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LAS COMUNIDADES DE
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Las comunidades de la sobriedad: la instalación de zonas secas como método de control del beber inmoderado en Chile, 1910-1930 (Resumen)
Trata sobre la instalación de
Zonas Secas –interdictas del consumo, comercio y producción de bebidas
alcohólicas- en distintas regiones de Chile durante las décadas de
Palabras Claves: Alcoholismo, Historia Social, Planificación Espacial.
Treats
about the installation of Dry Zones – interdictate areas of consumption, commerce and production of
spirits- in different regions of
Key
Words: Alcoholism,
Social History, Space Planning.
A partir de la década de 1920, y producto tanto de la presión ejercida por sectores de los grupos dirigentes y de la sociedad civil con respecto a la necesidad de la aplicación de medidas concretas contra el alcoholismo, así como de los cambios políticos que significó primero el gobierno de Arturo Alessandri y después los movimientos militares y la dictadura de Ibáñez, el debate público y las políticas específicas referidas al combate del consumo inmoderado de bebidas alcohólicas experimentó lo que podemos denominar como un aceleramiento brusco y sostenido. En comparación con las cinco décadas anteriores –en donde a pesar de la fecundidad legislativa y la abundancia de publicaciones al respecto, el control de la ebriedad había quedado tan solo bajo responsabilidad policial-, la década de 1920 fue testigo de la implementación efectiva de medidas por largo tiempo solicitadas por los grupos temperantes y las autoridades sanitarias: de las palabras se pasó a la acción, y en este tránsito fueron aplicadas en Chile una serie de medidas de gran actualidad para la época, en términos de estar en coherencia con las estrategias puestas en práctica por países como Francia, Alemania o Estados Unidos. Dentro de este espectro de nuevas medidas, quizás la más ambiciosa y de impacto más evidente fue la instalación, por parte de empresas mineras norteamericanas y autoridades chilenas, de zonas secas y zonas de temperancia limitada, es decir, sectores del país en donde estaba prohibida la ingesta de bebidas alcohólicas, ya sea cualquiera de ellas, o solo los destilados de mayor potencia embriagante.
Con el acuerdo de empresarios, médicos, temperantes y muchas veces de los trabajadores organizados, la restricción radical a la producción, comercio y consumo de productos alcohólicos fue vista por muchos como la única y realmente efectiva medida que debía tomarse con relación al alcoholismo, la única arma que, de acuerdo con el modelo de los Estados Unidos, verdaderamente pondría atajo a la degeneración de la raza y la multitud de problemas que el alcoholismo crónico de las clases trabajadoras le reportaba al país. Por ello la reivindicación en torno a la instalación de zonas secas fue una consigna común de las organizaciones temperantes y del movimiento obrero organizado, que el Gobierno debió de considerar al calor de la elección reformista de Alessandri.
De esa forma, el discurso de la lucha anti-alcohólica se tornó maximalista una vez iniciada la década de 1920, tanto por la evaluación crítica que se hacía de las medidas legislativas y policiales hasta ese momento aplicadas –restricciones a los lugares de consumo y represión de la ebriedad pública-, como por la conciencia tomada por parte de los grupos temperantes organizados del poder de la industria vitivinícola chilena. Arranque de viñas, transformación de la industria, limitación forzada de la producción, instalación de zonas secas: medidas radicales todas, que apuntaban ya no a la sanción del consumidor inmoderado, sino a la desaparición de la oferta de bebidas alcohólicas, a la imposibilidad del consumo, exagerado o no. Como siempre, hubo matices, negociaciones, aplicaciones laxas, contrabando, críticas, reclamos. Pero, durante la década comprendida entre 1920 y 1930, las zonas secas y las de temperancia limitada existieron y representaron el nivel más alto de política contraria al consumo de alcohol.
