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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. 
ISSN: 1138-9788. 
Depósito Legal: B. 21.741-98 
Vol. X, núm. 218 (10), 1 de agosto de 2006 


TERRITORIO Y POBREZA EN EL NORTE GRANDE ARGENTINO
Alfredo Bolsi
Instituto de Estudios Geográficos – UNT/Conicet

Norma Meichtry
Instituto de Investigaciones Geohistóricas – Conicet


 
Territorio y pobreza en el Norte Grande Argentino (Resumen)
 
El Norte Grande Argentino alberga la sociedad más pobre del país. Se analiza el contexto territorial a partir de una conjetura sobre la manera en que tiempo y espacio (o sociedad y naturaleza) fueron urdiendo la trama que hiciera posible esta situación. Si bien el proceso se enraiza muy atrás en el tiempo, se sostiene que la consolidación del capitalismo, que entre fines del XIX y comienzos del XX contribuyó al desarrollo de las agroindustrias regionales, constituye uno de los hitos de mayor trascendencia. Las formas de articulación entre las sociedades tradicionales y las nuevas agroindustrias, la persistencia de sociedades marginadas de esa articulación, el comportamiento de las élites, los procesos recientes de expansión agropecuaria, señalan que aquella trama contiene un sustento económico y territorial inscripto en un diseño fuertemente cultural.

Palabras clave: territorio, pobreza


Territory and Poverty in the Argentinian Norte Grande (Abstract)

The Norte Grande Argentino harbors the domestic poorer society. The territorial context is analyzed starting from a conjecture on the way in that time and space (or society and nature) they were concocting the plot that made possible this situation. Although the process you takes root very behind in the time, it is sustained that the consolidation of the capitalism that contributed to the development of the regional agroindustries between ends of the XIX one and beginnings of the XX one, one of the landmarks of more transcendency constitutes. The articulation forms between the traditional societies and the new agroindustries, the persistence of excluded societies of that articulation, the behavior of the elites, the recent processes of agricultural expansion, point out that that plot contains a sustenance economic and territorial in the context of a strongly cultural design.

Key words: Territory, poverty


Las nueve provincias del Norte Grande Argentino [1] cubren unos 760.000 Km2, esto es, el 27,5  por ciento de la superficie total del país. Este ámbito subtropical está integrado por dos sectores: el occidental, donde la montaña es el hecho dominante, y el oriental -más extenso- ocupado en su mayor parte por la llanura. [2] Los efectos de la distancia al mar, de las variaciones altitudinales, de la circulación general de la atmósfera, de la orientación de los encadenamientos montañosos, de los procesos tectónicos y geomorfológicos, se traducen en una compleja red de paisajes naturales: cuenta con cadenas montañosas ubicadas entre las más elevadas de América; en pocas decenas de kilómetros pueden salvarse desniveles de 6.000 metros de altitud y trasladarse desde las nieves permanentes hasta los tórridos ámbitos chaco-formoseños; es atravesada por una importante red fluvial; en su sector central se ubica el polo de calor sudamericano; contiene la mayor superficie boscosa, a la vez que registra la variedad vegetal más rica del país. En fin, junto con la Amazonia, los Llanos y la Pampa, el “Chaco” (área central del Norte Grande Argentino) es una de las cuatro más grandes llanuras de acumulación de América Latina.

Pero a pesar de su extensión -y de sus riquezas naturales- sólo viven en el Norte Grande Argentino un poco más de 7 millones y medio de habitantes, o sea el 20  por ciento del total de población nacional. De ese conjunto, más del 77  por ciento vive en ciudades, incluidas en un sistema urbano caracterizado por la alta concentración en las capitales provinciales.

La participación actual del Norte Grande Argentino en el total nacional de población es un par de puntos menor que la de cien años atrás (censo de 1895) pero mucho más reducida que la de los tiempos en que la “patria criolla” (censo de 1869) se transformaba rápidamente por los efectos de la incorporación al capitalismo y al modernismo. Así, un Norte de fuerte presencia económica y cultural en aquella patria de mediados del XIX reemplazó a otro donde el protagonismo ya se había diluido, circunstancia que persiste hasta hoy (figura 1).

Figura 1
El Norte Grande en la República Argentina

Este no es un hecho trivial. La condición de antiguo territorio colonial, sobre el que se desarrolló la “modernización”, determinó un espacio socio-cultural y aún económico que se diferencia con nitidez del resto del país, principalmente de la Pampa Húmeda. El Norte estuvo integrado en el pasado y aún en el presente por áreas de diversidad y de intensos contactos culturales. En tal sentido Tasso (2004) rescata en el Santiago tradicional residuos “del mundo colonial“, rescate que puede hacerse extensivo a gran parte del Norte Grande Argentino. Ve también una “heterogeneidad étnica manifiesta“, circunstancia que se repite en el resto de las provincias. Observa que la supervivencia de ese mundo tradicional fue “parcialmente permeada" en Santiago, y en todo el Noroeste, por los procesos migratorios de fines del XIX y comienzos del XX. En la provincia del Chaco, donde la presencia aborigen era mayor, la colonización estatal implicó su “desplazamiento” [3] y el desarrollo de un frente pionero de migrantes internos y luego de extranjeros; las nuevas actividades productivas requirieron una diferente “articulación” con los aborígenes sobrevivientes. En Formosa, con una fuerte presencia paraguaya (y también de correntinos) la intensidad de la colonización estatal y de las migraciones intercontinentales fue menor que en el Chaco. En Misiones, los movimientos asociados con la colonización articularon el poblamiento pionero correntino/paraguayo con la migración de ultramar y de los europeos/brasileños que avanzaba hacia Misiones desde el sur de Brasil.

En tal caso, Norte Grande alberga -y fue construido- por un grupo de sociedades que, a pesar de las influencias mutuas, podrían ser identificadas por la persistencia de sus conceptos nucleares, esto es, por lo que una autora como Benedict (1939) llamara “un conjunto central de ideas acerca de cómo son y cómo deben ser las cosas”. Ese grupo es amplio y variado: es posible identificar desde pueblos que viven casi en un estadio neolítico en diferentes medidas articulados con el resto de las sociedades, hasta los que se han instalado plenamente en el actual capitalismo flexible.

No es nuestro propósito definir esos diferentes conjuntos. Pero es necesario partir de una propuesta generalizadora que contemple la coexistencia de por lo menos dos grandes sociedades: la moderna (en alguna medida capitalista) y la tradicional, con articulaciones y relaciones de subordinación que varían de área en área. En otros términos, en el Norte Grande coexistirían como mínimo dos “pueblos” que tienen su propio conjunto central de ideas de “cómo son y deben ser las cosas”.

Esta condición constituye una atractiva puerta de entrada al complejo sistema territorial del Norte Grande Argentino. Permite discutir el papel de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza en la construcción del territorio y valorar las asociaciones entre cultura y economía de mercado (De Souza 1990) y sus probables influencias sobre el desarrollo. Que cada una de esas sociedades opere sobre la base de su propio núcleo central de ideas no sólo significa un conjunto diferenciado de creencias religiosas o principios filosóficos o morales; significa que existe una valoración diferenciada de la naturaleza, por lo tanto de sus formas de uso y del complejo tecnológico asociado. Como consecuencia, habría efectos diferenciados en los procesos de territorialización, que tienen evidente consecuencia en el número, en la distribución y en la calidad de vida de la población.

