REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. X, núm. 218 (52), 1 de agosto de 2006 |
TÉCNICA, POLÍTICA Y “DESEO TERRITORIAL” EN LA CARTOGRAFÍA
OFICIAL DE LA ARGENTINA (1852-1941)
Carla Lois [1]
Technics, politics and “territorial desire” in official cartography in Argentina (1852-1941) (Abstract)
The official cartography of Argentine Republic and, especially, the project of a topographical map on large scale, have been the result of a combination of technical possibilities, political circumstances and state territorial policies. Therefore, official cartography has represented not only what is possible from a technical point of view, but also “cartographical fictions” that express the official territorial policies: in the XIXth century, official maps incorporated aboriginal lands that were almost unknown for military, governors, and cartographers and since the middle of the XXth century, official maps include territories where the Argentinean State is not sovereign (Malvinas / Falkland and the Antarctic sector).
Key words: official cartography, Argentina,
territorial policies, Army
Introducción
A pesar de que, desde la ruptura de los lazos coloniales con España, en 1810, se habían registrado diversos intentos por organizar tareas cartográficas en sedes militares [2] , todavía en la década de 1880 las únicas cartografías existentes que ofrecían una descripción integral del territorio del estado correspondían a las obras de extranjeros, y tenían variable y desarticulada información topográfica.
Desde mediados del siglo XIX, en los tempranos tiempos de la organización estatal [3] , los gobiernos centrales participaron en diversos emprendimientos cartográficos, asumiendo que era de vital importancia y trascendencia disponer de mapas que, al igual que en gran parte de los estados modernos, permitieran visualizar, gobernar y administrar el territorio del nuevo estado.
En efecto, en la segunda mitad del siglo XX se llevaron a cabo un conjunto de políticas territoriales e institucionales orientadas a definir y consolidar el territorio estatal. Probablemente, las acciones más rotundas realizadas en ese sentido fueron las avanzadas militares sobre los territorios indígenas del Chaco y de la Patagonia: la ofensiva militar y la anexión de las tierras indígenas no sólo implicó el exterminio y la reducción de las poblaciones indígenas sino que también se articuló con un acelerado proceso de reparto de tierras y con un proyecto económico basado en la producción agropecuaria. Las particularidades de este proceso de formación territorial parecen haber incidido en el desarrollo de tareas cartográficas (que respondieron a diversas necesidades específicas planteadas en esos contextos).
En este trabajo analizaremos el desarrollo de los proyectos y las tareas cartográficas oficiales del Estado argentino, desde los primeros tiempos de organización nacional hasta la sanción de la ley que ordena y prescribe los modos y los marcos institucionales bajo los cuales se harán o autorizarán los mapas reconocidos y aceptados por el Estado, en 1941.
En el primer apartado presentaremos los primeros estudios geográficas y cartográficos que ofrecieron una imagen integral de la Argentina, y analizaremos algunos aspectos centrales y característicos de las obras de este periodo relativos a la interpretación del territorio del nuevo estado federal.
En el segundo indagaremos dos cartografías de los territorios indígenas anexados, realizadas con materiales tomados en las campañas militares y veremos qué alternativas proponen en la representación de esas regiones respecto de los mapas anteriores.
En el tercero nos centraremos en la relación que hubo entre cartografía y política internacional para analizar tanto el uso de mapas en demarcaciones limítrofes y conflictos diplomáticos en zona de frontera como la intervención sobre la geografía representada en los mapas con vistas a utilizar dichos mapas como documentos probatorios.
Finalmente, en el cuarto apartado repasaremos
los proyectos y las tareas técnicas realizadas durante la primera
mitad del siglo XX con los que se pretendió llevar adelante la elaboración
de una cartografía topográfica de todo el territorio estatal.
La Argentina dibujada por extranjeros
Hacia 1880, en pleno proceso de incorporación del estado Argentino en el sistema económico mundial, tres de las principales obras de literatura geográfica que tuvieron por tema central la geografía de la Argentina y que se ocuparon de producir un mapa integral del territorio estatal habían sido elaboradas por extranjeros [4] . En efecto, la participación de extranjeros en diferentes esferas de la administración pública y, especialmente, en los ámbitos de la ciencia fue uno de los motores de los proyectos de modernización encarados por las elites gobernantes: en los campos de la geografía y la cartografía, ante la falta de especialistas y profesionales argentinos capacitados para encarar ese tipo de proyectos, la “importación” de técnicos y científicos permitió superar esa carencia, y disponer de textos y mapas modernos que mostraran a los europeos las potencialidades de este estado nuevo.