La primera experiencia asimilable
a la implementación de una zona de restricción de la venta y consumo de
alcoholes la hemos encontrado en una ordenanza sobre el particular emitida por
Sin embargo, el primer lugar
donde se aplicó efectivamente una medida de esta naturaleza fue muy lejos de la
pampa salitrera, en medio de
Esta vez de parte del Estado, la
segunda aplicación concreta de la restricción de oferta de bebidas alcohólicas
fue establecida por medio del Decreto n° 896 del 26 de abril de 1919, de
acuerdo con el cual se prohibía la venta de embriagantes en
Una vez puestas en práctica este
tipo de medidas, los principales afectados –la industria vitivinícola-
manifestaron su descontento, y prontamente iniciaron negociaciones dirigidas a
exceptuar al vino de la prohibición que regía en las zonas decretadas como
libres de bebidas alcohólicas. En el mismo año de 1919 sabemos del intercambio
de telegramas entre el ministro de Hacienda firmante del decreto en cuestión y
destacado jurista Luis Claro Solar, y los representantes de la industria
vitivinícola, en donde estos últimos consideraban la medida como un boicot a la
actividad productora, un golpe de gracia para el comercio del vino y motivo de
alarma entre los agricultores, quienes solicitaban que la medida se postergara
hasta que el Congreso –donde los viñateros tenían defensores muy eficientes- lo
tomara en consideración. Al poco tiempo de vigente la normativa, los embarques
de vinos disminuían a menos de la mitad en toda la zona, que era en esa época
el mayor mercado para la producción vitivinícola chilena, y como reacción, los
productores organizados fundaban, en julio de 1919,
Respecto a lo mismo, las críticas
también emanaron desde las empresas mineras: en el caso de Chuquicamata, su
gerente general H. Belinger se quejaba en septiembre de 1919 ante el Intendente
de Antofagasta de que lo único que se había logrado con la instalación de la
prohibición en las faenas mineras era aumentar el desarrollo de los
“puebluchos” como Punta de Rieles, Boquete, Yungay, Baquedano y Unión, plagados
de cantinas en donde se vendían –con autorización pues no correspondían a
concesiones mineras- los más tóxicos alcoholes destilados, provocándose que
“….los envenenadores del pueblo ganen hoy en sus cantinas más de lo que
obtenían antes.” Por ello solicitaba que se le autorizase a
A pesar de este retroceso en la
aplicación de las zonas secas, la atracción del modelo representado por El
Teniente no dejó de crecer. El mismo Alessandri, una vez electo presidente de
“De mi visita al El Teniente, que es, como vosotros sabéis, un gran establecimiento minero, alrededor del cual viven catorce mil personas, os debo decir que no me maravilló tanto la parte material, sus colosales i magníficas instalaciones, como me impresionó el espectáculo de la cultura moral que allí es dado contemplar. El alcohol está proscrito en absoluto, i no existen allí, como en los demás centros poblados del país, albergues del vicio. Como lógica consecuencia, los obreros se ven bien vestidos, se advierte en sus semblantes una sana alegría que brota del alma; sus jornales, no solo les permiten atender a sus necesidades, sino además, economizar algo. No se ve allí hombres abatidos, o poseídos de esa excitación morbosa característica de los alcohólicos. Por otra parte, la mortalidad, que según la estadística alcanza a treinta i seis por mil en el resto del país, en aquel centro de trabajo llega solo a dieciséis por mil; lo que significa que el alcohol i la esclavitud blanca contribuyen por sí solos a doblar la cifra de la mortalidad en nuestras poblaciones.”[9]
Similares argumentos –descenso en
las tasas de mortalidad, aumento en las de natalidad, impresionantes niveles de
ahorro entre los trabajadores- eran mencionados por las organizaciones
anti-alcohólicas con el fin de propagar la instalación de las restricciones,
por ejemplo, a las zonas carboníferas, tal y como lo planteaba en un proyecto
de reforma a la ley de alcoholes de 1916
Con respecto a la instalación de zonas secas en
las provincias carboníferas del sur de Chile, sabemos que en febrero de 1921 se
inició la aplicación de la zona seca en
Como forma de reforzar la bondad de este tipo
de políticas, el mismo medio de prensa publicó un largo documento, remitido por
el administrador del mineral El Teniente al diputado radical por la zona
salitrera Carlos Briones Luco, en donde se detallaban las ventajas que para los
trabajadores tenía el régimen de la zona seca. En tal comunicación se informaba
de la situación del ahorro proletario, objetivo siempre estimulado por los
distintos reformadores sociales y que en las cercanías de Rancagua encontraba a
sus mejores exponentes: de acuerdo a L. E. Grant, para octubre de 1923 los
operarios de Sewell contaban en sus cuentas de ahorro con más de $350.000 y los
niños de las escuelas, estimulados a ahorrar por medio de estampillas,
recaudaban cerca de $400 por cada establecimiento. Ello permitía que,
convocados a colaborar en alguna campaña de carácter nacional o local, los
mineros de El Teniente fueran los primeros en aportar, como había sucedido en
el caso de las erogaciones hechas en beneficio de los albergues que recibían a
