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Scripta Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VIII, núm. 171, 15 de agosto de 2004 |
COMUNIDADES CERCADAS EN LA FRONTERA MÉXICO-EEUU
Isabel Rodríguez ChumillasComunidades cercadas en la frontera México-EEUU (Resumen)
Este estudio de las “comunidades cercadas”, o unidades habitacionales bardeadas, se refiere al caso de la frontera México-Estados Unidos. El propósito es mostrar la reciente proliferación de barreras físicas construidas en el interior del tejido urbano de las ciudades fronterizas del noroeste mexicano, Tijuana, Ciudad Juárez y Ambos Nogales, en un primer acercamiento exploratorio al tema. Las evidencias se recogieron en el recorrido de las tres ciudades más significativas, particularizando el estudio urbanístico de las unidades establecidas en las últimas dos décadas. El fenómeno tiene dimensiones locales en el contexto de la vecindad, donde las ciudades yuxtapuestas responden a la doble fragmentación, la impuesta por el muro divisorio internacional y la multiplicada por los promotores inmobiliarios en el interior del tejido urbano.
Palabras clave: frontera, comunidades cercadas, urbanismo yuxtapuesto.Abstract
This study about “gated communities”, or gated housing unities, we undertake the México-United States case. We have the aim to show the recent proliferation of physical barriers built into urban fabric of the Mexican northern border cities, Tijuana, Ciudad Juárez, and Both Nogales, in a first exploring approach to the issue. We picked up working data looked trough the most meaningful three cities stopping in urban analysis of the unities established in last two decades. The phenomenon has local dimensions in vicinity context, where juxtaposed cities answer to double breaking into fragments, the imposed by the International divisive wall and the increased by concerning real-state agents into urban fabric.
Key words: Border, gated communities, juxtaposed towns.En las ciudades norteamericanas se observa durante las últimas dos décadas un sensible incremento de las gated communities (Blakely y Snyder, 1999, p.7; Low, 2003, p.14). Al mismo tiempo, las ciudades mexicanas muestran también cada vez mayor número de fraccionamientos habitacionales cerrados sin mermar de manera significativa la tendencia a la expansión periurbana que ahora podríamos denominar “abierta”. No es de extrañar que el mismo modelo se presente con características distintas en ambos lados.
En este artículo recogemos las reflexiones desprendidas del recorrido exploratorio de Tijuana y Ciudad Juárez, ciudades ubicadas del lado mexicano, y con mayor detenimiento en ambos Nogales, tanto el norteño como el sureño. La frontera México-Estados Unidos es el límite sur de los estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas que, con Florida, integran el Sunbelt, la franja urbana norteamericana más dinámica. Y es en Los Ángeles, Phoenix, Houston y Miami, ciudades de este cinturón, además de las grandes metrópolis de Chicago y Nueva York, donde se concentran, según los especialistas E. J. Blakely y M. G. Snyder (p. 5 y 6), los mayores núcleos de comunidades cercadas. No por casualidad, las primeras experiencias de gated communities se registran en California, Arizona y Texas (Low, 2003, p. 15).
Consideramos que la arquitectura y el diseño urbano implementados en los fraccionamientos cercados del área contribuyen con ánimo emblemático a la afirmación identitaria de los agrupamientos sociales así constituidos. El objetivo es enfatizar los rasgos más visibles de un muestrario aleatorio de unidades residenciales que forman parte del urbanismo enclaustrado (García Bellido 2002, Cabrales 2002, Rodríguez, 2002 Méndez, 2004) encaminado a sostener la hipótesis de que se trata de un ensamble arquitectónico y urbano requerido por promotores y diseñadores para representar la capacidad adquisitiva, mediante la satisfacción de gustos y expectativas de consumidores identificados con un estilo de vida determinado. Las siguientes reflexiones se orientan a vislumbrar el alcance real de una forma urbana fincada en la manufactura de espacios en acero, estuco, vidrio, piedra y plástico, con los que se pretende recuperar el ánimo de trascendencia a través de los edificios. En una región que muestra nítidos los rasgos del simulacro y la apariencia de arquitecturas transitorias, la identidad de los espacios locales se basa en la confluencia de imaginarios forjados en territorios diversos, y además se caracteriza por la marca indeleble de la frontera internacional.
El apartado sobre el papel y uso dominante de la arquitectura hermética para estas nuevas formas espaciales contiene el análisis morfológico y simbólico de los valores expresados. Los aspectos sociales de los fraccionamientos cerrados se observan en el contexto del sistema de ciudades fronterizas del Norte de México y dentro de su dinámica de acelerado crecimiento demográfico.
Se abordan otras líneas de análisis de las tres ciudades estudiadas que luego permitirán profundizar, en primer lugar, en las relaciones entre el mercado inmobiliario y las formas de marketing, con especiales referencias al caso de Ciudad Juárez. En segundo lugar, se muestran los cambios espaciales y la recomposición social que experimentan estos desarrollos, ejemplificando con mayor énfasis en Tijuana. Por último, y a partir del análisis de Ambos Nogales, se señala el urbanismo yuxtapuesto propio del patrón de ocupación regional del suelo, así como la multiplicación de fronteras que imponen los nuevos desarrollos residenciales en la franja binacional. Además de un apartado final de conclusiones que pretende servir de síntesis de contenidos y de resumen comparativo entre los casos de estudio.
Arquitectura hermética para nuevas formas espaciales
La arquitectura se beneficia con la disposición morfológica y funcional de las comunidades cerradas. Considerada por Aldo Rossi (1981) el elemento primario de la ciudad, la arquitectura sería en congruencia la expresión celular del organismo que la engloba. El cerramiento del espacio urbano provee a las soluciones arquitectónicas individuales del entorno adecuado a su apreciación, concediendo las condiciones de mayor habitabilidad, como las distancias peatonales, homogeneidad de estilo y en el uso del suelo. El protagonismo del edificio individual autosuficiente está como nunca nutrido del leit motiv de la privacidad, pues la distribución en el conjunto y el diseño singular se orienta a guardar la intimidad de los ocupantes, a diferencia de la arquitectura moderna acristalada que apuntaló la individualidad del edificio con la condición de mantenerse aislado, eludiendo toda vida comunitaria. En contradicción, la variación morfológica como constante edificatoria dilapida los bagajes del oficio en invariantes rígidas y reducidas, pues la ruidosa “originalidad” a ultranza no se acepta fácil tras las escasas opciones legitimadas a través de la reedición de la experiencia enfriada por el tiempo. En otras palabras, la práctica edilicia se ha acartonado rápido mediante la adopción de modelos repetitivos, abunda en “citas” de tipos codificados en los manuales de experiencias históricas.
Propiciados por el monopolio de las ventajas de aglomeración adquiridas mediante el capital económico, confluyen arquitecturas autónomas y fragmentos urbanos. Ambos coinciden en la configuración de conjuntos o fraccionamientos residenciales cercados para evitar el libre acceso, consagrando la exclusividad de un espacio físico convertido en islote visual y funcional mientras evidencia una fractura social, incorporándola sin conflicto aparente a la vida cotidiana. Hay, pues, los fundamentos y una morfología de la práctica del espacio prohibitorio.