El primer antecedente de este tipo de literatura geográfica es la obra de Woodbine Parish[5] , Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata from their discovery and conquest by the Spaniards to the establishment of their political independence publicada originalmente en Londres, en 1852, le siguieron dos ediciones castellanas realizadas en Buenos Aires, en 1852 y 1853. En rigor se trataba de una especie de manual para inversores, donde se reseñaban las características físicas del territorio argentino y sus potencialidades económicas. Si bien la edición inglesa sólo incluyó planos de Buenos Aires, la primera edición castellana ya contaba con el mapa The provinces of the Rio de la Plata and adjacent countries (tanto el título del mapa como todas sus inscripciones aparecen en inglés). [figura 1]
Figura 1
The provinces of the Rio de la Plata and adjacent countries
Este mapa, dibujado por el reconocido cartógrafo August Peterman, representaba las tierras que se extienden desde el sur de la provincia de Buenos Aires hasta el norte del Gran Chaco (en rigor, hacia el norte alcanza hasta los 15° de latitud Sur). Aunque se pueden identificar los topónimos de las antiguas audiencias, no hay traza de límites jurisdiccionales que diferencie los territorios de las provincias [6] . Acompaña la inscripción “El Gran Chaco”, en letras más pequeñas, la siguiente leyenda: occupied by various tribes of indians. Por debajo de los 34° de latitud sur, la densidad toponímica e iconográfica disminuye, y aparece la presencia indígena en su diversidad: Puelches or eastern indians; Pehuenches indians; Ranqueles indians; Huilliches or southern indians. En un cuadro lateral y con una escala mayor, se agrega el cono patagónico: apenas un contorno (con nombres de puertos y accidentes costeros) y el interior en blanco (sólo un par de ríos de la vertiente atlántica) parecen elocuentes respecto del estado de desconocimiento de esas zonas.
Unos años más tarde, el médico francés Martin de Moussy [7] encaró la publicación de una de las obras geográficas y cartográficas que mayor trascendencia ha tenido en el campo intelectual local, cuya vigencia (no exenta de discusiones e, incluso, impugnaciones) se mantuvo fuerte hasta entrado el siglo XX. Su Description géographique et statique de la Confédération Argentina constó de tres tomos (el primero, publicado en 1860; los dos siguientes, en 1864) y un Atlas de la Confédération Argentine (cuya primera edición parisina es de 1865 y la reedición del Atlas en Buenos Aires, de 1873) [8] .
Reconocida como una obra de referencia [9] , la Déscription… pronto comenzó a ser objeto de críticas que sirvieron para legitimar nuevas obras geográficas y cartográficas. Sin embargo, aunque las críticas supieron centrarse en aspectos relacionados con los límites, y la localización de pueblos y elementos geográficos [10] , podemos ver que, hacia fines del siglo XX, la interpretación del territorio de la entonces Confederación que había hecho De Moussy ya no era funcional a la política territorial del estado. Citemos sólo un caso. En diversas láminas del Atlas de De Moussy, se nombra a los indios: tanto en la primera lámina general [11] , como en la correspondiente a América del Sur y en la de la Confederación Argentina, se individualizan toponímicamente todas las tribus indígenas. Además, las láminas correspondientes a la Patagonia y al Chaco tienen por título: Carte du territoire indien du sud et de la région des pampas (la primera) y Carte du Grand Chaco (territoire indien du nord) et de contrées voisines (la segunda). Es decir que, al igual que Parish, había un reconocimiento explícito de la presencia y el dominio indígenas en gran parte del territorio atribuido a la Confederación.
La lámina general de la Confederación
[figura 2] abarca una superficie similar a la que se encuentra en la obra de
Parish (esto quiere decir que no incluye la Patagonia)
[12] . A continuación de la lámina del territoire indien
du sud hay una Carte de la Patagonie et des archipels de la Terre de
Feu; el título se encuentra acompañado por la siguiente leyenda:
Il n’existe d’autres points habités dans la Patagonie que Carmen sur
le Rio Negro, et la colonie chilienne de Punta-Arenas, dans la Péninsule
de Brunswich, à l’extrémité du continent. Las autres points
que nous avons marqués pour l’exactitude historique, telles que les colonies
de Viedma, les fortins de la côte et du Rio Negro, sont tous inoccupés
maintenant. En Araucanie, il n’existe au pouvoir des Chrétiens que la
ville de Valdivia, sur la côte. Les colonies Allemandes commencent seulement
a s’etendre et son en dehors du domaine des Araucans.
Figura 2
Lámina general de la Confederación
Es decir: en diferentes instancias, tanto el mapa de Parish como las diversas láminas del atlas de De Moussy reconocen y afirman el dominio indígena sobre territorios en los que, hacia 1880, el Estado encararía agresivas campañas de conquista y colonización basándose en la negación del derecho a la propiedad de las comunidades aborígenes. Dicho en pocas palabras: en vísperas de las grandes campañas militares los mapas más conocidos y difundidos dejaban ver vastos territorios indígenas. Eso parece explicar que estas cartografías tan prestigiosa en los años 1860s quedaran desacreditadas dos décadas después: en los años 1880s, esas tierras pobladas por indígenas (y más aún: sólo por indígenas), ¿no formaban un paisaje poco deseable para una sociedad que parecía (o pretendía) ubicarse entre las más modernas? Esos mapas habitados por indios, ¿no eran una imagen poco satisfactoria para aquellos que invertían dinero y prestigio, y hasta arriesgaban sus propias vidas en la conquista militar de tierras indias? No parece muy osado sugerir que la gran visibilidad que tenían los indígenas en las cartografías mencionadas, sumada a la exclusión de la Patagonia y la imprecisión de los límites, parece haber sido un argumento muy potente para desacreditar esta cartografía, independientemente de la precisión que hubieran tenido en la localización de puntos. Volveremos sobre esto en el apartado siguiente.
