REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. X, núm. 218 (37), 1 de agosto de 2006 |
XOCHIMILCO SIN ARQUETIPO
HISTORIA DE UNA INTEGRACIÓN
URBANA ACELERADA
María Eugenia Terrones López
Xochimilco sin arquetipo. Historia de una integración urbana acelerada en el siglo XX (Resumen)
Xochimilco sin arquetipo es una historia del fenómeno de la conurbación de esa área estratégica para el desarrollo y crecimiento de la ciudad de México durante el siglo XX. Dos planos se destacan en la integración de Xochimilco: la integración funcional como proveedora de agua para la metrópoli y que ocurrió en la primera mitad del siglo, y la integración territorial, que en forma tardía y acelerada se realizó durante las últimas décadas del pasado siglo. En este artículo se analizan algunos temas que ponen en relieve algunos procesos inherentes a esta articulación: la caótica urbanización de este espacio rural y lacustre; la racionalidad política detrás de las decisiones para la incorporación territorial; las dificultades para el cumplimiento de planes y programas de desarrollo urbano, así como algunas cuestiones que se refieren al impacto ambiental de la urbanización y la desecación del lago de Xochimilco, sus manantiales y sus canales. El título alude a la dificultad que enfrenta Xochimilco para conservar y mantener sus ancestrales e históricas condiciones geográficas así como un ecosistema específico, modelo o arquetipo en la cuenca de México.
Palabras clave: Xochimilco; Distrito Federal; Zona Metropolitana de la ciudad de México; urbanización; agua; política y gobierno.
Realizar la historia contemporánea de una ciudad emblemática supone enfrentarse a una suma de representaciones que la historiografía y el imaginario colectivo acumulan a lo largo de los siglos. Por eso, en algunos casos como en el de Marsella, el autor de una espléndida crónica de esa ciudad en el siglo XX, Stefan Hertmans, supone que “el plano de la ciudad no lo colorea tanto la topografía como la historiografía”[1] . De igual manera ocurre con Venecia. En ese caso, Raffaele La Capria alude a la dificultad de reconocer en reiterados tópicos una nueva perspectiva de estudio y de ahí su propuesta de una nueva “arqueología” que permita desenterrar a Venecia de las “representaciones que la cubren” y la empolvan con una cierta pátina que disimula o disfraza los elementos vitales para su funcionamiento y su actual condición urbana[2] .
Bajo otras condiciones propongo seguir esa tónica y redefinir los cánones de estudio para el caso de una de las zonas lacustres de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Escribir la historia de Xochimilco ha supuesto en los últimos años un reto, sobre todo desde la perspectiva de su incorporación al territorio urbano en la que se advierte la difícil trayectoria de su caótica urbanización. Al mismo, tiempo resulta imprescindible analizar la frágil posibilidad y la serie de obstáculos para preservar el entorno lacustre que todavía pervive y por el cual es considerado como Patrimonio Cultural dela Humanidad, rango concedido porla UNESCO desde 1987. Actualmente, ambas realidades, la urbana y la lacustre, parecen estar inmersas en una especie de antinomia, en la que impera una contradicción entre la ciudad y sus condiciones geográficas.
Durante los siglos XIX y XX, la ciudad de México y la cuenca de México estuvieron sujetos a una vorágine de cambios que los ha llevado a un proceso de modernización, en los que tanto la estructura y morfología urbanas, así como los ríos, canales y lagos fueron los sujetos de una variedad de visiones, planes y transformaciones que reformaron su ancestral condición para abrir el paso a una megalópolis de dimensiones y problemas que la modernidad no acaba de solucionar. En ese duro trance, la ciudad y su entorno han sido objetos de una modernización incapaz de reconciliarse con su pasado, pues éste es reducido, en buena medida por una visión neoliberal, a una carga cultural –o peor aún, curiosidad turística-- en vez de ser traducido a una posibilidad de recuperación y conciliación de la urbanización con la geografía y con un ecosistema específico[3] . La desecación de los lagos y canales, así como el entubamiento de ríos fue asumida como política pública, pues parecía ser la única posibilidad de propiciar el crecimiento, la modernización y una recomposición territorial de la ciudad de México.
La forzada e irreversible integración territorial de Xochimilco a la ciudad de México puede explicarse estudiando una serie de facetas políticas, urbanas, económicas, ambientales y sociales que clarifiquen la visión contemporánea que alude a considerar a esa área de la ciudad como un remanente del pasado, un arquetipo[4] sin condiciones de posibilidad, o de ser aplicado en la realidad urbana actual[5] .
La experiencia histórica y ancestral de Xochimilco con la ciudad de México estuvo definida al compartir las condiciones de una vida lacustre. Básicamente se sostenía en las tareas y funciones que su ubicación en la cuenca de México le imponía, y en las que los intercambios mercantiles con la ciudad de México marcaban vínculos ancestrales. Es decir, la población desde la época prehispánica hasta el siglo XX había ganado terreno a los lagos a través de un crecimiento territorial sobre chinampas, creadas ex profeso tanto para la producción agrícola como para los asentamientos humanos. La preservación del lago se realizaba a través de la construcción de canales que eran aprovechados para la comunicación entre ambas poblaciones y aquellas localizadas en sus riberas y las cuales trazaban vínculos regionales de comercio y producción. Una copiosa literatura de diversas disciplinas ha generado un conocimiento acumulado sobre el desarrollo cultural, urbano y económico de la Cuenca de México[6] .
