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EL PERIURBANO PRODUCTIVO, UN ESPACIO EN
CONSTANTE TRANSFORMACIÓN. INTRODUCCIÓN AL ESTADO DEL DEBATE, CON REFERENCIAS AL
CASO DE BUENOS AIRES
Andrés Barsky
Area de Ecología Urbana, Instituto del Conurbano. Universidad Nacional de General Sarmiento.
E-mail: abarsky@ungs.edu.ar
El presente
artículo responde a un creciente interés, por parte del Area
de Ecología Urbana de
Palabras clave: periurbano, ecología urbana, urbanismo, geografía rural, cinturón verde hortícola.
The Area of Urban Ecology at
Keywords:
rural-urban fringe, urban ecology, urbanism, rural geography, green belt.
El estudio del periurbano supone el abordaje de un complejo territorial que expresa una situación de interfase entre dos tipos geográficos aparentemente bien diferenciados: el campo y la ciudad. De difícil definición conceptual y delimitación, cuenta con la desventaja de que es, en cuanto a objeto de investigación, un territorio “resbaladizo”, en situación transicional, en permanente transformación (o con expectativas de ser transformado), frágil, susceptible de nuevas intervenciones. Con el paso del tiempo, el periurbano “se extiende”, “se relocaliza”, “se corre de lugar”; no le otorga demasiadas garantías de permanencia al investigador (1). Se trata de un territorio en consolidación, bastante inestable en cuanto a la constitución de redes sociales, de una gran heterogeneidad en los usos del suelo (2). Ha recibido diversas denominaciones: la periferia urbana, el rur-urbano, la “ciudad difusa”, la frontera campo-ciudad, la “ciudad dispersa”, territorios de borde, borde urbano/periurbano, el contorno de la ciudad, extrarradio, exurbia, etc. (3). Es un espacio que se define por la indefinición: no es campo, ni es ciudad (4). ¿Cómo conceptualizarlo?
El “padre de las teorías de localización”, Johann Heinrich von Thünen (1826, en Benko 1999), fue el precursor en estudiar la lógica económica subyacente en la distribución espacial de los sistemas productivos alrededor de las ciudades. Delimitando círculos concéntricos sucesivos “ideales” (en términos de fertilidad de la tierra y accesibilidad) en torno a un centro de consumo urbano (mercado), estableció que cada tipo de actividad económica se localizaba a la distancia óptima que le permitiera al productor maximizar sus ganancias según el precio del producto y los costos del alquiler de la tierra y del transporte. Determinó que en un primer cordón alrededor de la ciudad se localizaban la horticultura y la producción lechera (alquileres elevados, precios de productos altos, uso intensivo de agroquímicos y utilización de medios de transporte adecuadamente acondicionados). En un segundo cordón, la producción forestal (muy rentable en esa época, con altos costos de transporte). En un tercer cordón, el cultivo de cereales (sin barbecho, rotando con otros cultivos). En un cuarto cordón, un tipo de agricultura menos intensivo, rotando con pasturas (forrajes, barbecho). En un quinto cordón, cultivos más extensivos con rotación trianual. Y en un sexto cordón, cría extensiva de ganado y producción de manteca (5). Desde una perspectiva geográfica, resulta de interés apreciar cómo von Thünen estableció una sencuencia de intensividades decrecientes en el uso del suelo partiendo desde el borde de la ciudad. Una lógica que tendremos en cuenta a la hora de analizar las características de la agricultura periurbana de Buenos Aires.
Horacio Capel
(1994, p. 139) explica que la localización de quintas y villas alrededor de los
centros urbanos no es un fenómeno reciente en el tiempo, sino que ya se daba en
las ciudades romanas y posteriormente en las renacentistas. Sin embargo, fue en
el transcurso del siglo XIX cuando las transformaciones de la periferia urbana
se tornaron notables y dieron posteriormente origen a la preocupación por el periurbano como objeto de investigación. En ello influyeron
los intensos procesos de suburbanización que se
registraron en las ciudades anglosajonas en el contexto de
Sin embargo, vale señalar que en los países anglosajones el periurbano se ha constituido usualmente como el lugar de residencia elegido por las clases acomodadas, donde su configuración es fuertemente condicionada por el modelo de la ciudad-jardín (Garay. 2001), que sigue determinadas pautas de planificación (6). Por el contrario, en los países latinos la ocupación del suelo en las áreas periféricas generalmente se realiza de una manera no planificada, constituyendo un espacio de gran heterogeneidad y crecimiento acelerado, donde pueden registrarse problemáticas sociales y ambientales agudas, un mercado del suelo poco transparente, proximidades conflictivas (Puebla. 2003, p. 5) (7). El caso a tratar, relacionado con el periurbano de Buenos Aires, se enmarca en esta última tipificación.