Hasta entonces, esas obras geográficas y cartográficas habían contado con apoyo (fundamentalmente económico) de los diferentes gobiernos, pero el diseño y la ejecución del proyecto siempre se había mantenido como una prerrogativa del autor o responsable. Pero, hacia fines de la década de 1860, en el marco de una serie de emprendimientos de producción de información estadística [13] , se reorganizó la antigua Oficina de Ingenieros bajo el nombre de Departamento de Ingenieros Nacionales (1869). Una de las tareas que se le encomendó a esta repartición fue la elaboración de un mapa general de la República que se base en información estadística producida por las oficinas estatales. Con motivo de organizar la presentación oficial que la República Argentina llevaría a la Exposición de Filadelfia de 1876, fue convocado Richard Napp, un profesor alemán que trabajaba en la Universidad Nacional de Córdoba, para coordinar la elaboración de una obra de geografía que consistiría en la presentación oficial. El resultado fue Die Argentinische Republik [14] , una obra que contaba con veinticinco capítulos temáticos y seis mapas. Uno de ellos es el Mapa de la República Argentina, realizado por la Oficina Nacional de Ingenieros en 1875 bajo la responsabilidad de Arthur von Seelstrang [15] y A. Tourmente [figura 3], cuyas trayectorias los hacían meritorios de confianza y libres de la sospecha de favorecer otros intereses que no sean los de la nación [16] . Ese mapa ha sido considerado el primer mapa oficial de la Argentina y se le ha reconocido la particularidad de haber sido la primera obra que incluyó “en forma explícita y concreta a toda la Patagonia en el mapa del territorio argentino” (Navarro Floria y Mc Caskill, 2004, p. 103).
Sin embargo, a pesar de tratarse de un mapa realizado
en una oficina pública y con la intención de promocionar la modernidad
argentina (de modo de atraer inmigrantes e inversores extranjeros), el mapa
se transformó en objeto de un duro conflicto diplomático: el límite
con Brasil fijado en este mapa fue uno de los argumentos utilizados por el Baron
de Rio Branco para fundamentar los reclamos de Brasil sobre los territorios
en disputa [17] .
Figura 3
Mapa de la República Argentina (1875)
Primeros mapas militares: expansión territorial y cartografía
Desde los primeros intentos de centralización de las milicias en el periodo de organización nacional, uno de los objetivos estratégicos del Ejército fue establecer el control estatal sobre las extensas zonas ocupadas por comunidades indígenas: el Chaco y la Patagonia [25] .
En las diversas expediciones exploratorias participaron comisiones científicas y se realizaron cartografías parciales, principalmente dedicadas al establecimiento de itinerarios y a la planificación de poblados y colonias. Pero en las dos grandes campañas (la de la Patagonia, en 1879; la del Chaco, en 1884) se confeccionaron sendos planos generales. Esos planos, originalmente incluidos en los informes oficiales, fueron también reimpresos e incluidos en diversas publicaciones académicas, políticas y diplomáticas, y fueron leídos como documentos de la política territorial del Estado. Tenían la particularidad de ofrecer una imagen inédita de territorios que, hasta entonces, aparecían como “tierras inexploradas” en la mayoría de los cartografías o, como hemos visto, ni siquiera aparecían en los mapas generales de la Argentina.
El título completo del plano elaborado en
ocasión de la Campaña al Desierto es: Plano del territorio
de la Pampa y Río Negro y las once provincias chilenas que lo avencindan
por el oeste. Comprende el trazo de la batida y exploración general hecha
últimamente en el desierto hasta la ocupación definitiva y establecimiento
de la línea militar del Río Negro y Neuquén por el Ejército
Nacional a órdenes del Sr. Gral. D. Julio A. Roca. Construido en vista
de planos, croquis parciales, itinerarios de los jefes de las divisiones y cuerpos
espedicionarios (sic) de los ingenieros militares que los acompañaron
y según exploraciones y estudios propios por el Tte. Cnel. Manuel J.
Olascoaga, Jefe de la Oficina Topográfica Militar. [figura 4]
Figura 4
Plano del territorio de la Pampa y Río Negro...
Arthur von Seelstrang y A. Tourmente
Su título puede ser tomado como una declaración de la política territorial, reforzada por los ítems seleccionados en la leyenda. En la leyenda se privilegian los itinerarios de las tropas, así como las diversas líneas de fortines (que permiten leer un avance de la frontera) y las “demarcaciones de terrenos reservados por el gobierno nacional para fortines y colonias”; también se señalan las líneas de telégrafos militares, los ferrocarriles y los caminos. La alusión a los indios en la leyenda remite a una clasificación basada en la política de avance militar: “toldos habitados” y “toldos abandonados”. Más aún, los indígenas quedan literalmente afuera del mapa: en una columna lateral se organiza un vocabulario de términos indígenas porque se entiende que “los nombres indios son siempre descriptivos de la topografía u otros accidentes importantes de los lugares a que se aplican. Así que he creído útil incluir acá la traducción de los que contiene este Plano”.
El firmante del plano, Manuel Olascoaga [26] , tuvo acceso a los planos más recientemente elaborados sobre el área. Una de sus fuentes fue la Carta topográfica de La Pampa y de la línea de defensa (actual y proyectada) contra los indios [figura 5]. El responsable de este plano fue el Sgto. Mayor Melchert, de la Oficina de Ingenieros Militares [27] . Gran parte de la información topográfica y militar del mapa de Olascoaga está tomada de aquí, pero en el plano de Melchert, la zona ubicada más allá de la línea de fortines tiene, reiteradamente, la inscripción: campos no explorados, algo que el mapa de Olascoaga sólo sugiere con el recurso del espacio en blanco.