A partir del siglo XX la trayectoria lacustre de Xochimilco sufrió un cambio drástico. Producto de la modernización y de su acelerada integración a la ciudad de México, esta demarcación fue transformada en una cuantas décadas y en su tradicional paisaje irrumpieron nuevos agentes y otros elementos que mermaron y achicaron lagos, canales y terrenos agrícolas. Su paisaje quedó inscrito en la memoria colectiva como un referente de un pasado vinculado a los lagos pero, paradójicamente, imposibilitado de ser evocado o pronunciado como futuro de la ciudad. Xochimilco se ha encontrado atrapado en un presente incierto. El porvenir del lago, los canales y su entorno se ha comprometido en programas que intentan una parcial reconstrucción pero que no acaban nunca de ejecutarse, como tampoco se aplican planes de regulación de la forma urbana y de la apropiación social del espacio que puedan ser cumplidos por las autoridades y los pobladores de esta delegación.
En estas páginas intento explicar, manera sucinta, la integración urbana de Xochimilco con la ciudad de México a través del análisis de algunos de los aspectos más relevantes que contribuyeron a esta nueva relación durante el siglo XX: algunos rasgos de la subordinación política que hizo posible el intercambio desigual de recursos por ciertas e inciertas prebendas políticas con autoridades federales y locales asentadas en la capital nacional, así como los efectos recientes de la reforma política que generaron la elección del jefe delegacional; la naturaleza de Xochimilco como proveedor de agua para la metrópoli; la trayectoria errática de la urbanización en Xochimilco, y las diversas y complejas formas en que los grupos sociales han ocupado su territorio.
Durante
el siglo XX y estos primeros años del XXI, encontramos una serie
de continuidades y rupturas. Aunque el lago de Xochimilco y sus canales
continúan como escenario de esta historia, se extrañan los
manantiales, y la flora y la fauna que les daban vida. Los pueblos y barrios
continúan protagonizando la historia social y cultural de esta delegación,
pero los nuevos avecindados han transformado la dinámica demográfica
y ocupacional y, desde luego, los patrones de urbanización de Xochimilco.
La nueva reglamentación neoliberal que se consolidó con la
modificación del artículo 27 constitucional de 1992 yla Ley
de Aguas Nacionales del mismo año, marcaron el viraje inexorable
hacia la fragmentación territorial y cambios en la tenencia de la
propiedad que modificaron usos de los terrenos agrícolas y chinampas
haciéndolos vulnerables a la urbanización anárquica
y acelerada[7]
.
Los canales desaparecieron como vías lacustres de comunicación
con la ciudad de México al ser cegados, y en su lugar nuevos ejes
y avenidas pavimentadas patrocinaron el vínculo y el crecimiento
de la capital con el que fuera considerado, antes de 1929, un municipio
foráneo. Nuevas formas de representación política
han transformado a la delegación Xochimilco y coexisten con las
tradicionales de pueblos y barrios, y la reforma política del Distrito
Federal ha logrado, desde el año 2000, resarcir la incapacidad de
los ciudadanos de elegir a sus gobernantes pero también ha desembocado
en cíclicos conflictos y en una merma presupuestal para enfrentar
los problemas urbanos y de deterioro ambiental del lago y sus canales.
En estas condiciones, la construcción de un marco conceptual también resulta una tarea complicada ante los numerosos eventos y causales que se entremezclan en esta historia contemporánea de Xochimilco. Las cronologías no necesariamente se empatan y muchas veces reservan sorpresas para quien quiera identificar una evolución -o involución- lineal. Los certeros pasos que pueden aplicarse a otros estudios de caso, y que la historiografía urbana apunta como paradigmáticos, no suelen encontrar su correlato en Xochimilco. No se presume que existiera una ciudad preindustrial, que precediera a un estadio contemporáneo industrial.[9] No puede aplicarse ese modelo, y sin embargo no puede soslayarse para la explicación del estado actual de conformación y desarrollo de Xochimilco. Es decir, no puede explicarse la historia contemporánea de este territorio sin incluirlo en un marco de explicación mayor del fenómeno urbano enla Zona Metropolitana dela Ciudad de México. Su papel como proveedor de un insumo hizo posible la subvención del crecimiento urbano y el desarrollo industrial durante gran parte del siglo XX. Sin el agua de Xochimilco, la aparición y el crecimiento de nuevas colonias en la capital no hubiera sido posible, como tampoco hubiera sido factible la política de industrialización patrocinada por el gobierno federal y el Departamento Central en ciertas áreas de la ciudad de México, sobre todo a partir de la medianía del siglo.
La incorporación de Xochimilco al fenómeno de la modernización urbana podría considerarse tardío desde la perspectiva del crecimiento urbano, pues puede ubicarse hasta la década de los años sesenta del siglo XX como el periodo de su inclusión al entramado de la ciudad. Sin embargo, su papel como proveedor de un servicio sustancial para la sobrevivencia de la capital, el del agua potable, logró contribuir a la modernización urbana de la ciudad de México. Por tanto, no coinciden estas dos variables de estudio. No corren paralelos, sincrónicos, los periodos históricos que aluden al crecimiento urbano y al papel de esta entidad en la dotación del servicio de agua potable. Para el caso específico de Xochimilco podríamos considerar estos dos fenómenos como divergentes y contradictorios. Después de agotados los manantiales que proveían de agua a la ciudad, se inició de manera intensiva la ocupación urbana de su territorio. El agua potable se agotó antes de la urbanización.