El periurbano
constituye un “territorio de borde” sometido a procesos económicos relacionados
con la valorización capitalista del espacio, como consecuencia de la
incorporación real o potencial de nuevas tierras a la ciudad. Garay (2001, p.
14) entiende que “..sobre el borde periurbano
se despliega un frente productivo que transforma el espacio rural en suelo
urbano, donde la expectativa de valorización no necesariamente se realiza (..).
Se trata de un área de transición, por la que atraviesa un proceso que
supuestamente incorpora valor al territorio acondicionándolo para implantar
nuevas actividades, pero a la vez como un proceso que se expresa -entre otras
cosas- en la modificación de los patrones de asentamiento de la población.”.
En definitiva,
el periurbano posee “..la
mayor complejidad de usos del suelo mezclados que puede observarse en toda
Desde un punto
de vista ecológico, el periurbano es abordado como
una zona de transición o ecotono entre
el campo y la ciudad. Los especialistas que han estudiado el periurbano desde esta perspectiva han centrado su atención
en la complejidad de las relaciones ecosistémicas que
se dan entre la ciudad y sus bordes. Eugene Odum (1986, p. 67) sostuvo que “una ciudad sólo puede ser
considerada un ecosistema completo si se consideran completamente incluidos en
él los ambientes de entrada y de salida”. La presión que sufren los ecosistemas
de los bordes responde a los intensos procesos de transformación generados por
el despliegue del proceso urbanizador sobre los espacios rurales circundantes.
María Di Pace (2001, p. 6) señala que: “El ecotono o zona de borde es un área de contacto entre ecosistemas (..) una interacción activa entre dos o más ecosistemas (o mosaicos de ecosistemas)”. Seguidamente, afirma que “..las ciudades impactan en los sistemas circundantes, transformando su suelo y sus recursos hídricos superficiales y subterráneos: por la exportación de residuos sólidos y líquidos -domiciliarios e industriales-, la presencia de cavas, basurales a cielo abierto, etc. (..). Pero a su vez es impactado por el sistema rural: recibe la influencia de los agroquímicos y los residuos sólidos, los contenedores de los productos agroquímicos que están constituyéndose en un elemento contaminador de importancia, etc. (8). Es decir, el periurbano también es un sistema en mosaico que contiene relictos “naturales” o ecosistemas residuales (“parches”), (..) donde coexisten los sistemas productivos o agroecosistemas que explotan el suelo fósil, los ecosistemas consumidores o aglomeraciones urbanas, y los cada vez más reducidos ecosistemas balanceados (naturales) remanentes.”. Por lo tanto, el concepto de periurbano se corresponde con el de ecotono en tanto ecológico y espacial.
Horacio Capel (1994) se refiere a la fragilidad ecológica que presentan los espacios periurbanos debido a las actividades intensivas que allí se desarrollan. Como ya se ha mencionado, señala que hay pocos espacios donde el medio natural esté sometido a tan intensas presiones antrópicas y los describe como zonas en situaciones críticas a nivel planetario (9). Tanto para el autor, como también para Morello y Mateucci (2001) –quienes analizan el caso de Buenos Aires- una de las formas más dramáticas de intervención social es la eliminación del suelo agrícola. En este sentido, otro concepto ecológico y espacial fundamental que hace referencia al hinterland ecológico de la ciudad es el de huella ecológica. Esta noción describe el alcance geográfico de los ecosistemas que abastecen energéticamente a la ciudad (el “hasta dónde llega” el área de influencia de las demandas energéticas de la ciudad). Vale señalar el carácter espacialmente multiescalar del término, pues una ciudad puede abastecerse –por medio del comercio- de materias primas de otros países, y así “generar” una peculiar huella ecológica a miles de kilómetros de distancia. Pero a los fines de nuestra investigación, consideraremos a la huella ecológica como el área de los ecosistemas contiguos que proporcionan energía al medio urbano, es decir, localizados en su periferia inmediata.