La arquitectura que integra estos conjuntos o unidades observa las características de encierro, de espacios encapsulados respecto al entorno construido, con el que se relaciona a través de accesos controlados. Residencias ubicadas en un abanico de opciones sociales que van de los ingresos medios bajos a los más altos constituyen el objeto último del tinglado urbano, son la última coraza que cubre al ámbito familiar. Dicho fenómeno parte de la agrupación de individuos con características socioeconómicas homogéneas en franjas de suelo urbano cualificado para integrarse de esta manera a la ciudad, pero garantizando una exclusividad tal que a la vez le separa de ella. Son grupos sociales atraídos por los promotores de bienes raíces a obtener así la seguridad del lugar y el estilo de vida verde. No son agrupaciones preexistentes al conjunto habitacional, más bien se dan en respuesta a una oferta de mercado atractiva a individuos aislados dispuestos a adquirir un bien inmueble cual si fuese la llave para insertarse en un espacio social determinado.
La arquitectura procede a fijar, a anclar en el lugar, los referentes físicos de relaciones, agentes y diferencias. Simboliza la ubicación social del sujeto, retiene sus “amarres” locales, vecinales y extra locales. Destaca sobre el entorno en la proporción que su propietario pretende destacar sobre el vecindario y la ciudad. Aunque la volumetría edificatoria no es el único recurso para lograrlo, también cuenta la ubicación estratégica, y la orientación circunstancial del gusto, ahora influido, entre otras cosas, por el respeto al medio natural y el disfrute exclusivo de sus bondades. De manera que esto contribuye a definir las categorías de percepción y valoración del medio edificado, cuya estética ha de corresponder al “buen gusto” predominante. La tipología arquitectónica es en consonancia más o menos homogénea y a tal grado apropiada, que eventuales diseños extravagantes son absorbidos por las reglas establecidas y aún por el juicio crítico de los vecinos (no así la introducción de una vivienda de bajo precio en un entorno residencial alto). Valoraciones binarias de lo bueno y lo malo, lo feo y lo bonito, tanto como la disposición para obtenerlos y juzgarlos, son parte del patrimonio cultural del espacio social, que establece también los linderos del campo de producción arquitectónica. Se contribuye así a la identidad barrial, la identidad de grupos, de franjas de sociedad.
En pocas palabras, la tipología arquitectónica homogénea es un conjunto de marcas que señalan el territorio y valores compartidos de la comunidad que la posee, construye, habita. E. J. Blakely y M. G. Snyder (1999, p. 33), así lo manifiestan cuando reconocen que los rasgos de una comunidad –y eso pretenden ser las cercadas-, se definen por los elementos que comparten: territorio, valores, bienes públicos, estructuras de apoyo y fines. El territorio ha de mostrar la pertenencia grupal a través de varios recursos, entre ellos los muros envolventes, las puertas de acceso controlado y los tipos de vivienda.
Ahora, si se considera la vivienda constituida por el edificio, el solar en que se emplaza, los criterios de diseño de la construcción, la familia ocupante y la trama de relaciones sociales por ésta establecidas, encontraremos que desborda la epidermis constructiva, ensanchándose al vecindario. Por ello la adquisición de la vivienda forma parte del plan de vida, del cuándo, cómo, dónde y con quiénes se quiere vivir. La elección de la casa ha de considerar una madeja de relaciones sociales y sus implicaciones espaciales de relación con los vecinos, los servicios, el empleo, la ciudad, el territorio. Luego, el tipo ha de poseer las cualidades formales que le dan sentid o a la importante acción de poseer determinada casa y no otra, de pertenecer a cierta comunidad y no otra.
Mientras los arquitectos modernos se esforzaron por parecer hacer obras “propias de su tiempo”, sometidas por tanto a los abruptos cambios tecnológicos de la modernidad, los arquitectos intentan hoy día construir más acordes con su espacio. Es decir, aquellos priorizaron el contexto temporal en el momento de resolver demandas sociales de habitabilidad, por lo que a menudo edificaron con evidentes analogías maquinistas, y éstos enfatizan la relación con el territorio local y su historia.
En el contexto del intento de la construcción social de comunidades, la arquitectura postmoderna persiste en la recuperación historicista, anclada en la idea romántica de volver a través de escenografías a épocas previas a la modernidad caracterizada por constantes cambios precipitados. Asimismo, el enclaustramiento en el espacio proviene de la nostalgia manifiesta desde los años setenta por el estilo de vida de las pequeñas comunidades provincianas del pasado, lo que aparece como alternativa providencial frente al agotamiento del suburbio nutrido por la tipología moderna. El urbanismo de pretensiones innovadoras, denominado “nuevo urbanismo” o “neotradicionalismo”, es una respuesta tentativa a la tradición crítica del último medio siglo. “La forma sigue a la función” en la fórmula funcionalista moderna, ahora la forma cerrada sigue al miedo y, más aún, el miedo sigue a dicha forma, pues lo reproduce. Valores democráticos como la “apertura” y la “accesibilidad” representados en convenciones de la arquitectura moderna mediante ventanales que evidencian la visibilidad, así como la ausencia de obstáculos de todo tipo, ahora son reconsiderados en términos de fórmulas visibles.
Diseño, imagen e identidad
La tendencia a generar estas arquitecturas y urbanismos no sólo ha de entenderse desde la perspectiva de los promotores que explotan un nicho de mercado. Estas razones se combinan con otras, aunque por lo pronto bien vale incluir el consumo en el contexto de la sobreproducción de signos e imágenes que estetizan el entorno con el que estamos familiarizados, “dentro de la ciudad subsisten la clasificación, la jerarquía y la segregación (...) la nueva clase media y los nuevos ricos viven en enclaves remodelados y jerarquizados, concebidos para excluir a los de afuera. Estos enclaves son áreas de altas inversiones en ambientes diseñados, formas estilizadas y la estetización de la vida cotidiana” (Featherstone, 1991, p. 182-3).
Hacia los años noventa del siglo XX, las barreras etéreas de los casos aislados han evolucionado para convertirse en ubicuos e inaccesibles muros perimetrales y edulcorados portones de hierro, resguardados por casetas de vigilancia, videocámaras persistentes en el control panóptico y sofisticados sistemas de alarma.