Desde el punto de vista de la historia de las instituciones políticas, las cronologías de los cambios y transformaciones suponen —desde la perspectiva secular— una serie de transformaciones que pasan de un modelo de representación política corporativa a un modelo centralizador y un nuevo viraje de representación ciudadana. Esta secuencia debe contemplarse teniendo en cuenta la evolución política del Distrito Federal y su marco jurídico. La adaptación de Xochimilco a estos modelos de representación política debe subyacer en el análisis histórico de sus instituciones. Han sido las comunidades y sus formas de transformación las que han permanecido en medio de estos cambios. Los barrios y los pueblos de Xochimilco han logrado imponer su propio ritmo y continuar como engranajes de la política local. A través de la negociación o del abierto conflicto, han realizado una historia particular en la que sus formas de identidad social han perseverado a pesar de los cambios que la modernización urbana ha impuesto a su territorio. En este caso, habría que ponderar su constancia, y de esta forma considerar que el tiempo ha sido su gran aliado.
De
esta manera, sin referentes y aparentemente sin modelos, tenemos que apelar
a las especificidades de Xochimilco para encontrar su condición
de excepción o singularidad en el desarrollo urbano de ésta
y otras ciudades[10]
.
Desde una perspectiva urbana y territorial, el acueducto vinculó a Xochimilco con la ciudad de México a través de un largo trayecto de26 kilómetros, que, posteriormente, dio origen a la actual avenida División del Norte, y que desembocaba en un magnífico edificio que albergaba la casa de máquinas en La Condesa. El agua almacenada era enviada a cuatro depósitos reguladores en Molino del Rey desde donde era redistribuida a la ciudad. Para la creciente población capitalina, el aprovisionamiento de agua fue asumida como una “necesidad percibida”, un derecho irrenunciable que debía ser garantizado por las autoridades locales.
El imparable crecimiento urbano y demográfico que trajo consigo el fenómeno revolucionario en la capital hizo imprescindible redoblar esfuerzos para establecer mecanismos de control político que hiciera plausible una articulación del poder local y nacional. Acompañado de nuevas prácticas políticas, por añadidura se privilegió la construcción de obras públicas, infraestructura de comunicaciones y redes hidráulicas que aseguraran a los habitantes una urbanización que trajera consigo efectos multiplicadores en la economía de la capital.[14] Los servicios públicos fueron el tema de amplia discusión en los ayuntamientos del Distrito Federal, así como en el gobierno local y federal. En ese contexto, la supresión del régimen municipal en el Distrito Federal en 1929 tuvo como su justificación primigenia la necesidad de modernizar y garantizar los servicios a la población, pues se consideraba que un panorama —donde prevalecía la fragmentación política y las disputas jurisdiccionales— complicaba el escenario para una expedita toma de decisiones en esos renglones[15] .
Después de una precoz decrepitud, en 1930 el acueducto comenzó a fallar y perdió buena parte de su caudal. Con enmendaduras sobrevivió hasta 1940 cuando se aumentó la capacidad de extracción con la instalación de bombas de Xotepingo.[16] A partir de mediados del siglo, en Xochimilco comenzaron a agotarse los manantiales y los canales y las chinampas recibieron aguas tratadas de manera deficiente, que fueron acompañadas de aguas negras provenientes de una urbanización sin drenaje. En los años noventa, se registró un hundimiento acelerado del suelo en Xochimilco y la zona chinampera ha sufrido en forma acelerada el deterioro que significan los desniveles de agua en los canales y que afectan de manera irremediable la explotación agrícola por el hundimiento desigual de las chinampas. Los mantos acuíferos son vulnerables a sufrir los efectos de la contaminación y la continua extracción imposibilita la recarga de los mismos. Sin embargo, el bombeo de agua a la ciudad de México sigue siendo una práctica, pues todo parece indicar que puede más la sed que la escasez del recurso y de su calidad. Actualmente, es necesario revertir ese proceso.[17]
Por tanto, el análisis histórico del acueducto y sus efectos en la población y desarrollo de Xochimilco pueden comprenderse en una cronología que difiere de lo convenido como el inicio y final del siglo. En el caso del agua --de su explotación como recurso y sobreexplotación para cubrir la demanda de la capital-- el trabajo que realizó Ernesto Aréchiga propone el estudio de esa cuestión desde la perspectiva como un fenómeno de un siglo XX de muy larga duración, pues arranca a finales de siglo XIX con la publicación de los estudios de Antonio Peñafiel[18] y concluye en el siglo XXI, con el corolario del agotamiento de ese recurso y sus consecuencias en la actividad agrícola y en la conformación del lago, canales y chinampas. De este modo, el trayecto del agua de los manantiales a la capital, resulta largo, sinuoso y se inicia con la modernización de la obra pública hidráulica y concluye, naturalmente con el agotamiento del agua y de la misma obra pública[19] . Estos fueron los límites de esta parte de la integración funcional de Xochimilco a la ciudad de México.
En
un panorama político nada alentador, el rescate integral del lago
de Xochimilco y sus canales no podrá llevarse a efecto si las instancias
de gobierno local, del Distrito Federal y del gobierno federal no unen
esfuerzos para cumplir con el programa dela UNESCO que los considera patrimonio
de la humanidad.