Las profundas alteraciones ecológicas y ambientales que se registran en estos espacios de interfase urbano-rurales ha llevado a autores como Morello (2001) a considerar que en los mismos se produce la formación de nuevos tipos de ecosistemas, a los que denomina neoecosistemas, y de nuevos tipos edafológicos, a los que denomina neorelieves, neosuelos o neogeoformas. Con respecto a los primeros, destaca –por ejemplo- que en los últimos 50 años se han producido en el periurbano de Buenos Aires fenómenos de “bosquización espontánea”, es decir, la penetración de especies invasoras que han constituido “bosques y pastizales degradados, invadidos por especies oportunistas de gran competitividad”, sobre todo en los valles fluviales, los que se comportan como nuevos ecosistemas.
Otros conceptos de la ecología que se aplican
en relación con el periurbano son el de función ecológica y el de servicio ambiental. Al primero se lo
trabaja analizando cómo se alteran “los procesos ecosistémicos
básicos en los límites de la ciudad tales como el ciclo biogeoquímico, el ciclo
del agua, la transformación de nutrientes, la productividad biológica, etc.”
(Di Pace. 2001, p. 15). En el segundo caso, se evalúa qué servicios ambientales
brindan (o dejan de brindar) los espacios periurbanos
al resto de la ciudad: la absorción del agua de lluvia, como “pulmones verdes”,
etc.
En definitiva, desde un punto de vista ecológico se trabaja a la ciudad como un complejo fuertemente relacionado con su periferia, porque depende de ella para proveerse de distintos tipos de energías. Teniendo en cuenta que hasta aquí se ha considerado al periurbano como una frontera asimétrica en la que la ciudad domina al campo y no a la inversa, es interesante señalar que ecólogos como Jorge Morello y María Di Pace sostienen, en cambio, que los procesos urbanos y rurales se atenúan recíprocamente. Mientras el economista, el urbanista o el geógrafo entienden que la ciudad comanda un sistema territorial (en la actualidad se habla de ciudad-región), el ecólogo advierte que la ciudad es un sistema profundamente parasitario o dependiente de áreas externas que le suministran la energía y productos necesarios para que funcione (10), y que además esos espacios circundantes funcionan como receptáculos de los residuos que genera. Bettini (1998, p. 79) sostiene que “la ciudad no tiene una ecología separada del campo que la circunda (..) para percibir la ciudad tal como es y resolver sus problemas, es necesario expandir el pensamiento y la acción fuera de los estrictos límites urbanos. (..) la gestión de la ciudad como ecosistema quedará en pura teoría hasta que no se rompa la dicotomía urbano/rural”.
En definitiva, por las
particularidades ambientales y territoriales que presenta, el periurbano se constituye como un tema de interés para la
ecología urbana.
Considerando ciertos antecedentes sobre el tema relacionados con la historia de la disciplina geográfica y el planeamiento urbano, podría mencionarse el aporte del biólogo escocés Patrick Geddes y su clásico Cities in evolution de 1915, donde se llama la atención sobre las “conurbaciones” que, desde fines del siglo XIX, estaba generando la suburbanización o dispersión de los centros urbanos ingleses en los campos agrícolas más próximos, estableciendo la necesidad de implementar el town/country planning (Rueda Palenzuela. 1995, p. 32). Asimismo, en los años 20 y 30 la escuela de ecología humana de Chicago se preocupó por los procesos de expansión geográfica de las ciudades en los Estados Unidos. Se establecieron modelos de coronas concéntricas, espacios radiales o de núcleos múltiples para explicar la lógica de la evolución espacial de los centros urbanos. Se utilizaron términos como sucesión, invasión, asimilación, provenientes de la biología (Burguess, 1925 y otros estudios), para explicar cómo las ciudades iban avanzando sobre sus periferias (11). Asimismo, la teoría de los lugares centrales de Christaller (1933) tuvo mucha influencia en la escuela neopositivista americana en los años cincuenta y sesenta, apuntalando la “New Geography” (Lösch). Se centraba en estudiar las redes de ciudades, cómo se disponían los núcleos urbanos en el territorio y hasta dónde llegaban sus áreas de influencia. Brian Berry incorporó en los años sesenta la teoría de sistemas al análisis urbano, preocupándose por el funcionamiento del sistema urbano, sus flujos de energía (entrada y salida), entropía, estados de equilibrio, etc., es decir, teniendo en cuenta sus relaciones con la periferia.