De los conjuntos residenciales diseñados de acuerdo al estilo internacional, esto es, caserones de marcos rígidos de concreto armado, ventanales horizontales, losas planas, piedra aparente, jardineras en terrazas pergoladas, eventual levantamiento sobre columnas esbeltas y verdes prados, audaces volados que abundan en anécdotas de pruebas de resistencia, colores discretos, austeridad ornamental, las elites pasan a adoptar el gusto por lo añejo, lo tradicional, pintoresco y rústico, ahora adoptan el recargamiento formal y simbólico sin mayores pretensiones funcionales. Son casas con vigilancia perpetua, diseñadas y fabricadas a la manera de cajas fuertes herméticas, dotadas con mecanismos de seguridad en las bardas individuales, azoteas, puertas y ventanas, en toda línea y orificio que no deba ser violentado. En el interior suelen poseer cuartos de seguridad que repiten la dosis que abate la sensación de inseguridad. El amplio abanico de las tipologías arquitectónicas de los fraccionamientos cerrados de finales del siglo XX y primeros años del XXI se resume en el historicismo y el contextualismo. El primero se ancla en formas materiales de arquitecturas identificables y prestigiosas del pasado (victoriana, californiana, clasicismos con tratamiento postmoderno), así como en diseños urbanos de matices premodernos o emblemáticos (vernáculos, medievales, ciudad-jardín, haussmannianos). El segundo pretende asimilarse con las experiencias locales que gozan de la pátina del tiempo tanto como de estatus social.
Se refuerza entonces en las últimas décadas del siglo pasado el surgimiento de los fraccionamientos de cerramiento explícito que privilegian la residencia unifamiliar, con diseño urbano dotado de generosas áreas verdes, banquetas, andadores peatonales y paradójicos espacios abiertos. El trazo del partido se remite al esquema de clusters, pequeñas privadas de una sola calle con retorno, para formar racimos adosados a calles colectoras siguiendo la distribución de acuerdo al esquema cul de sac, formando tipos variados de la retícula, el peine, espina de pescado, o trazos orgánicos en función de la topografía (Méndez, 2002 b, p. 496). Los grupos sociales de medios y altos ingresos tienden a evitar la residencia ubicada en la ciudad central metropolitana, así como los suburbios tradicionales, identificándose con los elementos arquitectónicos del muro y los portones de acceso que incluyen tipos arquitectónicos regionales, atractivos especiales (que llegan a ser distintivos: alberca, campo de golf, casa club, bosques, lagos artificiales, hasta escuelas de calidad y centros comerciales). Estos elementos contribuyen a definir lo que S. Low (2003, p.52) denomina rasgos esenciales de la organización del vecindario brindándole sentido de comunidad y seguridad.
Las recomposiciones sociales de la Frontera: ¿Cohesión de grupos frente al continuo flujo migratorio de los otros?Veamos rápido ahora algunas cifras del incremento de la pobreza en las ciudades, ligado en particular en las ciudades fronterizas a la migración, al crimen y el miedo al crimen. La influencia de estos factores se refleja en discursos que atraviesan clases sociales, grupos etarios, géneros y diversidades culturales, como la criminalización de la pobreza y el miedo a los otros, las minorías étnicas, los forasteros pobres, los distintos, que deambulan por las calles y logran asentarse en áreas periféricas sin servicios, o franjas centrales deterioradas.
Entre las cifras más recientes de medición de la pobreza en México, J. Boltvinik destaca la existencia de 65 millones de habitantes ubicados debajo de la línea de la pobreza, dos tercios de la población total; de éstos, 1 millón 300 mil se incorporaron en el año 2001. Esta población es pobre porque carece de los servicios domiciliarios básicos y, sobre todo de acceso a la vivienda; de ella, dos tercios se concentra en las ciudades (La Jornada, 14 de agosto de 2002).
En este contexto, para el año 2001, presuntamente 4.2 millones de mexicanos han sido víctimas de algún delito en el país, de los cuales no se reportó el 71% ante las autoridades. Al mismo tiempo, sucede que en el Distrito Federal se presentó un promedio de 66 robos diarios a transeúntes durante los primeros cuatro meses del año 2002. Para el mismo período se registró un promedio diario de 2.2 homicidios dolosos, 100 robos de vehículos, 24 robos a casa habitación y 35 robos a negocios (Sarmiento, 2002, p. 28-30). Ahora, la ciudad de México compite con Nueva York en índice de inseguridad, observando diferencias importantes. Mientras en la metrópoli estadounidense los crímenes se registran en zonas de alto grado de marginación y tráfico de drogas, como el Bronx, en nuestra capital, se presentan en toda la ciudad, incluyendo zonas residenciales altas (Sarmiento, 2002, p. 30).
Esta vertiente advierte al menos dos situaciones: la profundización del abismo entre pobres y ricos concentrados en las ciudades, y el crecimiento simultáneo de impunidad y delito. Lo anterior es a su vez acompañado del fenómeno migratorio, pues los fraccionamientos cerrados se establecen sobre todo en ciudades con crecimiento poblacional acelerado provocado por la inmigración. La demanda súbita de cantidades masivas de vivienda por los recién llegados se incrementa con el reacomodo espacial de quienes se cohesionan ante los otros.
Para tener una idea al respecto, podía observarse (Conapo, 1987) el monto significativo de la población recién llegada en las grandes ciudades a finales de los años ochenta. En el grupo de ciudades donde la inmigración es “alta” (con 35% y más de población inmigrante) destacan tres ciudades nor-fronterizas, distinguidas por el establecimiento de empresas maquiladoras y por estar en las rutas de migración hacia Estados Unidos: Tijuana (46.9%), Ciudad Juárez (40,8%) y Matamoros (37,1%). En el grupo de siete ciudades con captación migratoria “media” (25-35% de población inmigrante), destacan de nuevo una de la frontera norte, Nuevo Laredo (33,0%).
Tijuana, según datos recientes (Tabulados Básicos Baja California, 2000), cuenta con 1,148 681 habitantes, en un municipio de 1 210 820, de los cuales el 60.3% son inmigrantes, mostrando con ello un mayor índice de población recién llegada. Nogales, con 156 854 habitantes, igual que Tijuana, pertenece a un municipio eminentemente urbano, con 159 787 habitantes, observando la disminución de población nacida fuera de la entidad, con un 29.5% (Tabulados Básicos Sonora, 2000).
J. M. Ramos (2002, p. 60 y ss.), sugiere la relación entre migración y delito en las ciudades fronterizas mexicanas, donde destaca el caso de Tijuana, la octava ciudad de México por número de habitantes. Baja California sobresale entre las entidades fronterizas del norte del país por el alto índice delictivo, donde Tijuana es a su vez la ciudad que más concentra tales hechos, ya que “una ocurrencia de dos tercios del total de la incidencia delictiva de tipo violento en el ámbito estatal (de Baja California) tiene lugar en Tijuana, en donde habita el 49.2% de la población del estado (entre 1997 y 1999).” Con un crecimiento de población que casi duplica la media nacional en la segunda mitad de los noventa, para Ramos es presumible que la inseguridad pública local se relacione con la migración, sobre todo “si se asocia a niveles mínimos de bienestar y, particularmente, con limitado acceso a servicios públicos básicos.” Cosa que se reitera al observar varios índices delictivos en los que supera incluso al Distrito Federal en el panorama del país.