Integración y urbanización aceleradas: llegada de nuevos grupos sociales
La expansión intesiva y extensiva de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, que para el estudio de caso de Xochimilco puede considerarse a la década de los setenta del siglo XX el periodo de aceleración del fenómeno de integración y el inicio de una explosión demográfica de dimensiones insospechadas. El parteaguas de esta historia de integración territorial la constituyó la celebración de la XIX Olimpiada. Los detonadores: el canal olímpico Virgilio Uribe en Cuemanco, Villa Coapa, la avenida División del Norte, Viaducto-Tlalpan y el Periférico, impulsaron un crecimiento desordenado del espacio urbano. Antes de esa época, en el tejido de la ciudad de México no se percibía a Xochimilco, más que como una pequeña población adyacente a la ciudad.[20] Esta conurbación de Xochimilco a la Zona Metropolitana de la ciudad de México fue un proceso tardío pero de ejecución acelerada e intensiva que correspondió a las últimas décadas del siglo XX y que todavía hoy constituye un problema prácticamente imparable.
Un virtual aislamiento había dejado desecación de la tradicional vía de acceso que lo vinculaba a la capital: el Canal Nacional. A través de un estudio de los canales como espacios de integración económica, territorial e incluso como espacios de sociabilidad, podrían dilucidarse muchas más funciones de esta área en la vida lacustre de la cuenca de México, especialmente como elemento integrador regional con las poblaciones de Ixtacalco, Tlahuac y Chalco.
El tranvía constituyó un medio de transporte eficaz para el traslado de pasajeros y, en ese sentido, generó otro tipo de vínculo de la ciudad de México con Xochimilco. En 1904, cuando se inició su construcción, todavía se consideraba a esa demarcación como una municipalidad foránea del Distrito Federal. En otras palabras, un municipio alejado de la capital. Inicialmente, esa vía tuvo como primer objetivo el proporcionar transportación a la numerosa mano de obra y materiales que se requirieron para la construcción del acueducto y fue inaugurado por el presidente Porfirio Díaz en 1910.[21] El arribo de autobuses llegó tardíamente en 1929, permitiendo el flujo de habitantes capitalinos al sur de cuenca. Partiendo de ese supuesto, los límites políticos y administrativos eran trascendidos por los usos sociales que de ese espacio lacustre hacía la población urbana: recreativos, deportivos y culturales.
En un estudio específico de la historia de la urbanización en Xochimilco, Mario Barbosa define tres períodos con objetivos y necesidades distintos. Tres momentos en que la modernización urbana fue abordada por habitantes locales, avecindados y autoridades con una lógica y racionalidad diferente[22] .
La primera etapa que Barbosa delimita de 1930 a 1970 coincide con un periodo de expansión lento por la incidencia de las organizaciones sociales y políticas de los sectores campesinos y de los habitantes de pueblos y barrios en la planeación y dotación de servicios. Una etapa de conciliación de intereses entre la estructura delegacional y gobierno del Departamento Central con la organización campesina adscrita primero al Partido Nacional Revolucionario y, posteriormente, a la Confederación Nacional Campesina del Partido Revolucionario Institucional[23] .
El segundo periodo supuso un franco proceso acelerado de urbanización que puede ubicarse cronológicamente de 1970 a finales de la década de los ochenta. Es Barbosa quien reconoce la importancia de las obras realizadas con motivo de las Olimpíadas de 1968, que generaron la construcción de nuevas vías de acceso a Xochimilco, como el detonador de esta expansión que consolida la conurbación de la Zona Metropolitana de la ciudad de México con este entorno rural. El crecimiento se ubicó al margen del Anillo Periférico Sur, Viaducto Tlalpan y División del Norte y, sobretodo, alrededor del canal de Cuemanco y frente a Villa Coapa, ubicada en la delegación Tlalpan.[24] Xochimilco, Tepepan y el norponiente de la delegación fueron las áreas privilegiadas por este proceso de urbanización.
