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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (88), 1 de agosto de 2006 


EL PROYECTO UTÓPICO DEL CONDE DE LA PERRONNAY (GUAYANA FRANCESA,1835)

Jean-Yves Puyo
Université de Pau et des Pays de l’Adour

Investigador del Laboratorio SET (UMR CNRS)

 
El proyecto utópico del Conde de la Perronnay (Guayana francesa,1835) (Resumen)

Nuestro trabajo presenta el proyecto, de tipo utopico, elaborado en 1835 por el Conde de la Perronnay (aún inédito) para la colonia francesa de Guayana. Este diplomático francés, destacado en Brasil durante los años 1820, propone un plan ambicioso destinado a colonizar la totalidad del territorio guyanés, desde la costa hasta las mal conocidas montañas interiores Tumuc-Humac, donde una nueva capital debe ser creada. Por tanto, nos parece muy interesante analizar este proyecto utópico, apoyado sobre una nueva malla territorial muy desarrollada, que recuerda anticipándolos otros modelos teóricos de distribución de los lugares centrales (Christaller, Lösch, Von Thünen, por ejemplo). A nuestro juicio, representa el arquetipo « caricaturesco » del proyecto de tipo colonial, del que aún se encuentran ejemplos tardíos en el último cuarto del siglo XX : un plan de desarrollo que niega las características locales, tanto socio-económicas como naturales, con un territorio a ordenar considerado como un espacio « vacío », que se modela a capricho.

Palabras clave: planificación del territorio, proyecto utópico, colonización, France Equinoxiale


Le projet uthopique du Compte de la Perronnay (Guyane francaise, 1835) (Resume)

Cet article présente le projet, de type utopique, élaboré en 1835 par le Comte de la Perromays, à cette heure encore inédit, pour la colonie française de Guyane. Ce diplomate français, en poste au Brésil dans les années 1820, propose un plan ambitieux visant à coloniser l’ensemble du territoire guyanais, de la côte jusqu’aux méconnues montagnes intérieures Tumuc-Humac, où une nouvelle capitale doit être créée. Aussi, nous semble-t-il précieux d’analyser ce projet utopique, reposant sur un nouveau maillage territorial très développé, rappelant avant l’heure d’autres modèles théoriques de répartition des lieux centraux (Christaller, Lösch, Von Thünen, etc.). A notre sens, il représente l’archétype caricatural du projet de type colonial, dont on retrouve encore des exemples tardifs dans le dernier quart du XXe siècle : un plan de développement faisant fi des caractéristiques locales, tant socio-économiques que naturalistes (le milieu étant nié), avec un territoire à aménager appréhendé comme un espace “vide”, modelable à souhait.

Mots clés : planification du territoire, projet utopique, colonisation, France Equinoxiale, Guyane française, Contesté franco-brésilien



 

Ya desde el siglo XVI, ingleses, holandeses, portugueses, españoles y franceses se van a enfrentar continuamente por la posesión de los territorios comprendidos entre el Orinoco y el Amazonas, ubicados en la intersección de las líneas imaginarias más importantes de la época, o sea el Ecuador y las delimitaciones derivadas del tratado de Tordesillas (Lézy, 2000). En el momento más álgido de las reinvindicaciones territoriales francesas de Amazonia (siglo XVII), Francia se considera en posesión de un amplio territorio llamado France Equinoxiale, que se extiende, por el sur, desde el río Amazonas hasta el Orinoco, y por el norte hasta el río Maroni, marcando la separación con las posesiones holandesas. No obstante, este derecho de explotación es muy teórico; tras varias tentativas infructuosas de revalorización, entorpecidas por ataques holandeses, ingleses y portugueses, la presencia francesa a comienzos del siglo XIX, se limita a los alrededores de Cayena, así como a la desembocadura de los principales ríos incluidos entre el Oyapok y el Maroni. Sin embargo, a pesar del desastre anterior de la expedición de Kourou (1), no faltaron en esta misma época proyectos de colonización de este vasto “desierto demográfico”.

Más particularmente, haremos hincapié en el que elaboró el Conde de la Perronnay en 1835, hasta la fecha sin editar. Este diplomático francés, en puesto en Brasil durante los años 20 (del siglo XIX), propone un plan ambicioso que pretende colonizar la totalidad del territorio guayanés, desde la costa hasta las desconocidas montañas interiores del Tumuc-Humac, donde una nueva capital debe ser creada. Por eso nos parece tan interesante analizar este proyecto utópico, que se fundamenta en una nueva malla territorial muy desarrollada, que recuerda anticipándolos otros modelos teóricos de la distribución de los lugares centrales.

A nuestro juicio, representa el arquetipo caricaturesco del proyecto de tipo colonial, del que aún se encuentran ejemplos tardíos en el último cuarto del siglo XX : un plan de desarrollo que niega las características locales, tanto socio-económicas como naturalistas (siendo negado el entorno) con un territorio por ordenar considerado como un espacio « vacío », siempre modelable.
 

La carrera por Guayana

Según el profesor de universidad Serge Mam Lam Fouck, los franceses, como los ingleses y holandeses, sólo se interesaron por Guayana por defecto. Con casi un siglo de retraso sobre los españoles y los portugueses, estas tres potencias van a intentar asentarse en América del sur entre el Orinoco y el Amazonas, o sea en los confines más imprecisos de los dos imperios de origen ibérico. Las razones de esta expansión son múltiples, tanto económicas, políticas como religiosas. De hecho las potencias europeas compiten prioritariamentepor la posesión del Amazonas, es decir la gran vía de comunicaciones hacia los inmensos confines forestales interiores mal conocidos, entre la cuenca arriba del Amazonas y el Orinoco. Las expediciones en estos parajes de Walter Raleigh, en busca del mítico Eldorado descrito en su lecho de muerte por Juan Martínez, tienen algo que ver con este nuevo y repentino periodo de interés. Avanzando progresivamente cada potencia sus fichas por estas regiones mal definidas, los portugueses afirman progresivamente su posesión en la orilla izquierda del Amazonas al fundar en 1616 la ciudad de Pará, rechazando así, y eso de manera definitiva, las pretenciones españolas en esta zona. En adelante se enfrentan por un tiempo relativamente corto con los holandeses y principalmente los franceses, presentes en la orilla izquierda.