Para el municipio de Nogales, pueden observarse las cifras de delitos del año 2001 ( Anuario Estadístico Sonora, 2002), en relación con el municipio de Hermosillo, la ciudad capital de la entidad. Mientras en los delitos del fuero común (robo, lesiones, homicidios, violaciones, encubrimiento y otros) es clara la correlación del número de habitantes y cantidad de delitos cometidos, en los delitos del fuero federal (narcóticos, armas de fuego y otros) sobresale de manera muy notoria el municipio de Nogales pues registra un total de 651 delitos; en cambio, Hermosillo, con población de 609 829 personas, registra sólo 391. Tales datos sugieren que respecto al centro de la entidad, en la frontera sonorense tiende a aumentar el índice de delitos en relación estrecha con la posición geográfica estratégica en la ruta del narcotráfico y el contrabando de armas, indisolublemente ligado al comercio ilegal con los Estados Unidos.
Las ciudades son porosas y receptoras de los flujos migratorios, generando la imagen de los otros desconocidos que buscan empleo, servicios, vivienda. Es una franja de población segregada de manera involuntaria en los resquicios del tejido urbano y en las crecientes periferias. El hecho de que las ciudades crezcan de esta manera genera sin duda una diversificación sorpresiva, cuya asimilación no termina cuando llega la nueva oleada de migrantes. Esto introduce el factor de cambios persistentes al crecimiento, y con ello la incertidumbre al espacio social, pues el orden y la estabilidad de las relaciones se convierten en referentes huidizos y postergados.
De modo simultáneo se registran otros cambios que repercuten en la ciudad a construir. El proyecto urbano que propicia el perfil de la ciudad contemporánea se configura en las últimas décadas del siglo XX, prohijado por regímenes cada vez más alejados del discurso de la revolución al tiempo que afines a las políticas del neoliberalismo y la globalización. Del recelo económico y cultural hacia Norteamérica se ha pasado a la invitación cordial a las inversiones en suelo mexicano, empezando por la franja fronteriza, en los albores de la década de 1960.
Para Andrés Fábregas (1990, p. 76): “la frontera norte se transformó en un espacio de separación, en contraste con la frontera sur que resultó en un punto preciso de concurrencias multinacionales”, mostrando que la historia singular provee de significados distintos al mismo vocablo empleado en ambos extremos del territorio nacional. En la franja fronteriza, se ve sin mirar. Es paradójico, pues desde cada ciudad gemela se ve la otra. Es más patente en Nogales, Arizona, donde se ve Nogales, Sonora, una “Tijuanita” más de la línea fronteriza con el país vecino, el poderoso Estados Unidos. Igual sucede desde cada lado del Río Grande, entre Ciudad Juárez y El Paso, y también con la propia Tijuana desde una a otra orilla del Río Tijuana, de pocas y más turbias que calientes aguas. Sobre todo se ve sin mirar, aunque al tiempo, las distintas miradas ya han dejado huellas visibles en ambas ciudades como veremos. Se ve el Nogales mexicano desde el otro Nogales y seguro se mira desde aquél a Nogales, Arizona. La desazón que provocan estas visiones, sobre todo por y desde los barrios adosados al Border, como el Cañón Zapata, en Tijuana, o las colonias Buenos Aires, en Nogales y Libertad, en Tijuana, y también en las nuevas colonias del poniente de Juárez. Es sólo una de las muchas reflexiones resultantes tras ver y mirar en Ambos Nogales, en Tijuana-San Diego y en Ciudad Juárez-El Paso.
Antecedentes morfológicos
La idea de ciudad que en México antecede a las fundaciones fronterizas es la concebida en la Colonia, generalizada en Iberoamérica y en particular en la Nueva España. Dicha idea otorgaba coherencia a la organización del espacio en función de una trama reticular distribuida en torno del núcleo o punto “cero” convenido como centro jerárquico. En la conformación urbana de los años a caballo entre los siglos XIX y XX no se enuncia una ciudad distinta, misma que luego ha de materializar las características que a la postre logra rupturas definitivas frente al modelo colonial.
El modelo clásico fue la referencia formal común de la ciudad vigente en la Nueva España. Sus rasgos esenciales consistían en la plaza-centro rodeada del equipamiento civil y religioso. A partir de la Plaza Mayor se trazaban manzanas y calles para configurar el típico esquema ortogonal, emplazando los edificios sobre las aceras en base al régimen isotópico respecto al centro convenido. Mediante el diseño se modulaba y proporcionaba el edificio individual de acuerdo al ordenamiento establecido por normas de fuerte contenido militar y religioso, y principios orientados a reproducir la división social estamentaria.
El crecimiento de gran parte de las ciudades mexicanas era manejado, hasta mediados del siglo XIX, según preceptos provenientes de las ordenanzas coloniales. Este modelo está presente en Ciudad Juárez al filo del 1900 con no pocas variantes. El antiguo Paso del Norte (Ciudad Juárez) se consolidó con las funciones de misión y presidio, por lo que el área urbana fue estructurada con un patrón irregular y disperso, de plato roto. El núcleo formado por la misión, iglesia y plaza aglutina aún hoy al centro histórico.
El modelo porfirista plasmado sobre el precedente reforzó la distribución espacial monocéntrica, reprodujo la planta en damero imprimiéndole rigidez e introdujo líneas de ferrocarril en las periferias urbanas desmanteladas por la Reforma. La desamortización de los bienes de la Iglesia y mercantilización del ejido colonial facilitaron el fraccionamiento y el uso de las franjas de suelo circundantes de los núcleos urbanos. De acuerdo a las nuevas tecnologías y materiales industriales, el equipamiento y redes de infraestructura fueron diversificados. Los ordenamientos relativos a las nuevas construcciones se flexibilizaron propiciando una tipología edificatoria distinta a la novohispana. Durante el Porfiriato (1876-1910) el gobierno mexicano estableció la política de colonización de la franja fronteriza norte, interesado en integrarla con el centro del país. Ésta fue una condición decisiva para el emplazamiento y diseño de los asentamientos humanos fronterizos como Nogales, o Tijuana, surgidos entonces.
Frente al abrumador desorden propiciado por las economías industriales desde los años 1940’s se erigen todavía los rasgos de la forma urbana consolidada durante tres siglos de virreinato, luego adecuada en el Porfiriato y por supuesto asimilada en nuestra cultura. Los centros fronterizos del noreste, o ribereños (de Ciudad Juárez a Matamoros), aunque fueron sólo reducidos asentamientos durante todo el siglo XIX, observan en su tejido esa biografía. Mientras los del segmento noroeste (de Tijuana a Agua Prieta) adosados a la línea internacional y fundados en las últimas décadas decimonónicas reclaman la pertenencia profiriana.
Tijuana fue formalizada paso aduanal en 1864 y refundada en 1889 luego de las inundaciones provocadas por el río Tía Juana. El plano fundacional del entonces denominado Pueblo de Zaragoza estaba emplazado en el ángulo suroeste formado por el cruce del río con la línea fronteriza. Eran 417 manzanas proyectadas sobre un tablero ortogonal. La toponimia de calles y plazas es ilustrativa de la época, incorpora los nombres de los héroes nacionales de Independencia y Reforma, combinados con apellidos locales.