Figura 5
Carta topográfica de La Pampa y de la línea de
defensa (actual y proyectada) contra los indios
El plano de Olascoaga ha filtrado la información sobre los indígenas y ha sobreimpuesto una nueva matriz sobre los territorios anexados, organizada a partir de una red de infraestructura de comunicaciones moderna (en gran parte, todavía inexistente, aunque figura como “planificada”). En efecto, mientras que los mapas de De Moussy y de Parish hablan del pasado (recordemos que tienen inscripciones y relatos de exploraciones realizadas en los doscientos años previos), los mapas militares se dedican al futuro: telégrafos, ferrocarriles, líneas de fortines y colonias (algunos reales y otros, apenas proyectados) componen una nueva geografía.
Sobre el mapa de Olascoaga y otro de Moyano sobre la Patagonia, Jens Andermann ha dicho que “son imágenes declamatorias más que representaciones técnicas, iconografías de un proyecto de nación más que topografías operativas para el manejo administrativo-geográfico de esa masa territorial” (Andermann, 2000, p. 119). En el caso del Chaco, el mapa elaborado en la campaña militar de 1884 involucra mecanismos análogos en la representación de los territorios indígenas.
El mapa confeccionado con los datos obtenidos durante la Campaña Militar de 1884 a cargo de Benjamín Victorica fue adjuntado al Informe oficial publicado [28] tal como se consigna en la portada [29] . El título completo, ubicado en el ángulo superior derecho, es Plano nuevo de los territorios del Chaco argentino. Confeccionado con los datos de las Comisiones Topográficas que acompañaron las columnas expedicionarias al mando del Comandante en Jefe del Ministro de Guerra y Marina General Benjamín Victorica en 1884 y, por su orden, por los oficiales de la IV Sección del Estado Mayor General capitanes Jorge Rohde y Servando Quiroz, 1885. Escala de 1: 800.000 y está firmado por el Jefe de la IV Sección del Estado Mayor del Ejército, Czetz [30] .
El mapa no tiene leyenda y, a primera vista, parece que trata de una zona completamente conocida, repleta de íconos diversos. No obstante, en letras muy pequeñas y perdidas en una superficie coloreada y sembrada de signos que simbolizan vegetación se indica “Tierras inexploradas” y “Terrenos altos cubiertos de bosques impenetrables”. El hecho de que el conocimiento geográfico es desparejo sólo puede apreciarse en una lectura atenta y que recorra todas las inscripciones (topónimos, relatos y descripciones) del mapa; nunca, en la lectura inicial.
Se podría dudar si esta estrategia gráfica tiene la intención de sugerir un territorio totalmente apropiado y dominado. Sin embargo, la hipótesis cobra fuerza cuando se compara el diseño de la superficie gráfica correspondiente a la República del Paraguay: al otro lado del límite internacional con Paraguay se interrumpe totalmente la continuidad de íconos y estos son reemplazados por el blanco absoluto (un blanco que, incluso, contrasta con las superficies tenuamente tonalizadas de los otros países limítrofes).
Hacia el oeste de la denominada “Gobernación del Chaco Central” disminuye la densidad de los íconos indicadores de vegetación, en clara concordancia con el menor grado de conocimiento que se tenía de los terrenos del oeste chaqueño. En rigor, se trataba de zonas sin explorar y bajo control absoluto de los indígenas.
Las formas de asentamiento representadas son: colonias, fortines y tolderías. Por la densidad de los íconos desplegados en el mapa, se destacan las dos formas más deseadas desde el punto de vista de la empresa civilizadora de la campaña militar: las colonias y los fortines. Los pueblos y las colonias, así como los fortines de suerte errática, están señalados con pequeños círculos, cuadraditos y cuadrículas de diferentes tamaños acompañados por sus respectivos nombres. Las colonias fueron representadas con cuadrículas [31] : el hecho de graficar pequeños poblados y poco estables con cuadrículas, que, por definición, remiten a un referente de urbe ideal planificada, absolutamente racional, también refuerza la idea de que el Chaco había dejado de ser un desierto para convertirse en un espacio potencialmente fértil para el desarrollo económico.
Las numerosas tolderías y tribus fueron representadas con mayor densidad en las márgenes del río Teuco, alejadas de las zonas civilizadas. Fueron consignadas toponímicamente por su nombre conocido o por el de su cacique y están representadas con un pequeño triángulo. Es notable la similitud entre este ícono triangular y otros dos que indicarían vegetación [32] : de no ser por la inscripción correspondiente, se confundirían con facilidad, lo que diluiría la presencia indígena en la espesura de los “bosques impenetrables”. Así, las dificultades que planteaba la resistencia indígena fueron resueltas discursivamente homologando aborígenes y vegetación. De hecho, en este momento histórico donde la ocupación sistemática del territorio chaqueño era apenas incipiente, los asentamientos indígenas predominaban respecto de los del hombre blanco. Sin embargo, se multiplican las retóricas gráficas que visualmente ofrecen una imagen que representa el ideario territorial de la época: un territorio íntegro y bajo el dominio efectivo del Estado.