A partir de mediados del siglo XX, la preocupación por el proceso de urbanización como reestructurador de los espacios rurales comenzó a tener cada vez mayor relevancia en los países desarrollados. En 1937 el geógrafo T.L. Smith utilizó el concepto “franja urbana” para decribir al área localizada fuera de los límites administrativos de los municipios de la ciudad. En 1955 Auguste Spectorsky creó el término exurbia, diferenciándolo de suburbia, para describir las costumbres de las clases de acomodadas que migraban hacia las afueras de la ciudad de Nueva York inspirándose en el ideal del lifestyle agrario americano. A partir de entonces, exurbia pasó a ser un término de uso común en el idioma inglés. En 1958, Kurtz y Eicher escribieron un trabajo titulado “Fringe and suburb: a confusion of concepts” tratando de diferenciar los alcances de los conceptos. Pero es desde la década del sesenta cuando se producen una gran cantidad de trabajos académicos –especialmente en Inglaterra y Francia- sobre el fenómeno de la urbanización del campo. Aquí se mencionan algunos: Pahl (1965; 1970); Johnston (1965; 1974); Clout (1972); Julillard (1961); Rambaud (1969); entre otros.
Un trabajo que va a mostrar cómo estaba el estado de la discusión a fines de los años sesenta fue un estudio clásico de la sociología urbana francesa marxista: el libro “De lo rural a lo urbano”, del filósofo Henri Lefebvre. El autor señala que “la relación campo-ciudad, relación dialéctica, oposición conflictual que tiende a trascender cuando en el tejido urbano realizado se reabsorben simultáneamente el antiguo campo y la antigua ciudad. Lo que define a la “sociedad urbana” va acompañado de una lenta degradación y desaparición del campo..” (1971, p. 15) (12). A mediados de los años setenta, el urbanista americano Harold Carter incorporó en sus estudios sobre la ciudad la zona de interfase urbano-rural (Carter, 1974). En 1976, el geógrafo rural inglés Hugh D. Clout estudió cómo el espacio rural estaba siendo profundamente reestructurado por el avance de la urbanización y configurando un nuevo proceso de poblamiento del campo en Inglaterra, luego de “la pesadilla de la despoblación rural que se había dado a lo largo de todo un siglo en Gran Bretaña” (1976, p. 73). Lo definió como “urbanización del campo” o “urbanización difusa”.
En los últimos
25 años, el estudio de las periferias urbanas (13) –y de la agricultura periurbana en particular- cobró relevancia. Nos referiremos
fundamentalmente a este último tema, por ser de nuestro interés. En 1979, el Comité
para
En 1996, en
Ese mismo año, el Programa de Gestión Urbana del Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Urbanos, dependiente del PNUD, realizó en Quito (Ecuador) el Seminario Internacional “La agricultura urbana en las ciudades del siglo XXI”, donde se presentaron gran cantidad de trabajos y se concluyó con la “Declaración de Quito”, abogando por un desarrollo sustentable de las ciudades que incorpore a la agricultura urbana en la agenda política y en la planificación urbana.
En el año 2002,
en el debate sobre “Integración de la agricultura urbana y periurbana en la planificación” que se registró en la
revista de
En el reciente
Foro Urbano Mundial (WUF. 2004) realizado en Barcelona, el Centro Internacional
de Investigaciones para el Desarrollo (CIID-Canadá), el Programa de Gestión
Urbana – Coordinación regional para América latina y el Caribe
(PGU-ALC/UN-HABITAT), el IPES/Promoción del Desarrollo Sostenible (Perú), y el
Centro de Recursos para
En la actualidad se considera que “la antigua dicotomía campo-ciudad se diluye ahora en un continuo que integra y conduce por gradaciones -como una especie de “gran cadena del ser urbano”..” (Capel. 1994, p. 138) o continuum urbano-rural-, a los espacios circundantes (véase también Redfield y Lewis, en Barros, 1999; Pahl R.E., 1966; Abramovoy y Sachs, 1999; Tacoli, 1999; Barrera et.al, 2001; García Ramón, Tulla-Pujol, Valdomiro Perdices, 1995). En este sentido, nuevas posiciones académicas se refieren a la neorruralidad o al neorruralismo para explicar estos fenómenos de penetración de las lógicas urbanas en el medio rural. Claudia Barros (1999) sostiene que “la idea de espacio rururbano puede asociarse a la de continuo rural urbano desarrollada por antropólogos como Redfield o Lewis, quienes contribuyeron a matizar la dicotomía que se expresa a través de la oposición campo-ciudad”. García Ramón, Tulla Pujol y Valdovinos Perdices (1995, p. 42) identifican distintas situaciones (anillos concéntricos) a lo largo de la geografía entre la ciudad y el campo: el espacio urbano propiamente dicho, el espacio periurbano o áreas urbanas discontinuas, el espacio semiurbano (con alternancia de usos), el espacio semirural urbanizado, el espacio rural dominado por la actividad agraria pero con algunas influencias urbanas como por ejemplo las derivadas de la descentralización industrial y, por último, el espacio rural "marginal"”.