Para estos últimos el siglo XVII se resume en una sucesión de tentativas muy modestas de asentamiento, tan patéticas en cuanto a su resultado final, todo ello entrecortado por varios episodios militares que arruinan regularmente los pocos resultados obtenidos. La historia de Francia recuerda la fecha de 1604, o sea la primera tentativa infructuosa de asentamiento de posesiones francesas en el Oyapock y en el lugar de la actual Cayena (“la isla de Cayena”). Luego de 1624 a 1664, la Monarquía francesa otorga a tres compañías de comercio el derecho de explotación agrícola y comercial de los espacios. Así los mapas franceses de la época, es decir de Du Val de Beville (1654) o incluso el mapa de Lefèbvre de la Barre (1665) presentan una comarca que se puede asimilar a una isla inmensa, rodeada de ríos majestuosos y esparcida de altas montañas. Según Vidal de la Blache, “este aislamiento parecía la explicación natural de las causas que habían apartado a los españoles” (2). Sin embargo, este derecho de explotación es muy teórico, limitándose las experiencias de valorización en Cayena y sus muy próximos alrededores. Y hay que esperar la expedición francesa del conde de Estrée, quien obtiene por las armas en diciembre de 1676 la evacuación definitiva de los vecinos holandeses (asentados de manera muy importante en el actual Surinam) de Remire, Cayena et de los ríos del Approuague y del Oyapock, para que el control de Francia en el espacio guayanés no se discuta más, “[...] si se hace abstracción del paréntesis que constituyen los ocho años de ocupación portuguesa (1809-1817)” (3).

Sin embargo quedaba por delimitar las fronteras de esta colonia francesa, lo que no será una sinecura, en particular para su frontera sur. Todo el embrollo que preocupó durante casi dos siglos las diplomacias francesas y portuguesas, y luego brasileñas, proviene del tratado de Utrecht del 11 de abril de 1713, que pone fin a la guerra de Sucesión española. Este texto que de hecho hubiera debido aclarar esta cuestión de las reinvindicaciones territoriales, con su artículo 8, cede a Portugal “la propiedad de las tierras del Cabo norte ubicadas entre el río de las Amazonas y el de Yapoc o Vincent Pinzón”(4). En adelante, Francia reconoce la posessión portuguesa de las dos orillas del Amazonas (artículo 10). Pero por su redacción, este texto subraya dos problemas importantes : en primer lugar, no precisa “de manera geográfica” la localización de este río Yapoc (Japock) o también llamado Vincent Pinzón, ya que el texto no indica latitud ni longitud. Para los franceses, no se puede tratar del Oyapock, situado a 50 leguas más al norte del Amazonas, es decir entre los 4 y 5° de latitud Norte, pretención considerada por ellos como “ ridícula de ser tan interesada”(5). Este mismo tratado presenta otra laguna tan importante como la pregunta sobre la verdadera naturaleza del río Yapoc : si cede a los portugueses la orilla izquierda del Amazonas, no menciona hasta qué distancia de este río éstos podrán extender su soberanía. Para los franceses, se trata, en la orilla izquierda de una franja de 15 leguas de profundidad y eso hacia el oeste, hasta el río Negro : “Salvo la concesión de la navegación del río de las Amazonas, este tratado no ha derogado en absoluto al estado de nuestros antiguos limites que se extendían anteriormente hasta el río Negro y así la tierras del interior debían seguir perteneciendo a Francia hasta dicho río” (6). En los hechos, esta posición significaba el control de la navegación en uno de los dos afluentes más importantes del Amazonas y así en una vasta parte de la cuenca hidrográfica amazónica, arriba de Manaus

La continuación no es sino una sucesión de tratados, tanto a escala local entre los gobernadores de Cayena y del Pará (acuerdo de 1784 y 1792) como a escala nacional, que ven una tras otra las dos partes tener más influencia. A raíz de la guerra con Portugal, iniciada en 1807, éste por venganza, ocupa militarmente la actual Guayana francesa. Si el tratado de Viena (8 de junio de 1815) estipula que los portugueses deben luego restituir la colonia francesa hasta el Oyapock, límite que Portugal siempre ha considerado que fue el establecido por el tratado de Utrecht, ocupando la parte en litigio hasta que una convención entre ambos países arregle el problema fronterizo (7). Sólo la amenaza de una expedición militar francesa encargada de reconquistar por las armas la colonia permite por fin una evacuación portuguesa de la colonia; la convención del 28 de agosto de 1817, tomando de nuevo los términos del congreso de Viena, estipula que en adelante los límites se deben fijar “conforme al sentido del artículo 8 del Tratado de Utrecht”... Si los comisarios de las dos partes encargadas de resolver la cuestión fracasan, está previsto recurrir al arbitraje de Inglaterra. De hecho, casi un siglo más tarde, el arbitraje final se confió, después del acuerdo mutuo entre ambas partes, al Consejo Federal Suizo. Éste, el 1 de diciembre de 1900, le denegó a Francia todas sus pretensiones territoriales : el vasto territorio conocido como el Contestado franco-brasileño integraba definitivamente Brasil, para ser el actual Estado Federal del Amapá (separado del Pará en 1943), lo que acabó con las esperanzas de la Francia equinoccial.
 

“El Gran Estancamiento” (1676-1848)

Tras luchar militarmente durante casi 75 años con sus vecinos holandeses y portugueses para establecer su soberanía entre el Maroni y la orilla izquierda del Amazonas, Francia se veía enfrentada con un inmenso territorio colonial por valorizar. Éste se caracteriza en primer lugar por un entorno natural “muy rudo para el hombre occidental, como lo indica esta descripción de 1780, de los primeros tiempos del asentamiento francés en la isla de Cayena : “Antaño el aire era malsano, no solamente porque el terreno está lleno de bosques pantanosos sino también porque llueve sin cesar durante nueve meses. Las enfermedades eran frecuentes y los niños casi se morían nada más nacer ; pero desde que la isla se desbroza se está mejor. Las mujeres dan a luz en buenas condiciones y los niños son robustos” (8). Bueno, pero durante casi un siglo, las epidemias de fiebre amarilla, no pararán de enlutar regularmente la colonia (1850-1851, 1855-1857, 1873-1874, 1885-1886, 1903-1904), afectando tanto a los corpulentos como a los más débiles, “llevándose con predilección a los indios y los presidiarios”, y eso, hasta que se elabore una vacuna en 1926 (9). Combinado con la malaria, las malas condiciones sanitarias y los problemas de malnutrición y hasta de subnutrición, de los nuevos migrantes (esclavos africanos y colonos europeos), Guayana vehiculó constantemente una fama de lugar para moribundos que no favoreció mucho su desarrollo económico y demográfico, hecho debatido en vano por numerosos autores, como el Reverendo Padre Brunetti :

“Cayena, cuyo nombre en Francia es sinonímo de país de deportación, de presidio, a donde se va para morir, devorado por las fiebres páludicas o todo tipo de insectos, no se merece en absoluto la triste reputación que se le ha hecho” (10).

En segundo lugar, Guayana se caracteriza por su muy débil población original, o sea los indios, cuya estimación cifrada por ciertos autores en 20 000 a comienzos del siglo XVII (11), ocupando de manera muy diseminada el actual territorio guayanés, es decir la zona litoral, y los alrededores inmediatos de los ríos, en particular en el Maroni Alto y a lo largo del Oyapock. Estos van a ser particularmente diezmados por las enfermedades importadas por los colonos (neumonías y bronco-neumonías, principalmente). Así, por ejemplo, los Galibis, que ocupaban la zona litoral y entonces los primeros indios en estar en contacto con los colonos, estimados en 5 500 en 1604, no forman más que un pequeño grupo de 550 individuos un siglo y medio más tarde (Man Lam Fouck, pág. 70). Lo mismo pasa con otras tribus, de manera que inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, quedaban menos de mil indios, lo que le llevó a declarar a Robert Vignon, primer prefecto del departamento guayanés, “ que se debía hacer algo muy rápidamente” (12).