Un dato inseparable del origen es el establecimiento de las líneas de ferrocarril en 1882, que unieron San Diego con el norte de California, y por ende con el resto de Estados Unidos. Otro es el boom de compraventa de bienes raíces en ambos lados de la frontera durante la década de los ochenta cuando una empresa norteamericana planeó el fraccionamiento Carlos Pacheco, luego puerto internacional de Ensenada, al sur de Tijuana.
Las propuestas sustentadas por aquella idea de ciudad, asumida como proyecto, no provenía de la tradición urbanística colonial, sino del fraccionamiento comercial del suelo, aunque preveía una plaza central. Asimismo los rasgos morfológicos repiten los de un proyecto utópico difundido años antes, Pacific City, promovido por el norteamericano Albert Owen para la bahía de Topolobampo, en el norte de Sinaloa. El racionalismo de la cuadrícula servía lo mismo para la especulación moderna del suelo que para la distribución equitativa o socialista de los pobladores en el territorio, incluso relacionado con los esquemas panópticos del siglo XIX. La gran plaza central que organizaría el conjunto pretendía ser una aportación de la tradición novohispana. Ya en 1921 se mostraba el débil papel regulador del plano originario, pues el punto aglutinador del asentamiento no era la plaza central, sino la puerta de paso de la línea fronteriza y el equipamiento turístico aledaño. Desde entonces la regla ha sido el desbordamiento progresivo de la expansión planeada.
Ahora es peculiar de Tijuana el paisaje urbano integrado por doblamientos populares montados en lomeríos y barrancas abruptas. La ocupación de estos terrenos se inicia en 1936, con incremento notable desde 1970. En consecuencia, ha aumentado el costo de la vivienda y la accesibilidad a las redes de servicios (agua, alcantarillado sanitario).
Nogales surge casi predestinada. El emplazamiento en la ruta Hermosillo, Méxio-Tucson, E. U., captó las instalaciones aduanales fronterizas en 1880, año de fundación. Dos años después recibió el campamento de trabajadores que tendían la vía del ferrocarril binacional. Asiento de comerciantes sobre predios privados concentrados en pocas manos, el núcleo fue ubicado en el ángulo suroeste del cruce del ferrocarril y la línea internacional, donde también cruza el arrollo Los Nogales.
El plano fundacional muestra la planeación simultánea de ambos Nogales, agrupamientos de manzanas y solares rectangulares sobre una trama viaria unificadora en la que se diferencian callejones de servicio y calles primarias, criterios de funcionalidad sin duda extraídos del urbanismo practicado en el suroeste norteamericano. El uso indistinto del suelo sólo se presenta como soporte al trazo uniformador de parcelas comerciales, sin reserva para espacios de convivencia colectiva. Si acaso, el esquema se asocia con el modelo utilitario empleado en los company towns que precedieron fundaciones urbanas norteamericanas, aglomeraciones industriales debidas a las iniciativas de los empresarios incubadas en el marco de ciertas relaciones de dependencia paternalista entre patrones y asentamiento.
El trazo del núcleo en ambos lados de la frontera obedeció a la singular planeación conjunta que coincidió en el tiempo. El diseño consistía en dos campamentos fusionados para trabajadores. Nogales, Sonora, era un ordinario sembrado de lotes sobre el trazo ortogonal de calles, cuya propiedad monopolizaron desde el origen las dos familias propietarias del suelo agrícola concedido al campamento.
La evolución formal y funcional de principios del siglo XX evidenció bien pronto las disparidades. En Nogales, E. U., se trascendió la geometría simple del plano mediante las arquitecturas eclécticas del equipamiento. Se constituyeron éstos en nodos que otorgaron una lógica secuencial a la organización del espacio, en referentes visibles para las construcciones californianas de las viviendas individuales, resolviendo la topografía accidentada del lugar. La solución edilicia de Nogales, Sonora, tuvo en las primeras décadas similitudes con la ciudad vecina, sólo que se destinó a usos del suelo relacionados con el juego de azar, las cantinas y otros usos también inducidos desde Estados Unidos por las políticas concretadas en la Ley Seca -la “vocación” lúdica del asentamiento fue un fenómeno generalizado en la frontera-. Pese a las dificultades topográficas, Nogales de principios de siglo XX era una ciudad en auge de construcción continua, formada con edificios comerciales y habitacionales en correspondencia con la época.
Nogales en la actualidad presenta problemas relativos al acaparamiento y escasez de suelo apto para urbanizar, déficit de vivienda, agua potable, drenaje y pavimentación, problemas de contaminación, transporte, equipamiento y desarticulación urbana, así como de imagen urbana.
Paso del Norte fue fundada en 1659, nombrada Ciudad Juárez en 1888. En 1895 ocupaba 65 hectáreas pobladas por cerca de 6 500 personas, con lo que mostraba su relevancia como núcleo urbano fronterizo del Porfiriato. Puerto privilegiado para la exportación y punto de enlace internacional de la ciudad de México, observó un crecimiento demográfico súbito en los años 1880’s, cuando se implantó el enlace ferroviario de ambos lados de la frontera.
En 1900 Juárez era una ciudad de 8 000 habitantes, extendida al oriente sobre el antiguo tejido colonial establecido sin el ordenamiento de las Leyes de Indias. Se construyeron edificios para albergar el equipamiento porfiriano ofreciendo a la vista un panorama floreciente. Sin embargo, no se logró entonces la solución espacial integrada, observable en el divorcio de las áreas oriente y poniente; conformada la primera por una cuadrícula de origen porfirista ubicada a espaldas de la antigua misión. En el lado opuesto se ha conservado el irregular asentamiento novohispano. Ambos segmentos jamás se han integrado en términos morfológicos, pues cristalizan un claro mecanismo de segregación social: un sector oriente residencial frente al poniente popular.
Juárez ha supeditado su desarrollo a su vecina estadounidense, El Paso y con el crecimiento económico y demográfico cíclico debido a las migraciones, ha profundizado los déficit de infraestructura, equipamiento, vivienda y servicios.
En resumen, desde sus orígenes, el doblamiento fronterizo deriva de dinámicas internas nacionales y es captado por los efectos de vecindad. Con variantes casuísticas a partir de la nueva frontera, la ubicación, funciones y morfología de los asentamientos ha sostenido estrecha interrelación con las rutas de actividad transfronteriza que contribuían a organizar y dimensionar un vasto territorio con población escasa.
Los esquemas resultantes, como el lineal de Nogales, multilineal en Tijuana, o semi radial en Juárez, revelan las fuertes limitaciones de un epifoco inflado hacia el sur, y revelan también la doble irracionalidad del alejamiento del punto de paso y la distribución segregada que se refuerza con la escasez provocada de suelo habitable. A pesar de todo, los trazos y usos urbanos originarios siguen siendo determinantes para el ordenamiento del crecimiento y organización de las nuevas áreas de ocupación.
