capítulos. Avilés: Azucel, 2001. 264 p.
DE LLANO, Aurelio. Hogar y patria: estudio de casas para obreros. Oviedo: Imp. La Comercial, 1906. 31 p.
ERICE SEBARES, Francisco. Propietarios, comerciantes e industriales: burguesía y desarrollo capitalista en la Asturias del siglo XIX (1830-1885). Oviedo: Universidad de Oviedo, 1995. 668 p.
FISCHER, Gustave Nicolas. Le travail et son espace. Paris: Dunod, 1983. 95 p.
FOUCAULT, Michel. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. 3.ª ed. Madrid: Siglo XXI de España, 1978. 338 p.
FOUCAULT, Michel. El ojo del poder. In Bentham, Jeremy. El Panóptico. Madrid: Las Ediciones de la Piqueta, 1989. 145 p.
FREÁN FERNÁNDEZ, Óscar. La creación de una identidad colectiva: sociabilidad y vida cotidiana en la clase obrera gallega. In VALÍN, A. (dir.). La sociabilidad en la Historia Contemporánea: reflexiones teóricas y ejercicios de análisis. Ourense: Duen de Bux, 2001, p. 123-152.
FREY, Jean-Pierre. Le rôle social du patronat. Du paternalisme à l’urbanisme. Paris: L’Harmattan, 1995. 383 p.
FUERTES ARIAS, Rafael. Asturias industrial. Estudio descriptivo del estado actual de la industria asturiana en todas sus manifestaciones. Gijón: F. de la Cruz, 1902. 488 p.
GARCÍA GARCÍA, José Luis. Prácticas paternalistas: un estudio antropológico sobre los mineros asturianos. Barcelona: Ariel, 1996. 253 p.
GARCÍA LÓPEZ, José Ramón, et al. Asturiana de Zinc. Una historia a través de tres siglos. Castrillón: Asturiana de Zinc, 2004. 264 p.
GARCÍA LÓPEZ, María Esther. Castrillón. Conocemos el Conceyu. Construcciones populares. Aplicación didáutica. Piedras Blancas: Patronato Municipal de Cultura de Castrillón, 1999. 195 p.
GARCÍA LÓPEZ, María Esther. Las escuelas del Ave María de Arnao. Piedras Blancas: Patronato Municipal de Cultura de Castrillón, 2004. 285 p.
GASCUE Y MURGA, Francisco. Colección de artículos industriales acerca de las minas de carbón en Asturias. Oviedo: Imp. La Comercial, 1888. 310 p.
GAUDEMAR, Jean Paul de. El orden y la producción: nacimiento y formas de la disciplina de fábrica. Madrid: Trotta, 1991. 190 p.
LEALl BÓVEDA, José María. Aproximación geográfica a un ejemplo de ciudad-jardín: Salinas. 1833-1985. Oviedo: Tesina de Licenciatura inédita, Universidad de Oviedo (Facultad de Geografía e Historia), 1985.
LEFEBVRE, Henri. La production de l’espace. Paris: Anthropos, 1974. 485 p.
MALLO FERNÁNDEZ-AHUJA, José. Las Colonias Escolares de Salinas. Una aproximación a sus orígenes. Piedras Blancas, 2003. 172 p.
MASSARD, Marcel. Syndicalisme et milieu social (1900-1940). Le Mouvement Social, 1977, n.º 99, p. 30-43.
MINISTERIO DE FOMENTO. DIRECCIÓN GENERAL DE AGRICULTURA, MINAS Y MONTES. Informe relativo al estado económico y situación de los obreros de las minas y fábricas metalúrgicas de España y organismos de protección instituidos en beneficio de los mismos. Madrid: Est. Tip. de El Liberal, 1911. 308 p.
MORALES MATOS, Guillermo. Industria y espacio urbano en Avilés. Gijón: Silverio Cañada, 1982. 665 p.