Queda implícito, que los cambios culturales (asociados con los procesos históricos) significan, como diría Sauer (1941), cambios en la valoración de la naturaleza, o en las prácticas materiales, como señalaría Harvey (1998). El resultado, la territorialización, sería un proceso en constante cambio. La colonización española significó, en ese sentido, alteraciones de prácticas materiales muy antiguas; el territorio “criollo” resultante reconocía esas modificaciones pero también la persistencia de viejos esquemas indígenas. La irrupción y luego la consolidación del capitalismo generó también cambios de gran magnitud. Los paisajes antecedentes (y sus sociedades) no fueron eliminados en su totalidad. En el avance sobre ellos, en algunos casos “a pesar” de ellos,  hubo diferentes formas de articulación, de sobreimposición o de generación de “residuos”; pero no supresión total.

También tienen una profunda connotación cultural las fuerzas del mercado. Se trata de otra idea de la Escuela de Berkeley. La propuesta es interpretarlas como una “expresión de una cultura particular que es histórica y espacialmente específica” (Smith 1997), de estrecha relación con el liberalismo europeo del siglo XVIII. Esto es, los sistemas económicos son creados y modificados permanentemente según marcos sociales y culturales concretos (Healey e Ilbery 1990). Aquí situamos la discusión en torno al desarrollo de la economía de mercado en el contexto del liberalismo occidental, o como su producto. Esta cultura peculiar acentúa como rasgo específico el individuo fuerte, la sociedad débil y el Estado mínimo. El modelo de la identidad humana está asociado con individuos autónomos conectados entre sí por intercambios impersonales de mercado más que por vínculos de parentesco o de comunidad; éste sería un rasgo crucial de tal modo de vida, donde se insiste en la fuerte connotación cultural del papel de las fuerzas impersonales de la oferta y la demanda en el ideal de imparcialidad más que sobre la base de lazos de solidaridad (Smith 1997; ver, además, Thrift, 1994 y Martin, 1994). Esta conjetura permitiría abrir el interrogante acerca del papel de la diversidad cultural como agente activo de la “materialización” (o como contexto) de la economía de mercado en el Norte Grande Argentino.

De allí que se propone que los rasgos culturales del Norte deban ser considerados como un factor en la interpretación de sus problemas principales. No sólo afectan a los procesos de territorialización: inciden en los caracteres demográficos, en la estructura de consumo y producción, en la marcha de los procesos económicos y en los rasgos de “materialización” del capitalismo en la región. La propuesta cuenta con un punto de apoyo no desdeñable: las diferencias entre el Norte Grande Argentino y, por ejemplo, la Pampa Húmeda; a partir de una versión restringida de una idea de Octavio Paz, podría afirmarse que lo que separa a las dos regiones es lo mismo que las une; son dos versiones diferentes de la economía de mercado, dos resultados distintos de la consolidación del capitalismo. [4]
 

La presencia del Norte Grande en Argentina

Las estructuras productivas de las provincias del Norte Grande Argentino señalan la alta incidencia del sector terciario (que dista de ser la culminación de un sector productivo fuerte y en expansión). La importancia del comercio y de las actividades financieras es casi excluyente con la excepción de Catamarca por la explotación minera o en Formosa, debido a la importancia de la administración pública.

El sector primario junto con las industrias es, luego del comercio, el de mayor incidencia, con excepción de Formosa donde nuevamente la administración pública es más importante. En estas actividades (primario/industrias) las que más se destacan son las actividades agropecuarias. Por lo tanto, si es que la indagación central de este trabajo apunta a detectar los problemas asociados con la pobreza, el mundo agropecuario y agroindustrial debe ser motivo de especial atención.

En la mayoría de las provincias del Norte Grande Argentino el producto agropecuario aportó, entre 1995 y fin de siglo, más del 50   por ciento del producto agregado “actividades productivas” (Gatto y Cetrángolo 2003:24-25). Esa importancia se manifiesta en una superficie implantada de casi 5 millones de Ha lo que significa el 8,75   por ciento de la superficie cultivada del país. Casi la mitad corresponde a las oleaginosas y un cuarto a los cultivos agroindustriales, esto es, el sector de mayor repercusión económica y social del Norte.

En torno de los cultivos agroindustriales se han estructurado los paisajes más dinámicos de la región. Resultantes de distintos “recorridos históricos” concentran, a partir de sus importantes efectos multiplicadores, las más altas densidades de población, los sistemas urbanos más importantes o las más extensas redes de transporte. Las repercusiones sociales de la economía de estos núcleos son de alta significación si se las compara con otras actividades agropecuarias tales como las derivadas, en la década de 1990, de la fuerte expansión de los cultivos de cereales y oeaginosas, siendo la soja el caso más importante.

Esta estructura productiva tiene una muy baja participación en el PBG nacional. La contribución de los complejos agroindustriales, de los cultivos de cereales y oleaginosas, de las actividades mineras, del petróleo, de la industria metalúrgica, esto es, de los sectores primarios y secundarios agregados del Norte Grande Argentino, representaba en 1999-2000 sólo el 9,6  por ciento del total del país.

De tal manera, el Norte Grande Argentino no resulta atractivo para la inversión privada. Sólo Catamarca fue favorecida en años recientes por inversiones importantes en la minería. Fuera de ello, el panorama es mediocre. Salvo dos o tres provincias, el resto se encuentra prácticamente excluido del circuito nacional de grandes inversores. La distribución geográfica de la inversión repite el modelo de alta concentración pampeana, en tanto que la participación del Norte Grande Argentino equivale sólo al 5,9  por ciento de la Pampa Húmeda. En tal caso, como observan Gatto y Cetrángolo (2003:47), esta pobreza de inversión no sólo afecta a la tasa de crecimiento del producto sino que, además, influye en el empleo, en la productividad misma de las economías provinciales y en las exportaciones, que participan con menos del 8  por ciento en el total de Argentina.

Las manufacturas, ya sea de origen agropecuario o industrial tienen, en ese contexto, una baja participación en el total de las exportaciones. Además, a pesar de que una parte sustancial de la estructura productiva del Norte se apoya en los complejos agroindustriales, su presencia en el sistema exportador nacional es mediocre, pues suma sólo el 4   por ciento del total de las exportaciones industriales de origen agropecuario del país. Esta situación se reitera en el caso de las exportaciones de manufacturas de origen industrial.

En ese ámbito crítico, se explica que el Norte tenga las más bajas tasas de actividad, especialmente las provincias de Santiago del Estero, Formosa, Chaco y Corrientes. Son, efectivamente, las de mayor regresión productiva: entre las cuatro (con el 10  por ciento de la población nacional) generan el 4   por ciento del PBG del país y el 2  por ciento de las exportaciones.

Estos “grandes números” definen la ubicación relativa del Norte en el conjunto nacional. La pobreza ha sido dominante en su historia y nuestra propuesta entiende que esta condición –una estructura productiva débil pero principalmente una alta proporción de población pobre- sólo se agravó en la década de los 90.

¿Cómo fue, entonces, la territorialización que engendró este contexto? En tanto que los caracteres territoriales expresan la interacción entre sociedad y naturaleza a lo largo del tiempo, se hizo necesario rastrear en el pasado para localizar un “punto de partida”, a sabiendas de que esa localización tiene siempre un condimento de arbitrariedad. Sin embargo, lo que llamamos “Norte Grande Criollo” (es decir, la región en torno a 1850), y principalmente sus formas de articulación con los procesos sociales y económicos de períodos posteriores, podría proporcionar un conjunto de claves para la interpretación del proceso.
 