trabajadores cesantes de otras latitudes. Del mismo modo, “…la apariencia en el
físico y en el vestir de los obreros y sus familias demuestra plenamente las
ventajas de
En lo referente al orden social, el
administrador se congratulaba de la práctica eliminación de la criminalidad,
contándose solo dos crímenes en dos años perpetrados al interior de los
terrenos de
Todo lo anterior se traducía, a juicio del
funcionario norteamericano, en una mayor eficiencia del personal del mineral,
en tanto los trabajadores asistían de forma regular a sus labores, abandonando
la costumbre tan común en otros sitios del San Lunes. Con ello, se lograba una
jornada promedio de 25 días trabajados al mes, en donde cada operario mantenía
“…un rendimiento naturalmente mayor que el del obrero que se debilita
embriagándose.” La única sombra que se cernía sobre este manifiesto bienestar
general era la existencia de los contrabandistas de licor, los guachucheros, que habían provocado
incluso envenenamientos con su torcido negocio y que obligaban a
¿Cuánto de verdad había en todas estas
afirmaciones? La imagen de que la vida en El Teniente era con mucho superior a
la del común de las poblaciones obreras del país en ese momento estaba muy
extendida. Sin embargo, y tal como lo refiere Thomas Klubock en su libro antes
citado, en las faenas abundaba el descontento, en tanto que las normas de
control sobre la vida de los operarios, así como los accidentes, las
condiciones de explotación y los beneficios inmediatos del trabajo para la
empresa de propiedad estadounidense no eran tan positivos como las autoridades
del mineral, los políticos y las asociaciones de temperancia estimaban. Cosa
similar sucedía con Chuquicamata, en tanto el régimen de trabajo que imponían
las empresas norteamericanas se diferenciaba mucho de los hábitos laborales del
trabajador común chileno –y no solo por la abolición del San Lunes y la
prohibición de beber-, a lo que se sumaba un a veces no velado racismo de parte
de los administradores extranjeros a cargo de las actividades.[16]
Sea como fuese, el paradigma que las zonas
secas representaban siguió ejerciendo gran atracción en las organizaciones
anti-alcohólicas, en tanto se observaban como el modelo más efectivo, sino de
gestión laboral, por lo menos de regulación del comercio y el consumo de
licores. Por ello, no fue extraño que Vida
Nueva saludara el regreso de Alessandri Palma al Gobierno en 1925,
confiando en que ello se traduciría en la expansión de las zonas secas a todas
las actividades mineras. Y que, al mismo tiempo, por medio de un comicio
popular, las organizaciones de Valparaíso enviasen al Ejecutivo la petición de
que la ciudad fuese declarada Puerto Seco. O que los miembros del
Del mismo modo, cualquier modificación en las
localidades donde la prohibición imperaba era vista como una claudicación y un
perjuicio, como cuando el Intendente de Antofagasta, en 1925, consideró a la
cerveza como una bebida refrescante y no embriagante, y por ello restituyó su
posibilidad de comercio y consumo en la provincia bajo su cargo.[18]
De todas formas, por medio de
Esta medida provocó indignación entre los
temperantes, quienes veían en la temperancia limitada una farsa, pues se
reemplazaba a los alcoholes más poderosos con bebidas que si bien dotadas de
menor graduación alcohólica, igualmente embriagaban: se claudicaba por ello
ante los intereses de los productores, favoreciendo “…el gran negocio de los
vinicultores y cerveceros.”[20]
De igual forma,
A fin de cuentas, la implementación efectiva de
las zonas secas estuvo en permanente tensión entre los intereses de las
asociaciones temperantes, las reivindicaciones del movimiento obrero
organizado, las administraciones empresariales y los productores de vinos
chilenos. Dada la magnitud y volumen de negocios que representaban las regiones
salitreras y mineras, el impacto que este tipo de políticas tenía sobre la
industria vitivinícola eran de consideración, lo cual se tradujo en críticas y
presiones de parte de sus representantes. Por otro lado, el contrabando fue una
realidad constante, que significaba tanto el comercio clandestino de alcoholes
de mala calidad, como el aumento de los costos que la bebida tenía para sus
cultores. Por todo ello, la adopción de un modelo de temperancia limitada, que
en la práctica protegía a la producción de bebidas fermentadas, fue vista como
una solución de compromiso que lograba reconciliar, de algún modo, los
intereses contrapuestos. Evidentemente, los sectores más radicales vinculados
al debate al respecto no estuvieron nunca de acuerdo con este tipo de
transacciones –con la excepción del doctor Carlos Fernández Peña, de
Pero lo que todas estas políticas privadas y
públicas de control espacial sobre el consumo de bebidas alcohólicas
significaron fue provocar modificaciones de consideración en las prácticas del
beber inmoderado en Chile, tanto desde el punto de vista de las sustancias
puestas a disposición de los bebedores, como los horarios y espacios en que tal
consumo podía verificarse. Sin embargo, y ya al concluir, consideramos que lo
que en el fondo se provocó fue que la práctica social del beber inmoderado
fuese forzada a modificar sus espacios y tiempos, su publicidad, su legalidad.