Finalmente, Mario Barbosa sostiene que desde finales de los años ochenta hasta nuestros días, el crecimiento urbano de la demarcación se expandió hacia las zonas de pueblos ribereños al lago siguiendo el camino a Tulyehualco, el cual se ha constituido en el corredor a través del cual es evidente la urbanización de las chinampas y la que mayores efectos nocivos a revertido al sistema de canales. Varios factores incidieron en esta apropiación de grupos avecindados o externos a terrenos ubicados en las inmediaciones de las comunidades agrarias tradicionales[25] . Teniendo como punto de referencia a Peter Ward, podemos afirmar que el caso del crecimiento de Xochimilco en las últimas décadas del siglo XX, se explica por las escasas posibilidades de crecimiento urbano del Distrito Federal que también ha obligado a la expansión metropolitana hacia el estado de México. Por ello, los terrenos agrícolas fueron susceptibles de una apropiación privada irregular en esos años.[26]
La misma legislación y planeación de esa área en la década de los años noventa del siglo XX concurren para explicar el estado actual de la urbanización en Xochimilco. La modificación al artículo 27 constitucional en 1992 sobre la propiedad agraria y ejidal pareció subvertir el orden rural que había mantenido al margen del crecimiento urbano a estas partes de la delegación. El mercado inmobiliario y la demanda de terrenos para la construcción de viviendas populares encontraron en esos enclaves agrarios una posibilidad de crecimiento fuera de la regulación y normatividad creada para el efecto, pues eran consideradas zonas de conservación ecológica. La zona ribereña, de pie de monte y de montaña vieron llegar nuevos grupos de avecindados que, aunados al crecimiento natural de su población, desdibujaron con la edificación de casas y conjuntos habitacionales los límites existentes entre estas poblaciones y derivaron en una integración forzada de poblados acostumbrados a la dinámica corporativa y autónoma que tenían desde la época colonial.[27]
La falta de planeación urbana y peor aún, la existencia de una “planificación virtual”[28] ha complicado la aplicación de normas y el ejercicio de una regulación por parte de las autoridades competentes. Pese a la omnipresencia lacustre en el espacio que compone la delegación Xochimilco, en su territorio impera cierta diversidad por la colindancia de la montaña. De esta forma, Xochimilco ocupa el tercer lugar en tamaño dentro de las 16 delegaciones del Distrito Federal, con una extensión territorial de 134.58 kilómetros cuadrados. Ubicada al suroeste de esta entidad, colinda con Tlalpan, Coyoacán y Tláhuac al norte; al este con Tláhuac; al sur con Milpa Alta, y al oeste con Tlalpan. Montañas, volcanes, ríos, lago, canales y manantiales conforman las características geográficas de su territorio. Entre éstos destacan los cerros de Xochitepec y Tlacualleli y los volcanes Teuhtli y Tzompol. Los canales Nacional, Chalco, Cuemanco, el Bordo, San Juan, Amecameca, Apatlaco y Santa Cruz recorren el lago, y las presas San Lucas Xochimanca y la Pista Olímpica Virgilio Uribe en Cuemanco, complementan este paisaje lacustre. Nueve embarcaderos permiten resguardar lanchas, así como las tradicionales chalupas, canoas y trajineras, y funcionan a manera de puertos para el trasbordo de visitantes y, en algunos casos, de mercancías y usuarios locales de las actividades chinamperas.[29]
Tradicionalmente, la población se asentó en barrios y pueblos, que funcionaban con relativa autonomía pero que el crecimiento demográfico y urbano se han ocupado por desdibujar. Dieciocho barrios y catorce pueblos conforman este complejo mosaico que se ha nutrido por la aparición de colonias, unidades habitacionales y la defectuosa traza de la urbanización popular.
En la caótica urbanización de Xochimilco se aprecia la difícil colindancia de barrios y pueblos con fraccionamientos de tipo residencial, así como la coexistencia de complejos habitacionales con zonas de precaria urbanización popular, da cuenta de una ocupación desagregada e incapaz de ser advertida como un órgano integrado a una estructura más amplia. Coexistiendo con cierta disfunción y asimetría, esta serie de organismos no parecen poder asimilarse en el futuro inmediato a formas de urbanización más organizadas.[30] A este complejo panorama habría que sumar los problemas inherentes a la coexistencia de grupos sociales disímiles y con cierta proclividad al conflicto: naturales, ajenos y avecindados[31] .
Incorporadas a la ciudad, el contraste de estas zonas de Xochimilco parece acrecentarse con el paisaje que se advierte desde el Periférico que divide y enmarca de manera entrometida y despiadada la zona ecológica del lago de Xochimilco, sus canales y chinampas, con un complejo entramado de vías rápidas, puentes y calles invasivas. Entre estos elementos urbanos tan disímiles, brotan tulares que se rebelan a ser tragados por el asfalto. Estos ejes que han colaborado a la conurbación de Xochimilco a la ciudad, no coexisten con el paisaje de una manera armónica; vinculan pero no integran la nueva ciudad al mundo lacustre y ni siquiera el contraste del asfalto junto al espejo de agua seduce al visitante o remite a una visión nostálgica al usuario de esas vías de comunicación.[32]
Los efectos de la planifcación, o de la falta de planificación urbana, son decisivos en la edificación de un entorno y en el funcionamiento de las ciudades. Dos estudiosos norteamericanos de cuestiones urbanas, Le Gates y Stout se refieren al papel de los planes urbanos en la vida social, como “las más grandes –y al mismo tiempo, más invisibles-- influencias en la vida humana y su cultura”.[33] Y junto con ellos, Anthony Tung, un especialista de la historia arquitectónica de las ciudades y su preservación, comentó a propósito de su tránsito por la ciudad de México que aprendió que “la cuestión de la justicia social estaba vinculada, en muchos sentidos, al proceso de conservación arquitectónica”.[34]
Como se advirtió en páginas anteriores, la creación del Departamento del Distrito Federal obedeció a la necesidad de expandir y asegurar los servicios urbanos y definir los parámetros de la modernización de la capital. De ahí que la primera ley de planificación se dio en 1933 y fue modificada en 1936 y 1941, aunque “la existencia de estos preceptos legales no permite afirmar que en México existiese una política de control del uso de suelo urbano y [...] que las acciones gubernamentales respondiesen a un ejercicio de planeación del territorio”.[35] En la década de los cuarenta se realizó el Primer Plan regulador y se creó la Oficina del Plan Regulador de la ciudad de México.