Indios y criollos (mediados del siglo XIX)

Los procesos a través de los cuales las distintas sociedades indígenas se organizaron y construyeron sus territorios tuvieron una fuerte permanencia en el tiempo. A tal punto que a casi dos siglos de la conquista europea, en torno a mediados del XIX, el Norte se distinguía como un país de “corazón indígena” y dos extremos (oriental y occidental) en los que se reconocían articulaciones, fusiones y recomposiciones de ambas sociedades. A fines de la década de 1850 casi medio millón de habitantes, según los cálculos de M. de Moussy, movilizaba una economía diversificada pero con alta dependencia del mercado del litoral (de Moussy, 1863). Según datos del mismo autor, el conjunto de las provincias del Norte Grande Argentino tenía un ingreso de 0,7 piastras por habitante, al tiempo que el de Buenos Aires superaba las 248 piastras.

Reconocemos que estas estimaciones no poseen alta rigurosidad, siendo sólo indicativas. Se puede señalar además, que la solidez y eficiencia de los Estados provinciales pueden estar detrás de estas considerables diferencias, como así también el fuerte peso de amplios sectores de la sociedad norteña, especialmente del mundo campesino involucrado en una estructura paternalista. Sin embargo, permiten definir un perfil aproximado de las diferencias (en el modo de ver la vida) con la provincia de Buenos Aires.

Pero pueden reconocerse otras diferencias. El Norte conformaba un territorio donde era posible distinguir la fuerte presencia de las estructuras coloniales en la mayoría de sus facetas, principalmente en lo que atañe a las relaciones de dominación. La persistencia del mundo indígena con diferentes formas de articulación con el resto de los grupos humanos era un rasgo propio que contribuiría a explicar su acentuada fragmentación social; había un uso marcadamente diversificado de los recursos, prácticas que recogen las persistencias indígenas, los aportes europeos y la combinación de todas. El campesinado podía llegar a ser un componente habitual en la ruralia de varios sectores. La manufactura era una actividad central; los viajeros reconocieron la fuerte participación de los nativos en el Norte, en contraste con el litoral, que estaba en manos de los extranjeros.

 
Era, se destacó, una sociedad “tradicional“. M. de Moussy diferenció claramente al criollo del Norte, mestizo de tres grupos (europeos, indios y negros), de la población de las ciudades litoraleñas; ésta, agregaba, “toma cada día ventaja de los hábitos europeos y se aproxima por consecuencia a la manera común de vivir en Europa. Pero en el interior, añadía, queda todavía mucho de las viejas costumbres españolas...” (t. 2:280). La Argentina histórica, reconocía Denís 80 años más tarde, “es un país doble: provincias del litoral y provincias andinas (de arriba) formaban dos mundos aparte, unidos -pero no fundidos- por la gran ruta de Buenos Aires al Perú...” (Denís, 1987:44-47).

La conjetura que aquí se plantea es que esta territorialización criolla, conjuntamente con las sociedades involucradas, condicionaron fuertemente los rasgos sobresalientes del proceso posterior a esos años.
 


La consolidación del capitalismo (entre 1870 y 1930)

A partir de la década de 1850 la clase dirigente y la oligarquía argentinas llevaron a la práctica su propuesta de intensificar la apertura del país a la inmigración y a la entrada de capitales. Como resultado de un proceso político complejo, poco tiempo después los efectos de esta decisión de incorporar el “progreso” se hicieron sentir primero en la Pampa Húmeda y más tarde en el Norte.

En efecto, a partir de cierto momento las masivas inversiones radicadas en la Pampa Húmeda comenzaron a tener tasas de ganancias decrecientes. La solución se encontró en el aumento de inversiones en el interior del país. El sector “exportador” avanzó sobre esas provincias y el precio incluyó la desaparición de algunas de sus economías por la competencia de la importación, pero significó la modernización y el crecimiento de algunas estructuras productivas “tradicionales”, que se ajustaron a la creciente demanda nacional. (Balán, 1978, passim).
 

La modernización -o la creación, en algunos casos- de los principales complejos agroindustriales que hoy se encuentran en el paisaje del Norte Grande Argentino fue uno de los más importantes cambios que se produjeron entre fines del XIX y primeras décadas del XX. Los cambios -a su vez- se asociaron con el problema de la persistencia de las formas tradicionales frente a las exigencias del modernismo; no sólo en relación con las actividades productivas sino además con la conducta de los distintos sectores de la sociedad. Se produjeron desplazamientos y reemplazos de población, pero también diferentes formas de articulación entre lo “antiguo” y lo “nuevo”. Así por ejemplo, la persistencia de relaciones de dominación tradicionales al interior de las modernas estructuras capitalistas fue común en la industria azucarera del Tucumán, o en el complejo agroforestal de Santiago del Estero. Buena parte de la población fue sujeto de esta práctica pero más aún la población indígena de la Puna y principalmente la del Gran Chaco, doblemente perjudicada, pues el proceso de apropiación de la tierra les restó, además, sustento espacial a su economía.
 
Sin embargo, se puede conjeturar que a pesar de los cambios significativos producidos durante estos años, el resultado del proceso de consolidación del capitalismo en el Norte Grande Argentino fue mediocre. Algunos de los testimonios podrían ser los siguientes:
 
1 En términos de población el Norte Grande Argentino creció algo más de dos veces entre 1869 y 1914, es decir, la mitad del crecimiento nacional. En un lapso mayor, debido a los censos, pero considerando que en 1947 el proceso de consolidación -que se prolongó en el Norte más que en la pampa- todavía estaba activo, encontramos que la población del Norte había crecido 5 veces y la de Argentina (sin considerar el Norte) lo hizo 10,6 veces. La única excepción fue la provincia del Chaco, que se encontraba en el cenit de su desarrollo económico generado por la conjunción de la actividad forestal, la agroindustria algodonera y la ganadería.
 
2 A mediados de la década de 1910, la actividad agrícola o agroindustrial del Norte señalaba decididas diferencias con el país. En efecto, contando con el 17,5  por ciento de la población y el 28  por ciento del personal ocupado en las explotaciones agropecuarias, sólo se había invertido allí el 6,4  por ciento del total en materia de máquinas y enseres. Ello significaba $m/n 18,3 por habitante, en contra de $m/n 66,4 de la Pampa Húmeda ó $m/n 51.4 de Argentina (Censo 1914, t. V:573-585).
 
3 Algo semejante ocurría con la industria. Según el censo de 1914, el Norte Grande Argentino reunía sólo el 13,6  por ciento de los establecimientos del país, el 11,2 por ciento del capital invertido y el 10 por ciento del valor de la producción.
 
4 La consolidación del capitalismo en el Norte Grande Argentino se expresó principalmente a través de la territorialización de los complejos azucareros en Tucumán, Salta y Jujuy, en el de la yerba mate en Misiones y en el de la explotación forestal y el algodón en el Chaco. Los resultados, medidos a través del valor de la producción por habitante, eran los más destacados de la región. Por el contrario, aquellas estructuras territoriales organizadas sobre la base de la producción tradicional ponían de manifiesto un valor por habitante casi 6 veces menor.
5  Tucumán, donde el complejo azucarero había impulsado el más alto valor de la producción por habitante, nos enfrenta con otro problema que define el perfil mediocre del proceso. En efecto, a pesar de los esfuerzos de los dirigentes, de los gremialistas y de algunos empresarios, el nivel de vida de la población tucumana (integrada por una alta proporción de campesinos) era críticamente bajo. Por ejemplo, la mortalidad infantil se mantenían en el nivel pretransicional, esto es, el que denuncia ingresos muy bajos y ausencia de la ingeniería social que busca atenuar los efectos de la muerte (Bolsi y Ortiz, 2001).

6 Cuando Argentina iniciaba la etapa de sustitución de importaciones, la capacidad económica del Norte Grande Argentino, en 1937, ponía de manifiesto la pobreza de su estructura en el contexto del país, pero especialmente con respecto a la Pampa Húmeda (en este caso Buenos Aires).
 