Para todo el periodo colonial, que se extiende desde el siglo XVII hasta 1946, fecha de la adquisición del estatuto de departamento francés (ley del 19 de marzo de 1946), se pueden distinguir tres grandes épocas, que corresponden cada una a una función particular concedida por el Estado francés :

- de 1676 a 1761, el desarrollo de la colonia es principalmente asunto privado, llevado en particular por los jesuitas. Éstos se asientan en Guayana ya desde 1651 y desarrollan rápidamente grandes misiones según su modelo de reducciones que conoce entonces un gran éxito tanto en Paraguay como en Brasil. Se trata de reagrupar a los indios, convertirlos a la fe católica y transformarlos en súbditos útiles a la colonización, en particular gracias a su trabajo en el seno de estas grandes plantaciones (13). Los administradores de la colonia y los colonos también pueden reclutar trabajadores valiosos por su conocimiento del entorno, para asegurar las funciones de piraguayos, ganchos o leñadores. Cabe destacar que el uso de esclavos de origen indio fue siempre muy limitado. En 1721, fecha de su llegada a Cayena el botanista Pierre Barrère sólo señala a 125, “hombres, mujeres o niños (por) mil quinientos negros, capaces de trabajar” (14).

A ejemplo de las otras colonias americanas, Brasil y las Antillas, el recurso a la mano de obra forzada de origen africano había sido favorecido por los primeros colonos. Pero a falta de comunicaciones marítimas importantes con Francia y Europa y una política voluntarista fuerte del Estado colonizador, la colonia se estancó durante todo este primer período. El número de colonos, encargados del desarrollo de sus viviendas (término empleado en la época en las colonias francesas de las Antillas, Santo Domingo y Guayana, para designar las fincas concedidas de manera gratuita por la administración colonial en nombre del Rey) siempre fue muy débil, alrededor de unas pocas centenas. Los asentamientos se localizaron en la franja litoral, en las altas tierras ocupadas por la sabana, es decir las estaciones menos fértiles pero también las más insalubres. Para la mayoría se trataba de viviendas de unidades muy modestas, utilizadas únicamente para la producción de bienes agrícolas necesarios a la supervivencia del colono y de su familia. Muy pocas de ellas se dedicaban a la producción de bienes de exportación, en particular el azúcar y especialmente el rocú, planta tintorial indígena, utilizada por los indios, y buscada entonces en Europa para teñir los tejidos. Ni el café, importado de Surinam en 1721 ni el cacao, introducido en 1735, dan lugar a importantes cultivos. Consecuencia directa de esta situación económica “miserable”, las importaciones de esclavos procedentes de la trata atlántica siempre fueron muy flojas (15), así como los intercambios económicos con la Metrópoli : “Las naves que se mandan allí limitan sus cargamentos a vino, harina, carne vacuna salada, telas bastas, en particular telas pintadas, herrrajes, diversas especies de tejidos y mercerías, en pocas palabras, las mercancías más sencillas y más necesarias para vivir. Además, sería inútil o perjudicial mandar demasiada porque sería demasiado difícil deshacerse de la mercancía” (16).

Como lo subraya a finales del siglo XVIII este mismo autor, el señor de la Harpe, “La desgracia de Isle es el contar con pocos habitantes, sobre todo negros para cultivar cantitades de buenas tierras que se quedan sin cultivo en tan pequeña superficie”(17).

- el segundo período que marcó la historia va desde 1761 hasta 1848, fecha de la prohibición definitiva de la esclavitud, que se traduce entonces por la ruina inmediata de la economía guayanesa, por falta de mano de obra para las explotaciones agrícolas y la pequeña industria de transformación : “Abandonando en masa los talleres, los libertos, se habían asentado miserablemente en diversos puntos, y el país se despoblaba”(18). Nuestra primera etapa, el principio de los años 60 (siglo XVIII), corresponde a un momento importante en la política de fomento y ordenación del territorio guayanés. En primer lugar la pérdida de las Indias en 1761 provoca un interés súbito para la colonia guayanesa, casi abandonada desde su fundación : “En efecto Francia va a buscar en los territorios que le quedan otros modos para enriquecerse”(19). Así, en 1762, el duque de Choiseul manda a un botanista Jean-Baptiste Aublet a la colonia, y le encarga hacer un inventario de plantas útiles así como de los minerales y de los terrenos aptos al cultivo. De la misma manera, en un contexto de competencia económica con los holandeses, para las especias, y con los ingleses para el azúcar, Guayana adquiere una nueva importancia estratégica : se proyecta el desarrollo de sus producciones agrícolas para mejorar la independencia económica de las posesiones francesas de las Antillas, entonces demasiado tributarias para su abastecimiento de las relaciones con Nueva Inglaterra (los futuros Estados Unidos de América) y las colonias vecinas españolas : “Así, Guayana debe permitir [...] liberarse de lo extranjero a la vez que ayudar las Islas de Azucar a dedicarse a las producciones comerciales”(20).

En segundo lugar, la expulsión de los jesuitas en 1762 lleva a la desaparición muy rápida de las reducciones y la dispersión de las comununidades indias evangelizadas. Por fin, la expedición trágica de Kourou marca el comienzo de una política de asentamiento blanco (21) de la colonia; Guayana, a raíz de la ley del 8 de diciembre de 1851 sobre el destierro, deberá a esta misma política la creación de la colonia penal, que constituye la tercera gran época pre-departamental de Guayana, y que no trataremos.

Los principios de la población blanca se caracterizan por el episodio dramático (y bien conocido) de la expedición de Kourou. El inspirador de este proyecto es un antiguo funcionario en puesto en Cayena (1746), Jean-Antoine Brûletout de Préfontaine, autor de un “proyecto de comercio para la colonia de Cayena con un establecimiento bajo la dirección de una factoría para una compañía de comercio”. Cuando la colonia contaba en 1763 con una población colonial, colonos y esclavos, de menos de 8000 habitantes, Choiseul proyecta mandar allí 15 000 colonos, que se van a dedicar a desarrollar y reforzar la posición económica y geoestratégica del Reino de Francia en las Américas, considerablemente aminorada muy recientemente con la pérdida de las posesiones de Canadá y una parte de Luisiana, a raíz del tratado de París (10 de febrero de 1763) poniendo fin a la guerra de Siete años. Gracias a una hábil campaña publicitaria, más de 12000 colonos (entre los cuales una gran parte de migrantes extranjeros, suizos, holandeses, belgas, austriacos y prusianos) salieron de los puertos de Le Havre, Marsella y Rochefort, para las sabanas del bajo valle del Kourou et del Sinnamary. Esta nueva población, ya aminorada por las condiciones difíciles del largo viaje, va a ser diezmada en unos meses por las enfermedades, malaria, disentería y fiebre amarilla, tanto más cuanto que los alrededores de Kourou son pantanosos y que descontentos con este proyecto que les parecía una amenaza grave para con su autoridad, los administradores de Cayena habían retrasado la preparación de los campos necesarios al alojamiento de los nuevos colonos.