En definitiva, la temática del periurbano en general -y la de la agricultura periurbana en particular-, es un campo de confluencia de distintas especialidades. En este sentido, los estudiosos del agro pueden aplicar al periurbano rural conceptos clásicos vinculados al análisis de las estructuras agrarias como el régimen de tenencia de la tierra o el uso de los factores de la producción; los planificadores, urbanistas o geógrafos urbanos mostrarse preocupados por proyectar buffers o zonas de amortiguación “verdes” en áreas periurbanas; los cientistas sociales por estudiar problemas asociados al desarrollo local y al capital sinérgico en zonas periurbanas –en la línea ILPES/CEPAL de Sergio Boisier- o los ecólogos analizar las relaciones de parasitismo/mutualismo entre el periurbano y la ciudad (Garamendy et.al. 2002; Morello. 2002).
Entendemos, por todo lo expuesto, que se justifica la
pertinencia de la línea temática de los estudios de la agricultura periurbana dentro de las incumbencias de la ecología
urbana.
En Argentina, se denomina “cinturón verde” al espacio periurbano conformado por una trama de quintas o huertas familiares –y otras de características más empresariales- que rodean a las grandes ciudades, cuya producción se destina especialmente a verduras de hoja y hortalizas de estación. La lógica de localización de estas actividades altamente intensivas en el uso de los factores de la producción (tierra, trabajo y capital) responde a su cercanía geográfica con respecto a los grandes centros urbanos, aprovechando intersticios o zonas de vacancia para establecerse. Desde un punto de vista económico, el “cinturón verde” cumple funciones de abstecimiento alimentario a la población de la ciudad (Di Pace, Crojethovich y Barsky. 2005).
Los cinturones hortícolas alrededor de las ciudades fueron la primera manifestación de la horticultura en Argentina a fines del siglo XIX. Con la profundización del capitalismo y el crecimiento del mercado interno a lo largo del siglo XX, se fueron dando una serie de relocalizaciones de los cultivos hortícolas a nivel nacional. Mundt (en Vigliola y otros. 1991, p. 5) clasifica a las zonas hortícolas argentinas en la actualidad en tres tipos: cinturones verdes (quintas o huertas familares que rodean a los grandes centros urbanos y producen verdura de hoja y hortalizas de estación); zonas hortícolas especializadas (huertas especializadas en pocos cultivos, con presencia de mano de obra asalariada; generalmente extrapampeana: ajo y cebolla en la región de Cuyo); y áreas de horticultura extensiva (zonas con cultivos mecanizados donde se siembran superficies significativas, se los rota con cultivos no hortícolas y el destino de la producción puede ser industrial, como Balcarce –sudeste de la provincia de Buenos Aires- en papa).
Si se realiza
una descripción muy sintética de cómo se fue configurando la organización
espacial de la metrópolis Gran Buenos Aires a lo largo del siglo XX, podría
decirse que en un principio la misma fue consolidándose geográficamente en un
punto central –la ciudad capital- y que, en sus alrededores, se fueron
sucediendo una serie de suburbanizaciones sucesivas,
verdaderas oleadas aglomerativas que fueron
desarrollándose al compás de los procesos socioeconómicos. En los inicios de
1900, con el modelo agroexportador en pleno auge, la
zona nuclear ya estaba muy densificada urbanísticamente.