Cuadro 1
Norte Grande Argentino. Capacidad económica por habitante, 1937
Buenos Aires=1000
Jurisdicción
Capacidad económica
País
731.2
Jujuy
441.7
Tucumán
399.7
Salta
397.1
Corrientes
214.2
Santiago del Estero
96.8
Catamarca
 94.6
Fuente: Alejandro Bunge, Una nueva Argentina, B.A, 1943, p. 217. (No incluye las restantes provincias del Norte.)

7 Los trabajos de Niklison (1914)son testimonio del otro grupo humano perdedor en este proceso: la población indígena, que también sufrió los efectos de las transformaciones que se asociaron con la consolidación del capitalismo en el área.
 

La persistencia de la marginación(entre 1930 y 1980)

Es correcto afirmar que en estas décadas se hicieron grandes esfuerzos en educación, salud, obras públicas, capitalización, emprendimientos, diversificación, nuevos cultivos, tecnificación, etc., y que la territorialización regional en los ‘80 era más compleja y rica que la de los ’30. También es cierto que, al cabo de medio siglo la situación relativa del Norte no varió en lo sustancial. Seguía siendo la más rezagada en numerosos aspectos y, al final del siglo XX, particulamente en lo social. Podría conjeturarse que se habría instalado en la sociedad y en sus dirigentes la devastadora creencia de que esta situación sería ineludible, como si estuviera en la naturaleza de las cosas. En tal caso, habría dominado una “lógica” en la cual la externalidad desempeñó un papel decisivo.

“Desarrollo” y asimetría

Los desequilibrios señalados por Bunge para la década de 1930 persistían en los ‘50, cuando el Norte Grande Argentino participaba con apenas el 10,3 por ciento en el PBI. La proporción se reitera casi tres décadas más tarde. En 1980 su participación en el PBG era del 11,3 por ciento (Manzanal y Rofman, 1989:18)

La asimetría persistente no fue fruto de la inmovilidad regional. [5] Hubo cambios en las estructuras productivas y uno de los más importantes derivó de la ampliación de la superficie cultivada en más de 740.000 Ha entre 1960 y 1980, que resultara de la “pampeanización” del Norte. Esto significó más del 45 por ciento respecto a la superficie de dos décadas atrás y un aumento de la participación del Norte Grande Argentino, en el total del país, del 2 por ciento (8,.5 por ciento a 10,5 por ciento). Sin embargo, la participación en el valor de la producción agrícola nacional no varió (21,1 por ciento en 1960 y 20,7 en 1980). Por otro lado, el alto peso relativo que tiene el valor de los cultivos industriales o los de riego, evitó que la caída de la participación fuese mayor.

En casi todo el Norte Grande Argentino el valor de la producción por unidad de superficie disminuyó o se mantuvo a pesar de haber aumentado la superficie agraria total. Sería el efecto del reemplazo (como en Chaco o Formosa), de los cultivos industriales por los pampeanos, o de su simple avance. De allí que, a pesar de las 700.000 nuevas hectáreas y de los más de 5.600 millones de incremento de su valor, la participación relativa de la superficie apenas subió y la del valor disminuyó.

La producción pecuaria también reconoció cambios. El más importante consistió en un considerable incremento en la participación del valor de su producción en el conjunto nacional, asociado con la disminución del de la Pampa Húmeda. En 1960 el producto pecuario del Norte Grande Argentino (5.285 millones de pesos) representaba el 7 por ciento del total del país y el pampeano casi el 75 por ciento; dos décadas después las cifras eran 11,2 y 69,3 por ciento. Este cambio –la “pecuarización” del Norte- se hizo a expensas de la participación de la agricultura. En tanto que la ganadería es una actividad poco compatible con un poblamiento sostenido, es posible argumentar que su creciente presencia en el Norte constituyó otro de los factores de expulsión demográfica que ya operaba en buena parte de las provincias.

Más allá de las agroindustrias regionales, la evolución de la industria manufacturera demostró también el signo de la marginación. Puede señalarse que el Norte Grande Argentino no participó de lleno en el proceso de acumulación de capital con alto contenido externo que se había dado en torno a los ‘70, asociado además con la “complejización” creciente de la estructura productiva. Precisamente en este proceso, las provincias del Norte Grande Argentino mostraron declinación del PBG y principalmente del PB industrial (Manzanal y Rofman, 1989:12-17). En 1973 el valor agregado de la producción manufacturera de la región no alcanzaba al 7 por ciento, mientras que las provincias de la Pampa Húmeda contribuían con casi el 73 por ciento .

Como resultado, el sector terciario incrementó en estos años su participación en el PBG total del país, pasando de 48 a 56 por ciento entre 1970 y 1980. En ese contexto, el empleo público tenía en las provincias del Norte Grande Argentino una gran importancia; el número de empleados públicos significaba algo más del 30 por ciento del total de Argentina. Entre 1983 y 1986 la administración estatal de algunas provincias, como Corrientes había aumentado un 40,7 por ciento, como una evidencia más de la debilidad de la estructura productiva (Manzanal y Rofman, op. cit.: 25-54).

Conjeturas sobre la persistencia

El doble proceso de desarrollo territorial y crecimiento económico por un lado, y de persistencia de una fuerte asimetría, por otro, quedaría así perfilado. En las últimas décadas, los cambios se tradujeron en un ligero incremento en la participación del área sembrada del país, pero en la reducción de su valor (11,3 por ciento a 10,2 por ciento); en la pecuarización, en leves incrementos en el valor agregado de la industria manufacturera; en la terciarización y en aumento del empleo público. Los mismos no fueron suficientes para desplazar al Norte Grande Argentino de su posición desventajosa en el contexto nacional. La persistencia de las asimetrías habría tenido un obvio correlato con las condiciones de vida de la población.

¿Cuáles serían los factores, vinculados con los procesos de territorialización, que habrían construido un resultado tan mediocre? Habría que orientar la búsqueda hacia dos campos: a) las grandes transformaciones del capitalismo y de las naciones centrales, asociadas con los cambios político/económicos de Argentina especialmente desde 1930 y b) desde la perspectiva regional, los efectos de aquellos cambios y de la inercia de los territorios del Norte Grande Argentino, en especial de las crisis recurrentes de las economías regionales y la incidencia de las políticas económico/territoriales puestas en práctica.

El primero de los campos es sumamente complejo y escapa a las posibilidades de este trabajo. Sólo se mencionarán algunos aspectos de relevancia.

La crisis de 1930 generó profundos daños a la economía argentina, modificando también sus relaciones con el sistema de dominación internacional. Al distenderse los vínculos de la dependencia, la dirigencia local aprovechó la confrontación de quienes integraban la estructura del poder internacional; pero además –en un proceso complejo- se generaron cambios en los que tuvieron gran importancia la valoración del mercado interno y la modificación de la organización productiva mediante la puesta en práctica de la política de sustitución de importaciones (Rofman y Romero, 1997:155).

El conjunto de la economía capitalista sentía los efectos de una fuerte desarticulación. Sólo con las nuevas perspectivas del New Deal y del esquema fordista-keynesiano se pudo superar aquella circunstancia; el esquema se difundió ampliamente –aunque en forma desigual- según las capacidades de los diferentes países o según sus inclinaciones ideológicas. En Argentina la intervención estatal, como nueva forma de regulación, se perfiló a partir de la creación del Banco Central, por ejemplo, o en la regulación y comercialización de la producción agrícola que creó la Junta Nacional de Granos, de la vid, del azúcar, del algodón, de la yerba mate y de las carnes (Rofman y Romero, 1997:156-157).