En el campo de la arquitectura, persisten también los elementos característicos de las ciudades mexicanas de tierra adentro. Sin embargo, en los diversos tipos es notoria en estas ciudades la mayor influencia norteamericana. Los equipamientos y residencias que sobreviven de principios del siglo XX muestran elementos híbridos de arquitecturas victorianas, neoclásicas y luego californianas. Las construcciones recientes evidencian la fuerte dependencia económica en viviendas populares fincadas con frecuencia en base a desechos norteamericanos reciclados, así como residencias medias y altas muchas veces inspiradas en los tipos del lado norte, incluyendo materiales y tecnologías de construcción, funcionamiento y mantenimiento.
Mercado inmobiliario y formas de marketing
Figura 1. Plano de Ciudad Juárez |
En Juárez, la edificación en fraccionamientos cerrados de notable calidad residencial y arquitectónica ha pasado por las distintas fases identificadas para esta forma de crecimiento urbano y los tejidos sociales y urbanos resultantes (Cabrales, 2002 y Rodríguez, 2002), reconociéndose las secuencias conceptuales del estilo de vida del encierro expuestas al inicio. La diversificación formal y social revisada permite apuntar que se avanza, aunque quizá aun no se aproxima, al modelo que R. Le Goix desmenuza para los fraccionamientos cerrados californianos: “Hoy, no afecta sólo a los guetos dorados, sino a productos de consumo destinados a las clases medias y medias altas. Pues, la mayor homogeneidad interna de estos barrios se produce por procesos de selección, fundados en la edad, la pertenencia étnica social e igualmente religiosa” (Le Goix, R., 2002, p. 3).
El origen del proceso, su cronología y causas las apunta Rodríguez Álvarez (2000): “Con la llegada de las maquilas se intensificó la polarización social y espacial dando como resultado en la actualidad una ciudad de fuertes contrastes. En un extremo se observan ciertos enclaves ricos y en el otro, zonas muy pobres y deterioradas. El paisaje urbano mezcla los edificios elegantes de arquitectura ajena, ahistórica, provistos de grandes sistemas de seguridad y cristales abundantes con pequeñas viviendas improvisadas, algunas de rasgos rurales. Se encuentran partes de ciudad con todos los servicios, calles en perfecto estado, fachadas muy bien terminadas, arboladas, muy bien consolidadas y otras con enormes lotes baldíos, áridos, con basura, calles sin pavimento, ni ningún tipo de mobiliario urbano, anónimas. Ciudad Juárez es una ciudad para el trabajo, atrae gente de fuera y en el caso de los empresarios y directivos de instituciones, pero que residen en la ciudad de enfrente: El Paso. Es una ciudad costosa, con muchos mendigos en las calles, que vive en un clima de miedo, con una calidad de vida nada deseable. Una ciudad que sólo se preocupó por traer las maquilas, pero que no se desarrolló paralela a ellas, siendo mayor el cambio que la velocidad con que se adaptaron los servicios. Una ciudad que, en su espacio físico y social, deja ver la dependencia de los procesos económicos”.
En las formas residenciales se impone la lógica del mercado, mas allá de los gustos de los habitantes y de las modas, aunque en parte determinada por ellos, obviamente, hermanada con cualquier factor que garantice la venta del producto y así la ganancia, por tanto, en ligazón íntima con una combinación verosímil de factores que contribuyan al éxito comercial. Como dice Le Goix, R. (2002): “las comunidades cerradas son en lo esencial productos de la promoción inmobiliaria”.
Si la publicidad resulta tan eficaz, compartimos con Bourdieu (2000, p. 40-41), que es porque halaga las disposiciones preexistentes para explotarlas mejor, sometiendo al consumidor a sus exigencias y aparentando satisfacerlas. Con este fin, en la franja fronteriza, también en el resto de ciudades latinoamericanas, se exalta con gran énfasis el discurso de la seguridad, sin duda que también, para estos desarrollos de clase media baja, el discurso insolidario del buen vivir de las clases privilegiadas. Eso sí, adaptado a cada segmento de la demanda diferenciado nítidamente dentro de la identidad prefabricada de los pequeños mundos cerrados. Como en San Miguel y en Santa Lucía, dos nuevas comunidades seriadas y cerradas para las exiguas clases medias de Nogales, Sonora, donde el promotor Grupo San Carlos además de exhibir claramente el apoyo crediticio de Infonavit se apoya en otros recursos propios del marketing del consumo masivo, con festivas campañas promoción, descuentos, concentración de ventas estacionales o semanales, como un bien de consumo cotidiano más.
Obviamente, lo anterior refleja el papel del fraccionamiento cerrado en la inmanejable ciudad actual como intervención puntual, dirigida en este caso a simular la creación de ambientes seguros que están interviniendo en la recomposición de la identidad, singularizándolas con parámetros de homogeneidad que bien pueden convertirse en el punto de mira u origen de nuevos movimientos sociales a lo largo de este siglo. Pero sin duda, las tendencias sugeridas están aun lejos del modelo angelino que R. Le Goix describe incluso en las vecinas ciudades norteñas, citando a Davis (1991), Blakely-Snyder (1997), Fox Gotham (2000) y Le Goix (2001), “Las comunidades cerradas se han convertido en los últimos veinte años en una forma mayoritaria del espacio periurbano. Estos productos del marketing inmobiliario funcionan, por el número de equipamientos de ocio que ofrecen, cómo verdaderos parques temáticos residenciales. Se inscriben por su modo de gestión privada en una voluntad individual y colectiva de establecer una separación entre los intramuros y los barrios de alrededor: separación a la vez política y social fundada en una discriminación (por la edad o una discriminación étnica hasta los años 1960) con el fin de defender el valor de su inversión inmobiliaria y la exclusividad del lugar” (Le Goix, 2002, p. 7).
Figura 2. Plano de Tijuana |
Figura 3. Ambos Nogales |
La arquitectura que integra estos conjuntos observa las características de encierro con relación al entorno construido, con el que se relaciona a través de accesos controlados. En estas unidades, los cercados para evitar el libre acceso a las nuevas comunidades, consagrando la exclusividad de un espacio físico, mantienen y explicitan la inaccesibilidad que las enormes tapias y muros de las primeras casas unifamiliares, individualmente, ya desempeñaban. El efecto de la evidente fractura social que representan es ahora mucho más fuerte. El estilo del encerramiento se adapta por completo al patrón del urbanismo cerrado en pequeñas comunidades y hacen su aparición, además del cierre, los elementos de uso común para la ubicación de albercas, áreas deportivas y verdes, y, “asaderos”, como versión norteña de elementos de valoración social y símbolo comunitario.