Hace falta recordar que entre 1764 y 1765, 7 000 murieron, de 2 a 3000 fueron repatriados y menos de 2000 eligieron quedarse en la colonia. “A las víctimas europeas, habría que añadir los esclavos, los libertos y los amerindios víctimas de las epidemias desencadenadas por el asentamiento de población, pero ninguna evaluación existe para estas víctimas”(22).

La política de asentamiento blanco empezaba pues por un fracaso dramático que no fue extranjero a la reputación odiosa de la colonia, reforzada aún más por los primeros destierros de presidiarios (de hecho más bien presos políticos) bajo el directorio, entre 1795 y 1798. Sin embargo, esta experiencia no tuvo ningún resultado sobre el asentamiento de la colonia : de los 331 desterrados, 172 murieron de enfermedades, contra 25 evadidos y 132 finalmente repatriados. Como lo subrayará uno de los supervivientes, “Guayana es para nuestra raza una gran enfermería, donde todo el arte del médico consiste en retrasar la muerte del enfermo”(23).

Sin embargo, la voluntad de promover la población blanca vuelve después del corto período de ocupación portuguesa, en particular bajo el impulso del barón de Laussat, gobernador entre 1819 y 1823. Éste va a multiplicar los proyectos, conservando indicios de estos esfuerzos, de los cuales, muchos quedaron en meros proyectos, los Archivos de Ultramar de Aix-en-Provence; así se trata por ejemplo, de favorecer la emigración de canarios (1820), y luego de negros marrones del Surinam (antiguos esclavos evadidos de las plantaciones holandesas y que viven en comunidades libres al lo largo del Maroni), de huérfanos del hospicio de Brest (1820), de campesinos de Baja Bretaña (1821), e incluso de indúes (1822). De hecho, sólo se iniciarán cuatro proyectos : en 1820, se deja a 29 chinos y 5 malayos en un perímetro de explotación situado a unos kilómetros al sur de Cayena (montañas de Kaw). 14 meses más tarde, los 19 supervivientes, repatriados a Cayena reembarcan para Manilla (24)...

En noviembre del 1821, unos veinte cultivadores de origen irlandés, entonces asentados en Estados Unidos, contestan a la solicitud del barón Laussat y se asientan en una sabana al borde de la caleta Passoura, uno de los afluentes del Kourou, donde funden un pueblo, Laussadelphie. La experiencia se acortó rapidamente porque un año más tarde, los únicos supervivientes eran una mujer y 4 niños, mandados de vuelta a Boston en noviembre de 822. Laussat atribuyó este fracaso a la ausencia de vocación agrícola de los irlandeses.

Entre 1823 y 1828, el ministerio de la Marina y de las Colonias, elige las orillas del bajo valle Mana para el asentamiento de nuevos colonos europeos. A pesar de todo, se han sacado unas lecciones del fracaso mordaz de Kourou y de otras, todas, recientes tentativas de asentamiento : en adelante, se trata de preparar los asentamientos antes de la llegada de los colonos. Con este fin, un equipo “vanguardista” que incluye zapadores del cuerpo de ingenieros, construye en julio de 1823, un nuevo pueblo, la Nouvelle Angoulême, pero también se abandona rápidamente, por causa de epidemia de malaria... Un segundo asentamiento aparece, situado más río abajo : el puerto de la Nouvelle Angoulême que recibe en diciembre de 1824 tres familias del Jura, o sea 27 personas en total. A pesar de hacerse cargo durante tres años del abastecimiento de víveres y de la compra del material necesario a la actividad agrícola, y la puesta a disposición de 100 esclavos encargados de ayudar a los colonos en las obras importantes de drenaje y de construcción de diques, esta nueva experimentación conocerá un fracaso final y rápido, una vez interrumpidas las ayudas.

Por fin, el único éxito relativo registrado es la obra conocida de la madre Javouhey, Madre superior de las hermanas de San José de Cluny, que gracias a un apoyo fuerte del Ministerio de las Colonias y de la Marina, hizo que durante 20 años funccionara una colonia agrícola en las orillas de Mana. Concebido previamente como un establecimiento suceptible de acoger al final a 4000 jóvenes huérfanos de ambos sexos, sus principios fueron mucho más modestos y caóticos, con un primer contingente compuesto de 36 hermanas, 39 cultivadores contratados por tres años y unos niños, que habían salido de Francia en 1828, a expensas del Estado. En 1831, los cultivadores abandonaron la misión, reprochando al sistema societario de la madre Javouhey la explotación de manera gratuita de su trabajo. La perrenidad del territorio de Mana se veía así comprometida de manera importante antes de que el gobierno, en 1835, decidiera que los esclavos detenidos en las calas de los barcos que ejercían la trata clandestina, prohibida desde la ley del 4 de marzo de 1831, fueran confiados al establecimiento de la madre Javouhey, “[...] para prepararse por el trabajo a las ventajas de la libertad” (25). Casi 550 de ellos fueron reunidos allí, participando en la creación de un nuevo burgo que prosperó gracias a su trabajo : “Este establecimiento volvió al gobierno el 1 de enero de 1847 y desde entonces forma uno de los barrios más bellos de la colonia. Tal es la fuerza de la caridad” (26). Y en efecto, en 1884, el burgo de Mana, con casi 800 habitantes, constituye el segundo “polo urbano” de Guayana, después de Cayena.

Sin embargo, a pesar de medios financieros a veces importantes por parte del Estado francés, la política del asentamiento blanco, iniciado con la expedición de Kourou, no había provocado un asentamiento significativo. Se conocen muy bien las razones de estos fracasos sucesivos, que combinaban una organización defectuosa de las operaciones de población y un desconocimento total del entorno, lo que significaba asentar a los colonos en las zonas de sabanas que, si no presentaban selva primaria por desbrozar, consistían en zonas a pesar de todo entre las más insalubres de la colonia.

Y en este contexto de “efervescencia” de proyectos relativos al asentamiento blanco, que marca los años 1820 a 1840, fue cuando un diplomático, antiguamente en puesto en Brasil, el conde de la Perronnay, propone su plan ambicioso de desarrollo de la colonia.
 