En su periferia, que se extendía hasta unos
Con la crisis
del mercado interno de consumo y la desindustrialización,
acaecidos desde mediados de los años setenta en adelante, se pasó a una etapa
de desaceleración de los fenómenos urbanos. La situación se revierte en los
años noventa cuando, por vía de la consolidación de un modelo aperturista -un
nuevo régimen de acumulación comandado por los sectores financiero y de
servicios, con una importante presencia del capital internacional-, una serie
de emprendimientos, tecnologías y servicios urbanos desembarcaron a través de
las autopistas más allá del segundo cordón, hasta unos
Considerando la
producción intelectual sobre el tema, fue a mediados de la década del ochenta
cuando Pablo y Graciela Gutman (1986 y 1987), del
Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR), introdujeron en el debate
académico del medio local la problemática del manejo de la agricultura periurbana en el Gran Buenos Aires. Asimismo, en 1992 el
geógrafo Horacio Bozzano coordinó un estudio sobre el
borde periurbano de Buenos Aires en el Departamento
de Geografía de
Como se ha
mencionado, el periurbano agrícola de
En definitiva,
la evolución productiva y relocalización del cinturón
estuvo relacionada con complejos fenómenos socioeconómicos: los procesos de suburbanización acelerada en la metrópolis, la aparición de
nuevas zonas hortícolas especializadas en otras zonas
del país, la evolución del mercado, del sistema de comercialización, etc.
Asimismo, en las últimas décadas se han registrado importantes cambios en la
composición demográfica y cultural de los agentes productivos: de la presencia
de quinteros portugueses e italianos desde principios de siglo XX a la fuerte “bolivianización” –impacto de la migración boliviana-,
registrada en vastos sectores hortícolas de
La llegada de
los bolivianos se produjo en los años setenta en el partido de Escobar, ubicado
en el eje Norte, conformándose desde allí un núcleo de difusión hacia el resto
de
En las últimas
décadas la agricultura perimetral de Buenos Aires “amplió el radio del espacio
que consideramos periurbano e incorporó nuevas demandas
de alimentos que pueden ser eficientemente provistas desde áreas vecinas, sea
por su elevada perecibilidad o volumen (verduras de
hoja), o porque son intensivas en el uso del espacio (avicultura, horticultura,
floricultura, etc.) (..) la actividad rural ha
continuado en crecimiento” (Gutman et.al. 1987, p. 24). En la actualidad, el cinturón verde
abarca unas
(1) Esta afirmación no debe ser tomada en un sentido literal. No se le está atribuyendo al espacio la potestad de “correrse de lugar” como si tuviera entidad propia. Ante el avance de la urbanización, cambian sus atributos y ciertas funciones van pasando a otros territorios, los cuales se perfilan como nuevos espacios periurbanos. En definitiva, son procesos sociales que se espacializan en el territorio. Críticas a concepciones espacialistas rígidas, tanto en el campo de la geografía como en el de la economía, pueden consultarse en Reboratti (1989. p. 73) y Borello (2002).
(2) “Un hecho especialmente significativo es la heterogeneidad y mezcla de usos del suelo. Usos muy heterogéneos coexisten unos al lado de otros (..), desde el terreno construido con alta densidad a las industrias, basureros, campos de cultivo y espacios naturales. (..) Es una de las áreas más críticas del Globo, porque en pocas partes de la superficie terrestre existen espacios que: 1) hayan conocido una tan larga e intensa evolución histórica; 2) tengan tal diversidad y mezcla de usos del suelo; y 3) donde el medio natural esté sometido a tan intensas presiones.” (Capel. 1994, pp. 139-140).
(3) “En los primeros estudios realizados sobre el espacio periférico se le denominaba con nombres jurídicos de resonancia medieval (banlieu, “alfoz”), con otros que expresaban inferioridad y sometimiento (Suburb, “suburbano”, términos que remiten también a los medievales suburbia), o que aludían a su carácter intermedio entre lo urbano y lo rural (“rur-urbano”); más tarde se pasó a denominaciones neutras que aludían simplemente a la localización circunurbana (urban-fringe, “periurbano”) hasta llegar finalmente a la dispersed-city, ville éparpillée o “ciudad difusa”, y a la “ciudad-región”.” (Capel. 1994, p. 139). Cuando se remite al periurbano de Buenos Aires, Horacio Bozzano (2000) hace referencia a la franja o ámbito periurbano, el rur-urbano o lo rural-urbano, la interfase ciudad-campo, el área de reserva complementaria o de ensanche urbano, zona difusa y cinturón de especulación inmobiliaria. En este sentido, resulta interesante constatar la cantidad de definiciones que se han realizado sobre el tema y las diferencias que muchas veces presenta su alcance geográfico.