Abundan los itinerarios de diversas expediciones y exploraciones realizadas, en donde se consignan el trazado del recorrido, el oficial a cargo y la fecha en que se desarrolló. Con mayor minuciosidad se detallan los recorridos efectuados por las distintas comisiones de la expedición de Victorica. Estos itinerarios servían tanto para de explicar y fundamentar retrospectivamente el dominio sobre estas áreas como para “llenar” el espacio cartográfico con elementos que indiquen civilización.
En esos tiempos de campañas militares se asiste a un proceso de modernización y profesionalización del Ejército, que incluía reformas en el organigrama, nuevos planes de estudio y renovados emprendimientos relacionados con tareas de reconocimiento y cartografiado en las tierras ganadas a los indígenas.
Con la creación del Estado Mayor General del Ejército (1884), la Oficina Topográfica Militar pasó a constituir la Cuarta Sección de Ingenieros Militares del Estado Mayor, bajo la jefatura de Manuel Olascoaga (que, en el mismo año fue reemplazado por Juan Czetz). Tras algunas reorganizaciones, esta dependencia se consolidó bajo la designación Instituto Geográfico Militar en 1904 (y, en las primeras décadas del siglo XX, pasó a concentrar el control de toda la actividad cartográfica oficial de la Argentina). Al mismo tiempo, la organización de las dependencias del Ejército para desempeñar tareas cartográficas se orientó hacia la especialización técnica de las secciones geográficas y cartográficas. Dicha especialización técnica se inscribió en el contexto de la profesionalización del Ejército y de la formación de ingenieros militares en el Estado Mayor del Ejército (a partir de 1886) [33] Con esta propuesta profesional el IGM se posicionaba como una institución capaz técnica, financiera y profesionalmente para producir mapas basados en la mensura geodésica y la precisión técnica.
Hacia fines del siglo XIX, los trabajos cartográficos de estas secciones militares se concentraron, cada vez más, en el levantamiento de planos de las “fronteras interiores”, acompañando la expansión militar sobre territorios indígenas. Esos planos solían graficar fuertes y construcciones militares, líneas de fortines y, cuando fuera necesario, planos nuevos que mostraran la incorporación de tierras indígenas a las jurisdicciones estatales.
Aunque en otros marcos institucionales y con prácticas profesionales levemente diferentes a las mencionadas en este apartado, algunos de estos militares también participaron de las comisiones de límites en que se dibujaban las líneas interestatales.
Cartografía, límites y política internacional
Al mencionado caso sobre el límite con Brasil en el mapa de Seelstrang y Tourmente, se sumaron otros. En 1890, la presentación oficial del gobierno argentino ante la Exposición de París incluyó el Mapa de la República firmado por Luis Brackebusch [35] . En este mapa, el límite oeste de la Argentina (lindante con Chile) estaba trazado según la demarcación de realizada por Bertrand (geógrafo francés asesor de la cancillería chilena), que, a su vez, era la traza recuperada por Seelstrang. El hecho sirvió a Chile en sus reclamos y, a raíz de ello, el Ministro de Relaciones Exteriores Zeballos lo desautorizó y quitó de circulación, con una recomendación explícita al Ministerio de Instrucción Pública para que adopte medidas contra su autor en su calidad de profesor universitario.
En ese entonces, funcionaban dos comisiones bilaterales de límites: una con Brasil y otra con Chile. Ambas realizaban tareas de mensura y levantaban planos topográficos que se discutían en las comisiones binacionales. Pero esos resultados cartográficos, en su carácter de documentos técnicos, eran de circulación restringida, y por tanto no solían ser volcados en la producción de otras cartografías. Con la intención de resolver esas diferencias, el 21 de diciembre de 1891 se creó la Oficina de Límites Internacionales, bajo la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores. Su dirección quedó a cargo del Capitán de Fragata Carlos M. Moyano [36] . Entre sus principales funciones, la oficina debía: a) reunir y organizar todos los datos históricos, geográficos y topográficos concernientes a las fronteras de la República; b) asegurar el trazado de los límites internacionales según títulos y derechos de los tratados sobre fronteras en el mapa de la República; c) coordinar las tareas de las comisiones de límites (Brasil, Chile) y conservar los materiales elaborados por ellas.
Como se ha mencionado, tanto las comisiones como la Oficina de Límites llevaron adelante demarcaciones y triangulaciones en zonas de frontera: comisiones argentino-brasileras efectuaron reconocimientos y determinaciones astronómicas en la región comprendida entre los ríos Pequirí y San Antonio (1887-1888) y, más tarde, se realizaron operaciones de demarcación realizadas bajo la dirección del Ingeniero Ezcurra (1901-02). En la frontera chilena se desarrollaron operaciones de demarcación (1892-1906) para la ejecución del tratado suscrito en 1881, en diversas zonas de la Cordillera de los Andes desde la latitud 23° hasta la parte austral de Tierra del Fuego. En las fronteras con Paraguay y Bolivia hubo operaciones y trabajos de base entre 1894 y 1907. Si bien parte de esa cartografía fue publicada en las Memorias e Informes correspondientes [37] , en la mayoría de los casos siguieron siendo documentos de circulación restringida.