Pero fue el peronismo el movimiento que a partir de 1943 posibilitó la consolidación de un esquema algo semejante al fordista-keynesiano. Según lo señalan algunos autores, se organizó la alianza entre el “nuevo” empresariado industrial y la clase obrera, garantizada por el Estado, que buscó consolidar la redistribución de ingresos. Esto permitió que las industrias, aparecidas durante la guerra mundial, superaran el cuello de botella generado por su finalización y la mayor demanda, en efecto, aseguró su perduración (Rofman y Romero, 1997: 164-165; Cortés Conde, 1998:128). Este esquema, identificado también como populista, de raíces corporativas y nacionalistas, tuvo una alteración significativa en 1955, año en que fuera reemplazado por otros de diverso signo.

El cambio del escenario político argentino acaeció en el contexto del extenso boom de posguerra (1945-1973) aupado en la consolidación y expansión del fordismo – keynesianismo y coordinado por centros financieros centrados mayoritariamente en EEUU. Uno de los cambios más importantes fue la disolución del bloque de poder de la etapa populista argentina. Hubo una marcada coincidencia, dice Cortés Conde, en la necesidad de “desmontar el monstruoso aparato estatal  y los monopolios del comercio exterior y del crédito, las excesivas regulaciones y controles de precios” (1998:129). A ello se sumó la caída de la demanda de alimentos (especialmente después de la guerra de Corea), la crisis en la industria y la imposibilidad de Frondizi y de Illia de aggiornar la economía argentina (Rofman y Romero, 1997:passim).

A partir de la década de 1950 –en consonancia con el boom de posguerra- el capital norteamericano se ubicó en el centro del escenario económico nacional y hasta comienzos de los ’70 las empresas multinacionales fueron un factor decisivo en el crecimiento. Las influencias externas volverían a cambiar en esta última década cuando comienza a resquebrajarse el orden económico mundial sustentado en la etapa fecunda de acumulación del capitalismo fordista-keynesiano, dando lugar a un nuevo orden mundial con una reproducción del capital más flexible, sustentada en la alta movilidad generada por las nuevas tecnologías en comunicación y transportes, facilitando la segmentación de los procesos productivos

Se ha destacado el fuerte impacto que esos cambios han tenido sobre el conjunto de la economía y la sociedad de Argentina. Uno de los aspectos más importantes fue la reestructuración del capital industrial, en tanto que los procesos de sustitución entraban en crisis, asociados además con la apertura económica. A partir de esos años, además, comenzó a ser aplicado el modelo de ajuste estructural, que desembocó, como es conocido, en un alto crecimiento de la desocupación. Sus valores, en el país y en el Norte Grande Argentino se duplicaron, como mínimo, o se quintuplicaron, como máximo. Sin ser excepcional en este largo proceso que se analiza, fue en la década de 1970 cuando comenzaron a agudizarse las condiciones sociales. Tanto en la región como en el país, se profundizaron los problemas fiscales y financieros, el déficit se incrementó, las tasas de inflación alcanzaron valores extraordinarios y un conjunto de empresas estatales se caracterizaban por ser ineficientes y estar mal manejadas.

En el otro campo, el regional, podríamos analizar los factores que se describen arriba desde otra perspectiva. Así por ejemplo, podría señalarse que si hubo un ganador en el proceso populista que concluyó en 1953 fue el área metropolitana de Buenos Aires. [6] . En esos años, en el Norte Grande Argentino, según los datos intercensales 1914-47, se registraba el último saldo migratorio neto positivo en las provincias colonizadas entre fines del XIX y comienzos del XX. Pero en el resto (Corrientes y las 5 provincias del Noroeste) aumentaba la emigración.

La política estatal de créditos ignoró la dimensión territorial del desarrollo y de las inversiones y podría conjeturarse que parte de la dirigencia regional del Norte Grande Argentino habría asumido esa circunstancia de modo pasivo. Aquella ignorancia no fue privativa del talante populista de los gobiernos nacionales. Las leyes que desde 1958 y hasta 1969 promocionaron las inversiones extranjeras apostaron al desequilibrio espacial. Los capitales para desarrollar la química y la petroquímica, la metalurgia en general o la industria automotriz, se radicaron principalmente en la región pampeana (Rofman y Romero, op, cit.: 215-226). La dirigencia nacional y del Norte Grande Argentino, salvo pocas excepciones, fue incapaz de pensar una política territorial que tendiera a nivelar las diferencias en el país. Esta crucial ausencia bien podría ser otra manifestación de la creencia de que estos desequilibrios eran inherentes a la naturaleza de las cosas. La información censal permite apreciar que los saldos migratorios netos regionales entre 1947 y 1960 fueron negativos, -460.200 personas, cifra que no se equilibra con los saldos favorables de no nativos –en torno a las 90.000 personas- integrados por paraguayos en el nordeste y bolivianos en el noroeste. Por el contrario, la transferencia hacia el Gran Buenos Aires tenía un saldo positivo de casi un millón doscientos mil nativos.

Estas circunstancias, especialmente la debilidad en materia de políticas económico/territoriales, fueron desfavorables para las estructuras productivas regionales, que ya enfrentaban crisis, particularmente por saturación del mercado interno o por envejecimiento tecnológico, sujetas a la mayor o menor habilidad de sus clases dirigentes.

Las crisis de los complejos azucareros, como por ejemplo la de 1966, tuvieron una magnitud inusitada en el noroeste, principalmente en Tucumán. La articulación entre el Estado, la industria, los cañeros y el sector laboral, fue desarmada.  El complejo algodonero, afectado por inmovilidad del consumo interno, por dificultades para exportar debido a la calidad de la fibra y por la competencia de los materiales sintéticos, comenzó a decaer en la década de 1950 (Bolsi, 1985:63-64). Los complejos generados en torno a la explotación forestal del oriente chaqueño recorrían también el proceso de crisis. Hubo un reemplazo paulatino por la ganadería, cuya rentabilidad era menor. El sobrepastoreo, el fuego y la escasa tecnificación, aceleraron el proceso de desertificación. El territorio organizado por la explotación forestal y la sucesión ganadera, tanto en el oriente como en el occidente chaqueño, dejó un saldo de despoblamiento y empobrecimiento natural y social (Bolsi, 1985: 50). Similar fue la situación para el complejo agroindustrial yerbatero, donde la rigidez de la demanda y la regulación de la producción jugaron un papel central. En este caso se sumó el deterioro de los suelos en las colonias más antiguas, la reducida extensión de las parcelas, la demora estatal en la entrega de títulos de propiedad y la dominante presencia de la gran propiedad privada inculta que en los ’50 ocupaba más del 40 por ciento del territorio misionero.

Por otra parte, la concentración de capital, tecnología y mano de obra en el sector industrial, acrecentó su poder de negociación y complicó el problema del tamaño de las explotaciones en función de la rentabilidad. Como los sectores minifundistas del Norte Grande Argentino continuaban siendo extensos, (hacia los ’80 superaban las 115.000 unidades) uno de los resultados fue la proletarización del campesinado y una fuerte emigración.

Además, el apoyo que estas estructuras productivas recibieron del Estado (o del sector privado) fue muy escaso por su reducida participación en la creación de la riqueza nacional. Esto dificultó los cambios tecnológicos en la pequeña propiedad tabacalera correntina, algodonera chaqueña, yerbatera misionera o cañera tucumana- ya sea para reconversión o para adecuación a las nuevas condiciones de producción y mercado. Salvo acciones intermedias de escasa proyección, no se desarrollaron políticas públicas para el ordenamiento del territorio. (Manzanal y Rofman, 1989:36-38).

Sumada a la crisis en los complejos agroindustriales hay que contar la persistencia de las economías tradicionales que, como parte de la ganadería y de la explotación forestal y las comarcas puneñas o chaqueñas dominadas por el autoconsumo, ocupan una alta proporción del espacio regional donde las prácticas materiales no promueven una territorialización capaz de generar condiciones de vida digna.