MORO BARREÑADA, José María. La desamortización en Asturias. Gijón: Silverio Cañada, 1981. 348 p.
MUÑIZ, Julián G. La industria hullera. Su origen y desarrollo. Sama de Langreo, 1929. 159 p.
MUÑIZ SÁNCHEZ, Jorge. La vivienda de empresa en el Archivo Histórico de Hunosa. Oviedo: Hunosa, 2003. 93 p.
MUÑIZ SÁNCHEZ, Jorge. El entorno social de Minas de Lieres: organización espacial, urbanismo y sociabilidad. Sociología del Trabajo, nueva época, n.º 52, otoño de 2004, p. 127-158.
OLIVERAS SAMITIER, Josep. Las colonias industriales: el imperio de una voluntad soberana. In CAPEL, Horacio (coord.). Los espacios acotados. Geografía y dominación social. Barcelona: Promociones y publicaciones universitarias, 1990, p. 48-74.
QUIRÓS LINARES, Francisco. Notas sobre las fábricas azucareras en Asturias (1893-1957). In Ería, n.º 3, 1983. 7 p.
REAL COMPAÑÍA ASTURIANA DE MINAS. La Compagnie Royale Asturienne des Mines. París: RCA, 1959. 218 p.
RUIZ GONZÁLEZ, David. El movimiento obrero en Asturias: de la industrialización a la II República. Gijón: Júcar, 1984. 199 p.
SABORIT, Andrés. Asturias y sus hombres. Toulouse: UGT, 1964. 325 p.
SHUBERT, Adrian. Hacia la revolución: orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-1934. Barcelona: Crítica, 1984. 235 p.
SIERRA ÁLVAREZ, José. El obrero soñado. Ensayo sobre el paternalismo indsutrial (Asturias, 1860-1934). Madrid: Siglo XXI, 1990. 276 p.
SIERRA ÁLVAREZ, José. Prólogo. In BOGAERTS, Jorge. El mundo social de ENSIDESA. Estado y paternalismo industrial, 1950-1973. Avilés: Azucel, 2000, p. 11-18.
SIERRA ÁLVAREZ, José. Para una lectura histórico-social de la espacialidad obrera en la España de la Restauración: una cala en los espacios de trabajo. Studia Historica. Historia Contemporánea, 2001-2002, vols. 19-20, p. 15-33.
SUÁREZ ANTUÑA, Faustino. La organización de los espacios mineros de la hulla en Asturias. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. [En línea] Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de diciembre de 2005, vol. IX, núm. 203. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-203.htm> [16 de noviembre de 2006, 09:30] ISSN: 1138-9788.
SUÁREZ, José. El problema social minero en Asturias. Oviedo: Imp. Prado, Gusano y Comp., 1896. 75 p.
TERRADAS SABORIT, Ignasi. La colònia industrial com a particularisme històric: l’Ametlla de Merola. Barcelona: Laia, 1979. 181 p.
TERRADAS SABORIT, Ignasi. La qüestió de les colònies industrials: l'exemple de l'Ametlla de Merola. Manresa: Centre d’Estudis del Bages, 1994. 242 p.
TREMPÉ, Rolande. Les mineurs de Carmaux 1848-1914. Paris: Les Éditions Ouvrières, 1971. 1012 p.
URÍA GONZÁLEZ, Jorge. Ocio, espacios de sociabilidad y estrategias de control social: la taberna en Asturias en el primer tercio del siglo XX. In REDERO, M. (coord.). Sindicalismo y movimientos sociales. Madrid: UGT, 1994, p. 73-97.
URÍA GONZÁLEZ, Jorge. Cultura popular tradicional y disciplinas de trabajo industrial. Asturias 1880-1914. Historia Social, 1995, n.º 23, p. 41-62.
© Copyright Jorge Muñiz Sánchez, 2007.
© Copyright Scripta Nova, 2007.
Índice de Scripta Nova Menú principal