(4) Zamorano habla de periurbano como “..un área de límites indecisos y muy móviles en donde se lleva a cabo la interpenetración de lo urbano y lo rural”. Zárate Martín (en Puebla. 2004, p. 7) sostiene que “la franja periurbana tiene límites imprecisos, es el lugar donde se mezclan los usos del suelo y las formas de vida del campo y la ciudad, y en ella se producen los cambios morfológicos, funcionales y de población más rápidos y profundos de todo el espacio urbano”.
(5) Los círculos concéntricos ideales presentaron “deformaciones” a medida en que el autor introdujo nuevos elementos al modelo: la presencia de un río, una ruta, otras ciudades, diferencias de fertilidad del suelo, etc.
(6) Ciudad-jardín,
modelo urbano concebido a principios del siglo XX que propone la síntesis
entre la vida en la ciudad y la vida en el campo. La moda de las
ciudades-jardín surgió a partir de dos ideas fundamentales de finales del
siglo XIX: por una parte, una cierta utopía política que intenta crear una
comunidad autárquica concebida como grupos de casas unifamiliares que superen
el antagonismo entre ciudad y campo, y por otra parte, el problema del
alojamiento de los obreros como consecuencia de una creciente
industrialización. La idea de la ciudad-jardín aparece en la obra de Ebenezer Howard (1850-1928), Tomorrow: a Peaceful Path to Social Reform (Mañana,
un camino pacífico hacia la reforma social), publicada en 1898, en la que
preconiza la creación de ciudades de 30.000 habitantes económica y
espacialmente independientes. Howard propone un
esquema de ciudad concéntrica edificada alrededor de un parque central y dividida en seis sectores de actividad. En 1903, después de
haber reunido los fondos necesarios y creado
(7) “..la periferia ha tenido tradicionalmente características muy diferentes en las ciudades latinas y anglosajonas: es el lugar de residencia de las clases adineradas en el Suburb norteamericano y es el lugar de los barrios populares e incluso del chabolismo y de la autoconstrucción en los suburbios de nuestras ciudades...” (Capel. 1994, p. 137).
(8) Teniendo en cuenta que
en el periurbano se registran impactos ambientales
muy intensos, vale mencionar que los procesos de remoción de suelos que se
registran en estas áreas (el suelo como materia prima para la producción de
ladrillos, tierra para jardín, panes de tierra para plantas en maceta, etc.)
han generado procesos de decapitación de los horizontes superficiales, fenómeno
que se conoce con el nombre de geofagia (Morello. 2001). Asimismo, la incorporación de residuos
sólidos y efluentes domiciliarios, agrícolas e industriales en el suelo (el
suelo como soporte) ha generado un nuevo tipo de suelo: móvil, quebradizo, con
alto contenido orgánico, compuesto de sustancias tóxicas y gases en su
interior. En el caso de la agricultura periurbana, es
una actividad que requiere la aplicación intensiva de agroquímicos, los cuales
se incorporan en solución directamente al suelo. También debe mencionarse que
en el periurbano se registran distintos tipos de
demanda intensiva del agua de los acuíferos, con consecuencias como la
formación de conos de depresión por extracción excesiva o la contaminación
orgánica y química de los mismos por procesos de lixiviado, generados desde
pozos ciegos, basurales clandestinos, etc.
(9) “Los espacios naturales y agrarios próximos a las ciudades son los más accesibles y por ello los más necesitados de protección. Hay que considerarlos como un recurso amenazado por transformaciones irreversibles” (Capel. 1994, p. 141).
(10) Margalef (1986) sostiene que el ecosistema rural y el urbano son ambos sistemas abiertos, alejados del equilibrio, que tienden a maximizar su tasa de disipación, aunque es el ecosistema urbano donde esta tasa es mayor, y para mantener esa diferencia se apropia de los recursos del ecosistema menos maduro y más productivo, aumentando la heterogeneidad general.
(11) Coincidimos con la
mirada de Virginio Bettini
(1998. pp. 57-58; texto modificado), quien afirma que “aplicando algunos de los
términos de la ecología clásica al estudio de la sociedad, los “ecólogos
urbanos” de
(12) Resulta interesante señalar que la obra está situada en un momento en que comenzaba a visualizarse que el fenómeno urbano pasaba a ser central para entender la organización del territorio. Lefebvre sostiene que: “Observo que hay un proceso real, el de la urbanización, a partir de la industrialización, y que el problema consiste en conocer ese proceso y dominarlo. (..) Marx concibió la industrialización como un proceso que había que conocer y dominar. A mi parecer el problema ha cambiado. Hoy tenemos un problema nuevo, que no suprime el planteado por Marx, y que consiste en conocer y dominar el proceso de urbanización. (..) La novedad pues, (..) es que el proceso de urbanización reemplazará más y más al proceso de industrialización…. Con la problemática urbana, que es una problemática nueva, el objeto sigue siendo el conocimiento y dominio de un determinado proceso.” (1971, p. 222; texto levemente modificado; las negritas son nuestras).