Si cabe, y en contraposición a lo anterior, se produce una abrumadora generalización del encapsulamiento con relación al entorno construido, para residencias ubicadas dentro del abanico de las opciones sociales de la clase media y media baja, incluidas las de interés social. Permite interpretar, en el sentido señalado por P. Bourdieu, que se produce una homogeneización de los dos sectores que se enfrentan en la dimensión horizontal del espacio social, desde el punto de vista de la estructura del capital “categorías que hasta entonces había sido poco proclives a convertir la adquisición de su vivienda en una inversión de primer orden, han entrado, gracias al crédito y a las subvenciones del gobierno, en la lógica de la acumulación de un patrimonio económico” (Bourdieu, 2000, p. 55). Por supuesto, dentro de un mercado que se basa en nuevos productos para captar nuevos compradores y en el que la potentísima carga simbólica que tiene la casa y su relación determinante respecto del espacio, le hacen un elemento singular, expresivo también para estos grupos sociales de la identificación con el estilo de vida del encierro.
Tan clara manifestación del urbanismo cerrado en las clases medias bajas debería igualmente explicarse por las interferencias de esta demanda sobre la específica oferta que emula los estilos de vida de la elite, la primera y más proclive demandante de los encapsulamientos de la urbanización, la calle y la propia casa. En el entendimiento de que “las propiedades del producto sólo se definen del todo en la relación entre sus características objetivas, tanto técnicas como formales, y los esquemas inseparablemente estéticos y éticos de los habitus que estructuran su percepción y su apreciación, definiendo así la demanda real con la que los productores han de contar” (Bourdieu, 2000, p. 39). Por tanto, el estado concreto de las exigencias inscritas en las disposiciones de los compradores, sean mas o menos fantasiosos y más o menos inventados por el promotor, contribuye a establecer el producto final y a modelar la identidad prefabricada, influyendo en las presiones a las que están sometidos, participando decididamente en el urbanismo enclaustrado.
El mosaico morfológico de las ciudades fronterizas ha sido ampliado con la tendencia al cerramiento aunque no ha mitigado el antagonismo entre espacios físicos servidos y no servidos. La tendencia al cerramiento, tanto en fraccionamientos residenciales exclusivos como en los más abundantes para los asalariados con potencialidades de acceder al crédito –commuters transfronterizos o empleados en las maquiladoras locales-, ha reforzado si cabe la segregación social y la fragmentación territorial de la desarticulada periferia de Nogales. Permite, como en los ejemplos de Ciudad Juárez y Tijuana, manejar en códigos universales la inmanejable ciudad fronteriza, en la línea de otras intervenciones y procesos en funcionamiento que determinan que se yuxtapongan y combinen dos modelos de ciudad, el servido y dotado, el modelo del norte, y el precario, netamente fronterizo.
Hay un Nogales de producción, de consumo e intercambio, enganchado a las principales vialidades conectadas a la antigua Carretera Internacional, que se materializa en centros comerciales, mini-polígonos de logística, maquiladoras y nuevos fraccionamientos, de clase media y media baja. Estos nuevos elementos de la estructura urbana dan continuidad más funcional que física al Nogales que prolongaba la centralidad de la vecina norteña, formal y geométricamente, en el manzanero fundacional del Casco histórico inmediato al paso aduanal. Los nuevos desarrollos espacialmente están dispersos en la mancha urbana y la extienden tanto en nuevas ocupaciones, claramente colonizadoras de nuevos umbrales periféricos inmediatos a recientes emplazamientos de herméticas naves maquiladoras, como ocupando intersticios en ámbitos más consolidados. Socialmente significan, aun dentro de la polarización social que representan con el cierre y el control de acceso, la aparición de un nuevo espacio social a caballo entre el espacio de la elite local en los tradicionales y nuevos fraccionamientos residenciales y los desposeídos de un hábitat conforme a los patrones de vivienda estándar. Y es posible, como señala M. Agier que examina los vínculos entre la creación cultural y los dispositivos socio-espaciales que convierten a la ciudad en una maquina colectiva para fabricar identidades que: “pero la fragmentación de las diferentes herencias culturales favorece el distanciamiento y el cerramiento territorial. Los ciudadanos registran en este caso y hacen frente a la instauración de una ciudad cerrada y excluyente, frente a la gentrificación, tienen a inventar nuevas formas urbanas. La villa relacional se erige así en tanto que escalera para la sociabilidad, jugando la doble correspondencia con los ciudadanos entre ellos y estos con la ciudad misma. La ciudadanía se corresponde cada vez menos con los límites materiales de la ciudad y más con una red de sociabilidades vinculantes y de valores compartidos.” (1999).
Entre tanto, clónicas islas de viviendas en la periferia extensa y difusa se resuelven con la repetición de tipos edificatorios, con el sello inequívoco del interés social en los intensivos aprovechamientos del suelo y en las seriadas disposiciones en hileras. A expensas de comprobar en el futuro si se teje la ville relationnelle de Agier, más parecen corresponderse con imitaciones de falsas comunidades, sin apenas elementos en común a gestionar y compartir, más que la reunión dentro de un perímetro de un conjunto de individuos con similares capacidades de endeudamiento, en sus capitales económicos. Así es también en sus voluntades de mostrar las similitudes y diferencias respecto al resto de habitantes fronterizos, un capital cultural que está labrando unas jerarquías sociales y paisajísticas más complejas que la inmadura estructura socioespacial alcanzada por Nogales en su primer siglo de formación.
La complejidad y diversidad resultante, tanto física como social, no ha resuelto su carácter de ciudad desarticulada, irracional y fragmentaria (Méndez, 2002 a, p. 95), más bien al contrario, se acusa “la desarticulación regional de la zona fronteriza –que- se tradujo en Nogales en la desestructuración del desarrollo local, continuamente rebasada por las situaciones contingentes” (p. 96). Pero ni siquiera determinan las formas de ocupar el espacio sino es con relación al conjunto de actuaciones fragmentarias en las que se inscriben, que individualmente se introducen sin voluntad de articular la parte con la totalidad. El conjunto de los elementos es incorporado de acuerdo a sistemas de relaciones convencionales. Los nuevos espacios residenciales clonados, nuevos productos inmobiliarios enclaustrados para clases bajas pero solventes, son concebidos al igual que los centros comerciales y los lugares de ensamblaje industrial como cajas herméticas de cómodo montaje, rápido envejecimiento y prematuro desmantelamiento.
El conjunto no consigue formular una organización espacial alternativa a la simple y rígida existente, solo la extiende, y amplia con ello, la peculiaridad urbana del núcleo fronterizo de Nogales, fiel muestra de la vocación fronteriza de los núcleos del noroeste mexicano como espacialidades inacabadas, expresadas en construcciones y ordenaciones territoriales, siempre emergentes y siempre deficitarias (Méndez, 2002 a, p. 108). Por el contrario, culmina y se consolida la idea de la ciudad fronteriza como naturalidad de la ciudad postmoderna “un escenario mixto, diversificado, plagado de yuxtaposiciones inesperadas y de emergencias irónicas” (p. 111).