La planificación urbana supone una serie de presupuestos reguladores de un ordenado y racional crecimiento urbano. Sin embargo, y el caso de Xochimilco puede ser advertido como ilustrativo, los planes no derivan necesariamente en su aplicación, es decir, en una política urbana. El alcance de los planes y los programas que se generan por la autoridad, a veces de manera consensuada, deben inscribirse en el análisis de la política urbana.[36] En sentido estricto, la intención de regular el crecimiento urbano se originó de los años setentas con la Ley General de Asentamientos Humanos, y se confirmó con el Plan Nacional de Desarrollo Urbano y el Plan de Desarrollo Urbano del Distrito Federal, que marcaron directrices generales, y se complementaron en el ámbito local con Planes Parciales de Desarrollo Urbano de las 16 delegaciones del Distrito Federal.
En 1996 se sustituyó la ley de 1976, por una nueva Ley de Desarrollo Urbano del Distrito Federal, que dio origen a un programa general, programas delegacionales y programas parciales.[37] De esta manera, innumerables planes, programas y reglamentos se traslapan y convergen en la planificación urbana en el Distrito Federal, pero se multiplican en el ámbito delegacional. Además del programa parcial de desarrollo delegacional, en Xochimilco se aplican los programas sectoriales y los que le corresponden a su categoría de subcentro urbano.
La caótica urbanización de Xochimilco y el deterioro ambiental de la delegación ilustra, en buena medida, la aseveración de Gustavo Garza acerca del “carácter virtual de la normatividad se extiende a los 36 poblados localizados en el área de conservación ecológica, principalmente en Xochimilco, Tlalpan, Alvaro Obregón, Contreras y Cuajimalpa. En estos poblados ocurre una urbanización no virtual, esto es, que tiene una existencia real aunque no se observa en los planos urbanos oficiales ni se ajusta a las normas vigentes”.[38]
Además
de planes, nuevas instituciones afloraron con objeto de regular problemas
específicos, aunque con un éxito dudoso. La Comisión
Hidrológica de la Cuenca del Valle de México fue el organismo
encargado de la planeación hidráulica y subordinada a una
instancia del gobierno federal como la Secretaría de Recursos Hidráulicos.
Desde los años sesenta, este organismo intentó frenar los
bombeos de agua para evitar el deterioro del subsuelo urbano y la reducción
de los mantos acuíferos del valle de México y propició
la importación de agua de lugares cada vez más lejanos para
abastecer a la capital.[39]
Ernesto
Aréchiga confirma en su trabajo que esta decisión no detuvo
el bombeo local, que se ha prolongado para el caso de Xochimilco hasta
nuestros días.[40]
Tal
ha sido la inoperancia de otros organismos reguladores de la aplicación
de la normatividad en el Distrito Federal y que la Ley de Aguas Nacionales
de 1997 no ha podido subsanar[41]
.
La política y sus recompensas
Como ya quedó establecido en páginas anteriores, 1929 marcó una fecha representativa en la transformación política administrativa del sistema municipal prevaleciente desde el siglo XIX a un modelo centralizado con la creación del Departamento Central. Entonces se dio el paso del municipio de Xochimilco a delegación. De manera paralela al cambio institucional, se estableció un modelo político clientelista en el que la centralización y el control corporativo del Partido Revolucionario Institucional, otrora partido oficial, dejaron a un lado la representación política local clásica por una gama de intercambios que iban desde los favores políticos hasta la construcción de obra pública. Bien conocidos los costos de las relaciones corporativistas, éstos pueden comprenderse desde la tradicional naturaleza corporativa de los pueblos y barrios de esta demarcación (y que el PRI supo aprovechar): un sistema de “distribución de ganancias políticas” como apuntaba Bataillon.[42]
En cierta forma, esta estrecha relación política y la centralización administrativa del Departamento del Distrito Federal logró que Xochimilco ocupara un lugar importante en el espectro de planes, programas e inversión del gobierno del Distrito Federal. La reforma política de 1997 y la elección del 2000 del jefe delegacional construyó nuevos e inéditos escenarios en la política local. El cambio de régimen y sistema político permutó la estructura burocrática conformada por agentes externos impuestos a la demarcación por cuadros de funcionarios locales y nuevas formas de representación vecinal y vínculos societales que han cambiado la correlación de fuerzas políticas locales con el gobierno capitalino y el gobierno federal. Pero en este nuevo contexto, los criterios de asignación de inversión pública y programas parece más incierto.
Considero importante mencionar que las escuelas de pensamiento para el estudio de la política urbana norteamericana señalan dos perspectivas para la comprensión de la política local: estructuralista y pluralista. La primera abanderada por Floyd Hunter desde 1953[43] y la segunda, que ha encontrado un sin fin de seguidores desde 1961, con Robert Dahl[44] ,intentando adaptar y comparar este modelo explicativo, podría considerarse que los cambios políticos e institucionales en Xochimilco pueden ser estudiados como el paso de un modelo estructuralista a uno pluralista. Con ciertos matices y mediaciones, podemos advertir la existencia hasta el año de 1997, y en muchos sentidos hasta el 2000, de un régimen que ejerció el control político a través de una élite que concentraba la toma de decisiones y negociaba en ciertos momentos la imposición de un modelo urbano. A partir del 2000, la elección de gobierno local transformó esa estructura de gobierno a un contexto pluralista donde el poder político se encuentra fragmentado y en abierto y continuo conflicto, y por ende, un nuevo sistema que inhibe la concepción de un modelo urbano[45] . Todo parece apuntar a que este esquema explicativo deja fuera la complejidad de fuerzas de la comunidad y de intereses económicos que inciden en la toma de decisiones y que sí se advierte en una propuesta revisionista de Mollenkopf[46] .