En una coyuntura de conflicto con los países vecinos y de arbitrajes de terceros, la vigilancia sobre la cartografía de firma nacional se volvió un problema acuciante. Los antecedes de Chile y Brasil significaron un alerta para las autoridades y, en 1893, un nuevo decreto establecía que los trabajos sobre geografía nacional (y eso incluía especialmente la cartografía) serían reconocidos como oficiales sólo si estaban acompañados por una declaración especial del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y queda claro que esa declaración se obtendría sólo si el mapa era congruente con la posición oficial respecto de los reclamos [38] . Esta medida ponía a resguardo la diplomacia frente a la circulación de obras que habían sido enfática y públicamente apoyadas por el gobierno. Y no fue la única: desde entonces, fueron reiteradas las intervenciones normativas sobre la imagen cartográfica [39] . Para el cumplimiento de estas disposiciones se recurría a los planos elaborados por las comisiones y recopilados por la Oficina de Límites.
En suma, estos episodios diplomáticos
y los ensayos institucionales y normativos que buscaron apuntalar la producción
cartográfica oficial no hacían sino poner de relieve las
dificultades que acarreaba el hecho de no contar con una cartografía
topográfica de base geodésica sobre la que establecer claros
criterios de demarcación limítrofe.
Los trabajos técnicos y científicos de la nueva cartografía topográfica del siglo XX
Tras algunos trabajos aislados realizados en el siglo XIX [40] , a principios del siglo XX todavía se discutía cómo proceder para el levantamiento de una carta topográfica general de la República y sobre la conveniencia de realizar trabajos geodésicos y topográficos de primer orden. En 1912, el Instituto Geográfico Militar (en adelante, también IGM) presentó al Estado Mayor del Ejército un plan para elaborar el mapa general de la República Argentina, que fue avalado por la creación de la Comisión de la Carta de la República, decretada por el presidente Sáenz Peña en enero de 1912. En los aspectos técnicos, el plan aspiraba a la determinación de una red de puntos fijos (planimétricos y altimétricos), al cálculo exacto del área del territorio estatal y al levantamiento topográfico. Estas tareas permitirían la publicación de una carta general de la República Argentina, ya no basada en recopilaciones y fuentes eclécticas, sino en nuevas y modernas técnicas de mensura y posicionamiento.
Según el plan previsto, la Carta de la República se publicaría a cuatro escalas:
(a) 1 : 2.000.000; resultaría un mapa mural “demostrando los lineamientos generales de nuestro territorio”;
(b) 1 : 1.000.000; las hojas de la Carta de la República publicadas a esta escala tenían un orden y una numeración preestablecidos de acuerdo con las normas fijadas en la convención de Londres (1909), que ya había particionado la superficie terrestre y había propuesto la elaboración de un mapa mundial al millonésimo;
(c) 1 : 100.000; las hojas a esta escala formarían la carta del Estado Mayor y el atlas general de la República para usos civiles;
(d) 1 : 25.000; no se haría un relevamiento general a esta escala; sólo se la utilizaría para “regiones especiales”, que no se detallan (IGM, 1912, p. 25) [41] .
Existían algunos antecedentes de trabajos de triangulación que dieron algunos puntos fijos de primer orden [42] . Sin embargo, las primeras tareas sistemáticas se iniciaron entre 1916 y 1918, cuando se puso en marcha la triangulación de la ciudad de Buenos Aires, con el apoyo de un convenio entre el IGM y la Municipalidad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, se creó también en 1916 la Comisión Astronómica Expeditiva [43] , con el propósito de proporcionar coordenadas astronómicas al IGM. Los puntos de la red estarían distribuidos por todo el territorio de la República y se priorizó la selección de estaciones que permitieran localizar y orientar trabajos públicos y privados preexistentes [44] . En la primera campaña de la Comisión se realizaron trabajos en la zona norte paralela al Río de la Plata.
En la década del 20 se produjo la primera revisión del Proyecto de la Carta de la República. En primer lugar, la triangulación principal no seguiría los límites internacionales e interprovinciales [45] sino que se desarrollaría a lo largo de los paralelos y meridianos, formando cuadriláteros de 2º de latitud por 2º de longitud. A partir de 1923 se adoptó el elipsoide Hayford para los cálculos geodésicos. La red de triangulación se complementaría con una red de nivelación, cuyo primer ensayo preliminar (que sería la base de otro más definitivo) estuvo terminado en 1926. En algunos casos, esas mediciones corregían otras anteriores que no resultaban satisfactorias: las redes de nivelación que habían sido realizadas entre 1912 y 1919 en la provincia de Santa Fe fueron reconfeccionadas con el objetivo de obtener una nivelación de mayor precisión. Además, en esta década se abandonó la proyección poliédrica y se adoptó la proyección Gauss-Krüger [46] .
En el transcurso de esta década se hicieron cartas basadas en procedimientos rápidos, esto es, “a base de levantamientos expeditivos, reconocimientos rápidos y levantamientos estereofotogramétricos”. Las hojas levantadas con este método corresponden a las cartas al cien mil de Jujuy y alrededores, Tandil y alrededores, y la carta que comprende el Valle de Calamuchita y Sierra de los Cóndores correspondiente a la provincia de Córdoba (IGM, 1926, p. 155).
A su vez se comenzaba a organizar la homogeneización de los signos cartográficos altimétricos (curvas de nivel) para las cartas publicadas por el IGM [47] . En 1931 se estableció un reglamento para la representación de las curvas de nivel (tipo de línea utilizada y equidistancia), con lo que se pretendía representar la altimetría con la mayor “fidelidad, evidencia y claridad posible” (IGM, 1933: 53).