Se convirtió en una conducta ilegal, prohibida, perseguida. Y por ello se
cubrió con el manto de la clandestinidad, el contrabando, el ocultamiento.
En este sentido, el establecimiento de espacios
físicos –campamentos mineros, faenas de trabajo, zonas portuarias- en los
cuales el consumo y comercio de bebidas alcohólicas estaba prohibido, fue una
demostración de las facultades que el Estado estaba dispuesto, en tanto
enfrentado al entredicho de elaborar políticas públicas destinadas a la
represión del alcoholismo, a asumir. Dado
el prestigio internacional de este tipo de medidas, así como la legitimidad con
que contaban debido al apoyo de grupos organizados de la sociedad, la
aplicación de políticas de corte maximalista pueden ser entendidos como un paso
de gran relevancia en la disposición estatal de la intervención sobre los
espacios poblados, en términos de decidir qué tipo de sustancias podían y no
podían ser consumidas por sus habitantes. Y aún más, demostró a qué clase de
obstáculos habría de enfrentarse al momento de ponerlas efectivamente en
ejecución: por un lado, los intereses de los productores de bebidas
alcohólicas; por otro, las presiones de los grupos organizados inclinados por
la prohibición. En medio de ellos, los consumidores habituales, que a la larga
modificaron sus estrategias de consumo, pero no se plegaron de forma absoluta a
los principios de regulación espacial con los que se buscaba eliminar un
espacio de sociabilidad tan poderoso como el beber.
[1] La presente ponencia es parte de
[2] Citado por Luis Navarrete y Conrado Ríos, El alcohol,
el alcoholismo i su represión. Memoria presentada al concurso abierto por
el Ministerio de Hacienda por decreto de 14 de abril de 1897 i designada para
el primer premio ex –aequo por la comisión informante. Santiago de Chile,
Imprenta Nacional, 1899, pp. 225-226. En un contexto marcado igualmente por la
inestabilidad política, en el curso de
[4] Ramón Sánchez del Pozo, El ebrio en la legislación chilena
y comentarios al Libro II de la actual Ley de Alcoholes. Represión del
alcoholismo. Memoria de prueba para optar al grado de Licenciatura en Ciencias
Jurídicas y Sociales de
[6] Citado en Enrique Zañartu Prieto y Armino N. Galanti, En
defensa de la raza, de la viticultura y de la solución práctica del problema
del alcoholismo. Por el Senador de Concepción Sr. Enrique Zañartu Prieto y
por el Sr. Armino N. Galanti, Director de Industrias de la Provincia de
Mendoza. Liga Chilena de Higiene Social, Santiago de Chile, 1926, pp. 265-266.
[7] Gonzalo Urrejola, Algunos temas de actualidad que penden del
Congreso. Artículos publicados en “El Mercurio” por Gonzalo Urrejola.
(Noviembre de 1918 a Octubre de 1919) Santiago de Chile, Imprenta, litografía y
encuadernación “La Ilustración”, 1919, pp. 47-56.