La preocupación por el impacto ambiental de estos fenómenos logró consolidarse en forma tardía a fines de siglo XX. Tras una densa acumulación de errores y omisiones durante un siglo, las dificultades parecían tener visos de solución con la declaración de la UNESCO de considerar a Xochimilco como patrimonio de la humanidad en 1987. Otra esperanza que todavía no puede llevarse a efecto por las dificultades que distintas administraciones locales han sufrido al intentar alcanzar un consenso con el resto de las instancias federales que deben acudir para realizar este proyecto de restauración ecológica y de conservación de patrimonio cultural[47] .
Otro nudo para desatar es el ejercicio de una política de índole urbana en un enclave agrario. En 1920, se publicó un relato dramático del proceso de restitución de las tierras ejidales del pueblo de Xochimilco en el que se daba cuenta de las dificultades de esta población y de sus comités agrarios[48] para recuperar estos terrenos que se encontraban en manos de hacendados: la resolución positiva de su solicitud por parte de la Comisión Nacional Agraria en marzo de1918, se contravino de inmediato con la determinación del presidente Venustiano Carranza para nulificarla en julio del mismo año. Un amparo agrario y la revisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó la “ejecución inmediata de la posesión” de los ejidos el 20 de mayo de 1920, y fue ratificada por el presidente Adolfo de la Huerta el 24 de septiembre de ese año. El ejido del pueblo lo constituyeron la restitución de la Ciénega Chica y una parte en dotación de la Ciénega Grande.[49]
Otros pueblos de Xochimilco corrieron con mejor suerte al ser restituidos por la Comisión Nacional Agraria y la Comisión Local Agraria de sus tierras. Los habitantes de San Gregorio Atlapulco utilizaron sus títulos primordiales, donde se establecían los linderos coloniales, para este proceso de restitución de las tierras que habían sido enajenadas en 1913 por Aureliano Urrutia durante el gobierno de Victoriano Huerta.[50] Los habitantes de Tlaltenco fueron favorecidos con una dotación,[51] al igual que los de Tepepan, que pasaron de jornaleros de la antigua hacienda a ejidatarios, con el cúmulo de problemas que ello conllevaba y que relató con detalle su representante ante los otros miembros de comités agrarios, erigidos en “mutua corporación”. Ello supuso una reorganización social y productiva por las secuelas propias de la incorporación de los campesinos a la lucha armada, en esa zona de influencia zapatista, y que supuso un virtual abandono de las prácticas agrícolas por el ejercicio de la guerra, o en sus propias palabras “un lapso durante el cual los materiales de labranza han dormido un sueño letárgico”.
De tal manera que las autoridades locales y federales tuvieron que apoyar la reconstrucción del ámbito rural y agrario en Xochimilco, tanto en su forma territorial como en la parte de fomento agrícola. Esta relación supondría una serie de intercambios mutuos, de reciprocidades, que dieron como fruto una promoción por parte de la esfera del poder local y nacional de la organización corporativa de los campesinos de Xochimilco, que posteriormente se vincularía al partido oficial a través del sector creado para el efecto. La negociación con el sector agrario de esta demarcación resultó el fiel de la balanza en la futura incorporación de esta zona a la ciudad de México.[52]
La política agraria del Estado mexicano respecto a Xochimilco transformó haciendas en ejidos, y en una primera etapa, de 1920 a 1940, logró que los procesos de restitución y de dotación ejidal fuesen aparejados con escuelas, créditos, ayuda técnica e, incluso, servicios médicos para los campesinos.[53] Una nueva investigación debería hacer explícita la regulación del uso y aprovechamiento de agua que supuso la aplicación de la reforma agraria, pues en este medio lacustre resulta sustancial su reconstrucción[54] .
A mediados de siglo, la reforma agraria contempló el reparto de tierra sin refacción ni crédito agrícola, lo que mermó las posibilidades de este sector. Buena parte de la dotación a partir de los años cincuenta se redujo a terrenos salitrosos de escasa y errática productividad. En ese contexto resulta comprensible la disminución de la población económicamente activa dedicada a la agricultura en Xochimilco hacia los ochenta. Las cifras citadas por Patricia Romero Lankao son contundentes a este respecto: suponen una disminución del porcentaje de 38.6 a 3.1.[55]
Asimismo, hacia 1968 el bombeo de agua destruyó “en parte los cultivos de las chinampas, mientras que las necesidades de la ciudad aumentaban con la población; de esta manera, los cultivos tradicionales de legumbres, en esas regiones [Xochimilco y Chalco], perdieron gran parte de su importancia”.[56] El enorme mercado de consumo de la capital requirió de la importación de ese tipo de productos agrícolas de otras regiones.
Por otra parte, la situación jurídica de la posesión de la tierra en Xochimilco hasta la década de los años noventa, ayudó a mantener la agricultura tradicional pero frenó las posibilidades de inversión de los campesinos y la adaptación moderna de sus formas de cultivo.[57]
El paisaje rural fue también modificado por las prácticas agrícolas modernas: las chinampas antes rodeadas de canales se encuentran unidas, recurren al riego y los fertilizantes químicos utilizados en ellas, han provocado una serie de desajustes orgánicos que dan origen a la invasión de los canales con lirio acuático y varios tipos de flora y fauna nociva. Pese a estas circunstancias, la agricultura como actividad ha dejado en claro la vocación y uso tanto del entorno lacustre como de sus habitantes. En esta aparente contradicción entre negativas condiciones objetivas y encomiable perseverancia campesina debe evaluarse la actividad agrícola de Xochimilco.