El Instituto contaba, además, con la autoridad suficiente para realizar convenios con los diferentes Ministerios y/o Direcciones, como la División de Minas y Geología, y el Ministerio de Agricultura, con el fin de acelerar y evitar la superposición de los trabajos. Así fue que se realizaron convenios con las provincias de Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires para realizar “trabajos astronómicos, geodésicos y topográficos (planimétricos y altimétricos) necesarios para la obra del catastro y del mapa de la provincia” (IGM, 1919, p. 235), en los que quedaba establecido que los datos resultantes podían ser usados por el IGM en el marco del proyecto de la Carta de la República.
Evidentemente, la velocidad con que se desarrollaban estas tareas no garantizaba la producción de la carta topográfica de todo el territorio nacional. Y ante la evidente urgencia por contar con una Carta de la República que satisfaga “las necesidades de todo orden relacionadas con la cartografía, hay que recurrir forzosamente a la recopilación de cartas y mapas” (IGM, 1926, p. 155). Este nuevoproyecto recibió el nombre de Carta Militar provisional. Con el método de recopilación se terminaron para 1926 veintiséis [48] hojas al 1:500.000, de las cuales se publicaron cuatro, a saber: Posadas, Paso de los Libres, Tres Arroyos y Chos Malal.
En los años 1930s se iniciaron levantamientos regulares a escala 1:100.000, y se continuaron los trabajos “destinados a suministrar la longitud fundamental de punto de arranque, para el cálculo de las coordenadas geográficas con vértices trigonométricos, transportándose al Observatorio Nacional de Córdoba la longitud obtenida con la determinación inalámbrica de la diferencia de la misma entre Potsdam y Buenos Aires” (IGM, 1932: 9). A lo largo de la década se continuaron con los trabajos geodésicos, de triangulación y nivelación [49] : se calcularon los vértices de diferentes cerros; se realizaron trabajos de medición en el sur de la Gobernación del Neuquén, en el Delta del Paraná y regiones adyacentes, y Buenos Aires. En la provincia de Entre Ríos se efectuó una triangulación que abarcó una superficie de 6.500 km2.
Para esa época se organizó la Comisión Argentina del Arco de Meridiano, que funcionó entre 1936 y 1943. Si bien parece haberse constituido como una institución eminentemente científica y técnica, y con relativa autonomía de otros organismos existentes, lo cierto es que, durante los años de su funcionamiento, mantuvo estrechos vínculos con el Instituto Geográfico Militar Mencionaremos sólo tres cuestiones que plantean esos vínculos: a) el director de la Comisión, el astrónomo argentino ingeniero Félix Aguilar (1884-1943) también se había desempeñado como jefe de la sección Geodesia del IGM, profesor de astronomía y Geodesia en la Escuela Superior de Guerra del Ejército y, más tarde, de la Escuela Superior Técnica; b) el IGM proporcionó expertos formados en el área de geodesia para que se desempeñen en la Comisión del Arco; y c) a la muerte del titular de la Comisión, el personal fue reasignado al IGM (por el decreto del 2 de octubre de 1944) y pasó a depender de él (hasta 1954, cuando pasó a depender de la Secretaría de Guerra) [50] . Al mismo tiempo, no parece haber sido una casualidad que el titular de la Comisión del Arco también haya aparecido, a principios de la década de 1940, como miembro de las comisiones directivas y de campañas de las comisiones de límites con Chile y Bolivia.
En un interesante trabajo, Eduardo Ortiz afirma que “hasta esa fecha [mediados de la década de 1930] había habido la tendencia a agrupar esfuerzos en el campo de la cartografía, geodesia, hidrografía y oceanografía alrededor de instituciones militares, principalmente el Instituto Geográfico Militar y el Servicio Hidrográfico de Marina. La historia de la Comisión del Arco sugiere una intención de apertura hacia sectores considerablemente más amplios, que incluyen más directamente a la comunidad científica local”. Y, en parte, lo atribuye a “la imagen técnica que la Argentina deseaba proyectar sobre el escenario latinoamericano contemporáneo” (Ortiz, 2005: 108). En efecto, una de las particularidades de la organización burocrática del IGM y su plan de trabajo fue el perfil técnico de sus emprendimientos y la pretensión de elaborar cartas topográficas con base geodésica. Sin embargo, el desarrollo de las tareas cartográficas permite avizorar que los proyectos para el mapeado del territorio del Estado pendularon entre las posibilidades que ofrecía la técnica y las coyunturas que exigía la política, tanto en la justificación de decisiones de método como en la publicación (o impugnación) de obras cartográficas.
Llegados a este punto parece evidente que una compleja trama de personajes, instituciones y proyectos políticos cruzados entre sí fue el andamiaje en torno del cual se desarrollaron las tareas cartográficas oficiales en la Argentina. Por otra parte, las necesidades políticas, económicas y simbólicas que tenía el Estado de contar con cartografía actualizada deben, a su vez, encuadrase dentro de un conjunto de movimientos orientados a producir mapas según los parámetros fijados por los países más modernos. Aquí cabe incluir, por ejemplo, la presentación trabajos cartográficos en las exposiciones y congresos internacionales de geografía [51] de en 1936 se realizó la Primera Conferencia Argentina de Coordinación Cartográfica, donde confluyeron varias instituciones (desde Yacimientos Petrolíferos Fiscales hasta el propio IGM), con la intención de evitar superposiciones en los trabajos que encaraban diferentes organismos. La por entonces Oficina Central de Hidrografía (más adelante, Servicio de Hidrografía Naval) también producía modernas cartas náuticas [52] .