El pensamiento planificador del Conde de la Perronnay

Nuestro encuentro con las concepciones del conde de la Perronnay es el resultado de unas investigaciones anteriores dedicadas a los conflictos territoriales entre Francia y Brasil. En una caja que contenía, para la primera tercera parte del siglo XIX, las correspondencia intercambiada entre los representantes de la Legación de Francia en Brasil y el Ministerio francés de Asuntos Exteriores, hemos descubierto un pequeño folleto de unas 20 páginas sobre Consideraciones sobre la Guayana francesa y sobre las maneras de dar a esta colonia un impulo creador (27).

Si este texto no está firmado, uniendo differentes cabos hemos podido descubrir a su autor. Ya, y como lo veremos más adelante, éste no podía ser sino un diplomático en puesto en Brasil : en efecto, encontramos en el folleto fragmentos de un informe de alta confidencialidad de 1826, dirigido por la Legación de Francia en Rio de Janeiro al barón de Gabriac, quien representaba a Francia en una enésima reunión de concertación dedicada a fijar la frontera de la colonia guayanesa (28). Y fue justamente el contenido “político” de este folleto el que le valió su presencia en los fondos de los Archivos diplomáticos de Nantes ; en efecto, en enero de 1836, un correo de dos páginas dirigido al duque de Brogglie, ministro de Asuntos Exteriores, por la Legación de Francia en Brasil, señala la existencia de este folleto y de sus extractos confidenciales. La legación explica que no es culpable de la divulgación de estos documentos y señala “los inconvenientes” que podrían resultar si viniese a parar su contenido a manos de los brasileños (29).

Y por fin, encontramos en el texto del folleto el estilo y la argumentación del conde de la Perronnay, en puesto en Brasil, de 1826 a 1828.

En primer lugar, el folleto empieza con la presentación de las razones que según el autor deben incitar al gobierno francés a desarrollar la colonia guayanesa. El plan propuesto está concebido a escala de “la gran Guayana”, es decir desde el Maroni hasta la orilla izquierda del Amazonas. Utilizando en el folleto una argumentación ya explicitada en la correspondencia de la Legación de Francia en Rio de Janeiro, el autor subraya que el verdadero valor de Guayana reside en la posesión por lo menos “teórico”, de dos de los más importantes afluentes del Amazonas, o sea el Río Negro y el Río Branco. Sin embargo, el diplomático se declara favorable a la situación de statu quo en cuanto a la zona conflictiva entre Francia y Brasil, subrayando que de haber cedido el joven Estado brasileño a las pretensiones francesas expresadas en 1826, “[...] lo que hubiera sido un acontecimiento increíble”, el gobierno francés hubiera tenido mucha dificultad para valorizar la zona, visto “[...] el estado de nulidad en el que estaba esta colonia y la carencia total de apoyos en el interior” (30).

Según el autor, el objetivo por alcanzar no es la recuperación de algunos lugares desérticos (“por desgracia, no es el terreno en absoluto el que falta a nuestra colonia”) sino la obtención de un derecho de navegación que se espera exclusivo por el Amazonas, en dirección a una amplia cuenca hidrográfica, río arriba, reinvidicada por Francia : “El Amazonas, el más bello río en el mundo que, recorriendo 1400 leguas, atraviesa el continente americano casi desde el Pacífico hasta el Atlántico y que explotado por la industria y la actividad francesa, proporcionaría a su comercio salidas inmensas y ventajas innumerables. A tal objetivo debemos pretender y quizá nos espere un éxito rotundo en un porvenir no tan futuro” (31). La obtención de este derecho a la navegación es tanto más importante cuanto que las metas económicas y políticas francesas compiten entonces con las inglesas así como (¡ya¡) norteamericanas, “[...] cuyo imponente crecimiento les inspirará de aquí a algunos decenios la ambición de intervenir directamente en la cuestión norteamericana en la que un interés económico les atraiga” (32).

Tras estas consideraciones generales de orden geoestratégico, el autor presenta la gran idea maestra de su proyecto preconizando una marcha progresiva de la colonización tierras adentro en dirección a los montes (los montes Tumuc-Humac) donde reina un clima templado “[...] presente en todas la latitudes de la América tropical cuando se eleva uno suficientemente con todas las condiciones requeridas de salubridad del aire, de fertilidad del terrirorio y de la cercanía de las fuentes de las corrientes navegables, así se fundaría la capital central de Guayana” (33).

Con tal fin, se propone crear “una vía real abierta a cualquier tipo de carros”. De un lado a otro, habrá que construír “estaciones” habitadas, que se consideran como intermediarias, así como “[...] varias capitales interiores provisionales a las que el gobierno de la colonia iría frecuentemente, se asentaría sucesivamente antes de que se llegase a un término definitivo con el asentamiento de la metrópoli de la Guayana francesa” (34). Llegada al lugar de la fundación de la metrópoli central, y “[habiendo] aumentado los medios con el trabajo civilizador”, “la línea de civilización”, marcada por la vía real irradiará luego simultáneamente hacia las riberas de los tres grandes ríos que forman los límites naturales de Guayana, o sea, el Maroni, el Río Blanco y el Río Negro., y eso, siguiendo el mismo esquema de desarrollo, es decir la creación regular de “estaciones” y capitales regionales. Cabe subrayar que hasta el asentamiento de la nueva capital central interior, Cayena guardaría su papel de capital con la sede permanente del gobierno de la colonia.

Para la construcción de la gran penetrante tierras adentro de Guayana, en la cual estriba todo el proyecto, el conde de la Perronnay apuesta por la puesta a disposición de medios militares encabezados por un oficial general o por lo menos un coronel de ingeniería. Primero, unos ingenieros militares formarán tres “expediciones” distintas : “Una, la vanguardia, para la exploración del país y el trazado de la vía real ; una central para su elaboración ; una lateral para levantar el mapa del país y dividir los terrenos adyacentes a mano derecha y a mano izquierda, en cuarteles de una legua por cada lado, en todas la partes accesibles salubres y cultivables.”

Algunos oficiales de Ingeniería, en puesto en Cayena, sin embargo ayudados por refuerzos, se encargan de la construcción de la carretera, echando mano de los presos para la mano de obra, éstos organizados en “talleres”, escogidos en los presidiarios y las centrales penales de la Metrópoli, y vigilados por batallones coloniales a los que se podrá imponer unas cuantas horas de trabajo diarias, según el autor, “Lo harían de buena gana si alguna retribución fuera la recompensa” (35).
 

Un plan de desarrollo con trasfondo de esclavismo

El autor reconoce que la gran ambición de su proyecto puede asustar por la importancia de los medios necesarios “con el fin de obtener tan grandioso resultado”. Por ello, una sociedad anónima por acciones, con un capital de 20 millones de francos, debe fundar un banco encargado luego de la gestión financiera del amplio plan de colonización.