Un aspecto relevante para el estudio de este fenómeno se encuentra en el reconocimiento explícito que el gobierno federal y los gobiernos de las regencias en el Distrito Federal otorgaron a las organizaciones campesinas, y agropecuarias en general, de esta demarcación. La continua presencia de los presidentes posrevolucionarios hasta los neoliberales de las postrimerías del siglo XX resume el peso de estos contingentes en el aparato corporativo del entonces partido de Estado. Un sistemático flujo de intercambios políticos y de recursos acuíferos se dio en este ámbito rural de la capital nacional. Este proceso puede ser evaluado desde cierta óptica del análisis político como una especie de política clientelista que el régimen posrevolucionario propició para apuntalar alianzas estratégicas. Pero también podría comprenderse como parte de una necesidad básica de negociación con estos grupos sociales por las necesidades políticas que el crecimiento de la gran urbe había generado, como lo señala atinadamente Cuauhtémoc Hernández Silva[58] .
Los
campesinos y los ganaderos de Xochimilco quizás fueron cuantitativamente
disminuyendo como contingentes en el universo agrario mexicano y en el
Distrito Federal, pero ello no supone que no representen los intereses
territoriales de la comunidad de Xochimilco. Ese sería el aspecto
relevante de este estudio de caso, definir con claridad que independientemente
de su filiación partidista y corporativa, los campesinos de Xochimilco
en sus diferentes vertientes (ejidatarios, chinamperos, comuneros) son
representantes de su comunidad en el más amplio sentido de este
término. Asimismo, lo han sido los trajineros y comerciantes que
viven de las actividades propiciadas por los embarcaderos y los diversos
canales de Xochimilco.[59]
Como cuñas, los nuevos avecindados son la personificación de la expansión urbana en zonas rurales, en pueblos y barrios ancestrales, y su presencia ha generado diversos desajustes sociales: incremento demográfico, concomitante aumento de la densificación, diversidad en las categorías ocupacionales,[62] reacomodo de identidades societales e incluso nuevas formas de representación frente a las tradicionales de los pueblos y barrios. Un nuevo reconocimiento o identificación social procede de esta coexistencia y definitivamente construirá nuevas identidades colectivas que responderán a esta apropiación del espacio por los distintos grupos sociales. La preeminencia de los conflictos hace necesaria la refundación de nuevas identidades sociales que logren conciliar concepciones urbanas con las rurales[63] .
Fotografías aéreas que ilustran el proceso de urbanización de Xochimilco en el siglo XX, pueden sugerir, aparte de la transformación urbana, una nueva topografía social, un nuevo mapa de un abigarrado conjunto de grupos sociales con orígenes diversos, y por tanto, con intereses igualmente disímiles. Entre los antiguos trazos de los pueblos y barrios puede aadvertirse entramado anárquico de los asentamientos irregulares, siempre propensos a ser “regularizados” en papeles y documentos oficiales, pero que en este contexto no son susceptibles a la remodelación urbana, a la modernización. Esta fase de la urbanización popular tiene un correlato social con un futuro impredecible. En el centro de esta anarquía se encuentra la modificación al artículo 27 constitucional que permitió el traslado de dominio de las propiedades ejidales y comunales a la esfera de los intereses inmobiliarios y privados, y ha hecho propensa a esta área a más conflictos por la acusada polarización social y la reorganización territorial.[64] Este proceso es paradójico pues los avecindados son recibidos con resistencia pero muchos de los terrenos donde se asientan han sido vendidos, legal o ilegalmente, por los naturales.[65]
Como elemento esperanzador de este espacio lacustre y rural, las chinampas ubicadas todavía entre los canales continúan como medio de producción agrícola y como punto de referencia del pasado lacustre de Xochimilco y, por extensión, del pasado social y cultural de la ciudad de México. Como unidades de producción o microempresas, los chinamperos se ha adaptado al mercado de productos agropecuarios. Estos fenómenos han sido reconocidos en el marco de la llamada “nueva ruralidad”. En este marco, la relación campo-ciudad tiende nuevos puentes que intentan vincular y no disociar este nuevo binomio, donde se perciben menos rupturas y supone más reelaboraciones de la tradicional concepción campesina en el ámbito urbano. Utilizando palabras de María Soledad Cruz Rodríguez, podría considerarse para el caso de Xochimilco, “si lo rural tiende a incorporar elementos urbanos como parte de su misma identidad y problemática específica, ¿no será posible que también para explicar el fenómeno urbano se tenga que reconsiderar a los aspectos rurales como parte del mismo?”[66]
Finalmente,
recapitulando la idea central de este trabajo, convengamos que un Xochimilco
sin arquetipo, es decir, sin lago, canales y montañas, no puede
ni debe ser un planteamiento que pueda siquiera imaginarse. El caso de
la ciudad de México, en continua batalla contra la cuenca, no debiera
repetirse en la subcuenca de Xochimilco.
[1]
Hertmans, 2003, p.224.
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