La ciudad difusa (Monclús, 1998) perfilada en el urbanismo americano desde temprano y extendida en la segunda mitad del siglo XX, que ha determinado la urbanización fragmentaria y extensiva de las periferias de las ciudades europeas en sus últimos dos decenios, también se desenvuelve en las mismas fechas en la frontera del noroeste mexicano. Sin embargo, aquí actúa sobre espacios urbanos que aun no habían conseguido la trabazón entre los elementos de su estructura urbana. Los escasos componentes primarios, equipamientos y otros espacios de uso público, no habían conseguido formar los suficientes espacios generadores de formas urbanas. La premura, la naturaleza y el tipo de intervenciones urbanas en sus cortas trayectorias urbanas han conformado un espacio incompleto cuya identidad cultural queda casi exclusivamente formulada en “un alfabeto visual comunicativo” a excepción de secuencias mas elaboradas en ámbitos reducidos de sus cascos históricos. En general, “se impone la fachada de la aparente vocación lúdica del espacio fronterizo” (Méndez, 2002 a, p. 109), con arquitecturas privadas que invaden el espacio publico, que transforman el medio en mensaje a través del código del consumo individualista y masivo, resignificando permanentemente el espacio urbano sin pretender trascender, sino por el contrario construyendo la permanencia de lo transitorio.
Con estos antecedentes, de Nogales como caldo de cultivo de tempranos ensayos postmodernos, las tendencias al cerramiento y estas interpretaciones de los procesos urbanos que sugieren han reforzado su singularidad fronteriza. Los nuevos desarrollos, a partir de operaciones aisladas y puntuales (bien fraccionamiento cerrado, bien centro comercial, bien mini-conjunto logístico), e intervenciones que difunden en un radio mayor la urbanización difusa y laxa sustentada en nuevas vialidades y las prolongaciones de las existentes, han encontrado un ambiente mas que optimo para la fiebre posmoderna “porque las premisas del movimiento postmoderno son oportunas al gelatinoso ambiente fronterizo”, definidos como ya hemos reivindicado por pretensiones escenográficas a las que no interesan entornos ni identidades (p. 110).
Conclusiones
El urbanismo aplicado a la ciudad postmoderna supone intervenciones puntuales en la ciudad inmanejable, dirigidas a simular ambientes seguros, culturas exóticas, escenarios fascinantes, referentes históricos domesticados. Los fraccionamientos cerrados no escapan a dicha disposición.
Los rasgos detectados han permitido confirmar que en las ciudades fronterizas del Noroeste de México, los procesos generales confluyen generando sistemas complejos y que la identidad de los espacios locales sustentada en imaginarios forjados en territorios diversos, se ha ampliado con el estilo de vida del encierro. En las tres ciudades de estudio se ha comprobado que se han armado distintos tinglados-decorados (Venturi, Izenour y Brown, 1982) con el lenguaje que para promotores y diseñadores presuntamente materializa capacidad adquisitiva, gustos y expectativas sociales y funcionales de consumidores identificados con el estilo de vida del encierro. Este nuevo cuño mercantil de la globalización muestra las limitaciones de las tendencias de homogenización global y adelanta el efecto perverso de la difusión acrítica de modelos exitosos en las economías centrales.
El papel y uso dominante de la arquitectura hermética para estas nuevas formas espaciales determina el aspecto más novedoso de una morfología urbana de vieja y universal formulación como la vivienda unifamiliar ensayada en sus muy diferentes variantes de forma, tamaño y disposición. La barda omnipresente, el límite objetivado como frontera defensiva, refuerza su contenido simbólico sobre los valores de autoexclusión expresados.
En el contexto del sistema de ciudades de México, las ciudades fronterizas están marcadas por los procesos y las dinámicas de los altos índices de crecimiento demográfico, siendo la polarización social el rasgo contemporáneo más característico. Entre las consecuencias espaciales de esta polarización social destaca la multiplicación y dispersión que los fraccionamientos cerrados están ofreciendo a los patrones de ocupación y organización espacial de la segregación socioespacial de las ciudades. En las ciudades fronterizas se ha comprobado la ubicuidad y versatilidad que permite el urbanismo empaquetado con el cierre, favoreciendo procesos de densificación y desarticulación en aquellas partes de la estructura urbana en las que se desarrolla. Las comunidades cercadas posibilitan la puesta en valor del suelo en nuevos circuitos mercantiles revalorizados, tanto de intersticios urbanos al interior de sectores de conformación dispar en naturaleza, cronología y densidad cómo la incorporación de franjas periféricas distantes y dispersas.
La reformulación de la segregación socioespacial que implica el estilo de vida del encierro y su identidad prefabricada muestra, en los casos de estudio fronterizos, que hay una versión regional de las gated communities y de los procesos de suburbanización en parte emparejados, a pesar de que se hayan comprobado diferencias locales. Se basa, por una parte, en la presencia de fraccionamientos cerrados en las áreas de localización y concentración tradicional de la vivienda de calidad, cómo el patrón general del urbanismo cerrado (Rodríguez, 2002). Sin embargo, en las ciudades del NW de México las comunidades cercadas mayoritariamente sólo se incrustan en las áreas residenciales que conocen procesos de renovación y densificación. Las nuevas formas espaciales cerradas son las protagonistas, en los tres casos registrados, de las operaciones de relleno a partir de pequeños conjuntos. Representan la opción más reciente de la nueva oferta residencial de calidad para los grupos de clase alta cuyos efectivos no han conseguido presionar y reconducir la oferta de nuevas localizaciones colonizando otros sectores, a lo sumo, cómo en Ciudad Juárez, una ampliación de las existentes a partir de nuevas vialidades. La cercanía de los pares de ciudades estadounidenses determina que en algunos aspectos como el de la oferta residencial de alto nivel la región funcione como un solo mercado y permita concluir la singularidad de este sistema de ciudades binacional. Por el contrario, en sus periferias, se observa la proliferación de fraccionamientos cerrados para un amplio abanico de destinatarios de clase media con mayor profusión respecto a otras ciudades del país también cómo respuesta particular al conjunto de cambios y especificidades experimentados por su economía. La multiplicación de fraccionamientos de clase media permite concluir que la maquila en el Norte está posibilitando un desarrollo suburbano de patrón territorial claramente disperso.
Notas
[1] La información promocional explicita que son “comunidades con cerca de seguridad y alberca”, con centros recreativos, Country Clubes, Centros de Bienestar además de ofrecer las ventajas habituales de naturaleza, sol y golf, complementadas con la historia, la cercanía de los servicios y mensajes más identitarios como “su hogar fuera de casa”. Las Villas de Río Rico, panfletos promocionales.
[2] La familia Kyriakis de procedencia griega, y asentada en la zona desde los años 30 del pasado siglo, es propietaria de buena parte de los terrenos del sector poniente de Nogales, en la que fue la periferia de la ciudad hasta finales de los años setentas. Expedientes de la Colonia Kalitea, Archivos de la Dirección de Planeación y Control del Desarrollo Urbano, Ayuntamiento de Nogales, Sonora.
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