Las crisis de los complejos agroindustriales de los ’50 y 60 y la persistencia de los enclaves tradicionales no conformaron contextos exitosos para el Norte Grande Argentino. Los cambios que se operaron posteriormente no fueron, al parecer, lo suficientemente profundos como para revertir el contexto de marginación.

Así por ejemplo, en el área chaqueña se fue produciendo un reemplazo del algodón por maíz, sorgo, girasol o trigo. Esta “pampeanización”, se asentó en las explotaciones de mayor tamaño, excluyendo a las pequeñas que significaban menor rentabilidad por unidad de superficie. El efecto inmediato fue la reducción del 30 por ciento  de la superficie sembrada con algodón entre 1960 y 1970[7] , menor absorción de mano de obra en las cosechas y cierre de desmotadoras y fábricas, circunstancias que explicaron la fuerte migración rurbana de esos años.

El mismo proceder, con incorporación de paquetes tecnológicos, desgravación impositiva, incorporación a los mercados externos, desmontes, etc., aconteció con el cultivo de la soja en el Noroeste, principalmente en Tucumán a partir de 1965, para expandirse luego en toda la región. Más tarde el poroto seco se difundió desde el sur de Salta y el maíz, sorgo, cártamo y trigo que se habían iniciado en el departamento de Anta y noroeste de Santiago del Estero. En un par de décadas el área bajo estos cultivos se expandió en 580.000 ha, de las cuales casi el 80 por ciento lo hizo en el denominado “umbral del Chaco” (Audero y León, 1989:80-87).

Esta nueva frontera agrícola ocupó aquel territorio organizado por la ganadería tradicional (de baja calidad) que ocupaba el monte degradado. Las nuevas prácticas materiales diseñaron un territorio estructurado sobre la base de grandes explotaciones donde el actor principal era la empresa agropecuaria. Madariaga destacó la pobreza de resultados en materia de transformaciones y avances estructurales, y aún sociales, significativos. El destino externo de la producción sin ningún tipo de procesamiento local, define a esta actividad como un típico enclave económico (Madariaga, 2000, passim). Finalmente, sólo las empresas pudieron adquirir grandes extensiones de tierra e incorporar los paquetes tecnológicos, lo cual dejó afuera a los minifundistas y aún a los productores medianos. Esta circunstancia difiere con la de la forestación misionera donde la participación de miles de pequeños y medianos productores contribuye a diseñar un perfil social diferente.

La insuficiencia de estos cambios queda expresada en el crecimiento de la desocupación que si bien se refiere al mercado laboral urbano, al relacionarse con las migraciones rurbanas, expresa indirectamente las condiciones particulares de las áreas rurales.

En la ruralia regional debe notarse particularmente la persistencia de dos sectores emblemáticos: el campesinado y la población indígena. Ambos “residuos” aparecerían como reproductores permanentes de pobreza. Hacia los ’80, Manzanal y Rofman calcularon unos 120.000 hogares asimilables a minifundistas que equivalían a una PEA de 280.000 y a una población total de 600.000 personas (1989:69). A partir de estos años comenzaron a disminuir en número y a perder capacidad de producción y reproducción, especialmente los asociados con los procesos de la caña de azúcar, del algodón y -casi con seguridad- los campesinos de Santiago del Estero.

El otro mundo –no urbano- es el de las sociedades indígenas. Entre las mesetas puneñas y las cataratas del Iguazú sobreviven decenas de culturas. La desarticulación de sus modos de vida y de sus territorios no fue seguida por circunstancia favorable alguna que les permitiera mejores condiciones de vida y el desarrollo de sus culturas. Sus prácticas materiales no les permitieron asegurar con éxito –en un entorno de agresiones- la pervivencia de los grupos por lo cual la migración a las ciudades o la inserción ocupacional precaria en el sistema productivo no indígena se convirtió en una alternativa necesaria; como entre los campesinos, el trabajo extrapredial se constituyó en un sector importante de las estrategias de supervivencia. Desde una condición más extrema todavía, el trabajador rural dependiente se aproxima a los mundos campesinos e indígenas en la necesidad de contar con oportunidades crecientes de trabajo para asegurar su existencia.

Por último, queda abierto el interrogante acerca del carácter que asumió la denominada “consolidación del capitalismo” en el Norte. A la luz de las formidables diferencias que existían y existen –según los resultados económicos y sociales mediocres obtenidos- entre la sociedad norteña y la de la Pampa Húmeda, se sugiere que podría tratarse del resultado de un proceso de consolidación sobre una matriz social de dominación tradicional.[8] Ese modelo de articulación, a la luz de los resultados regionales, no es exitoso y persiste hasta hoy.
 

El Norte Grande en la globalización. La década de 1990.

Si bien durante los ’80 ya habían comenzado a aparecer en Argentina los cambios asociados con el capitalismo flexible, fue después de 1989 que se consolidó. Del conjunto de esos cambios conviene recordar a dos de ellos. La reorganización del sistema financiero en lo sustancial significó, por una parte, el incremento de su poder a expensas de los Estados que cedieron en mayor o menor medida el control de flujo de capital (o sea la política fiscal y monetaria). Se entiende así que los postulados del estado de bienestar, junto con el papel sindical hayan cedido ante los nuevos argumentos de la austeridad y el recorte fiscal. El otro cambio radical, fue el incremento de la subcontratación y de los contratos temporarios, conformando un contexto de precarización del trabajo. Se ha señalado, en tal sentido, la existencia de una cierta correlación de las condiciones de producción y las condiciones de reproducción de los asalariados (Harvey, 1998:175-194).

La crítica situación de Argentina hacia fines de la década de 1980, en el marco de las nuevas pautas de la flexibilización, aceleró la aplicación de las propuestas del consenso de Washington vinculadas con austeridad fiscal, la privatización y la liberación de los mercados. Se sabe que esta última se hizo sin un marco regulatorio apropiado, creando condiciones de inestabilidad y tipos de interés elevados. Las privatizaciones, al margen de la corrupción y el efecto multiplicador en la desocupación, en muchos casos desembocaron en precios más altos por falta de políticas de competencia o vigilancia adecuada cayendo los servicios en manos de monopolios. La austeridad fiscal, por último, se convirtió en un fin en sí mismo y provocó tanta desocupación como había a fines de los’80 con el agregado de la ruptura del contrato social (Stiglitz, 2002).

Pero en la Argentina de los ‘90 se sumaron otras circunstancias y entre ellas se destaca la rigidez del sistema cambiario. Si bien durante los primeros tiempos la paridad peso/dólar resultó beneficiosa, hacia 1999/2001 la sobrevaluación del peso se tornó insostenible. La situación fiscal persistía frágil y el sistema bancario, era vulnerable. Si bien la economía nacional había superado al resto de las economías latinoamericanas según crecimiento per cápita –por lo menos hasta 1997-, la distribución del ingreso no había mejorado y el desempleo y la pobreza se acenturaron. (Perry y Serven, 2002, passim).