Primero, se va a enfrentar con el problema peliagudo en el que hasta entonces han fracasado todos los planes de desarrollo de la colonia, o sea, la falta de mano de obra. El autor propone un dispositivo que combine el sistema esclavista con un asentamiento blanco, es decir la importación de “trabajadores libres desde Europa”. En efecto su visión del sistema esclavista aparece “ambiguo” ; siguiendo los debates del último cuarto de siglo del siglo XVIII sobre el coste económico del trabajo de los esclavos comparado con el de los trabajadores libres, muy poco pagados, el conde de la Perronnay toma posición a favor de la desaparición progresiva del sistema esclavista arguyendo así : “La esclavitud es un mal mucho mayor para la raza de su dueño que para la suya [...] El propio hecho de emplear a esclavos no sólo degrada el trabajo y hace de la pereza un atributo de libertad y nobleza ; sino que además establece una competencia que el maniobrista libre no puede librar, puesto que le quita a éste hasta la posibilidad de alquilarse, sobrepasando con creces el salario más mínimo que podría exigir para subsistir él y su familia, lo que la avaricia o la falta de previsión de los dueños dedica al mantenimiento del esclavo cuyo precio de compra y el decaimiento no se toman mucho en cuenta” (36).

Sin embargo, según el autor casi sería imposible abandonar de repente el sistema esclavista, “conllevando la liberación unos riesgos mucho más graves que los del mantenimiento de la servidumbre; incluso enfrentaría dos razas distintas y antipáticas que jamás consentirían en mezclarse y andar gozando paralelamente de los mismos derechos; mientras que, hasta entonces con la una sometida a la otra, reinaba cierto orden” (37).

Contando entonces con 13 000 esclavos la Guayana francesa, el autor piensa que aún se puede esperar “extirpar esta plaga” con el plan siguiente. Deberá comprar progresivamente la sociedad a todos los esclavos o en caso de que un acuerdo no sea posible con un propietario, deberá alquilarlos por dos o tres años. Tras la compra se declararán a los esclavos según los propios términos del autor “libertos” y se llamarán “[...] “huérfanos africanos de la sociedad de colonización”. De hecho, no se trata en absoluto de otorgarles una verdadera libertad porque a guisa de indemnización del precio de compra será reconocida “[...] la sociedad propietaria de todo el trabajo moderado y suficientemente retribuido por un tratamiento suave y salubre que los negros podrán ejecutar a lo largo de su vida (38). En cuanto se lance la operación de compra se deberá prohibir cualquier importación de nuevos esclavos al territorio guayanés, lo que ya es el caso con la ley del 4 de marzo de 1831 que prohibe la trata. En cuanto a los pocos “verdaderos libertos”, se quedarán  “[...] en la condición social en la cual están actualmente” según el autor (39).

Como contrapartida de esta ausencia total de libertad, el autor insiste mucho en la necesidad de asegurarles condiciones de vida y un tratamiento conveniente, semejante, según dice, “al de las tropas coloniales”. Así se prohibirán los grilletes en los pies, excepto en caso de huida. Sin embargo, estará prohibido el matrimonio legítimo entre ellos “[...] y se dividirán en talleres los sexos que, en lo posible, no tendrán intercambio ni podrán acercarse”(40). Mediante tal dispositivo, podemos pensar que, por desgracia, el autor espera en la desaparición a medio plazo de este tipo de población, a falta de renuevo demográfico.

Luego se repartirán los esclavos en pequeños grupos de trabajo, en talleres. Los más afortunados podrán ser alquilados por un terrateniente para los trabajos agrícolas, dedicándose los otros, según los propios términos del autor, “[...] a un servicio público de los más rudos y de los menos sanos tales como los desecaciones de los terrenos bajos, cavaduras de canales, etc. emprendidos por el Estado o los cuerpos administrativos que pagarán a la sociedad el alquiler de sus talleres siguiendo las tarifas” (41). El objetivo del autor está claro : los precedentes fracasos del asentamiento blanco resultaba de la falta de preparación de dichas operaciones. En adelante, los trabajos preparatorios serán realizados por los esclavos comprados por la sociedad, aunque se registren pérdidas importantes.

En segundo lugar, con el pasar del tiempo, el autor espera, a pesar de todo, que la población guayanesa se mestice de manera importante, mediante cruces entre todas las razas presentes, indios, blancos, negros : “En posesión de todas la facultades requeridas para adaptarse a todos los grados de civilización la raza mixta, [tenderá] a acercarse al tipo blanco de manera continua” (42).

Cabe notar que el autor, al contrario de otros pensadores de finales del siglo XVIII (Jean-Baptiste Leblond) o del siglo XIX (Henri Coudreau) no atribuye ningún papel a los indios, compartiendo con el señor de Tocqueville para con “esta raza desafortunada”, la opinión que aparece textualmente en el folleto : “Creo que esta raza india está destinada a perecer y no puedo evitar pensar que el día en el que los europeos se hayan asentado a lo largo del Pacífico, dejará de existir” (43).

Para favorecer estos cruces múltiples, el conde espera impulsar “un torrente de emigración blanca que llegue desde Europa”. Se busca una mano de obra europea de dos tipos : familias destinadas a desarrollar las futuras concesiones ubicadas a lo largo de la carretera así como solteros franceses o procedentes de otros países europeos (Suiza y Alemania están mencionadas), llamados a sustituir “los negros de los talleres de cultivo”.

El dispositivo de reclutamiento de los futuros emigrantes, presentado de manera extensiva, intenta no reproducir los errores del pasado. Primero, se tratará de favorecer una propaganda hábil, con el fin de luchar por “la prevención del público” respecto al clima guayanés. Si el autor no niega las catástrofes sanitarias antiguas, mencionando el drama de la expedición de Kourou, rechaza por lo menos la objeción de insalubridad del país. Según él, excepto “algunas” partes de las costas inundadas y algunos pantanos, el país es tan salubre como Brasil, “[...] considerado con razón como uno de los más sanos en el planeta, [y] sobre todo con unas regiones montañosas [que] no le superan en lo agradable, fértil y salubre” (44).

Para favorecer la empresa, aún está previsto no abarrotar los barcos de migrantes para que luego desembarquen en buenas condiciones físicas, no anticipar dinero, dejar pocos días de espera al “contratante” antes de que embarque para que no cambie de opinión, y por fin, el punto a nuestro juicio más innovador, no mandar a emigrantes si in situ no se ha asegurado previamente su colocación, y que ésta sea posible en cuanto desembarquen.

Sin embargo, la sociedad sufraga los gastos del viaje pero espera reembolsarse con el trabajo de los futuros colonos, y eso con creces.


La  valorización del los bienes raíces coloniales

Se condiciona la acogida de los migrantes a una fase previa que consiste en crear las primeras infraestructuras. De hecho, el esfuerzo principal se pone en el trazado y la creación de la gran penetrante. A medida del avance de las obras viales, se divide el terreno, a la derecha y a la izquierda de la carretera, en cuadrados o concesiones de una legua de lado. Cada 4 cuadrados contiguos, la sociedad ocupa uno para fundar una aldea, si las condiciones locales se prestan a ello; en el caso contrario, elige otro cuadrado, siempre contiguo. Cuando vastas extensiones presentaran “un terreno bajo e insano, se le saltaría el turno hasta que se encontrara la localidad adecuada”.