[9] El alcoholismo i las
enfermedades sociales juzgados por el Presidente de la República, la Iglesia,
la Ciencia Médica i el Proletariado Chileno, Santiago de Chile, Imprenta
Universitaria, 1921, pp. 6-7.
[10] Javier Rodríguez B., “Hacia la despoblación”. En Revista Médica de Chile, tomo LI, año
1923. pp. 788-805.
[11] Arsenio Sáez M., El alcoholismo como problema social y el ebrio
ante el Derecho. Prevención y represión del alcoholismo en Chile. Memoria
de prueba para optar al grado de Licenciado en la Facultad de Leyes y Ciencias
Políticas de la Universidad de Chile. Imprenta Juan A. Mackenney, 1924, p. 7.
[14] Ibidem. Años más tarde, en el
Parlamento, el diputado radical Santiago Rubio explicaba los beneficios del
sistema de zonas secas, por medio del ejemplo de El Teniente: “En el Mineral de
“El Teniente”, de la Braden Copper Co., habitan doce mil almas, desde hace
veinte años, más o menos, que no beben
alcohol de ninguna clase, de ninguna especie. Hay ahí orden absoluto; se
trabaja en la jornada de ocho horas en forma permanente, se cumplen todas las
leyes del país, no hay necesidad de personal de policía o de carabineros. Si se
tiene allí a algunos de estos servidores, es solo para que se sepa que hay
quienes están encargados de resguardar el orden. No hay borracheras ni farras.
Hay un hospital perfectamente bien mantenido, con setenta camas, de las cuales
no se ocupan ni siquiera la mitad, y parte de ellas las ocupan individuos
accidentados del trabajo. Esto está demostrando de manera palpable que el
alcohol, el vino y todos los productos análogos no son necesarios para la alimentación.”
Boletín de las Sesiones Ordinarias de la Cámara de Diputados, 1928, tomo II,
sesión 46° en 25 de septiembre de 1928, p. 2301.
[15] Boletín de las Sesiones Ordinarias de la Cámara de
Diputados, 1928, tomo II, sesión 47° en 1° de octubre de 1928, p. 2356.
[16] Para los casos tanto de El Teniente como de Chuquicamata, Stefan Rinke, Cultura
de masas, reforma y nacionalismo en Chile. 1910-1931. DIBAM-Katolische
Universitat Eichstatt-Universidad Católica de Valparaíso-Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana, Santiago, 2002.
[19] Raúl Kinast, Ley n° 4117 sobre Zonas Semi-Secas o de
Temperancia Limitada. Su aplicación en las provincias de Tarapacá y Antofagasta. Lo que
interesa saber a los comerciantes. Imprenta Slava, Iquique, s/f, pp. 3-4 y 16.
[21] Citado en Proyecto de Reforma de la Ley de Alcoholes. Redactado por el Dr.
Carlos Fernández Peña por encargo de las tres instituciones [Asociación de
Educación Nacional, Liga Chilena de Higiene Social y Liga Nacional contra el
Alcoholismo] y en Defensa de la Raza, de la Viticultura y de la solución
práctica del problema del alcoholismo. Patriótica cooperación a la labor de S.E el
Presidente de la República Excmo. Sr. Carlos Ibáñez del C. y del Congreso
Nacional. Establecimientos gráficos “Balcells & Co.” Santiago, 1928, pp. 3-5. Las cursivas son del original.
[22] Carta de Daniel Armanet al doctor Hugo Lea-Plaza, en Hugo Lea-Plaza, El alcoholismo en la región del
Salitre.
(Discursos- Artículos- Cartas). Empresa Periodística “La Nación”, Santiago,
1925, p. 27.
[24] La Viña, n° 6, enero de 1928, pp. 18-19 y Boletín de la Sociedad Nacional de
Agricultura, Vol, LX, n° 1, enero de 1928, pp. 3-9.
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Copyright Marcos
Fernández Labbé, 2005
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Scripta Nova, 2005
Ficha
bibliográfica:
FERNÁNDEZ,
M. Las
comunidades de la sobriedad: la instalación de zonas secas como método de
control del beber inmoderado en Chile, 1910-1930. Scripta Nova.
Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona:
Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX,
núm. 194 (59). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-59.htm> [ISSN:
1138-9788]
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