En la evolución del Norte Grande Argentino fue muy importante la desregulación del sector público agrícola asociado con la redefinición del Estado. Los organismos estatales que intervenían en los mercados de bienes y servicios se suprimieron (Murmis, 1998:211). Las economías agroindustriales del Norte fueron instaladas en el nuevo “escenario” –denominado neoliberal- sin considerar su rígido contexto definido por el horizonte nacional de sus mercados, por las políticas de subsidios de países con producciones similares y por los problemas de los mercados internacionales. La economía azucarera, por ejemplo, fue desregulada en 1991 con lo cual se quebró el precario equilibrio logrado entre los actores de la agroindustria: los cupos de producción y las cuotas de abastecimiento del mercado interno se eliminaron y se disolvió la Dirección Nacional del Azúcar (Giarraca, 2000). La desregulación de la actividad yerbatera generó una expansión momentánea, pero en la segunda mitad de los ’90 la falta de crecimiento de la demanda volvió a producir el descenso de los precios y la sobreoferta de mano de obra  (Blanco y Bardomás, 2003:6). En la actividad algodonera la incorporación de cosechadoras mecánicas impactó en el mercado de trabajo con efectos negativos en general y en particular en el sector de los pequeños productores minifundistas, que en su estrategia de supervivencia y reproducción vendían su fuerza de trabajo a las grandes explotaciones. En las agroindustrias más nuevas, como la del limón, se produjo una fuerte tendencia a la concentración, así, el 50 por ciento de la fruta comercializada en Tucumán, era provisto por sólo 13 explotaciones de las 520 que existían a mediados de los ’90 (Alfaro y Berenguer, 2003:14); en ese contexto, los pequeños productores fueron siendo desplazados del sistema (Batista, 2002). En el mercado laboral muy pronto se reconocieron los caracteres típicos de la globalización: la precariedad del trabajo y la terciarización de la contratación de mano de obra.

El mundo rural fue afectado en casi todos sus frentes: cambios en los vínculos laborales, precarización creciente de los trabajadores dependientes o expansión del contratismo fueron, algunos de los efectos que incrementaron la exclusión, que por otra parte, se articulaba también con los cambios en la estructura agraria. Según los censos agropecuarios, entre 1988 y 2002 disminuyeron casi 7.000 explotaciones (EAPs) de menos de 5 ha, cifra cercana al 30 por ciento del total inicial[9] . Uno de los actores que motorizó buena parte de esas transformaciones fue la consolidación del modelo extractivo organizado en torno de la explotación de las oleaginosas. Se mencionó anteriormente que el cultivo de la soja comenzó a mediados de los ’60 y ya en la década de los `90 se reconocía como una agricultura sin agricultores o también como una agricultura industrial. El notable incremento de la superficie sojera (en el orden de 86 por ciento en el Nordeste y 138 por ciento en el Noroeste) involucró una estrategia que incluye, entre otros aspectos, siembra directa o la organización de pools de siembra donde lo que interesa es el control de la tierra más que su propiedad. Esta estrategia ahorra mano de obra, desplaza a los pequeños productores y tiende a eliminar al agricultor como sujeto social. Además, desplaza buena parte de las estructuras campesinas asociadas con la explotación tradicional y tiende a reemplazar los cultivos de algodón, especialmente entre los productores más grandes (Teubal y Rodríguez, 2002 y Domingo y Sabatino, 2003). Esto se sumó a los señalados efectos de las cosechadoras mecánicas sobre el mercado de mano de obra.

Además, también lo hemos visto, la estructura productiva del Norte Grande Argentino tenía en el año 2000 una participación mediocre en el nivel nacional. Los complejos agroindustriales y la expansión de la agricultura, la minería y la industria metalúrgica representan apenas el 9,6 por ciento de la actividad en el país y el sector de comercio, hoteles e instituciones financieras, el 7,8 por ciento. A su vez la participación en el comercio exterior fue también mediocre. En tal sentido Gatto y Cetrángolo afirman que las estructuras provinciales del Norte Grande Argentino tuvieron un deterioro cualitativo: durante años, la situación recurrente fue el estado “de crisis de supervivencia productiva” que afectó fuertemente el sector público (op. cit. p. 56). Esta no es, según vimos, una situación atractiva para las inversiones, circunstancia que compromete el futuro regional.

Por último, la alta proporción de población urbana se puede reconocer más como un severo problema social que como resultado de un proceso de crecimiento económico y territorial. Por el contrario, se trata de un proceso de traslado de la miseria.
 

Conclusiones (…y la pobreza acampó entre nosotros…)

El territorio actual del Norte Grande Argentino contrasta con el de fines del siglo XIX o mediados del XX. Es ahora mucho más complejo, poblado y rico. Además, entre un extremo y otro, las políticas sociales tuvieron una marcha errática pero puede señalarse que hoy la sociedad se encuentra más protegida.

También es posible conjeturar que las sociedades regionales no lograron construir un territorio que les permitiera superar las condiciones generales de pobreza de antaño y de hoy. Esto se asociaría con otra constante histórica. Bajo ninguno de los diferentes regímenes políticos y circunstancias económicas que se sucedieron en el siglo y medio que se estudia, el Norte Grande Argentino tuvo una participación destacada en la creación de la riqueza total del país. Si bien hubo algunas variaciones, el conjunto regional no logró generar riqueza –aún en la producción agroindustrial, su mayor fortaleza- más allá del rango del 10-12 por ciento del total.

Las economías diversificadas de las sociedades tradicionales de las provincias del Noroeste y de Corrientes articuladas a su vez de diferente manera con los grupos indígenas, el corazón aborigen del Chaco y el ámbito de regresión misionera, constituyeron el tejido básico sobre el que se instaló el capitalismo.

Las asimetrías en los cálculos de ingresos que existían entre Buenos Aires y el conjunto de las provincias del Norte en torno a 1860, no nos autorizan a pensar en una sociedad tradicional “más pobre” que la del litoral. Esas diferencias significarían, si no sociedades carentes o ricas, dos tipos de Estados y dos “modos de ver las cosas” que tenían algunos puntos mínimos en común pero ya en franco proceso de diferenciación.

La consolidación del capitalismo que generó los complejos agroindustriales del Norte no operó sobre el vacío. La persistencia de las sociedades tradicionales fue decisiva; la consolidación no las desplazó sino que se articuló con ellas (en términos del viejo sistema paternalista asociado con el mundo campesino y en buena medida con el indígena) definiendo uno de los entramados nucleares de la territorialización. La agroindustria algodonera -de la mano de la colonización estatal- requirió el desplazamiento y la exclusión primero y la articulación después con los aborígenes.

Ese proceso chaqueño significó la desarticulación de las relaciones que había generado la agroindustria salto-jujeña con aquellos indios. Lo que provocó, a su vez, la necesidad de buscar en los territorios puneños y más tarde bolivianos la solución de sus problemas de mano de obra.

Estas relaciones involucran desde luego el territorio construido tradicionalmente: persisten hasta hoy amplias áreas con alta proporción de población indígena o de población criolla donde las prácticas materiales dominantes se vinculan con el autoconsumo y la venta de su fuerza de trabajo. Estos “residuos”, que incluyen el mundo campesino, conforman uno de los más extensos núcleos duros de la pobreza regional.

La ingeniería social que se organizara y desarrollara posteriormente transformó las líneas más rígidas de este sistema de articulaciones entre grupos sociales y culturales distintos. Pero se puede conjeturar que su persistencia no permitió definir una “cultura de mercado” homogénea y generalizada como la que se observa en amplios sectores de la Pampa Húmeda.

Además, la consolidación del capitalismo generó complejos agroindustriales cuya producción se encontraba fuertemente ligada a una demanda nacional poco elástica, con serios problemas para la exportación, y pronto encontró límites a su expansión. Un resultado común fueron las crisis de superproducción y las diferentes formas de regulación.

En una población con un comportamiento tradicional en la natalidad ese límite en la producción, asociado con serias deficiencias en la distribución de la riqueza, podría definir un planteo maltusiano de la pobreza si es comparado con la Pampa Húmeda donde el inicio de la caída de la natalidad se había producido 50 años antes y su producción por lo general, tiene un mayor acceso a los mercados mundiales. Pero esto nos enfrenta con otra de las cuestiones centrales del proceso. Si bien la región contó con dirigentes excepcionales,[10] no fue muy común la elaboración y puesta en práctica de estrategias políticas, económicas y territoriales de conjunto. La planificación regional constituyó un artículo exótico.