Luego, cada cuadrado de una legua está dotado de un ingeniero y cierto número de obreros, carpinteros, agrimensores y peones, encargados de preparar la concesión. Al leer este folleto, esta “preparación” se limita de hecho a una simple agrimensura. Luego se divide la concesión en partes de 250 toesas por 300, o sea unos 80 parcelas ; 10 de ellos, los más cercanos a la carretera y ubicados en las tierras más favorables, se reservan para la localización de la futura aldea. Cada envío marítimo corresponde a un cuadrado, o sea 50 familias de 5 personas. Durante el trayecto, los cincuenta jefes de familia deberán elegir entre ellos un municipio encargado de administrar la futura comunidad y representar el interés de sus miembros respecto a la sociedad colonizadora. El autor estima que el día del desembarque en Guayana, cada familia tiene una deuda contratada de 162,50 francos per cápita, lo que corresponde a los gastos de transporte, la puesta a disposición de los emigrantes de “una cama con su ropa que consiste en una hamaca completa con mantas y algunas prendas para quienes las necesitasen” (45). Luego se añaden 50 francos de anticipo, para la alimentación de seis meses, la puesta a disposición de aperos y animales. Lo todo está aún recargado de un 20%, para cubrir los “riesgos, gastos y otras cargas sufragados por la sociedad”. En total, cada municipio nuevamente creado ya debe unos 109 000 francos a la sociedad, deuda para la cual corre un tipo de interés del 5 por ciento.

Desembarcados, el trabajo de los colonos está muy codificado : éstos deben cultivar conjuntamente 10 parcelas, que dedicarán a plantas alimenticias, maíz, mandioca, hortalizas de todo tipo. Se reservarán 20 parcelas y los 50 restantes, se sortearán entre las familias. Al mismo tiempo que los cultivos comunes, los colonos deben construir en su parcela una vivienda, “sencilla pero sana”, según un modelo dado por el ingeniero.

Una vez puestos en cultivo las parcelas “privativos”, las 10 parcelas comunes continuarán siendo explotados conjuntamente pero con productos tropicales : algodón, café, cacao, té, pimienta, tabaco, índigo, arroz, opio, etc. Este cultivo de los productos coloniales ocupará la mitad de las jornadas de los miembros válidos de la comunidad, o sea 3 días a la semana, y eso “[...] hasta pagar totalmente la deuda comunal para con la sociedad colonizante” (46). Ésta, por supuesto, se compromete en comprar los productos “a precio del mercado de la metrópoli, según los usos comerciales”, unas prácticas indicadas como “clásicas” a ejemplo de los bancos agrícolas ingleses y norteamericanos. El autor incluso recomienda un pago decente del trabajo, para favorecer el reembolso de los anticipos lo antes posible y mantener así la moral del colono en su tarea difícil que debe llevarle al final a “elevarse al rango de propietario” (47). Cuando se haya pagado la deuda de la comunidad, en estas 10 parcelas “municipales” está trazada la futura aldea gracias a un plano proporcionado también por el ingieniero encargado del cuadro. Ésta, cerca de la carretera, tendrá mucho éxito. El autor menciona el posible asentamiento de los colonos deseosos de tener una “casa urbana” o incluso a parientes y compatriotas que han venido a reunirse con ellos voluntariamente : en caso de éxito, “[...] la emigración provocada y pagada acarrea necesariamente una emigración espontánea y gratuita” (48).

Se destinan a esta nueva población las 20 parcelas reservadas al principio del asentamiento, así como las concesiones adyacentes, no utilizadas, que podrán integrar los bienes raíces del nuevo municipio “[...] sin la responsabilidad de su deuda y del trabajo en especie exigido para su pago”. Y sólo cuando se haya devuelto la totalidad de las deudas contratadas con la sociedad colonizadora, las parcelas serán propiedad de pleno derecho de los colonos. Por fin, otras sociedades privadas o simples particulares “capitalistas” podrán especular sobre la colonización, teniendo la posibilidad el gobierno de conceder “cuadrados” de una legua fuera de las concesiones existentes.

Al final, el conde de la Perronnays no duda de los resultados finales de su proyecto : “Estas concesiones se realizarían tarde o temprano a gran escala, porque si no nos hacemos ilusiones, vemos en la ejecución gradual del plan que proponemos el germen de un movimiento social tan activo y menos desordenado que el que se da en Estados Unidos [...] Este resultado grandioso no implica casi ningún gasto nuevo para el gobierno, es del suelo mismo, de las riquezas actualmente ocultas de donde se sacarán los recursos para explotar esta mina inagotable de prosperidad, y para crear, por arte de magia, en medio de los desiertos, una pueblo moral, feliz y poderoso” (49).
 

Conclusión : donde se reconoce una clara inspiración brasileña

En primer lugar, este proyecto no tuvo nunca un principio de aplicación, lo cual no es muy sorprendente. La “columna vertebral” del plan de la Perronnay radica en la construcción por el gobierno de una penetrante hacia el interior de la colonia, aún mal conocido (50). Ahora bien, sólo una fuerte cooperación del Estado, via en particular la puesta a disposición de la Sociedad con un proyecto que contaba con un número importante de funcionarios (ingenieros, topógrafos, zapadores, soldados rasos para la vigilancia de los esclavos y presidiarios, etc.) hubiera permitido iniciar el plan. Pero todavía quedaba por colectar los capitales privados destinados a la parcelación y a la importación de la mano de obra europea; ahora bien, la suma de 20 millones de francos por recaudar nos parece ya muy infravalorada con rescpecto a la ambición del proyecto. De la misma manera, el plan propuesto resulta muy poco aferrado a las realidades del entorno : por ejemplo, no se observa reflexión alguna sobre la fertilidad del entorno cuando el éxito del plan de desarrollo radica en gran parte en la valorización agrícola, con la producción de cultivos de exportación por los nuevos colonos. La ocupación casi sistemática del espacio se revela así totalmente desconectada de las realidades del entorno, en el origen de muchos fracasos anteriores. Este último punto es el má sorprendente; en efecto, el autor sin embargo supo hacer algunas propuestas demostrando que no ignoraba nada de las tentativas anteriores de colonización de Guayana, como el desbrozo y la creación de las primeras infraestructuras antes de la acogida de emigrantes llegados desde Europa. Es muy misterioso.

En segundo lugar, el plan de la Perronnay constituye de alguna manera un puente entre dos concepciones de la colonización, con un recurso a la mano de obra servil completada por los colonos europeos. En su estilo, se trata de un “pragmático”, que nada inventa, más bien intenta una síntesis, al contrario de Leblond o Coudreau quienes, con un siglo de diferencia, preconizaban un desarrollo de Guayana que radicara en la aparición de una nueva sociedad procedente de un cruce armonioso entre los indios y la población blanca.