(13) En los años ochenta y noventa, se ha producido una gran cantidad de trabajos sobre el periurbano en el hemisferio norte, lo cual excede los alcances del presente trabajo.
(14) Actualmente, ocupa intersticios vacantes de tejido urbano en partidos del segundo cordón y se extiende en partidos del tercer cordón.
(15) Elena Chiozza (2000) y Horacio Bozzano
(2000) reflexionaron sobre el fenómeno en general; Jorge Morello
y Silvia Matteucci formaron el Grupo de Ecología del
Paisaje de
(16) Patricia Propersi (1999) y equipo estudiaron la horticultura periurbana de Rosario; Garamendy y equipo (2002); Rosenthal y equipo (2002); y Vitteri y Carrozi (2003) estudiaron el periurbano de Mar del Plata; Hughes y Owen (2002) estudiaron la presencia de bolivianos en el valle inferior del río Chubut; entre otros.
(17) A mediados de siglo se registró la llegada de migrantes japoneses, los cuales se han dedicado a la actividad florícola.
(18) “Muchos de estos migrantes que se instalaron principalmente en la zona de
Escobar, eran indocumentados y su condición era frágil, pero en un término de
20 años desplazaron a los portugueses e italianos que eran los quinteros del
área. Un boliviano entraba como peón, mediero, arrendatario y llegaba a ser
propietario, cosa que no pasaba con el trabajador argentino que, en cambio,
tenía una movilidad descendente”. (Benencia, en IDES.
2004, p. 6).
(19) “A fines de los '80
con un equipo interdisciplinario desde
(20) Para ello, debe tenerse en cuenta las transformaciones operadas en el espacio hortícola periurbano. “Durante los años 90, y como consecuencia de los cambios operados en las dos décadas anteriores, la horticultura del cinturón verde presentaba un panorama en el que se destacaban: a) la existencia de procesos de concentración y diferenciación entre productores; b) la consolidación de la mediería, ligado a la inmigración de familias bolivianas; c) el avance de un proceso de modernización tecnológica, junto a los atisbos de una incipiente especialización productiva en el marco de recurrentes crisis de sobreoferta de productos y un mercado que estaba dispuesto a pagar buenos precios sólo por productos de excelente calidad y presentación; y d) la crisis económico-financiera que atravesaban gran parte de los productores, que ponía en muchos casos en serio peligro su continuidad en la actividad. (..) La difusión del invernáculo (para cultivos hortícolas de clima templado: apio, tomate, pimiento) se complementó a la perfección con los cambios operados en el mercado de consumo y trajo aparejado un proceso muy acelerado en lo que respecta a la transformación de la estructura productiva del área periurbana” (Benencia. 1997, pp. 39-41; texto levemente modificado).
(21) El Area
de Ecología Urbana de
(22) Con respecto a los estudios
sobre la agricultura periurbana en el partido de
Pilar, debe señalarse que, a pesar de la intensidad de los cambios en los usos
del suelo registrados en la última década y media, hay una notoria ausencia de
estudios específicos al respecto. Sí los hay sobre el “desembarco” de countries y
barrios cerrados en el partido. En ese sentido, los urbanistas Horacio Torres,
Juan Lombardo, Iliana Mignaqui,
Daniela Szajnberg y Sonia Vidal-Koppmann,
entre otros, se han preguntado por las implicancias socio-espaciales
resultantes de estos procesos de periurbanización
acelerados acaecidos en Pilar. Asimismo una preocupación sobre el impacto de
estos emprendimientos identificando el periurbano
como unidad de análisis puede encontrarse en el trabajo de Paiva
y otros (2000) y Gómez y otros (2001). Por otra parte, en el año 2000
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© Copyright Andres Barsky, 2005
© Copyright Scripta Nova, 2005
Ficha bibliográfica:
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[ISSN: 1138-9788]
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