Durante la primera mitad del siglo XX la sociedad del Norte había consolidado esa construcción básica que fueron los complejos agroindustriales. No obstante, puede conjeturarse que no es la consolidación del capitalismo un actor exclusivo a la hora de explicar las diferencias espaciales en la distribución de la pobreza regional. En tal sentido, recuérdese que las provincias de Catamarca y de Corrientes no se sumaron con plenitud a ese proceso. Sin embargo, la primera resulta la menos pobre del Norte en tanto que en la segunda se instaló uno de los núcleos duros de pobreza más extensos de la región.

Han existido otros procesos, pero sus dimensiones territoriales y económico-sociales no alcanzaron el nivel de aquellos complejos. Se hicieron visibles, como antes, las influencias de los distintos regímenes y prácticas económico-políticas que articularon el desarrollo regional con el nacional e internacional.

El balance entre ganancias y pérdidas de estos nuevos procesos no parece ser positivo. La multiplicación de los cultivos de riego con nueva tecnología, el avance de la minería y de la explotación petrolera, el desarrollo de la producción citrícola o de los complejos del tabaco y del arroz, la expansión –en varios centenares de miles de Ha- de nuevos cultivos, la pecuarización creciente, las radicaciones industriales posteriores a las crisis azucareras o la industrialización asistida, las inversiones en caminos, diques, forestaciones, etc., no lograron alterar sustancialmente el esquema de debilidad productiva y magra participación regional en el conjunto nacional.

No es ajeno a estas circunstancias un importante grupo de factores: a) la persistencia de amplias comarcas dominadas por sociedades cuyas prácticas materiales no promueven ni aseguran los procesos territoriales que conte Norte Grande Argentinon –en condiciones de vida digna- su población creciente; b) el carácter de enclave de los cultivos involucrados en la expansión agrícola; c) la pecuarización creciente no conformaría una práctica apropiada para una sociedad dominada por regímenes de natalidad aún tradicionales; d) la importancia en aumento del proceso de territorialización “regresivo” como consecuencia de la sucesión de los ciclos de explotación forestal y ganadera y e) la recurrencia de los ciclos críticos de los complejos agroindustriales del Norte.

Sin embargo, la enumeración de estos factores debe inscribirse en un contexto más amplio: aquellos avances señalados más arriba parecen no haber sido inscriptos con solidez en una visión global del Norte. Se atendieron  clamores y problemas sectoriales o puntuales; se promovieron proyectos de cierta magnitud, como el caso de los ríos Bermejo y Dulce; el INTA se preocupó reiteradamente por los problemas regionales y algunos de ellos se relacionan con los pequeños propietarios y campesinado; el Consejo Federal de Inversiones e instituciones similares incursionaron en la planificación regional. Son incontables las acciones que desde distintas perspectivas buscaron solucionar los problemas del Norte. Pero la objetiva persistencia de la marginalidad y pobreza en la región parece ser una demostración de la insuficiencia de todas esas acciones.

La solución de los problemas del Norte Grande Argentino nunca formó parte de una política de Estado, circunstancia desfavorable para cualquier proyecto que requiere continuidad en plazos de larga duración. Pero tampoco parece que se haya formulado una visión que englobe todas las dimensiones que participan de la territorialización del Norte. No se conoce, por ejemplo, una propuesta de territorialización que incluya como parte activa los problemas derivados de la diversidad cultural, de construcción diferenciada del territorio o un tratamiento integral de los tres grandes “residuos” regionales:[11] el campesinado, la población indígena y las villas miseria urbanas.

Las prácticas del neoliberalismo encontraron una sociedad y un territorio vulnerables. El proceso secular, articulado con la poca eficacia de los diferentes niveles de gestión no conformó una estructura que permitiera soportar los efectos de las políticas derivadas del consenso de Washington vinculadas con la globalización y el capitalismo flexible.

Más allá de la discusión sobre la pertinencia o de los efectos de la corrupción asociada, las políticas de desregulación, privatización, etcétera, no fueron acompañadas por estrategias sociales adecuadas, circunstancia que generó un fuerte incremento en todos los índices de carencia, especialmente en los mundos residuales campesino e indígena.

El proceso de urbanización, que involucra el crecimiento incesante de las “villas miseria”, es una de las expresiones más visibles de la territorialización de la pobreza del Norte Grande Argentino.

 

Notas
 

[1] Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones.
 
[2] Se entiende que el papel de la naturaleza en la territorialización se expresa a través de tres dimensiones: la restrictiva, definida por la existencia de sectores con grandes obstáculos para el desarrollo de la vida humana; la relativa, asociada con su significado según los cambios en las prácticas materiales y la regresiva, vinculada con los efectos de la explotación indiscriminada.
 
[3] El “orden y el progreso” involucrados en esa colonización generaron, como lo señala Bauman,  esos “residuos” humanos (2005, passim).
 
[4] “Lo que nos separa (Octavio Paz se refería a las diferencias entre México y EEUU) es aquello mismo que nos une: somos dos versiones distintas de la civilización de occidente”. Tiempo nublado, Sudamericana/Planeta, Barcelona. 1983:140
 
[5] En este trabajo toda vez que se utilice la idea de “asimetría” sin otra especificación indica la comparación con la región de la Pampa Húmeda.
 
[6] Entre 1914 y 1947 el área había tenido un saldo migratorio neto de unos 700.000 nativos y de más de un millón de no nativos (Lattes y Lattes, 1969, p. 39).
 
[7] En 1980 se había plantado más sorgo que algodón. El total de los cultivos pampeanos ya ocupaba el 60 por ciento de la superficie sembrada provincial.
 
[8] Rofman caracterizó a las provincias según el grado de penetración de las formas capitalistas avanzadas. Las del Norte se incluyen en la denominada área II, con predominio de condiciones de menor desarrollo capitalista relativo. Se manifiestan en forma mayoritaria procesos económico-sociales en los que el sistema capitalista no ha logrado predominar netamente y donde las formas atrasadas de dicho sistema o experiencias no capitalistas o precapitalistas son aún muy notorias. Rofman, 1979, citado por Manzanal y Rofman, 1989:9-11.
 
[9] La única excepción, de acuerdo con los censos citados, es la provincia de Salta, donde se registró un aumento de estas explotaciones.
 
[10] Se pueden citar varios ejemplos pero el de mayor trascendencia fue el que configuró parte de la élite del complejo agroindustrial azucarero en la provincia de Tucumán, especialmente durante las primeras décadas del siglo XX, cuando la acción del Estado en materia social era aún muy endeble. (Bolsi y Ortiz, 2001, passim).
 
[11] Una proporción destacada de campesinos y de población indígena integran el conjunto de caracteres que definen los “núcleos duros” de la pobreza regional (pobreza extrema), específicamente en sectores de la Puna, del Gran Chaco (especialmente en el noroeste formoseño y oriente salteño y en el viejo complejo algodonero), el centro de Santiago del Estero, el noroeste correntino y parte de la meseta misionera. Si a esa población se agrega la residente en las “villas miseria” de los nueve grandes aglomerados del Norte,  definiríamos los “residuos” regionales, en el sentido de exclusión que, entre otros, precisa Bauman (op. cit., passim).

 

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Ficha bibliográfica:
 
BOLSI, A. MEICHTRY, N. Territorio y pobreza en el Norte Grande Argentino.  Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2006, vol. X, núm. 218 (10). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-10.htm> [ISSN: 1138-9788]
 

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