En tercer lugar, los fundamentos del plan de la Perronnay, o sea una penetrante destinada a crear una nueva capital en el interior del territorio, corresponden a unas concepciones ya muy presentes en Brasil. Laurent Vidal señala que ya desde los primeros tiempos de la independencia brasileña (septiembre de 1822), sus partidarios preconizaban la fundación de una nueva capital interior, símbolo del nuevo Estado. Los debates públicos se multiplicaron entonces en torno a numerosos planes (proyecto de Von Schäffer, la Cidade Pedrália de José Bonifácio, etc.), entre los cuales el de Menezes Palmiro con fecha de mayo de 1823 : “Redactado por un simple patriota, que no parece ser avezado en lo de la política, este texto sorprende por su visión clara del conjunto de los problemas que plantea el traslado de la capital. La elección de la localización y del lugar, la accesibilidad al lugar, el problema de los materiales de construcción, la financiación y la ocupación de los vastos espacios que separan la capital de las zonas muy pobladas, todo está minuciosamente cifrado, medido” (51). De la Perronnay, en puesto en la Legación de Francia en Brasil durante el mismo periodo, se inspiró sin duda alguna en este hervidero “planificador”, innovador en el caso guayanés pero uniendo cabos con las primeras interrogativas francesas contemporáneas en cuanto a los modelos de colonización que promover en los territorios argelinos en vía de conquista.

Para concluir, por su recorte geométrico del espacio guayanés y su amplitud, el plan de la Perronnay denotaba claramente de todo lo que había sido propuesto hasta entonces para la valorización de los espacios guayaneses. Cabe notar que inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, tras del fracaso patente del destierro, se volvía aún a las tentativas vanas para importar una mano de obra europea (52). Ante tales hechos, Louis Papy concluía con una pregunta que numerosos gobiernos franceses se habían hecho sin duda alguna tras el fracaso de la expedición de Kourou : “¿Vale la pena además traer a hombres a este lejano departamento de Ultramar ?” (53).
 

Notas

1 : Entre 1764 y 1765, sobre los 10 000 colonos enviados en Guayana por el ministro Choiseul, casi la mitad se murió de enfermedades ; 3000 fueron repatriados en Francia y solamente 1 800 se quedaron al final en la colonia.

2 : Paul Vidal de la Blache, 1902, p. 15.

3 : Serge Mam Lam Fouck, 2002, p. 23.

4 : E. Maurel, 1897, p. 544.

5 : Ibid.

6 : Correspondencia del barón de Damor al conde de Gabriac (cargado de las nuevas discusiones con los brasileños a propósito del Contestado franco-brasileño), Mémoire sur la contestation relative aux limites de la Guyane française, el 20 de septiembre 1826, 68 paginas manuscritas, Legación de Francia a Rió de Janeiro, serie A, artículo 102, Arch. diplo. Nantes.
7 : E. Maurel, 1888, p. 371.

8 : M. de la Harpe, 1780, p. 92.

9 : Serge Mam Lam Fouck, 2002, p. 76.

10 : Brunetti (R. P.), 1893, p. 14.

11 :  “ Si dejamos de lado las estimaciones demasiadas caprichosas o arriesgadas, podemos considerar que hubo al comienzo del siglo XVIII 15 o 20 000 indianos viviendo entre los rios Oyapock y Maroni.” Ciro Flammarion Cardoso, 1999, p. 64.

12 : Robert Vignon, 1985, p. 215.

13 : Misiones de Kourou, Sinnamary, Saint-Paul de l’Oyapock, Notre-Dame-de-Saint-Foi-du-Canopi, Counani y Macari. Serge Mam Lam Fouck, 2002, p. 50.

14 : M. de la Harpe, 1780, p. 105.

15 : “Su numero llegó su máximo en 1830 con 19 264 esclavos.”  Serge Mam Lam Fouck, 2002, p. 60.

16 : M. de la Harpe, 1780, p. 116.

17 : Ibid., p. 116.

18 : General barón Ambert, 1880, p. 15.

19 : Julien Touchet, 2004, p. 24.

20 : Ibid., p. 24.

21 : Esta referencia al color de los emigrantes duró casi dos siglos. Por ejemplo, el famoso geógrafo francés Louis Papy la utilizó todavía en 1955 : “Todas las tentativas de colonización del país por hombres blancos han conocido un tremendo fracaso”. Louis Papy, 1955, p. 231.

22 : Serge Mam Lam Fouck, 2002, p. 52.

23 : Barbé Marbois, Journal d’un déporté, citado por el general barón Ambert, 1880, p. 37

24 : Ibid., p. 40.

25 : Ibid., p. 40.

26 : Reverendo padre Brunetti, La Guyane française, Tours, Alfred Mame et fils, 1893, 288 p.

27 : Considérations sur la Guyane française et sur les moyens de donner à cette colonie une impulsion créatrice, Paris, imprimerie Amédée Saintin, 1835.

28 : Correspondencia del barón de Damor al conde de Gabriac, Mémoire sur la contestation relative aux limites de la Guyane française, op. cit.

29 : Correspondencia de la Legación de Francia a Rió de Janeiro al duque de Brogglie, el 10 de enero 1836, serie A, artículo 102, Arch. diplo. Nantes.

30 : Considérations sur la Guyane française, op. cit., p. 5.

31 : Correspondencia del conde de la Perronnay, Legación de Francia a Rió de Janeiro, el 24 de noviembre 1828, serie A, artículo 102, Arch. diplo. Nantes.

32 : Considérations sur la Guyane française, op. cit., p. 5

33 : Ibid., p. 6.

34 : Ibid., p. 6.

35 : Ibid., p. 9.

36 : Ibid., p. 10.

37 : Ibid., p. 10.

38 : Ibid., p. 12.

39 : Ibid., p. 12.

40 : Ibid., p. 12.

41 : Ibid., p. 15.

42 : Ibid., p. 12.

43 : A. de Tocqueville, De la démocratie en Amérique, Tome II, 1835, p. 280 ; Ibid, p. 19.

44 : Ibid., p. 7.

45 : Ibid., p. 16.

46 : Ibid., p. 17.

47 : Ibid., p. 14.

48 : Ibid., p. 18.

49 : Ibid., p. 19.

50 : Por eso, hay que esperar al ultimo cuarto del siglo XIX, con las exploraciones de Jules Crevaux y Henri Coudreau. Sébastien Benoît, 2000.

1 : Laurent Vidal,2002, p. 61.

52 : Entre 1949 y 1935, 250 emigrantes de origen hungara, checa y polonesa fueron instalados a San-Juan-del-Maroni. Al fin de sus contratos, solamente algunas decenas quedaron en Guayana.

53 : Louis Papy, 1955, p. 232.
 
 

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Ficha bibliográfica:
 
PUYO, J. Y. El proyecto utópico del Conde de la Perronnay (Guayana francesa,1835). Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (88). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-88.htm> [ISSN: 1138-9788]
 
 
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