Sólo si se comprende esa red entramada puede
avizorase cuál es la situación que se pretende ordenar con la
sanción de la Ley de la Carta (1941), que asigna al IGM la autoridad
máxima sobre la producción de cartas topográficas y sobre
la fiscalización de toda la cartografía publicada en el país.
Esa ley ordena en su artículo 1º “realizar todos los trabajos geodésicos
fundamentales y el levantamiento topográfico de todo el territorio de
la Nación”, los cuales deberán ajustarse –según el artículo
4º- “a las prescripciones de los congresos científicos internacionales”.
De esta manera, se excluye de la producción de cartografía a otros
sujetos u organismos y comienzan a estandarizarse en forma oficial y prescriptiva
proyecciones, escalas y simbología. Además, en 1950 se adenda
un artículo (que quedará como el 3º, aunque fue sancionado
originalmente como la Ley Nº 13.976) en el que se reafirma el “carácter
nacional” de la producción cartográfica en los siguientes términos:
“El personal técnico que se destine para el cumplimiento de la ley y
desempeñe funciones tanto en el campo como en el gabinete, deberá
ser argentino. [...] Únicamente por excepción, la que se
producirá cuando deban realizarse tareas de carácter técnico
para cuya realización no exista disponible personal capacitado argentino
en el país, podrán ser utilizados los servicios técnicos
de personal extranjero (contratado) siempre que posean la capacidad y condiciones
intelectuales y morales necesarias” (los destacados son nuestros).
Figura 6
Esta “nacionalización de los técnicos”, que hacia los
años 1940s se vuelve compulsiva y normativa, no es, en rigor, una
novedad sino que, como hemos señalada, puede rastrearse en otras
medidas tomadas con anterioridad. En ese sentido, tanto la Ley de la Carta
como otros dispositivos legales que fijaron las condiciones en las que
se producirá y levantará la cartografía son otro de
los esfuerzos sostenidos que se llevaron a cabo para supervisar la imagen
oficial del territorio de la República Argentina.
Ahora bien: la ley de la Carta al ocuparse de cómo debe hacerse
la cartografía también habla del estado de situación
del por entonces inacabado proceso de levantar una cartografía topográfica.
Al imponer que debe procederse a una compensación de los distintos
trozos de la cadena de triangulación y, con ello, a definir con
urgencia el elipsoide de referencia
[53] , está indicando también la falta de sistematicidad
alcanzada en los trabajos geodésicos y topográficos que servirían
para la elaboración de una cartografía moderna del territorio
del estado.
Conclusiones
En las décadas centrales del siglo XIX, cartografías, manuales y descripciones geográficas elaborados por viajeros y profesionales extranjeros proporcionaron –tanto al público local como al europeo- las primeras imágenes de la geografía argentina. Gran parte de esos emprendimientos individuales y colectivos fueron apoyados y sostenidos por los gobiernos nacionales y, en algunos casos, sus responsables fueron contratados e incorporados en diferentes cuadros de la burocracia estatal.
Pero hacia fines de siglo, esas cartografías dejan de ser satisfactorias y, para desautorizarlas, a menudo se recurrió al simplista argumento de que los extranjeros producían mapas “erróneos por no estar comprometidos con la causa nacional”. Los motivos que explicarían la emergencia temprana de afirmaciones de corte nacionalista en temas relacionados con la producción de mapas parecen radicar en una combinación de factores: por un lado, la inexistencia de cartografía oficial y los conflictos diplomáticos centrados en cartografía producida en la Argentina por especialistas extranjeros; por otro, la profesionalización del Ejército y la organización de programas de formación de especialistas locales, que pronto aportaría una cantera de profesionales dispuestos a trabajar articuladamente en un programa cartográfico centralizado. Sin embargo, tras décadas de proyectos (y sus respectivos ajustes), a mediados del siglo XX todavía no se había concluido un mapa topográfico de la República basado en mediciones geodésicas y topográficas de primer orden.
Las “buenas intenciones” de llevar a cabo un proyecto cartográfico en diálogo con los que encaraban los principales estados modernos [54] , muchas veces se vieron truncas por coyunturas que se han zanjado no con innovaciones técnicas sino con iniciativas políticas (desde títulos promisorios para los mapas que representaban los territorios ganados a los indios hasta las leyes que fijaron el tipo de imagen cartográfica que se publicará en el país).
Los mapas oficiales de la República
Argentina y, en particular, el proyecto de un mapa topográfico a
gran escala han sido, en gran medida, el resultado de un “deseo territorial”
antes que el resultado de operaciones geodésicas. En el siglo XIX,
los mapas han conquistado y “civilizado” territorios antes que las
fuerzas militares los vaciaran de indios. De la misma manera, en el siglo
XX (y aun en el siglo XXI), los mapas oficiales expresan renovados deseos
territoriales: suman casi el doble de la superficie territorial al incluir
territorios sobre los que el Estado no ejerce soberanía pero cuyo
reclamo sostiene (las islas Malvinas y el sector Antártico).
Notas
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índice de Scripta Nova número 218